CAPÍTULO NUEVE #
AL llegar de vuelta a la mansión Steve se sintió incómodo por haberla ignorado esa noche, por haberla tratado como si no fuera nada y haberla hecho sentir mal, sobre todo porque Lorraine no se había comportado como una psicótica sino que lo había hecho con total comprensión.
Justo cuando ella se dirigía hacia las escaleras para ir a su cuarto la interrumpió.
—Ésta es la primera vez que te lo pido... ¿Quieres ir a comer fuera? Hay un restaurante en Beverly Hills...
—¿Por qué no cocinamos en lugar de salir?
—¿Quieres quedarte aquí?
—No dormí muy bien anoche...No estoy de humor para arreglarme e ir a un lugar...
—Donde solo come gente rica.
—No, no es eso...
Steven sabía bien que si era eso. No habían hablado mucho sobre el tema de dinero, pero sabía que le incomodaba. Quizás no por el dinero en sí, sino por las actitudes, la educación y la moral de la gente adinerada, empresarios, herederos, las mujeres o amigas (prostitutas) de estos...
—¿Por qué no cocinamos nosotros?
—Lorraine, yo no sé cocinar...
La muchacha agarró su mano y tiró de él hasta la cocina.
Elvan, el chef turco que preparaba las delicias culinarias que siempre degustaban en las comidas se sorprendió al verlos allí.
—Elvan, tienes libre hasta la cena —sonrió ella—Nosotros prepararemos la comida de hoy.
—¿La de los sirvientes también? —Preguntó con un notable acento turco.
La muchacha miró a su falso novio sin saber qué responder.
—Sí, la de los sirvientes también. La señorita tiene buena mano en la cocina.
Lorraine cortaba pimiento naranja mientras Steven trataba de no rebanarse un dedo al trinchar cebolla, algo que jamás pensó que haría. Cuando lo veía limpiarse los ojos con el dorso de la mano no podía evitar reírse como una loca, de verdad picaba, aunque él no decía nada.
En un momento el muchacho frotó sus ojos con los dedos llenos del jugo de la hortaliza y empezó a gritar exageradamente.
—¡Pica, pica, escuece! —se quejó, dejando caer el cuchillo, que se clavó de punta en el suelo de madera de la cocina, a escasos milímetros de su pie.
—¡Estate quieto! —pidió ella al ver que no dejaba de moverse.
Bloqueó sus manos y lo llevó a toda prisa al fregadero. Steven se movía como un niño pequeño y ella se vio en la obligación de darle un manotazo en uno de sus hombros.
—¡Estate quieto! —Pidió de nuevo, mojando sus manos y enjuagando sus ojos con cuidado de no hacerle daño— Ahora picará menos.
Lorraine guardaba en su bolso unas gotas que usaba para la irritación ocular, lo usaba siempre que se sus ojos se enrojecían y escocían por la pantalla del ordenador. Después de secarle la cara tiró de él hasta su dormitorio.
Lo sentó en el borde de la cama y le pidió que mirase al techo para ponerle un par de gotas.
—Espera...eso es...
—Es para la irritación.
—Pero eso es tuyo.
—No tengo nada contagioso, ¿sabes? Además es mono-dosis, lo estrenas tú. —Steven frenó sus manos para que no le pusiera nada, pero la soltó en cuanto ella lo miró de forma amenazante— Solo es suero, Steve, no te va a hacer daño —sonrió.
El muchacho miró sus manos por un instante pero obedeció, observándola mientras ella dejaba caer un par de gotas en cada uno de sus enrojecidos ojos.
Lo trataba con tanto cuidado que era imposible no sentir nada. Dejándose llevar puso las manos en sus caderas y la atrajo despacio, pero ella no reaccionó al gesto. Solo sopló suavemente en sus ojos y, cuando consideró que ya no debía escocer, tapó el pequeño envase y se lo puso en las manos.
—Guárdalo, dentro de un rato te pondré otra vez.
—Gracias, Lori.
Sin pensarlo se puso en pie, dejó el frasquito sobre la mesita y llevó las manos al cuello de la muchacha, con los pulgares bloqueando su mandíbula. Se acercó lentamente, quería besarla. Iba a besarla.
