16
Por una vez no había una multitud esperando para recibir a Elaine Doi cuando la limusina presidencial aparcó con suavidad. De todos modos, los guardaespaldas que viajaban con ella llevaron a cabo el procedimiento de desembarco habitual, examinaron la zona y pidieron comprobaciones de identidad de las pocas personas que se encontraban fuera del centro de control de la salida. Era un edificio corriente hecho de un amalgamiento de piedra y metal de alta densidad con unas finas ventanas verticales incrustadas en la pared, la clase de bloque de oficinas que alquilaría una compañía pequeña sin mucho futuro. En ese caso estaba literalmente a la sombra del edificio del generador del agujero de gusano de Hanko, cuyos paneles laterales de compuesto se alzaban detrás del control de la salida como una montaña vertical.
La seguridad de la presidenta dio el visto bueno y las gruesas puertas blindadas de la limusina se desbloquearon. El sello protector que la protegía de cualquier ataque químico y biológico se desactivó y el campo de fuerza se desconectó.
— Ya veo que Nigel no se ha molestado en venir a recibirme —se quejó la presidenta. A los programas de la unisfera les encantaría aquel desaire. En su lugar, el líder dinástico había enviado a esperarla en los escalones a unos tipos del departamento de gestión de la estación.
— Recuerda qtie Miguel Ángel retransmite en directo —le advirtió Patricia cuando la puerta se abrió como un iris.
Cuando salió de la limusina, la sonrisa de Doi tenía la gravedad apropiada para la ocasión. Agradeció a los dos ejecutivos del TEC que se hubieran tomado un momento para recibirla en los que debían de ser unos instantes frenéticos para ellos en aquel día histórico, saludó con una cortés inclinación de la cabeza al periodista del programa de Miguel Ángel que había hecho a un lado y permitió que la acompañaran al interior.
El centro de control en sí había sufrido una precipitada modificación en los últimos días. Había más de una docena de paneles nuevos apiñados en los estrechos pasillos que quedaban entre las dos filas existentes. Mientras que antes, en condiciones operativas normales, no habría habido más de tres o cuatro personas en el centro en un momento dado, en esos momentos había un técnico sentado ante cada puesto y más especialistas e ingenieros que permanecían tras ellos monitorizando los nuevos procedimientos. Además, la pared posterior estaba flanqueada de dignatarios que le habían arrancado una invitación al TEC, incluyendo al propio Miguel Ángel. Cuando solo quedaba media hora para que el agujero de gusano activase su nuevo modo de flujo temporal avanzado, el ambiente era tenso y emocionado. Ninguno de los técnicos se molestaba en utilizar los enlaces de comunicación, gritaban preguntas y comentarios por todo el centro a pleno pulmón.
— Es peor que un debate del Senado —dijo Doi por la comisura de la boca cuando entraron en el centro de control.
La expresión neutral de Patricia ni se inmutó.
Nigel Sheldon se acercó a saludarla, disculpándose por no haber estado en la entrada antes.
— Las cosas se están poniendo un poquito tensas por aquí —le explicó—. Incluso me han pedido consejo sobre la tensión de la materia exótica. Me sentí bastante halagado.
— Estoy segura de que los ayudó en todo —dijo Doi con los dientes apretados. Era muy consciente de que el reportero de Miguel Ángel se encontraba a solo unos pasos de ellos, capturándolo todo para el público de la unisfera. En la red de su visión virtual el número total de personas que habían accedido al programa iba aumentando a los mismos niveles que habían generado la última invasión prima.
— Todos contribuimos como podemos —dijo Nigel con tono condescendiente.
Rafael Columbia se acercó a saludar a Doi.
— Almirante —dijo la presidenta, aliviada. Al menos el almirante exhibiría la formalidad que merecía la ocasión, pensó Doi—. ¿Qué tal le va a la Marina con las restantes naves primas? —dijo, como si las armadas primas fueran un problema menor que quedara por resolver, unas cuantas naves que ya habían empezado a huir de las fuerzas superiores de la Federación.
— Su posición está garantizada en este sistema, señora presidenta —dijo Rafael—. En estos momentos tenemos a ocho fragatas destinadas a tareas de eliminación. Más de la mitad de las naves primas han sido eliminadas con éxito, el resto huye. Es imperativo proteger Wessex con sus generadores de agujeros de gusano y garantizaremos su seguridad a cualquier coste.
— Estoy segura de que así será, almirante. —Cosa que no encajaba del todo con el informe que le había dado el almirante diez horas antes. Las naves primas de muchos de los sistemas de los Segundos 47 estaban intentando congregarse en enjambres para fusionar su capacidad defensiva mientras intentaban encontrar un asteroide o luna adecuada que reclamar como su nuevo hogar. Pero en siete de los sistemas, los enjambres que se habían reunido se dirigían a los mundos de la Federación. La Marina había enviado fragatas para intentar desviar la inmigración pero los números estaban en su contra. Los siete planetas lo iban a pasar mal durante la siguiente semana, a medida que progresaban las evacuaciones.
— Ya casi estamos preparados —dijo Nigel. Doi y él bajaron al frente del centro de control y el ruido fue apagándose. Los cinco grandes portales holográficos de la pared estaban proyectando esquemas de datos del agujero de gusano. El del centro conectó con una imagen del presidente de la cámara de Hanko, Hasimer Owram.
— Señor Sheldon, señora presidenta —dijo.
Doi fue consciente del trasfondo hostil de la voz del hombre, pero esperó que nadie más lo percibiera. La última charla que había tenido con él, cinco horas antes, había sido breve y antagónica. Comenzando por la consternación de Owram al enterarse de que Hanko sería el primer planeta que se trasladaría al futuro, o, como él dijo, los primeros que pondrían a prueba si funcionaba aquella lunática idea del viaje en el tiempo; y terminando porque Nigel no estaba de broma cuando había dicho que no permitiría que nadie optase por salir de la operación. Owram había querido que le permitieran volver a la Federación para poder «supervisar» los preparativos que se estaban haciendo para su pueblo en su nuevo planeta.
— Hola, Hasimer —dijo Doi—. Estamos a punto de abrir el agujero de gusano para ustedes.
— Aquí todos estamos preparados. Abandonamos el planeta con gran tristeza, pero también con una gran sensación de esperanza y orgullo. La sociedad de Hanko volverá a prosperar.
— No me cabe duda de ello. Estoy deseando visitarlos y experimentar su triunfo en persona.
— Hasimer —dijo Nigel—. El agujero de gusano está preparado. Tenemos un ángulo directo con la salida de Anagaska. Se está abriendo ya.
— Pues que sea Anagaska, entonces —dijo Hasimer Owram—. Asegúrese de que tenemos un tiempo decente cuando lleguemos.
— Considérelo hecho —dijo Nigel. Anagaska era un mundo de la fase tres, a ocho años luz de Balkash, que el TEC ya había avanzado a un estado de predesarrollo. Su posición, cercana a los 23 Perdidos, era otra fuente de enfado para Hasimer, pero como Nigel le había dicho a él y a todos los demás líderes planetarios de los Segundos 47, los agujeros de gusano con base en Wessex no podían llegar al otro lado de la Federación.
Doi observó que la imagen se apartaba de Hasimer. El presidente de la cámara se encontraba de pie junto a un Audi Tarol de seis plazas de color verde oscuro que estaba aparcado justo delante de la salida de Hanko. Las vías del tren se habían arrancado y sustituido por una inmensa plataforma de cemento amalgamado con enzimas que se había vertido sin demasiada delicadeza por el suelo hasta la carretera principal que llevaba a la estación planetaria. Estaba empezando a parecer que aquello tampoco iba a bastar.
