ACTO III

ESCENA I
Un joven esclavo[46]

(Saliendo de la casa de Balión.) Si los dioses hacen caer a un chico en la esclavitud de un rufián y si encima resulta [770] que es feo, realmente le afligen, en mi opinión, con una gran desgracia y con penas sin cuento. Éste es el caso de la esclavitud que me ha tocado en suerte, que pesan sobre mí toda clase de desgracias, grandes y pequeñas: no me es posible encontrar un galán que sienta predilección por mí, que fuera entonces tratado al fin de forma un poco más aparente. [775] Y el caso es que hoy es el cumpleaños del rufián este: nos ha amenazado a todos desde el más empingorotado hasta el último de la casa, con que el que no le hiciera un regalo en el día de hoy, perecería mañana con la peor de las torturas. [780] Yo, en serio que no sé cómo arreglármelas; yo no puedo lo que pueden los que están hechos a ello. Pero si yo no le entrego hoy un regalo, tendré que tragarme mañana una buena ración de palos. ¡Ay, que mi corta edad no da todavía para ese asunto! Y, desde luego, con el miedo que tengo ahora de los palos, [785] pobre de mí, si alguien me pone en la mano algo de peso: a pesar de que dicen que se hace a fuerza de gritos creo que podré apretar los dientes como sea; ahora lo que tengo que apretar es la boca y callarme: ahí vuelve del foro el amo con el cocinero.

ESCENA II
Balión, Un cocinero

[790] BA.—Eso de decir «mercado de cocineros» es una necedad; en realidad se debía decir «mercado de ladrones». Porque en el caso de que hubiera yo jurado buscar un cocinero malo de verdad, no hubiera podido traer otro peor que el que traigo, un charlatán, un majadero, un inútil. [795] Como que yo creo que el Orco no se le ha querido llevar a su seno sólo para que hubiera aquí quien preparara la cena para los muertos, que yo creo que no hay otro más capaz de guisar a su gusto.

CO.— Si eras de opinión de que soy así como dices, ¿para qué me has contratado?

[800] BA.—A falta de poder elegir: no había otro. Pero ¿por que estabas tú allí solo en el foro, siendo cocinero tú y nada más que tú?

CO.— Yo te lo explicaré: la culpa de pasar por un mal cocinero no reside en mí, sino en la avaricia ajena.

BA.—¿Y eso cómo?

CO.— Yo te lo diré. Pues porque nada más llegar para contratar a un cocinero, [805] nadie va y escoge al mejor y al más caro, sino que contratan al más barato; ése es el motivo por el que era yo el único que estaba allí en el foro sentado a la espera. No tengo nada en contra de que se dejen contratar esos desgraciados por una dracma, pero lo que es a mí, no [810] me hace nadie levantarme de mi asiento por menos de dos. Yo no trabajo como los demás cocineros, que te presentan en los platos una pradera guisada, que toman a los comensales por ganado bovino, no les ofrecen sino hierbas… y luego, eso, el condimento de las hierbas, pues otro tanto de lo mismo: [815] le ponen cilantro, hinojo, ajo, perejil, sirven romazas, col, acelgas, bledo; le echan una libra de laserpicio[47], le machacan la maldita mostaza, que le hace a uno saltársele las lágrimas ya antes de ponerse a ello. [820] Esos individuos, cuando preparan una cena, al condimentarla no la condimentan con condimentos, sino con harpías, capaces de devorar las entrañas de los comensales ya en vida. Por eso vive aquí la gente tan poco tiempo, por echarse a la andorga tal clase de hierbas, que da horror ya sólo nombrarlas, cuánto más comerlas. [825] Eso, unas plantas que no las tocan los animales, van los hombres y se las comen ellos.

BA.—Oye, ¿es que utilizas tú condimentos mágicos con los que alargas la vida humana?, ¿a qué si no tantos denuestos contra esa otra clase de condimentos?

CO.— Puedes afirmarlo con toda tranquilidad, porque hasta doscientos años pueden vivir [830] las gentes que coman los manjares que yo preparo. Es que yo, nada más echar en las cazuelas el cocilendro o el cepolendro o la mácide o la saucáptide, en seguida empiezan las cazuelas a hervir de por sí.

[835] Estas hierbas las utilizo para preparar los frutos del mar; los animales terrestres los condimento con hapalópside o con cataractria[48].

BA.—Anda y que Júpiter te confunda con tus condimentos y con toda esa serie de embustes que estás contando.

