ACTO II

ESCENA I
Tranión, Filólaques, Calidámates, Delfio, Filematio, Un esclavo.

TR.— El soberano Júpiter se empeña con todas sus fuerzas y por todos los medios en dar al traste conmigo y con Filólaques, el hijo del amo; ¡adiós esperanzas: [350] por parte ninguna hay un refugio donde nos podamos sentir seguros! Ni siquiera la diosa de la Salud en persona podría concedérnosla aunque quisiera; tal es el cúmulo de desgracias y de males al que acabo de dar vista en el puerto: el amo ha vuelto de su viaje, muerto es un servidor. ¿Hay aquí alguien que tenga interés en ganarse algún dinerillo, [355] que esté dispuesto a dejarse llevar al patíbulo en lugar mío? ¿Dónde están esos individuos aguantapalos y arrastracadenas, o esos que por tres perras se encaraman a las fortificaciones enemigas para ver luego traspasado su cuerpo en la mayoría de los casos por una docena de lanzas al mismo tiempo? Un talento estoy dispuesto a entregar al primero que se suba al patíbulo, [360] pero con la condición de que se le claven allí dos veces los pies y dos veces las manos; una vez hecho esto, que venga luego a pedirme el dinero contante y sonante. Pero yo… ¿pues no seré desgraciado de no irme corriendo a todo correr a casa?

FILÓL.— Ya está aquí la compra; ahí vuelve Tranión del puerto.

TR.— ¡Filólaques!

FILÓL.— ¿Qué hay?

TR.— Te comunico que tanto tú como yo…

FILÓL.— …tanto tú como yo, qué.

TR.— …estamos perdidos.

[365] FILÓL.— ¿Cómo, pues?

TR.— Tu padre está aquí.

FILÓL.— ¿Qué es lo que oigo?

TR.— Muertos somos; tu padre, digo, ha venido.

FILÓL.— ¿Dónde está, por favor?

TR.— ¿Que dónde está? Aquí.

FILÓL.— ¿Quién lo dice?, ¿quién le ha visto?

TR.— Yo lo he visto, digo.

FILÓL.— ¡Ay de mí!, ¿qué hago ahora?

TR.— ¡Maldición!, ¿por qué me preguntas qué es lo que haces? A la mesa estás, digo yo.

FILÓL.— ¿Tú mismo le has visto?

TR.— Yo mismo, sí, señor.

FILÓL.— ¿Seguro?

TR.— Seguro, digo.

[370] FILÓL.— Muerto soy si es verdad lo que dices.

TR.— ¿Y qué iba yo a sacar con mentir?

FILÓL.— ¿Y qué hago yo ahora?

TR.— Haz quitar todo esto de aquí. ¿Quién es ese que está ahí durmiendo?

FILÓL.— Calidámates; despiértale, Delfio.

DE.— ¡Calidámates, Calidámates, despiértate!

CA.— Estoy despierto, venga algo de beber.

DE.— Despierta, el padre de Filólaques ha vuelto de su viaje.

CA.— Que le vaya bien.

[375] FILÓL.— No, si él está bien, el que está mal que peor soy yo.

CA.— ¿Que estás mal que peor? Eso no es posible[85].

FILÓL.— Por favor, Calidámates, yo te lo ruego, levántate, mi padre ha vuelto.

CA.— ¿Que ha vuelto tu padre? Pues dile que se vaya otra vez, ¿quién le ha mandado volver?

FILÓL.— ¿Qué hacer ahora? Mi padre me va a coger cuando llegue, aquí bebido, la casa toda llena de convidados y de mujeres. [380] Una cosa muy triste es tener que empezar a abrir un pozo cuando te estás ya muriendo de sed: ésta es exactamente mi situación actual, andar preguntando qué debo hacer mientras que mi padre está ya de vuelta.

TR.— Tú, mira éste (Calidámates), ha dejado caer la cabeza y se ha dormido, despiértale.

