ACTO I

ESCENA I
Pséudolo, Calidoro

PS.— Si fuera posible que, sin que tú, amo, me dijeras nada, averiguara yo cuáles son las penas que te afligen de esa forma tan lastimosa, [5] hubiera tenido el gusto de ahorrar al mismo tiempo un trabajo a dos personas, a mí el de preguntarte y a ti el de responderme; pero como veo que eso no puede ser, me veo obligado a preguntarte; contéstame: ¿cuál es el motivo [10] por el que llevas ya tantos días con el alma en los pies, siempre con esa carta a cuestas, y la bañas con tus lágrimas sin dar cuenta a nadie de lo que llevas por dentro?. Habla, para qua sepa yo contigo lo que ahora ignoro.

CALI.— Soy más desgraciado que desgraciado, Pséudolo.

PS.— No lo permita Júpiter.

CALI.— Este asunto no pertenece a la jurisdicción de Júpiter; [15] es bajo, el dominio de Venus, no de Júpiter donde se me trae a mal traer.

PS.— ¿Puedo saber de qué se trata? Hasta lo presente no habías tenido tú nunca secretos para mí.

CALI.— Ahora tampoco.

PS.— Hazme saber lo que te pasa; te ayudaré con dinero, o con mis servicios, o con un buen consejo.

[20] CALI.— Toma esta carta y entérate tú por ti mismo de cuál es la pena y cuáles son las cuitas que me consumen.

PS.— Se te dará gusto. Pero, oye, por favor, ¿qué es esto?

CALI.— ¿El qué?

PS.— Tengo la impresión de que estas letras quieren tener descendencia: se montan las unas encima de las otras.

CALI.— ¿Ya estás con tus bromas de siempre?

[25] PS.— Realmente creo que, si no es la sibila quien las lee, no hay otro que pueda descifrarlas.

CALI.— ¿Por qué hablas de esa manera tan dura de unas letras tan lindas, escritas por tan linda mano en una carta tan linda?

PS.— Oye tú, ¿es que acaso tienen manos las gallinas?, [30] porque de eso no hay duda, esta carta es una gallina quien la ha escrito.

CALI.— Te estás poniendo muy cargante; lee la carta o devuélvemela.

PS.— No, no, la leo de punta a cabo. Pon atención.

CALI.— Si tengo perdido el ánimo.

PS.— Pues cítalo, que comparezca.

CALI.— No, mejor yo guardaré silencio y hazle salir tú de la carta, que ahí tengo ahora puesta el alma y no dentro del pecho.

[35] PS.— (Mirando la carta.) Calidoro, estoy viendo a tu amiga.

CALI.— ¿Dónde está?

PS.— Aquí, mírala puesta en la carta (señalando el nombre de Fenicio); está echada aquí en la cera.

CALI.— ¡Los dioses todos te…

PS.— …guarden!

CALI.— Como hierba de verano, así de efímera ha sido mi existencia; rápido salí a la vida y rápida ha sido también mi muerte.

PS.— Calla mientras leo la carta.

[40] CALI.— ¡Lee ya entonces!

PS.— «Fenicio saluda a su amante Calidoro por medio de esta carta, de esta cinta[22] y de estas letras, en espera de la salud que tú me darás, entre lágrimas y sintiendo vacilar su alma, su corazón y su pecho».

[45] CALI.— ¡Ay de mí!, ¡si no encuentro por parte ninguna salud que enviarle, Pséudolo!

PS.— ¿Qué salud?

CALI.— Monetaria.

PS.— Pero ¿acaso quieres enviarle un saludo metálico por uno de madera? (señalando las tablillas de la carta) Mira bien lo que haces.

CALI.— Sigue leyendo, verás cómo te das cuenta entonces de la rapidez [50] con que necesito encontrar dinero.

PS.— «Cariño mío, el rufián me ha vendido por veinte minas a un forastero, un militar de Macedonia, que le ha entregado quince minas antes de marcharse; ahora, sólo restan cinco minas. [55] Por eso ha dejado el militar aquí una contraseña, el retrato suyo de su anillo impreso en cera, para que me dejen ir con el que traiga una contraseña igual que ésta. El día fijado para la entrega es el de las próximas fiestas de Dioniso.»

[60] CALI.— Eso es mañana; cerca tengo mi perdición si no es que me ayudas.

PS.— Deja que acabe de leer.

CALI.— Te dejo, porque me parece estar hablando con ella; lee, es una mezcla de dulzura y de amargor lo que me ofreces.

PS.— «Ahora, nuestros amores, todo a lo que estamos hechos y acostumbrados, [65] nuestros juegos y nuestras bromas, las cosas que nos decimos, los dulces besos, nuestros estrechos abrazos de enamorados, los suaves mordisqueos en los blandos labios, [67] las caricias en los henchidos pechos, todos estos placeres [70] van a sernos arrebatados, destrozados, aniquilados a mí e igualmente a ti, si no encontramos o yo en ti o tú en mí algún medio de salvación. Yo he procurado que sepas esto tanto como yo; ahora llega el momento de ponerte a prueba si es que amas de verdad o si no haces más que fingir».

CALI.— ¡Qué carta tan lastimosa, Pséudolo!

PS.— ¡Oh, sí, lastimosísima!

[75] CALI.— ¿Por qué no lloras?

PS.— Mis ojos son de piedra pómez; no puedo convencerlos de que echen ni una sola lágrima.

CALI.— ¿Y por qué?

PS.— Es que nuestra familia ha sido siempre de ojos muy secos.

CALI.— ¿No quieres ayudarme?

PS.— ¿Qué es lo que puedo hacer por ti?

CALI.— ¡Ay!

PS.— ¿Ay?, con eso, Hércules, no tienes que andar ahorrando; yo te daré cuanto quieras.

[80] CALI.— Soy un desgraciado, no encuentro por parte ninguna dinero a préstamo.

PS.— ¡Ay!

CALI.— Y en casa no tengo ni un céntimo.

PS.— ¡Ay!

CALI.— El militar se llevará mañana a mi amiga.

PS.— ¡Ay!

CALI.— ¿Ésa es la forma que tienes de ayudarme?

