ACTO V
ESCENA I
Menecmo II, La mujer de Menecmo I
MEN.— (Con el mantón en la mano.) Buena necedad hice con darle a Mesenión la bolsa con el dinero; ése se ha metido, seguro, en algún tabernucho.
MU.— Voy a mirar a ver cuándo vuelve mi marido a casa. [705] ¡Ah, ahí está! Estoy salvada, trae el mantón.
MEN.— No me explico por dónde puede andar Mesenión.
MU.— Voy a acercarme a hacerle el recibimiento que se merece. ¿No te da vergüenza presentarte ante mí en esa forma, canalla?
[710] MEN.— ¿Qué pasa, qué clase de locura te ha entrado, mujer?
MU.— Sinvergüenza, ¿te atreves siquiera a decir una palabra ni a hablar conmigo?
MEN.— Pero ¿qué crimen he cometido para no atreverme a hablar?
MU.— ¿Todavía me lo preguntas? ¡Qué desvergüenza y qué atrevimiento!
[715] MEN.— ¿No sabes tú, mujer, por qué los griegos decían que Hécuba era un perro?
MU.— No lo sé, no.
MEN.— Pues porque hacía lo que tú haces ahora: se ponía a decir toda clase de insultos a cualquier persona que veía; por eso la empezaron a llamar «perra[12]», y con razón.
[720] MU.— Yo no puedo soportar unas injurias tales. Prefiero pasarme la vida en soledad que no tener que aguantar esas injurias que me haces.
MEN.— ¿Y qué tengo yo que ver con eso de si puedes aguantar el estar casada o si vas a abandonar a tu marido? ¿Es que es costumbre aquí el venir con esas historias a un forastero?
[725] MU.— ¿Cómo historias? Yo no aguanto más, digo; prefiero vivir sola que tener que soportar tus modales.
MEN.— Lo que es por mí, te juro que puedes vivir sola hasta el fin del reinado de Júpiter.
[730] MU.— Antes me decías que no me lo habías quitado, y ahora tienes ahí el mantón delante de mi vista: ¿no te da vergüenza?
MEN.— ¡Está bien, caramba! Mujer, eres muy descarada y muy mala. ¿Te atreves a decir que yo te he quitado este mantón, que me ha entregado a mí otra mujer para que lo llevara a arreglar?
MU.— Desde luego, te aseguro que… ahora voy y llamo a mi padre y le cuento las maldades que haces. [735] Deción, ve a buscar a mi padre, dile que venga contigo aquí; dile que la situación lo exige. Ya le contaré yo todas esas maldades tuyas.
MEN.— ¿Estás en tu juicio?, ¿qué maldades?
[740] MU.— Un mantón y joyas mías, se las quitas de casa a tu mujer y se las llevas a tu amiga: ¿es que no es acaso verdad lo que digo?
MEN.— Diablos, mujer, si lo sabes, indícame qué bebedizo puedo tomarme para que pueda aguantar tu frescura. Yo no sé por quién me tomas; [745] lo que es yo, a ti te conozco tanto como a Portaón, por un decir[13].
MU.— De mí te puedes burlar, pero de él te juro que no. ¡Mírale, que viene ahí! Vuélvete a verlo: ¿no lo conoces?.
MEN.— Lo conozco lo mismo que al adivino Calcante: le he visto a él antes de ahora el mismísimo día que a ti.
[750] MU.— Pero ¿afirmas que no me conoces, que no conoces a mi padre?
MEN.— Te juro que lo mismo diría si es que traes aquí a tu abuelo.
MU.— Anda, que eres siempre el mismo.
ESCENA II
El padre, La mujer de Menecmo I y Menecmo II
PA.— Según me lo permite mi edad y tal como lo exigen las circunstancias, iré avanzando y me daré prisa por seguir adelante. [755] Pero no se me oculta que esto no es para mí cosa fácil; cargado de años, el cuerpo me pesa, las fuerzas me han abandonado: ¡qué cosa tan mala es la vejez! Es igual que una mala mercancía; es una secuela interminable de calamidades las que trae consigo al venir, [760] no acabaría nunca si las quisiera numerar todas. Pero una cosa me produce una honda preocupación: cuál es el motivo por el que me hace venir mi hija así tan de repente, sin darme razón de qué se trata, qué es lo que quiere. [764] ¿Por qué me hace venir? Aunque en sí me puedo figurar más o menos qué es lo que pasa. [765] Seguro que es que tiene algún disgusto con el marido, porque eso suele ocurrir muchas veces a esas mujeres que se empeñan en tenerlos esclavizados, se envalentonan con la dote, se ponen insoportables. Lo que ocurre es que ellos, los maridos, no están tampoco muchas veces libres de culpa. Y es que hay ciertos límites en lo que debe aguantar una mujer; [770] por otra parte, bien es verdad que una hija no hace venir a su padre si no es por motivo de algún delito o de una pelea. Bueno, ya me enteraré de todo, sea lo que sea. [773-774] Pero ahí está ella a la puerta, y veo también a su marido, que está muy enfurruñado. [775] Es, seguro, lo que sospechaba; voy a hablarle.
