6


Morton seguía sonriendo cuando su burbuja cayó por el agujero de gusano que se abrió quince metros por encima del valle de Páramo Alto, en las montañas Dau'sing.

Habían pasado dos días desde la última visita de Mellanie a los barracones. La joven había llegado con el tiempo justo, apenas horas antes de que se cerrara Kingsville y todo el mundo recibiera sus últimas órdenes y acreditaciones. Y había sido una visita tremenda, se habían dedicado a follar como conejos en la pequeña sala de descanso, como adolescentes que, sin esperárselo, se encontraran con que sus padres estaban fuera una tarde. De ahí la duradera sonrisa.

El recuerdo de ellos dos juntos fue el último que cargó en su depósito de seguridad. Así, si, como era probable, reventaban su cuerpo en mil pedazos durante esa misión, ese sería el recuerdo más fuerte que habría en su cerebro cuando lo hicieran renacer. Esa sí que sería una forma de regresar a la realidad con auténtico estilo.

Su burbuja era una esfera azul grisácea y translúcida de plástico corrugado de tres metros de diámetro, su superficie estaba protegida contra todos los tipos conocidos de sensores utilizados por los primos para que pasara desapercibida. Él se encontraba suspendido en el centro por el gel antichoque transparente que llenaba el interior. Durante el adiestramiento había parecido un modo muy sensato de llegar a un planeta hostil a varios años luz por detrás de las líneas enemigas. Eran unas maquinitas muy ingeniosas: duras, con una gran movilidad y un armamento bastante razonable. Pero verse montado en una que exhibía toda la aerodinámica de un peñasco de granito le borró la sonrisa de la cara. El miedo lo invadió por primera vez, haciendo que el corazón le martilleara en el pecho y el estómago le diera un vuelco. No se podían alcanzar cotas más extremas que aquella.

El resto de las Garras de la Gata había atravesado el agujero de gusano sin problemas, sus burbujas resultaban bastante difíciles de ver en el espectro visual a medida que caían hacia el suelo. Solo las balizas IFF de máxima densidad ultravioleta le indicaban sus posiciones. Los tres aerorrobots de combate que habían encabezado el despliegue se repartieron a toda velocidad por aquel paisaje cutre para arrojar desechos y drones señuelo.

En lo más alto, el agujero de gusano volvió a cerrarse. Había estado abierto unos diez segundos, el tiempo suficiente para dispararlos. En Wessex, la salida había estado rodeada por un sistema de carga mecánica gigante que parecía una versión aumentada del cargador de una metralleta, con más de mil burbujas depositadas en cintas transportadoras preparadas para el asalto. Otras cintas paralelas transportaban aerorrobots de combate con forma de cuña que se movían con suavidad a su lado. Las dos cintas independientes convergían en medio del extraño racimo de tentáculos de ágil malmetal que conformaba el mecanismo real de lanzamiento.

Las Garras de la Gata se habían unido a varios cientos de tropas que se habían puesto en fila en uno de los cinco salientes de la torre de lanzamiento a la espera de las burbujas que iban pasando y deteniéndose a su lado. Junto con todos los demás, Morton había recibido al fin los códigos de activación para los sistemas de agresión que le habían conectado al cuerpo. El escuadrón se había dedicado a hacer comentarios jocosos e inquietos sobre esos sistemas, no fueran a dispararse al revés; charlaron también sobre el turismo de guerra, las partes del cuerpo que uno se protegía antes que nada, los abogados de derechos alienígenas que los iban a denunciar y demás estupideces. Intentaban entretener la espera con sandeces.

Después de un espacio de tiempo sorprendentemente breve, las Garras de la Gata se encontraron a la cabeza de la cola. Morton se puso el casco del traje blindado, comprobó la integridad del sistema de aire y se deslizó por la ranura que había en un lado de su burbuja. En cuanto las correas se cerraron a su alrededor, se bombeó el gel a presión. Su mayordomo electrónico se integró con la matriz de la burbuja y confirmó la funcionalidad de los sistemas internos. Para entonces ya había bajado diez metros por la cinta transportadora.

El despliegue del asalto estratégico sobre Elan destelló en su visión virtual. Vio varios lotes de agujeros de gusano que se abrían a cientos de kilómetros de la superficie planetaria. Permanecerían allí durante varios segundos para vomitar una cantidad extraordinaria de munición: misiles, cabezas nucleares de ataque terrestre, cápsulas de guerra electrónica, vehículos señuelo, plataformas de haces armados. Era todo fuego de cobertura, una distracción mientras se abrían otros agujeros de gusano más pequeños justo encima de la superficie, agujeros que desplegarían a los pelotones alrededor de los márgenes de las instalaciones y bases primas. Los primos devolvían el ataque y enviaban bombarderos y grandes naves, sus armas de haces atravesaban las torpes nubes, anchas como continentes, para interceptar la lluvia de máquinas letales que se hundían en la ionosfera. También había bombarderos barriendo el suelo a medida que los agujeros de gusano de las tropas cobraban vida y se cerraban en cuestión de segundos. Pero los aerorrobots de guerra electrónica estaban causando estragos en las comunicaciones y sensores primos, lo que dificultaba la labor de los bombarderos. Los informes iniciales indicaban que los aterrizajes estaban dando resultados, y con eso la Marina quería decir que las bajas en las cabezas de playa estaban por debajo del treinta por ciento.

Morton chocó contra el suelo. El impacto no fue tan fuerte como cualquiera de los brutales golpes que le habían dado durante el adiestramiento. Su burbuja rebotó dos veces, el plástico corrugado se flexionó y dobló para desviar la mayor parte de la sacudida. Las ondas de presión atravesaron el gel con pereza y se apretaron un poco contra él. Con el tercer rebote, la burbuja se combó como un globo pinchado y permaneció en el suelo.

— En tierra —le dijo al resto de las Garras de la Gata.

Según la lectura inercial de navegación, estaba a menos de medio kilómetro de las coordenadas de aterrizaje previstas. El terreno inmediato que lo rodeaba era plano, un campo que se había sembrado mucho antes, en primavera, y había crecido exuberante antes de empezar a deteriorarse. Una especie de cosecha de judías, a juzgar por el puré verde amarillento que se apretaba contra la sección inferior de su burbuja. El brusco cambio climático no había ayudado mucho a la reciente y delicada conversión de aquella tierra que habían dedicado al cultivo.

Estaba lloviendo en Páramo Alto, un espeso manto de nubes oscuras y turbulentas se extendía por el techo del valle, fluyendo sin prisas de este a oeste. Producía un chaparrón constante de agua gris que había inundado los diques de drenaje y golpeado los cultivos supervivientes hasta convertirlos en una estera dispersa de tallos verdes e insípidos que se aplastaban contra el suelo empapado. El estallido nuclear y las consecuentes tormentas habían azotado los altos álamoliis que se habían plantado en largas hileras por todo el valle. Pocos de ellos seguían intactos.

La mayor parte se había partido y había caído sobre las carreteras que antaño señalaban.

Morton miró a su alrededor y encontró la montaña a la que se suponía que debía dirigirse, a tres kilómetros de distancia. La burbuja empezó a contraerse otra vez y revirtió a su configuración esférica habitual. Las manos virtuales de Morton pasaron volando por una secuencia de iconos de control y la única y amplia cadena que rodeaba el ecuador vertical de aquella compacta máquina empezó a girar. La burbuja dio comienzo al giro contrario que estabilizaba la estructura y mantenía a Morton totalmente nivelado. Las inclinaciones y los bultos del terreno lo traqueteaban de un lado a otro, pero, en general, fue un viaje tranquilo, el gel actuaba como el sistema de suspensión definitivo.

Los sensores externos le mostraron a Morton el agua que iba rociando a ambos lados de la cadena. A su paso iba dejando un rastro rígido de plantas aplastadas y embarradas.

— ¡Maldita sea!

La piel cromomética de la burbuja estaba haciendo un trabajo estupendo a la hora de difuminar el color verde enmohecido del cultivo por todo el exterior. El ojo o sensor que estuviera observando desde cualquier altura vería solo un trozo confuso del mismo color que el resto del campo, pero ese rastro aplastado y la pequeña estela de agua ya lo decían todo.

— Tenemos que meternos por caminos rurales —les dijo a los otros—. Este suelo húmedo nos está convirtiendo en objetivos enormes. —En su visión virtual aparecieron las imágenes de los mapas anteriores a la invasión y Morton viró la burbuja a la derecha, inclinando el cuerpo como si estuviera montando en bicicleta. La burbuja cambió de dirección y se dirigió a la esquina superior del campo.

— Los veo —advirtió Doc Roberts—. Cuatro bombarderos.

Morton vio los símbolos que empezaron a aparecer en su visión virtual. Entrarían en el valle por el oeste, siguiendo la vieja autopista que rodeaba el risco de Agua Negra.

Los aerorrobots dieron la vuelta para recibirlos de frente. Los haces máser hendieron el aire entre las dos formaciones opuestas, convirtiéndose en líneas grabadas de vapor bajo el chaparrón. Los campos de fuerza destellaron con una luz intensa cuando desviaron los disparos de energía. Los aerorrobots dispararon varias salvas de misiles, sus fieras estelas de vapor chisporroteaban bajo la lluvia. Unos potentes rayos de iones rasgaron el aire como relámpagos a cámara lenta, arrojando sombras inhóspitas a lo largo de kilómetros enteros de terrenos.

Morton alcanzó la tosca pista rural que bordeaba el campo. Estaba inundada de un agua turbia que desbordaba las orillas del dique, pero que solo tenía un espesor de unos centímetros. Aceleró la cadena de la burbuja y levantó a su paso un chorro de agua, como un abanico, cuando su velocidad alcanzó unos relajados ochenta km/h. Fue una decisión táctica: en esos momentos los alienígenas y sus bombarderos estarían demasiado preocupados para fijarse en un rizo en el barro.

Por lógica, los aerorrobots tenían todas las de perder. Los superaban en número desde el principio. Los bombarderos eran más pesados y más lentos, pero sus armas de haces tenían una potencia muy superior. La maniobrabilidad y la mayor capacidad táctica le daba los dos primeros tantos a los aerorrobots y su multitud de submuniciones, pero al final siempre ganaba la fuerza bruta.

Después de siete minutos de furioso combate, los dos bombarderos restantes sobrevolaron como un trueno la zona donde se había abierto el agujero de gusano. Uno de los achaparrados cilindros dejaba un fino rastro de vapor marrón que salía de una brecha que tenía en un costado, pero sus esforzados motores conseguían mantenerlo en el aire. Comenzaron a dibujar una espiral mientras sus sensores barrían el suelo.

A diez kilómetros de distancia y ya a trescientos metros por encima del fondo del valle, en los escarpados pliegues de las estribaciones, Morton observó a los alienígenas que dibujaban círculo tras círculo por el mismo terreno. Tenía la burbuja parada, descansando en el fondo de una hondonada estrecha excavada en el suelo por una antigua torrentera. El barro y las piedras se apretaban contra su base y sus tonos moteados se replicaban a su alrededor. Una red de fibras termales de derivación completaban el disfraz, proporcionándole a la piel cromomética de la burbuja la misma temperatura que el terreno en el que descansaba.

— Mierda —dijo Rob Tannie—. Ocho cabrones más.

Los nuevos bombarderos subían disparados por el valle de Páramo Alto para unirse a los dos primeros en la búsqueda de cualquier intruso humano superviviente. Sus trayectorias de vuelo los acercaban cada vez más a las estribaciones.

— ¿Es que no tienen otra cosa que hacer? —se quejó Parker.

— Supongo que no —dijo Morton.

Las Garras de la Gata esperaron mientras los bombarderos se iban cerniendo cada vez más bajos; con las burbujas inertes, operando en modo bajo de energía, ocultas entre los abundantes y aislados pliegues y huecos que proporcionaba el escarpado paisaje. Morton podía oír el zumbido bajo de los motores a través del gel de la burbuja. Al aire libre el ruido debía de ser ensordecedor.

Uno pasó a unos cincuenta metros de distancia. Los sensores pasivos de su burbuja examinaron la distribución. No había mucho que añadir a la base de datos que ya tema en la matriz. Los primos no parecían variar sus máquinas.

— Vamos, chicos —dijo la Gata cuando los bombarderos se rezagaron al otro extremo del valle.

A Morton le sorprendía un poco que la Gata siguiera con ellos, por no hablar ya de que se atuviera al plan de despliegue. Hasta cierto punto se esperaba que la chica se largara sola en cuanto tocaran tierra. A sus indicaciones, la piel de plástico corrugado de la burbuja se rizó y salió de la hondonada estrujándose con una rápida sacudida. La cadena la estabilizó sobre la hierba rayo empapada, amarilla como el sulfuro, que cubría la ladera. Solo había que cubrir más o menos un kilómetro de terreno desolado antes de llegar a la alterada base de las nubes. Estarían mucho más seguros dentro de aquel vapor espeso y fresco.

La pantalla del asalto estratégico ya estaba vacía. El despliegue sobre Elan se había completado. Se habían cerrado todos los agujeros de gusano que habían abierto sobre el planeta y se habían desconectado todas las comunicaciones temporales. Morton cambió a una visualización local y comprobó la posición de las otras burbujas con respecto a la suya. Como era de esperar, la Gata ya estaba por encima del nivel de las nubes, esperando al resto. Morton conectó la cadena e inició el ascenso.

A la Marina le había preocupado que la nieve que cubría las cumbres de las Dau'sing todo el año dejara huellas que pudieran seguir los primos. Por esa razón, el camino que habían previsto y cargado en la matriz de navegación de la burbuja rodeaba los terrenos más altos y llevaba a Morton por una ruta larga y serpenteante que atravesaba duros desfiladeros y se aferraba a curvas desniveladas que recorrían unas laderas alarmantemente escarpadas. No tendrían que haberse preocupado. Las nubes grises eran varios grados más cálidas y mucho más mugrientas que los habituales frentes que asediaban las montañas al comienzo del invierno en el continente meridional. Las nieves se habían retirado hacía las alturas y habían expuesto inmensas extensiones de guijarros pizarrosos que llevaban milenios sin ver la luz del sol.

Morton atravesó aquella niebla oscura y mugrienta durante un par de horas. Tenía que moverse despacio, la visibilidad no superaba los treinta metros en el mejor de los casos y eso utilizando los sensores pasivos en máxima resolución. Todo lo que veía era kilómetro tras kilómetro de los mismos guijarros llenos de barro que crujían bajo la cadena translúcida. Ningún otro rasgo surgía entre la niebla. El ángulo de la ladera cambiaba, pero esa era toda la variedad que había.

Viajaban en un convoy muy holgado con la Gata al frente. Al menos suponía que la chica seguía al frente, llevaba más de hora y media sin distinguir su baliza. La Gata se había alejado a una velocidad que él no pensaba ni intentar igualar. Tras él, Doc Roberts mantenía una separación kilométrica sensata. Su baliza entraba y salía de su monitor dependiendo de la forma del terreno.

Morton rodeó una pronunciada cumbre vertical de roca y se encontró con la baliza de la Gata brillando a trescientos metros de distancia.

— ¿Dónde os habíais metido, chicos?

— Cuidándonos —dijo Morton—. No estamos intentando demostrar nada.

— ¡Uy, se ha picado!

Morton aceleró por la pequeña cuesta para acercarse a la burbuja de su compañera. Esta se había detenido en el punto bajo de un pequeño collado entre un par de picos que había al borde de la cordillera de las Regentes, a unos quince kilómetros de donde se había construido la estación de detección de la Marina.

Estaba rodeado por ambos lados por acantilados de roca pura que se alzaban y desvanecían entre las túrbidas nubes que ocultaban las cimas. El terreno que había entre ellos era un estrato de piedras deshechas salpicadas por las pilas frescas e inestables que habían caído de las alturas cuando la explosión nuclear sacudió las montañas.

Morton llevó su burbuja por un lento circuito de la zona para comparar lo que habían revisado con las imágenes por satélite del estudio original del TEC. Era una buena ubicación para plantar un campamento base. Los acantilados estaban plagados de finas fisuras zigzagueantes y grietas más profundas. Identificó por lo menos tres donde podrían guardar las burbujas y el equipo.

— Esto debería bastar —anunció cuando la burbuja de Doc bajó deslizándose por la cuesta.

— Bueno, siempre que tú lo pienses, Morty, cariño —dijo la Gata.

Una vez que llegó todo el mundo, salieron de las burbujas y empezaron a sacar el equipo. Morton y Doc dieron un paseo rápido hasta el borde del collado. Tras los acantilados, el terreno dibujaba una curva brusca hacia abajo, aunque la visibilidad seguía siendo de solo unas decenas de metros. Allí las nubes se movían más rápido, escabullándose por el extremo meridional de las Regentes. Sin ellas, Morton y Doc habrían tenido una vista clara del Trine'ba, dos kilómetros más abajo. La propia Randtown estaba al oeste.

— Ahí abajo hay un montón de actividad —dijo Doc. Estaba utilizando los sensores de espectro electromagnético de su traje para examinar la costa del inmenso lago.

Morton conectó también sus sensores. Las nubes se llenaron de un resplandor brillante y dorado, como si una estrella pequeña y brillante estuviera saliendo del Trine'ba. Cuando añadió los programas de análisis, el matiz de la corona cambió y se convirtió en una masa serpentina de emisiones entrelazadas, ondas sinusales amontonadas que se agitaban de un lado a otro sin orden ni concierto. Además de las extrañas comunicaciones primas, estaba también el turquesa de fondo más marcado de unos potentes campos magnéticos que se flexionaban con una lenta cadencia. Unas chispas de color lavanda se arremolinaban alrededor del imperio de luz, los bombarderos iban dejando su propio reguero de señales de cadmio y sus campos de fuerza membranosos parpadeaban como alas de avispa.

— ¿Qué clase de instalación importante construirías en Randtown? —preguntó en voz alta—. No lo entiendo. Aquí no hay nada. ¿Envías tus fuerzas de invasión al otro lado de la galaxia para que puedan construir una estación de esquí de cinco estrellas? Es una locura.

— La invasión entera no tiene sentido —dijo Doc—. Ahí abajo tiene que haber algo más valioso de lo que pensamos. Son alienígenas, recuérdalo. Valores diferentes.

— Entendemos su tecnología —respondió Morton—. Lo basan todo en los mismos principios fundamentales que nosotros. No son tan diferentes.

— Si aplicamos la tecnología a un requerimiento, al final casi siempre se reduce a una máquina que da una solución: coches para viajar por la tierra, cohetes para volar al espacio. Pero la motivación, eso es una variable de cada especie, siempre lo ha sido.

