CAPÍTULO DIECISEIS #
LA camiseta blanca de Lorraine se transparentaba por completo, adhiriéndose a su cuerpo de un modo más que sugerente. Steven se quitaba la ropa tratando de no mirarla, pero era imposible no hacerlo. Ella trataba de despegarse la ropa mientras se quitaba el pantalón, pero de pronto el muchacho acortó la distancia entre ellos y la besó impulsivamente. Llevó las manos con dificultad por debajo de su camiseta y acarició su cintura fría y mojada mientras la pegaba a él poco a poco. Lorraine no se negó, deseaba ese beso tanto o más que él, llevó las manos tras su cuello y profundizó aún más ese beso, pero pronto se escucharon unos pasos acercándose por el pasillo y Lorraine se apartó bruscamente para disimular si es que ese alguien entraba sin llamar.
Loretta llamó a la puerta con un par de toques y entró tras la invitación.
—Os traigo toallas, chicos.
Ellos no respondieron, Steve se acercó con la respiración agitada y supo que llegaba en mal momento. Se disculpó con el muchacho con una mueca y una sonrisa y acto seguido salió de allí, cerrando la puerta.
Lorraine se cambió a la velocidad de la luz y sin decir ni una palabra corrió de vuelta al jardín, donde se sentía fuera de peligro.
Durante la cena bromearon continuamente sobre la torpeza de Nathan, pero Lorraine apenas lograba dibujar una sonrisa sutil en su cara. Cada vez que sus ojos se cruzaban con los de su ex falso novio se sentía inquieta, nerviosa, como si se acercase la hora a la que debía ir al matadero.
Al llegar las nueve, el salón se quedó a oscuras y Alexandra fue al comedor con una preciosa y enorme tarta de color rosa y una sola vela en el centro. Lorraine trató de ponerse lo más alejada de Steven que su familia le permitió. Trataba de huir de sus propios deseos.
—¿Qué ha pasado? —Preguntó Flynn a su supuesto cuñado en voz baja para que el resto no se enterase— ¿Os habéis peleado?
—No, no ha sido nada.
—Parece nerviosa...
—Supongo que será porque mañana se termina la fiesta... —Flynn lo miró con una ceja arqueada como si estuviera tratando de tomarle el pelo, pero Steven sonrió de forma cortés y prefirió no seguir indagando.
Después de que la niña soplase la vela con la ayuda de sus padres, la familia al completo salió de nuevo al jardín.
Los chicos subieron al castillo hinchable con los ojos vendados mientras las chicas les guiaban en busca de un pañuelo que habían colgado en uno de los extremos. En vista de que Lorraine lo guiaba demasiado tímidamente, su madre decidió hacer cambio de parejas, ahora ella llevaría a Steven y la escritora se encargaría de Jerry, su padrastro.
Más allá de las doce de la noche, las parejas fueron yendo cada una a su cuarto. Lorraine subió pensando que Steven lo haría en cualquier momento, se sentó en el borde de la cama sin saber por qué trataba de evitarle cuando, lo que quería realmente, era estar con él. Nunca se había sentido con nadie como lo hacía con ese chico, y estaba segura de que no era su dinero lo que le atraía ya que no habían compartido demasiadas cosas ni le había comprado nada salvo ese vestido o los dos detalles de esa mañana: el bolígrafo y la taza. Esperó a que Steven entrase por esa puerta, pero después de una hora aún no había subido, y la idea de que se había marchado por el rechazo de esa tarde le llevó a buscarle.
No había entrado en la casa, al menos no estaba ni en el salón, ni en la cocina. Tampoco estaba en el jardín. De repente empezó a sentir una opresión en el pecho que no había sentido antes y volvió a entrar para buscar su teléfono.
—Está en su coche. —Empezó a hablar su padre desde la cocina—. No sé qué ha pasado, porque en un momento estabais riendo juntos y al siguiente estabais tensos, sobre todo tú. Pero no te alejes de él intencionadamente, es un buen chico.