MU.— Voy al encuentro de mi padre. Muy buenos días, padre.
PA.— Buenos días, ¿va todo bien? No es que me llames porque pase algo, ¿no?, ¿por qué estás tan cariacontecida?, ¿qué hace ahí el otro aparte con esa cara de pocos amigos? Alguna pelea habéis tenido entre los dos. Dime quién es el que tiene la culpa, brevemente, nada de largos discursos.
[780] MU.— Yo no he hecho absolutamente nada, padre, te lo aviso con antelación, pero no puedo vivir ni aguantar más aquí de ninguna manera, o sea que, por favor, sácame de esta casa.
PA.— ¿Pero qué es lo que ocurre?
MU.— Se burlan de mí, padre.
PA.— ¿Pero quién?
MU.— La persona a quien tú me entregaste, mi marido.
PA.— ¡Ya tenemos pelea! ¿Cuántas veces te avisé que anduvierais con ojo de no venirme con lamentaciones?
[785] MU.— ¿Y cómo puedo yo evitarlo, padre?
PA.— ¿A mí me vienes con esas preguntas?
[787-788] MU.— Si me lo permites.
PA.— ¿Cuántas veces te avisé que fueras sumisa a tu marido, que no anduvieras observando lo que hace, a dónde va, lo que trae entre manos?
[790] MU.— Pero si es que tiene trato con una fulana que vive aquí al lado.
PA.— Muy bien hecho, y con esos métodos que te traes, verás como seguirá aún más en ello.
MU.— Pero es que se va allí de copeo.
PA.— te crees tú que por tu cara bonita va a dejar de beber, sea allí, sea donde le dé la gana? ¡Maldición! ¿Qué descaro es ese, querer impedirle al mismo tiempo que acepte invitaciones a cenar y que reciba visitas en casa? [795] ¿Es que quieres tener a los hombres por esclavos? Pues no, que ya de paso, puestos a exigir, nada, le pones su tarea y le sientas entre tus esclavas a cardar la lana.
MU.— Según veo, padre, no te he traído de abogado para mí, sino para mi marido; estás a mi lado, pero es su causa la que defiendes.
[800] PA.— Si es que él ha cometido una falta, le acusaré a él mucho más que lo hago a ti ahora. Pero reflexiona, hija: puesto que no te faltan ni joyas ni vestidos, puesto que pone a tu disposición esclavas y una despensa bien abastada, es mejor, te digo, ponerse en razón.
MU.— Pero me quita las joyas y los mantones de mis arcas, me deja a mí limpia y les lleva mis cosas a escondidas a las fulanas.
[805] PA.— Él obra mal si hace lo que dices; si no lo hace, tú eres la que obra mal al acusar a quien no tiene culpa.
MU.— Pero, padre, si tiene ahí ahora mismo consigo un mantón y una ajorca, que se lo había llevado a la vecina, y ahora, porque sabe que me he enterado, lo vuelve a traer.
PA.— Ya me enteraré yo por él cómo son las cosas; voy a acercarme y a hablarle. Dime, Menecmo, qué es lo que hay entre vosotros, que yo lo sepa. [810] ¿Por qué estás tan mal encarado?, ¿por qué está enfadada ella y te ha dado la espalda?
MEN.— Quien quiera que seas y como quiera que te llames, anciano, pongo por testigos a Júpiter y a todos los dioses de que…
PA.— Pero ¿por qué motivos o de qué diablos?
MEN.— …de que yo ni he hecho mal alguno a esa mujer que me acusa de que yo le he quitado de su casa y me he llevado este mantón…
PA.— ¿Estás jurando?
[815-816] MEN.— …si yo he puesto jamás un pie en la casa donde vive esa mujer, consiento en ser el más desgraciado entre los desgraciados.
PA.— ¿Estás en tu juicio con echarte una maldición así o afirmando que no has puesto jamás un pie en la casa donde vives, loco, más que loco?
[820] MEN.— Pero entonces, tú, anciano, ¿dices que yo vivo en esa casa?
PA.— ¿Y tú lo niegas?
MEN.— Y tanto que lo niego, a fe mía.
PA.— Pues a fe mía que lo niegas en falso —a no ser que quieras decir que te has mudado esta noche de casa—; ven aquí, hija, a ver, dime: ¿es que os habéis mudado?
MU.— ¿Pero a dónde o por qué motivo?
PA.— No lo sé, te lo juro.
MU.— Ése se está burlando de ti, ¿no te das cuenta?
[825] PA.— En serio, Menecmo, basta ya de bromas. Ahora, a lo que estamos.
