CAPÍTULO VEINTE #
—¡LEVANTA perezosa! —gritaron las mujeres de la familia Gibson mientras entraban en el dormitorio de Lorraine después del desayuno.
—Es el día de tu boda ¿Cómo demonios estás tan tranquila? —preguntó Erin, saltando de rodillas sobre la cama y haciendo que su hermana pequeña se sintiera mareada por el movimiento.
—No hagas eso, estoy revuelta. Llevo tres días con nauseas por los nervios.
—¿Náuseas? —La habitación se quedó en silencio y de pronto Lexa salió corriendo
—¿Qué ha pasado?
Todas empezaron a reír ante la ingenuidad de Lorraine. Nervios por la boda...
Alexandra no tardó en encajar el color pálido de su hermana con las náuseas que decía. Estaba embarazada, y si aún no se había dado cuenta era porque era más tonta de lo que parecía. Entró en la farmacia tan nerviosa como si fuera ella quien iba a hacerse la prueba de embarazo. Lorraine era su hermana menor y Steven era un tipo genial, seguro que serían los mejores padres.
Corrió de vuelta a la mansión de Steven.
Al entrar en el dormitorio de su hermana ésta miró sus manos y le sonrió, mostrándole la cajita que había comprado.
—Ahora, señorita, entra en el baño y haz pis en el extremo. Nos morimos por comprobarlo.
—No estoy embarazada... Lexa solo son nervios. Casarse no es algo que hagas todos los días...
—Entra en el baño y...
Lorraine se levantó tratando de contener los nervios y se metió en el baño.
No podía estar embarazada, las veces que lo habían hecho no habían usado protección, pero no podía estar embarazada, su propia hermana había tardado más de dos años en quedarse embarazada y en su cabeza no entraba que con solo unas pocas veces hubiera terminado así, y más, porque los síntomas del embarazo eran notables desde los primeros meses y eso solo quería decir que, o se había quedado encinta la noche de la fiesta, o lo había hecho la noche que lo hicieron en casa de sus padres.
Abrió el envase y, siguiendo las instrucciones, mojó de orina el extremo de papel, lo tapó nuevamente y lo dejó sobre el mármol, al lado del lavabo. Caminó nerviosa mientras esperaba a que saliera el resultado, preguntándose a sí misma cómo sería su vida si realmente fuera a tener un bebé, cómo cambiaría la vida de Steven con un hijo al que dar el cariño que no tuvo él, ¿serían buenos padres?
Las mujeres, esperaban fuera del dormitorio deseando que fuera cierto lo que sospechaban, Lorraine y Steven eran la pareja perfecta.
Cuando al fin se abrió la puerta del baño, Lorraine tenía la expresión más extraña que le habían visto nunca. No podían intuir si era felicidad o si era tristeza. Llevaba el test de embarazo en las manos y al salir se lo ofreció a su hermana.
—¿Es positivo? —preguntó mirándola, suponiendo que ya sabía la respuesta antes de salir del baño.
—Lo... lo es —respondió con la mirada en el vacío.
—¿Y por qué estás así?
—Un bebé... Yo no esperaba tener un bebé tan pronto. Solo hace tres meses que conozco a Steven —Lorraine se sentó en el borde de la cama, acompañada por su madre y su madrastra.
—Sois la pareja más bonita que he conocido —dijo su madre, sosteniéndole una mano entre las suyas.
—Vaya, gracias... —murmuraron Lexa y Erin.
—Vamos, chicas, sabéis a lo que me refiero.
Antes de que pudieran seguir hablando sobre el asunto llamaron a la puerta.
—No digáis nada, primero quiero decírselo a él... —todas asintieron antes de que la puerta se abriera.
—Lori —Dijo Nathan, su padre—. Acaba de venir una chica preguntando por tu prometido. Eu, Eu...
Lorraine no esperó a que terminase de decir ese nombre. Supo rápido a lo que venía a la mansión y no iba a permitir que confundiera a su novio.
Corrió por el pasillo y al llegar a las escaleras vio como se metían, solos, en el despacho, ese despacho que nunca usaba nadie.