El silencio del centro de control quedó interrumpido por un zumbido de incredulidad cuando la estación de Hanko se expandió por el portal. Estaba cubierta de todo tipo de vehículos, desde triciclos abiertos a camiones de veinte ruedas. La policía había hecho todo lo posible para alinearlos en columnas, pero los coches patrulla pronto habían quedado rodeados y bloqueados por todo aquel volumen de vehículos de evacuación. Sus luces estroboscópicas eran lo único que traicionaba su posición, puntos de luz brillante que destellaban en medio de aquella inmensa alfombra multicolor que cubría la estación entera. En algún momento fallaba la perspectiva y los vehículos parecían bloques de una red urbana, una ciudad que tenía un gigantesco río negro serpenteando por el centro. Esas eran las personas que no tenían coche, camión ni moto; personas que habían llegado a la estación planetaria en uno de los miles de trenes que las había recogido por todo el planeta. La prensa local había calculado que ya había más de siete millones de personas que esperaban para cruzar la salida a pie.
Una luz escarchada de color malva brilló por la salida abierta. Por una vez, no era la luz de un sol lejano sino que la irradiaba la propia materia exótica. Por lo general, la longitud interna del agujero de gusano era casi nula, hasta el punto que prácticamente era imposible de medir. Pero en este caso era un túnel resplandeciente que se extendía casi hasta el infinito y seguía alargándose. El aire rugió en su interior cuando se cerró la cortina presurizada. En el centro de control comenzaron a oírse vítores y aplausos que fueron creciendo en volumen. Doi se unió a los aplausos con calidez mientras le sonreía a Nigel para felicitarlo.
Hasimer Owram condujo hasta la salida junto con su familia. También se había debatido mucho si él debería ser el primero en pasar o el último. Hasimer había querido ser el último.
— Es lo más decente —había afirmado—. No me respetará nadie si me escabullo el primero y dejo a todo el mundo esperando a que se derrumbe la atmósfera y las naves primas comiencen el bombardeo.
Nigel había rechazado todas las objeciones.
— Hanko va a ser el primer planeta que se traslade al futuro, para bien o para mal. Al pueblo le va a asustar lo que está por venir. Tiene que dar ejemplo, demostrarles que no hay nada que temer. Debe dar ese primer paso en persona.
Un furioso Hasimer accedió a pasar primero, dejando que fuera el vicepresidente de la cámara el que cerrara la marcha.
Doi observó durante varios minutos el tráfico que comenzaba a fluir por el agujero de gusano. Los que iban a pie se lanzaron hacia delante, pastoreados entre dos columnas de la policía. Vio que caían dos o tres personas. No vio que nadie se detuviese a ayudarlos.
Tras echar un rápido vistazo para asegurarse de que el periodista de Miguel Ángel no estaba enfocándola, le hizo una pregunta a Nigel.
— ¿Qué pasa si falla el generador?
— Que mueren —dijo el otro—. Tan sencillo como eso. Pero no se preocupe, nuestros generadores están diseñados para un uso continuo a largo plazo, y podemos mantener el agujero de gusano con un generador diferente siempre que el principal necesite obras de mantenimiento o restauración. Puede hacerse. No lo habría sugerido si hubiera un riesgo demasiado grande.
Doi pensó que jamás lo había visto tan absorto ni siendo tan sincero. Le daba una extraña sensación de confianza.
— ¿Cómo están progresando las modificaciones de los otros generadores?
— Deberíamos poder comenzar la evacuación de Vyborg, Omoloy e Ilichio en unas pocas horas. El resto quedarán completados en menos de tres días. El tiempo que cada mundo tarde en meter a su población es cosa de sus Gobiernos. Unos lo están llevando mejor que otros.
— ¿Y nuestro otro problema?
— Lo discutiremos en una instalación protegida.
— Sí. Por supuesto. —Doi miró a Miguel Ángel, que alzó una ceja con expresión expectante—. Será mejor que me vaya y haga las RR. PP. de turno.
La sonrisa de bienvenida de Miguel Ángel era amplia y horriblemente formal. Doi sintió cierta desazón al acercarse a aquel gigante de los medios. Había muchas noticias de la guerra a las que ni siquiera podía seguirles el ritmo, por no hablar ya de acontecimientos actuales normales. Patricia le había hecho un resumen razonable durante el trayecto a Wessex y la oficina presidencial tenía un servicio de refutación completo conectado y preparado para ella, aunque cualquier pausa para consultarlo podía ser aprovechada por un auténtico profesional como Miguel Ángel.
— Señora presidenta —dijo el periodista con tono formal mientras se inclinaba un poco.
— Miguel Ángel, es un placer verle.
— Vamos a realizar el análisis sobre el terreno durante un minuto más y después pasaremos directamente a la entrevista.
— De acuerdo. —Doi colocó el icono del equipo de refutación en el medio de su visión virtual y después sacó de su red la retransmisión del programa. Los periodistas situados en Hanko se movían entre la asombrosa multitud que había ante la salida, pidiendo comentarios al azar. La mayor parte eran cordiales, todo el mundo estaba cooperando: un hombre que llevaba a un vecino anciano en su coche con su familia, empleados de la compañía de autobuses que se habían ofrecido a conducir los autobuses cargados con pacientes de los hospitales, niños pequeños que habían cogido en brazos a sus mascotas. Personas que ayudaban a otras personas. Los refugiados eran una comunidad que se unía en la peor crisis que habían conocido jamás. Le lanzaban al cielo arruinado que había sobre el campo de fuerza miradas resentidas, pero hablaban del viaje por el agujero de gusano con un optimismo cauto. Algunos comentarios sarcásticos sobre Hasimer, que era el primero en salvar el culo, lo que hizo que Doi apretara los labios con expresión de desaprobación. Algunos estaban enfadados porque no se hubiera hecho nada más para salvar su mundo y muy apenados por todo lo que se veían obligados a dejar atrás. Las imágenes cambiaron a Miguel Ángel.
— Bueno, señora presidenta, ahora que hemos visto comenzar el desplazamiento temporal, ¿cree que se podría haber hecho algo más para salvar Hanko y los restantes planetas de los Segundos 47?
— En absoluto —dijo Doi—. La Marina ha hecho un trabajo magnífico...
— Siento interrumpirla pero acaba de despedir al almirante Kime. Eso no me parece que indique satisfacción con la actuación de la Marina.
— Las naves y sus tripulaciones actuaron de un modo magnífico. Fue el modo en que se priorizaron lo que preocupó de verdad al Gabinete de Guerra. En consecuencia, no tuvimos más alternativa que aceptar la dimisión del almirante Kime. No puedo ocultar el hecho de que no teníamos suficientes naves estelares y que es un importantísimo tema de presupuesto que el senador Goldreich ya está examinando; pero la magnitud, extrema a todos los efectos, de la invasión alienígena sigue siendo algo que todavía estamos asimilando todos.
— ¿Le preocupa que se vayan a producir más ataques?
— No. Hemos tomado medidas para asegurarnos que no se repita esta atrocidad.
— Entiendo que no pueda dar ningún detalle, ¿pero hasta qué punto puede tener la seguridad de que así sea?
— Absoluta. Todos hemos visto lo potentes que se han hecho nuestras armas. Acepto la responsabilidad del resultado último que supondrá el despliegue de semejante potencia de fuego contra criaturas vivas pero no voy a vacilar en la defensa de la Federación. Creo en nosotros, creo que tenemos derecho a existir.
— Algo en lo que estoy seguro que mi rival, o debería decir ex rival, Alessandra Baron, también creía. ¿Puede decirnos por qué las fuerzas de la Seguridad del Senado pensaron que era necesario matarla durante un intento de arresto? ¿Acaso hizo una pregunta incómoda de más en el comedor del Senado?
Un siglo en primera línea de combate político fue lo que hizo posible que no se alterara la expresión de la cara de la presidenta, pero por poco.
— Lo siento, Miguel Ángel, pero, como bien sabe, no puedo hacer comentarios sobre un caso clasificado todavía activo.
— ¿Entonces sabe cuál era el supuesto delito de Alessandra?