MEN.— ¿Quieres decirme, por favor, qué tengo yo que ver contigo?, ¿de dónde has salido o quién eres?, *** ¿qué es lo que te he hecho a ti o a esa mujer que no cesa de importunarme?
MU.— (A su padre.) ¿No ves cómo le verdean los ojos? Se le están poniendo lívidas las sienes y la frente, [829-830] mira cómo le centellean los ojos.
MEN.— (Aparte.) Creo que lo mejor que puedo hacer, ya que están diciendo que estoy loco, es figurar que lo estoy de verdad, para quitármelos de encima (se pone a gesticular).
MU.— ¡Cómo se despereza y se le abre la boca! ¿Qué hago ahora, padre?
PA.— Ven aquí, hija mía, aléjate de él lo más posible.
[835] MEN.— ¡Evohé, evohé, Baco! Me llamas al bosque a cazar ¿dónde? Yo escucho tu voz, pero no puedo salir de estos lugares, que por la izquierda me aguarda esta perra rabiosa, por detrás este cabrón, que ya tantas veces en su vida ha sido causa con sus falsos testimonios de la perdición de ciudadanos inocentes.
[840] PA.— ¡Ay de ti!
MEN.— He aquí que Apolo me ordena por medio de un oráculo que le queme los ojos a esa mujer con antorchas encendidas.
MU.— ¡Muerta soy, padre, me amenaza con quemarme los ojos.
MEN.— (Aparte.) ¡Ay de mí! Dicen que estoy loco, cuando son ellos los que lo están.
PA.— ¡Hija!
MU.— ¿Qué quieres?
PA.— ¿Qué hacemos? ¿Qué te parece si llamo a unos esclavos? [845] Voy a buscarlos, que lo cojan y lo aten en casa antes de que haga más disparates.
MEN.— (Aparte.) Ahora sí que estoy en un aprieto; si no me adelanto a encontrar una salida, éstos me cogen y me meten en su casa. (En voz alta.) Apolo, tú me prohíbes titubear en partirle la cara a puñetazos si no desaparece de mi vista en dirección a la horca; [850] estoy dispuesto a cumplir tus órdenes, Apolo.
PA.— Sal huyendo a casa a toda prisa, que no te mate a golpes.
MU.— Me voy; por favor, padre, estáte a la mira de que no se escape. ¡Ay de mí, qué mujer más desgraciada soy, tener que oír tales cosas! (Entra en casa.)
MEN.— (Aparte.) A ésta ya me la quité de encima; ahora voy a ver cómo me sacudo al viejo asqueroso este, con esas barbas, [855] ese Titono[14] temblón, más canoso que un cisne. (En alto.) Apolo, tú me ordenas que con ese bastón que lleva le haga pedazos todos sus miembros y todos sus huesos.
PA.— Tendrás tu merecido si me tocas o te acercas a mí ni un paso más.
MEN.— Estoy dispuesto a ejecutar tus órdenes: cogeré un hacha de doble filo y le arrancaré las carnes a pedazos hasta los huesos.
[860] PA.— De verdad que debo ponerme en guardia y tener cuidado; me temo que me haga algún daño, a juzgar por sus amenazas.
MEN.— ¡No cesas en tus órdenes, Apolo! Ahora me mandas coger un tiro de indómitos y fogosos corceles y que suba al carro para atropellar a este león viejo, apestoso y desdentado. [865] Ya estoy en pie en el carro, ya tengo las riendas y el látigo en mis manos: ¡arre, caballos, que se oiga el repique de vuestras pezuñas, haced doblar en rápida carrera vuestras veloces patas!
PA.— ¿A mí me amenazas con un tiro de caballos?
MEN.— He aquí, Apolo, que de nuevo me das orden de atacar a ése y darle muerte (se adelanta y se para luego), pero [870] ¿quién es el que me coge por los cabellos y me arrebata el carro? Él revoca tu orden y tu mandato, Apolo.
PA.— ¡Santo cielo, qué enfermedad más dura y terrible! *** ¡Oh dioses, misericordia! ¡Qué horror de locura, con lo bien [873], que estaba hace nada! ¡Mira que haberle entrado tan de repente una enfermedad tan espantosa! Voy a buscar al médico y le [875] haré venir lo más rápido posible.
ESCENA III
Menecmo II, El padre de la mujer de Menecmo I
MED.— ¿Qué? ¡Mil suspiros voy a dar al día a fuerza de los cuidados con los que te lo voy a curar!
PA.— (Viendo venir a Meneemo I.) Ah, mira, ahí está el enfermo; vamos a observar qué es lo que hace.
MEN.— Por favor, ¿han desaparecido al fin de mi vista quienes me obligan a la fuerza a que me haga el loco estando en mis cabales? Rápido, al barco mientras que aún me es posible sin mayor perjuicio. (Al público.) [879-880] Os ruego que si vuelve el viejo, no le digáis por dónde he cogido para largarme (se va).