Después de contarle a Liam que realmente había basado la homosexualidad de Steven en una novela, que lo había hecho para que nunca pudiera tener a una chica a su lado y que aún le amaba, el mayor de los hermanos abofeteó su cara como había hecho con Lorraine y le pidió que jamás volviera a presentarse ante él, pero no le dolió, aunque había adorado a Liam, lo que pudiera sentir se convirtió en miedo al ver el trato que le había dado a Lorraine.
Euleen pasó días deseando hablar con Steve sobre lo ocurrido, pedirle disculpas y rogarle que la perdonase, pero pocos días después se enteró de su compromiso, y que su boda sería el mismo día que iba a casarse con Liam.
Aguantó tanto como pudo. Viajó a miles de kilómetros con tal de olvidarse de ese día, de ese enlace en el que creía que ella era la que debía ser la novia. Pero regresó, y lo hizo en el momento preciso.
Entró en la mansión como si esa fuera su casa y preguntó por su ex.
Cuando Steven se encontró con Euleen sintió como la rabia aceleraba su pulso.
—¿Puedo saber qué demonios haces aquí?
—¡Oh Stevie...! —Exclamó, emocionada por verle de nuevo.
Trató de acercarse a abrazarle justo en el momento en el que Lorraine miraba por la rendija de la puerta. Justo en ese momento dio un paso atrás con el miedo apoderándose de ella ¿Y si de verdad Steven nunca podía dejar de sentir algo por ella? Se apartó para marcharse, para huir, pero Steven empezó a hablar.
—Eres una desvergonzada, pero tengo que darte las gracias por ese amor retorcido que sientes. Si no hubiera sido por ti, jamás jabría conocido el verdadero amor, nunca habría ido a buscar a la autora de ese libro en el que te basaste para tus infamias y nunca me habría enamorado de ella como lo hice.
Lorraine casi no podía contener la emoción por lo que había escuchado.
—¿Enamorarte de Elizabeth Abbott?
—De Lorraine, la persona tras ese pseudónimo.
—Esa p...
—Mide tus palabras —interrumpió, sabiendo que iba a tratar de ofenderla en su propia casa—. Ahora, si me disculpas, te quiero fuera de esta casa. Lo último que quiero es que se incomode con tu molesta presencia.
—¿Molesta? —Sí, has oído bien. Molesta. Sales conmigo, me engañas, sales con mi hermano, me difamas y ahora vienes a qué, ¿Crees que voy a dejar mi vida perfecta por ti?
Lorraine respiró hondo y entró en el despacho totalmente enaltecida, con una actitud que sorprendió al futuro marido y a sí misma.
—¿Puedes...? ¿Steve, nos puedes dejar solas? —Élla miró con el ceño fruncido— Solo quiero hablar con ella de mujer a mujer...
Euleen no esperó a que Steven saliera, ni esperó a que Lorraine dijera más. Empujó a ambos, pasando entre los dos y corrió el exterior de la casa.
La futura novia le dio alcance antes de que subiera a su coche y la frenó de un brazo.
—Yo no voy a darte las gracias como ha hecho Steve. No voy a decirte que lo que hiciste estuvo mal porque yo soy quien se ha beneficiado de tu dudosa moral y tu mente retorcida. Pero sí te diré, que en un futuro te pienses dos veces antes de volver a ponerte delante de mi casi marido. Jamás permitiré que nadie vuelva a hacerle daño, ni que le hagan sentir infeliz. Ahora lárgate. Lárgate y no vuelvas siquiera a ensuciar su nombre pensando en él.
Euleen subió a su vehículo, mirándola con los ojos llenos de ira. Sin pensarlo, aceleró, golpeándola con el capó y haciéndola caer contra el suelo aparatosamente.
Mientras el coche se alejaba con un acelerón, Lorraine se puso en pie. No le había hecho daño, aun así se había asustado pensando que iba a atropellarla.
Nathan corrió a socorrer a su hija, con el semblante serio y las manos temblorosas.
—Estoy bien, papá... —dijo al ver que no tenía color alguno en la cara.
—Esa maldita desgraciada...podía haberte...
—Sólo ha sido un empujón... pero no se lo digas a nadie, ¿vale? No quiero que nada enturbie este día —pidió, abrazándole con fuerza.
—Mi pequeña...
Padre e hija entraron en la mansión sin que nadie más supiera sobre el pequeño percance de la entrada.