— No puedo hacer comentarios.
— Muy bien, ¿puede decirnos por qué Boongate se ha desconectado de la unisfera? ¿Han conseguido invadirlo los primos?
— Desde luego que no, la Marina los mantiene a distancia en todos los mundos de los Segundos 47.
— ¿Entonces por qué no hay enlace con la unisfera?
— Creo que la conexión física ha fallado. No es habitual y es muy inoportuno en estos momentos, pero tampoco tiene nada de misterioso. Le aseguro que estamos en contacto con Boongate a través de enlaces seguros del Gobierno. Sencillamente, no son lo bastante amplios como para proporcionar una conexión absoluta con la unisfera.
— ¿El fallo de los enlaces tuvo algo que ver con el hecho de que se reabriera el agujero de gusano?
— No soy consciente de que se hubiera reabierto el agujero de gusano a Boongate.
— Así fue, durante un breve periodo de tiempo. Según algunos de los refugiados que aprovecharon la apertura para venir aquí, a Wessex, y hasta el momento hemos entrevistado a cuatro, desde aquí pasaron tres trenes. ¿Qué había en esos trenes, señora presidenta? ¿Qué era tan importante que tuvieron que utilizar una fuerza letal para protegerlos? Se estaban disparando entre sí, ¿no es cierto?
— Me está haciendo preguntas sobre un incidente local del que no tengo constancia. La oficina de la Presidencia no es un servicio de investigación para los programas informativos. Solo puedo sugerirle que dirija sus preguntas sobre tiroteos a la policía local.
— Muy bien, señora presidenta. Y por último, ¿puede decirnos si es cierto que a su jefa de personal, Patricia Kantil, le pidió la Seguridad del Senado que acudiera a sus oficinas para hacerle unas preguntas?
— Puedo decirle que Patricia Kantil tiene toda mi confianza. Gracias. —Elaine Doi dio media vuelta y se fue con paso firme.
— Gracias, señora presidenta —exclamó Miguel Ángel a su espalda. Había bastante burla en su tono.
Los guardaespaldas presidenciales rodearon a Elaine cuando abandonó el centro de control, su rostro era la imagen perfecta de la satisfacción. Patricia caminaba a su lado sin decir nada, con aspecto igual de tranquilo y satisfecho.
Una vez que se encontraron de nuevo dentro de la limusina presidencial, Elaine comprobó que estaba activado el sello electrónico y después le dio una patada a la puerta.
— ¿Cómo cojones se le ocurre a ese gilipollas hacerme esas preguntas? —chilló—. ¡Pedazo de mierda egoísta! Voy a hacer que le peguen un puto tiro si vuelve a montar un número como ese.
— No digas eso, ni siquiera en privado —dijo Patricia—. Un día vas a tener un lapsus y lo vas a decir en público.
— Está bien. —Doi volvió a darle otra patada a la puerta, con sentimiento—. ¡Cabrón! ¿Pero quién le ha dado toda esa información, por el amor de Dios? ¿Y tenía razón en lo del agujero de gusano de Boongate?
— Alguien está filtrando muchas cosas. Sospecho que se está haciendo para suavizar el golpe cuando el público por fin se entere de que el aviador estelar es real. Lo que indicaría que es la Marina la que está detrás de los informes ilícitos de Miguel Ángel. En concreto Columbia, el muy cabrón. Está creando una impresión en la mente del público de que están al tanto de todo.
Doi le lanzó a Patricia lo que se podría llamar una mirada culpable.
— ¿Cuánto daño puede hacernos el aviador estelar?
— Lleva décadas manipulando la política de la Federación. Se han destruido setenta planetas y han muerto millones de personas. Hemos estado a punto de perder la guerra por una cuestión de costes. La desconfianza de los votantes con respecto a los políticos jamás ha sido mayor. Con franqueza, en las próximas elecciones va a haber un baño de sangre. Nuestro equipo de evaluación calcula que alrededor del setenta por ciento de los senadores actuales perderán sus cargos.
— ¿Y mis posibilidades de reelección?
Patricia respiró hondo.
— Dimitiré como tu jefa de personal en cuanto Sheldon borre del mapa a Dyson Alfa. Eso debería alejarte un tanto del tema del aviador estelar.
— Solo en un universo justo. Nadie va a olvidar el escopetazo que me denunciaba como uno de sus agentes, ahora no.
— No era más que propaganda para boicotearte. La envió el aviador estelar. Isabella... —Patricia tensó la boca en una mueca de furia.
Elaine puso una mano en el hombro de la otra mujer con aire comprensivo.
— Lo siento.
— Dijeron que corrompió su mente cuando era niña. Jesús. ¿Te lo imaginas? Una niña pequeña a la que ese monstruo le invade el cerebro. Lo que debe haber pasado, cuánto sufrimiento. —Empezaron a llenársele los ojos de agua y se inclinó para ocultar la cabeza entre las manos.
— Ya ha pasado todo —dijo Elaine frotando la espalda de Patricia cuando comenzaron los sollozos incontrolables.
— Lo que vi en ella eran vislumbres de lo que podría haber sido. Qué hermosa podría haber sido su vida. Debería haberlo sabido, debería haberme dado cuenta de que había algo que no iba bien. Una adolescente que me daba consejos sobre estrategia política. ¡A mí! Precisamente a mí. Pero la quería, así que nunca la cuestioné.
— Todavía puede ser esa persona que creíste ver en ella. Pueden arrancar al aviador estelar de sus recuerdos, convertirla de nuevo en un auténtico ser humano.
Patricia volvió a erguirse y se secó la humedad de la cara.
— Lo siento. Es una estupidez por mi parte.
— Lo entiendo. Y no quiero que dimitas. Nos enfrentaremos juntas a esto. —Elaine suspiró—. Si es que hay un futuro en el que podamos enfrentarnos a ello. Solo Dios sabe lo que está pasando en realidad. Sheldon se ha buscado su pequeña pandilla de cohortes y lleva la voz cantante. A ver, ni siquiera sabíamos lo del agujero de gusano de Boongate. ¿Qué diablos pasó allí?
— Ninguna de mis fuentes sabía nada sobre el tema.
— Maldita sea, soy la presidenta.
— Eso no significa mucho para él, ni para las otras dinastías.
— Va a borrar del mapa a Dyson Alfa, ¿verdad?
— Puede que sea un cabrón implacable, pero tiene sentido del honor. Si dice que lo hará, es que lo hará.
— Joder, espero que tengas razón.
Illanum no era una ciudad normal. Se había fundado para actuar como terminal de suministros para todas las fincas que la dinastía Sheldon tenía repartidas por todo el planeta, y había un pequeño aeropuerto para los aviones hipersónicos que trasladaban a los ultrarricos a sus privadísimos hogares. También había zonas residenciales y unos cuantos centros comerciales selectos para los miles de técnicos, trabajadores especializados de la construcción y personal doméstico que ayudaban a llevar las fincas. La expansión urbana también se extendía a escuelas para los hijos de los miembros más importantes de la dinastía, tiendas que ofrecían los artículos de diseño más caros que podían encontrarse en la Federación y unos cuantos clubes de ocio de moral distraída y alta gama cuya existencia era una fuente constante de rumores semienvidiosos en los programas de cotilleos más chabacanos de la unisfera. No todos los miembros de la dinastía a los que Nigel invitaba a construir una residencia en Cressat elegían un aislamiento espléndido, algunos preferían una comunidad más unida en la que se disfrutara de cierta interacción y se construían residencias en la ciudad.
No se podía decir que el distrito por el que pasaba Ozzie sufriera una explosión demográfica, o carencia de espacio. Las casas eran enormes y estaban situadas en el interior de enormes terrenos abiertos. Su taxi Mercedes era el único vehículo de la carretera, que parecía curiosamente estrecha entre tanta ostentación.
— ¿A quién vamos a visitar? —preguntó Mellanie.