PA.— Traigo los riñones molidos de tanto estar sentado, los ojos me duelen a fuerza de tanto mirar esperando al médico a que vuelva de su visita. Al fin ha venido el muy cargante a trancas y barrancas de su visita a los enfermos. [885] Pues no que dice que le ha entablillado una pierna a Esculapio, que se le había partido, y a Apolo un brazo; o sea que me pregunto yo si puedo decir que he llamado a un médico o a un restaurador. Pero mira, ahí viene. ¡A ver si aligeramos un poco esos pasitos de hormiga!
ESCENA IV
Médico, El padre de la mujer de Menecmo I
MED.— ¿Qué es lo que decías que tenía? A ver, cuéntame, [890] ¿está poseso o embrujado?; infórmame, ¿padece de letargos o de hidropesía?
PA.— Pues precisamente para eso te he llamado, para que me lo digas tú y le cures.
MÉD.— Nada más fácil, quedará curado, te doy palabra de ello.
[895] PA.— Quiero que se le cure con toda clase de cuidados.
ESCENA V
Menecmo I, Padre, Médico
MEN.— (Sin ver a los otros.) Caramba, qué día hoy más atravesado y más a contrapelo. [900] Todo lo que pensaba hacer a escondidas, lo puso al descubierto el dichoso gorrón; me ha dejado corrido y aterrorizado; ni que fuera un Ulises, para ocasionar esa serie de males a su rey[15]. Si tengo vida, le dejo yo a ése sin la suya. Pero necio de mí, que digo que es suya una vida que en realidad me pertenece a mí: [905] a mi cargo ha corrido su manutención; le voy a sacar el alma. Pues anda que la fulana esta de al lado no se ha quedado atrás, pero así son ellas, las golfas: le pido el mantón para devolvérselo a mi mujer y va y sale con que me lo ha entregado ya. ¡No está mal, caramba! Verdaderamente que soy un tipo mala suerte.
PA.— ¿No oyes lo que dice?
MÉD.— Sí, dice que es un mala suerte.
PA.— Anda, ve y háblale.
[910] MÉD.— Se te saluda, Menecmo. Oye ¿por qué llevas el brazo ahí al aire?, ¿es que no sabes que eso es muy malo para tu enfermedad?
MEN.— ¿Por qué no vas y te cuelgas?
PA.— (Al médico.) ¿Te das cuenta?
MÉD.— ¿Cómo no voy a darme cuenta? Esta enfermedad no se hice uno con ella ni con una tonelada de eléboro[16]. ¡A ver, Menecmo!
MEN.— ¿Qué hay?
[915] MÉD.— Contéstame a lo que te pregunto, ¿bebes vino blanco o tinto?
MEN.— Vete al cuerno.
MÉD.— Huy, ya le va viniendo el ataque.
MEN.— ¿Por qué no me preguntas si como pan colorado o morado o amarillo, o si como aves con escamas o pescados con plumas?
[919-920] PA.— ¡Cielos! ¿No oyes los desvaríos que habla? ¿A qué esperas para darle alguna pócima antes de que se apodere de él la locura?
MÉD.— Espera un momento, que le voy a hacer todavía otras preguntas.
MEN.— Me matas con tu parlanchinería.
MED.— Contéstame a lo siguiente: ¿no tienes a veces la impresión como si se te endurecieran los ojos?
MEN.— ¿Cómo, imbécil, más que imbécil, es que te crees que soy una langosta?
[925] MÉD.— Dime, ¿no notas así a veces que te suenan los intestinos?
MEN.— Cuando estoy harto, no me suenan; si tengo hambre, sí que lo hacen.
MÉD.— Caray, esta contestación no es, desde luego, la de una persona loca. ¿Duermes de un tirón toda la noche hasta la mañana? ¿Coges pronto el sueño cuando te acuestas?
[929-930] MEN.— Duermo de un tirón si he pagado mis deudas. [931-933] ¡Júpiter y los dioses todos te confundan, preguntón!
MÉD.— (Al padre.) Ahora le viene la locura, mira lo que dice, ten cuidado.
[935] PA.— Pues sí, que en comparación de lo que ha dicho antes, habla ahora como un Néstor[17]… , que es que antes dijo que su mujer era un perro rabioso.
MEN.— ¿Que yo he dicho eso?
PA.— Lo dijiste cuando te vino el ataque, digo.
MEN.— ¿Yo?
PA.— Sí, tú en persona, que me has amenazado también a mí con atropellarme con un tiro de cuatro caballos: [940] yo mismo soy testigo de todo lo que digo, yo mismo te acuso de ello.
MEN.— Pues yo sé que le has sustraído a Júpiter su sagrada corona y sé que por ese motivo te han metido en la cárcel y que, luego que te han sacado, te han dado de latigazos con el virote puesto al cuello; además sé que has matado a tu padre y vendido a tu madre. [945] ¿Estoy ahora en mis cabales y he correspondido como se merece a tus injurias?