FILÓL.—¿Acabas ya de despertarte de una vez? Mi padre, te digo, va a llegar de un momento a otro.

CA.— ¿Tu padre, dices? Venga: los zapatos, que coja las armas, verás cómo voy y le mato.

[385] FILÓL.— No haces más que empeorar todavía más la situación.

DE.— Calla, por favor.

FILÓL.— (A los esclavos.) Llevároslo adentro en brazos.

CA.— Diablos, si no me dais un orinal, vais a servirme vosotros de ello. (Se lo llevan.)

FILÓL.— ¡Estoy perdido!

TR.— Calla; ya inventaré yo lo que sea para solucionarte el caso: [390] ¿te basta si, cuando llegue tu padre, consigo no sólo que no entre en casa, sino que salga huyendo a cien leguas de distancia? Vosotros entrad en seguida y retirad todo esto de aquí.

FILÓL.— Y yo, ¿dónde me quedo?

TR.— Donde mejor te parezca: con ésta, o con ésta. (Señalando a Delfio y a Filematio.).

DE.— ¿No es mejor que nos marchemos nosotras?

TR.— Ni un tanto así, Delfio; por este motivo no tenéis necesidad de dejar de beber ni una gota menos.

[395] FILÓL.— ¡Ay de mí, que estoy sudando a fuerza de miedo a ver por dónde nos van a salir todas esas lindas promesas!

TR.— ¿Va a ser posible que te estés tranquilo y que hagas lo que te mando?

FILÓL.— Sí.

TR.— Ante todo, tú, Filematio, entra, y tú también, Delfio.

DE.— Dispuestas estamos las dos a servirte los pensamientos. (Entran.)

TR.— ¡Júpiter lo quiera! (A Filólaques.) Atiende ahora tú lo que quiero que se haga: [400] lo primero de todo, haz en seguida cerrar la puerta; dentro, mucho cuidado con permitir que nadie diga una sola palabra.

FILÓL.— De acuerdo.

TR.— Como si no hubiera un alma en la casa.

FILÓL.— Vale.

TR.— Y que nadie conteste cuando el viejo llame a la puerta.

FILÓL.— ¿Algo más?

[405] TR.— Hazme sacar aquí la llave lacónica[86]; quiero cerrar la casa desde fuera.

FILÓL.— Bajo tu protección pongo mi persona y todas mis esperanzas. (Entra en casa.)

[407-408] TR.— Patrono o cliente, todo es una misma cosa para una persona amilanada, porque, [410] lo mismo si se trata de una buena que de una mala persona, la dificultad no está en jugar una mala pasada, aunque sea de improviso, sino que lo importante es andar con ojo, y es misión de quien sabe lo que se hace conseguir que todos sus malos propósitos y sus fechorías se desenvuelvan sin contratiempos [415] y sin daño para su autor y sin que le caiga encima algo que le haga perder las ganas de vivir. Eso mismito voy a hacer yo, que, a pesar de todos los desperfectos que hemos organizado aquí, veréis cómo se va a aclarar la situación y a quedar todo en la más completa calma sin que tengamos que sufrir nosotros malas consecuencias de ninguna clase. (A un esclavo que sale.) Pero ¿a qué sales otra vez, Esferión? [420], vamos, vamos, vaya una forma de obedecer mis órdenes.

ES.— El amo me ha dicho que te rogara muy encarecidamente que espantaras a su padre como sea para que no entre en la casa.

TR.— ¡Bueno!, dile que yo haré que no se atreva ni a mirarla y que salga de aquí huyendo horrorizado con la capa liada a la cabeza. [425] Venga la llave y entra y atranca la puerta, yo también cerraré por fuera. (El esclavo entra; Tranión echa la llave a la puerta.) Deja que venga el viejo, que le voy a organizar una fiesta en vida y en sus mismas narices como seguro que no la va a poder recibir el día de su muerte. Me retiraré de la puerta: [430] desde aquí puedo calcular desde lejos la mejor forma de pegársela al viejo cuando llegue.