— Lo que tú digas —dijo Morton. Además de sus dudosos títulos médicos, Doc tenía una oscura licenciatura de letras que databa de más de un siglo atrás; con tanta educación quería analizarlo todo en demasía—. No estamos aquí para admirar su psicología, estamos aquí para reventarlos en mil pedazos de mierda.

— Por decirlo de una forma elocuente —dijo Doc.

Morton sacó un sensor de tipo tres, un disco transparente de cinco centímetros de diámetro, y lo metió en el lado de un peñasco, donde podría examinar todo el Trine'ba.

— Así veremos cualquier cosa que se nos acerque.

— A menos que vengan por el otro lado.

— Colocaremos sensores alrededor de todo el campamento base. Como es obvio. No es que tengamos escasez de ellos. —Parte de su misión incluía que montaran una red integral de mecanismos optrónicos que les permitiera monitorizar toda la actividad alienígena dentro y alrededor de Randtown.

— Recibido —dijo Doc, parecía divertirse.

Se pasaron los siguientes cuarenta minutos trepando por encima de rocas y declives inestables de guijarros para plantar los pequeños sensores que los avisarían con tiempo si se acercaba algún bombardero. Ni una sola vez vieron la luz del sol, la nube giraba y se arremolinaba mientras ellos trepaban de un lado a otro, pero siempre permanecía intacta.

— Bien hecho, chicos —dijo la Gata cuando regresaron a la base del collado—. Grandes vistas las que nos habéis proporcionado, montones de rocas y un cielo grande y húmedo.

— Pues esperemos que siga así de interesante —dijo Rob.

— Eso casi depende de nosotros —dijo Morton—. Estamos aquí para provocar todos los problemas que podamos. Supongo que será mejor que empecemos explorando el barrio. Necesitamos dos equipos y alguien que se quede aquí arriba para vigilar el equipo.

— Perdona, cielo, pero eso debo de habérmelo perdido —dijo la Gata—. ¿Cuándo te pusieron la estrella de general?

— No hay que ser general para señalar lo que es obvio, puñeta —dijo Parker—. Sabemos lo que hay en el plan de la misión. Establecer lo que se sabe del enemigo y utilizarlo para golpearlos con fuerza.

— Y la persona que se quede aquí no vas a ser tú, Gata —dijo Rob.

— ¡Cariño! ¿Y eso por qué?

— ¿Es que no lo sabes? No confío en ti. No confiamos ninguno. Eres una puta psicópata.

— Ohh, Bob, ¿me tienes miedo, pobrecita de mí? Pero si tienes un traje blindado y una pistola muy grande.

— No te tengo miedo, solo te considero muy poco profesional. No podemos depender de ti para que nos proporciones cobertura y apoyo. No sabemos si nos lo darías o no. Disfrutaste haciéndote la cabrona durante el adiestramiento, te gustaba joder a nuestros instructores. Y todos nos echamos unas risas a costa de eso. Pero aquí fuera no le hace gracia a nadie, nadie cree que seas tan lista. Así que o bien vas tú en cabeza, o te largas ahora mismo, joder.

— Me decepcionas, Bob, ¿fue Doc el que te metió ese discurso en la cabeza?

— Vamos a concentrarnos en lo que tenemos que hacer aquí, ¿de acuerdo? —dijo Morton—. Gata, tiene razón. No eres lo bastante fiable como para cubrirnos.

— General y encima pacificador. Me gustas, Morty.

— Y no me llames eso.

— Mellanie te lo llama —se rió Parker—. Todos lo sabemos.

— Morty, oh, Morty, sí, sí, por favor —gorjeó Rob—. Oh, Morty, eres el mejor.

Morton sabía que se había puesto rojo dentro del casco a pesar de que este mantenía una temperatura corporal perfecta.

La banda de comunicación estaba llena de risitas. Parker lanzó un largo aullido lobuno.

— Rob, tú y yo somos un equipo —dijo Morton sin hacer caso de las pullas.

— A mí me parece bien, Morty. Muy bien.

— Gata, Doc y tú podéis pasarlo en grande juntos. Parker, tú vigilas lo que queda aquí arriba.

— Eh, y una mierda —dijo Parker—. Yo también quiero ver un poco de acción.

— Entonces tú te emparejas con la Gata —le dijo Doc.

— El chico no sabría qué hacer con tanta acción —dijo la joven.

Había una sonrisa en su voz, pero a Morton lo dejó frío. Incluso a través del enlace de comunicación, había algo en la personalidad de aquella mujer que no encajaba, algo básico, y que se hacía sentir.

— En realidad no necesitamos dejar aquí a nadie —dijo Doc—. Si los primos pueden piratear nuestros sensores y conexiones seguras, estamos jodidos de todos modos. Olvidaos de la Marina. Somos nosotros los que estamos sobre el terreno. Somos los mejores jueces para decidir cómo cumplir con nuestro deber.

— ¡Deber! —gruñó Parker—. Por Dios, Doc, a ti te encanta toda esta mierda militar, ¿no?

— Afirmativo. ¿Entonces quieres quedarte aquí?

— Ya te lo he dicho, cojones. Yo me quedo con vosotros, tíos.

— Guay —dijo la Gata—. Te vienes conmigo y Doc.

— Bien —dijo Morton—. Rob, venga, nosotros cogemos el lado este de la ciudad. Vosotros id a ver lo que están haciendo por el otro lado del risco de Agua Negra. Y que todo el mundo lo recuerde, ahora mismo no pretendemos enfrentarnos al enemigo. Esta incursión es solo para incrementar la red de sensores, estamos. No queremos alertarlos de nuestra presencia antes de saber cómo podemos hacerles la vida imposible de verdad.

— ¿Crees que la tía va a ser un problema? —preguntó Rob cuando estaban a medio camino, montañas abajo. Había cambiado a una conexión segura de corto alcance entre los dos trajes blindados.

— Rob, no sé qué coño pensar de ella. Todo lo que sé es que paso de que esa tía me cubra, no me fío de ella.

— Amén.


Habían dejado la base de nubes atrás una hora antes. Aunque todavía faltaban tres horas para el anochecer, la luz se reducía a un crepúsculo sombrío bajo la nube. La lluvia estaba entrelazada de cellisca y de unas bolitas de granizo sorprendentemente duras, todo lo cual se convertía en fango cuando comenzaba a derretirse. Convertía la ladera en un sitio por el que costaba mucho avanzar, incluso con los miembros potenciados de los trajes blindados. La lluvia implacable iba deshaciéndose poco a poco de los tepes de hierba rayo, que, de todos modos, jamás se habían aferrado demasiado bien al terreno a tanta altitud. La vegetación que desaparecía dejaba largas extensiones de barro y guijarros que desnudaban la ladera y amenazaban con hacerlos deslizarse por cientos de metros si perdían pie.

A su alrededor se desplegó todo un escuadrón de robots chivatos en círculos concéntricos protectores. Se esparcían por el escarpado terreno y sus antenitas sondeaban el entorno en busca de cualquier signo de movimiento, cuerpos calientes o actividad electrónica. Hasta el momento, el terreno estaba despejado de toda señal de emboscada, trampas explosivas o sensores.

La visión virtual de Morton le mostró que la Gata, Parker y Doc estaban tomando una ruta ligeramente diferente para bajar del collado y que se mantenían en un terreno más alto hasta acercarse mucho más a la ciudad.

— La buena noticia es que nunca la perdemos de vista.

— A menos que se ponga en plan nativo y deje por ahí la armadura.

— Dudo que llegue a ese extremo. Y los sensores la captarían si intentara coger cualquier cosa del campamento base. —Metió otro de aquellos discos diminutos en un afloramiento de rocas que había soportado un pequeño alud de lodo. Además de observar el inmenso espacio abierto sobre el Trine'ba, actuaba como transmisor a través de las Regentes.

— Acaban de despegar cuatro más —dijo Rob.

Morton observó a los bombarderos alienígenas que salían a través de las aguas tranquilas del Trine'ba, volaban bajo y se mantenían paralelos a la costa. Todos utilizaban amplios abanicos de radiación de sensores para barrer las olas poco profundas. El traje blindado de Morton se puso en modo invisible, su piel cromomética se fundió con el beis leonado del paisaje mientras que su emisión térmica igualó la temperatura del barro. Los robots chivatos plegaron sus cuerpos parecidos a los de los cangrejos y pusieron sus matrices principales en modo de hibernación. Los bombarderos ni siquiera se molestaron en sondear las laderas.

— ¿No te preguntas lo que están buscando? —preguntó Rob cuando su traje volvió a cobrar vida.

— Mellanie dijo que hubo unos cuantos que se quedaron aquí. Es probable que les estén provocando unos cuantos problemas a los primos.

— Genial, lo que nos hacía falta, aficionados entusiastas moviéndonos el barco.

Morton sonrió.

— ¿Y te parece que a nosotros se nos puede calificar de profesionales?

— Escucha, yo ya llevo un tiempo haciendo esto. Sé lo que veo y sé que vosotros aprendisteis lo básico en el adiestramiento. En cualquier caso, tenemos un equipo que puede hacer bastante daño. Si encontramos a esos paletos, tenemos que conseguir que nos dejen el terreno libre.

— Ya, me lo imaginaba.

— ¿Y cómo es que Mellanie sabe lo de la gente de la zona y dónde están?

— Estaba aquí cuando invadieron los primos, justo aquí, en Randtown.

— No jodas. Y después te mandan a ti aquí. Menuda coincidencia.

— Sí. —Morton quería sonreír, pero era algo que también lo había inquietado a él. Con todo, ya es demasiado tarde para preocuparse.

Le sorprendió la escala de actividad que se desarrollaba donde en otro tiempo se había levantado Randtown. A lo largo de la costa se había montado un bloque inmenso de maquinaria que parecía una refinería química humana y que se extendía a lo largo de un par de kilómetros a ambos lados del viejo muelle, incluso se alzaba sobre pilotes para salvar algunas bahías e islotes. Unas luces brillantes resplandecían en cada punto de la estructura, iluminando el equipo expuesto reforzado por gruesas vigas de metal.

Detrás, en la suave ladera que se alzaba detrás de la parte trasera de la ciudad, en la vieja red de carreteras humanas, se habían levantado unos edificios amazacotados y unos grandes tanques de almacenamiento cilindricos. Intercaladas entre ellos había varias grandes centrales eléctricas de fusión. Habían ampliado la vieja autopista que salía por las Dau'sing. Llevaba un montón de tráfico hacia el risco de Agua Negra, vehículos grandes y lentos que escupían humo negro por los tubos de escape y avanzaban con ritmo pesado. A los pies del risco de Agua Negra se distinguían varias filas de edificios largos que se extendían por todo el valle. Una sarta de bombarderos patrullaba la carretera restaurada, entrando y saliendo de las nubes que todo lo ahogaban.

Fuera de los límites originales de la ciudad habían excavado seis amplias terrazas en las desiguales estribaciones y había dos más en construcción. Parecían zonas de aparcamiento o estacionamiento, cubiertas de cápsulas de equipo sin abrir, vehículos y bombarderos; cuatro inmensas pistas abiertas estaban llenas de alienígenas.

— ¡Bueno, por fin! —dijo Morton cuando se abrieron paso arrastrándose por la destrozada línea de árboles que había en la cima de las estribaciones. Los resistentes pinos llevaban bastante mal aquel clima enfermizo del invierno. El aguanieve se aferraba a las agujas y las hacía adoptar un color sepia apagado y nada sano. Habían caído muchos troncos que habían arrancado enormes cuñas circulares de suelo empapado a medida que los largos deslizamientos de barro socavaban sus raíces. Era un refugio perfecto. Los robots chivatos mantenían su perímetro protector y se abrían camino reptando por el desorden micótico de rampas rotas y agujas cubiertas de mantillo.

Morton utilizó los sensores del traje para abrir el zum y concentrarse en las criaturas desnudas que desfilaban por la pista más cercana que tenían debajo. Eran cuadrisimétricos, con cuatro gruesas piernas en la base acampanada de un cuerpo con forma de tonel que tenía un color cetrino. Cuando se movían, era con un movimiento de balanceo, las piernas se doblaban y flexionaban enteras. Justo por encima de las piernas salían cuatro brazos, casi tan gruesos como los miembros inferiores y moviéndose con los mismos movimientos largos y curvados. A Morton le pareció que no tenían articulaciones como codos y rodillas, y que el miembro entero era elástico.

De la corona brotaban otros ocho apéndices, cuatro trompas achaparradas con bocas abiertas, mientras que entre esas trompas cuatro zarcillos altos y esbeltos terminaban en unos bultos bulbosos de carne que se agitaban como maíz al viento.

— Menudas bestias más sólidas —dijo Rob—. Ahí abajo debe de haber miles de ellos.

Morton examinó las pistas otra vez con los sensores ópticos del traje.

— Más bien decenas de miles. —Estaba grabando la escena para la Marina. El primer agujero de gusano de comunicación debía abrirse diecisiete horas después, entonces podría enviarles la información. Sería interesante ver qué se les ocurría a sus analistas.

— Les han puesto a todos un trasto de transmisión, mira —estaba diciendo Rob—. No hago más que captar ese embrollo analógico que sueltan.

— Ya. —Morton estaba observando a dos que acababan de unir los largos miembros superiores. ¿Un beso alienígena? ¿Un polvo?—. Ya sé que acabamos de verlos, pero a mí me parecen todos idénticos.

Rob lanzó un bufido.

— Eso no es muy políticamente correcto.

— Me preguntaba si serán clones. ¿Una especie de equipo de construcción desechable? Es solo una idea. Su ejército quizá sea igual. Un soldado perfecto reproducido con exactitud cien millones de veces. Explicaría su absoluta falta de táctica. Lo único que hacen es utilizar su superioridad numérica para vencernos. Les da igual la matanza porque no pierden individuos como nosotros.

— Podría ser. Tiene tanto sentido como cualquier otra cosa. Vamos a ver si podemos echar un vistazo más de cerca.

Con los robots chivatos merodeando por delante y por detrás, empezaron a arrastrarse por el follaje medio podrido de los árboles caídos. Morton vio varios cientos de alienígenas trabajando en la larga refinería que había junto a la costa. Todavía estaban ampliando la maquinaria gigante. Ambos extremos estaban envueltos en una red de andamios que sostenía grúas y montacargas. Los alienígenas invadían los nuevos componentes que se estaban añadiendo. Debían de tener un sentido del equilibrio excelente, pensó Morton. No veía nada equivalente a una barandilla humana en las estrechas vigas de metal por las que se movían.

— Eh, ¿has visto eso? —preguntó Rob.

— ¿Qué?

— Uno de esos bichos acaba de cagarse desde la cima de la refinería.

Morton rastreó la colosal estructura con los sensores ópticos. Dado que ya sabía lo que tenía que buscar no le costó encontrar pruebas de otras defecaciones casuales. Las tuberías y las vigas estaban salpicadas de manchas marrones y pegajosas.

— ¿Y? Así que no se han puesto a inventar el váter con cisterna. Doc me estaba diciendo que tenemos que tener en cuenta la diferencia de filosofía más que cualquier otro tipo de variación que pueda haber entre nosotros.

— No estoy seguro de que sea una cuestión de psicología, ni siquiera de problemas de fontanería. Dejar tus desechos tirados por ahí es contraproducente para cualquier especie. Todo el mundo desarrolla mecanismos de eliminación de desechos, tanto a nivel social como práctico, es uno de los primeros signos de que está surgiendo una civilización. No esperas a que se lo lleve la lluvia.

— No tienes ni idea de cómo es su bioquímica digestiva —dijo Morton—. Admítelo, su mierda podría ser el fertilizante perfecto.

— Entonces la recogerían y se la llevarían a un campo. No, aquí nos estamos perdiendo algo. Puede que no andes desencaminado con esa idea del ejército de clones —Hizo una pausa, no muy contento—. Aunque ni siquiera ellos mancharían a propósito su propio entorno. Nada lo haría. Esto no tiene sentido.

— Quizá el ejército de los clones de limpieza esté a punto de llegar.

Rob lanzó una risita.

— ¿Quieres apostar?

— De eso nada.

Después de otra media hora de cautos movimientos por el bosque medio podrido, se habían adentrado en la parte occidental todo lo posible antes de arriesgarse a salir al cielo abierto. Los árboles caídos también los habían aproximado a menos de seiscientos metros del campo de fuerza que protegía la ciudad alienígena. Enviaron a un trío de robots chivatos por delante, pero ellos se quedaron al amparo del bosque empapado cuando el sol invisible por fin se ocultó bajo el horizonte.

— Otra diferencia —dijo Rob.

— ¿Cuál?

— No hay color en nada de lo que construyen, ni acabado ni adornos. Todo el material externo es materia prima.

— Y además son daltónicos.

— ¿E inmunes a la estética?

— Vale. Pues dímelo tú.

— No sé por qué, solo lo estoy señalando. Su cultura no tiene ningún tipo de arte.

— ¿Has visto la mierda que inunda la unisfera en los últimos tiempos?

— Ya sabes a lo que me refiero.

— Sí, pero no olvides que esto es una base de una fuerza invasora militar. Va a ser funcional por narices.

— Podría ser. ¿Qué te parece el tinglado?

Morton volvió a prestar atención a las actividades alienígenas que se sucedían a sus pies. La perspectiva solo le permitía tener una vista muy estrecha de la parte frontal de la refinería. La maquinaría y una gran red de cañerías producían un precipicio de metal de cincuenta metros de altura. Estaba forrado de amplios orificios por los que se bombeaba torrentes de líquido. Morton contó dieciséis de aquellos grandes chorros que vertían una biliosa agua llena de espuma en los bajíos del lago.

— Supongo que ya sabemos cuál era la fuente que perseguían cuando vinieron aquí —dijo Rob—. El propio lago.

— ¿Qué coño es eso? —se preguntó Morton. Las luces de la cima de la refinería arrojaban mucha luz sobre los bajíos. Los alienígenas habían trabajado mucho por la costa. Unas largas rampas de cemento se introducían en el agua y llegaban casi al campo de fuerza, a kilómetro y medio de distancia. Entre ellos, varias redes pesadas habían dividido el lago en una serie de rediles. Morton se dio cuenta de que había muchas más ondas en los rediles que más allá del campo de fuerza. Sin embargo, no veía ninguna brisa dentro del escudo. Ajustó el zum para tener una visión más clara de lo que estaba agitando el agua.

Los rediles estaban llenos de una especie de criaturas vivas. Un montón de criaturas vivas. Eran sus formas las que se revolcaban y agitaban justo por debajo de la superficie y las que estaban provocando toda aquella perturbación.

— Están bioformando el planeta —dijo—. Eso es lo que es esta refinería, para eso querían el lago. Jesús.