PS.— Yo te doy lo que tengo, que de ayes tengo conmigo un tesoro inextinguible.

[85] CALI.— Hoy es el día de mi perdición. Pero ¿puedes tú prestarme una dracma y yo te la devuelvo mañana?

PS.— ¡Hércules! yo creo que apenas podría ni que diera en prenda toda mi persona; pero ¿qué quieres hacer con ella?

CALI.— Comprarme una soga.

PS.— ¿Para qué?

[90] CALI.— Para colgarme. Estoy decidido a entregarme a la noche eterna antes de esta noche.

PS.— ¿Y quién va entonces a devolverme la dracma si te la doy?, ¿es que quieres acaso colgarte precisamente para birlarme la dracma si te la presto?

[95] CALI.— Yo, desde luego, si se me separa de ella y se la llevan, no puedo seguir viviendo de ninguna manera. PS.— ¿Por qué lloras, tontaina? Vivirás.

CALI.— ¿Cómo no voy a llorar, si no tengo una sola moneda ni esperanza de encontrar un céntimo en parte ninguna?

[100] PS.— Según lo que yo deduzco de lo que dice la carta, si no le lloras al rufián con lágrimas monetarias, con esas otras que viertes ahora no vas a conseguir ni más ni menos que echando agua en un cedazo. Pero no te apures, que yo no te los abandonaré en tus amores. [105] Tengo la firme esperanza de encontrarte una ayuda monetaria de donde sea, por buenos o malos medios[23]; por arte de qué va a suceder no lo podría decir, lo único que sé es que será así, que siento que me dan saltos las cejas[24].

CALI.— ¡Ojalá que los hechos respondan a tus palabras!

PS.— Hércules, Calidoro tú ya sabes cuando yo me lo pongo en campaña la clase [110] y el tamaño de los líos que suelo organizar.

CALI.— En ti tengo puestas ahora todas mis esperanzas.

PS.— ¿Te quedas contento si te pongo hoy a la joven en tus manos o si te entrego veinte minas?

CALI.— Desde luego, supuesto que vaya a ser una realidad.

[115] PS.— Pídeme veinte minas, para que tengas así la seguridad de que voy a llevar a cabo mi promesa, venga, pídemelas, Hércules, yo te lo ruego, que me muero por prometértelas.

CALI.— ¿Me entregarás hoy veinte minas?

PS.— Te las entregaré. Ahora ya no me fastidies más. Y además te digo otra cosa, no vayas a decir luego que no te he avisado: [120] si no encuentro otro a quien estafar, estafaré a tu padre.

CALI.— Los dioses te me conserven siempre. Pero si es posible, en atención a la piedad filial… si quieres, también a mi madre.

PS.— Por lo que respecta a este asunto, puedes dormir tranquilo… sobre los dos ojos.

CALI.— ¿Los ojos?, las orejas, querrás decir[25].

PS.— Bueno, pero es que lo primero no es tan corriente.

[125] PS.— (Al público.) Ahora, para que nadie pueda decir que no ha sido informado, os comunico a todos, a la asamblea en pleno, a todo el pueblo, a todos mis amigos y conocidos, que por el día de hoy tengan cuidado conmigo, que no me den crédito.

[130] CALI.— ¡Chis, calla, Hércules, por favor!

PS.— ¿Qué ocurre?

CALI.— Ha sonado la puerta del rufián.

PS.— ¡Ojalá fueran los huesos de sus piernas los que hubieran sonado!

CALI.— Y sale él mismo en persona, el perjuro ese.

ESCENA II
Balión, Esclavos, Cortesanas, Pséulodo, Calidoro

BA.—(A los esclavos.) ¡Afuera, afuera, haraganes, inútiles, malas piezas! Jamás se os pasa por las mientes portaros como es debido, no hay medio de servirse de vosotros [135] como no sea de esta forma (los golpea). Yo no he visto en mi vida hombres más parecidos a los asnos, tienen las espaldas hechas un puro callo a fuerza de golpes; si los pegas, eres tú el que te haces daño; verdaderamente que no se da abasto con látigos para ellos, no tienen otra cosa en la cabeza, si se les presenta la ocasión, más que venga a arramblar con lo que sea, a robar, a quedarse con todo, a rapiñar, a beber [140-41], a comer, a darse a la fuga, esto es en realidad su oficio, de forma que preferirías poner lobos a guardar ovejas que no a éstos tu casa. Y luego, si te fijas en ellos, no tienen aspecto de malos, es con sus obras con las que te engañan. Ahora, como no atendáis a las órdenes que os voy a dar, como no desterréis de vuestro pecho y de vuestros ojos el sueño y la pereza, [145] os voy a dejar las costillas de tantos colores que vais a dejar atrás a los bordados de las colchas de Campania y a los tapices de Alejandría con sus figuras de animales. Ya ayer había dado órdenes a todos y había distribuido a cada uno su tarea, pero es que sois malos por naturaleza [150] de forma que obligáis a que se os recuerde vuestro deber a fuerza de latigazos; os conducís de manera que vencéis por vuestra contumacia a la correa esta y a mí; fíjate, fíjate, están nada más que en otras cosas ¡Atended aquí, prestad atención, escuchad lo que os digo, raza de apaleados! Os juro que jamás será más duro vuestro pellejo que [155] esta correa que veis en mi mano (los azota): ¿qué, os duele? Ahí tenéis, así se hace con los esclavos que no hacen caso a su amo. Colocaos todos ahí frente a mí y atended bien a lo que os digo: tú, el del cántaro, trae agua y cuídate de llenar el perol del cocinero; a ti, el del hacha, te pongo al frente de los asuntos leñeros.

ESCL.— Pero es que esta hacha está embotada.