— A una vieja amiga —dijo Ozzie de mala gana. Creyó reconocer algunos de los ridículos edificios junto a los que pasaban, como la pirámide carmesí y el castillo señorial escocés dentro de su propio foso, pero había pasado mucho tiempo. Y no quería comprobar la ubicación con la red local. Nigel y Nelson bien podrían haber descubierto ya sus códigos de autorización clandestinos. También sabía que en algún momento se notaría su desaparición, más bien antes que después. Cuando eso ocurriera, se armaría el gran follón. El departamento de seguridad de la dinastía llevaría a cabo una auditoria forense de la red de la mansión y descubriría la subrutina IS, y Nigel se pondría como un energúmeno. Jamás había llegado a confiar del todo en la IS e infiltrar una copia en el mundo seguro de su dinastía equivalía, en esencia, a una declaración de guerra.
Un edificio blanco fantasmal que era todo curvas verticales y largos balcones apareció sobre la cima de una pequeña colina, desde donde dominaba todo el distrito que lo rodeaba.
— Ah, aquí estamos —dijo Ozzie, y giró por el camino de entrada.
Ozzie sabía que los sensores de la matriz doméstica lo habían visto, solo esperaba que todavía contara con permiso para entrar. De hecho, esperaba que todavía fuera esa la casa. Era una suposición bastante razonable, por allí la gente no vendía su casa y se trasladaba como en los mundos normales. Con la aversión que todavía tenía a establecer comunicación con cualquier parte de la red de Cressat, Ozzie no intentó llamar antes para ver si había alguien en casa, sino que prefirió dar unos golpecitos en la alta puerta de metal. Cuando Mellanie se puso las manos en las caderas y le dedicó una mirada enfurecida, Ozzie se limitó a encogerse de hombros sin mucha convicción.
Se oyó el sonido de unos pies desnudos caminando por un suelo de madera. La puerta se abrió de golpe y reveló un pasillo de color rosa y naranja. En el umbral se encontraba una mujer despeinada vestida con una bata negra.
Ozzie entrecerró los ojos.
— ¿Giselle?
— ¿Qué cojones crees que estás haciendo?
— Hola, nena. —Ozzie esbozó una sonrisa brillante—. ¡Sorpresa!
— Gilipollas, ¿para qué estás aquí?
— Te echaba de menos. ¿Podemos hablar dentro?
Giselle Swinson miró furiosa a Mellanie.
— ¿Quién es esta? Tu cara me es conocida.
— Mellanie.
— La zorra de la prensa. Intenta grabarme y te abro personalmente la garganta en canal, meto la mano por el agujero y te arranco ese moribundo corazón para que puedas ver cómo deja de latir.
— Yo no grabo a gente fea y aburrida.
— Señoras... —Ozzie levantó las manos para detenerlas a las dos—. Por favor, vamos. Un poco de cortesía. Giselle, Mellanie es una buena amiga. No está trabajando en ninguna historia, ¿verdad?
— Supongo que no —dijo Mellanie con tono quejumbroso.
— Lo ves. Todo guay.
Giselle lo volvió a mirar furiosa.
— ¿Guay? ¿Tú crees que esto es guay? —Levantó el brazo de repente y le atizó a Ozzie una bofetada perfecta en la mejilla. Después volvió a entrar en la casa con paso colérico, dejando la puerta abierta.
Ozzie intentó mover un poco la mandíbula para volver a colocarla en su sitio. Le dolía. Había manchas rojas interfiriendo con su visión. La sonrisa de Mellanie había vuelto.
— ¿Una antigua novia?
— Mujer —explicó Ozzie con cansancio. Después se aventuró dentro. Se oían los golpes de la vajilla en la cocina—. ¿Hemos interrumpido la cena? —preguntó Ozzie.
Notó que la decoración había cambiado en algún momento del último siglo. Los accesorios de la cocina eran todos de color negro azabache, con puertas de cristal. Las encimeras de color escarlata brillaban un poco y arrojaban al techo una sombra de calima. Unos elegantes taburetes de bar, auténticas antigüedades, rodeaban la larga barra de desayuno.
— El desayuno —le soltó Giselle. Le quitó una taza a los tentáculos de una doncella robot y la metió con brusquedad en el lavavajillas—. Estoy trabajando veintiséis horas al día, siete días a la semana y tengo que volver dentro de una hora.
— ¿Haciendo qué?
— No pienso decírtelo.
— Sabía que Nigel te daría un puesto de responsabilidad en el proyecto de las naves de la dinastía, después de todo, casi es tu planeta. Eras la mejor alternativa para dirigir el equipo de investigación de los jardineros. ¿Cómo está la gigavida, por cierto?
— Como yo, sobrevive a la perfección sin ti.
— Necesito un favor.
— Entonces deberías pedírselo a alguien al que le importes. Seguro que queda al menos una persona en toda la Federación.
— De acuerdo, lo he enfocado mal, lo siento. Estoy aquí porque necesito subir a las naves estelares.
— ¡Ozzie! —Su ex cogió un plato de ensalada.
A Ozzie no le pareció que fuera a arrojarlo.
— Ya veo que guardaste nuestros recuerdos.
Giselle ladeó la cabeza y su expresión se suavizó de un modo amenazador.
— Oh, sí. No me van a engañar otra vez. Muchas gracias.
— Es que necesito ayuda, tía. Por favor, Giselle. —A Ozzie le sorprendió lo temblorosa que se había hecho su voz. Lo cierto era que aquella era su última oportunidad, si Giselle no le hada caso, ya podía darlo todo por terminado y no estaba seguro de si podría vivir en un universo en el que se habría cometido semejante crimen—. Sé lo que hice, yo también he guardado nuestros recuerdos; pero, por favor, por favor, confía en mí una última vez. Tengo que llegar a las naves. Sabes lo que va a hacer Nigel, ¿no?
— Lo que hay que hacer.
— No. —Ozzie creyó perdbir un diminuto destello de duda—. Hay una posibilidad —insistió—. Una posibilidad pequeña, débil y penosa de que quizá yo tenga razón y se pueda evitar el genocidio. Déjame aprovechar esa oportunidad. El único que se arriesga soy yo. No voy a arrastrar a nadie más conmigo. Solo déjame hacer lo que tengo que hacer. Es todo lo que te pido. Por favor.
— Maldito seas. —La mano libre de Giselle golpeó la encimera de color escarlata—. Maldito seas mil veces, Oswald Isaacs.
La sonrisa de Mellanie no se había movido en todo el viaje desde la casa de Giselle hasta la salida. No dejaba de ver la cara de Orion. Su asombro. El placer. Las risas.
Estaba maravillado. La joven levantó la cabeza con curiosidad en cuanto salieron por el otro lado de la salida. El sol de ese mundo no había salido del todo todavía pero una espesa luz genciana comenzaba a surgir por el horizonte oriental para reducir las estrellas. Algo se movió muy rápido en el cielo, encima de ellos. Algo enorme.
— ¡Oh, uau! —exclamó Mellanie apretándose contra la ventanilla del lado del pasajero. La flor espacial atravesó el cielo, casi invisible de lo oscuro que estaba—. Era enorme.
Desde el asiento del conductor, Giselle emitió un sonido de desdén.
— Aquí hay más secretos encerrados en una sola molécula de los que Newton y Baker descubrieron entre los dos —dijo Ozzie.
— ¿En serio? —dijo Mellanie, toda burlona atención—. Oswald —se mofó.
Giselle lanzó una risita irrespetuosa.
Ozzie se cruzó de brazos y miró furioso el paisaje estéril. Mellanie volvió a sonreír. Seguían a un transporte Ables de cuarenta ruedas que llevaba una gran esfera envuelta en polietileno y bandas de color naranja. El camión que iba detrás de ellos estaba cargado con cápsulas de mercancía normales, cilindros blancos y grises con mangueras medioambientales conectadas en un extremo. A Mellanie le había sorprendido la cantidad de vehículos que había en la carretera, y el tamaño de sus cargas. Era obvio que el proyecto de botes salvavidas de la dinastía Sheldon había alcanzado un orden de magnitud muy por encima de los otros.