—Lo sé, papá.
—Voy arriba, Loretta no puede dormir sin mí... —rió—. Buenas noches cariño.
—Buenas noches.
Tan pronto como su padre desapareció por la escalera corrió al coche de su ex falso novio, que se había quedado en la calle después de entrar todos los juguetes de esa mañana.
Steven tenía la cabeza apoyada en el reposacabezas de su asiento y tenía los ojos cerrados, como si pretendiese dormir allí.
Le miró unos segundos tratando de que se calmase su corazón, pero fue imposible, así que se acercó despacio y llamó a la ventanilla de copiloto antes de entrar en el coche.
—¿No subes? ¿Por qué has venido al coche?
Él no respondió de inmediato, la miró a los ojos un par de segundos antes de desviarlos a sus labios.
—No quiero que te sientas incómoda por mi presencia.
—No es tu presencia lo que me incomoda, Steven, sino...
Estiró un brazo para coger una de sus manos y la llevó contra su pecho para que notase su corazón, que latía tan fuerte y rápido como el día en el que hicieron el amor. Él sonrió y la imitó, llevando la mano de ella contra su pecho.
—Lleva así desde que te besé esta tarde —confesó—. Es imposible concentrarme en nada que no sea el recuerdo del contacto de tu piel en la mía.
Lorraine no dijo nada, se desató por completo escuchando sus propios pensamientos en boca de Steven y se acercó para besarle. Ésta vez no era él quien tomaba la iniciativa sino ella.
La estrechez del coche no permitía mucho movimiento, aun así acortó la distancia sentándose sobre sus piernas para tenerlo más accesible.
—En el coche es incómodo —dijo ella, tratando de apartarse lo suficiente como para poder acariciar su endurecida masculinidad con las manos.
—En casa de tus padres es vergonzoso...
—No lo es. Vamos...
Abrió la puerta para salir de encima de él, pero se le había entumecido la pierna y al tratar de ponerse en pie tropezó y cayó de culo contra el suelo, estallando en risas por la escena.
Tan pronto como logró levantarse tiró de su mano derecha para que la siguiera hasta el dormitorio.
Habían cerrado la puerta de la habitación, quedando a oscuras y uno frente al otro. Sus respiraciones ya no eran pausadas y profundas como en el coche sino cortos e interrumpidos jadeos.
Ambos se miraron como si no supieran como seguir, pero Lorraine acortó la distancia y empezó a quitarle la ropa mientras le besaba. Steven estaba inmóvil. Trataba de contenerse, pero el calor de sus manos acariciando su piel empezaba a volverle loco. Sin pensar en nada más la detuvo. Agarró sus manos y las llevó a su espalda para que entrelazase los dedos.
—Ahora quédate quieta. Es mi turno excitarte —ronroneó en su oído.
—¿Más?
—¿Más? —preguntó él, apartándose y mirándola a la cara con una expresión graciosa.
Tenían la luz apagada y la tenue luz de la luna era lo único que les permitía verse. Lorraine sonrió cuando él repitió lo que le había preguntado. Realmente estaba excitada, tanto que no creía aguantar demasiado si no se daba prisa y se apoderaba de ella. Nunca antes de él se había sentido así con un hombre, deseada, amada. Nunca había deseado de esa forma una caricia, un beso. Steven la completaba totalmente, y despertaba en ella todo lo que nunca pensó que pudiera sentir.
Steve levantó su camiseta hasta que ella levantó los brazos y la dejó ahí, bloqueándolos por encima de su cabeza. Acarició sus hombros con la yema de los dedos y bajó por la espalda hasta el cierre del sujetador para aflojarlo. Llevó las manos de la espalda hasta la base de sus pechos y levantó el sostén mientras los acariciaba, deteniéndose en las duras aureolas. Buscó la cima con los labios haciéndola contener un gemido.