[160] BA.—Déjalo, también lo estáis vosotros a fuerza de golpes ¿y es que acaso me sirvo menos de vosotros por eso? (A otro.) A ti te doy el cargo de la limpieza de la casa; buena tarea te espera: deprisa, adentro. (A otro.) Tú, prepara los divanes, ten limpia la plata y ponla en la mesa. Encargaos de que me lo encuentre todo a punto cuando vuelva del foro, que todo esté barrido, regado, limpio, preparado, fregado, guisado; [165] porque hoy es el día de mi cumpleaños y vosotros todos debéis celebrarlo junto conmigo. (A un esclavo.) Pon en agua el jamón, corteza de tocino, papada y tetilla de cerdo, ¿te enteras? Quiero acoger a lo grande hoy en mi casa a personas de mucho rango, para que tengan la impresión de que nado en la abundancia. Entrad y daos prisa, que no haya que andar esperando cuando llegue el cocinero; yo me voy ahora al mercado, para comprar todo el pescado que haya al precio que sea. (Al esclavo.) [170] Ve tú por delante, chico; hay que andarse con cuidado de que nadie le haga un agujero a la bolsa… o no, espera, por poco se me olvida decir una cosa aquí en casa; ¿me oís?, a vosotras, jóvenes, tengo que daros las siguientes órdenes: vosotras, que os pasáis la vida en medio del lujo, la molicie, las caricias, en compañía de los más altos personajes, vosotras, renombradas cortesanas, [175] yo voy a saber ahora y a enterarme cuál de vosotras trabaja por su libertad y cuál no piensa más que en su estómago, cuál en sus intereses y cuál sólo en dormir; cuál puedo calcular que será mi liberta y a cuál voy a poner a la venta. Ocupaos de que se den hoy aquí cita de parte de vuestros amantes un sinnúmero de regalos para mi persona, que si no se me llena la despensa para todo un año, mañana mismo os pongo en la calle como fulanas públicas. Ya sabéis que hoy es el día de mi cumpleaños, ¿dónde están todos esos para quienes sois la niña de sus ojos, su vida, [180] «ay, encanto, dame un besito, ay, qué tetitas, dulzura mía». Traédmelos aquí enseguida ante la casa, un ejército de donantes cargados de regalos. ¿Para qué, si no, pongo a vuestra disposición vestidos, joyas y todo lo que necesitáis?, ¿qué otra cosa tengo de vuestro trabajo aparte de perjuicios, malvadas? No pensáis más que en el vino; con él os llenáis la andorga, mientras que yo estoy aquí sin probar gota. [185] Ahora lo mejor es ir llamando a cada una por su nombre, para que no me venga luego ninguna con que no ha sido advertida. Atended todas. Por ti empiezo, Hedilio, que tienes amigos entre los comerciantes en granos, que disponen todos en casa de montones de trigo como montañas: [190] procura que se me traiga aquí grano suficiente para el año para mí y toda mi casa, y que nade en trigo de tal forma que la gente me cambie el nombre y que, en vez del rufián Balión, me llamen el rey Jasón[26].

CALI.— ¿No oyes lo que dice el maldito? ¡qué fanfarronerías!, ¿eh?

PS.— Desde luego, y no sólo eso, sino, además, también qué fechorías, [195] pero calla y pon atención.

BA.—Escrodora, tú que tienes por amigos a los émulos de los rufianes, los carniceros, que al igual que nosotros se buscan sus ganancias de mala manera con sus perjurios[27], escúchame: si no tengo hoy en mi poder tres garabatos de carnicero cargados con lomos de buen peso, mañana, como [200] se cuenta de los dos hijos de Júpiter que ataron a Dirce a un toro[28], así te voy a descuartizar colgada del garabato de la carne: ése será el toro para ti.

CALI.— Me estoy poniendo furioso de oírle.

[202] PS.— ¡Mira que tolerar la juventud ateniense que viva aquí un hombre como éste!, ¿dónde están, donde se encubren esos individuos en la flor de la vida que buscan sus amores en casa del rufián?, [204] ¿por qué no se aúnan todos para liberar de tal calamidad al pueblo? [205-205a] Pero ¡ay!, necio de mí! ¡qué ignorancia! [205-205c] ¿van a lanzarse a hacer una cosa así aquellos a los que el amor obliga a ponerse al servicio de los rufianes, impidiéndoles al mismo tiempo emprender nada que vaya en contra de los deseos de éstos?

CALI.— ¡Ay, calla!

PS.— ¿Qué es lo que ocurre?

CALI.— No me sabes llevar el aire, me estás fastidiando, [210] no me dejas oír lo que dice el otro.

PS.— Me callo.

CALI.— Mucho mejor sería que te callaras que no dijeras que te ibas a callar.

BA.—Y tú, Xitilis, atiéndeme bien: tus amantes, ésos nadan en aceite de oliva; si no se me pone aquí rápido a odres plenos, te meteré mañana a ti en uno de los tales y te haré llevar a la pérgola[29]; [215] allí se te dará un lecho, pero no para que cojas el sueño, sino para que hasta que ya no puedas con más… ya sabes a lo que me refiero. ¡Qué, víbora!, tú que tienes tantos amigos tan bien forrados de aceite ¿acaso has movido un dedo para que ninguno de tus consiervos tenga un tanto así más de brillo en la cabeza?, [220] ¿o es que ni yo mismo puedo hacerme preparar la carne con un poco más de resbalante? Pero eso ya me lo sé yo: es que a ti el aceite no te dice mucho, es con el vino con lo que te unges; deja, que yo te lo haré pagar todo de un solo golpe, ¡Hércules! si no es que das cumplimiento hoy a todo lo que te digo. [225] Y tú que me estás siempre con la cantinela de que vas a pagarme el dinero por tu libertad, no sabes más que hacer promesas, pero cumplir lo que has prometido, eso no lo sabes, Fenicio, contigo hablo, tú, la preferida de la aristocracia: si hoy no se me trae toda clase de provisiones de las fincas de tus amigos, mañana, Fenicio, pararás en la pérgola con la piel de color púrpura[30].

ESCENA III
Calidoro, Pséudolo, Balión

[230] CALI.— Pséudolo, ¿no oyes lo que dice?

PS.— Sí que lo oigo, amo, y bien atento que estoy.

CALI.— ¿Qué me aconsejas que le mande, para que no prostituya a mi amiga?