PA.— (Al médico.) Por favor, yo te lo ruego, haz deprisa lo que vayas a hacer, ¿no estás viendo que está completamente loco?
MÉD.— ¿Sabes lo mejor que puedes hacer? Di que lo lleven a mi casa.
PA.— ¿Crees tú?
MÉD.— ¿Por qué no? Allí podré curarle a mis anchas.
PA.— Como quieras.
MÉD.— (A Menecmo I.) Tendrás que tomar eléboro unos [950] veinte días.
MEN.— Y yo te haré colgar y te acribillaré a aguijonazos durante treinta.
MÉD.— Ve y trae unos hombres que me lo lleven a casa.
PA.— ¿Cuántos hacen falta?
MÉD.— A juzgar por el grado de locura que veo que tiene, por lo menos cuatro.
PA.— Ahora mismo estarán aquí. Vigílale tú entre tanto.
[955] MÉD.— Mejor me marcho a casa para preparar las cosas necesarias. Tú da orden a los esclavos de que me lo traigan.
PA.— Ahora mismo lo tendrás allí.
MÉD.— Yo me marcho.
PA.— Hasta luego.
MEN.— Se fue mi suegro, se fue el médico, por fin estoy solo, ¡santo cielo!, ¿cuál puede ser el motivo por el que se empeña esta gente en que estoy loco? La verdad es que yo en mi vida he estado un solo día enfermo, [960] ni estoy loco ni me meto en disputas ni en querellas, cuerdo estoy y cuerdos veo a los demás, reconozco a las otras personas y hablo con ellas. ¿No será quizá que, mientras dicen que yo estoy loco, sean ellos quienes lo están? ¿Qué hacer ahora? Tengo ganas de irme a mi casa: mi mujer no me lo permite, ahí (la casa de Erotio) no me deja nadie pasar. [965] ¡Qué mal se me han puesto las cosas! Me quedaré aquí por lo pronto, a la noche espero que se me dejará al fin entrar en casa.
ESCENA VI
Mesenión
MES.— La piedra de toque para un buen esclavo, es el ver si se ocupa de los intereses de su amo, mira y vela por ellos y se esfuerza en su ausencia por atenderlos con tanto celo como si el amo estuviera presente o aún mayor. [970] Para un sujeto de cordura deben ser las propias costillas más importantes que las tragaderas, y las piernas más que el estómago. Debe tener presente el pago que reciben de sus amos los malos siervos, los que son haraganes y desleales: [975] látigos, grillos, piedras de molino, fatiga, hambre, duro frío; eso es la recompensa de su mal comportamiento. Yo tengo un miedo muy grande de esos castigos, por eso he resuelto portarme bien y no mal, porque es que yo aguanto bien las órdenes, pero los látigos, los odio y prefiero cien veces comer el trigo molido que no tener yo que molerlo para los demás. [980] Por eso yo obedezco las órdenes de mi amo y las pongo por obra con exactitud y sumisión. Y me va bien así; los demás pueden ser como ellos tengan por conveniente, pero lo que es yo, no me saldré de lo que es mi deber; yo quiero vivir en ese temor y evitar toda culpa, de modo que esté siempre y en todo lugar a la disposición de mi amo; [983] los esclavos que, aun estando libres de culpa, son temerosos, ésos son provechosos a sus dueños. [983] Porque los que no conocen ninguna clase de temor, tienen al fin que temer, si es que se han portado mal. Además, yo no tendré que sentir temor mucho tiempo: no está lejos el momento en el que mi amo me recompense mis servicios[18]. [985] Yo sirvo de la forma que creo que es en interés de mis espaldas. Pues luego que instalé en la posada a los otros esclavos y el equipaje, tal como me había ordenado el amo, aquí estoy para recogerlo. Llamaré a la puerta, para que sepa que estoy aquí; a ver si le saco sano y salvo de este apostadero de salteadores[19]. Pero me temo que llegue demasiado tarde, después de que haya terminado el combate.
ESCENA VII
El padre de la mujer de Menecmo I, Menecmo I, Mesenión,
Esclavos
[990] PA.— (A los esclavos.) Por todos los dioses y los hombres os aviso que miréis muy bien cómo ejecutáis la orden que os he dado y que os vuelvo a repetir ahora: coged a ese hombre en volandas y llevadlo a la consulta del médico, si es que os importan algo vuestras piernas o vuestras costillas; que ninguno haga el menor caso de sus amenazas. [995] ¿A qué esperáis?, ¿por qué vaciláis? Ya debíais de habéroslo cargado. Yo me voy a casa del médico; allí estaré cuando lleguéis.
MEN.— ¡Muerto soy!, ¿qué significa esto?, ¿por qué se abalanzan esos hombres sobre mí?, ¿qué es lo que queréis, qué es lo que buscáis?, ¿por qué me rodeáis?, ¿a dónde me arras [1000] ¿a dónde tiráis conmigo? ¡Estoy perdido, socorro, habitantes de Epidamno, ayudadme! ¿Por qué no me soltáis?
