13


El abrigo invisible envolvía a Stig en una calima de tono negro grisáceo, como si lo hubiera devorado su propio horizonte privado. Sobre él, el cielo de medianoche estaba dominado por el parpadeo de las estrellas del Tridente de Neptuno, la constelación que había marcado su nacimiento. Justo delante, la valla de tela metálica se extendía a lo largo de kilómetros enteros, una línea recta que partía la hierba baja como una especie de frontera entre naciones en lugar del simple perímetro de un aeródromo. Incluso con la luz de las estrellas, estaba oscuro en los campos vecinos en los que había estado esperando. Había puesto sus implantes de retina en modo de aumento, lo que le daba a la tierra húmeda un matiz gris azulado. Las ovejas dormidas se apiñaban para mantener el calor. Había rebaños a ambos lados de la valla. El aeródromo se extendía por una zona tan grande que era más barato darles a los granjeros de la zona derechos de pasto que comprar y mantener una flota de robots cortacéspedes.

Llegó a la valla en medio de una sección de metros en la que no había luces. Los postes y la instalación estaban allí, pero no funcionaban. Sus tenazas partieron las finas hebras de metal oxidado como si fueran de papel. A esas alturas ya se sentía ridículo con todo aquel montaje de la misión encubierta, ni que hiciera falta un superagente. En el aeródromo no había una seguridad digna de tal nombre, solo un par de guardias con sobrepeso que se pasaban las noches sentados en el edificio administrativo, asaltando la cocina de la cantina y mirando las series locales en sus portales. Podrían haber entrado tranquilamente por la verja principal y no se habrían enterado.

Por lo general.

Y sobre eso le había sermoneado Adam sin descanso. No existía eso de «por lo general». Así que ahí estaba, cruzando a la carrera el kilómetro de campo abierto que había entre la verja y la parte posterior de los inmensos hangares, por una cuestión de procedimiento.

— ¿Cómo va? —preguntó Olwen.

— Bien. Estaré allí en unos cinco minutos. —El sudor había empezado a correrle por la piel; entre el abrigo invisible que llevaba encima de la cazadora habitual, el esqueleto con campo de fuerza y las armas, cargaba con una buena cantidad de peso.

Llegó a la primera fila de hangares y bajó trotando por la franja de suelo duro que había entre ellos, donde el musgo y las malas hierbas estaban asfixiando el cemento gris medio desmoronado. A ambos lados, los extremos de los inmensos edificios presentaban unos semicírculos negros perfectos que contrastaban con el cielo lleno de estrellas. Con casi sesenta metros de altura en el vértice, habían cerrado las puertas correderas para defenderlos de los elementos décadas atrás y nunca las habían vuelto a abrir. Traqueteaban de modo constante cuando la suave brisa que llegaba del mar del Norte barría el aeródromo. Construidos por el proyecto de revitalización, estaban hechos de los omnipresentes paneles de carbono sujetos a una red geodésica de vigas de carbono. Los años y el abandono habían visto deteriorarse y desgastarse los pernos y la resina epoxídica, permitiendo que el tempestuoso clima desgastase los bordes y las junturas. Cada hangar había perdido cientos de paneles por culpa del viento mientras que otros colgaban de un único y frágil perno, balanceándose de un lado a otro a la menor ráfaga. Martilleaban sin parar contra la estructura cuando Stig se adentró en la desierta ciudad fantasma. Se desvió de la ancha avenida para atajar hacia la siguiente fila. Las brechas irregulares de las paredes curvas de los hangares que tenía a cada lado le permitían vislumbrar el interior. Todos ellos estaban vacíos, despojados de maquinaria y equipo de apoyo. Los cables y cañerías muertas colgaban de conductos invisibles del techo. El agua se filtraba por los huecos que habían dejado los paneles y se acumulaba en largos charcos oscuros en el suelo de cemento.

La última fila de hangares, desde la que operaban los globos dirigibles robot, se encontraban en mejores condiciones, había tantos paneles nuevos sujetos a la estructura que producían un dibujo de cuadros tan marcado que parecía un diseño original. Los robots de mantenimiento se encontraban junto a la base de las paredes, las correderas flexibles tenían un aspecto alarmantemente larguirucho para el peso que tenían que transportar.

Unas potentes bombillas halógenas instaladas en la cima de los hangares producían manchas alargadas de luz por toda la calle que a Stig no le costó demasiado evitar. De todos modos, sus sensores tampoco detectaron ningún tipo de actividad electrónica. El edificio administrativo estaba al final de la fila, otra construcción de paneles de carbono moldeados que había sido modificada y ampliada a lo largo de los años hasta convertirse en una extraña fusión de cubos, cilindros y cúpulas.

Stig evitó la entrada principal y rodeó el edificio para llegar a una de las puertas más pequeñas del costado. Ni siquiera estaba cerrada con llave. Dentro estaban todas las luces encendidas. Se movió por los pasillos y subió y bajó por las escaleras para comprobar las salas. El sitio entero estaba totalmente desierto, no había aparecido ni un solo guardia para hacer su turno.

Stig terminó en la oficina de seguridad y abrió un canal para hablar con Olwen.

— Todo despejado por aquí. He cargado nuestros programas en las matrices. Voy a abriros la verja. —Una serie de pantallas le mostraron varias imágenes del aeródromo, con la mayor concentración alrededor de la entrada principal, el edificio administrativo y el interior de los hangares operativos. Observó alzarse la barrera de la entrada principal. Un par de minutos después, los Guardianes entraron con sus camiones.

Se encontró con ellos junto a la puerta de servicio del primer hangar. Ocupaba un segmento de una pequeña esquina de las puertas correderas, pero todavía era lo bastante grande como para dejar pasar dos camiones juntos. Olwen se bajó de la cabina una vez que estuvieron dentro.

— Jamás había estado tan cerca de uno —dijo admirada.

Había dos dirigibles robot atados a un extremo del hangar. Las oscuras elipses medían ciento cincuenta metros de largo y cincuenta de alto. Con los conductos de las aspas plegados a lo largo del fuselaje el parecido a unas ballenas voladoras era incluso más acentuado.

— Yo tampoco —admitió Stig. De cerca, los dirigibles robot tampoco impresionaban tanto. Las coberturas de los fuselajes tenían tantos remiendos como el hangar que les daba refugio, aunque estaban mucho mejor cuidados. La serie de puertas de carga que flanqueaban el vientre del aparato estaban abiertas, mostrando varios cerrojos mecánicos y agarraderas en las cavidades—. No esperaba que fueran tan rudimentarios.

— Pero servirán —dijo Olwen—. ¿Cuántos hay?

— Veintidós en los hangares. A tres les han retirado los certificados de vuelo, pendientes de las labores de mantenimiento, pero servirán para lo que los queremos.

Los demás Guardianes ya se estaban bajando de los camiones.

— Vamos a ponernos a trabajar —les dijo Olwen—. Podemos dejar instalados la mayor parte de nuestros sistemas antes de mañana por la mañana.

— El próximo ciclo del agujero de gusano empieza a media tarde —dijo Stig—. Lo que nos dará tiempo suficiente para ponerlos a todos en el aire y dejarlos en posición. Pueden dibujar círculos alrededor de la ciudad hasta que los llamemos.

— ¿Qué hay del equipo de revitalización y los ingenieros?