PS.— No te preocupes, tú tranquilo; yo tomaré las medidas necesarias en mi nombre y en el tuyo. Ya hace tiempo que estamos el tipo ese y yo pero que en muy buenas relaciones, nuestra amistad data ya de años: verás cómo le mando en el día de su cumpleaños un regalo de muy mala catadura y muy en su punto.

[235] CALI.— Y eso ¿para qué?

PS.— ¿No tienes otra cosa de qué ocuparte?

CALI.— Pero…

PS.— No hay pero que valga.

CALI.— Es que sufro mucho.

PS.— Hazte el fuerte.

CALI.— No puedo.

PS.— Pues haz por poder.

CALI.— ¿Cómo puedo dominar mis sentimientos?

PS.— Dale preferencia a lo que de hecho sirva a tus intereses y no des oídos en la adversidad a lo que te dictan los sentimientos.

[238] CALI.— ¡Pamplinas!, un enamorado no está contento si no hace locuras.

PS.— ¿Otra vez con las mismas?

CALI.— ¡Oh, Pséudolo de mi alma, [239] déjame desvariar déjame, por favor!

PS.— Te dejo; déjame ir.

[240] CALI.— Espera, espera, estoy dispuesto a hacer todo lo que tú me digas.

PS.— Ahora te pones en razón.

BA.—El tiempo corre; yo mismo me estoy deteniendo; [240a] hale, chico, ve por delante.

CALI.— ¡Eh, que se va!, ¿por qué no le llamas? PS.— ¿A qué esas prisas? Calma.

CALI.— Pero antes de que se vaya.

[242] BA.—(A su esclavo.) ¡Maldición, chico!, ¿a qué esa calma?

PS.— ¡Tú, el del cumpleaños, eh, el del cumpleaños, a ti te digo, eh, el del cumpleaños! vuélvete y échanos una mirada; aunque andas de trajín, te detenemos, [245] ¡espera! que hay aquí quienes quieren hablarte.

BA.—¿Qué es esto? ¿quién es el que se atreve a entretenerme en forma tan inoportuna con las prisas que llevo?

PS.— Uno que fue tu salvación.

BA.—Muerto es quien fue; yo necesito a alguien que viva ahora.

PS.— No tantos humos.

BA.—¡No tanta pesadez!

CALI.— (A Pséudolo.) ¡Sujétale, alcánzale!

BA.—Hala, chico.

[250] PS.— Vamos a cortarle el paso por aquí. BA.—¡Júpiter te confunda, quienquiera que seas!

S.— A ti… quiero hablarte.

BA.—Pero yo no quiero hablar con ninguno de los dos; sigue por este otro lado, chico.

PS.— ¿No podemos hablar contigo?

BA.—No, no tengo ganas.

PS.— ¿Y si es algo que te interesa?

BA.—Vamos a ver: ¿me va a ser posible seguir mi camino o no me va a ser posible?

[255] PS.— ¡Ah, quieto ahí!

BA.—¡Déjame!

CALI.— Balión, escucha.

BA.—Sordo soy, al menos para un palabrero.

CALI.— Mientras que tuve, te di.

BA.—Yo no te reclamo lo que me diste.

CALI.— Y te daré cuando tenga.

BA.—Llévatela cuando llegue ese caso.

CALI.— ¡Ay, qué forma tan triste de perder lo que te llevé y te di!

[260] BA.—Después que tus bienes han fenecido, me vienes con palabrerías; eres un necio, lo pasado, para siempre ausentado.

PS.— Reconoce al menos a éste que está aquí.

BA.—Ya hace tiempo que sé quién fue; quien sea ahora eso es cosa suya. ¡Hala, tú! (al esclavo).

PS.— ¿No va a ser posible que eches una sola mirada para acá, Balión?, vas a sacar provecho de ello.

[265] BA.—Con esa condición, lo haré; que dado el caso que estuviera ofreciendo un sacrificio al soberano Júpiter y que tuviera ya las entrañas en la mano para ponerlas sobre el altar, si entre tanto se me ofrece alguna ganancia, dejaré a la mitad la ceremonia. Sea lo que sea, ante un deber tal queda todo a un lado.

PS.— Hasta los dioses, a quienes debemos, sobre todo, temor y reverencia, le importan un pelo a éste.

[270] BA.—Voy a hablarle: ¡salud, tú, el esclavo más pillo de toda Atenas!

PS.— Los dioses y las diosas todas te bendigan, según los deseos de éste o los míos propios o, para el caso de que te merezcas otra cosa, que ni te bendigan ni te protejan.

BA.—¿Qué tal, Calidoro, que se hace?

CALI.— Amar y pasar apuros.

BA.—Yo me apiadaría de ti si la piedad sirviera para alimentar a las gentes de mi casa.

[275] PS.— Anda, nosotros te conocemos muy bien, no nos vengas con explicaciones. Pero ¿sabes qué es lo que queremos?

BA.—Sí, más o menos lo siguiente: que me parta un rayo.

PS.— Eso, y luego otra cosa, que es por lo que te detenemos. Préstame atención, por favor.

BA.—Soy todo oídos. Pero abrevia, que ando muy ocupado.

PS.— Aquí a éste le da apuro que, después de haberte hecho una promesa y haberte dado un plazo para cumplirla; [280] no te ha entregado aún las veinte minas por su amiga.

BA.—El apuro es más fácil de sobrellevar que el disgusto: a él le da apuro de que no ha pagado, yo tengo disgusto de no haber recibido.

PS.— Pero te lo dará, ya encontrará el medio que sea; espera sólo un par de días. Es que él tiene miedo de que la vendas a causa de sus diferencias contigo.

[285] BA.—Si hubiera querido, habría tenido ya hace tiempo ocasión de darme el dinero.

CALI.— Pero ¿y si es que no lo tenía?

BA.—Si estabas enamorado, lo hubieras encontrado a préstamo, hubieras ido al usurero, le hubieras propuesto algún aumento de los intereses, se lo hubieras sisado a tu padre.

PS.— ¿A su padre se lo iba a sisar, descarado? Desde luego, no hay peligro de que tú des un buen consejo.

BA.—No sería rufianesco.

[290] CALI.— ¿Que le iba yo a haber podido sisar algo a mi padre, un viejo tan avisado? Y además, aunque me hubiera sido posible, la piedad filial me lo prohíbe.