Giselle los llevó por la carretera de circunvalación de la ciudad sin nombre hasta que se acercaron a lo que parecía un polígono industrial de tamaño medio. Unas torres de conducción eléctrica se alzaban por encima de los tejados más altos, iluminando toda la zona. Bajo aquella intensa luz azulada, Mellanie vio que la mayor parte de los almacenes estaban unidos formando el dibujo de una raspa de pescado. Reconoció el edificio del generador de agujeros de gusano en un extremo, más grande que todos los demás, con unos paneles oscuros más sólidos. Tras él había cuatro grandes generadores de fusión. Un círculo de torres cónicas de cemento hacía guardia alrededor de toda la zona.
La carretera los llevó hacia el complejo tras pasar a través de un amplio arco que parecía hecho de escamas plateadas.
— Allá vamos —dijo Giselle con un susurro nervioso—. Si la IR no ha aceptado mis actualizaciones de personal, ya te puedes ir despidiendo, Oswald. Aquí las armas más pequeñas que tiene el perímetro son sistemas atómicos de láser.
Atravesaron el arco. Los implantes de Mellanie informaron de un escáner que era casi lo bastante sofisticado como para detectarlos.
Giselle contuvo el aliento. Estaba encorvada sobre el volante, esperando lo peor.
— Jamás he podido entender esa inseguridad que tienes —dijo Ozzie—. Nadie cuestiona jamás al jefe.
— Fue a hablar el experto en gestión corporativa —se burló Giselle—. ¿Tienes idea de cómo...? Bah, olvídalo. —Relajó las manos sobre el volante y continuaron hasta el complejo de la salida.
Giselle aparcó en el sitio que tenía reservado junto al bloque de administración y los llevó directamente al vestuario de la planta baja. Mellanie se puso un mono verde sin forma de tela semiorgánica, que después se contrajo a su alrededor. Las rodillas y los codos se hincharon y le proporcionaron cierta protección contra los golpes de la caída libre. Giselle le pasó luego un casco blanco. Ozzie ya estaba intentando meter el pelo en otro. Al final se rindió y dejó las trabas colgando.
El agujero de gusano que llevaba al grupo de plataformas de montaje de la órbita era un modelo comercial estándar, de los que utilizaba el TEC para sus redes ferroviarias, con una salida circular de treinta metros de anchura. Pero incluso eso solo era lo bastante grande como para tragar los compartimentos esféricos que se desplazaban sobre una amplia cinta transportadora de malmetal. Mellanie se colocó en la pasarela que había a un lado de la sala de transferencia que llevaba a la salida y observó dos de las esferas que se deslizaron a su lado. Les habían quitado todo el polietileno y las cinchas protectoras, dejando al descubierto la superficie plateada. Dado que el exterior estaba diseñado para soportar los rigores de la exposición al espacio profundo, parecía relativamente delicado. Mellanie se preguntó qué daría Paul Cramley por ver aquello. Era extraño pensar que aquellos módulos estaban diseñados para cruzar media galaxia y no volver jamás, que las naves estelares que formarían podrían llegar a erigir toda una nueva civilización. La joven había visto cuadros en el libro de los mayores acontecimientos de historia que mostraban los barcos coloniales que habían llegado a Australia; aquello debía de ser el equivalente moderno.
Las esferas dieron paso a toda una serie de cápsulas de carga mucho más pequeñas.
— De acuerdo —dijo Giselle—. Nos toca.
Los tres se movieron por la pasarela hasta la salida. Al otro lado, Mellanie vio el módulo de recepción de la plataforma de montaje. La primera impresión fue del interior de un globo terráqueo que hubieran recubierto con la arquitectura tosca de las fábricas. Era un orbe intrincado de vigas que parecían ondularse sin parar. Se dio cuenta de que aquella red albergaba cientos de robots que se escabullían de un sitio a otro, mientras que, por la parte inferior, había brazos manipuladores en movimiento constante. Unos hologramas de color escarlata brillante destellaban por encima de la mitad de las vigas, advirtiéndole a la gente que no se acercara a los sistemas mecánicos. Las esferas y las cápsulas de carga pasaron con calma por las ramas de la cinta transportadora para desaparecer por túneles metálicos que llevaban a diferentes zonas de carga de la nave.
Delante de ella, donde la pasarela terminaba en la salida, varias personas se estaban sujetando a unas argollas que pasaban rozando un raíl de electromúsculos que los llevaba al interior del módulo de recepción.
— He programado el sistema para que nos lleve al muelle de la fragata —dijo Giselle—. Solo tenéis que sujetaros.
Cuando llegó al final de la pasarela, Mellanie imitó lo que había visto hacer a Giselle y se sujetó a una de las argollas. El mango de plástico corrugado respondió fluyéndole alrededor de la mano para sujetársela y comenzó a moverse por la banda de electromúsculos, arrastrándola consigo. La gravedad desapareció de repente y Mellanie tuvo que cerrar la boca de golpe cuando todos sus instintos le dijeron que estaba cayendo. Después de un minuto consiguió recuperar el aliento y empezó a disfrutar un poco del viaje. Lo único que le impedía recrearse en la novedad era el estómago, que parecía tener una incómoda sensación de vacío. Orion le había hablado de esa sensación cuando la Exploradora había caído por el mundo de agua. Mellanie esbozó una sonrisa cariñosa. Qué chico tan loco.
Mellanie rodeó una cuarta parte del módulo de recepción, donde los sonidos mecánicos de los robots y de los brazos manipuladores alcanzaban el nivel de la multitud de un estadio. Después dibujaron una curva para viajar por uno de los grandes túneles. Este se bifurcó y después se dividió en cinco. La argolla la llevó por el pasaje más pequeño del cruce, de solo cuatro metros de anchura.
Al final estaba la puerta de malmetal de una cámara de aire. Un holograma naranja iluminaba el aire delante y decía: «Solo personal autorizado». Giselle se ancló a una almohadilla adhesiva y puso la mano en el control del punto-i. La puerta de la cámara de aire se abrió en cinco segmentos. Los tres se adelantaron y los segmentos se cerraron tras ellos.
Mellanie sintió de repente claustrofobia cuando se encontró en la cámara. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no soltar de repente un «date prisa». Unos segundos después, la puerta exterior se abrió.
El muelle de la fragata era un cilindro de metal de trescientos metros de largo y setenta de ancho, con un extremo abierto sellado por una cortina presurizada en la que relucía una luz morada eléctrica. Al contrario que en las zonas de montaje, el interior estaba casi desprovisto de brazos manipuladores. En el extremo sólido había reposando tres andamios de carga de armas, cuyos montacargas telescópicos estaban replegados por completo. Dos fragatas elipsoides estaban amarradas una enfrente de la otra a medio camino del cilindro, la Caribdis y la Escila. La Escila estaba envuelta en plataformas curvas de malla que les daban a los robots y a los técnicos acceso a cada milímetro cuadrado de aquel casco negro como el infinito; había varias personas trabajando en ella. La Caribdis estaba casi despejada, salvo por tres brazos umbilicales y una jaula de acceso de plástico corrugado encima de la escotilla de aire abierta.
Ozzie se quedó mirando la fragata con una sonrisa codiciosa.
— Ah, tío. ¿Está armada?
— No lo sé —dijo Giselle con tono apagado; una vez que habían llegado a la zona de atraque, parecía casi perpleja que hubieran conseguido llegar tan lejos—. Está programado que partan en cinco horas, así que debería estarlo.
— Vamos a averiguarlo. —Ozzie dio una fuerte patada y cruzó como un rayo la zona de atraque. Giselle lo siguió después de un momento.