La hora de la comida pasó deprisa, y la tarde pasó aún más deprisa mientras maquillaban a la novia, la vestían y le rizaban el pelo para el recogido. Había llegado la hora acordada, sobre la arena de la playa habían situado el altar con la preciosa decoración. Todo estaba listo.
Mientras la familia de Lorraine iba acomodándose en las sillas, Steven esperaba a su ya casi mujer. La impaciencia por el momento del enlace le hacía tocarse las manos, tocarse los labios y caminar con pequeños pasos, pero al fin llegó. Nathan bajó las escaleras delante de su hija y estiró una mano para ponerla a su lado al pisar la arena.
Llevaba el vestido más bonito que había visto. No era nada parecido a lo que hubiera querido Henry, pero eso era lo que lo hacía más perfecto para el momento. Un vestido largo hasta los pies, de varias telas de gasa fruncida, ceñido por la parte del pecho con una bonita puntilla en contraste, sin más decoraciones. Llevaba el pelo recogido en un moño como los que llevaban las diosas en el olimpo. Preciosa. Estaba tan hermosa que hasta Afrodita se habría retorcido de la envidia.
Cuando Lorraine puso los pies en la arena y tomó la mano de su padre para que la llevase al altar, se fijó en el escenario que había preparado su familia. El velador con gasas azules y blancas, una alfombra de pétalos de flores, bordeados con globos de papel blanco con velas que le daban una iluminación tenue pero intima... y lo mejor, Steve. No habían hablado de los trajes desde que se comprometieron, y por un momento, antes de salir del dormitorio, temió que desentonase mucho, pero al ver a su casi marido frente a ella se dio cuenta de lo mucho que estaban compenetrados, de lo parecidas que eran sus formas de pensar. El traje de lino beige era perfecto para él, para el tipo de boda que era. Y además iba descalzo sobre la arena, igual que ella.
Cuando la miró, Lorraine pudo ver las estrellas de sus ojos brillar de forma distinta. Se moría por llegar hasta él, por agarrar su mano sabiendo que nunca más volvería a soltarla y al fin, terminado el recorrido, Nathan la dejó ir después de un abrazo y un beso.
—Hola —sonrió de esa forma que la volvía loca.
—Hola... —Estaba tan nerviosa que casi no sabía si le había respondido.
—Estás preciosa —Lorraine no pudo responder, estaba tan nerviosa, tan emocionada que solo quería que terminase para poder abrazarle, además estaba la noticia de su embarazo.
Ni los padres, ni el hermano de Steven quisieron ir a la boda, aunque este tampoco quería que fueran. Lo último que quería era tener ahí sentadas a tres personas que solo se mostrarían desagradables con los demás.
Aun después de las negativas, Henry quiso comprobar que el tema de la boda no era una farsa y, sabiendo la hora del enlace se plantó allí. No quería hacer acto de presencia, ni que su hijo creyera que se preocupaba por él, cuando lo que realmente le preocupaba era la imagen de su apellido. Se ocultó tras unos matorrales lo suficientemente cerca como para poder presenciar lo que para él era una auténtica aberración.
—¿Amor? ¡Ja! Eso no son más que sensiblerías absurdas. El matrimonio es una institución y eso solo es un negocio más —dijo el señor Logger mientras miraba asqueado al grupo de gente bajo el velador.
Lorraine y Steven entrelazaron las manos mientras el juez dictaba los artículos del código civil.
—Lorraine Gibson —dijo el juez—, ¿Quieres y aceptas contraer matrimonio con Steve Logger, aquí presente junto a ti?
—Hmm —murmuró, como si tuviera que pensarlo— Sí, ¡Claro que quiero!
El padre de Steven miraba desde su escondite sintiéndose asqueado. Realmente estaban casándose, realmente su hijo había abandonado su vida de riqueza y lujos para unirse con esa chica.
—Steven Logger, ¿Quieres y aceptas contraer matrimonio con Lorraine Gibson, aquí presente junto a ti? —Sí, acepto. Acepto a Lorraine Gibson y a Elizabeth Abbott.
Lorraine empezó a reír por la ocurrencia.