ESCENA II
Teoprópides, Tranión

TE.— De todo corazón te doy gracias, soberano Neptuno, por haberme dejado al fin escapar con vida de tus dominios y llegar a la patria; sólo que si de aquí en adelante me ves poner aunque no sea más que un pie sobre las olas, te permito que hagas sin dilación alguna lo que en sí tenías el propósito de hacer [435] esta vez; nunca jamás quiero volver a tener cuentas contigo; toda la confianza que pude depositar en ti, la deposité ya de una vez para siempre.

TR.— (Aparte.) Caray, Neptuno, has cometido una grave falta, haber perdido una ocasión tan buena.

[440] TE.— Vuelvo de Egipto a casa después de tres años de ausencia; espero que los míos se alegren de mi llegada.

TR.— (Aparte.) Más se hubieran alegrado con la venida de quien hubiera anunciado tu muerte.

TE.— Pero ¿qué es esto?, la puerta cerrada en pleno día. [445] Llamaremos. ¡Eh!, ¿quién vive? ¡Abridme!

TR.— ¿Quién es ese hombre que está ahí delante de nuestra casa?

TE.— Ése es, desde luego, mi esclavo Tranión.

TR.— ¡Oh, Teoprópides, mi amo, salud, me alegro de verte llegar sano y salvo! ¿Te ha ido bien todo el tiempo?

TE.— Sí, como ves.

TR.— ¡Estupendo!

[450] TE.— Y vosotros ¿qué?, ¿habéis perdido la cabeza?

TR.— ¿Por qué, pues?

TE.— Pues porque sí, porque andáis dando vueltas por la calle y en casa no hay un alma que la guarde ni que salga a abrir la puerta ni conteste; casi he partido las puertas a fuerza de golpes.

[454-455] TR.— ¡Huy!, pero ¿es que has tocado la puerta?

TE.— ¿Por qué no la iba a tocar? Es más, que a fuerza de golpes, digo, casi la he hecho pedazos.

TR.— ¿Que la has tocado?

TE.— Sí, sí, la he tocado, digo, y la he aporreado.

TR.— ¡Ay!

TE.— ¿Qué pasa?

TR.— ¡Huy, qué desgracia!

TE.— Pero ¿qué es lo que ocurre?

TR.— Imposible decir qué acción tan fuera de tino y tan funesta has cometido.

[460] TE.— Pero ¿por qué?

TR.— ¡Huye, por favor, y aléjate de la casa! Hacia aquí, hacia donde yo estoy. ¿Has tocado la puerta?

TE.— Pero ¿cómo hubiera podido llamar sin tocarla?

TR.— Pues has dado muerte…

TE.— ¿A quién?

TR.— A todos los tuyos.

TE.— Los dioses y las diosas todas hagan otro tanto contigo, tú, con esos malos agüeros.

[465] TR.— Temo que te va a ser imposible hacer expiaciones suficientes por ti y por los tuyos.

TE.— ¿Por qué?, o ¿qué es esa novedad con que me sales ahora de pronto?

TR.— Y oye, dile a esos dos que se retiren. (Los esclavos que le acompañan.)

TE.— ¡Retiraos!

TR.— No toquéis la casa; tocad vosotros también la tierra[87].

TE.— Diablos, por favor, ¿por qué no te explicas?

[470] TR.— Es que hace ya siete meses que nadie ha puesto un pie en esta casa, después de que la desalojáramos.

TE.— Explícate, ¿por qué?

TR.— Echa una mirada, a ver si hay alguien que esté a la escucha de nuestra conversación.

TE.— No hay peligro alguno.

TR.— Mira otra vez.

TE.— No hay nadie, habla ya.

[475] TR.— Se trata de un crimen.

TE.— ¿De qué? No te comprendo.

TR.— Un asesinato, digo, que ha sido cometido ya hace tiempo, un crimen viejísimo.

TE.— ¿Viejísimo?

TR.— Y nos acabamos de enterar ahora.