Ya no era la caída libre lo que estaba poniendo enferma a Mellanie, empezaba a estar asustada de verdad. Las fragatas tenían un aspecto escalofriante de lo potentes que eran. Jamás podría ponerse en duda que estaban construidas para agredir. Y el hecho de que una o quizá las dos transportaban una bomba nova tampoco la tranquilizó demasiado. Comenzó a activar sus implantes y los configuró para que escanearan el entorno en busca de cualquier actividad.
— No puede ser tan fácil —murmuró. Una emoción creciente comenzaba a tomarle la delantera a sus dudas. Dios bendito, voy a secuestrarla fragata de una dinastía. Voy a volar a Dyson Alfa para poner fin a la guerra. ¡Yo! Y dio un salto para salvar el amplio espacio abierto.
Ozzie había aterrizado en la pared no lejos de la Caribdis. Utilizó las almohadillas adhesivas que tenía en los puños y en las suelas para escurrirse como un cangrejo hasta que alcanzó el grueso pilar que sujetaba uno de los brazos umbilicales. Un hombre con un mono verde y un casco blanco salió de la fragata y empezó a gritar. Ozzie lo saludó con entusiasmo. Giselle aterrizó a su lado y empezó a calmar al hombre.
— Reconocerás a Ozzie —la oyó decir Mellanie en cuanto la tuvo a su alcance.
— Bueno, sí —respondió el otro.
— Eh, hola, tío.
— Sí, hola. Pero nadie había incluido esto en el programa.
— Venga, Mark —dijo Giselle—. Ya sabes que el programa cambia tan rápido que nadie es capaz de seguirle el ritmo.
Mellanie aterrizó en un lado del amarradero y luchó por no salir volando otra vez. No era nada fácil dominar las almohadillas adhesivas, demonios. Se estudió los pies un momento para asegurarse de que estaban bien sujetos y después levantó la cabeza. Su rostro se dividió en una inmensa sonrisa.
— Hola, Mark.
— ¿Eh? —Mark se quedó con la boca abierta en una mueca de incredulidad—. ¿Mellanie?
Giselle le lanzó a la joven una mirada alarmada.
— ¿Vosotros dos os conocéis?
— Somos viejos amigos, de los mejores —dijo Mellanie arrastrando las palabras con su voz más ronca. Y por supuesto, Mark se puso colorado.
— Esta tía es periodista —protestó Mark—. Y trabaja para la IS. Creí que la dinastía no quería a la IS en este planeta.
— Y además esta tía te salvó el culo —dijo Mellanie—. ¿Cómo están Barry y Sandy?
Mark emitió un gruñido avergonzado con la garganta.
»Mark, soy la prometida de Nigel —dijo Mellanie—. Voy a formar parte de su harén. Así que más vale que seas amable con la mujer del jefe.
La cara de Ozzie se arrugó de sorpresa.
— ¿Te has prometido a Nigel?
— Me lo pidió la otra noche.
— Pero no me dijiste... —Ozzie sacudió la cabeza—. De acuerdo, no es relevante. Mark, solo estoy aquí para hacer una visita de inspección, vale. Además, me muero por ver la fragata; mi reputación se iría al garete si alguien averiguara lo loco que estoy por la tecnología, pero tengo que decir que esto es una pasada de pedazo de ingeniería. Giselle me lo contó todo sobre el vuelo del Buscador y lo que hiciste.
— Bueno, ya sabes —dijo Mark. Era un tono que insinuaba un gran orgullo oculto.
— Supongo que todos te debemos una, ¿no? —Ozzie había llegado junto a Mark y le dio unas palmaditas en el hombro, de hombre a hombre.
— Los que importan son los pilotos —dijo Mark.
— ¡Venga ya! Recuerda que fui yo el que construí el primer generador de agujeros de gusano, con mis propias manos. Sé la habilidad que se necesita para integrar una maquinaria. Creí que jamás terminaríamos aquel trasto. Y esto... —Ozzie pasó una mano por el casco—. Esto tiene que estar varios órdenes de magnitud por encima de aquella antigualla. Todo mi respeto para los tíos de montaje, en serio.
— Gracias.
— Vamos a echarle un vistazo a la cabina, ¿vale?
Mark le lanzó a Giselle una última mirada interrogante. Pero ella asintió.
— Claro —dijo Mark y empezó a meterse otra vez como una oruga por la escotilla de aire de la fragata—. Cuidado con esto, no hay mucho espacio.
Ozzie le lanzó una sonrisa triunfal a Mellanie y Giselle y siguió a Mark a bordo.
— ¿Te lo has inventado? —preguntó Giselle.
— ¿El qué? —Mellanie estaba lo bastante cerca de la fragata como para estirar el brazo y tocarla. Se contuvo, todavía maravillada por toda su pura potencia. El casco era tan negro que parecía una burbuja de espacio interestelar. Casi esperaba ver galaxias flotando dentro.
— Lo de Nigel. ¿Estáis prometidos?
— Ah, eso. —Por fin apretó la mano contra la fragata. Después de todo, era un momento histórico. La superficie carecía por completo de fricción y era neutra a los cambios termales. Su sentido del tacto le dijo que estaba tocando algo, pero esa fue toda la impresión que recibió. Era incapaz de centrar los ojos de verdad en el casco—. Es verdad que me lo pidió pero no he dicho que sí todavía.
Giselle le lanzó a la escotilla abierta de la fragata una mirada inquieta.
— Sigue mi consejo y di que sí. De ese modo quizá no te meta en suspensión durante mucho más de mil años.
— Vamos, Ozzie tiene que hacerlo. ¿Cómo crees que se va a deshacer de Mark? ¿Tiene...? —Un momento después dejó de hablar. Sus implantes le estaban diciendo que la escotilla de la zona de amarre se estaba abriendo y estaban saliendo unas fuentes de energía densas y muy potentes—. Oh, mierda.
— ¿Qué?
— Viene alguien. Y no con buenas intenciones. Advierte a Ozzie. —Se apartó con ligereza y rodeó flotando el casco curvo de la fragata.
Todo el espectro de comunicaciones se llenó de repente de una señal: «Tú, junto a la Caribdis, no te muevas, desactiva cualquier arma que te lleves».
Mellanie se deslizó alrededor del casco ultranegro y se encontró mirando de frente a un escuadrón de trajes blindados que salían volando de la escotilla como avispas enfadadas. Unos sensores activos la fijaron en sus miras. La joven intentó desviarlos por instinto. Sus manos y sus mejillas comenzaron a ondularse con líneas plateadas.
— ¡No! —chilló Giselle.
Un instante de desconexión...
... y Mellanie se encontró girando a toda velocidad. No sabía por qué. El cuerpo se le había entumecido, aparte de una única sensación de sudor frío que le escocía en la frente. Creyó que era porque estaba a punto de vomitar, pero ni siquiera se sentía el estómago. Entonces se estrelló contra la pared de la zona de amarre y rebotó. Sus miembros tampoco parecían funcionar. Era extraño que no le doliera nada, había sido un golpe muy fuerte. Unos puntos rojos flotaron ante su campo de visión, que parecía estar debilitándose. La sensación se precipitó sobre conciencia como una aterradora oleada de dolor. Intentó gemir, pero un líquido le bloqueaba la garganta. No podía respirar. Su cuerpo estaba viviendo una agonía y lo peor era el costado izquierdo. Tosió para intentar despejarse los pulmones. Unas serpentinas de sangre brotaron de su boca y después se mecieron con frenesí delante de ella. Buscó con las manos la fuente principal de dolor y solo encontró una gelatina cálida y húmeda. Unas gruesas telarañas de sangre oscilante giraban a su alrededor. Al otro lado, pasó deslizándose una gigantesca forma negra. La turbulencia de su estela golpeó la sangre y la aplastó contra ella. La necesidad de respirar era insoportable.