— No creo que vayan a volver. Este sitio está abandonado. Y si aparecen, los retenemos para que no den la voz de alarma.

— De acuerdo, entonces.

Uno de los camiones lo habían aproximado tanto como fue posible a la parte inferior del primer dirigible robot. Los Guardianes bajaron la barrera trasera del camión y sacaron un juego de rampas con ruedas. Stig y Owen se acercaron a ayudarlos. Un carrito robot fue bajando muy poco a poco por las rampas con ruedas con un grueso cilindro de casi cuatro metros de largo. Las rampas de metal crujieron bajo el robot, traicionando el peso del cilindro.

— ¿Crees que van a funcionar? —preguntó Olwen.

— Eso espero. —Stig se asomó al camión—. Solo tenemos seis. Me daría por contento con que uno solo llegue a la plaza 3P. —Vio otro de los cilindros descansando en su soporte, en el interior. A su alrededor había atadas varias cajas llenas de drones de señuelo y dosificadores—. Necesitamos instalarles los dosificadores a todos los globos dirigibles robot, incluyendo a los que hemos armado. De ese modo, el Instituto no podrá distinguir la diferencia hasta que ya sea demasiado tarde.

— ¿No me digas? —dijo Olwen.

— Lo siento. Me pongo un poco nervioso alrededor de bombas como esta.

Siguieron al carrito robot que fue rodando hasta la puerta de carga central. Los Guardianes empezaron a conectar al cilindro los cables de la grúa interna del dirigible robot.

— Estamos oyendo mucho más rumores entre los soldados del Instituto —dijo Olwen—. Todos hablan de una especie de ataque contra la Federación.

— Los primos otra vez —dijo Stig.

— Sí, pero, Stig, fue un ataque importante, en eso coinciden todos. Los está poniendo muy nerviosos. Algunos de ellos incluso han hablado de intentar escapar a Medio Camino.

— Una estupidez por su parte. No saben si queda algún Ganso de Carbono en Puerto Perenne.

— Solo era un rumor.

Pero seguramente cierto, pensó Stig. Los Guardianes y sus partidarios se habían puesto a trabajar en los bares y clubes de Armstrong que habían adoptado como propios los soldados del Instituto. Proporcionaban un goteo de información lento pero seguro sobre las tropas y sus destinos. La moral, que ya era baja, estaba cayendo en picado a toda velocidad. Todos se habían alistado y firmado contratos a medio plazo para ayudar al Instituto a combatir los ataques de las guerrillas que operaban en las estepas del Gran Iril; ninguno contaba con tener que cumplir con tareas propias de una unidad paramilitar urbana. Ser el grupo más odiado del planeta, sometido a insultos y actos de hostigamiento constantes, se estaba cobrando su precio. Sus oficiales tenían que dejarlos salir por la noche; juntos y a salvo, bebían y despotricaban como cualquier soldado desde la guerra de Troya.

— ¿A alguien se le ha escapado si están esperando alguna llegada?

— Te lo habría dicho. No lo saben, son el último mono.

— Ya no puede faltar mucho.

La joven observó el pesado cilindro que se elevaba por la bodega de carga, haciendo una mueca cada vez que los antiguos cabestrantes dejaban escapar un crujido de protesta por el peso.

— Has hecho todo lo que has podido. Solo puede entrar en unos momentos muy concretos y sabemos al segundo cuáles son. Tenemos la plaza 3P cubierta por todos los sensores que ha inventado la raza humana. Si esos soldados miran siquiera la salida, lo sabremos. Así que deja de preocuparte, lo tenemos todo cubierto.

Stig levantó la cabeza y miró los dirigibles robot, después se echó a reír ante la audacia del plan que se les había ocurrido.

— Claro, ¿quién va a notar una puñetera aeronave a punto de soltar una bomba? ¡Por todos los cielos soñadores!

— Nadie —dijo Olwen devolviéndole la sonrisa con el mismo entusiasmo salvaje—. Eso es lo mejor. Haremos que vuelen lo bastante bajo y estarán sobrevolando los muros de la plaza 3P antes de que el Instituto pueda apuntarlos con una sola arma.

— Espero que tengas razón. —Stig se sobresaltó cuando el cabestrante se detuvo con un desagradable chirrido. La bomba ya estaba dentro de la bodega—. Vamos a ver cómo sujetamos esta mala bestia. Quiero tenerlos a todos en el aire mañana por la mañana.


Oscar no esperaba un tiempo muerto de más de seis horas. Lo suficiente para recargar los depósitos-d de balance cero de la Dublín y volver a cargar la sección delantera con misiles Douvoir y sancionadores cuánticos. El mando general de la flota había indicado que los volverían a enviar directamente a Hanko. Después de que desaparecieran los agujeros de gusano, habían destruido más de ochenta naves primas antes de que se agotara su armamento.

En cuanto la nave atracó su inmenso volumen en uno de los amarraderos de la Base Uno, el mensaje cifrado seguro apareció en el buzón de Oscar. El almirante Columbia quería verlo de inmediato. Junto con el resto de la tripulación, Oscar todavía estaba conmocionado por el modo en el que el Gabinete de Guerra había mandado a la mierda a Wilson. El resentimiento era el gran gemelo de esa sensación, y estuvo a punto de decirle a su nuevo comandante dónde podía meterse su reunión.

Un impulso que solo empeoró el presentimiento de que Columbia estaba aplicando una política de limpieza en su nueva oficina, y Oscar había sido una de las primeras personas que Wilson había reclutado, lo que lo convertía en uno de los miembros más leales y destacados del antiguo régimen.

Sin embargo, no se puede ir por ahí juzgando a la gente en base a tus propios prejuicios emocionales. Así que Oscar se comportó con madurez y envió un mensaje diciendo que iba de camino. Señor.

— Si se arma, nosotros también nos vamos —dijo Teague.

— No —dijo Oscar mientras se dirigía a la pequeña lanzadera—. La Marina os necesita.

¿Dónde he oído yo esa frase?

Nada físico había cambiado en el Pentágono II. El personal de más rango parecía inquieto cuando Oscar atravesó las oficinas y pasillos, claro que estaban en plena organización de una batalla para defender los mundos humanos contra cuarenta y ocho armadas alienígenas. Tenían derecho a estar inquietos.

Rafael Columbia había ocupado la oficina blanca y estéril de Wilson. Estaba solo cuando hicieron entrar a Oscar.

Sin testigos, pensó Oscar de inmediato. Oh, por el amor de Dios, tranquilízate.

Columbia no se levantó, se limitó a señalarle una silla a Oscar con un gesto lleno de confianza.

— Tengo un problema, Oscar.

— Puedo dimitir si eso facilita las cosas. No podemos permitirnos ninguna alteración interna más.

Columbia frunció el ceño, sorprendido de verdad, y después sonrió un momento.

— No, no es eso. Es usted un excelente capitán de navio, mire el rendimiento de la Dublín.

— Gracias.

— Tengo un problema algo más inmediato. Es posible que haya cometido un error.

— Nos pasa a todos, señor. Debería ver mi lista.

En realidad, mejor que no la vea.

— Estoy recibiendo muchas informaciones que indican que el aviador estelar es una amenaza real y en curso. Las pruebas se acumulan, Oscar. En el pasado siempre fue una posibilidad que yo daba por descartada, pero ya no puedo hacerlo más, por muy personalmente incómodo que resulte.