—Bien. Pronuncien sus votos. —Yo, Lorraine, prometo dar lo mejor de mí para llenar de felicidad tus días, tu casa y tu vida. Prometo compartir mis pensamientos y mis deseos contigo. Siempre te respetaré, te apoyaré, y te ayudaré a que no caigas, y si caemos nos levantaremos juntos. Mis ojos nunca mirarán a otro hombre que no seas tú, y te amaré solo a ti por el resto de mis días —hizo una pausa y todos creyeron que había terminado cuando empezó a hablar de nuevo— Quizás no es original, pero no puedo poner lo que siento en unas cuantas palabras cuando lo todo lo que quiero es darte mi vida y que la tomes sin mesuras. —Steven alzó una mano y acarició su mejilla.
—Yo, Steven Logger, prometo amarte como nadie y ser el mejor cada día. Quiero ser lo que mereces y llenar de felicidad tu vida como tú llenas la mía. Prometo estar siempre a tu lado y que seré todo lo que quieras que sea, menos un protagonista gay —murmuró esto otro, haciéndola reír por la ocurrencia—. Mis votos tampoco son muy originales, en otras circunstancias otro los habría escrito por mí, pero creo que no son estas las palabras que cuentan sino las de cada de nuestra vida. Quiero que túseas lo último que vean mis ojos antes de ir a dormir y que lo primero que vea por la mañana. Quiero pasar el resto de mi vida contigo y el resto de palabras sobran. Te amo por encima de todo y...Señor juez, ¿Podemos acabar de una vez? Quiero terminar ya y que esta preciosidad sea oficialmente mi mujer...
Todos rieron por la petición de Steven, todos salvo el señor Logger, que seguía escondido entre los matorrales, sintiéndose avergonzado de su propio hijo.
El juez le hizo caso. Ofreció los anillos, los impresos para que los firmasen, y poco después se marchó.
Los hermanos de Lorraine habían preparado fuegos artificiales y, tan pronto como el juez se marchó, los chicos empezaron a lanzar cohetes mientras las chicas les rodeaban con velas en las manos.
—Te quiero —dijeron al unísono antes de besarse.
Los Gibson decidieron dejarles solos para que se besasen.
Estaban sentados en la arena, uno al lado del otro, rodeándose con los brazos cuando una estrella fugaz cruzó el cielo. Ésta vez fue Steven quien quiso pedir un deseo.
—Pensaba que no creía en esas cosas, señor Logger.
—Tampoco creía que pudiera ser feliz, y en este momento todo en mi vida es perfecto gracias a usted, señora Logger.
—¿Y qué deseo vas a pedir?
—Que nos dure la felicidad para siempre.
Lorraine llevaba horas muerta de ganas de confesar que estaba embarazada. Había planeado durante todo el día cómo y cuándo decírselo: lo haría cuando estuvieran en la cama, cuando, como era de esperarse, hicieran el amor en su primera noche de casados, pero ya no aguantaba más. Colocó las manos en sus hombros y le obligó a recostarse sobre la arena para ponerse sobre él. Steven sonrió y la abrazó.
—Llevo...Steve, llevo todo el día deseando decirte algo... —el brillo de alguna de las velas que aún había encendidas hacía que sus ojos tuvieran una iluminación distinta.
—¿Y qué es?
—Vamos a ser papás. Estoy embarazada.
Los dos se quedaron en silencio, mirándose. Steven rodó sobre la arena, quedando encima de ella.
—¿En serio? Lorraine, ¿es en serio? —Su voz estaba llena de emoción.
Casi no podía creer lo que oía, pero cuando ella asintió con la cabeza se levantó casi de un salto poniéndola en pie. La abrazó fuerte, y la levantó del suelo para girar con ella. Corrió por la arena como un loco mientras Lorraine reía y volvía solo para besarla y volver a correr. —¿Lo sabe tu familia? —preguntó. En su voz se notaba el deseo por contárselo a todo el mundo.
—Solo las chicas...
El recién casado no lo pensó, cogió a su mujer en volantas y corrió hasta la casa, tenían que saberlo todos, debían saber que en no mucho tiempo habría otro cumpleaños que celebrar.
El amor prometía recompensar a Steven por ese pasado frío y sin felicidad. Quizás no tendría la suculenta herencia que había rechazado, pero ningún dinero podría pagar lo que tenía ahora.