— Puede que tengas razón —dijo Rob—. Desde luego, tienen unos planes de expansión a gran escala. Accede al robot chivato 306.

Cuando las imágenes sensoriales del 306 aparecieron en la visión virtual de Morton, este vio que la maquinita se había arrastrado justo hasta el campo de fuerza.

La primera lectura fue la fuerza del campo. No tenían nada que pudiera penetrarlo, era incluso lo bastante fuerte como para soportar las bombas nucleares tácticas que se habían llevado. Se concentró en la excavación que estaban haciendo los alienígenas a cien metros del interior de los límites, estaban abriendo un bunker que estaban forrando de cemento y metal. En el centro se estaba montando una torre de maquinaria. Doc tenía razón, las soluciones tecnológicas sí que reducían las máquinas a funciones idénticas. Morton reconoció algunas de las secciones sin tener que pedirle una referencia a su mayordomo electrónico. Los alienígenas estaban construyendo un generador de campos de fuerza.

— Rastrea a la derecha —dijo Rob.

Hizo girar las antenitas del 306: a seiscientos metros de distancia se estaba excavando otro bunker para otro generador.

— Esos generadores son mucho más potentes que los que están utilizando ahora. A este ritmo, solo les va a llevar un par de días terminarlos —dijo Rob—. Y después de eso, ellos serán francamente inexpugnables y para nosotros será una franca putada.

— Hasta ahora solo la ciudad tiene campo de fuerza —dijo Morton—. Podemos hacer estragos en todo lo demás que están haciendo.

— ¿Pero tú de qué guindo te has caído? Es aquí donde está, justo en la ciudad. Tenemos que golpear esa inmensa refinería. No te andes con gilipolleces, utiliza las bombas nucleares.

Morton se arriesgó a levantar un poco la cabeza y mirar directamente el campo de fuerza y la ciudad que envolvía. El enorme pedazo de maquinaria alienígena que rodeaba el muelle podría haber estado a un año luz de distancia para las probabilidades que tenían ellos de alcanzarlo.

— ¡Joder, si es que no hay forma de entrar!

— ¿Quizá pudiéramos entrar por el agua? Los campos de fuerza no funcionan muy bien en el agua, cuanto más denso el material, menos eficaces son.

— Podría ser. Pero el agua no es tan densa. Tendríamos que explorar un poco, probar la integridad del campo en el lecho del lago.

— Estos trajes pueden aguantar un chapuzón.

— Sí, ¿pero van a funcionar las membranas de volcado bajo el agua?

— No estoy seguro, podríamos... Eh, ¿qué tenemos aquí?

Uno de los robots chivato había registrado un movimiento a varios cientos de metros, en el interior del bosque muerto. La maquinita trepó a un tronco mohoso y observó por una línea de tocones. Una figura humana reptaba por la pista abierta, desde un dosel de hojas medio podridas hasta el siguiente.

— Así que Mellanie tenía razón —dijo Rob—. No es solo un culo bonito, ¿eh?

— No —dijo Morton con aire ausente. Había dos humanos más escabullándose tras el primero. Por lo poco que podía distinguir, iban vestidos con una especie de trajes de esquiar oscuros. No aparecían en los infrarrojos. Así que había alguien que sabía amañar fibras térmicas.

— Eso no puede ser bueno para nosotros, van a atacar algo.

— Relájate, tío, nosotros estamos cubiertos.

— Ellos no. —Su mano virtual tocó el icono de la Gata—. Hemos encontrado a lo que queda de los vecinos. Acceded a nuestros robots chivatos.

— Ya los veo, Morty. Al parecer le han encontrado un sentido a su vida.

— Un sentido bastante estúpido —dijo Doc—. Si empiezan a dispararles a los alienígenas, solo van a conseguir que los maten.

— Pues a mí me parece que saben lo que hacen —dijo Rob—. Vamos a ver a dónde van. —Cinco robots chivatos se pusieron en marcha a través del bosque, manteniéndose paralelos a los tres humanos. Pronto los adelantaron y comenzaron a examinar el terreno.

— Parte de nuestra misión es rescatar y ayudar a cualquier humano superviviente —dijo Doc.

— Creo que eso se refería a los no combatientes —le dijo Rob.

— Que es lo que son esos idiotas, solo se creen que son luchadores.

— Pues a mí me han engañado.

— Puede que tenga razón Doc —dijo la Gata—. Esos paletos no nos van a ayudar montando un follón. Deberías detenerlos, Morton.

¿Y por qué yo? pensó él. En cualquier otro momento, quizá hubiera sido halagador.

— Oh-oh —dijo Rob—. Puede que nos estemos quedando sin tiempo. Los robots chivatos estaban captando emisiones electromagnéticas primas estándar. Cuatro alienígenas con trajes blindados estaban patrullando las estribaciones que rodean la cima del bosque muerto.

Morton sacó un mapa detallado de su red y lo estudió.

— Si tuviera que tenderles una emboscada, lo haría ahí —dijo, e indicó un barranco pequeño y profundo que atravesaba las estribaciones e iba a desembocar en el Trine'ba, justo al este de la ciudad. Los alienígenas tendrían que cruzarlo por alguna parte—. Desde la ciudad no se les podría ver y estarían protegidos. Un lugar perfecto.

— Sí —dijo Rob—. No está mal para una panda de aficionados.

— Id hasta allí y hablad con ellos —dijo Doc—. Al menos deberían saber que estamos aquí, —En mi opinión esos tipos saben lo que están haciendo —dijo Rob—. No creo que sea su primer espectáculo.

— Estáis cometiendo un error si los dejáis hacer.

— Doc tiene razón —dijo la Gata—. Id e intervenid, chicos.

Morton sabía que la chica tenía razón. Las Garras de la Gata no podían permitirse que nadie interfiriera en su misión, por muy buenas intenciones que tuvieran.

— Lo intentaremos.

Rob continuó murmurando por lo bajo, pero siguió a Morton ladera abajo por la espesa capa de agujas cubiertas de moho sin dejar el amparo del techo de encaje de la corteza en descomposición. Incluso antes de empezar, Morton sabía que iban muy justos de tiempo. La patrulla alienígena avanzaba a buen paso en cielo abierto y el equipo que les iba a tender la emboscada ya casi estaba en posición.

— Vamos a dar la vuelta hacia vosotros —dijo la Gata—. Solo por si la jodéis. Además, ya estoy harta de poner estos sensores.

— Que te follen —dijo Doc—. Todavía no podemos ver nada más allá del risco de Agua Negra. Tenemos que ampliar la red.

— Te estás convirtiendo en un abogado de barracón muy pesadito. Y eso no me gusta. Tú sigue con lo que estabas haciendo y déjame hacer a mí lo que sé que hay que hacer.

— Aquí no se trata de ti, zorra.

— Haya paz.

— Eh, cabezones —exclamó Rob—. Aquí tenemos algo interesante. —Los robots chivatos estaban informando sobre algún tipo de interferencia electromagnética dentro del barranco. No era la clase de cruce que dejaría a los alienígenas de repente sin contacto con el pueblo, sino una distorsión más sutil que reducía su ancho de banda y alteraba el contenido restante—. Alguien sabe lo que hace.

Los emboscados se repartieron por el borde del barranco. Se desataron unos cilindros largos y voluminosos de la espalda y los apuntaron a la brecha negra del paisaje. El mayordomo electrónico de Morton empezó a hacer comparaciones con los tipos conocidos de armas.

— Hostia —dijo cuando al fin le dieron una coincidencia aproximada—. Son armas primas.

— Me pregunto de dónde las sacaron —dijo Parker con tono divertido—. Son todas unas bellezas, ¿no?

— Es lo que haces con ellas lo que cuenta —respondió la Gata.

Morton se estaba planteando muy en serio acercar un robot chivato a uno de los emboscados y hablar con ellos así. No lo hizo porque le preocupaba que se limitaran a dispararle al pequeño robot, lo que traicionaría la presencia de todos.

Los alienígenas empezaron a descender al barranco. Era una grieta escarpada con forma de «V» que llevaba a un torrente de aguas rápidas que se precipitaban por un lecho de piedras de color blanco grisáceo. Unos peñascos cubiertos de liqúenes sobresalían del suelo a ambos lados, lo que obligaba a los alienígenas a tomar un lento camino en zigzag a medida que se abrían paso hasta el fondo. Uno de los robots chivatos se encaramó al borde, sobre ellos, y trasmitió la imagen cuando se hundieron por debajo de la línea directa de visión y quedaron ocultos de la ciudad.

Las interferencias aumentaron de forma notable justo antes de que los alienígenas llegaran al arroyo. Las criaturas se detuvieron, levantaron las armas y empezaron a dispersarse. Dos se agacharon junto a unos peñascos y su signatura de infrarrojos se desvaneció al tiempo que la piel de su traje se volvía negra. Ambos eran muy difíciles de ver, incluso para los sensores del robot chivato.

— Detenlos —rogó Doc—. ¡Morton!

Un arma de haces disparó al barranco y alcanzó a uno de los alienígenas más visibles.

Su campo de fuerza crepitó con una luz violenta brillante que dibujó su figura con un halo sobre el fondo de rocas y espuma. Estalló otra arma de haces que perforó el radiante campo de fuerza. El vapor empezó a sisear en la hierba circundante cuando unas llamas pequeñas lamieron la base del blindaje del traje. Hicieron falta un par de segundos antes de que el campo de fuerza se derrumbara al fin bajo las dos lanzas de energía que lo empalaban. El traje blindado del alienígena estalló convertido en un hongo cegador de plasma cuando se vaporizaron las baterías de energía y la munición.

La luz inundó el barranco y provocó una claridad que no conseguía ni la luz del día.

Los dos alienígenas que se habían puesto a cubierto entre los peñascos desmoronados empezaron a dispararles a los emboscados.

— Mierda, están perdiendo los papeles —chilló Morton. Se levantó y empezó a correr a toda velocidad. Los electromúsculos del traje lo transportaron sin dificultad, amplificando cada salto para mandarlo volando sin esfuerzo por encima de los árboles caídos.

— ¡Joder! —exclamó Rob. Saltó tras Morton, los golpes de las piernas de su traje astillaban los árboles podridos como si fuesen de polietileno.

— Veo el fuego desde aquí —exclamó la Gata—. Debe de poder veros la mitad de los alienígenas del risco de Agua Negra.

Morton hizo una mueca. Delante de él, el barranco era una brusca grieta de fuegos artificiales que parpadeaban contra las estribaciones negras. Con o sin interferencias en las comunicaciones, actuaría como una baliza para cualquier bombardero. Su traje desplegó el hiperrifle de la funda del antebrazo derecho.

Un penacho considerable de tierra y llamas saltó del borde del barranco, donde estaba echado uno de los emboscados. Morton vio una forma humana que daba una voltereta en el aire, iluminada por la energía pura que bramaba dentro del barranco.

— Hay cuatro bombarderos que se dirigen hacia vosotros —exclamó Parker.

Morton vio los símbolos naranjas que iban apareciendo en su visión virtual.

— ¿Puedes terminar con eso? —gritó la Gata.

— Imposible —dijo Morton—. Uno está muerto y los otros dos siguen disparando.

— ¡Detenlos! —exigió Parker—. ¿Tan difícil puede ser?

— Vamos para allá —dijo Doc—. Parker, conmigo.

— ¡Ay, Dios!

Un último salto de ocho metros por encima de un árbol horizontal y Morton aterrizó al borde del barranco, sus botas hicieron un ruido seco al chocar con el suelo esponjoso y hundirse hasta los tobillos. Ya estaba apuntando con el hiperrifle. Un simple objetivo gráfico circular se materializó en el centro de su visión virtual. Los robots chivatos ya le estaban triangulando las coordenadas. Un traje blindado alienígena se deslizó sin problemas en el círculo naranja que de inmediato emitió un destello verde. Morton disparó.

El hiperrifle estaba diseñado con un solo propósito: perforar el campo de fuerza proyectado por el blindaje alienígena. Con todo, a Morton le sorprendió un poco ver que el estallido de medio segundo del láser de átomos taladraba con limpieza el traje y mandaba al alienígena volando tres metros hacia atrás para aterrizar en el arroyo con un chapoteo. El agua se cerró sobre la forma oscura y siseó un instante cuando el calor produjo una pequeña nube de vapor. Qué te parece, los militares acertaron con algo.

Rob estaba agazapado a su lado, presentando un objetivo más pequeño. Él también disparó su hiperrifle. Morton encontró al último alienígena y le disparó. El barranco se volvió a hundir de repente en la oscuridad. Solo unas cuantas serpientes de brasas de hierba resplandecían allí donde la patrulla alienígena se había defendido, pero el aire húmedo de la noche las estaba extinguiendo a toda prisa.

— ¿Quién coño son? —los desafió una voz.

— La caballería —le dijo Rob—. Su día de suerte, ¿eh?

— Tenéis un bombardero arriba —dijo Doc. Su voz era extrañamente tranquila—. Vas a necesitar cobertura, Morton.

— ¡No! —le advirtió la Gata—. ¡No lo hagas!

La pantalla telemétrica de Morton le mostró que Doc estaba lanzando una zorra AV.

El esbelto misil aceleró a quince ges, sus gases de escape de plasma perforaron el aire tras él como una llamarada solar fugitiva. Se estrelló contra el campo de fuerza del bombardero y liberó con un destello la energía que le quedaba. El bombardero detonó convertido en una onda de choque esférica incandescente que se hinchó a una velocidad supersónica para envolver a sus tres compañeros. Estos explotaron en furiosas gotas retorcidas de vapor de color zafiro.

— Os pillé, cabrones —canturreó Doc.

— Serás capullo, so retrasado —chilló la Gata—. Nos acabas de matar a todos.

— Solo estos cuerpos —dijo Doc con ligereza—. Tu esencia tendrá continuidad.

La cegadora tormenta de luz comenzó a desaparecer en el cielo nocturno, disipándose en mil estelas centelleantes que se fueron hundiendo poco a poco en el suelo. Los sensores del traje de Morton captaron a los tres humanos blindados que se encontraban en medio de la ventisca de chispas.

— Buen disparo, tío —dijo Parker con admiración.

— Corred —susurró Morton—. Echad a correr. ¡Salid de ahí ahora mismo!

Una figura ya se estaba moviendo: la Gata, utilizó la función de propulsión de su traje blindado al máximo y aceleró su velocidad de desbandada hasta los sesenta kilómetros por hora. Se dirigía colina arriba, hacia el techo de la turbia nube.

— Cuatro más —dijo Parker—. Que sean seis.

— Querrás decir diez —dijo Doc—. Morton, Rob, sacad a los civiles de aquí.

— Sí —dijo Parker—. Proteger y servir.

El único emboscado superviviente caminaba vacilante hacia Morton.

— ¿Qué era eso? ¿Qué está pasando?

— No van a conseguirlo —dijo Rob.

Cinco zorras AV chillaron en la noche.

Morton saltó hacia el superviviente cuando una vivida luz blanca los envolvió en silencio.

— Agáchese. Métase en el barranco. —No le dio al hombre ninguna oportunidad de discutir. Los brazos de su traje se cerraron a su alrededor y lo levantaron sin esfuerzo. Los dos cayeron tambaleándose por el borde. Tras ellos, un despliegue de fuegos artificiales de mil demonios llenaron el cielo de una carnicería.

— Los malos se caen —informó Parker con una alegre carcajada.

— Nos han encontrado —informó Doc—. Llegan más. Mierda. Dieciocho, y cuatro son muy grandes. Un nuevo tipo de bombardero para tu catálogo, Morton. —Los sensores de su traje ya estaban transmitiendo un torrente de información. Los datos vacilaron cuando varias armas de haces fijaron las miras en él—. Tíos, será mejor que os pongáis a cubierto. Que esto no sea en vano, Morton. Cuento contigo. —Disparó otra zorra AV. No se alejó ni diez metros del campo de fuerza de su traje antes de que el diluvio de energía de las armas de haces de los alienígenas lo perforaran.

El chillido de Parker resonó en los oídos de Morton cuando la explosión lo lanzó por el aire. La telemetría le mostró que el traje del hombre comenzaba a fallar a causa de la sobrecarga del castigo.

— Vamos al fondo del barranco —decía Rob—. Allí estaremos a salvo.

Morton tiró del emboscado y los dos bajaron a toda prisa los pocos metros de ladera que los separaban de la corriente de agua. El soldado activó los sensores, confiando que nadie los notaría siquiera. El arroyo era profundo, por lo menos un par de metros. Por lo que podía ver su radar, arroyo abajo la corriente carecía de obstáculo alguno.

— Por aquí —exclamó Parker. Estaba emitiendo por todas las frecuencias por las que podía transmitir su traje blindado—. Aquí estoy, cabrones, venid a por mí. —Siete de los grandes bombarderos alienígenas se acercaban a él disparando sus armas—. Tragaos esta mierda y morid.

Morton se hundió en el arroyo llevándose al superviviente con él. Después amplió el campo de fuerza de su traje para que los envolviera a los dos.

Parker disparó las dos bombas nucleares tácticas que llevaba.

Un estrato de luz blanca y violenta pasó disparado sobre la cima del barranco, borrando todos los colores cuando su grueso nimbo comenzó a irradiar el suelo. El agua agitada del arroyo empezó a humear. Después, el aire tembló y agitó los peñascos. Varias piedras pequeñas empezaron a bajar las laderas rebotando para caer al agua con un chapoteo.

Morton y Rob ya iban arroyo abajo, dando una voltereta tras otra en medio de los rápidos. Fue un viaje rápido y caótico, los dos atravesando como podían los bajíos y golpeándose contra las orillas solo para volver a rebotar hacia la corriente principal.

Morton no soltaba al superviviente de la emboscada y luchaba por mantener al hombre por encima de la espumosa superficie durante todo el tiempo que traquetearon de un sitio a otro.

El horrendo lustre de luz fue desapareciendo del cielo y dejó las nubes revueltas y erizadas de destellos. Los temblores del suelo se fueron desvaneciendo.

— ¿Estás bien? —preguntó Rob. Iba diez metros por delante de Morton, tirado de espaldas y utilizando los brazos como timones.

— Intentando mantener con vida a este tío.

— ¿Cómo lo lleva?

— Creo que ha tenido días mejores pero los sensores muestran que sigue respirando. —Era más bien como si estuviera asfixiándose, pero por lo menos las débiles sacudidas indicaban que seguía vivo.

— No estamos acercando demasiado a la ciudad, demonios.

— Lo sé, pero ya casi estamos al final.

Otros doscientos metros los llevaron al final del arroyo, donde se ensanchaba para borbotear sobre un lecho amplio y plano de piedras antes de vaciarse en el Trine'ba.