— Yo casi me cago de miedo cuando me enteré.

Columbia se lo quedó mirando antes de sonreír al fin y rendirse de mala gana.

— Debería haberlo sabido. Muy bien, eso facilita las cosas. Para los dos.

— ¿Qué necesita?

— Ha aparecido un traidor confirmado en Boongate, un oficial de la Marina llamado Tarlo. Mi oficina de París está reuniendo un equipo de arresto, pero, por supuesto, todos los agujeros de gusano que llevan a los Segundos 47 han sido cerrados por el edicto del Gabinete de Guerra. Necesito a ese traidor, Oscar. Puede demostrar o desmentir toda esa leyenda del aviador estelar de una vez por todas.

— ¿Quiere que vuele allí?

— No. De momento no lo estamos haciendo público, Dios sabe hasta dónde llegaría la mierda si se corre la voz antes de que tengamos el problema contenido. Quiero que sea mi emisario personal ante Nigel Sheldon. Debe hacer hincapié en lo importante que es. Pídale que abra el agujero de gusano sin decirle nada a nadie para dejar pasar al equipo de París. Solo a ellos, a nadie más.

— ¿Quiere que yo le pida eso? —Oscar no podía creer lo que estaba oyendo, aunque era muy halagador.

— Su historial desde que Bose presenció el encierro de Dyson Alfa es impecable. También tenía un cargo de mucha responsabilidad en el TEC antes de la guerra. Nigel Sheldon accederá a verlo y escuchar lo que tiene que decir. Hoy en día yo no tengo ese nivel de influencia política con él y no quiero subir esto de nivel pidiéndole a Heather que interceda en mi nombre. Quiero que esté en Narrabri para supervisar la misión. Necesito una persona fiable, Oscar. Lo necesito a usted.

Oscar se levantó y estuvo a punto de hacer un saludo militar, puñeta.

— Haré lo que pueda, señor.


Era otro maravilloso amanecer despejado en las montañas Dessault, las centelleantes constelaciones fueron desapareciendo poco a poco con el brillo creciente del cielo de color zafiro. Samantha no tuvo tiempo para admirar nada cuando el suave resplandor de las primeras horas de la mañana se filtró por la puerta abierta del antiguo refugio. Tenía la piel caliente y pegajosa dentro del grueso mono de protección que tanto ella como el resto del equipo llevaban mientras estaban trabajando cerca del depósito-d de balance cero. Los depósitos-d modernos tenían un blindaje electromagnético reactivo integrado, pero los que ella estaba manipulando tenían varias décadas y su blindaje se había estropeado mucho tiempo atrás. Ese en concreto llevaba allí sesenta años, recibiendo y almacenando energía del sólido cable de intercambio de calor que habían introducido dos kilómetros en la base de la montaña. Se había pasado toda la noche modificando el módulo de emisión de energía. Había habido que sustituir la matriz de control original, una tarea que nunca era fácil con un sistema activo. Y había un montón de mantenimiento básico de circuitos que había que llevar a cabo, los depósitos-d de balance cero eran unos sistemas de gran calidad, pero no los habían diseñado con un uso continuado de sesenta años en mente.

Le había llevado casi siete horas, sin dejar de mirar por un visor rayado y empañado a la luz de cuatro lámparas de parafina. Le dolía la espalda y tenía los dedos entumecidos, tenía la cabeza llena de códigos de programas obsoletos. Se puso en pie despacio, odiaba el sonido que hacían sus articulaciones al moverse. Como si ya fuese una vieja.

— Ejecuta el verificador de conexión —le dijo a Valentine, el jefe técnico del convoy.

— Hecho —le gritó el hombre desde fuera.

Samantha recogió las matrices de mano que había tiradas por el suelo medio deshecho de cemento amalgamado por enzimas y cerró las mechas de las lámparas de parafina una por una. Estaba casi segura de que las conexiones eléctricas funcionarían.

Era la novena estación manipuladora que instalaban en cinco semanas, lo que la convertía en toda una experta en los viejos depósitos-d de balance cero.

— Tenemos electricidad —exclamó Valentine.

Samantha fue a la puerta abierta y se estiró con gestos elaborados para soltar los nudos de sus músculos demasiado rígidos. El sol se estaba alzando sobre las estribaciones y revelaba el golfo de Trevathan, el enorme valle que se extendía bajo ella. Estaban en la esquina noroeste de la cordillera Dessault, a solo cuatrocientos kilómetros del monte Herculano. Todos los días Samantha creía ver la cresta del gigantesco volcán que se alzaba entre el aire reluciente cuando miraba al sur, un fragmento gris que se cernía incitante por el horizonte. Había personas en el convoy que decían que eran imaginaciones suyas. La Silla de Afrodita debería ser visible desde su altitud, quizá el glaciar también. Pero en aquel momento sus ojos estaban demasiado cansados para escudriñar nada entre el aire enrarecido.

La luz brillante del sol bañó el golfo de Trevathan, haciendo resplandecer la multitud de arroyos tributarios que serpenteaban entre los bosques de hoja caduca que habían colonizado el fondo del valle. El golfo era una falla geológica que se extendía desde la Gran Tríada para partir la cordillera Dessault como una autopista abierta por ángeles caídos. Su curso leve y serpenteante recorría más de setecientos kilómetros desde la base del monte Zeus, en el oeste, hasta el monte bajo que marcaba la frontera con el gran desierto del este. Dieciocho grandes ríos, y cientos de arroyos más pequeños, partían de allí y cruzaban los valles de las montañas divididas más septentrionales para derramarse por la planicie Aldrin. El agua de los meandros de aquellos ríos cruzaban las praderas que llegaban al mar del Norte. Era un sistema de irrigación que sostenía a casi una cuarta parte de las granjas del planeta.

Unas nubes traslúcidas y algodonosas cruzaron sobre las copas de los árboles, precursoras de la fuerte tormenta que llegaría a últimas horas de la mañana después de haber sacudido la Gran Tríada. Una vez que tuvieran encima los cúmulos oscuros, llovería durante al menos tres horas. Dada la altitud del golfo, el agua siempre era fría, a veces entreverada de aguanieve. La caravana había soportado durante semanas aquel clima gélido y lluvioso mientras ayudaban a preparar las cosas para la venganza del planeta.

— Buen trabajo —dijo Harvey con su voz ronca. Se encontraba justo al lado del refugio, vestido con el mismo traje protector de color mostaza que llevaba todo el mundo en la caravana.

— El mismo trabajo de siempre —respondió Samantha.

— Sí, pero bien hecho. Y eso es vital.

— ¿Vamos a empezar la prueba?

— Sí.

Se alejaron del refugio con su espeso revestimiento de hiedra. Cuando se había perforado el agujero para meter el cable sólido de intercambio de calor y después se había erigido el refugio alrededor del depósito-d de balance cero, aquello era una amplia extensión de terreno abierto al norte del golfo, con apenas unos cuantos arbolillos jóvenes que luchaban por vivir en las estribaciones rocosas. Pero con la lluvia que alimentaba la hierba y los liqúenes y musgos propagados por el equipo de revitalización, los árboles habían prosperado. Ya no quedaba terreno abierto, el bosque se había ido extendiendo por el golfo de Trevathan y había ido subiendo hacia las cumbres en una línea ondulada interrumpida por barrancos y crestas. Los pinos transgénicos eran mayoría allí arriba, en las laderas, aunque los vigorosos sicómoros nunca dejaban de desafiarlos para arrebatarles terreno y otras especies igual de prolíficas como los álamos blancos y los arces iban disminuyendo en proporción a la altitud por encima del fondo del valle. El refugio había terminado rodeado por tupidos pinos llorones de veinte metros de altura que se apiñaban con aire agresivo alrededor de larguiruchos carpes y abedules. Una variedad de hiedra que tenía unas hojas tan oscuras que eran casi negras lo cubría todo, alfombraba el suelo arenoso y envolvía los troncos de todos los árboles. Se habían encontrado el refugio completamente cubierto por la espesa trepadora. Les había llevado una hora encontrar y despejar otra vez la puerta.

