ACTO IV

ESCENA I
Doripa, Sira

DO.— Como mi marido me mandó aviso al campo de que no iría él allí, he actuado yo por mi cuenta, me he venido, para perseguir a quien me huye. [670] Pero no veo a nuestra vieja Sira, que venía conmigo. ¡Ah, sí!, ahí viene por fin. ¡Un poco más deprisa!

SI.— Si es que no puedo, con esta carga tan pesada encima.

DO.— ¿Qué carga?

SI.— Mis 84 años; échale encima la esclavitud, el sudor, la sed; [675] éstas son las cargas que llevo todas juntas y que me agobian.

DO.— (Acercándose al altar de Apolo, junto a la casa de Demifón.) Dame algo para que haga una ofrenda aquí en el altar de nuestro vecino, mira, esa rama de laurel. Éntrate tú.

SI.— Sí, ama. (Entra en casa de Lisímaco.)

DO.— Apolo, yo te ruego, atiéndeme y ten misericordia de nosotros, [680] concede bienestar y salud a nuestra familia, dígnate ser misericordioso con nuestro hijo.

SI.— Saliendo de casa.) ¡Perdida, muerta soy, pobre de mí, ay, desgraciada de mí!

DO.— Pero ¿estás en tu juicio, por favor? ¿A qué vienen esos ayes?

SI.— ¡Doripa, querida Doripa!

DO.— Por favor, ¿qué son esos gritos?

SI.— Hay una muj er en casa.

[685] DO.— ¿Cómo, una mujer?

SI.— Sí, una golfa.

DO.— ¿De verdad, en serio?

SI.— Eres más lista que lista con no haberte quedado en el campo; incluso un necio podía barruntar que ésa es la amiga de tu lindísimo marido.

DO.— Te aseguro que me lo creo.

[690] SI.— Ven conmigo, que veas tú también a tu Alcmena[69], la concubina de tu marido, querida Juno.

DO.— Claro que voy, y a toda prisa. (Entran en casa.)

ESCENA II
Lisímaco

El dichoso Demifón este, por si fuera poco el estar enamorado, encima es un derrochador; incluso si hubiera invitado a [695] cenar a diez potentados, aun así ha comprado de sobra. Y a los cocineros, ¡qué manera de dirigirlos! Parecía un patrón de remeros durante la navegación. Yo también he alquilado un cocinero. Me extraña que no haya venido como le dije; pero ¿quién sale de casa?, se abre la puerta.

ESCENA III
Doripa, Lisímaco

[700] DO.— (Sin ver a Lisímaco.) No ha habido ni habrá jamás una mujer más desgraciada que yo, por haberme casado con un hombre así. ¡Ay, pobre de mí! Ahí tienes a qué clase de hombre te has confiado a ti misma y todo lo que posees, ahí tienes al hombre a quien le trajiste una dote de diez talentos[70] para tener que ver ahora una cosa así, para tener que sufrir tal escarnio.

[705] LI.— (Aparte.) ¡Pardiez, muerto soy! Mi mujer está de vuelta del campo: tengo la impresión de que ha visto a la joven en casa. Pero no puedo entender desde aquí qué es lo que dice; me acercaré un poco más.

DO.— ¡Ay, desgraciada de mí!

LI.— De ti no, sino de mí.

DO.— ¡Estoy perdida!

LI.— Pardiez, yo soy el que estoy completamente perdido, pobre de mí; la ha visto: [710] ¡maldito Demifón, los dioses todos te confundan!

DO.— ¡Claro, éste era el motivo por el que no quería ir mi marido al campo!

LI.— (Aparte.) ¿Qué otra cosa puedo hacer sino acercarme y hallarle? Se te saluda, querida esposa. ¿Conque la gente del campo por la ciudad?

[715] DO.— Más vergüenza tienen que los que no quieren cuentas con el campo.

¿Es que se porta mal la gente de la finca?

DO.— Desde luego, mejor que los de la ciudad, y mucho menos se la están buscando.

LI.— ¿En qué falta han caído los de la ciudad? Dímelo, que estoy deseando saberlo.

[720] DO.— Lo sabes, pero me quieres poner a prueba. ¿De quién es la mujer que está ahí dentro?

LI.— Pero ¿la has visto?

DO.— La he visto.

LI.— ¿Que de quién es me preguntas?

