Juana Bolena

Blicking Hall, Norfolk, noviembre de 1539

Por fin llega, ahora que los días se vuelven más oscuros y yo empiezo a temer otro invierno en el campo: la carta que tanto deseaba. Tengo la sensación de llevar una vida entera esperándola. Mi vida puede comenzar de nuevo. Puedo regresar a la luz de las buenas velas, al calor de los braseros repletos de carbones, a un círculo de amigos y rivales, a la música, la buena comida y el baile. He sido llamada a la corte, gracias a Dios, he sido llamada de vuelta a la corte y serviré a la nueva reina. El duque, que es mi valedor y mi mentor, me ha encontrado una vez más un sitio en los aposentos de la reina. Voy a servir a la nueva reina de Inglaterra. Voy a servir a la reina Ana de Inglaterra.

Ése nombre suena igual que una campana de alarma: reina Ana, reina Ana otra vez. Los consejeros que recomendaron dicho matrimonio debieron de dar un respingo al oír «reina Ana» y sentir un escalofrío de horror, ¿no? Debieron de acordarse del infortunio que supuso para todos nosotros la primera Ana, la desgracia que trajo para el rey, y la ruina de su familia, y la pérdida que sufrí yo, la pérdida insoportable que sufrí yo. Pero no, veo que a las reinas muertas se las olvida con facilidad. Para cuando llegue esta nueva reina Ana, la otra reina Ana, mi reina Ana, mi cuñada, mi amiga adorada, mi atormentadora, no será nada más que un escaso recuerdo…, mi recuerdo. En ocasiones tengo la impresión de ser la única persona en este país que se acuerda de ella. En ocasiones tengo la impresión de ser la única persona del mundo que observa y aprende, la única a la que torturan los recuerdos.

Todavía sueño con ella a menudo. Sueño que vuelve a ser joven y risueña, libre de preocupaciones aparte de divertirse, con la cofia retirada del rostro para lucir su cabellera morena, las mangas largas a la moda y el acento siempre tan exageradamente francés. La letra «B» formada por perlas que lleva en el cuello proclamando que la reina de Inglaterra es una Bolena, como yo. Sueño que estamos en un jardín iluminado por el sol y que Jorge está feliz, y yo tengo la mano apoyada en el brazo de él y Ana nos sonríe a los dos. Sueño que todos seremos más ricos de lo que nadie pueda imaginar, que poseeremos casas, castillos y tierras. Se derribarán abadías para reducirlas a piedras con las que construir nuestras casas, los crucifijos se fundirán para transformarlos en joyas. Pescaremos en los estanques de las abadías y nuestros perros de caza correrán por todo el territorio de la Iglesia. Abades y priores renunciarán a sus casas por nosotros, los santuarios mismos perderán su santidad, y la gente nos venerará a nosotros. El país entero se transformará para gloria nuestra, para nuestro enriquecimiento y nuestra diversión. Y luego siempre me despierto, me despierto y permanezco tumbada, temblorosa. Es un sueño maravilloso, y sin embargo me despierto helada de terror.

¡Pero basta ya de soñar! Voy a estar en la corte una vez más. Una vez más voy a ser la amiga más íntima de la reina, una compañera constante en sus aposentos. Lo veré todo, lo sabré todo. Una vez más estaré en el centro mismo de la vida, seré la nueva dama de compañía de la reina Ana, la serviré tan bien y tan lealmente como serví a las otras tres reinas del rey Enrique. Si él puede levantarse y casarse de nuevo sin miedo a los fantasmas, yo también.

Y además voy a servir a un pariente mío, mi tío por matrimonio, el duque de Norfolk, Thomas Howard, el hombre más poderoso de Inglaterra después del rey mismo. Soldado, famoso por la velocidad de sus marchas y por la brusquedad y la crueldad de sus ataques. Cortesano, que nunca se inclina con ningún viento sino que siempre sirve con constancia a su rey, a su propia familia y a sus propios intereses. Noble, poseedor de un linaje real tan abundante en su familia que su derecho al trono es tan válido como el de cualquier Tudor. Él es mi pariente, mi valedor y mi señor. En cierta ocasión me salvó de morir por traición, me dijo lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Cuando titubeé, se hizo cargo de mí y me sacó de las sombras de la Torre para conducirme a un lugar seguro. Desde ese momento le juré lealtad para el resto de mi vida. Él sabe que le pertenezco. Una vez más, tiene trabajo para mí, y yo cumpliré la deuda que tengo para con él.

La trampa dorada
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