TE.— ¿Qué crimen es o quién lo ha cometido?

TR.— El dueño de la casa ha echado mano aquí a un amigo suyo y lo ha matado; [480] en mi opinión el mismo que te vendió la casa.

TE.— ¿Que lo mató?

TR.— Lo mató y le robó su dinero y lo enterró aquí en la casa.

TE.— ¿Y cómo habéis llegado vosotros a esa conclusión?

TR.— Yo te lo diré, escucha: había cenado tu hijo fuera, y luego que volvió de la cena a casa, [485] nos vamos todos a la cama y nos dormimos; dio la casualidad de que se me había olvidado a mí apagar la lámpara, y de pronto va él y pega un grito enorme.

TE.— Pero ¿quién?, mi hijo, ¿no?

[490] TR.— ¡Chsst! calla, tú escúchame: dice que es que se le había aparecido en sueños el difunto.

TE.— Pero en sueños, ¿no?

TR.— Síii, pero tú escúchame; dice que el muerto le habló como sigue…

TE.— ¿En sueños?

TR.— Milagro que se lo hubiera dicho despierto, si hacía sesenta años que había sido asesinado; [495] a veces dices unas sandeces ***.

TE.— Me callo.

TR.— Pero verás (lo que le dijo) (con voz de ultratumba): «Soy un huésped venido aquí de ultramar, Diapontio, aquí habito, ésta es la morada que me ha sido concedida, que Orco no [500] quiso acogerme en el Aqueronte[88] por haber sido privado de la vida prematuramente. Fui objeto de una traición: mi amigo me dio muerte y me metió aquí bajo tierra clandestinamente sin darme debida sepultura el muy malvado, sólo por causa de mi oro. Ahora tú, sal de esta casa, que está maldita, es nefando el habitar en ella». [505] Un año entero no me bastaría para contarte las cosas tan espantosas que ocurren aquí. ¡Chsst, chsst¡

TE.— ¿Qué es lo que sucede? por favor, yo te suplico.

TR.— Ha sonado la puerta, ¿será él quien ha dado esos golpes?

TE.— ¡No tengo una gota de sangre en mis venas, los muertos se me llevan en vida al Aqueronte!

[510] TR.— (Aparte.) ¡Ay de mí!, ésos van a echar a perder toda mi historia; estoy temblando de que me coja éste in fraganti.

TE.— ¿Qué es lo que estás ahí relatando?

TR.— ¡Retírate de la puerta, huye, por favor, yo te lo suplico!

TE.— ¿A dónde voy a huir?, ¡huye tú también!

TR.— Yo no tengo miedo, yo estoy a buenas con los muertos.

[515] UNA VOZ DESDE DENTRO.— ¡Eh, Tranión!

TR.— (Haciendo como que habla con el difunto.) Harás mejor en no llamarme; yo no he hecho mal alguno ni he llamado a la puerta ***; por favor ***

TE.— Pero ¿es que has perdido el juicio, Tranión?, ¿con quién estás hablando? [520]

TR.— Ah, ¿eres tú el que me ha llamado? Te juro que creí que me pedía cuentas el difunto por haber aporreado tú la puerta. ¿Pero todavía sigues ahí plantado y no haces caso a lo que te digo?

TE.— ¿Qué es lo que debo hacer?

TR.— No te vuelvas a mirar, huye, tápate la cabeza.

TE.— ¿Y tú por qué no huyes?

TR.— Yo estoy en paz con los muertos.

[525] TE.— Sí, sí, y entonces, antes ¿qué?, ¿por qué te entró ese miedo?

TR.— No te preocupes por mí, te digo, ya me las arreglaré yo por mi cuenta.

Tú, adelante, huye lo más rápido que puedas e invoca a Hércules[89].

TE.— ¡Hércules, misericordia! (Se va.)

[530] TR.— Lo mismo digo: mal rayo te parta, abuelo. ¡Dioses inmortales, misericordia, no es chica la mala pasada a la que acabo de dar cima!