Morton salió disparado de la última curva y chocó de culo contra las piedras, después las recorrió así durante un corto trecho antes de pararse en seco.

— La hostia —dijo Rob—. Lo conseguimos.

— Felicidades. —La voz de la Gata rezumaba sarcasmo—. ¿Aterrizamos en algo blando, no? Sobre esa parte que piensa por ti.

— Déjame en paz, zorra.

La visión virtual de Morton le mostró los discos de sensores en funcionamiento que le estaban transmitiendo la señal de la Gata. No quedaban muchos. Cuando accedió a las imágenes del espectro visual, le mostraron un pequeño cráter que resplandecía con un tono granate maligno allí donde había resistido Parker. Sobre el cráter se había abierto un agujero entre las nubes y el aire violeta cubría el torbellino abierto con una leve calima. Los bosques y los matorrales de espinos que se esparcían por las colinas que había sobre la ciudad se habían prendido y en esos momentos se convertían en auténticas tormentas de fuego; entre ellos, la hierba destrozada ardía lentamente. Empezaba a elevarse un humo que asfixiaba la estrecha banda de aire que quedaba entre el suelo y las nubes. Ninguno de los sensores informaba de la presencia de bombardero alguno.

La Gata se refugiaba en un suave pliegue que había muy por encima de la zona de la explosión. La telemetría mostraba que tenía el traje intacto y que su campo de fuerza la había protegido de la explosión.

Morton soltó al hombre que estaba sujetando y se puso de pie. El campo de fuerza que rodeaba a la ciudad alienígena estaba a quinientos metros de distancia. No había señal de ningún tipo de actividad en las cercanías.

— Creo que, de momento, estamos a salvo —dijo Morton—. Quizá sea un buen momento para irse.

— Amén —gruñó Rob.

Morton bajó la cabeza y miró al hombre que seguía tirado en las piedras, jadeando con dificultad. Tenía la ropa negra rasgada por varias partes y la piel del color del ébano que había debajo estaba raspada y lacerada.

— ¿Está bien? —preguntó Morton.

El hombre giró la cabeza para mirarlo furioso desde el suelo.

— ¿Qué? ¿Es que está de broma?

— Lo siento. Tengo un botiquín bastante decente, pero si puede caminar, me gustaría poner un poco de distancia entre nosotros y Randtown antes de parar para remendarlo un poco.

— Cielos misericordiosos, perdonadme por lo que he hecho.

— ¿Y qué ha hecho?

— Llevar a la muerte a más hombres buenos. ¿Supongo que los responsables de esa explosión fueron ustedes? Fue nuclear, ¿no?

— La provocó uno de mis compañeros de escuadrón. Estaba deteniendo a los bombarderos que atrajeron ustedes.

— Ya veo. —El hombre inclinó la cabeza hasta que casi la metió en el agua—. Entonces sobre mi conciencia caen más muertes todavía. Y la carga ya era terrible. No cabe duda de que los hados deben de odiarme.

— No creo que haya nada personal en esto. Me llamo Morton y este es Rob.

— Gracias, caballeros, les agradezco que me hayan salvado. De lo que les va a servir.

— Un placer —gruñó Rob.

— ¿Quién es usted? —preguntó Morton.

El hombre esbozó una sonrisa que reveló unos dientes ensangrentados.

— Simon Rand. Yo fundé este paraíso.


La cueva era un buen escondite, admitió Morton para sí. Les había llevado una hora llegar hasta allí, trepando por las rocas de la costa y a veces vadeando profundas ensenadas por las que las escorrentías de la montaña desembocaban en el agua fétida del lago.

Había tres personas aguardando a su líder. Desesperados por saber lo que había ocurrido al estallar las bombas.

David Dunbavand había quedado muy malherido en una incursión anterior. Tenía una de las piernas hechas pedazos, con la piel de un color moteado negro y azul y un aspecto enfermizo, de los cortes rezumaba un fluido gris y maloliente. Los dedos del pie ya parecían estar gangrenados y el olor no era mucho mejor. Se había roto varios huesos más durante su breve combate. Sudaba sin parar y el pelo húmedo se le pegaba al cráneo.

Una chica llamada Mandy cuidaba de él; parecía cansada y demacrada, propensa a las lágrimas. No había mucho que pudiera hacer salvo mantener limpios los vendajes y alimentarlo con un caldo diluido que habían hecho con los paquetes de comida que habían podido salvar. Estaba envuelta en varios jerseys de lana demasiado grandes y un par de pantalones verdes semiorgánicos impermeables. Varios rizos de cabello lacio se le escapaban de un gorro de lana negro.

Fue Georgia la que salió corriendo de la cueva, chapoteando por los bajíos para recibir a Simon cuando este se acercó cojeando dolorosamente hasta su refugio.

— Una de las primeras personas que creyó en mí —dijo con tono dolorido cuando se la presentó a Morton y Rob—. Georgia estaba conmigo cuando construimos la autopista. —La mujer le sonrió con valentía y le pasó el brazo alrededor de la cintura para ayudarlo a salvar los últimos metros de roca resbaladiza. Su rostro era áspero y bello, rejuvenecido hasta la adolescencia, con una mandíbula cuadrada y pómulos marcados. Vestía un traje de diseño bastante caro encima de varias camisetas y pantalones térmicos; la tela semiorgánica estaba manchada con suciedad de varias semanas, pero todavía ofrecía cierta protección contra el ambiente húmedo de la cueva y el aire gélido que se filtraba del exterior. Lo que en otro tiempo había sido un cabello bruñido bien cuidado se lo había cortado muy corto de varios tijeretazos y en ese momento iba cubierto por un pañuelo de seda que se lo envolvía como un turbante.

Morton siguió a Simon y Georgia cuando treparon por un saliente que los llevó a la cámara principal. Estaba iluminada por unas cuantas esferas de luz solares, de las que se podían comprar en cualquier tienda de artículos para acampada. Pero había que recargarlas de forma urgente y solo producían un tenue fulgor amarillo que ni siquiera llegaba al techo de la cueva. Con todo, el resplandor era suficiente para mostrarle los tres cuerpos sellados en plástico que yacían junto a la pared posterior.

David se incorporó sobre los codos y el esfuerzo lo hizo hacer una mueca.

— ¿Dónde están los otros? —Le lanzaba a la entrada una mirada afligida, ya conocía la respuesta.

— Lo siento —le dijo Simon.

Mandy se derrumbó y empezó a llorar.

— ¿Tyrone? —preguntó David.

— No. Pero eliminó a uno de los alienígenas. Se mantuvo firme hasta el final, sin ceder.

— ¡Uno! —exclamó con amargura el hombre herido—. Uno entre un millón. Jamás debería haberme quedado aquí. Debería haberme ido con Lydia y los niños. No estamos consiguiendo nada. Solo nos están borrando del mapa. ¡Míranos! Cuatro, eso es todo lo que queda. ¿Qué sentido tenía? —Volvió a echarse en el fino colchón temblando de dolor y respirando con dificultad.

— ¿Cuántos eran al empezar? —preguntó Morton.

— Nos quedamos dieciocho —dijo Simon cuando se sentó, con aire pesado. Una mano les mostró la cueva—. Esto es todo lo que queda de nosotros. Me gustaría decir que nos hemos llevado leguas de alienígenas al infierno con nosotros, pero cielos, nuestros esfuerzos han sido mediocres en el mejor de los casos. Están bien equipados y son excelentes soldados. Lo cierto es que no es mucho lo que hemos logrado aparte de nuestras propias muertes. —Después empezó a rascarse las vendas de piel curativa que Rob le había puesto en los cortes durante el viaje de vuelta. Georgia se sentaba a su lado con las rodillas metidas debajo de la barbilla. Los dos se abrazaron.

— Dieciocho —murmuró Morton. No quería pedir detalles, le parecía un desperdicio demasiado grande. Tampoco era que las Garras de la Gata lo hubieran hecho mucho mejor. Al menos todavía.

— Por favor —preguntó Mandy, levantó la cabeza con gesto suplicante y secándose los ojos—. ¿Puede ayudarnos a volver a la Federación?

Morton se alegró de llevar el casco puesto, así la joven no podría verle la expresión.

— No estoy seguro. No está programado que nos saquen de aquí hasta dentro de seis meses. Informaré a la Marina de que están aquí, por supuesto. Es probable que intenten conseguir un agujero de gusano para ustedes.

La chica bajó la cabeza.

— ¿Tienen comunicaciones? —croó David Dunbavand.

— Claro. La Marina abre un agujero de gusano de forma regular para recibir nuestros mensajes. Podemos avisar a sus familias de que están ustedes bien.

— Preferiría que no lo hicieran. —David sonrió, sonrisa que se convirtió en una tos.

— Déjeme echarle un vistazo —dijo Rob. Se quitó el casco y se arrodilló junto al hombre herido. Agitó una matriz de diagnóstico sobre las piernas y el torso de David—. Tenemos un suministro bastante decente de equipo médico en nuestro campamento base. Debería haber algo que pueda ayudarlo.

— Un analgésico estaría bien para empezar —dijo David—. Ya no tenemos ni eso. El hospital quedó encerrado detrás del primer campo de fuerza que generaron. Hemos tenido que improvisar con lo que hemos podido encontrar en las granjas desde entonces. Que nunca fue mucho y nos parecía egoísta no darle lo poco que teníamos al pobre y viejo Napo, incluso al final. —Y señaló uno de los cadáveres.

— No hay problema. —dijo Rob. Después sacó una pequeña almohadilla aplicadora de su mochila.

David exhaló un suspiro bien audible cuando se la apretó contra el cuello.

— Maldita sea, nunca pensé que disfrutaría de la sensación de entumecimiento. Es usted muy amable, amigo mío.

— Un placer. Ahora quédese quieto y deje que la rutina médica de mi mayordomo electrónico averigüe qué podemos hacer por usted.

— ¿Qué longitud de onda tiene su agujero de comunicaciones? —preguntó David—. Tenemos las memorias de nuestros amigos, ¿pueden llevarlas al menos a un lugar seguro?

— ¿Tienen un depósito de seguridad aquí dentro? —preguntó Morton.

— Su depósito es nuestro honor —dijo Simon—. Cada vez que uno de nosotros se aventura al exterior, transferimos nuestros últimos recuerdos a una matriz de mano normal. Los que quedamos hemos jurado llevarlas a un lugar seguro de la Federación. Confiamos unos en otros, ya ve. La amistad en estos terribles tiempos ha forjado un vínculo lo bastante fuerte como para darnos la fuerza suficiente para enfrentarnos a la pérdida del cuerpo con confianza y convicción.

Morton no estaba seguro de que hubiera nadie en las Garras de la Gata al que le confiaría sus recuerdos.

— Sería una transferencia muy lenta —dijo con cautela—. El agujero de gusano no está abierto durante mucho tiempo. Solo unos cuantos segundos.

— Lo entiendo —dijo Simon—. Hemos sobrevivido hasta ahora, unos cuantos meses más no deberían presentar problema, sobre todo con sus armas para ayudar a protegernos.

Morton se quitó el casco. Después del aire filtrado que había estado respirando, el olor de la cueva parecía muy fuerte. Algo que era incapaz de ubicar: carne cruda pero con un matiz dulzón. Era extraño.

— ¿Qué es eso?

— ¿El olor? —dijo Mandy—. Lo que sea que están usando para contaminar el Trine'ba. Ya lleva semanas empeorando cada vez más.

— ¿Alguna idea de lo que es? Vimos la refinería que han construido.

— Tomé unas cuantas muestras hace un tiempo —dijo David—. Es como un alga de algún tipo. Están biorreformando el Trine'ba.

— Creo que es el primer paso para convertir este planeta en un lugar que solo pueda albergar su legado biológico —dijo Simon—. Desde luego, no muestran interés ni respeto alguno por cualquier organismo ya existente. Es un imperialismo que parece extenderse hasta un nivel celular.

Rob sacó un par de viales de su botiquín y los introdujo en la almohadilla aplicadora.

— Después voy a poner la pierna en una cubierta de piel curativa —le dijo a David antes de poner la almohadilla sobre el muslo descolorido del hombre—. No puedo colocarle bien los huesos, pero la cubierta y los biovirales deberían estabilizarlo un poco hasta que podamos trasladarlo a un hospital de la Federación.

David tosió. Unas motas diminutas de sangre se posaron en sus labios.

— Espero que Lydia haya seguido haciendo los pagos del seguro médico.

— Sobrevivirás, David, te lo prometo —dijo Simon con calma—. Te llevaré a cuestas al agujero de gusano si hace falta. —Se interrumpió al oír el ruido de alguien que chapoteaba en la grieta de la entrada.

La Gata salió del agua y se quitó el casco. Las puntas moradas de su cabello, como el resto, estaban empapadas de sudor y se alzaban en una multitud de puntas diminutas. Esbozó una amplia sonrisa y sus grandes ojos de color gris azulado abarcaron la cueva entera con una sola mirada.

— Bonito —comentó—. Hola, chicos, ¿me habéis echado de menos?

— Como a un vómito pasado —dijo Rob. Y volvió a su tarea de quitar los vendajes de la pierna de David.

La Gata se adentró con paso firme en la cueva.

— Bueno, queridos, han sido unas primeras seis horas impresionantes, ¿no creéis? Dos muertos. No salvamos a dos refugiados. Hicimos estallar dos bombas nucleares que no provocaron ningún daño en absoluto. Y la mayor parte de nuestros discos de sensores han desaparecido. Para que luego hablen de causar buena impresión.

— Y tú ayudaste mucho —dijo Morton.

— Oíste lo que dije. Pero preferiste no hacer caso.


Aunque le quedaba a la perfección, para Morton fue un placer quitarse el traje blindado. Se frotó cada parte del cuerpo que pudo alcanzar para relajar la piel escocida y los músculos rígidos. El mono de fibra semiorgánica que llevaba debajo repelía la humedad fría de la cueva y lo mantenía bastante seco. No había nada que pudiera hacer con el olor.

Después de vivir durante semanas enteras de paquetes de comida que habían ido rebuscando por ahí, los supervivientes de Randtown agradecieron la comida que les habían traído las Garras de la Gata.

— Bazofia corporativa prefabricada llena de azúcar, genes demasiado modificados y aditivos tóxicos —dijo Georgia mientras se llevaba una croqueta de pescado directamente del sobre calentador a la boca—. Dios, qué bien sabe.

— Nuestra forma de vida ha llegado a su fin de verdad —dijo Simon. Aceptó una lasaña vegetariana de manos de la Gata inclinando la cabeza con gratitud.

— No es de una de esas granjas de cría intensiva de los 15 grandes —le dijo la joven—. Yo no llenaría mi cuerpo con esa mierda.

Morton vio a Rob abrir la boca. Sus ojos se encontraron y Rob apartó los suyos.

— Tenemos que decidir qué vamos a hacer —dijo Morton—. Creo que nuestra primera prioridad es sacarlos de aquí.

— ¿Qué hay de David? —preguntó Simon. Habían envuelto a Dunvaband en el saco de dormir ligero de Morton para proteger la piel curativa de la humedad rancia de la cueva. Dormía con un sueño inquieto mientras los medicamentos y los biovirales hacían lo que podían para mitigar el daño.

— Podemos meterlo en una de nuestras burbujas y sacarlo de aquí conduciéndola por control remoto —dijo Morton—. Estarán más seguros en las Dau'sing. • —Sí, los alienígenas parecen concentrarse alrededor de Randtown y los valles que rodean el risco de Agua Negra —dijo Simon—. Deberíamos estar a salvo en las tierras altas.

— ¿Y qué hay de nuestra misión? —preguntó Rob—. Se supone que vamos a hacerles la vida imposible a los alienígenas.

— Y lo haremos —dijo Morton—. Tenemos seis meses.

— Odio disentir —dijo Simon—. Pero ya han visto los nuevos generadores de campos de fuerza que están construyendo. Una vez que estén operativos, sospecho que hay muy poco que vayan a poder hacer incluso ustedes para dañar sus instalaciones principales. Esta es la tercera expansión y la tercera mejora de su seguridad que hacen desde que llegaron. Y cada vez los campos de fuerza son más grandes y más potentes.

— Intentamos entrar al principio —dijo Georgia—. Sorprendieron a cinco metiéndose por las alcantarillas. No tuvieron ninguna oportunidad. Los alienígenas debían de estar esperando que intentáramos infiltrarnos en sus emplazamientos. No son estúpidos. Y el bueno de Napo encabezó un equipo de buceo que iba a utilizar una ruta subacuática a través del antiguo acuario. No funciona nada. Tienen cubiertas todas las rutas.

— Ya no queda ninguna ruta —dijo Mandy. Masticaba con aire apático un sandwich de beicon—. Ya están fuera de los viejos límites de la ciudad. Todos los túneles de servicio público y las zanjas de drenaje, todo está dentro ya del campo de fuerza.

— Chicos, no estáis pensando —dijo la Gata. Su voz atravesó con limpieza la cueva, repleta de sarcasmo. Morton le lanzó una mirada intolerante. Estaba haciendo sus ejercicios de yoga y tenía un pie metido detrás del cuello.

— ¿Es que tienes una solución? —preguntó Morton.

— Es obvia.

— ¿Quieres compartirla?

— Una explosión nuclear. Es todo lo que podemos hacer.

— No podemos lanzarles una bomba nuclear. No podemos llegar hasta ellos.

La joven cerró los ojos, puso las manos en la posición del Sol del Amanecer y respiró hondo.

— Tiene que haber una forma de entrar —dijo Rob—. ¿Qué hay de las cuevas?

— No —dijo Simon—. Realizamos un estudio sísmico completo antes de empezar a construir Randtown. No quería que nos encontráramos de repente con problemas de hundimientos después de estar establecidos, eso habría sido demasiado costoso.

— La fábrica de cerveza Marquis excavó unos sótanos muy profundos —dijo Georgia—. No estoy segura de hasta dónde se extendían. Pero tenían un canal de agua que los atravesaba por el medio. Lo utilizaban para hacer la cerveza, manantiales naturales de las Dau'sing. Formaba parte de su eslogan.

— Yo bajé allí una vez —dijo Mandy—. Estaba saliendo con el ayudante del cervecero. No eran tan grandes y solo había una entrada.

— Tenía que haber algún drenaje.

— Si lo hay, los alienígenas lo habrán atestado de sensores.

— Creo que la fábrica de cerveza está demasiado alejada del límite del campo de fuerza —dijo Simon—. En cualquier caso, los alienígenas han arrasado los edificios.

No habría forma de subir aunque alguien consiguiera entrar en el sótano.