Se aproximó despacio mientras miraba esos apetecibles labios. Esa era la primera vez que se sentía nervioso por un beso. Inspiró, cerró los ojos y acercó su boca a la de ella. Lorraine giró la cara lo suficiente para que su boca aterrizase en la mejilla. Tomó aire con fuerza, sintiéndose mareada por un momento, pero de pronto colocó las manos en su cintura y lo apartó. Sonrió en respuesta y se dio la vuelta para ir al baño a lavarse las manos, al menos eso era lo que pretendía que pareciera. Solo sentir el calor de sus manos en sus caderas ya era más de lo que podía aguantar. Y la forma en la que sus dedos presionaban suavemente, como si tratase de apoderarse lentamente de ellas le hacía enloquecer, pero ese beso...No importaba que hubiera sido en la mejilla, el calor de sus labios, sus manos bloqueando su cara...
—No seas tonta, Lorraine. No vayas a caer, no te dejes llevar. —Respiró hondo mientras se miraba en el espejo.
Sabía que esa no era una relación real, y que jamás lo sería, pero a duras penas podía evitar empezar a sentirse de ese modo, inquieta, nerviosa, expectante.
Se mordió los labios desde dentro de la boca y sacudió la cabeza. Seguiría haciendo lo mismo para lo que se suponía que estaba ahí. Fingir.
Después de un rato, con su corazón un poco más calmado, Lorraine le pidió que dejase que continuase con la comida ella sola, usando como excusa el incidente de la cebolla, que podía haber sido serio si el cuchillo le hubiera caído en un pie.
Steven salió a la terraza unos minutos, se sentía agitado. ¿Qué estaba pasándole? No había podido controlarse a sí mismo, no había podido evitar atraerla cuando la tuvo tan cerca y tampoco había podido controlar sus ganas de besarla. Se sintió ridículo al verse a sí mismo besando a una chica en la mejilla.
Aquella cercanía prohibida empezaba a hacerle perder la razón, y lo peor era que sabía que esa no se trataba una relación real, y que jamás lo sería, pero ya no podía evitar sentirse así cada vez que la tenía cerca.
Estando un poco más sosegado regresó a la cocina.
Se apoyó en el marco de la puerta y la observó. Nunca antes había visto a nadie preparar comida. Alguna vez, de pequeño, se coló en las cocinas de la mansión Logger en busca de un tentempié, algo que llevarse a la boca mientras esperaba a que diera la hora del desayuno o de la cena, pero nunca prestó atención al cuidado de preparar las verduras, las carnes o la pasta. Nunca se fijó en como preparaban las salsas o las cremas. Lorraine cortaba las cosas con cuidado y las depositaba después en pequeños recipientes de cristal, ordenándolo todo por colores.
Se movía segura de sí misma, como si cocinar fuera algo sencillo y agradable.
—¿Te gusta ver a los demás cocinar? —preguntó sin mirarle, con una sonrisa en los labios.
—Me gusta verte a ti. El día que cené en tu casa... fue la comida más deliciosa que he probado en mi vida.
—Oh... ¡Gracias! Es un poco tarde, pero gracias...
—¿Dónde aprendiste a cocinar así?
—Bueno, tenía abuelas, y tengo un padrastro y una madre que cocinan a diario... Además, yo no tengo un chef turco que me prepare los manjares que te prepara Elvan, y vivo sola, así que no me queda más remedio que cocinar y disfrutar haciéndolo cada día.
Después de una hora, Lorraine separaba sus raciones de las de los sirvientes y las llevaba a la mesa del salón, que también había querido preparar ella, esta vez con la ayuda de Steve.
Igual que la vez anterior el muchacho la miró mientras degustaba el primer bocado. Los sabores parecían estallar en su boca como fuegos artificiales.
—Está buenísimo... —murmuró.
Ella solo sonrió.
—Dime, Steven, ¿Cómo es la fiesta a la que quieres que te acompañe? —Preguntó después del postre.
—Es de etiqueta. Iremos a la mansión Bebemport, un lugar enorme y lujoso. Es el aniversario conmemorativo de la organización que presiden y todos los años reparten lo recaudado en la fiesta entre algunas ONG. Mi padre siempre dona millones a la causa, y yo llevo diez años asistiendo solo para hacer acto de presencia. Siempre me he aburrido horrores.