DO.— De todas maneras terminaré por saberlo.

LI.— ¿Quieres que te diga de quién es? Es, es, caray, pobre de mí, no sé qué decir.

DO.— ¡No sabes por dónde salir!

LI.— ¡No me digas!

DO.— ¿Por qué no hablas?

LI.— Si es que se me permite…

DO.— Ya lo tenías que haber dicho.

[725] Si es que no puedo, te me echas siempre encima como si fuera culpable.

DO.— Sí, desde luego, eres inocente.

LI.— Lo puedes afirmar con toda tranquilidad.

DO.— Venga, habla.

LI.— Ahora mismo.

DO.— Tendrás que decirlo.

LI.— Es… ¿quieres que te diga también su nombre?

DO.— No consigues nada, te tengo cogido en delito flagrante.

[730] LI.— ¿En qué delito? Esa mujer es la…

DO.— ¿La qué?

LI.— La…

DO.— ***[71]

LI.— Si no fuera necesario, prefería no decirlo. [732-735]

DO.— ¿No sabes quién es?

LI.— Sí, sí que lo sé; se me ha tomado de árbitro en un asunto suyo.

DO.— ¿De árbitro? Sí, ya entiendo, por eso la has tomado de consejera.

LI.— No, sino lo siguiente: me ha sido entregada en depósito.

LI.— Te juro que no es nada de lo que tú crees.

DO.— Mucha prisa te das a disculparte

[740] LI.— (Aparte.) Vaya lío en que me he metido. Verdaderamente que no sé cómo salir de él.

ESCENA IV
Un cocinero, Lisímaco, Doripa, Sira

CO.— (A sus ayudantes.) Hale, deprisa, que se trata de una cena para un viejo enamorado; aunque en realidad, si bien lo pienso, es más bien para nosotros mismos para quien vamos a preparar la cena, no para quien nos contrató, que el enamorado, si tiene consigo el objeto de su amor, se alimenta de mirar, [745] abrazar, besar, charlar. De todos modos, yo espero que volveremos bien cargados a casa. Venid por aquí; ah, ahí está el viejo que nos contrató.

LI.— Ahora sí que estoy perdido: ¡el cocinero!

CO.— Aquí estamos.

LI.— ¡Lárgate!

CO.— ¿Qué, que me largue?

LI.—¡Chist!, ¡largo!

CO.— ¿Que me largue?

LI.— ¡Lárgate!

[750] CO.— ¿Es que no queréis cenar?

LI.— No, ya estamos satisfechos.

CO.— Pero…

LI.— Muerto soy.

DO.— (Señalando la cena.) Tú, ¿es esto también de parte de esos entre los que dices que has hecho de árbitro?

CO.— (Refiriéndose a Doripa.) ¿Es ésta la amiga de la que me dijiste que estabas enamorado antes cuando hacías la compra?

LI.— ¿No te callarás?

[755] CO.— Es de clase fina la señora, pero un poco vieja.

LI.— ¿No te largas, maldito?

CO.— No, pues no está mal.

LI.— Pero tú lo estás.

CO.— Ja, seguro que es una compañera estupenda.

LI.— ¿Por qué no te largas? Yo no soy quien te ha contratado.

CO.— ¿Cómo que no? Tú en persona.

LI.— ¡Ay, pobre de mí!

[760] CO.— Y tu mujer está en el campo, que dijiste antes que te era más repelente que una víbora.

¿Que yo te he dicho eso? CO.— A mí, sí, señor.

LI.— Júpiter me sea propicio, mujer mía, como es cierto que yo no he dicho jamás una cosa tal.

DO.— ¿Encima lo niegas? Bien claro queda ahora la saña que me tienes.

LI.— Sí que lo niego.

[765] CO.— No, no es a ti a quien decía que no podía aguantar, sino a su esposa; su esposa decía que estaba en el campo.

LI.— (Señalando a Doripa.) Ésta es ella, ¿a qué me incomodas?

CO.— Porque afirmas que no me conoces; como no sea que es que le tengas miedo a ésa.

LI.— Y hago bien con ello, porque no tengo a ninguna otra.

CO.— ¿Quieres que te lleve a los tribunales?

LI.— No.

CO.— Venga mi salario.

[770] LI.— Ven mañana a por él; se te dará. Pero ahora, lárgate.

DO.— ¡Ay, qué desgraciada soy!