— ¿Tienen algo que pueda excavar por debajo del campo de fuerza? —preguntó Georgia.

— Un Vengador del Álamo —murmuró Rob con una sonrisita que indicaba un chiste privado.

— No —dijo Morton—. No hemos venido equipados para realizar un asalto frontal. Se supone que tenemos que acosar y trastocar, hacer que pierdan tiempo y dinero mirando por encima del hombro sin parar.

— Una bonita teoría —dijo Simon—. Pero son una especie muy centralizada. La actividad que realizan en los valles es susceptible al tipo de campaña del que usted habla, pero dudo que en último caso les afecte demasiado. Para hacerles daño, deben golpear las estructuras que quedan dentro del campo de fuerza.

— Tendrá que ser una aproximación subacuática —dijo Rob de mala gana—. Incluso si una membrana de volcado no funciona debajo del agua, tiene que haber alguna ruta para entrar. Un arco en un arrecife, un tubo de entrada. ¡Algo!

— Oh, esto es muy doloroso —dijo la Gata. Estiró el pie y lo sacó de detrás de la cabeza—. Pensé que eras un miembro de la clase ejecutiva, Morty. ¿Qué ha pasado con todo eso del «no descarguen fallos técnicos, carguen parches», toda esa charla corporativa que tanto te gusta?

— Dinos de una vez cuál es tu idea, por favor —dijo Morton con cansancio.

— Los alienígenas no hacen más que expandir la zona que están desarrollando alrededor de la refinería, ¿no? Pues lo que hacemos es colocar una bomba atómica fuera del campo de fuerza existente y dentro de la frontera que va a ocupar el nuevo. Cuando conecten el campo de fuerza nuevo, la bomba ya está dentro de sus defensas y estalla. ¿Alguna pregunta?

A Morton le apetecía darse de patadas de lo obvio que era. No había pensado con claridad, pero le achacó el lapsus a la conmoción de perder a Parker y a Doc.

— Simon, ¿los alienígenas desconectan los antiguos campos de fuerza internos una vez que los nuevos están en marcha?

— Sí, hasta ahora sí.

— Ay, madre, chicos, ¿de verdad vamos a usar esa idea mía de nada? —La Gata agitó las pestañas.

— Pues sí —dijo Rob—. ¿Supongo que no te apetecerá quedarte con la bomba y detonarla una vez que estemos seguros de que todo va sobre ruedas allí dentro?


La explosión de la última batalla de Parker contra los bombarderos puso las cosas un poco más difíciles. Prácticamente no quedaba ningún refugio en las estribaciones que había por encima y detrás de la ciudad. Lo que los dejaba con el lado oriental, donde el suelo bajo había quedado un poco más protegido de la onda expansiva. Pero incluso allí, los árboles estaban incinerados y aplastados por completo. Grandes extensiones de hierba transgénica terrestre habían ardido antes de que la cellisca y la llovizna eternas extinguieran sus escasas llamas.

Allí se habían construido unas cuantas casas grandes, acurrucadas en sus propios y aislados pliegues de terreno. Era una de las zonas donde se habían instalado los más acaudalados, y desde donde se disfrutaban espléndidas vistas del Trine'ba. Todas las construcciones habían sufrido el primer ataque contra las Regentes y las consecuencias medioambientales de la invasión, con techos torcidos y aplastados y paredes ladeadas. Lo que en otro tiempo eran jardines bien cuidados quedaron reducidos a pantanos llenos de barro donde las plantas habían crecido sin control por un breve espacio de tiempo antes de que el clima se volviera en su contra.

Morton y la Gata se abrieron camino poco a poco a través de uno de esos jardines.

Su propietario había sido un ávido coleccionista de variedades de bambú. Había matas de esos tallos dispuestas en largos dibujos curvos. Desde el aire habría parecido una orquídea tigre gigante. Pero las hojas empapadas se estaban volviendo marrones y había tallos nuevos pudriéndose en el barro.

— Con otros doscientos metros debería ser suficiente —dijo Morton—. Eso nos llevará al mirador. —El jardín era una depresión poco profunda, en parte natural, en la que había trabajado un pequeño ejército de agrorrobots para poder extenderla por la suave ladera de la colina. Morton y su compañera tenían que colocar la bomba nuclear táctica justo al borde del jardín, donde el bambú daba paso a dunas de rosas; podrían el mecanismo justo enfrente de la refinería que había junto a la costa. Con la siempre presente nube que bloqueaba el sol y la cellisca que asfixiaba el aire, el jardín estaba tan oscuro como el espacio interestelar. Incluso con la máxima amplificación, los sensores del espectro visual de Morton tenían dificultades para producir una imagen. Dependían en gran medida de los infrarrojos, lo que le daba a aquella vegetación alta y moribunda una apariencia amenazadora y siniestra.

— Bueno, pues muy bien —dijo la Gata. Utilizaba su voz ligeramente desdeñosa, esa llena de falso entusiasmo.

A Morton le daba igual. Había formado pareja con ella porque no confiaba en que aquella tía supiera asumir el trabajo de Rob. Como operación de apoyo, habían decidido que había que colocar una segunda bomba nuclear en el lecho del lago. Los discos de sensores y los transmisores no funcionaban bajo el agua, lo que significaba que alguien tendría que trabajar solo. Era un coñazo tener que llevar a la Gata al lado, pero al menos podía mantenerla vigilada. Se preguntaba cómo le iba a Rob en su misión. No habían hecho mucho adiestramiento subacuático.

El enjambre de robots chivatos que exploraban el entorno llegó a la casa que había en el centro del jardín. Era un edificio de tablillas de dos pisos con un garaje de tres puertas y un balcón que recorría toda la fachada que daba al Trine'ba. Las dos explosiones nucleares la habían dejado muy ladeada, con las tablas astilladas sueltas en todo tipo de ángulos. Los paneles solares del tejado se habían medio fundido con el calor y chorreaban como la cera para marchitarse alrededor de las vigas estructurales de modo que la lluvia no dejaba de filtrarse en el interior y saturar el espacio. Habían desaparecido todas las ventanas, dejando fragmentos de cristal que rasgaban las cortinas que se agitaban con el viento y las reducían a unos cuantos jirones empapados que aleteaban con pereza bajo la ligera cellisca.

El robot chivato 411 detectó una fuente de infrarrojos en el piso bajo.

— Vaya, vaya, qué tenemos aquí —murmuró la Gata.

— ¿Otro superviviente? —especuló Morton. La fuente de calor tenía más o menos la intensidad de un ser humano.

— Podría ser ganado, o una oveja grande.

— Sigue diciéndote eso.

El hiperrifle de la Gata se desplegó de su antebrazo. Unos misiles zorra AV se deslizaron por los tubos de lanzamiento que tenía detrás de las clavículas. Unas minas rata se escabulleron por sus piernas y se metieron disparadas en el cobijo espeso del bambú.

Cinco robots chivatos fueron arrastrándose hacia la casa. Se abrieron paso por las paredes desvencijadas y penetraron por los alféizares de las ventanas. La fuente de calor no se movió, se encontraba en el salón sin tabiques.

Una serie de símbolos verdes de neón aparecieron en la visión virtual de Morton.

— Actividad eléctrica.

— No mucha. Parece una matriz de mano en modo pasivo.

Un robot chivato atravesó corriendo una puerta abierta mientras sus antenitas rastreaban todo el salón. Había un alienígena en medio de la gran habitación. No llevaba traje blindado. El agua se filtraba por las grietas del techo y se estrellaba contra su piel pálida. A su lado, sobre una mesita de café, yacía una matriz de mano de la Federación. Un cable óptico estaba conectado a la pequeña unidad y serpenteaba hasta un mecanismo electrónico compacto que se fundía con el extremo bulboso de uno de los cuatro tallos superiores del alienígena.

— Mierda —jadeó Morton—. ¿Dónde están los otros? Siempre se mueven en grupos de cuatro. —Les ordenó a los robots chivatos que rodeaban la casa que extendieran la búsqueda—. ¿Qué coño está haciendo?

— Un momento, que voy a conectar el circuito secundario de poderes psíquicos de mi traje. Oh, vaya, parece que no funciona. ¿Cómo cojones voy a saber yo lo que está haciendo, zopenco?

— No ayudas mucho. Otra vez.

— Estoy revisando toda la información disponible. No hay ninguna de las emisiones de señales habituales. Y no está armado. Eh... espera.

Uno de los finos tallos que remataban al alienígena se inclinó para alinearse con el robot chivato cuando este se asomó tras el marco de la puerta. La yema de carne que había al final llevaba una semiesfera de un material plástico activo y electrónico sujeto por un par de correas elásticas.

— ¿Eso son gafas de visión nocturna? —preguntó la Gata con curiosidad.

Morton no respondió. El robot chivato informó que estaba captando una transmisión basada en el protocolo habitual de la ciberesfera de la Federación. Era una señal muy débil, nadie podría detectarla fuera de la casa en ruinas. El mayordomo electrónico de Morton la imprimió en su visión virtual.

«Me rindo. Por favor, no disparen.»

Un desagradable escalofrío recorrió los hombros de Morton.

— Ay, madre —dijo la Gata—. ¿Y ahora qué?

— No tengo ni la más puñetera idea. —Le dijo a su mayordomo electrónico que utilizara un protocolo equivalente y utilizó la mano virtual para escribir una respuesta que envió el robot chivato:

«¿Quién es usted?».

«Un amigo. Después de lo de anoche, supuse que regresarían. Estas casas ofrecen un escondite razonable y están cerca de Randtown. Era el lugar más lógico para que aparecieran. Los estaba esperando.»

«¿Qué quiere?»

«Ir con ustedes.»

«¿Dónde cree que vamos nosotros?»

«Vuelven a la Federación. Tengo información que les servirá de ayuda en su lucha contra MontañadelaLuzdelaMañana.»

«¿Qué es MontañadelaLuzdelaMañana?»

«El alienígena primo.»

«Usted es uno de los alienígenas contra los que estamos luchando.»

«No lo soy. Mi mente es humana. Soy Dudley Bose.»


Cressat era precioso. A Mark le había sorprendido. Se esperaba algo parecido a Elan, un mundo en el que estuvieran domesticando poco a poco el paisaje natural de escasa vegetación para adaptarlo a la estética humana y su sentido práctico. Las grandes fincas serían oasis de follaje verde y exuberante, rodeados por campos cultivados y bosques que se iban extendiendo sin prisas por las planicies, dejando las montañas en su estado natural.

Pero en lugar de eso se encontró viviendo en un parque perfectamente cuidado.

Nigel Sheldon había elegido Cressat para hacer sus prácticas de botánica. Su estrella de clase G y su falta de una luna grande al estilo de la de la Tierra le proporcionaba al planeta un entorno meteorológico pasivo. Había las zonas climáticas habituales, y estaciones, pero escaseaban las tormentas. Un planeta de cuya estabilidad uno podía fiarse.

Con un entorno atmosférico tan consistente, la evolución había producido unas plantas espectaculares. Todos los árboles alcanzaban grandes alturas, el doble o el triple que los pinos y los robles de la Tierra y lucían unas enormes flores de colores. En pleno verano, las hierbas nativas abandonaban su habitual verde casi terrestre y adoptaban un blanco cisne reluciente; inmensas praderas de tallos lechosos ondeantes que liberaban nubes de esporas con aroma a miel que plateaban el aire de continentes enteros. Las parras y las enredaderas se desmandaban en los bosques, sus imponentes conos de flores se hinchaban y convertían en pesados racimos de moras, varias de las cuales eran comestibles.

Biewn, el pueblo dormitorio construido a toda prisa donde los albergaron estaba a treinta y siete kilómetros y medio de Illanum, la ciudad donde surgía el agujero de gusano del TEC. Era un lugar escondido en medio de una vega ondulada, con el horizonte occidental ribeteado por unas montañas lejanas coronadas de nieve que a todos los Vernon les recordaron a las Dau'sing; aquel pueblo atendía solo a las necesidades de la gran afluencia de técnicos y expertos que trabajaban en el proyecto.

El bosque que se formaba a un lado del pueblo se alzaba sobre el desorden de casas de un piso como rascacielos arbóreos. Los arroyos serpenteaban por los terrenos ondulados, con puentes que se iban erigiendo en varios lugares a medida que la red de carreteras se iba extendiendo a un ritmo constante. Cada día llegaban más casas, casas que traían en la parte posterior de amplios camiones de carga baja. Quizá fueran casas rodantes, pero no se podía decir que Biewn fuera uno de esos cámpines al servicio de la empresa que surgían alrededor de las estaciones de TEC en todos los mundos nuevos durante los primeros años. Tenía sus propias escuelas, restaurantes, bares, tiendas y un centro cívico; los bloques preequipados del nuevo hospital iban encajando en su lugar como una pared de ladrillos inmensos. Se estaba haciendo todo lo posible para proporcionarle a Biewn las mismas comodidades de las que disfrutaba Illanum.

Solo lo estropeaban las fábricas. En Biewn, al lado contrario del bosque, se habían construido largas hileras de sencillas e inmensas estructuras cúbicas, sus paredes de color marrón apagado y resistentes a los estragos del clima se estaban comiendo las tierras vírgenes como un cáncer mecánico imparable. Y seguían construyéndose más, su montaje no se detenía en todo el día. La cibernética que las llenaba iba llegando a un ritmo igual de impresionante.

En cuanto su autobús rodeó el borde del bosque y emprendió el último kilómetro de la nueva autopista que llevaba al pueblo, Mark supo que iba a encajar. Era como si esa segunda oportunidad que le habían dado en el plano financiero se extendiera también a su estilo de vida. Se imaginaba Biewn como la clase de sitio en el que al final se habría convertido Randtown, próspero y resuelto. Tenía industria en lugar de agricultura. Y en lugar del Trine'ba, tenía el bosque, al que los habitantes ya empezaban a llamar el Bosque del Arco Iris, por sus asombrosas flores. Pero conservaba esa cohesión de las comunidades pequeñas. Menos de una hora después de instalarse, en una casa tan grande como la que tenían en el valle de Ulon, ya habían pasado tres vecinos por allí para presentarse y preguntar si necesitaban ayuda. Sandy y Barry se habían ido corriendo con una pandilla de chiquillos para explorar.

Lo único que lamentaba era no haber visto ninguna de las legendarias y fabulosas mansiones que se habían construido los miembros de la dinastía Sheldon. Ninguna de sus fincas del tamaño de pequeños países se encontraba cerca de Illanum.

Lo que solo le dejaba su empleo. Trabajaba en la fábrica 8. En la sesión de orientación se había enterado de que contenía tres áreas de montaje. Le pareció bastante normal, después le explicaron su tamaño: cámaras cilindricas de veinticinco metros de diámetro y treinta y cinco de altura. Estaban revestidas con cien brazos articulados de plástico corrugado y veinticinco manipuladores de carga pesada; en su interior se podían desplegar hasta ciento cincuenta robots ingenieros en un momento dado. La operación de construcción la supervisaba una matriz en la que se habían cargado programas del mismo nivel que una IR.

— Estáis construyendo naves estelares —le dijo Liz cuando Mark volvió a casa después de su primer y agotador turno de doce horas—. En el pueblo todo el mundo lo dice.

— Sí, pero no son para la Marina. Las áreas de montaje están ensamblando compartimentos completos, por eso son tan grandes y complejos. Son como esferas que tienen seis cámaras estancas. Todo lo que tienes que hacer es apilarlas encima de una sección con un hipermotor y te encuentras con una nave del tamaño que quieras. Es lo último en diseño modular.

— ¿Qué hay en los compartimentos?

— La fábrica 8 está haciendo tanques de suspensión.

— Maldita sea. Apuesto a que son naves de evacuación. La oficina de colocación me hizo hoy una llamada para preguntarme si me gustaría trabajar en un equipo que está diseñando laboratorios de vanguardia para hacer estudios de agronomía genética. ¿Sabes lo que significa eso?

— Modificar cultivos terrestres para que crezcan en suelo alienígena.

Liz se mordió el labio inferior.

— Sheldon va a largarse si perdemos la guerra —dijo con un tono triste de admiración—. Seguramente se llevará a la mayor parte de su dinastía con él. ¿Cuántos tanques de suspensión hay en los compartimentos?

— Cien en cada uno. Estamos recibiendo todos los subcomponentes principales ya integrados; con la excepción del casco y los sistemas de soporte vital, la mayor parte es equipo normal que está disponible en cualquier circuito comercial. Las áreas de montaje solo están encajando las piezas. Aquí hay metidos muchos estudios de desarrollo. Habría llevado mucho tiempo, incluso con programas de diseño avanzado. Creo que lleva planeando esto desde antes de la invasión.

— ¿Cien por compartimento? —caviló su mujer—. Es una nave muy grande.

— Mucho. La fábrica 8 está sacando seis compartimentos completos a la semana. Algunas de las otras fábricas solo están embalando sistemas cibernéticos industriales para su almacenamiento a largo plazo. Ya has visto cuántos camiones están utilizando la autopista, están enviando todos los compartimentos completados a alguna otra parte.

— Seis a la semana, ¿en una fábrica? Eso son... —Cerró un poco los ojos mientras hacía la multiplicación—. ¡Jesús bendito! ¿Pero qué tamaño tienen esas naves? Debe de estar planeando llevarse a un planeta entero con él.

— Si tienes intención de establecer una civilización con tecnología avanzada y hacerlo desde cero, necesitas mucho equipo y una base de población decente.

Liz lo rodeó con sus brazos.

— ¿Y nosotros también vamos?

— No lo sé.

— Tenemos que averiguarlo, cielo. De verdad.

— Eh, vamos, esto no es más que la paranoia de un rico. La Federación está muy lejos de caer en manos de los primos. —Mark le acarició la espalda moviendo la mano con suavidad por la columna, como a ella le gustaba.

— Entonces nosotros también deberíamos ponernos paranoicos. Si resulta que perdemos, ¿qué pasaría con Sandy y Barry? Hemos visto a los primos de primera mano, Mark. Les importan una mierda los humanos, para ellos no llegamos ni siquiera a la altura del verdín de un estanque.

— De acuerdo, preguntaré por ahí. Alguien debería saberlo en la fábrica. Oye, ¿no te lo he dicho? El viejo Bureóme es uno de los capataces, es probable que pueda decírmelo él.

— Gracias, cielo, sé que a veces es una lata vivir conmigo.

— Nunca. —Mark la apretó un poco más contra sí—. No sé dónde están montando esas naves. Tiene que ser en órbita, pero por aquí no he visto nada. Tampoco es que haya mirado mucho, pero algo tan grande como eso resaltaría como una luna pequeña.