Incluso sin la hiedra, el bosque proporcionaba una tapadera excelente para aquel refugio y todos sus parientes del golfo de Trevathan, pero llegar a ellos no era nada fácil. La caravana podía cruzar las estribaciones por encima de la línea del bosque, atravesando los arroyos y siguiendo los contornos que rodeaban los pronunciados pliegues, pero abrirse paso entre los árboles era trabajo de especialistas. Los Guardianes con los que estaba trabajando Samantha habían robado una desbrozadora JB de uno de los turoperadores que proporcionaban vuelos en hiperdeslizador sobre la Gran Tríada. Sus grandes cuchillas armónicas cilindricas eran el único modo de abrirse paso por el bosque para llegar al refugio. Una vez allí, la gran máquina había dibujado un círculo en espiral, despejando el suelo para montar el equipo de la estación. Samantha sabía que era el único modo pero no podía evitar pensar que, desde el aire, el camino de la desbrozadora debía parecer una flecha gigante que atravesaba los árboles y señalaba sus estaciones. Menos mal que no había muchos aviones en Tierra Lejana.

El equipo que habían montado se encontraba en la mullida estera de astillas que había escupido la desbrozadora. Habían necesitado tres camiones para transportar los cajones que habían desembalado. En dos días habían montado los componentes en una desgarbada pirámide de cinco lados de metal negro que se alzaba a siete metros de altura. El rocío ya se estaba acumulando en las grietas y crestas mientras el sol se iba alzando lo suficiente como para iluminar la voluminosa máquina.

Samantha y Harvey rodearon su base y se dirigieron al camino que había tallado la desbrozadora. Dos técnicos McSobel se atareaban junto a un panel abierto que reveló una matriz de luces rojas y ámbar. Valentine se encontraba detrás de ellos.

— En cualquier momento ya —dijo.

Los vehículos del convoy estaban aparcados en fila lejos del camino abierto, fuera del alcance de los peligrosos impulsos electromagnéticos emitidos por el depósito-d de balance cero. Cuando estuvo a trescientos metros del refugio, Samantha se quitó el casco y aspiró una bocanada profunda de aire fresco, húmedo y sin filtrar. El aroma a pino impregnaba el aire cuando pisó las astillas destrozadas de corteza y las agujas aplastadas.

— Me gustaría que te ocuparas de las dos últimas estaciones —resolló Harvey.

— ¿Por qué? ¿Adonde vas tú?

El hombre se quitó el casco. El sol brilló sobre las gruesas franjas de piel traslúcida que se entrecruzaban en sus mejillas y cuello, y le daban a su estropeado rostro una textura lechosa.

— Anoche llegó un mensaje mientras tú estabas ocupada. Los clanes están reuniendo grupos de ataque por si el aviador estelar atraviesa la salida de la plaza 3P. Se desplegarán por la autopista Uno.

— No puedes —dijo la joven de forma automática, después se mordió el labio inferior—. Perdona.

— Solo son daños superficiales —le dijo él con tono alegre—. Todavía puedo montar y desde luego puedo disparar, mejor que cualquiera de esos chavales que se hacen llamar guerreros en estos tiempos. Además, corre el rumor de que los barsoomianos se van a unir a nosotros. ¿Quién podría resistirse a eso?

— Nadie, supongo —dijo Samantha con un suspiro. Sabía que intentar quitarle la idea de la cabeza era inútil.

— Y ahora no empieces a preocuparte por mí. Lo que estás haciendo es lo verdaderamente importante.

— Claro. ¿Qué hay de Valentine?

— Es un buen técnico, pero necesitamos a alguien que pueda llevar esto adelante. Y esa eres tú.

— Gracias, pero sabes que no podemos terminar todas las estaciones. No tenemos el equipo.

— Ten un poco de fe en Bradley Johansson. Nos hará llegar los últimos componentes a tiempo. Entre tanto, puedes montar los sistemas que tenemos, preparados para la instalación definitiva.

— He oído que solo podemos construir otras cuatro estaciones que podamos poner en marcha.

— Has oído bien. Bradley entregará el equipo para completar las últimas ocho. No te preocupes.

— Va con el tiempo muy justo.

— Estoy seguro de que también tienen sus problemas ahí fuera, en la Federación.

— Ya —dijo Samantha, no le gustaba lo quejica que parecía.

— ¿Pero qué?

— No he dicho nada.

— ¿Hacía falta?

— De acuerdo —admitió—. Quería estar en el equipo que suba a la Silla de Afrodita.

— Bueno, bien saben los cielos soñadores que te lo has ganado. Si terminas las dos últimas estaciones según el programa y Bradley trae las piezas que faltan para poner la red en estatus operativo, deberías alcanzar el valle de Nalosyle a tiempo de llegar al punto de reunión.

— Eso es chantaje.

Harvey lanzó una risita, un rumor líquido nada agradable.

Llegaron al primero de los camiones aparcados. A su alrededor había más de una docena de guardianes agrupados, esperando. Ferelith sostenía a un emocionado Lennox. Cuando lo soltó, el pequeño se dirigió con pasos inseguros hacia su madre con una sonrisa de felicidad en la cara. Samantha lo cogió en brazos y se dio la vuelta para mirar la nueva estación que habían construido. Valentine y los dos últimos técnicos bajaban corriendo por la pista. Samantha podía ver el borde de la pirámide negra a unos seiscientos metros, en el claro nuevo del refugio.

Los recién llegados se quitaron también los cascos.

— ¿Está aquí todo el mundo? —preguntó Valentine. Sin esperar más, levantó una matriz de mano e introdujo la secuencia de activación. Samantha levantó la suya y cambió a Lennox de brazo para intentar ver los símbolos del suministro de energía.

El aire que rodeaba el claro centelleó cuando la pirámide generó su campo de fuerza base de ochocientos metros de anchura y estabilizó toda la estructura. La joven pudo sentir el suelo temblando un poco cuando el campo de fuerza penetró en la roca que tenían debajo, anclándose con solidez en su sitio. Era esa única función lo que había hecho que la construcción de los generadores fuera tan difícil, casi la mitad de las piezas habían tenido que hacérselas a medida en la Federación. Los campos de fuerza normales no podían penetrar en la materia sólida más de unos metros, en el mejor de los casos. No se movía nada dentro de la burbuja de energía, las hojas de todos los árboles se quedaron quietas cuando el aire, lustroso en ese momento, se solidificó.

— Fase dos —gritó Valentine.

Samantha alzó la cabeza y señaló para que lo viese Lennox. El pequeño se quedó mirando el cielo con aire curioso.