MES.— ¡Dioses inmortales! ¿Qué es lo que ven mis ojos? ¡Unos desconocidos se llevan ignominiosamente a mi amo en volandas!
MEN.— ¿No hay nadie que quiera ayudarme?
[1005] MES.— Yo, mi amo, con toda mi alma, qué villanía, epidamneses, llevarse así a mi amo en tiempos de paz, en pleno día, en medio de la calle, a un hombre forastero libre. ¡Soltadle!
MEN.— Yo te suplico, quienquiera que seas, que me prestes ayuda y no permitas que se corneta conmigo una violencia tan inaudita.
MES.— Yo te ayudaré y te defenderé y te socorreré sin ahorrar esfuerzos; [1010] jamás consentiré tu muerte, prefiero la mía. Sácale el ojo a ese que te sujeta por el hombro, amo, venga; a estos otros les voy a dejar yo la cara bien sembrada de puñetazos. Os juro que os va a costar bien caro llevároslo. ¡Soltadlo!
MEN.— A éste le tengo cogido un ojo.
[1015] MES.— Sácaselo. ¡Malvados, ladrones, bandidos! (golpeándolos).
ESCLAVOS.— ¡Muertos somos, misericordia!
MES.— ¡Soltadlo, pues!
MEN.— ¿Con qué derecho me ponéis la mano encima? ¡Péinalos bien a puñetazos!
MES.— ¡Hala, largo de aquí, a la horca con vosotros! ¡Toma tú!: por ser el último en irte, ahí tienes la recompensa. Bien les he tomado la medida de la cara y a placer. [1020] Caray, amo, qué a punto he venido para socorrerte.
MEN.— Los dioses te bendigan por siempre, joven, quienquiera que seas, que, si no es por ti, hubiera dejado de existir antes de la puesta del sol.
MES.— O sea, amo, que lo que debías de hacer es darme la libertad.
MEN.— ¿Que yo te dé la libertad?
MES.— Así es, amo, puesto que te he salvado la vida.
[1025] MEN.— Cómo, joven, tú estás en un error.
MES.— ¿Que estoy en un error?
MEN.— Yo te juro por el soberano Júpiter que no soy tu amo.
MES.— ¡Calla!
MEN.— Es la verdad lo que digo; nunca jamás ha hecho un esclavo conmigo lo que tú ahora.
MES.— Déjame, pues, ir libre, si dices que no soy tu esclavo.
MEN.— Por mí, sé libre y márchate a donde te plazca.
[1030] MES.— ¿Me das la libertad, entonces?
MEN.— Y tanto que te la doy, si es que yo tengo alguna jurisdicción sobre ti.
MES.— ¡Salud, patrón!; «me alegro de verte libre, Mesenión» (imitando las felicitaciones que espera recibir); os lo creo, qué caray. Pero, patrón mío, por favor, sigue dándome órdenes, lo mismo que en el tiempo que fui tu esclavo. Yo viviré en tu casa y, cuando te marches a la patria, me iré en tu compañía.
[1035] MEN.— Eso de ninguna manera.
MES.— Ahora voy a la posada y te traeré el equipaje y el dinero. La bolsa con los dineros para el viaje está bien precintada dentro de la maleta; yo te la traigo ahora.
MEN.— Date prisa.
MES.— Yo te la devolveré tal como me la diste. Espérame aquí. (Se va.)
MEN.— ¡Qué cosas tan extrañas me han ocurrido hoy!: [1040] unos dicen que no soy el que soy y me echan fuera; luego éste decía que era mi esclavo, que acabo ahora de darle la libertad; dice que me va a traer una bolsa con dinero; si es que me la trae, [1045] le diré que se marche libre a donde quiera, no sea que cuando recobre la razón, vaya y me la reclame. Mi suegro y el médico decían que estoy loco. No salgo de mi asombro de qué puede ser todo esto. No me parece sino que fuera todo un sueño. Voy ahora aquí a mi amiga, aunque está enfadada conmigo, a ver si puedo conseguir que me dé el mantón para que lo lleve a casa.
ESCENA VIII
Menecmo II, Mesenión
[1050] MEN.— (Viniendo del lado del puerto.) ¿Te atreves, sinvergüenza, a decir que yo te he vuelto a ver después de que te dije que vinieras a buscarme aquí?
MES.— Pero si hasta te he salvado de cuatro hombres que te llevaban en volandas aquí delante de esta casa. Tú estabas pidiendo ayuda a gritos a los dioses y a los hombres cuando yo vengo en tu socorro y te libro por la fuerza, después de una dura lucha, bien a su pesar. [1055] En recompensa de haberte salvado la vida, me diste la libertad y, cuando digo que voy a buscar el dinero y el equipaje, me sales al encuentro lo más deprisa posible para volverte atrás de lo que habías hecho.