BA.—Bien, entonces abraza por las noches a la piedad filial en lugar de a Fenicio. Pero, puesto que según veo antepones la piedad filial a tus amores, ¿es que todos los hombres son tus padres?, [295] ¿no hay ninguno a quien pedirle un préstamo?

CALI.— ¡Un préstamo!: esa palabra ha dejado ya de existir.

PS.— Oye, tú, es que desde que bien hartos abandonan las mesas[31] esos individuos que te exigen lo suyo pero sus deudas no se las paga a nadie, a la vista de eso, pues todos andan con más precaución de no prestarle nada a nadie.

CALI.— ¡Ay qué desgraciado soy, no me es posible encontrar por parte ninguna ni un céntimo, [300] y así, pobre de mí, me muero de amor y de falta de dinero!

BA.—¡Hércules! pues compra aceite a crédito y véndelo al contado, verás qué pronto te encuentras en la mano hasta doscientas minas, por Hércules.

CALI.— ¡Ay de mi! la ley de los veinticinco años[32] es mi perdición, todos tienen miedo a darme crédito.

BA.—La mismísima ley vale para mí: tengo miedo a dar crédito.

[305] PS.— Conque dar crédito, ¿eh? Oye, ¿es que acaso te parece todavía poco el provecho que has sacado de éste?

BA.—Un enamorado como es debido es sólo aquel que eterniza sus dones; tiene que dar, dar sin tregua. Cuando no tenga nada, que deje también de amar.

CALI.— ¿Es que no sientes compasión ninguna?

BA.—Tú vienes con las manos vacías, tus palabras no son «sonantes». De todos modos, por lo que a mí respecta prefería verte en vida y con salud.

PS.— Oye, ¿pero es que acaso está muerto?

[310] BA.—Sea como sea, para mí, desde luego, con eso que dice, es como si estuviera muerto. El enamorado vive hasta el punto y hora en que viene con súplicas al rufián. Tú debes venir a mí siempre con quejas acompañadas de monedas; que esos lamentos con los que me vienes ahora de que «no tengo, no tengo», es como si fueras y se lo contaras a tu madrastra.

PS.— Oye, ¿es que tú te has casado con el padre de éste?

[315] BA.—¡No lo permitan los dioses!

PS.— Haz lo que te pedimos, Balión: yo salgo garante, si tienes miedo de fiarte de éste; en estos tres días sacaré yo de donde sea, por tierra o por mar, el dinero para entregártelo.

BA.—¿Que a ti te voy yo a dar crédito?

PS.— ¿Y por qué no?

BA.—Porque te juro que lo mismo sería atar con tripas de cordero a un perro que se escapa.

[320] CALI.— ¿Ése es el agradecimiento que me tienes por lo bien que me he portado contigo?

BA.—A ver, ¿algo más?

CALI.— Sí, espera unos días; no la vendas ni pierdas a un hombre enamorado.

BA.—No te apures, que estoy dispuesto a esperar hasta seis meses.

CALI.— ¡Bravo, eres la amabilidad en persona!

BA.—Pues aguarda ¿quieres que te ponga aún más contento de lo que estás?

[325] CALI.— ¿Cómo pues?

BA.—Ya no tengo puesta a la venta a Fenicio.

CALI.— ¿No?

BA.—¡Hércules, no!

CALI.— Pséudolo, ve y trae víctimas de todas clases, menores y mayores, y carniceros, para que haga un sacrificio en honor de este mi Júpiter, que él es ahora para mí mucho más Júpiter que Júpiter en persona.

BA.—Yo no quiero víctimas mayores, yo quiero que se me aplaque con entrañas de cordero.

[330] CALI.— (A Pséudolo) ¡Rápido!, ¿qué haces ahí parado? Ve y trae corderos, ¿no oyes lo que dice Júpiter?

PS.— Ahora mismo estoy de vuelta, pero primero tengo que ir a la carrera a la puerta de la ciudad.

CALI.— ¿Y eso por qué?

PS.— De allí traeré dos carniceros, pero de esos de las campanillitas[33]; al mismo tiempo traeré dos rebaños de varas de olmo, que se quede el Júpiter este satisfecho con nuestro sacrificio.

[335] BA.—¡Vete a la horca!

PS.— Allí irá nuestro rufianesco Júpiter.

BA.—(A Calidoro) A ti te convendría que yo me muriera.

CALI.— ¿Por qué?

BA.—Porque mientras que yo esté en vida no serás tú una persona de bien. Pero a ti (Pséudolo) no te conviene que yo me muera. PS.— ¿Por qué?

BA.—Porque si yo desaparezco no habrá otro más malo que tú en toda Atenas. [340]

CALI.— Por favor, Balión, contéstame ahora en serio a mi pregunta: ¿ya no tienes en venta a Fenicio?

BA.—Claro que no la tengo, por la sencilla razón de que la he vendido ya.

CALI.— ¿Cómo?

BA.—Sin abalorios, pero con todas sus entrañas.

CALI.— ¿Que tú has vendido a mi amiga?

BA.—Y tanto, por veinte minas. [345]

CALI.— ¿Por veinte minas?

BA.—Si lo prefieres, por cinco veces cuatro minas, a un militar macedonio, y quince minas obran ya en mi poder.

CALI.— ¿Qué es lo que oigo?

BA.—Que tu amiga ha quedado convertida en monedas.

CALI.— ¿Cómo te has atrevido a hacer una cosa así?

BA.—Me ha dado la gana, era mía.

CALI.— ¡Eh, Pséudolo, ve y trae una espada!

PS.— ¿Para qué una espada?

CALI.— Para matar a éste… y a mí.

[350] PS.— Mátate a ti solo, que éste va a morir de hambre de todos modos.

CALI.— Dime, tú, el más perjuro de los mortales, ¿no me habías jurado que no se la venderías a nadie más que a mí?

BA.—Exacto.

CALI.— ¿Y además con juramento solemne?

BA.—Solemne y perenne[34].

CALI.— Has cometido un perjurio, malvado.