Lentamente la guió hasta la cama y la hizo estirarse en ella, despacio, disfrutando de la lentitud con la que procedían. Llevó las manos al borde elástico de su pantalón y acarició sus piernas mientras se lo quitaba, su piel era tan suave como la recordaba. Era preciosa. Paseó los dedos por su vientre y los metió entre sus piernas, acariciando por encima de las húmedas braguitas, apretando en el centro hasta que ella se arqueó sobre la cama pidiendo más. Luego se deshizo de su propio pantalón y se deslizó a horcajadas sobre ella.
Al apoyar la rodilla sintió el dolor del golpe de esa misma mañana y se quejó levemente dejándose caer a su lado.
—¿Qué te pasa? —Preguntó asustada.
—Esta mañana aterricé con la rodilla al saltar por la ventana...
—Dios mío, ¿Estás bien?
—Sí, es solo un moratón...Creo que esta noche no voy a poder ser yo quien...
—No te preocupes por eso —rió traviesa— Esta noche seré yo quien lo haga.
Pasando una pierna por encima de él se sentó sobre sus muslos acariciando sus duros abdominales. Repitiendo su maniobra bajó hasta su brava y henchida masculinidad, acariciando por encima de la ropa hasta que ésta le estorbó. Inclinándose sobre él besó su abdomen, y llevó los dientes hasta la única prenda que le quedaba. Tiró de ella hasta quitársela, mirando su cuerpo desnudo a medida que lo bajaba y la dejó caer a sus pies. Lorraine se mordió el labio inferior con una sonrisilla mientras lo contemplaba, Steven era la perfección encarnada.
Nunca había disfrutado tanto de ver a una chica jugando así, es más, nunca había jugado así con alguien antes. Siempre hubo preliminares en sus relaciones, pero nunca con esa temperatura, con ese deseo, con esa excitación. Nunca lo pasó tan bien como lo hacía con ella.
—Tócate.
—¿Cómo?
—Sí, tócate. Tócate como si tus manos fueran las mías —pidió con voz ronca.
Lorraine se sintió avergonzada por lo que le pedía, pero obedeció. Llevó una mano entre sus piernas, apretando en su cálida humedad mientras con la otra se acariciaba los pechos, apretando la punta con los dedos, mordiéndose los labios a medida que llegaban a ella sacudidas de placer.
Steven la miraba con una sonrisa de satisfacción. Sus expresiones, sus movimientos, aquello era lo más hermoso que había visto.
—Quítatelo todo —pidió.
Ella no lo pensó, se quitó la camiseta que no había terminado de quitar él, y que se arrugaba sobre sus pechos, y la dejó caer al suelo, haciendo lo mismo con el sujetador y las braguitas, y se acercó a él, gateando sobre la cama e inclinándose para besarle. Steven rozó con el dorso de la mano la cara interna de sus muslos y acarició con los dedos en la dulce calidez que le reclamaba, haciéndola gemir en su boca.
Sin dejar que se apartase, llevó las manos a sus nalgas y se elevó para enterrarse en ella. Y lo hizo una y otra, y otra vez, despacio, mientras ella acompasaba los movimientos con los suyos y los llevaba al clímax despacio pero intensamente.
Esta vez fue rápida y silenciosa. Aun así el placer llegó a ellos como una tormenta, sacudiéndolos, haciéndolos temblar, sudar y gemir para luego pasar y dejar la calma sobre esas sábanas.
—¿Te he dicho que...
Lorraine se movió rápido y calló su boca con un beso.
—Shh —siseó—. No digas nada —susurró en sus labios.
Steve no respondió. Llevó una mano tras su cuello y la besó.
En ese momento un extraño pensamiento cruzó su mente: renunciaría a cualquier cosa en la vida, si tan solo pudiera seguir con ella para siempre como esa noche.
La trajo contra su pecho y la abrazó con fuerza.