Cinco largas hojas de aire rielaron sobre el campo de fuerza existente. Tenían una forma tenue al principio, pero cuando absorbieron la subida de tensión inicial, el aire se calmó al tiempo que sus moléculas se reorganizaban y fijaban en las nuevas formas. Solo quedaba la más leve de las capas de difracción para revelar los contornos, unas fisuras ligeras de presión que atravesaban el cielo despejado de color zafiro, pero era suficiente para que se pudiera distinguir a simple vista. Desde el ángulo de Samantha era como si las formas de las hojas estuvieran hechas de cristal de alta calidad. Se alejaban con suavidad unas de otras dibujando una curva, se extendían hasta que medían medio kilómetro de anchura y estaban separadas por tres kilómetros; después comenzaban a dibujar la larga curva de regreso a un único punto situado ocho kilómetros por encima del claro recién abierto en el bosque.

— La batidora más grande del universo —gruñó Harvey.

Mientras Samantha miraba, sonriendo ante la descripción de su amigo, unas finas franjas de nube golpearon un par de aquellas hojas inflexibles y giraron de golpe. La envolvían suaves ráfagas cuando las hojas desviaban la brisa que cruzaba de forma constante el golfo de Trevathan.

— Fase tres —advirtió Valentine.

Las hojas empezaron a moverse, a rotar en el sentido de las agujas del reloj, muy despacio. Cinco minutos después habían hecho un círculo completo y se detuvieron. Samantha sintió el viento que habían levantado cruzando el camino a toda velocidad en una gigantesca y perezosa oleada de presión que hizo que los árboles se meciesen. Su mono protector aleteó mientras el pelo sudoroso se agitaba alrededor de su cabeza. Lennox lanzó una carcajada encantada.

— Lo conseguimos —dijo Harvey—. Una vez más. ¿Cuánta energía usamos?

Samantha consultó su matriz de mano.

— Cuatro por ciento.

— Eso es mucho.

Sobre ellos, las hojas se desvanecieron. Después, el campo de fuerza base soltó la roca y el aire que los rodeaba. Un céfiro barrió el camino cuando las corrientes de aire regresaron a sus pautas habituales.

— La inicialización utiliza una cantidad de energía desproporcionada —dijo Samantha—. No te preocupes, habrá suficiente para la venganza del planeta.


Cuatro limusinas Cadillac negras idénticas se detuvieron junto al viejo almacén grande convertido del distrito Thurnby de Ciudad Lago Oscuro. Mellanie salió de la primera, sus caros zapatos Fomar evitaron por poco la empapada masa de hojas y papel que atascaba la alcantarilla. Había elegido la ropa más sobria de su propia colección, una americana negra de corte impecable con finas rayas blancas que perfilaban un dibujo cuadrado, pantalones a juego y una blusa de color crema. De ese modo tenía a su favor la misma autoridad que representaba Paula Myo. Resultaba irónico volver a aquel lugar como una apagafuegos profesional que no se andaba con tonterías y respaldada por seis duros operativos de seguridad del TEC con todo tipo de armamento conectado.

En la calle no había nadie así que se dirigieron todos a la puerta. No había cambiado nada, la placa morada de Producciones Wayside seguía en la pared exterior, los sofás de la diminuta zona de recepción seguían dejando caer copos de cromo en el suelo y el olor a ozono y desinfectante seguía flotando en el aire. Mellanie atravesó directamente la recepción y entró en los estrechos pasillos que separaban los escenarios. Sobre ella, el antiguo tejado solar crujía sin parar. Las voces de uno de los escenarios reverberaban por todo el espacio cavernoso del techo. Un tramoyista dobló una esquina empujando un carrito con una cama redonda colocada encima en precario equilibrio. Se quedó mirando asombrado a Mellanie y su escolta.

— ¿Dónde está Tigresa Pensamientos? —preguntó Mellanie.

— ¿Eh?

— Tigresa Pensamientos. ¿Dónde está?

La mano del joven señaló sin mucho entusiasmo por el pasillo.

— Camerinos, creo.

— Gracias. —Mellanie pasó a su lado con paso firme. La verdad era que nunca había llegado hasta los camerinos, pero no eran difíciles de encontrar, una gran zona abierta con taquillas a un lado y mesas de maquillaje al otro. El extremo opuesto era un revoltijo de percheros. Varias chicas vestidas con plumas y sarongs incrustados de oro esperaban sentadas a que les tocara el turno para maquillarse, tarea que realizaba una gran mujer anciana con un vestido negro de luto. A una de las chicas le estaba afinando los tatuajes CO un técnico sensorial; era muy joven, unos cuarenta centímetros más alta que Mellanie y tan delgada que rayaba en la malnutrición, con una piel negra y lustrosa. Lucía una expresión nerviosa pero resignada mientras observaba al técnico, que le estaba pegando parches de modificaciones sobre los tatuajes CO que le recorrían los muslos y los genitales. Algo debió registrarse cuando la chica vio a Mellanie. El técnico desvió la vista de su sofisticada matriz de mano.

Al otro lado del camerino, el murmullo de las conversaciones se detuvo.

— ¿Tigresa Pensamientos? —llamó Mellanie.

Alguien se levantó en medio de las chicas que esperaban para maquillarse.

Mellanie apenas la reconoció, el cabello rubio oxigenado lucía un tono naranja que rayaba en el color mandarina y parecía auténtica paja, lo tenía de punta como si se lo hubieran electrocutado. El perfilamiento le había arrebatado la redondez de las mejillas, pero la gruesa capa de piel que había dejado producía profundas arrugas cuando su mandíbula se ponía a trabajar en el chicle que tenía en la boca. Incluso antes de la sesión de maquillaje, la chica ya tenía demasiado rímel alrededor de los ojos. Las plumas de color turquesa y topacio que le rodeaban el pecho estaban a punto de desmoronarse bajo la presión del amplio busto de la joven.

— Ah, hola, Mellanie —dijo con un chirrido—. ¿Qué estás haciendo por aquí?

— He venido a verte.

— ¿Sí? —Tigresa Pensamientos lanzó una risita, un sonido agudo que perforó los tímpanos de Mellanie—. ¿Quieres hacerme una entrevista? A Jaycee no le va a hacer gracia.

— Estoy aquí para ofrecerte un trabajo y a nadie le importa lo que a Jaycee le haga gracia o no, y a mí menos que a nadie.

— No me digas —respondió una voz de hombre.

Mellanie se dio la vuelta para mirarlo. Al igual que su estudio, Jaycee tampoco había cambiado, con la cabeza todavía afeitada y la ropa negra con las arrugas de pata de gallo que solo produce la ropa barata.

— Piérdete —dijo Mellanie con aspereza.

La piel pálida de Jaycee empezó a colorearse. Después les lanzó a los guardaespaldas una mirada rápida de evaluación.

— A qué no tienes los huevos de decir eso sin aquí tus amigos.

Mellanie esbozó una sonrisa depredadora.

— No están aquí por mí, están aquí para que a ti no te pase nada.

— Que te follen, zorra. Y hablo en serio, tú no entras aquí como si fueras la dueña del universo para intentar robarme a mis putas tías. Tigresa Pensamientos es mía. ¿Te enteras, joder?

Mellanie ladeó la cabeza y frunció los labios como si estuviera reflexionando lo que le había dicho el otro.

— No.