CO.— Déjame hablar, hombre.

BA.—Habla y vete al cuerno.

[840] CO.— Cuando hierven ya todas las cazuelas, las destapo todas; entonces el olor que despiden vuela hacia el cielo a mano suelta; Júpiter mismo cena el olor ese todas las noches.

BA.—El olor a mano suelta?

CO.— Me he confundido.

BA.—¿Cómo?

CO.— Quise decir a pierna suelta[49].

[845] BA.—Y si no vas a ninguna casa a guisar, ¿qué es lo que cena Júpiter?

CO.— Se va a la cama sin cenar.

BA.—¡Vete al cuerno! ¿Y para eso voy a pagarte yo hoy dos dracmas?

CO.— Yo confieso que soy un cocinero muy caro, pero conforme al precio es también la calidad de mi trabajo [850] en las casas a donde soy contratado.

BA.—Sí eso, para robar.

CO.— Oye, ¿es que pretendes tú encontrar algún cocinero sin uñas de milano o de águila?

BA.—¿Y es que pretendes tú ir a cocinar a ninguna parte sin que te hagan preparar la cena con las uñas cortadas? (A un esclavo.) [855] Ahora, tú, a ti, que eres de los míos, te ordeno que te des prisa en quitar de en medio todas las cosas y, además, que no pierdas de vista a éste: a donde quiera que dirija él su mirada, la diriges tú también; si va hacia donde sea, tú detrás; [860] si alarga la mano, tú otro tanto de lo mismo; si es que es algo suyo lo que coge, le dejas cogerlo, si echa mano a algo nuestro, lo agarras tú por otro lado; si da un paso, lo das tú también, si se para, tú igual, si se agacha, te agachas tú al mismo tiempo; [865] a sus pinches les daré también a todos un guardaespaldas particular.

CO.— No te pongas así, hombre, no seas tan pesimista.

BA.—Dime cómo es eso posible trayéndote a ti aquí a mi casa.

CO.— Pues porque con lo que te tragues hoy aquí por obra mía verás como te ocurre igual que a Pelias con Medea, [870] que con sus filtros y sus pócimas se cuenta que le volvió un pollo de un abuelo que era el hombre[50]. Igualito haré yo contigo.

BA.—Oye, tú, pero ¿es que eres también brujo?

CO.— No, al contrario, una salvaguarda del género humano.

[874-75] BA.—¡Anda ahí! ¿Cuánto me llevas por enseñarme una sola de tus recetas?

CO.— ¿Cuál?

BA.—De cómo te puedo guardar a ti para que no me robes nada.

CO.— Si te fías de mí, dos dracmas; si no, no lo hago ni por cien. Pero vamos a ver: ¿es a tus amigos o a tus enemigos a quienes vas a dar hoy una cena?

BA.—Hombre, naturalmente a mis amigos.

[880] CO.— ¿Y por qué no invitas mejor a tus enemigos? Porque es que yo voy a presentar a tus comensales una cena preparada de tal forma y condimentada con una exquisitez tal, que todos y cada uno de los que gusten de cada uno de mis platos van a tener que roerse los dedos.

[885] BA.—¡Hércules! por favor, anda y ve, y antes de ofrecérsela a ninguno de mis invitados, pruébala tú primero y dásela a probar a tus pinches, para que os roáis vuestras ladronas manos.

CO.— Me da a mí la impresión de que no me crees lo que digo.

BA.— Anda y no te pongas cargante; ya es demasiado lo que estás cascando, cierra el pico. [890] Mira, ésa es mi casa; entra y prepara la cena. Date prisa.

ESCL.(del cocinero)— ¡Ponte a la mesa y llama a los comensales, que se pasa la cena!

BA.— Ahí tienes; de tal palo tal astilla, el lameplatos este se porta ya también como un pícaro. Desde luego, no sé por dónde empezar a vigilar: [895] la casa está ya llena de ladrones, y aquí al lado (la casa donde vive Pséudolo) hay un bandido; el vecino de aquí, el padre de Calidoro, no ha parado de advertirme antes en el foro que tuviera cuidado con su esclavo Pséudolo y que no me fiara de él, porque dice que anda dando vueltas hoy para, [900] si puede, birlarme a la joven. Me ha dicho que le ha prometido firmemente que se llevará de mi casa a Fenicio por malas artes. Ahora me voy para dentro y avisaré a toda mi gente que no se fíen un pelo de él. (Entra en casa.)