— Podría ser en cualquier parte a menos de cien años luz. Coño, el asteroide de Ozzie era un sitio perfecto para utilizarlo como astillero, ultrasecreto y habitable. Podrías meter allí una ciudad entera y apenas se notaría.


La nube se había hecho más densa en las Regentes, trayendo con ella una cellisca pegajosa salpicada de granizo no demasiado grande. Morton oía las piedras que se estrellaban contra su traje blindado, una retreta constante de chisporroteos que complementaba el sonido de sus pies al chapotear entre la viscosa aguanieve.

Les costó subir la montaña hasta el collado. Todos los humanos supervivientes de Randtown subían en las burbujas, que podían enfrentarse al terreno sin dificultad, mientras que las Garras de la Gata se limitaban a subir andando con las armaduras.

Lo que dejaba al alienígena que afirmaba ser Dudley Bose. No tenía ningún tipo de ropa que protegiese su piel pálida. Bose dijo que su cuerpo podía funcionar con el frío, aunque con dificultad. Así que tuvieron que envolverlo en mantas y retales, y luego colgar láminas de plástico encima para protegerlo en lo posible del tiempo gélido. Con todo, la criatura no podía moverse muy deprisa por la embarrada ladera.

Necesitaron la mayor parte de la noche solo para llegar al nivel de las nubes, y eso fue tomando una ruta directa para subir desde la cueva. Después tuvieron que seguir la curva de nivel que bordeaba el collado para llegar a donde habían almacenado el equipo.

Detectaron bombarderos que patrullaban el lago que habían dejado abajo, pero ninguno se aventuró a acercarse a las montañas, sus traicioneras corrientes y pequeños remolinos.

Cuando al fin llegaron al collado, se refugiaron en una de las profundas grietas.

Rob abrió algunas de las mochilas que Parker y Doc se habían llevado con ellos.

— Pruébense esto —les dijo a los tres refugiados que permanecían en pie mientras les repartía algo de ropa—. Buena parte es semiorgánico así que se adaptará a ustedes.

— Gracias —dijo Simon con tono grave—. Siento que no llegáramos a conocer a sus amigos.

— Sí, bueno. —Rob le dio la espalda y se arrodilló junto a David Dunbavand. El hombre había mejorado mucho durante el viaje en la burbuja, había recuperado un poco el color y se habían mitigado los sudores febriles—. ¿Cómo se encuentra?

— Bien. El viaje hasta aquí fue hasta interesante, lo poco que recuerdo, claro. Esos biovirales, es como tomarse cuatro litros de cócteles de champán.

— Su pierna se está estabilizando —dijo Rob mientras pasaba la matriz de diagnóstico por todo el hombre—. No está mal.

— Gracias.

— ¿Y usted qué? —le preguntó Morton al motil Bose.

— Este cuerpo es lento pero funcional. Los motiles primos sufren cierta degradación bajo el frío, pero son más resistentes que los humanos. —El polietileno y las mantas que lo abrigaban estaban cubiertos de una fina capa de aguanieve cenagosa. La criatura se las estaba quitando de una en una y dejándolas en el suelo rocoso. La matriz que estaba utilizando para hablar la sostenía con las pinzas de un brazo—. ¿Podría comer, por favor?

— Claro. —Las tres Garras de la Gata habían llevado sacas de plástico llenas de agua del lago hasta la cima de la montaña. Bose decía que estaba repleta de células base, el alimento principal de los alienígenas. También había recipientes llenos de una especie de pasteles vegetales que parecían algas trituradas. La criatura había acumulado un pequeño alijo en la casa en ruinas para prepararse para la repatriación.

Todos habían escuchado la historia de Bose mientras subían. Cómo los habían capturado a él y a Verbeke en la Atalaya, su encarcelamiento y muerte, la descarga de su depósito personal en un inmotil. Les proporcionó una perspectiva fascinante de la naturaleza de la amenaza a la que se enfrentaba la Federación. Una perspectiva que Morton y los demás encontraban excepcionalmente inquietante. Que los estuvieran invadiendo con la única idea de cometer un genocidio con ellos. Que MontañadelaLuzdelaMañana fuera, a nivel psicológico, incapaz de comprender el concepto de compromiso, por no hablar ya de compartir un universo con cualquier otra forma de vida. Quizá Doc Roberts y Parker tenían razón, pensó Morton. Esto es una lucha a muerte.

— Ya no debería faltar mucho para trasladarlo a un hospital —le dijo Rob a David—. La Marina abrirá un agujero de gusano de inmediato cuando averigüen que tenemos a Bose con nosotros.

Morton los miró a todos.

— No estoy seguro de que debiéramos decírselo a la Marina —dijo.

La Gata se echó a reír con gran regocijo.

— ¿Estarás de broma, no? —dijo Rob.

— No.

— Está bien, ¿y quieres decirnos por qué no?

— Mellanie dijo que no se puede confiar en la Marina. Al parecer se está produciendo una gran lucha en el Senado, entre las dinastías y las familias de los grandes.

— Pero qué montón de chorradas —dijo Rob.

— ¿Está hablando de Mellanie Rescorai? —preguntó Simon—. ¿La periodista?

Mandy dejó escapar un bufido de incredulidad.

— ¡Esa!

— Sí —dijo Morton.

— ¿Y cómo es que el hecho de no decírselo a la Marina va a ayudar a la Federación? —preguntó Simon.

— No estoy diciendo que no se lo digamos jamás —dijo Morton—. Solo quiero saber cuáles son las implicaciones antes de que lo hagamos.

— ¿Y cómo te propones averiguarlo, con exactitud? —preguntó Rob. Había un matiz peligroso en su voz.

— Mellanie lo dispuso todo para que pudiera incluir mensajes cifrados en las grabaciones que envío al programa de Miguel Ángel. Ella podrá decirnos si es seguro.

— ¡Seguro! —gruñó Rob—. ¡Tío, estás paranoico!

— Mira, un día tampoco va a significar nada —dijo Morton con tono razonable—. Aquí estamos a salvo. De todos modos, tenemos que esperar hasta que expandan el campo de fuerza de Randtown. Así que sigúeme la corriente.

— ¡Mierda! —Rob le lanzó a la Gata una mirada colérica—. ¿Y tú qué dices?

— ¿Yo? Yo creo que es muy divertido, cariño. Hazlo Morty, jode a la Marina todo lo que puedas. Tienes mi voto.

— Por si sirve de algo —dijo Simon—. Yo confío en Mellanie.

— ¿Cómo puedes decir eso? —quiso saber Mandy—. Esa putita se dedicó a destrozar nuestra ciudad y todo lo que representaba, tus ideales, por cierto. La Federación entera nos odiaba por su culpa.

— Pero nos salvó, ¿no? —dijo Simon con suavidad—. Supongo que eso es penitencia suficiente, ¿no crees?

— Aquí pasó algo —dijo el motil Bose. Todo el mundo se giró para mirarlo—. Aquí es donde MontañadelaLuzdelaMañana se tropezó con la IS, la única vez que chocaron durante toda la invasión. Por eso elegí Randtown como punto de regreso a la Federación. La IS tiene algún tipo de presencia aquí.

— La tenía —dijo Morton—. Tenía una presencia aquí. Mellanie trabaja para la IS.

— Ah —dijo Simon. Y por primera vez en varias semanas, llegó incluso a sonreír—. Me preguntaba cómo había logrado esa chica hacer lo que hizo.

— ¿Tu novia es una especie de agente de la IS? —preguntó un incrédulo Rob—. ¿Esa... esa... rubia tonta?

— Eh —gruñó Morton.

La Gata volvía a reírse a carcajadas.

— Oh, esto es fabuloso. Muchas gracias, Morty.

Morton le lanzó a Rob una mirada penetrante.

— ¿Entonces se lo digo a la Marina o no?

Rob miró a todo el mundo y después clavó los ojos durante un momento en el motil inmóvil.

— Qué cojones. Haz lo que quieras por ahora, Morton. Pero después de que detonemos la bomba atómica, será mejor que tu chica nos dé una razón de la hostia para no contarle a la Marina lo que tenemos. Ese es todo el tiempo que tiene.

— Se lo diré.


Mark y Liz se pasaron la velada en su salón, compartiendo una botella de vino y entrando en los últimos momentos de Randtown. Era vino del valle de Ulon. El programa de búsqueda del mayordomo electrónico de Morton había encontrado un proveedor en Lyonna al que le quedaban unas cuantas botellas; costaban un precio exorbitante y luego estaba el recargo por el envío del mismo día que había que pagar a la empresa de mensajería MoZ Express. Pero ¿qué otra cosa se podía beber mientras contemplabas una explosión nuclear que borraba del mapa la ciudad que había sido tu hogar?

Mellanie acompañaba a Miguel Ángel en el estudio para presentar el reportaje.

Destacaba la seriedad de la ocasión con un largo vestido negro con una falda de paño que se abría para resaltar sus preciosas piernas. Le habían apartado el cabello de la frente con una cola espesa y ondulada. Miguel Ángel se sentaba tras su mesa como un dios griego menor con un elegante traje azul. La tensión sexual entre ellos era tan fuerte que cualquiera que utilizara TSI de banda ancha para acceder al programa casi podía oler las feromonas que exudaban ambos al aire del estudio.

A Mark, por lo menos, aquello le recordó un par de momentos incómodos del día que se había encontrado a la periodista en el bloqueo de las montañas Dau'sing.

— Tú estuviste allí durante la evacuación —decía en ese momento Miguel Ángel—. ¿Cómo respondes a esto?

— Era inevitable. Disfruté mucho del tiempo que pasé en Randtown. Sus habitantes eran un poco peculiares, todos lo sabemos, pero ver las imágenes de lo que los primos le habían hecho a la ciudad y al Trine'ba fue un golpe durísimo para mí. Recibieron lo que se merecían. Solo espero que los demás escuadrones de la Marina sean igual de eficaces.

— Dices que son eficaces, pero perdieron a dos de sus miembros durante su primer despliegue. Esta extraordinaria grabación, en exclusiva para nuestro programa, revela la situación desesperada a la que se enfrentan nuestras tropas de la Marina sobre el terreno.

Las cámaras dejaron el estudio y se trasladaron a una imagen granulada de una ladera de la montaña en plena noche, una composición de varios alimentadores sensoriales que producían una imagen monocroma. Se centraba en Randtown, donde el campo de fuerza resplandecía como una perla fosforescente sobre la conocida costa.

La bomba nuclear táctica detonó e inundó de luz el interior. Durante un breve segundo, el campo de fuerza aguantó y contuvo la explosión. Después falló y el hongo nuclear comenzó a salir de un estanque hirviente de oscuridad.

— Ahora sí que ya no hay vuelta atrás —dijo Mark con tono grave.

Liz levantó su copa.

— Por no mirar atrás.

— Amén.

Continuaron accediendo al programa un rato más mientras Mellanie elogiaba a los escuadrones que había enviado la Marina. Había otras grabaciones que había hecho Morton. Reconocimiento de Randtown y los alienígenas. La última batalla heroica que Doc Roberts y Parker habían librado contra los bombarderos. Simon Rand y los otros refugiados. Miguel Ángel y ella hablando sobre la estrategia de la Marina.

El mayordomo electrónico de Mark le dijo que alguien se acercaba a la puerta principal.

— ¿A estas horas? —preguntó Liz.

La matriz doméstica les mostró una imagen de Giselle Swinsol de pie, fuera.

— Ay, Dios —se quejó Mark—. ¿Y ahora qué? —No dejaba de sentirse culpable por las insistentes preguntas que hacía en el trabajo.

Giselle entró directamente en el salón y rechazó la copa que le ofrecían. Tampoco se sentó.

— Ha estado haciendo muchas preguntas, Mark —dijo. Y era una acusación.

Mark estaba resuelto a no dejarse intimidar por la dureza malintencionada de su personalidad.

— Estoy trabajando en un proyecto fascinante; como es obvio, siento curiosidad. Pero comprendo que Nigel Sheldon no quiere que la Federación sepa nada de él. Puede confiar en mí.

— Muy bien, Mark. La respuesta a su muy poco sutil pregunta es sí, usted y su familia tienen derecho a una plaza en los botes salvavidas si aquí nos enfrentáramos a la aniquilación.

— Gracias. —Le salió con un suspiro tan sentido que se sintió avergonzado de inmediato. Una vez más, ella había demostrado ser la más fuerte.

La boca femenina, realzada por el brillo de labios, se curvó un poco al reconocer su posición.

— Bueno, pues ahora asciende usted al nivel dos.

— ¿Qué quiere decir eso? —preguntó Liz con suspicacia.

— Significa que Mark lo ha hecho tan bien aquí que pensamos que su pericia se adapta mejor a otras secciones más críticas del proyecto.

— ¿Qué secciones? —preguntó él de golpe.

— Ensamblaje de la nave estelar. Hagan las maletas. El autobús los recogerá mañana a las ocho en punto.

— ¿Nos trasladamos? —dijo Liz, alarmada—. Pero los niños acaban de instalarse en la escuela.

— Su próxima escuela es igual de buena.

— ¿Dónde está? —preguntó Mark—. ¿Dónde se están construyendo las naves de evacuación?

— Información clasificada. —Giselle le dedicó a Liz una pequeña sonrisa de satisfacción—. Pero usted disfrutará de esta siguiente fase. Entra dentro de su campo.

— Bruja —siseó Liz cuando se fue la otra.

Mark contempló el salón, la botella casi vacía, la gran marca que habían dejado en el sofá, donde se habían acurrucado juntos. Se había sentido muy cómodo en esa casa.

— Supongo que no nos trasladarán otra vez después de esto.

— Solo al otro lado de la galaxia, cielo.


«Morty, no informes a la Marina que tienes el motil que contiene los recuerdos de Bose. Cualquier información sobre MontañadelaLuzdelaMañana es demasiado importante para arriesgarnos a una posible corrupción.

Tengo al Bose renacido conmigo. Debería recibir los recuerdos, de ese modo podrá interpretarlos en su orden correcto. Después de eso podremos decidir cómo proceder.

Lo dispondré todo para sacaros de Elan. Hasta entonces, manten a salvo al motil Bose y a los refugiados.

Mellanie.»


— ¿Me han hecho renacer? —preguntó el motil Bose.

— ¿Y ella lo va a disponer todo para sacarnos de aquí? —dijo Rob sin poder creérselo.

— Mellanie ya hizo una vez que nos abrieran un agujero de gusano —dijo Simon—. Es probable que pueda hacerlo de nuevo.

— Con la probabilidad no basta, amigo mío. —Rob señaló el motil Bose—. Este es nuestro billete para salir de aquí.

— ¿Y para encontrarnos con qué? —preguntó Morton—. Si tiene razón sobre la Marina, no vamos a ayudar a la Federación dándoles esta información.

— Oh, escúchate. ¿Ahora resulta que la Marina de la Federación son los malos? Venga ya. Son la única esperanza que tenemos. Tu chica está intentando afianzar su carrera persiguiendo fantasmas. Es una puñetera periodista, uno de los zurullos más grandes de toda la galaxia. Dile a la Marina que tenemos a Bose la próxima vez que se abra el agujero de gusano. Sácanos de aquí.

— Mellanie trabaja para la IS. Puede hacerlo. Confía en ella.

— Chorradas.

— Una pregunta —dijo la Gata. Estaba sentada en la posición del Diamante Absoluto en el suelo de la grieta, ataviada con una simple malla y, al parecer, inmune al frío—. Morton, cuando enviaste tu mensaje cifrado, ¿mencionaste a MontañadelaLuzdelaMañana por su nombre?

— No.

La Gata cambió a la posición del Rey Cobra con varios movimientos ágiles y sencillos. Y mientras lo hacía, le dedicó a Rob una sonrisa astuta.

— ¿Cómo es que una chiflada de las teorías conspirativas averigua ese nombre ella sólita?

La expresión desafiante de Rob se deshizo al instante.

— Oh, por Dios bendito; Rob lo-jode-todo ataca de nuevo. Siempre me dan las misiones de mierda. Siempre. Lo vamos a hacer de verdad, ¿no?

— Pues sí.

— ¿Me han hecho renacer? —repitió el motil Bose.

— Sí —dijo Morton.

— ¿Y estoy saliendo con una hermosa y joven periodista?

— Eso parece, sí.

— Cuéntale el resto, Morty, querido —dijo la Gata con una sonrisa de satisfacción—. Mellanie es una auténtica maníaca sexual.

— Me gustaría mucho conocerme.


El sistema estelar estaba en la frontera entre la fase uno y la fase dos, a ocho años luz de Granada, uno de los mundos de los 15 grandes. El TEC lo había examinado una vez y había seguido adelante de inmediato. La estrella de clase M presidía un exiguo reino de dos planetas, un mundo pequeño y sólido no más grande que la luna de la Tierra y un gigante de gas del tamaño de Saturno alrededor del que orbitaban una docena de lunas. En lo que a habitabilidad se refería, había recibido un cero sobre cero. Nadie había vuelto jamás.

La nave estelar Moscú salió del hiperespacio a medio millón de kilómetros por encima del gigante de gas. Su agujero de gusano se cerró tras ella con un breve resplandor de color índigo.

Sujeto a su sillón en el estrecho segmento de operaciones de la cabina, el capitán McClain Gilbert revisaba los datos que estaban captando los sensores de la nave estelar. La tercera luna del gigante de gas estaba a veinte mil kilómetros, una bola de roca repleta de cráteres que medía tres mil kilómetros de diámetro. No había atmósfera. Cuando los sensores visuales la examinaron, se formó un perfil de su superficie. Se reveló una topografía reconocible de mares lunares y colinas que databa del origen de la luna. Un regolito sin lustre del color de la turba se repartía por los estratos de roca de color gris oscuro y negro. Miles de cráteres habían mutilado las colinas lisas al arrancar losas enormes de rocas dentadas para formar terraplenes verticales. Se habían abierto largas fisuras en zigzag, fisuras que solo se combaron y deformaron por efecto de posteriores terremotos. A lo largo de los eones, los bombardeos de los cometas habían ido sacando poco a poco el regolito de las deformadas planicies elevadas donde fue asentándose en los marcados barrancos y acumulándose en el fondo de los cráteres. Desde lejos, parecía un líquido espeso de color sepia que llenaba las tierras bajas de la luna.

No había habido ningún cambio en los doscientos años transcurridos desde que la división de exploración del TEC había realizado su rápido examen.

— Los archivos del estudio que tenemos cuadran con lo que vemos, por lo que parece —dijo Mac. Se giró para mirar a Natasha Kersley, sentada en otro sillón, a su lado—. Por aquí no hay nada vivo. ¿Eso era lo que quería, doctora?

— Tiene buena pinta —dijo la mujer.