— Me da igual quién cojones te creas que eres, ¡largo de aquí, joder! —chilló Jaycee—. Y tú —dijo señalando con el dedo a Tigresa Pensamientos—, tú no te vas a ningún puto sitio. ¿Entendido?

— Sí, Jaycee —dijo Tigresa Pensamientos con tono dócil. Le tembló la barbilla mientras intentaba contener las lágrimas.

— No le hables así —dijo Mellanie, y dio un paso hacia Jaycee.

— ¿O qué? ¿Vas a hacerme una mamada? —Después les sonrió a los guardaespaldas—. ¿Os la habéis ido pasando, tíos? Tengo entendido que eso es lo que hace, es la puta del programa de Baron. —Su sonrisa desdeñosa se volvió triunfante—. ¿No es verdad? —le preguntó a Mellanie—. Pero si no eres más que una puta barata de la prensa, joder. ¿Qué? ¿Te crees que no lo sé, cojones? Pero si todos los mamones del negocio saben lo que eres.

Mellanie sabía que debería coger a Tigresa Pensamientos y largarse de allí, sin más. Si hubiera sido cualquier otro que no fuera Jaycee, eso sería lo que habría hecho.

— Yo no estoy en venta —gruñó mientras daba otro paso que la dejó a milímetros de él—. Ya te lo dije una vez. —Y levantó la rodilla.

Jaycee hizo un rápido giro y levantó la pierna para protegerse. La rodilla de Mellanie le rozó la parte posterior del muslo. La sonrisa del hombre era burlona.

— Y no es la primera vez que hacemos esto.

Mellanie acabó con él. Estrelló la frente contra la nariz de Jaycee, que chilló cuando su cartílago crujió con un sonido horrible. Levantó la mano con un gesto automático para cubrirse la nariz y detener la hemorragia. Fue entonces cuando Mellanie volvió a levantar la rodilla, y en esa ocasión con acierto.

— Sí, tienes razón, esto es una de esas sesiones de déjá vu —dijo con tono afable mientras las lágrimas inundaban los ojos de Jaycee. El hombre abrió la boca en un chillido silencioso mientras caía de rodillas sujetándose con una mano la nariz y con la otra la ingle. La sangre hacía que la pechera de su camisa reluciera de un modo más bien asqueroso.

Las chicas se apartaron muy, pero que muy rápido cuando Mellanie se acercó a Tigresa Pensamientos.

— Ese trabajo... paga tan bien que nunca tendrás que volver aquí. Y también incluye un tratamiento de rejuvenecimiento. Puedes volver a empezar.

— ¿Sí? —preguntó Tigresa Pensamientos. Su mandíbula trabajó con fuerza el chicle mientras miraba a Jaycee—. ¿Va a ponerse bien, tú crees?

— Por desgracia, sí. No quiero meterte prisa, pero necesito una respuesta ya.

— Pues no estuvo muy bien la última vez que le hiciste eso, sabes. Tardó una semana en poder empalmarse.

— Cosa por lo que la reserva genética de la humanidad me quedó muy agradecida. Tigresa —Mellanie puso la mano en el brazo de la estrella del porno—, necesito tu ayuda. De verdad. Hay muchas personas que dependen de ti.

Tigresa Pensamientos les lanzó a los guardaespaldas una mirada resignada.

— ¿A quién tengo que follarme?

— A nadie. No se trata de eso. Vamos a conectarte de forma individualizada a un cliente muy especial. De ese modo, este cliente consigue averiguar lo que sientes. He acudido a ti porque eres la mejor artista sensorial que hay.

— ¿Sí? —Tigresa Pensamientos sonrió avergonzada—. Eres una buena tía, Mellanie, lo supe en cuanto entraste aquí aquel primer día. Directamente me dije..., dije, tiene clase, Tigresa, deberías intentar ser más como ella. Pero no lo soy.

— ¿Lo harás?

— Mellanie —Tigresa Pensamientos bajó la cabeza y susurró—. Hay una cosa, como una... medicina que necesito para pasar el día. Una medicina especial. Jaycee me la conseguía. No puedo ir a ninguna parte sin ella.

Por alguna razón a Mellanie se le encogió la garganta casi hasta un punto doloroso. No recordaba haber sentido tanta simpatía por nadie hasta entonces.

— Te la podemos conseguir, te lo prometo. Y de mejor calidad que nada de lo que te haya dado Jaycee. Puedes ir donde quieras, Tigresa. Y cuando hayas rejuvenecido, ya no la necesitarás más.

— ¿Lo prometes?

— Lo prometo.

Tigresa Pensamientos esbozó una sonrisa ganadora.

— De acuerdo entonces.


La expresión de Nigel Sheldon no se podía decir que estuviese destinada a hacer que Oscar se sintiese bienvenido. Daniel Alster, que lo había recibido en el tren, se había mostrado cortés y optimista. Oscar había pensado que esa actitud reflejaría la de su jefe. Pero cuando se encontró en las oficinas administrativas de la estación de Narrabri, se dio cuenta de su gran error.

— ¿Y qué quiere Columbia ahora? —preguntó Nigel—. Tiene que ser algo importante y bastante delicado para enviarlo a usted.

— La oficina de París de Inteligencia Naval ha descubierto a un oficial corrupto llamado Tarlo y necesita arrestarlo. Sin embargo, hay un problema: Tarlo está en Boongate. —Oscar se preparó para el estallido.

Por sorprendente que fuera, Nigel se recostó en su sillón y esbozó una sonrisita divertida.

— Tarlo fue uno de los que estuvo en Illuminatus, ¿no?

Oscar tuvo que recordar a toda prisa el informe que había memorizado en el tren que lo había sacado del Ángel Supremo.

— Sí, señor. —Lo único que se le ocurría era lo asombrosamente bien informado que estaba Nigel. Claro que es el líder de la dinastía más grande de la galaxia.

— ¿Así que es un policía corrupto? —preguntó Nigel con malicia.

— Señor, necesitamos arrestarlo y leer sus recuerdos para confirmar para quién está trabajando.

— ¿Así que Columbia está empezando a creer en el aviador estelar?

— ¿Eh? —consiguió esbozar Oscar.

— No se preocupe, Oscar, sé que es real.

— ¿Lo sabe?

— Yo y varios más, así que ya puede relajarse.

Por alguna razón, eso no era del todo posible.

— Gracias, señor. La oficina de París ha reunido un equipo de arresto. Nos gustaría enviarlos a Boongate.

— El Gabinete de Guerra ha decidido mantener cerrados todos los agujeros de gusano que llevan a los Segundos 47.

— Lo sé, pero solo es un equipo de cinco personas. El tiempo que estaría abierto el agujero de gusano no sería suficiente para permitir ningún tipo de éxodo en masa desde Boongate, sobre todo si el planeta no es consciente de que el agujero de gusano está abierto.

Nigel tamborileó con los dedos en el escritorio.

— ¿Cuál es el plan si capturasen a Tarlo intacto?

— Lectura directa de memoria.

— Eso es lo que estamos haciendo aquí con los agentes del aviador estelar; si Columbia empieza a darnos la razón, podemos compartir información con él. —Después hizo una mueca, sin terminar de decidirse—. Si capturan a Tarlo, el equipo de arresto querrá volver. Lo que significará tener que volver a abrir el agujero de gusano. La población de Boongate lo sabrá; maldita sea, la gente que tengo allí lo sabrá y ya les he obligado a quedarse. Creo que no, Oscar, lo siento.