Volvió a toser y de su garganta brotaron más burbujas de sangre que formaron cintas pegajosas delante de ella. Todo su cuerpo sufrió una sacudida. El dolor comenzaba a sumergirse bajo un frío intenso.
Apareció una cara sobre ella. Nigel. Mellanie intentó sonreír. El líder dinástico parecía muy enfadado.
— Traed un puto botiquín. ¡Ahora!
Mellanie intentó decirle que no pasaba nada, que, en realidad, se encontraba bien. Lo que solo hizo que se escapara más sangre. Era muy roja. Se le estaban cerrando los ojos.
— ¡Mellanie! —la voz de Nigel, muy lejana.
Había tantas cosas que Mellanie quería decir. Se preguntó si Orion ya se habría despertado. Pero la negrura lo conquistó todo.
Ozzie había estado dentro del módulo de mando del Apolo una vez. El personal del Smithsonian había quitado la cubierta de plexiglás de la escotilla y se había quedado allí con sonrisas nerviosas mientras él se retorcía por el interior de aquella antigüedad histórica. Ya no recordaba cuánto tiempo hacía que lo había hecho, al menos dos siglos, pero sí que se acordaba de que se había maravillado de que tres personas hubieran sobrevivido en un espacio tan pequeño durante los diez días que les había llevado llegar a la luna y regresar.
Cuando siguió a Mark a través de la cámara de aire de la Caribdis para entrar en la cabina, empezó a sentir una punzada de envidia de aquellos viejos astronautas y la cantidad de espacio que tenían por aquel entonces. La cabina de la fragata era pequeña, pero pequeña de verdad: tres sillones sujetos al mamparo trasero (la razón por la que recordó de repente al Apolo) con un hueco de metro y medio entre ellos y el mamparo delantero, que era una pared sólida de matrices y portales.
— ¿Y ya está? —preguntó asombrado.
— Pues sí. —Mark se había acomodado en el sillón de la izquierda y le dedicó una sonrisa cómplice—. ¿Tienes claustrofobia?
— Estamos a punto de averiguarlo. —Ozzie se deslizó hasta el sillón del medio. Las matrices que tenía justo delante estaban cubiertas de símbolos que no reconoció, pero estaban conectadas. Encontró un punto-i y apoyó la mano en él—. ¿Puedes hacer una interfaz? —le preguntó a la subrutina IS.
— Sí.
— Hazla rápido.
— Ejecutando.
— Eh —le preguntó a Mark—. ¿La bomba nova está a bordo?
Mark pareció un poco más cómodo al ver que Ozzie sabía ese tipo de cosas.
— Sí. Seguimos esperando a que nos traigan la bomba de la Escila. Nos prometieron que estaría aquí en unas tres horas. No estoy seguro de que ya tengamos solucionada la integración de los sistemas para entonces, pero deberíamos poder despegar mañana.
— ¿Y cuántos sancionadores cuánticos tenemos? —Ozzie hizo que sonara igual que un colegial haciendo preguntas, y después será, ¿y a qué velocidad va, señor?
— Tenemos diez cargados —dijo Mark.
— Tío, eso es la hostia de potencia de fuego. —Ozzie se sintió indecentemente feliz.
El Gran Atraco de la Fragata estaba en marcha y arrancando sin problemas. Quizá podría dejar que se corrieran por la unisfera los rumores sobre el asunto.
— A mí me lo vas a decir —Mark se asomó a una de las pantallas de los portales—. Eh... —Después le echó un vistazo a la mano que había colocado Ozzie en el punto-i.
— Estoy al mando de todas las funciones primarias —dijo la subrutina IS.
Una plétora de iconos de mando de la fragata apareció en la visión virtual de Ozzie. Un texto comprimido de instrucciones orbitó alrededor de cada uno como un anillo gigante de gas. Solo para leer todas las introducciones ya habría tardado un par de horas. Había supuesto que sería capaz de hacer casi todo el trabajo del piloto él mismo, después de todo, no puede ser tan difícil. Pero parecía que iba a depender de la subrutina IS más de lo que le apetecía. A pesar de todo lo que había pasado, seguía sin estar seguro de confiar en ella.
— Eh, ¿qué estás cargando ahí? —preguntó Mark cada vez más alarmado.
— ¡Ozzie! —lo llamó Giselle—. Tenemos un... Oh, mierda.
Los implantes de Ozzie captaron la advertencia del equipo de seguridad.
— Cierra la cámara de aire y sácanos de aquí —le dijo a la subrutina IS. Su mano virtual barrió con un amplio gesto todos los iconos de mando, apartándolos como los trastos de un escritorio. Por el rabillo del ojo vio que Mark estiraba una mano hacia un punto-i—. Quieto —gritó—. Tengo armas conectadas que podrían masacrar a un pequeño ejército. Matarte a ti desde aquí es más fácil que respirar. Quédate sentado, no hagas nada, y dejaré que vivas.
— ¡No me mates! —gimió Mark. Retiró la mano como si el punto-i estuviese conectado a mil voltios—. Por Dios, tío, que tengo familia. Hijos.
— Cállate.
La escotilla de la cámara de aire se contrajo. Ozzie solo oyó un chasquido alto y desagradable en el exterior antes de que se cerrara por completo. Buscó a su alrededor algún botón del sillón que activara las cinchas de sujeción. Pero eso era demasiado simple para aquella nave. Se rindió.
— Ponme los cinturones —le dijo a la subrutina IS.
— Confirmado.
— Y dame un visual del exterior. Quiero ver lo que está pasando.
Los cojines de plástico corrugado del sillón fluyeron sobre sus hombros y caderas y lo sujetaron con fuerza. Se activaron cinco cuadrículas en la pantalla de su visión virtual y Ozzie sacó las imágenes. Todo un escuadrón de figuras blindadas comenzaba a entrar a toda velocidad en la zona de amarre. Después, fue Mellanie la que flotó delante de la cámara. Le habían arrancado la mitad del lado izquierdo, largos jirones de carne y sangre le colgaban de las costillas expuestas y destrozadas. El rostro de la joven entró en su campo visual y se quedó mirando directamente a la lente. Por alguna razón, poseía una especie de serenidad zen, después crispó los labios y brotó un chorro de sangre arterial de su boca.
— ¡Mellanie! —exclamó un horrorizado Mark—. Oh, Dios, ¿pero qué le has hecho? Mírala, puto monstruo.
Ozzie no tuvo valor para decirle otra vez que se callara.
— Umbilicales desconectados —dijo la subrutina IS—. Conectando motores secundarios.
Las paredes de la zona de amarre se deslizaron junto a ellos. Un breve vistazo de la Escila abrazada por las frías plataformas de mantenimiento grises. Los técnicos se volvían con torpeza para mirarlos cuando pasaron volando. Después fue el destello morado de la cortina presurizada sobre el casco seguido por la negrura infinita del espacio. El planeta formaba una gigantesca media luna de color gris acerado que interrumpía las estrellas. Una de las flores espaciales estaba justo bajo ellos, un semicírculo perfecto de amatista arrugada que se desvaneció de repente al cruzar a la penumbra.
— ¿Tenemos potencia suficiente para llegar a Dyson Alfa? —le preguntó Ozzie a la subrutina.
— Sí.
Se debatió entre preguntar lo obvio o no. Decidió tirarse a la piscina.
— ¿Y volver?
— Sí.
— De acuerdo, traza un rumbo y llévanos allí.
— En marcha.
— ¿Me vas a matar ahora? —Mark lo miraba con los mismos ojos de loco que ponía un animal moribundo.
— No va a matarte nadie —dijo Ozzie. Se apresuró a decirle a la subrutina IS que bloqueara todos los accesos a las matrices de a bordo aparte del suyo. Mark era el jefe del equipo técnico de montaje, quién sabía lo que habría incrustado en los sistemas de la fragata.
— Tú sí —dijo Mark con miedo—. Los tíos como tú siempre lo hacéis.