MEN.— ¿Que yo te he dado la libertad?
MES.— Ciertamente.
MEN.— Muchísimo más cierto es que yo mismo me convierta en un esclavo que no que te dé a ti jamás la libertad.
ESCENA IX
Menecmo I , Mesenión, Menecmo II
[1060] MEN. I.— (Saliendo de casa de Erotio.) Por más que juréis por las niñas de vuestros ojos, no os saldréis así y todo con la vuestra, maldición, de que yo me haya llevado de aquí el mantón y una ajorca, ¡malvadas!
MES.— ¡Oh, dioses inmortales!, ¿qué ven mis ojos?
MEN. II.— ¿El qué?
MES.— Un espejo de ti.
MEN. II.— ¿Qué es lo que quieres decir?
MES.— Es tu retrato; más parecido a ti, imposible.
[1065] MEN. II.— Si recapacito sobre mis propios rasgos, es verdad que no deja de parecérseme.
MEN. I.— Joven, salud, tú, quienquiera que seas, que me has salvado la vida.
MES.— Joven, yo te lo ruego, dime tu nombre, si no te incomoda.
MEN. I.— Realmente no te has portado conmigo en forma que me vaya a incomodar cumplirte tus deseos; mi nombre es Menecmo.
MEN. II.— ¡El tuyo no, el mío!
MEN. I.— Yo soy de Sicilia, siracusano.
MEN. II.— Ésa es mi casa y mi patria.
[1070] MEN. I.— ¿Qué es lo que dices?
MEN. II.— La pura verdad.
MES.— Yo conozco a éste (Meneemo I), que es mi amo; yo soy esclavo de éste, pero me había creído que lo era de ése (Meneemo II). Yo le había tomado por ti (Meneemo I), y por eso le he estado importunando: te ruego que me disculpes; si te he dicho alguna inconveniencia, ha sido sin darme cuenta.
[1075] MEN. II.— Me parece que deliras: ¿no te acuerdas de haber desembarcado hoy junto conmigo?
MES.— Es verdad, tienes razón; tú eres mi amo. (A Meneemo I.) Búscate otro esclavo; (a Meneemo II) salud, amo; (a Meneemo I) tú, adiós. Yo digo que éste es Menecmo (Meneemo II).
MEN. I.— Pero yo digo que lo soy yo.
MEN. II.— ¿Qué cuento es ése?, ¿que tú eres Menecmo?
MEN. I.— Yo digo que lo soy, hijo de Mosco.
MEN. II.— ¿Que tú eres hijo de mi padre?
[1080] MEN. I.— Del mío más bien, joven; el tuyo no te lo disputo ni tengo interés en quitártelo.
MES.— ¡Dioses inmortales, haced verdadera la esperanza inesperada que barrunto!, que, si no me equivoco, éstos son los dos hermanos gemelos; llamaré a mi amo aparte. ¡Menecmo!
MEN. I Y MEN. II.— ¿Qué quieres?
[1085] MES.— No es a los dos a quienes quiero hablar, sino al que ha venido conmigo en el barco.
MEN. I.— Entonces no soy yo.
MEN. II.— Pero sí yo.
MES.— A ti quiero hablarte entonces, ven para acá.
MEN. II.— Ese hombre o es un timador o es tu hermano. Porque yo no he visto nunca a nadie más parecido a ti; dos gotas de agua o dos gotas de leche no son más iguales entre sí que tú y ése, créeme; [1090] después, es que dice que su patria y su padre son los mismos que los tuyos. Más vale que vayamos y le interroguemos.
MEN. II.— Tienes razón con lo que me dices y te quedo agradecido por ello. Sigue tus investigaciones, por favor; si descubres que ése es mi hermano, te concedo la libertad.
MES.— Así lo espero.
MEN. II.— Yo también tengo esa confianza.
[1095] MES.— (A Menecmo I.) Vamos a ver, según creo, has dicho que te llamas Menecmo.
MEN. I.— Así es.
MES. Éste también se llama así. Tú afirmas que has nacido en Siracusa, mi amo ha nacido también allí. Tú has dicho que tu padre fue Mosco, también lo fue de éste. Ahora podéis ayudarme los dos a mí y al mismo tiempo también a vosotros.
[1100] MEN. I.— Tú te tienes bien merecido el conseguir de mí cualquier cosa que me pidas; aunque soy un hombre libre, estoy dispuesto a servirte como si me hubieras comprado por dinero.
MES.— Yo tengo la esperanza de que se va a descubrir que sois hermanos gemelos, nacidos de la misma madre y del mismo padre en uno y el mismo día.
MEN. I.— ¡Qué cosas tan raras dices! ¡Ojalá puedas probar como cierto lo que prometes!
[1105] MES.— Ya verás cómo puedo. Pero a ver, contestadme los dos a las preguntas que os haga.
MEN. I.— Pregunta lo que quieras, yo te contestaré sin callar nada que sepa.