—¿Qué es lo que se hace en una fiesta así?
—Beber, ser hipócrita y hacer negocios. A esas fiestas no se va a hacer amigos sino aparentar y a tratar de beneficiarse de otros. Unos van a cerrar acuerdos, algunas van en busca de un nuevo millonario al que atrapar y yo... yo te llevaré para limpiar mi imagen de lo que ellos mismos se han convencido.
—Es un poco cruel por tu parte, ¿No?
—Por supuesto que no. Te propuse hacerte pasar por mi novia y aceptaste, incluso pusiste tus propias normas... Pero no estás obligada a ir. No es mi intención forzarte a nada que tú no quieras.
—Iré. Te dije que iría donde tú quisieras. Buscaré algo adecuado entre mis cosas y te acompañaré. Trataré de actuar lo mejor posible para ayudarte y haremos que nadie más diga lo que no es.
Por un momento Steven se sintió mal por usarla, aunque esa era la idea inicial y la base de esa proposición.
Estaba anocheciendo cuando Lorraine decidió salir a la piscina, ésta vez no para bañarse, sino para meter los pies en el agua.
Steven paseaba a lo lejos, por la arena, en el borde de espuma de mar que las olas dejaban perfilado en sus vaivenes, y ella no pudo evitar mirarle. Se preguntaba internamente si tanto seguía amando a Euleen, si la quería llevar a la fiesta porque estaría ella, si alguna vez habría alguien que hiciera feliz a ese chico.
Se había perdido en sus propios pensamientos hasta el extremo de no haber visto a Steven cuando se sentó a su lado. Cuando despertó de su trance él la miraba con una sonrisa.
—Te he preguntado que si te apetecía nadar...
—No... No te he visto llegar.
—Ya, estabas absorta. ¿Y bien? ¿Te apetece nadar conmigo?
Ella dudó por un momento. ¿Nadar con él? Hasta ese instante no se dio cuenta de que aún no le había visto sin ropa y la propuesta de meterse juntos en el agua la hizo sentir nerviosa. ¿Y si trataba de besarla de nuevo? ¿Y si era ella la que no podía controlarse e intentaba besarle? ¿Y si se dejaban llevar y terminaba pasando algo más que un simple beso?
—Estoy cansada... Creo que lo mejor es que me vaya a dormir.
—Está bien. Buenas noches.
—Sí, buenas noches, Steven —dijo, girándose y trotando hacia su dormitorio con la prisa empujando por su espalda.
Estaba estirada en la cama preguntándose si su falso novio seguiría en la piscina. Daba vueltas continuamente, debatiéndose entre mirar por la ventana o no hacerlo, pero justo cuando iba a ponerse en pie creyó escucharlo toser mientras iba, seguramente, a su habitación.
Se sonrió a sí misma por la curiosidad que había sentido y se dejó caer de nuevo de espaldas, cubriéndose los ojos con un brazo.
De pronto se abrió la puerta del dormitorio, no había escuchado llamar. No se movió. Se sintió tan nerviosa de pronto que no supo qué hacer.
—Oh, lo siento, no... ¿Estás dormida? —Preguntó Steven en un murmullo— Supongo que sí. No deberías dormir con estas posturas, si dejas los pies colgando toda la noche por la mañana los tendrás entumecidos y no podrás caminar.
Steven agarró sus tobillos y la estiró adecuadamente sobre la cama, cubriéndola después con la sábana y la colcha.
La miró unos segundos con una sonrisa en los labios y acto seguido dejó su teléfono móvil en la mesita de noche.
—Lo habías olvidado en la piscina.
Cuando Steven salió del dormitorio sonrió. Sabía que no estaba dormida, por los latidos acelerados de su corazón, que hacían mover sutilmente su camiseta y por la respiración irregular.
Aquella noche Lorraine tampoco pudo conciliar el sueño. Se sentía inquieta sin saber por qué. A pesar de ello se convenció a sí misma de que no era ese chico quien la hacía sentir de ese modo y a partir de esa mañana actuaría con la misma normalidad con la que había actuado siempre.