— Eh, espera un momento, coño. Tú qué te crees, yo no soy como nadie.
— Acabas de secuestrar una fragata de la dinastía.
— Es que no me quedaba alternativa, tío.
— Vas a matarme, cabrón.
— No, no puedo. —Ozzie agitó los brazos para dar más énfasis a sus palabras e hizo una mueca cuando se golpeó el dorso de la mano contra las matrices—. No tengo nada conectado salvo unos cuantos chips bioneuronales. Te lo juro, tío; conmigo estás a salvo. Así que tómate las cosas con calma.
El silencio se alargó de un modo peligroso.
— ¿Qué? —quiso saber Mark.
— Yo, esto... necesitaba de verdad la fragata; supongo que exageré lo que podía hacer. El calor del momento, tío. Estaba desesperado.
— Eres un pedazo de mierda.
— ¿Qué puedo decir? Lo siento.
Mark lo miró furioso y se cruzó de brazos. No era una postura muy fácil de mantener en gravedad cero, pero él lo consiguió.
— ¿Y también vas a decirle a Mellanie que lo sientes?
— Adquirimos velocidad VSL —anunció la subrutina IS.
Ozzie se preparó. Seguramente se produciría una aceleración tremenda, el espacio se retorcería a su alrededor, las estrellas se pondrían de color azul antes de estrellarse en un estallido de luz que se estiraría para envolver el casco.
— Harán que vuelva a renacer —murmuró intentando hacer caso omiso de la punzada de vergüenza.
— Bueno, entonces no pasa nada. —Mark, con gesto deliberado y desafiante, puso una mano en un punto-i.
— ¿Qué está pasando? —le preguntó Ozzie a la subrutina.
— Por favor, define contexto.
— ¿Por qué no llevamos velocidad VSL?
— La llevamos. En estos momentos estamos viajando a trece punto cinco años luz por hora.
— La hostia. —Una inmensa sonrisa dividió la cara de Ozzie—. ¿En serio? —Si él hubiera diseñado la nave, habría incluido un pequeño parpadeo de las luces de la cabina, una vibración profunda, algo que enfatizara las fuerzas tremendas que se habían puesto en funcionamiento en el motor.
— Confirmado.
— ¡Uau!
— Me has bloqueado y no puedo entrar en las matrices —dijo Mark.
— Pues claro. Eh, ¿sabes a qué velocidad estamos viajando? A trece años luz por hora. Dios, eso son solo como tres días a Dyson Alfa. Tío, Nigel y yo deberíamos haber intentado construir algo como esto cuando empezamos, y a la mierda los agujeros de gusano. Esto es la hostia, en serio, directo y sencillo.
— Un viaje rápido y directo a la muerte, más bien.
— Eh, anímate, tío, estás a punto de hacer historia en esta nave.
— ¿Te refieres a como en el Titanic?
— Te llama Nigel Sheldon —dijo la subrutina IS.
Ozzie se removió dentro de las cinchas protectoras. Una inmensa oleada de culpabilidad envolvió el alivio que sentía por el secuestro la nave. Fue después cuando se alarmó.
— ¿Y cómo está haciendo eso?
— La fragata utiliza un método de comunicación llamado canal transdimensional, es vina subfunden del motor principal.
— Tío, voy a tener que leerme de verdad el libro de instrucdones. No podrá rastrearnos con eso, ¿verdad?
— El canal TD se puede hacer direccional para facilitar el rastreo.
— ¡Cristo! Asegúrate de que no está haciendo nada de eso.
— Confirmado.
— De acuerdo, pásame a Nigel.
— Da la vuelta, Ozzie. —La voz sorprendentemente serena de Nigel llenó la cabina—. Devuelve la fragata, por favor.
Mark esbozó una sonrisa satisfecha y le lanzó a Ozzie una mirada desafiante.
— No puedo hacerlo, tío —dijo Ozzie—. Y lo sabes. He encontrado el modo de reactivar la barrera. Voy a usar un sancionador cuántico contra el cacharro del aviador estelar que está interfiriendo con el estado cuántico del generador.
— Hay un troyano en la señal TD —informó la subrutina IS—. Creo que están intentando tomar el mando de la nave por control remoto.
— ¿Puedes contrarrestarlo?
— Creo que sí. No es un tipo que tenga en mi catálogo.
— Si hay cualquier problema, interrumpe el enlace de inmediato.
— Ozzie —dijo Nigel—. Necesitamos la Caribdis para eliminar la amenaza prima. Devuélvela. Ahora.
— Rumbo marcado. Anclas izadas. Velas al viento. Lo siento, Nigel, tío, la misión está en marcha.
— Ozzie, tenemos otras fragatas. Las pilotarán personas que saben usarlas de verdad. Les encomendaré que te den caza y te maten. Y después de eso, me aseguraré de que nunca te hagan renacer. Puedo hacerlo y lo sabes.
— Sabes qué, Nigel, si lo consigues y después haces un genocidio con MontañadelaLuzdelaMañana, creo que no querría vivir en la clase de galaxia que quede después.
— Mark —dijo Nigel—. Siento lo que está a punto de ocurrir pero no podemos permitir que Ozzie le entregue la Caribdis a MontañadelaLuzdelaMañana. Tienes mi palabra de que se te hará renacer de forma inmediata. También me aseguraré de que Liz, Barry y Sandy estén bien cuidados entre tanto.
Mark sorbió por la nariz y se secó la humedad que le bañaba los ojos.
— Lo entiendo, señor. Dígale a Otis que apunte bien.
— Gracias, Mark. Una vez más, estoy orgulloso de que formes parte de la familia.
Ozzie gruñó desesperado y le lanzó a Mark una mirada hosca.
— ¿Desde cuándo eres el héroe de los idiotas?
— Que te follen —escupió Mark.
— Nigel, coño, sabes que no voy a entregarle esta fragata a MontañadelaLuzdelaMañana —dijo Ozzie, colérico—. Voy a impediros a los dos que os matéis.
— Has robado los dos únicos artefactos tecnológicos que pueden garantizar que la especie humana sobreviva a la guerra, Ozzie. Eso no es hacer el gilipollas, eso no es ser el sabelotodo chiflado que se enfrenta a mi estirado personal corporativo. Estás intentando matar a la humanidad. ¿Lo entiendes?
— Voy a salvaros —le ladró Ozzie a su vez—. Confía en mí, Nigel, antes siempre confiabas. Por favor.
— Vuelve.
— No. Ven tú conmigo. —Ozzie odiaba lo arrogante que parecía—. Desconecta el canal TD —le dijo a la subrutina IS.
— Confirmado.
Ozzie se tomó un par de minutos para quedarse mirando las pantallas de los sistemas que tenía delante de él y permitir que su genio se enfriara un poco. No quería admitir lo nervioso que lo habían puesto las amenazas de Nigel. Al final soltó las bandas de plástico corrugado que le sujetaban los brazos y solo se dejó sujetas las piernas con las ataduras flojas; después respiró hondo.
— Oye, esto, Mark. Nigel en realidad no tiene una flota de esas fragatas, ¿verdad? Quiero decir que todavía las están construyendo, ¿no?
— ¿Con franqueza? Tiene a la Escila y tres más que acaban de montarse. No se ha probado ninguna en vuelo, pero ya han pasado las pruebas de integración de sistemas. Otis pilotó la Caribdis contra la Puerta del Infierno con bastante menos preparación que esa.
— Genial. Gracias, tío. Quedas nombrado oficial en jefe encargado de la moral de la tropa. —Ozzie se dio cuenta de que aquel iba a ser un vuelo con muy poca conversación—. ¿Dónde está la comida? Necesito algo decente que comer.
La sonrisa de Mark era de las que utilizaban los emperadores malvados en las celebraciones de victoria.
— ¿Qué comida? Nos fuimos antes de que trajeran a bordo las provisiones.