MES.— ¿Tú te llamas Menecmo?
MEN. I.— Sí.
MES.— ¿Y tú también?
MEN. II.— Así es.
MES.— ¿Dices que tu padre fue Mosco?
MEN. I.— Sí.
MEN. II.— Y el mío también.
MES.— ¿Eres tú siracusano?
MEN. I.— Ciertamente.
MES.— ¿Y tú?
MEN. II.— ¿Cómo no?
[1110] MES.— Hasta ahora, todos los indicios concuerdan de maravilla. Pasemos adelante, atended. Dime, cuáles son los más antiguos recuerdos que tienes de tu patria.
MEN. I.— Que luego que marché con mi padre a Tarento a una feria, después que me perdí de mi padre entre la gente y me trajeron aquí…
MEN. II.— ¡Júpiter todopoderoso, socórreme!
[1115] MES.— ¿Por qué gritas? Calla. ¿Cuántos años tenías cuando tu padre te llevó consigo?
MEN. I.— Siete, porque entonces se me cayó el primer diente. Y a mi padre no le volví a ver más.
MES.— Dime también ¿cuántos hermanos erais?
MEN. I.— Según lo que recuerdo, dos.
MES.— ¿Cuál era el mayor, tú o tu hermano?
MEN. I.— Éramos los dos de la misma edad.
[1120] MES.— ¿Cómo es posible eso?
MEN. I.— Porque éramos gemelos.
MEN. II.— ¡Los dioses me protegen!
MES.— Si me interrumpes, me callo.
MEN. II.— No, no, me callo yo.
MES.— Dime: ¿os llamabais los dos igual?
MEN. I.— De ninguna manera; yo me llamaba como ahora, Menecmo; mi hermano se llamaba Sosicles.
MEN. II.— Todo está claro, no puedo contenerme de abrazarte, hermano mío, [1125] mi querido hermano gemelo, yo te saludo, yo soy Sosicles.
MEN. I.— ¿Y cómo fuiste después llamado Menecmo?
MEN. II.— Luego que nos llegó la noticia *** de tu pérdida y de la muerte de nuestro padre, el abuelo me cambió el nombre, dándome el tuyo.
[1129] MEN. I.— Yo te lo creo, pero dime todavía…
MEN. II.— Pregunta lo que quieras.
MEN. I.— ¿Cómo se llamaba nuestra madre?
MEN. II.— Teuximarca.
MEN. I.— Así es. Salud, querido hermano, a quien de manera tan inesperada vuelvo a ver después de tantos años.
MEN. II.— Salud, también, hermano, a quien me alegro de encontrar después de haberte buscado con tantas penas y fatigas.
[1135] MES.— Por eso aquí la cortesana te llamaba con el nombre de éste, pensaba que eras tu hermano cuando te invitaba a comer.
MEN. I.— Claro, caramba, como que yo me había hecho preparar un almuerzo a escondidas de mi mujer, a la que le había quitado un mantón para dárselo a la otra.
MEN. II.— ¿Tú te refieres quizá a este mantón que tengo aquí?
[1140] MEN. I.— Sí, ése es; pero ¿cómo ha llegado a tus manos?
MEN. II.— La cortesana me trajo aquí a su casa a almorzar, decía que yo se lo había dado; comí estupendamente y bebí con ella a mi lado y me llevé el mantón y esta ajorca de oro.
MEN. I.— Caramba, me alegro si por causa mía te ha caído algo agradable en suerte, [11441145] porque ella creía que eras yo al invitarte.
MES.— ¿Hay ahora algo que impida que sea libre como dijiste?
MEN.—Su petición no puede ser más justa, hermano, hazlo por mí.
MEN. II.— Sé libre.
MEN. I.— Me congratulo de tu libertad, Mesenión.
[1149-1150] MES.— Pero son necesarios mejores auspicios para que pueda mantenerme libre para siempre.
MEN. II.— Ya que todos estos sucesos nos han resultado tan según nuestros deseos, volvámonos ambos a nuestra patria.
MEN. I.— Como tú quieras, hermano. Haré aquí una subasta y venderé todo lo que tengo. Pero ahora, entre tanto, pasemos a casa, hermano.
MEN. II.— Como quieras.
MES.— ¿Sabéis lo que os pido?
[1155] MEN. I.— ¿El qué?
MES.— Que me deis a mí el cargo de pregonero de la subasta.
MEN. II.— De acuerdo.
MES.— ¿Quieres entonces que anuncie en seguida la subasta?
MEN. I.— Dentro de una semana tendrá lugar.
MES.— (Al público.) Menecmo subastará sus bienes dentro de siete días, sus fincas, su casa, todos sus bienes. Sea cual sea el precio, todo al contado. [1160] También será vendida su mujer… si es que sale comprador. No creo que alcance la ganancia total a cinco millones de sestercios.
Ahora, distinguido público, que os vaya bien. ¡Un aplauso!