— ¿Puedo comenzar el lanzamiento de satélites?

— Sí, por favor.

Mac envió un chaparrón de órdenes a la IR de la nave. Se abrieron varios lanzamisiles modificados en la sección delantera del Moscú que escupieron dieciocho satélites sensoriales. Sus cohetes de iones los impulsaron y colocaron en una formación de pulsera que orbitó alrededor de la luna sin nombre y les permitió cubrir la superficie entera al mismo tiempo. Una vez establecida su cobertura, podrían determinar la potencia exacta del sancionador cuántico que habían ido a probar.

— Hasta ahora, todo bien —murmuró Mac.

— Desde luego. Esperemos no tener un momento Fermi.

— ¿Un qué? —A Mac no le hizo ninguna gracia la incertidumbre de la voz femenina.

— Durante las pruebas de la primera bomba atómica en Trinidad, Fermi se preguntó si la detonación incendiaría la atmósfera de la Tierra. No tenían ni idea, ya ve. Creemos que la alteración cuántica no se propagará, pero si lo hace, el universo entero se convierte en energía.

— Ah, genial, gracias por compartirlo conmigo. —Mac le lanzó a la luna condenada una mirada de profunda intranquilidad.

— La verdad es que no es muy probable —dijo Natasha.

Hicieron falta dos horas para que Mac se diera por satisfecho con la colocación de los satélites y para que sus sistemas de transmisión de comunicaciones quedaran conectados.

— Muy bien, doctora, adelante.

Natasha respiró hondo e introdujo el código de lanzamiento en la cabeza nuclear del prototipo del sancionador cuántico. Un potente impulso magnético expulsó el misil por el tubo de lanzamiento. Cuando estuvo a diez kilómetros de la nave estelar, se encendió su motor de fusión y aceleró con fuerza hacia la luna.

— Todos los sistemas en funcionamiento —informó Natasha—. Objetivo localizado. Autorizo activación. —La doctora envió otro código al arma y recibió la confirmación—. Salgamos de aquí.

— Amén —murmuró Mac.

El Moscú abrió un agujero de gusano y desapareció dentro de inmediato. Cinco segundos más tarde y a dos millones de kilómetros de la luna, la nave estelar reapareció en el espacio real.

— Recibiendo datos de los satélites —dijo Mac cuando la antena de comunicaciones captó la señal—. Cambiando a grabación de alta capacidad.

— Dos minutos para el impacto —dijo Natasha—. Todos los sistemas están operativos.

— Vamos a verlo desde aquí, ¿no? —Mac estaba volviendo a alinear los sensores de la nave estelar con la luna.

— Oh, cielos, sí. El campo del sancionador cuántico se inicializará justo antes de que el misil choque con la superficie. Eso debería proporcionarnos una intersección de más de varios cientos de metros de la masa de la luna. Al final, resulta ser un volumen bastante considerable.

— ¿Y todo eso se convierte en energía? ¿Así, sin más?

— Cualquier fragmento de materia que haya dentro del campo, sí. Esa es la teoría, el efecto descompone por completo la cohesión del nivel cuántico. El resplandor de la descarga será de una magnitud que no hemos visto jamás.

— Resplandor de la descarga —dijo Mac con una sonrisa—. Se refiere a la explosión.

La mujer le dedicó una sonrisa nerviosa.

— Sí.

Mac le dedicó toda su atención a la imagen del espectro visual que se estaba proyectando delante de él. La luna era un simple círculo oscuro enmarcado por estrellas. Todos los satélites sensoriales observaban con impaciencia y mostraban una diminuta chispa de color blanco violáceo que se precipitaba hacia la superficie.

Mac había sacado al Moscú del hiperespacio al otro lado de la luna con respecto a la zona de impacto. Si el arma del proyecto Seattle funcionaba como le habían anunciado, la radiación sería letal incluso a dos millones de kilómetros de distancia.

La Federación tendría un arma decisiva que podría utilizar contra los primos.

— ¿Cree que negociarán? —preguntó.

— Si ven esto en acción, estarían locos de verdad si no lo hicieran —dijo Natasha—. Me da igual lo extraños que sean sus motivos, se enfrentan a la extinción si usamos esto contra ellos. Hablarán.

Mac deseaba con desesperación que su compañera tuviera razón. Por el modo en que se había abierto camino hasta la vanguardia de la Marina, estaba bastante seguro de que terminarían asignándole la misión de llevar el sancionador cuántico a Dyson Alfa.

Volvió a comprobar la luna, le preocupaba todo ese asunto del momento Fermi. El misil estaba a solo unos segundos de la superficie moteada de marrón y negro. Debería haber colocado el Moscú al otro lado del gigante de gas.

El sancionador cuántico activó su campo de efecto. Una luz destelló alrededor de la luna y creó un halo blanco perfecto. Era como si la antigua esfera de roca estuviera eclipsando una estrella enana blanca. Los bordes empezaron a disolverse cuando la luz cegadora invadió la superficie repleta de cráteres como un tsunami ascendiente.

Aparecieron grietas deslumbrantes que se abrieron en las profundidades del interior de la luna. Las colinas bajas y ondulantes palpitaron y se transformaron en volcanes que expulsaron escombros a cientos de kilómetros por el espacio. Las planicies polvorientas se desmoronaron al separarse con un movimiento pesado de las tierras altas que las rodeaban.

La luna se fue desintegrando de una forma lenta e inexorable dentro de su capullo de refulgente luz estelar.

— Jesús, doctora —ladró Mac—. Se suponía que solo tenía que reventar esa puñetera cosa y sacarla de la órbita.


Era la propia Giselle Swinsol la que se encontraba en la parte frontal del autobús cuando llegó a recogerlos. Era un Ford Landhound de cincuenta plazas con asientos de lujo y una pequeña cantina delante de los aseos. Había otras dos familias sentadas dentro, con aspecto perdido y un poco inquieto. Mark reconoció la expresión. La había visto en el espejo del baño esa misma mañana.

Giselle esperó hasta que los robots portero cargaron todas las maletas y cajas de los Vernon en el compartimento de los equipajes, en la parte de atrás.

— No pongan esa cara de preocupación, no es un viaje muy largo.

Mark y Liz intercambiaron una mirada y después intentaron calmar a los emocionados chiquillos.

El autobús regresó por la autopista que llevaba a Illanum. Se unió a un convoy de vehículos y se encajó detrás de un transportador de cuarenta ruedas que trasladaba uno de los compartimentos finalizados de la nave estelar, y delante de tres camiones contenedores normales, vacíos después de dejar sus cargas en una fábrica. Una vez que pasaron por detrás del Bosque del Arco Iris, el transportador se desvió por una larga vía de acceso llena de curvas y el autobús lo siguió. La vía de acceso terminaba en otra autopista de tres carriles lo bastante ancha como para dar cabida a los transportadores.

Tras siete kilómetros y medio, se reunía con ella otra vía de acceso por la que llegaron más transportadores gigantes.

— No sabía que había otras ciudades en Cressat —dijo Mark.

— Aquí hay cinco centros de montaje —dijo Giselle—. Biewn y otros dos son los responsables del soporte vital y la mercancía; uno fabrica los hipermotores y el último proporciona los sistemas generales, la columna vertebral de la nave estelar, si quiere.

Mark empezó a evaluar de nuevo todo el proyecto. La magnitud era mayor de lo que él se había imaginado. Al igual que la escala de tiempo, aquello tenía que haber empezado mucho tiempo antes de la invasión de los primos. En cuanto al coste...

La autopista se dirigía directamente a la base de una colina baja donde un círculo de cálida luz rosa brillaba ante ellos. Mark sintió el ligero cosquilleo de una membrana presurizada cuando el autobús la atravesó. Después, tanto él como Liz y los niños se apretaron contra la ventanilla, impacientes por ver el nuevo mundo.

Salieron en las alturas de unas montañas que les ofreció una visión de una planicie llana que debía de tener cientos de miles de kilómetros de anchura. Tenía extraños afloramientos de roca amarilla y un cañón volcánico dentado que se precipitaba en diagonal desde las montañas. El suelo estaba completamente desnudo, con una fina capa de arena de color marrón grisáceo repartida sobre la roca oscura. Justo delante, a lo lejos, había unas motas oscuras y arrugadas que quizá fueran más montañas; el cielo de tono lavanda del planeta hacía que fuera difícil de distinguir.

Se encontraban en una amplia carretera de circunvalación que rodeaba el asentamiento humano, cuyos edificios nuevos y limpios destacaban sobre el moteado paisaje marrón como verrugas plateadas. La ciudad tenía una banda exterior de fábricas, parecidas a la que había dado empleo a Mark en Biewn, varios bloques de pisos y cinco extensas urbanizaciones. Las obras, repletas de robots, conformaban casi un tercio de la zona. Un generador de agujeros de gusano y cuatro modernas centrales eléctricas de fusión dominaban el horizonte enfrente de la salida que llevaba a Cressat.

Mark no vio ningún tipo de vegetación en el suelo que rodeaba la circunvalación, la tierra era un desierto. Después volvió a mirar los trozos de color topacio que manchaban la planicie inferior. Al principio había supuesto que eran unas formaciones inusuales de rocas. Cada una de ellas era circular, un círculo perfecto, si prestabas atención. Tenían unas pronunciadas ondulaciones radiales, como los pliegues de una flor hecha de papel. Sus implantes de retina activaron el zum y permitieron que su mayordomo electrónico hiciera algunos cálculos. Medían más de veintidós kilómetros de anchura. Una punta triple se alzaba en el centro de cada una y se levantaba casi un kilómetro en el aire.

— ¿Qué demonios es eso? —preguntó.

— Las llamamos gigavidas —dijo Giselle—. Este planeta está cubierto de esas plantas terrestres. Pueden ser de muchos colores, pero todas alcanzan ese tamaño más o menos. Las he visto más grandes en las zonas tropicales. Y hay una variedad acuática que flota en el mar, aunque esas están hechas de una malla de tentáculos en lugar de las láminas que ven aquí. En este mundo no hay ninguna otra criatura viva.

— ¿Nada? —inquirió Liz—. Es una ruta evolutiva muy poco habitual.

— Ya le dije que esto sería lo suyo —dijo Giselle con satisfacción—. La gigavida no tiene nada que ver con la evolución. No estaba bromeando cuando le dije que aquí no había nada más. No hemos encontrado ningún rastro bacteriológico o microbiano aparte de los que hemos traído nosotros. Este planeta fue tecnoformado con una atmósfera de oxígeno y nitrógeno, y océanos de agua potable, con la misión concreta de proporcionarles un lugar para que pudieran crecer. Hasta hace unos veinte mil años, no era más que un trozo de roca inerte, desnudo en el espacio. Alguien soltó aquí la atmósfera y el agua oceánica, es de suponer que a través de agujeros de gusano gigantes; encontramos pruebas de que se excavaron los estratos de la luna de un gigante de gas local en busca del hielo de su corteza.

— ¿Sabe quién lo hizo?

— No. Los llamamos los jardineros, porque lo único que dejaron aquí fueron las gigavidas. Es de suponer que son una especie de obra de arte, aunque tampoco podemos estar seguros. Es la teoría principal porque no hemos podido encontrar ninguna aplicación práctica para ellas y la dinastía ya lleva investigándolas más de un siglo.

— ¿Por qué? —preguntó Liz—. Es un descubrimiento fabuloso. Son los organismos más extraordinarios que he visto jamás. ¿Por qué no compartirlo con la Federación?

— Aplicaciones comerciales. La gigavida no es en realidad una forma de vida biológica auténtica. Quien quiera que las produjese ha superado el principio de incertidumbre de Heisenberg; hay una especie de sistema de fabricación nanónica que opera dentro de las células. Miren esas agujas centrales, están hechas de un mástil cónico de hebras de carbono con una resistencia superior que extruden las células. La lámina de la hoja solo lo envuelve todo. La gigavida es una fusión de procesos biológicos normales y mecánica molecular que hasta el momento hemos sido incapaces de duplicar. Las implicaciones, si conseguimos descifrar las propiedades nanónicas, son incalculables. Lo conseguiríamos todo, desde von neumanntismo auténtico a cuerpos que pueden autorrepararse; la inmortalidad humana se haría integral en lugar de depender de la tosquedad de las técnicas de rejuvenecimiento actuales.

Liz arrugó la nariz con gesto de desaprobación.

— ¿Cuánto tiempo tardan en crecer las plantas terrestres?

— No estamos seguros. Las estructuras actuales tienen unos cinco mil años y se mantienen en ese estado. Jamás hemos visto ninguna en su etapa de crecimiento. Hay varias que se están deteriorando más rápido de lo que su proceso de regeneración puede solucionar. Una vez más, no sabemos si en realidad se están muriendo o si están en medio de un ciclo. Podrían ser como bulbos terrestres y limitarse a recargar sus pepitas para la próxima vez.

— ¿Quiere decir que no producen semillas?

— ¿Quién sabe? Tienen una pepita que es del tamaño de un rascacielos de veinte pisos. Lo que suponemos es que los jardineros las fabricaron y las colocaron aquí. Si se reprodujeran con semillas, ¿cómo se iban a propagar? Necesitarían ruedas o cohetes.

— Buen argumento —admitió Liz.

— ¿Se pueden comer? —preguntó Barry.

— No. No hemos encontrado ninguna con proteínas que pueda consumir un ser humano. Por supuesto, hasta ahora no hemos tomado muestras más que de un porcentaje mínimo. Utilizamos técnicas de investigación no invasivas, que es por lo que nuestro progreso es más lento de lo que les gustaría a algunos miembros de la dinastía. Pero tanto Nigel como Ozzie estuvieron de acuerdo en que no querían que volvieran los jardineros y se encontraran con que habíamos dañado algo. Es mejor no molestar a una especie que posee semejante base de conocimientos.

— Está muy bien informada —dijo Liz.

— Antes era la directora de la oficina de investigación de las gigavidas.

— Ah.

Giselle le dedicó a Mark una sonrisa burlona.

— Y aquí viene lo mejor. Miren allí. Arriba, en el cielo. La primera quedará a la vista en cualquier momento. —Giselle señaló algo por encima de la planicie, al oeste.

A Mark no le gustó el tono, era demasiado engreído, pero miró de todos modos. Creyó que iba a ver una plataforma de montaje de una nave estelar, cosa que, de hecho, estaba deseando. La perspectiva de trabajar en órbita era lo que más lo estimulaba.

No era una plataforma de montaje. Mark observó con absoluta incredulidad una luna que se deslizaba por el horizonte. Se movía rápido y era enorme.

— No es posible —susurró. Todos los niños del autobús estaban chillando y señalando llenos de emoción.

La luna era una esfera punteada de color magenta con una profusión de finas arrugas de color negro azabache que serpenteaban por toda su superficie. Era varias veces más grande que la luna de la Tierra. Demasiado grande, supo Mark por instinto, algo tan grande y que estuviera tan cerca produciría mareas capaces de destrozar continentes y levantar un tsunami permanente que rodearía el globo a su paso. Y aquello ni siquiera alteraba las escasas y tenues nubes de altitud. Y entonces comenzó a comprender su textura. La multitud de arrugas negras eran en realidad fisuras, amuralladas por el mismo material de color magenta que coloreaba la superficie. Solo en las profundidades que no podía alcanzar la luz del sol se volvían negras en realidad. La luna no era grande, solo estaba en una órbita baja, y tampoco era sólida, era una gola esférica gigante, láminas de tela fina y morada arrugadas unas contra otras.

— Oh, no —dijo Mark. Miró la luna morada y después la gigavida terrestre de color topacio, y luego volvió a levantar la cabeza—. No puede ser.

— Sí —dijo Giselle—. La tercera variedad de gigavida, la flor espacial. Los jardineros pusieron quince asteroides en una órbita de dos mil kilómetros y dejaron caer una pepita en cada uno. No concentran una masa superior a unos cien millones de toneladas cada uno. Será interesante ver qué pasa cuando la pepita se quede sin materia prima para convertir. Algunos pensamos que será entonces cuando regresen los jardineros.

— Esculpieron unas lunas —dijo Mark, asombrado.

— Las cultivaron —lo corrigió Giselle—. En esencia, tenemos un planeta que tiene repollos gigantes como lunas. ¿Quién dijo que los alienígenas no tienen sentido del humor?


En cuanto se abrieron las puertas de la sala donde se reunía el Comité, Justine salió corriendo. La siguieron unas cuantas expresiones sorprendidas. Era una falta de decoro que una senadora echase a correr.

Consiguió llegar a tiempo a los aseos de señoras y vomitar en la taza de porcelana.

Se oyó un discreto carraspeo fuera del cubículo.

— ¿Se encuentra bien, señora? —preguntó la chica que atendía el servicio.

— Bien, gracias. Algo en mal estado que comí esta mañana. —Volvió a sentir arcadas. Tenía la frente empapada de sudor y se sentía demasiado acalorada. La tensión que se había acumulado durante la reunión del Comité tampoco había ayudado mucho a asentar su delicado estómago.

Ramón la estaba esperando fuera cuando salió al fin.

— ¿Algo que hemos dicho? —preguntó con una ceja alzada.

— Algo que comí —le contestó mientras seguía masticando una tableta antiácido más.

— Espero que no. Con toda la paranoia que se respira por aquí, la gente va a empezar a pensar que hay asesinos intentando envenenarte.

— No estaría mal. Conseguiría que nuestros compañeros del Senado empezaran a moderar el consumo de la comida del comedor.

— Eso es querer hacerse demasiadas ilusiones.

Justine le echó un vistazo al pecho de su ex. Ramón vestía ese día un traje muy moderno, hecho a medida para no acentuar su estómago. Por lo general, cuando acudía al Senado se preocupaba de ponerse túnicas tribales. Claro que el Comité de Supervisión de la Seguridad no era un sitio en el que se permitiera la entrada de la prensa—. Ya veo que te estás tomando en serio tu dieta.

Ramón dejó escapar un suspiro.

— No empieces.

— Lo siento —le dijo ella con aire contrito.

— Ahora sí que estoy seguro de que te pasa algo.

— No, no es nada. Sobreviviré. Y gracias por apoyarme ahí dentro esta mañana.

— El Comité Ejecutivo Africano no hace de forma automática lo que quieren los Halgarth, ni ninguna otra dinastía, si a eso vamos.

— ¿Y qué hay de las familias de los grandes?

El africano esbozó una amplia sonrisa.

— Depende del trato que se ofrezca.

— Rammy, necesito pedirte algo.

— ¿Personal o profesional?

— Profesional —dijo Justine con un suspiro—. Siempre es algo profesional últimamente.

Ramón estiró el brazo y le hizo una cariñosa caricia en la mejilla.