— El equipo de arresto se ha ofrecido a ir al futuro junto con el resto del planeta. No están pidiendo un billete de vuelta, señor, solo quieren tener la oportunidad de capturar a su hombre.

— Oh.

— Tarlo es un agente del aviador estelar crítico, su cargo en la oficina de París le permitió ocultar un buen número de operaciones. Sus recuerdos serían inestimables para sacar a la luz toda la red del aviador estelar. No puedo hacer suficiente hincapié en lo importante que es.

— Maldita sea. —Nigel exhaló una larga bocanada de aire—. De acuerdo, pero no decimos nada a nadie. Si y cuando Tarlo esté conectado a una descarga neuronal, los datos extraídos de su cerebro deben desviarse a la operación que estamos montando aquí. Columbia puede tener acceso a todo, pero el procedimiento lo dirigimos nosotros.

— Gracias, señor.

Nigel asintió.

— Será mejor que se llame a Wilson, él puede informarle de nuestra operación.

— ¿Wilson está aquí?

— Sí —dijo Nigel con ironía—. Junto con algunos otros que quizá reconozca. Pero eso no ha de compartirlo con Columbia hasta que estemos convencidos de que ha admitido la existencia del aviador estelar. ¿Entendido?

— Sí, señor.

— Muy bien. Daniel, organiza algún tipo de transporte para el equipo de arresto.

— Me pondré a ello de inmediato. ¿Qué quiere hacer sobre la apertura de la salida?

— El equipo de París pasa y punto. Si está abierta más de un minuto, voy a querer saber por qué. ¿Quién está de guardia allí?

— Ward Smith. Iré al centro de control de la salida y me pondré en contacto con él yo mismo.


Había ocho Guardianes trabajando en la gran locomotora. La vieja Ables ND47 reposaba en una única vía que atravesaba la enorme nave de Transportes Foster, su nueva pintura ultramarina resplandecía bajo las brillantes luces del techo. La rodeaba un grupo de soportes móviles que daban acceso a los robots ingenieros a toda la superestructura. Bajo la supervisión del equipo de Guardianes estaban instalando generadores de campos de fuerza y armas de medio calibre en cubiertas que parecían una parte integral de la pintura. A cuarenta metros de la locomotora, dos vagones largos y cerrados esperaban en las relucientes traviesas.

Bradley Johansson se encontraba junto al gran enganche del primer vagón, mirando su armazón polvoriento amarillo y granate. Un único cable conector colgaba por debajo del enganche, su extremo casi llegaba al suelo; era tan grueso como su torso.

— Básicamente estamos preparados para irnos —dijo Adam—. Ya están cargados los vehículos y todo el equipo. Esta vieja bestia va tan armada que hasta le costará transportar tanto peso.

— ¿Y si la alcanzan?

Adam sonrió y dio unas palmaditas en el chasis frío de metal del vagón delantero.

— Los coches blindados salvan a toda velocidad los últimos metros que llevan a Medio Camino. Lo tengo todo previsto, Bradley, deja de preocuparte. Lo conseguiremos.

— ¿Todos? —preguntó Bradley en voz baja. Después les echó un vistazo a los Guardianes que pululaban como un enjambre de acróbatas por los soportes que rodeaban la locomotora nuclear. Ninguno de ellos tenía más de treinta y cinco años.

— La mayoría —dijo Adam.

— Temo que los cielos soñadores vayan a darle la bienvenida a muchos amigos durante esta próxima semana.

— Sabes, nunca terminé de entender esa parte de tu filosofía. ¿Por qué darles a los Guardianes su propia religión? Les hace parecer una secta todavía más.

— Yo no se la he dado. He estado en los cielos soñadores, Adam. Están en el otro extremo de los senderos de los silfen, un lugar donde demonios nobles vuelan por un cielo infinito. Allí fue donde me curaron.

Adam le lanzó una mirada crítica.

El mayordomo electrónico de Bradley le dijo que lo llamaba la senadora Burnelli.

— He estado en una reunión —le dijo Justine.

— Disculpe que no me sorprenda, senadora, pero eso es lo que hacen los políticos.

— En reuniones como esta no, créame. Le agradará saber que ya casi son un movimiento legítimo. Queremos que entre en esto, Bradley, usted y los Guardianes.

Bradley le abrió la llamada a Adam cuando Justine explicó lo que se había decidido en la mansión de Nigel Sheldon.

— El aviador estelar pertenece a la misma familia que los primos —dijo Bradley—. Bueno, por todos los cielos soñadores, eso sí que no lo sabía. Pero tiene sentido. Recuerdo el interés que sintió por el Par Dyson desde el principio.

— ¿Saben dónde está el aviador estelar? —preguntó.

— No, pero al igual que ustedes, creemos que intentará pasar a Boongate.

— No puede. Sin embargo, vamos a dejarle pensar que sí. Si su tren se acerca a la salida, nuestro escuadrón le dará caza.

— Una trampa. Buena idea.

— Ustedes ya están en la estación de Narrabri, ¿no?

— Bueno, senadora, usted ya sabe que esa no es una pregunta que vaya a contestarle.

— Pero queremos unir fuerzas. Deben de haber establecido procedimientos para este momento.

— Como es lógico estamos preparados para la mayor parte de las eventualidades.

— Bueno, entonces tenemos muchas más posibilidades si combinamos nuestras operaciones.

— Disculpe, pero después de que lleven ciento treinta años intentando darme caza como a un animal enfermo es comprensible que me cueste abrirles a los perros las puertas de mi casa.

— Tiene mi palabra, esta es una oferta sincera. Y también'tiene la palabra de Nigel. Puedo ponerlos en contacto. Puede decírselo él en persona.

— Se lo agradezco. Sin embargo, hay una forma de resolver el problema de la confianza.

— ¿Sí?

— Kazimir McFoster llevaba unos datos nuestros cuando lo asesinaron en L. A. Galáctico. Creemos que quizá los tengan ustedes.

— Los tengo yo, sí.

— Excelente. Si Paula Myo nos los trae en persona, entonces sabré con certeza que los Guardianes ya no están al margen.

— ¿Qué le parece si se los llevo yo? Seguro que con eso demostramos nuestra buena voluntad.

— Por favor, compréndalo, si es la investigadora, puedo tener la certeza absoluta. Creo en la honestidad de esa señora. Es la única constante auténtica en un universo muy incierto.

— ¿Pero no confía en mí?

— Por favor, no se ofenda, senadora. Es solo que las costumbres, tanto las buenas como las malas, terminan arraigando a lo largo de ciento treinta años. Y yo soy una criatura de costumbres.

— Muy bien, veré lo que puedo hacer. Pero escuche, el TEC está registrando la estación de Narrabri por si el aviador estelar ya está allí. Si los equipos de seguridad los rodean, por el amor de Dios, llámeme. Lo último que nos haría falta es empezar a dispararnos entre nosotros.

— Gracias, senadora. No soy tan orgulloso como para arriesgar todo lo que hemos logrado por una cuestión de principios y testarudez. Si hay algún problema, gritaré socorro con todas mis fuerzas.

— Volveré a llamarlo.

Bradley sonrió y sus ojos se centraron en el otro extremo de la nave. Adam gruñó desesperado y apoyó la cabeza en el enorme volante.