[355] BA.—Pero me he metido el dinero en el bolsillo; yo, que soy un malvado, puedo disponer de dinero; tú, que eres una persona honrada, de tan buena familia, no tienes una perra.

CALI.— Pséudolo, ponte ahí a ese otro lado y llénale de insultos. PS.— De acuerdo: ni siquiera al pretor correré tan a la carrera para que me dé la libertad.

CALI.— Insúltale sin parar.

[360] PS.— Te voy a hacer trizas a fuerza de insultos. ¡Sinvergüenza!

BA.—Muy bien.

CALI.— ¡Criminal!

B A.— Tienes toda la razón.

PS.— ¡Bribón!

BA.—¿Por qué no?

CALI.— ¡Violador de sepulturas!

BA.—Desde luego que sí.

PS.— ¡Malhechor!

BA.—¡Estupendo!

CALI.— ¡Traidor!

BA.—Eso es lo mío.

PS.— ¡Parricida!

BA.—(A Calidoro.) Venga, ahora tú.

CALI.— ¡Sacrílego!

BA.—Confieso que sí.

PS.— ¡Perjuro!

BA.—¡Vaya novedad!

CALI.— ¡Violador de las leyes!

BA.—Y tanto.

PS.— ¡Ruina de la juventud!

BA.—¡De todas todas!

[365] CALI.— Ladrón!

BA.—¡Bravo!

PS.— ¡Desertor!

BA.—¡Ahí va!

CALI.— ¡Estafador público!

BA.—Totalmente de acuerdo.

PS.— ¡Impostor!

CALI.— ¡Puerco!

PS.— ¡Rufián!

CALI.— ¡Lodazal!

BA.—¡Qué buenos cantantes!

CALI.— Has azotado a tu padre y a tu madre.

BA.—Y los maté antes que tener que alimentarlos: ¿qué mal hay en ello?

PS.— Estamos echando agua en un cedazo, perdemos el tiempo.

[370] BA.—¿Tenéis algo más que decir?

CALI.— ¿No tienes vergüenza?

BA.—¿No la tienes tú de haber resultado un enamorado más vacío que una nuez vana? Así y todo, a pesar de vuestros insultos, si el militar no me trae las cinco minas hoy, que es el día fijado para la entrega, [375] si no las trae, digo, me parece que puedo hacer de las mías.

CALI.— ¿Y qué es eso?

BA.—Si tú me traes el dinero, me vuelvo atrás de mi trato con él; ése es mi oficio. Si tuviera tiempo, seguiría hablando contigo; pero estando limpio de dinero, es inútil que me pidas que me compadezca de ti. Ya sabes mi decisión, o sea, que delibera qué es lo que debes hacer.

[380] CALI.— ¿Te vas ya?

BA.—Tengo mucho que hacer ahora.

PS.— Pues ya verás después. (Balión se va.) Este es mío, si no es que estoy totalmente dejado de la mano de los dioses y los hombres; le voy a dejar igual de limpio que los cocineros a las morenas. Ahora, Calidoro, quiero que me prestes tu colaboración.

CALI.— ¿Qué es lo que me ordenas?

PS.— Yo tengo la intención de poner sitio a esta ciudad (señalando la casa del padre de Calidoro): de forma y manera que sea conquistada en el día de hoy. [385] A este fin se precisa de un hombre astuto, listo, avisado y ladino, que ponga por obra las instrucciones que yo le dé, no uno que duerma despierto.

CALI.— Pero dime: ¿qué es lo que piensas hacer?

PS.— Ya lo sabrás a su tiempo; no quiero andar repitiendo las cosas, que también así son ya las comedias más largas de lo debido.

CALI.— Tienes toda la razón.

PS.— Venga, rápido, ponme aquí en seguida, un tipo como te he dicho.

[390] CALI.— Si vas a ver, son, entre muchos amigos, muy pocos los que lo son de verdad.

PS.— Ya lo sé; o sea que tienes que hacer una doble selección: primero escoge unos pocos de entre muchos, y de esos pocos, dame uno que sea amigo de verdad.

CALI.— A ahora mismo te lo pongo aquí.

PS.— ¿Acabarás ya de irte? Tú mismo eres quien te detienes con tanto charlar. (Se va Calidoro)

ESCENA IV
Pséudolo

[395] Se fue, solo te has quedado, Pséudolo. ¿Qué es lo que vas a hacer ahora, después de que has echado el resto haciendo esas fantásticas promesas al hijo del amo?, ¿se puede saber dónde quedan? Sin tener a punto ni una gota de plan fijo, ni, todavía menos el dinero, ni… Ahora ya sé lo que voy a hacer: no sabes ni por dónde has de empezar tu trama ni hasta dónde has de continuar para acabarla; [400] pero como el poeta cuando se pone a escribir busca lo que no existe en parte ninguna, y, así y todo, lo encuentra y le da aspecto de verdad a lo que no es sino mentira, yo ahora seré un poeta: veinte minas, [405] que no aparecen por ninguna parte, yo las encontraré. Además, que ya le había dicho que se las iba a dar y quise lanzar mi dardo contra nuestro viejo, pero es que él, no sé cómo, se lo barruntó. Pero tengo que acallar mi voz y dejar de hablar: [410] ahí veo a Simón venir hacia acá con su vecino Califón; ahí está el viejo sepulcro, de donde desenterraré hoy veinte minas para entregárselas a su hijo. Voy a retirarme a esta parte, para poder escuchar desde aquí su conversación.

ESCENA V
Simón, Pséudolo, Califón

[415] SIMÓN.— Si se eligiera ahora en Atenas del Ática un dictador de entre el gremio de los pródigos o los galanes enamorados, estoy seguro de que sería mi hijo el que se llevara la palma: no se oye otra cosa por toda la ciudad sino que quiere dar la libertad a su amiga y que anda buscando dinero al efecto. Esto es lo que me cuentan los demás, [420] pero hace ya tiempo que me había yo percatado de ello y me lo estaba oliendo, sólo que hacía por disimular.