LI.— Ahora sé por experiencia lo verdadero que es ese refrán de que por mala vecindad se pierde la heredad.

CO.— (A sus compañeros.) ¿A qué esperamos? Venga, vámonos. (A Lisímaco.) Si es que te ha sobrevenido algún contratiempo, la culpa no es mía.

[775] LI.— Que no, dices, me has hecho polvo, desgraciado de mí.

CO.— Ya te estoy viendo las intenciones: lo que quieres es que me marche.

LI.— ¡Digo que sí quiero!

CO.— Todo se andará: dame una dracma.

LI.— Se te dará.

CO.— Entonces da orden de que se me dé, si eres tan amable; se me puede dar mientras que éstos dejan aquí las cosas de la compra.

LI.— ¿Por qué no te largas?, ¿quieres hacer el favor de dejarme ya en paz? [780]

CO.— Hale, dejad la compra ahí delante del abuelo; los cestos mandaré a recogerlos después, o, si no, mañana. ¡Vamos! (Se marchan.)

LI.— Seguro que estás extrañada del cocinero, de que haya venido y traído todo esto; yo te explicaré de qué se trata.

PO.— No me extraño ni de tus gastos ruinosos ni de tus desvergüenzas. [785] Pero te juro que no soportaré estar tan mal casada ni que se me meta en mi casa a una cortesana delante de mi vista. Sira, ve y ruégale a mi padre de parte mía que venga en seguida contigo.

SI.— Voy.

LI.— No sabes de qué es de lo que se trata, mujer, por favor; [790] te juro más que jurado que yo con esa mujer nunca… ¿Se ha ido Sira? ¡Muerto soy! (Se va Doripa.) Ahora se ha ido mi mujer, ¡ay, desgraciado de mí! Maldito vecino: los dioses y las diosas todas te confundan con tu amiga y tus amoríos. [795] Ha hecho recaer sobre mí las peores sospechas; me ha creado enemigos dentro de mi propia casa; y no hay otro más encarnizado que mi propia mujer. Voy al foro y le diré a Demifón que, si no se lleva a la chica esta de casa a donde le dé la gana, la cogeré por los cabellos y la pondré en la calle. (Hablando hacia dentro de su casa.) ¡Eh, querida!, aunque estés enfadada conmigo, harías mejor en dar orden de que metan todo esto en casa; de paso tendremos así ocasión de cenar luego un poco más a lo grande. (Se va.)

ESCENA V
Sira, Eutico

SI.— Mi ama me había mandado a casa de su padre… Resulta que no está: me han dicho que se ha marchado al campo. Voy a dar el recado a casa.

[805] EU.— Agotado vengo de ir a la caza por toda la ciudad: no encuentro rastro alguno de la muchacha… Mi madre ha vuelto del campo, porque veo a Sira delante de la casa. ¡Sira!

SI.— ¿Quién me llama? Tu amo y tu niño.

SI.— Hola, mi niño.

[810] EU.— Dime: ¿ha vuelto ya mi madre del campo?

SI.— Sí, para bien de toda la casa.

EU.— ¿Qué es lo que quieres decir con eso?

SI.— La bellísima persona que es tu padre ha metido en la casa a una amiga.

EU.— ¿Cómo?

SI.— Al volver tu madre del campo la ha encontrado ahí dentro.

[815] EU.— Caramba, no tenía yo a mi padre por un hombre capaz de tales asuntos. ¿Está la joven todavía ahí dentro?

SI.— Sí.

EU.— Ven conmigo. (Entra en casa.)

ESCENA VI
Sira

¡Ay, qué condición más dura la de ser mujeres, pobres de nosotras, y cuánto más injusta que la de los hombres! Si el marido se echa una amiga a espaldas de su mujer, [820] si es que ella se entera, el marido no tiene responsabilidad ninguna; pero si es que la mujer sale a la calle a espaldas de su marido, sólo por eso tiene ya un motivo para repudiarla. Ojalá que fueran las leyes las mismas para la una que para el otro, porque la mujer, si es buena, se contenta con un solo hombre; [825] ¿por qué no debería también el marido estar contento con una sola mujer? Yo os aseguro que, si se castigara a los hombres cuando se echan una amiga a escondidas de su mujer de la misma manera que se repudia a las mujeres que han caído en un desliz, habría muchos más maridos sin mujer que mujeres sin marido.