— Thompson volverá pronto.

— No lo suficiente. —Se terminó la tableta antiácido y bajaron caminando por el amplio pasillo desierto hacia el vestíbulo principal del Senado—. Aquel fin de semana en el Bosque de la Sorbona, dime, ¿a quién se le ocurrió la idea de que el desarrollo paralelo se repartiera entre Anshun y el Ángel Supremo?

Ramón se detuvo para mirarla con fijeza.

— ¿Por qué necesitas saberlo?

— Hay ciertos aspectos de la formación de la Marina que tenemos que aclarar.

— ¿Qué aspectos?

— Los compromisos, Rammy, vamos. Tienes que admitir que, para una empresa de este tamaño, todo fue encajando sin problemas, lo que no deja de ser extraordinario.

— Gracias a ti. Fue uno de los fines de semana de los Burnelli, si no recuerdo mal.

— Nos preocupa que nos hayan manipulado.

— ¡Ja! Eso sí que sería la primera vez. Sé cómo funciona Gore. Con él no queda nada al azar.

— Había alguien más manipulando ese fin de semana. Estamos seguros.

— ¿Qué ha pasado? ¿Es que habéis perdido algún contrato importante?

— No. Pero el Ángel Supremo fue uno de los mayores beneficiarios y a través de él, el Comité Ejecutivo Africano. Nos debes una.

— Supongo que sí. Creo que fue idea de Kantil. En aquel momento estaba deseando conseguir apoyos para Doi.

— ¿Te lo dijo Patricia en persona o fue Isabella?

— Justine —Ramón la miró desde su altura y sonrió—. ¿Estás celosa?

— ¡Por favor! Esto es importante. ¿Te dijo Isabella que aquello era cosa de Kantil, que Doi aprobaría el gasto?

— La verdad es que no lo recuerdo con exactitud. Isabella hizo la sugerencia así que, como es natural, supuse que era cosa de Kantil. Por encantadora que sea Isabella, solo es una chica que está en su primera vida. ¿Por qué? ¿Quién más crees que la haría?

— Isabella es una Halgarth —dijo Justine.

— Oh, no. —Ramón lanzó las manos al aire con gesto exasperado—. Volvemos a la moción para votar lo de Myo.

— No es la votación.

— Pues a mí me lo parece. Te lo tomaste como algo personal. Admítelo.

— Sé que Valetta me cogió desprevenida ahí dentro; Thompson jamás habría permitido que lo sorprendieran así. Está empezando a parecer que no tengo sus aptitudes para este trabajo.

— Tonterías. Eres más que capaz de hacerlo. Manipulaste a Valetta a la perfección y ganaste tiempo para conseguir apoyos de cara a la votación. Tienes un don innato.

— Pues a mí no me lo parece. Maldito sea Columbia por apretarme así las tuercas. En el próximo Comité va a haber una auténtica demostración de fuerzas y ni siquiera estoy segura de poder ganar.

— Mi voto ya lo tienes.

— Ya, claro, gracias.

— Esto te está afectando de verdad, y no es la primera vez que chocas con los Halgarth y sus aliados. ¿Por qué no te limitas a declarar la guerra de forma abierta y haces que la flota ataque Solidade?

— Porque la flota es suya, Rammy.

— ¡Ah, así que es eso! Gore está cabreado porque se apropiaron de su proyecto favorito.

— La Marina no es un proyecto, es un elemento básico para nuestra supervivencia. Estamos en guerra, luchamos por nuestra existencia como especie y los Halgarth se están adueñando de toda la política de defensa de la Federación. Eso no es sano.

— No dejes que estas trifulcas senatoriales te cieguen; en último caso, sigue siendo Sheldon el que está al mando. Gracias al TEC, SU dinastía siempre tendrá la última palabra. Y Kime sigue siendo almirante, es un hombre de Sheldon y está aliado con los Vada. Con Columbia, los Halgarth solo controlan la defensa planetaria. Es la típica forma dinástica de repartirse el pastel. Las estructuras de poder se equilibran.

— De acuerdo. —La senadora intentó adoptar una expresión convencida, por su ex.

— Eso está mejor. ¿Y qué te parece un almuerzo? Solos tú y yo y nada de trabajo.

— Como en los viejos tiempos —dijo Justine con tono afligido—. Lo siento, Rammy. Tengo que volver al despacho. Tengo que empezar a hacer llamadas.

La expresión esperanzada del rostro masculino dio paso a algo más melancólico.

— Entiendo. Mi consejo es que llames a Crispin. Nunca fue partidario de los Halgarth.

Justine le dio un beso rápido en los labios.

— Gracias. Nos vemos pronto.


Era el despacho de Thompson. Era el gusto de su hermano, los rojos opulentos y los muebles de madera de un tono marrón dorado. Justine no había hecho ni un solo cambio, no tenía derecho. Cuando él volviera, podría sentarse detrás de su inmenso escritorio y continuar como si no hubiera pasado nada.

Si es que el mundo sigue existiendo por entonces.

Justine despidió a sus ayudantes e hizo caso omiso de los archivos de informes urgentes cuando se acomodó en el sillón de su hermano.

Así que Isabella no había dicho de forma expresa que era sugerencia de Patricia. No era mucho de lo que tirar aunque ahondaba en sus propias sospechas, a Patricia la estaban utilizando como a todos los demás.

— La verdad es que no me vendría nada mal tu consejo, Tommy —le dijo a la habitación. La clínica de rejuvenecimiento que poseía y utilizaba su familia se encontraba a las afueras de Washington, a unos veintidós kilómetros del Senado en línea recta. En ese momento, su feto clónico estaba allí, creciendo en un tanque matriz, con unos diez centímetros de longitud.

Justine se miró el abdomen y posó la mano con suavidad en él. Su estómago seguía estando totalmente plano y eso que llevaba semanas sin ir al gimnasio.

— Vas a nacer tú antes que tu tío —dijo en voz baja—. Le vas a sorprender mucho. —Al igual que a un buen montón de personas.

Con la mano real posada con gesto satisfecho sobre el bebé, la mano virtual de Justine tocó el icono de Paula Myo.

— ¿Sí, senadora?

¿Es que esta mujer no duerme nunca?

— Tengo cierta noticia desagradable que debería conocer. Me acaban de tender una emboscada en el Comité de Supervisión de la Seguridad. La senadora Valetta Halgarth ha solicitado su retirada inmediata de la Seguridad del Senado.

— ¿Con qué motivos?

— Bastante débiles. Por suerte. Citó interferencias en las operaciones de Inteligencia Naval, afirmó que usted estaba abusando de los recursos del gobierno para conseguir objetivos personales.

— La vigilancia de Alessandra Baron.

— Exacto. He conseguido retrasar el voto basándome en una cuestión de procedimiento sobre la alteración del orden del día. Pero es solo un aplazamiento. Da la sensación de que Columbia se la tiene jurada.

— Eso ya lo sé. Gracias por cubrirme.

— Hablaré con los otros senadores, intentaré reconstruir mi apoyo estratégico en ese comité. Debería poder atraer a una mayoría hacia mi posición. Ahora mismo hay unas cuantas personas que no están muy contentas con los Halgarth; no son los aliados naturales de mi familia pero debería poder hacerme con su voto.

— Entiendo. Esto podría ser muy revelador.

— ¿Y eso?

— ¿Tiene alguna indicación sobre las intenciones de voto de los Sheldon? Va contra los intereses del aviador estelar que yo continúe en la Seguridad del Senado.

— Bien pensado. Intentaré averiguarlo.


MontañadelaLuzdelaMañana estaba «molesto» con los humanos. Siempre había sabido que contraatacarían después de su incursión preliminar en dominios de la Federación, era una maniobra inevitable. Lo que le hacía menos gracia era el modo que habían tenido de responder. Él esperaba que se abrieran agujeros de gusano sobre los planetas capturados, agujeros que vomitaran grandes cantidades de naves y misiles para atacar las nuevas instalaciones. Así que se había preparado como correspondía para ese escenario, había erigido los generadores de campos de fuerza más fuertes que tenía sobre las fábricas y refinerías que estaba construyendo en los mundos nuevos y había colocado miles de naves, equipadas con un poderoso armamento, en la órbita.

Con todo el conocimiento que había reunido sobre la Federación y su capacidad, MontañadelaLuzdelaMañana estaba seguro que con eso sería suficiente para contener el ataque humano. Era asombrosa la cantidad de información que había quedado entre los restos de las ciudades humanas abandonadas: cristales de almacenamiento que contenían enciclopedias enteras, teorías científicas y de investigación, diseños de ingeniería, estadísticas económicas e industriales sobre cada uno de los mundos de la Federación y un suministro verdaderamente interminable de «entretenimiento». Por primera vez, MontañadelaLuzdelaMañana agradeció haber revivido los recuerdos de Bose; sin esa pequeña perspectiva del pensamiento humano, le habría resultado muy difícil distinguir entre la realidad y la «ficción». Y los humanos producían una cantidad asombrosa de ficción para divertirse.

Para su gran decepción, no había mucha información disponible sobre la IS. En ninguno de sus 23 Mundos Nuevos había ningún archivo verificable que hablara de la ubicación exacta de Vinmar. Una vez que los mundos de la Federación se convirtieran a la vida prima, tendría que registrar todos los sistemas estelares que estuvieran a menos de doscientos años luz de la Tierra. Algunos archivos especulaban que la IS ya no tenía una base física sino que se había transformado en una entidad con base energética. MontañadelaLuzdelaMañana no sabía muy bien si aquellos expedientes eran también obras de «ficción».

También tenía humanos de los que extraer información. Había decenas de miles de cuerpos desechados que yacían enterrados entre los escombros o atrapados en vehículos aplastados. Extraerles sus células de memoria era una operación sencilla. Los humanos vivos presentaban más inconvenientes; se resistían y luchaban contra los motiles soldado. Al final, MontañadelaLuzdelaMañana se limitó a dispararles a todos y recuperó así sus células de memoria. Comprendió que había muy poca información útil grabada en esas unidades personales, solo albergaban recuerdos y las mentes humanas no eran fiables. Después de revivir unas cuantas en el interior de inmotiles aislados, MontañadelaLuzdelaMañana averiguó que la mayor parte eran más inestables incluso que Bose. Y lo que era más sorprendente, pocos estaban tan bien informados. MontañadelaLuzdelaMañana siempre había supuesto que Bose era un espécimen inferior de la raza humana.

A medida que iba bebiendo de las diferentes bases de datos, su imagen de la Federación se iba reforzando cada vez más, iba añadiendo cosas a la vaga interpretación original procedente de los recuerdos de Bose. Comenzó a aprovechar y modificar los sistemas de fabricación cibernéticos humanos y decidió dedicar la maquinaria a la producción de componentes y máquinas de diseño propio. Los edificios se modificaron para albergar sus instalaciones, las carreteras se utilizaron para los vehículos y se reconstruyeron los puentes.

El único segmento de tecnología humana que desechó fue la electrónica.

MontañadelaLuzdelaMañana no confiaba en los procesadores y programas que tenía disponibles, sin más. Había cientos de miles de archivos que detallaban aplicaciones subversivas ocultas incorporadas a matrices y programas informáticos.

Desde que la primera red de comunicaciones se había puesto en servicio en la Tierra, los humanos parecían haber dedicado una cantidad descomunal de tiempo y esfuerzo a atacarse de forma sediciosa dentro de sus fronteras virtuales. Perturbaban las actividades de sus rivales, los renegados lanzaban ataques virales solo por divertirse y los elementos criminales robaban a cualquiera con códigos defensivos pobres en una gigantesca versión electrónica de las luchas territoriales que los inmotiles primos solían librar de forma constante. Después de siglos de desarrollo, su habilidad en ese campo era letal. Su utilización de la guerra electrónica contra los motiles soldados de MontañadelaLuzdelaMañana durante la incursión original demostraba su superioridad digital. El inmotil no tenía la experiencia necesaria ni la capacidad de descubrir y protegerse contra semejante engaño digital. En consecuencia, se limitó a extraer las matrices del equipo humano e insertarse a sí mismo en los circuitos de control. Tal sustitución absorbió una gran cantidad de capacidad de pensamiento. Una de sus prioridades en sus nuevos mundos fue establecer grupos de inmotiles que pudiera utilizar para gestionar y explotar la ingeniería humana.

El progreso en esa y otras áreas estaba avanzando a buen ritmo. Y entonces la Federación llevó a cabo su contraataque. Se abrieron agujeros de gusano sobre los 23 Mundos Nuevos. Y, como era de esperar, los inundaron los misiles. MontañadelaLuzdelaMañana envió sus naves a interceptarlos. Y disponía de una ventaja enorme, los humanos eran reacios a utilizar bombas de fusión, temían los «Daños medioambientales colaterales». Un rasgo que había aprendido tanto de Bose como de las subsiguientes personalidades humanas que había animado, así como de las proclamas políticas que había encontrado en los datos. Todas las armas que utilizó para repeler el ataque fueron nucleares.

Y después se abrieron más agujeros de gusano, pero en esa ocasión en el suelo, cobraban vida y desaparecían con un destello. MontañadelaLuzdelaMañana luchó por responder a su surgimiento, pero, una vez más, los humanos consiguieron perturbar sus comunicaciones internas. Se enviaron bombarderos a registrar cada ubicación, bombarderos que encontraron cierta resistencia por parte de los aerorrobots que salieron a enfrentarse con ellos. Las máquinas automáticas eran ágiles, pero no lo bastante fuertes como para derrotar a un número superior de bombarderos. Y la superioridad numérica era la ventaja concreta de MontañadelaLuzdelaMañana.

Diecisiete horas después, el ataque terminó. MontañadelaLuzdelaMañana salió victorioso. Había sufrido algunos daños, pero no se había producido una derrota estratégica. Dirigió a los motiles y la maquinaria a reparar los sistemas dañados.

Después de estudiar el patrón de ataques, MontañadelaLuzdelaMañana comenzó a reforzar y modificar sus defensas en consecuencia. La Federación era más débil de lo que había pensado.

Muchas horas después comenzaron las perturbaciones. Siempre había habido breves enfrentamientos con humanos armados en sus 23 Mundos Nuevos. Habían matado a varios cientos de motiles. Un número tan pequeño que apenas constaba en las rutinas principales de pensamiento de MontañadelaLuzdelaMañana. Las defensas eran lo bastante fuertes como para soportar el bombardeo estratégico proveniente del espacio y por tanto eran más que adecuadas para enfrentarse a cualquier cosa con la que pudieran golpearlos unos humanos salvajes.

Los puentes caían cuando los cruzaban los convoyes, con los pilares reventados por explosivos.

Los motiles soldados que salían de patrulla perdían la comunicación y no regresaban.

Se producían incendios en las fábricas.

Los generadores de fusión sufrían inestabilidades inexplicables en los campos de confinamiento. En sus cámaras MHD se producían grietas de las que salían disparadas lanzas de plasma que incineraban cualquier cosa que encontraran en su camino.

Se detectaron humanos con trajes blindados alrededor de los campos de fuerza, humanos que después se desvanecían de modo inexplicable.

Los equipos que había fuera de los campos de fuerza fallaban. Las investigaciones mostraban partes dañadas de forma deliberada, o pequeñas cargas explosivas.

Una bomba de fusión estalló fuera del campo de fuerza de Randtown y acabó con quince bombarderos.

Alguien mataba a motiles agricultores de forma continuada, les disparaban desde lejos. Saboteaban el equipo de cultivo y se perdían cosechas enteras.

Una bomba de fusión estalló dentro del campo de fuerza de Randtown y destruyó todas las instalaciones.

Comenzaron a verse humanos con trajes blindados en todos los mundos. Eran imposibles de capturar, cuando se les arrinconaban luchaban hasta la muerte, por lo general haciendo estallar bombas de fusión.

Empezaron a aparecer agujeros de gusano microscópicos sobre todos los mundos nuevos, agujeros que solo surgían durante unos cuantos segundos y no representaban ninguna amenaza.

Estallaron bombas de fusión en Olivenza, Sligo, Whalton, Nattavaara y Anshun.

Se vaporizaban las nuevas minas a rielo abierto.

El sabotaje no provocaba daños suficientes para detener la expansión de MontañadelaLuzdelaMañana por sus 23 Mundos Nuevos, pero había que reconstruir todas las instalaciones dañadas. Había que sustituir motiles, reparar carreteras y volver a plantar cosechas.

Y después, los humanos armados reaparecían de la nada y volvían a destrozarlo todo otra vez. Y cada vez, MontañadelaLuzdelaMañana lo reconstruía todo e incorporaba mejores defensas que tardaba más tiempo en construir. Trasladó decenas de miles de motiles soldado más de su mundo natal, a todos los cuales había que alimentar y mantener, forzando así los recursos de los 23 Mundos Nuevos. Las tácticas de perturbación que estaban utilizando los humanos eran muy «irritantes».

MontañadelaLuzdelaMañana no sabía cómo detenerlos. En su mundo natal, los conflictos se habían librado de forma abierta y ambos bandos habían intentado infligir el máximo daño posible. Aquello era diferente. MontañadelaLuzdelaMañana sabía por las personalidades humanas que había animado que jamás detendrían ese acoso que llamaban «guerra de guerrillas». Su historia estaba repleta de acciones parecidas.

Los fanáticos «guerreros de la libertad» siempre habían conseguido derrotar a los ejércitos convencionales.

Solo se detendría cuando no hubiera más humanos libres. Montañadela LuzdelaMañana comenzó a dedicar más recursos a lograr esa tarea.


El puesto avanzado detectó ondas de distorsión cuántica superluminal que atravesaban el sistema estelar. El punto de origen era una signatura distorsionada que se correspondía con el motor de una nave estelar humana, a tres años luz de distancia.

La nave estelar ya se estaba alejando del puesto avanzado.

MontañadelaLuzdelaMañana sabía lo que haría la Marina de la Federación una vez descubierta la ubicación del puesto avanzado. Atacar con cada arma que poseyese.

Miles de grupos de inmotiles se habían planteado qué defensa se podría utilizar contra el tipo de ataque relativista que habían utilizado los humanos en Anshun. La compleja maquinaria que modificaría sus generadores de agujeros de gusano ya se estaba construyendo. MontañadelaLuzdelaMañana dio prioridad a su terminación y comenzó a transferir los primeros componentes al puesto avanzado. También comenzó a montar su nueva flota de naves de guerra. Cuando llegaran las naves estelares de la Marina, debilitando así las defensas de la Federación, MontañadelaLuzdelaMañana daría comienzo a la segunda etapa de expansión por el espacio de la Federación e invadiría cuarenta y ocho mundos más.