PS.— (Aparte.) ¡Con que le apesta ya su hijo! La cosa está perdida, estamos en un callejón sin salida, el lugar hacia donde yo quería dirigirme para hacer mis provisiones… monetarias, en esa dirección está cortado el camino. [425] Se lo ha olido: nos quedamos sin botín.

CALIF.— Lo que es esas personas que propalan chismes y los que les prestan oídos, si por mí fuera, debían colgarlos a todos, a los que los cuentan, por la lengua, y a los que los escuchan, por las orejas; [430] porque esas historias con que te vienen de que si tu hijo está enamorado y de que si quiere birlarte dineros, quién sabe si quizá no son todo más que habladurías, y en el caso de que fueran verdad, sobre todo tal como andan hoy en día las costumbres, ¿qué es lo que habría hecho de particular?, ¿es que es acaso una novedad el que un muchacho joven esté enamorado [435] y quiera liberar a su amiga?

PS.— (Aparte.) ¡Huy, qué encanto de viejo!

SIMÓN.— Yo soy un hombre chapado a la antigua, y no quiero que se porte así.

CALIF.— Pues mira; no sacas nada con no quererlo, o en tal caso, no debías tú haber hecho lo mismo en tu juventud; un padre que exige que su hijo sea mejor de lo que él fue, debe ser el mismo una persona de bien, [440] porque anda que tú, de los despilfarros y de las calaveradas que hiciste habría para repartir a todos los ciudadanos por cabeza ¿y luego te asombras de que el hijo salga a su padre?

PS.— ¡Oh, Zeus! qué pocas personas hay que sepan tener un poco de comprensión. Eso es un padre que se porta como se debe con su hijo.

[445] SIMÓN.— ¿Quién habla por aquí? Anda, si es mi esclavo Pséudolo; éste es el que tiene echado a perder a mi hijo, el muy bribón; él es su guía y su maestro, no estoy sino deseando mandarle a la horca.

CALIF.— Simón, yo te lo aviso, es una necedad el enfadarse así por las claras. [450] Cuánto mejor sería abordarle con buenas palabras e indagar si son ciertas o falsas las cosas que te cuentan. En la adversidad, si sabes conservar la calma, reduces a la mitad las penas.

SIMÓN.— Seguiré tus consejos.

PS.— (Aparte.) Esos vienen derechitos hacia ti, Pséudolo, [455] ponte en forma para dirigirte contra el viejo: salud, en primer lugar a mi amo, tal como corresponde después; si es que sobra algo, salud también para los vecinos.

SIMÓN.— ¡Salud!, ¿qué se hace, Pséudolo?

PS.— Pues eso, estar aquí en pie, como ves.

SIMÓN.— ¡Fíjate, fíjate, Califón, qué ademanes se gasta, ni que fuera un rey!

CALIF.— Sí, ya lo veo, estupendo, y qué seguro de sí mismo.

[460] PS.— A un esclavo inocente y sin tacha le cuadra mantener alta la cabeza sobre todo frente a su amo.

CALIF.— Pséudolo, querernos hacerte algunas preguntas sobre unos rumores que han llegado a nuestros oídos así de una forma un poco vaga.

[465] SIMÓN.— Verás cómo te engatusa éste, espera, que vas a pensar que no es Pséudolo sino Sócrates quien habla contigo.

PS.— Sí, ya hace tiempo que tú me tienes en nada, no creas que no me doy cuenta. Ya lo sé que no tienes mucha confianza en mí. Tú querrías que yo fuera un bribón, pero no por eso voy a dejar de ser una buena persona.

SIMÓN.— Pséudolo, yo te lo ruego, haz sitio en la morada de tus oídos [470] para que puedan tomar asiento mis palabras en el lugar al que las dirijo.

PS.— Hale, di lo que quieras, aunque en sí estoy a malas contigo.

SIMÓN.— ¿Tú, el esclavo, vas a estar a malas conmigo que soy tu amo?

PS.— ¿Y es que acaso te parece eso una cosa tan de extrañar?

SIMÓN.— ¡Hércules! Tal como te expresas, no parece sino que tengo que guardarme de tus iras. [475] Y además, que los golpes que tú pretendes darme son otros que los que yo suelo darte a ti. ¿Qué dices tú, Califón?

CALIF.— Pues yo pienso que tiene razón de estar molesto contigo, si es que tú le muestras tan poca confianza.

SIMÓN.— Es igual, dejémosle estar molesto; ya me encargaré yo de que no me cause perjuicios. Pero a ver, Pséudolo, ¿qué me dices a mi pregunta?

[480] PS.— Si tienes alguna pregunta que hacerme ¡adelante!; lo que yo sepa, puedes decir que es el oráculo de Delfos quien te da la respuesta.

SIMÓN.— Préstame entonces atención y ten presente esa promesa que me haces. Dime: ¿sabes acaso si mi hijo anda enamorado de una flautista?

PS.— ¡Yes![35].

SIMÓN.— ¿Y que quiere darle la libertad?

PS.— ¡Yes!

[485] SIMÓN.— ¿Y que tú tienes el plan de birlarme veinte minas con tus embustes y tus sabios ardides?

PS.— ¿A ti te las voy a birlar?

SIMÓN.— Sí, eso, para dárselas a mi hijo para que pueda comprar a su amiga: ¡Anda, confiésalo, di otra vez «yes»!

PS.— ¡Yes!

CALIF.— ¡Lo confiesa!

SIMÓN.— ¿No te lo había dicho yo, Califón?

[490] CALIF.— Sí, sí, lo recuerdo perfectamente.

SIMÓN.— ¿Por qué me lo has ocultado una vez que lo supiste?, ¿por qué no lo he sabido yo?

PS.— Yo te lo diré: porque no quería ser yo el promotor de una costumbre tan fea como que un esclavo acuse a uno de sus amos ante el otro.

SIMÓN.— Este se merecía que le agarraran por el cuello y le llevaran al molino.

[495] CALIF.— Pero ¿es acaso culpable?

SIMÓN.— ¡Y en grado sumo!

PS.— Deja yo sé lo que me hago, Califón; mis faltas mías son. (A Simón.) Ahora escucha por qué no te he dado cuenta de los amores de tu hijo: sabía que me esperaba el molino si te lo decía.

[500] SIMÓN.— ¿Y no sabías que te esperaba el molino si me lo callabas?

PS.— Claro que lo sabía.

SIMÓN.— ¿Por qué no se me ha dicho entonces?

PS.— Pues porque en el primer caso, el castigo era inminente, en el segundo estaba lejos; lo primero era cosa hecha, para lo segundo había todavía un poco de plazo.

SIMÓN.— ¿Y qué es lo qué vais a hacer ahora?, porque, desde luego, a mí es imposible birlarme el dinero, [505] sobre todo después de que estoy ya en ello. Voy a dar por todas partes el aviso de que no se os preste cantidad ninguna.

PS.— Te juro que no me andaré con súplicas con nadie mientras tú estés en vida; tú serás quien me des el dinero, a ti te lo voy a sacar.

SIMÓN.— ¿Que me lo vas a sacar a mí?

PS.— Y tanto que sí.

[510] SIMÓN.— Un ojo de la cara me puedes sacar si es que llego a dártelo.

PS.— Pues me lo darás. Ya desde ahora te aviso que te andes con tiento conmigo.

SIMÓN.— Al menos una cosa es segura: que si me lo sacas, habrás llevado a cabo una hazaña sorprendente.

PS.— Y la llevaré a cabo.

SIMÓN.— ¿Y si no lo consigues?

PS.— Me das de latigazos. Pero y si te lo saco, ¿qué?

[515] SIMÓN.— Pongo a Júpiter por testigo de que no recibirás castigo por ello en tu vida.

PS.— A ver si lo tienes presente.

SIMÓN.— ¿Te crees que no voy a ser capaz de andar con ojo, una vez que estoy avisado?

PS.—Yo te recomiendo que tengas cuidado. Te aviso, digo, que tengas cuidado. Ándate con ojo; ahí, con esas mismas manos, me entregarás tú hoy el dinero.

CALIF.— ¡Hércules, qué tipo tan famoso si cumple su palabra!

[520] PS.— (A Simón.) Tú puedes considerarme tu esclavo si no me salgo con la mía.

SIMÓN.— Muy agradecido; por lo visto, ahora no me perteneces, ¿no?

PS.— ¿Quieres que diga todavía una cosa que os asombre aún más?

CALIF.— ¡Hércules! estoy deseando oírlo, porque la verdad es que te escucho con sumo gusto.

[523a] SIMÓN.— Venga, que no es poco el gusto con que te oigo.

[525] PS.— Antes de dar esta batalla, daré además otra gloriosa y memorable.

SIMÓN.— ¿Cuál batalla?

PS.— Mira, el rufián ese vecino tuyo: la flautista esa por la que se muere tu hijo, ¿eh?, pues ésa se la voy a birlar al rufián con mis engaños y mis sabios ardides.

SIMÓN.— ¿Qué?

[530] PS.— Esta misma tarde estará todo perfecto, lo uno y lo otro.

SIMÓN.— Si es que, como afirmas, consigues llevar a cabo esas dos operaciones, vas a dejar atrás al rey Agatocles[36] por tu valentía. Pero, si no lo consigues, ¿tienes algo en contra de que te ponga en el molino?

[535] PS.— Y no para un solo día, sino para todo lo que me quede de vida. Pero, si lo consigo, ¿me darás de grado enseguida el dinero para que se lo entregue al rufián?

CALIF.— Es muy justo lo que pide Pséudolo, dile que sí, que se lo darás.

SIMÓN.— Pero ¿sabes lo que se me acaba de ocurrir ahora mismo?: a ver si va a ser que el rufián y éste se han entendido entre sí, Califón, [540] o han tramado un engaño y actúan de común acuerdo para birlarme el dinero.

PS.— ¿Dónde encontrar un tipo más valiente que yo, si me atrevo a dar tal golpe? Tú no sufras, Simón, que yo te digo lo siguiente: si es que nos hemos puesto de acuerdo, o si hemos tramado un plan, o si nos hemos entendido uno con otro en lo que se refiere a este asunto, [544] así como se escriben las letras en un papel con un cálamo, [545] igualitamente puedes dejar escritas mis espaldas con varas de olmo.

SIMÓN.— Venga, manos a la obra, echa ya entonces el pregón de la fiesta, si es que te empeñas.

PS.— Tú, Califón, estáte hoy a mi disposición, por favor, no te ocupes de ningún otro asunto.

CALIF.— Pero es que había planeado ayer ir hoy a la finca.

[550] PS.— Pues da al traste con los planes que habías planeado.

CALIF.— No, desde luego que no voy, por causa tuya, que estoy deseoso de contemplar el espectáculo que nos vas a ofrecer, Pséudolo. Más aún, si veo que Simón no te da el dinero como ha prometido, antes de que te quedes sin ello, estoy dispuesto a dártelo yo.

[555] SIMÓN.— Yo no me vuelvo atrás de lo dicho.

PS.— Puedes estar seguro de que, si no me lo das, se te reclamará a grito pelado. Hale, largaos ya, adentro con vosotros y dejadme campo libre, que pueda yo dar comienzo a mis maquinaciones.

CALIF.— Sea, se te dará gusto.

[560] PS.— Pero tú ya sabes que no quiero que salgas de casa.

CALIF.— Que sí, que te prometo mi colaboración.

SIMÓN.— Pues yo me voy al foro; ahora mismo estaré de vuelta.

PS.— Vuelve rápido. (Se van los viejos.) (Al público.) Tengo yo ahora la sospecha que vosotros sospecháis, que yo prometo tan grandes hazañas sólo para distraeros durante la [565] comedia, y que no voy a hacer lo que he dicho que haría. Pues no, no me vuelvo atrás. Pero la verdad es que, que yo sepa, no sé aún la forma en que lo haré; lo único que sé es que tendrá lugar. Quien se presenta en las tablas debe ofrecer [570] novedades de forma y de contenido; si no es capaz de hacerlo, que deje paso al que lo sepa. Ahora quiero recogerme un rato en casa para reclutar los embustes en mi caletre [573a]; *** saldré, no os haré esperar; entre tanto, os distraerá aquí el flautista.