— No puedo creer lo que acabas de hacer. ¿Paula Myo? Tienes que estar de puta coña. En cuanto te vea a ti o a mí, nos va reventar la cabeza de un disparo. No tiene alternativa, su ADN no le permitirá hacer otra cosa.

— Tonterías, Adam, debes tener más fe en la naturaleza humana.

— Pero si se chivó de sus propios padres, por el amor de Dios.

— Es que no eran sus padres en realidad, ¿no? Eran sus secuestradores.

— Oh, por... Ya lo teníamos. Ya estaba. Burnelli nos estaba ofreciendo la legitimidad y te lo cargaste. Para que luego hablen de orgullo. ¡Maldita sea! —Dio una palmada en el volante de pura frustración.

— Adam, Adam, ¿es que no sabes negociar? La investigadora Myo es el gambito inicial. Sería estupendo que la dama estuviera de acuerdo, pero supongo que terminaremos con una llamada de dos minutos de Nigel Sheldon, o de algún otro jugador de altos vuelos.

Adam volvió a gruñir, parecía un animal herido.

— Lo último que me faltaba era la tensión añadida, en serio.

— Ya no falta mucho, creo que los dos podemos estar seguros de eso.


El agujero de gusano de la división de exploración del TEC de la estación de Narrabri seguía la distribución habitual. Un edificio aislado y alejado del sector comercial, donde la gran cámara de confinamiento para el entorno alienígena estaba injertada en la salida. El Centro de Operaciones y las oficinas de todo el equipo de apoyo correspondiente formaban un laberinto protector alrededor del exterior.

Paula se encontraba en el suelo de la cámara de confinamiento esperando que se alinease el agujero de gusano. Nigel estaba a su lado, con la boca alzada en una sonrisa suave mientras miraba la burbuja confusa de aire que era el campo de fuerza que coronaba el agujero de gusano.

— Para mí siempre es una gozada —le confesó a la investigadora—. En estos tiempos, la gente lo da por hecho, nadie aprecia la tecnología y la energía que hay detrás de una de estas salidas.

— Hacer que lo extraordinario parezca normal es el talento de los auténticos genios.

— Gracias, Paula. Dígame, ¿se plantearía casarse conmigo?

— Me lo pregunta cada vez que nos vemos.

— ¿Y qué responde usted cada vez?

— No, gracias.

— Ah, bueno, lo siento. Y esta vez no lo borraré de mi memoria. Debe de pensar que soy un auténtico grosero por haberlo borrado antes.

Paula le lanzó una mirada astuta.

— Si es que alguna vez lo borró. —El ligero rubor que apareció por encima del cuello del líder fue confirmación suficiente para ella—. ¿Qué dijo Heather sobre la infiltración del aviador estelar? —preguntó.

— Digamos solo que hoy no está muy contenta. Christabel la ayudó a guardar un poco las apariencias con las precauciones que ya había tomado. Muy acertado por su parte el haberla alertado.

— Fue Renne Kempasa la que llamó a su puerta.

— ¿La que murió en Illuminatus?

— Sufrió una pérdida corporal, sí.

Nelson y Mellanie entraron en la cámara. Paula estaba a punto de saludarlos cuanto entró otra mujer por la cámara de aire abierta. Caminaba con cuidado, equilibrada sobre unos zapatos con plataforma que le añadían más de diez centímetros de altura.

Paula se quedó de piedra.

— Esta es Tigresa Pensamientos —dijo Mellanie. Parecía orgullosa, como si estuviera presentando a una hermana a la que le hubieran ido bien las cosas.

— Todo un placer, seguro —dijo Tigresa Pensamientos sin soltar el chicle. Después le sonrió a Paula—. Eh, yo la conozco, es esa investigadora famosa, a que sí. Yo quería hacer su papel en Seducción Asesina pero Jaycee se lo dio a Meneos Gwen-Hott. Una pena.

Paula no tenía ni idea de cómo responder a eso así que miró a Nigel en busca de ayuda. Este parecía sentir un placer indecente al verla tan incómoda.

— Es un placer tenerla aquí, Tigresa Pensamientos —dijo Nigel con absoluta cortesía.

¡Oh, uau, es usted de verdad!

— ¿Esta —balbuceó Paula dirigiéndose a Mellanie—... esta es la persona que has encontrado para Qatux?

— Pues claro —dijo Mellanie—. Tigresa Pensamientos es perfecta.

Paula respiró hondo y miró bien a la estrella del porno. Tigresa Pensamientos se estaba peinando su cabello rojo y salvaje con tres centímetros de uñas de color dorado y púrpura. La piel de la cara era correosa, con un lustre que traicionaba unos tratamientos de perfilamiento inexpertos que ni siquiera el espeso maquillaje era capaz de ocultar. Se había embutido en una falda de color alheña que solo le llegaba a medio muslo y la blusa negra tenía desabrochados los tres primeros botones. Paula estaba segura de que Tigresa Pensamientos llevaba un sujetador que le realzaba el busto. Aunque la verdad era que no le hacía falta.

— ¿Sabe lo que se supone que tiene que hacer? —le preguntó Paula.

— Sí, Mellanie me lo ha explicado todo. Es un poco raro, pero qué coño. Tampoco es follarse a un PCP para ganarse la vida, ¿no? —Lanzó una ruidosa risita, un sonido que recordaba al aullido que lanza un león marino en la época de celo.

Y Paula se dio cuenta entonces de que, en realidad, Mellanie tenía toda la razón del mundo. Tigresa Pensamientos era perfecta para aquello.

— Bien —asintió Paula.

— Ya vienen —anunció Nelson.

El campo de fuerza oscuro se hizo fluorescente cuando el Centro de Operaciones fijó la salida del agujero de gusano dentro del Ángel Supremo, la primera vez que la nave estelar inteligente permitía que se hiciera tal cosa. Hoshe y Qatux la atravesaron.

La mandíbula de Tigresa Pensamientos dejó de masticar cuando vio al gran alienígena.

¡Oh, uau! —Su risita se hizo nerviosa. Hasta la animación de Mellanie se desvaneció.

Nigel se adelantó y se inclinó.

— Qatux, bienvenido a la Federación. Es un honor para nosotros que esté aquí, ojalá fuera en diferentes circunstancias.

— Nigel Sheldon —dijo con voz áspera el alienígena. Varios de sus ojos giraron con un balanceo para mirar al líder dinástico—. Agradezco esta oportunidad. Mi raza ha permanecido guarecida en el Ángel Supremo durante demasiado tiempo. ¿Y esta es la encantadora dama que ha accedido a ser mi compañera durante esta visita?

¡Ohh! —La boca de Tigresa Pensamientos se abrió para formar una gran «O» de incredulidad. Se adelantó un poco y estuvo a punto de caer cuando se le bambolearon los finísimos tacones de los zapatos. Nigel, Nelson y Paula, todos dieron un pequeño salto hacia ella y levantaron los brazos al unísono, preparados para cogerla—. Es usted un auténtico caballero, sabe. —Tigresa Pensamientos extendió una mano con cierta vacilación.

Qatux desenrolló un tentáculo no demasiado firme. Su punta rodeó con suavidad la muñeca de Tigresa Pensamientos. Esta se estremeció como si la hubiera sorprendido una ráfaga de aire gélido. Unos finos tatuajes CO resplandecieron con un color verde fosforescente bajo su piel y por un momento su cuerpo entero se iluminó con unos pinchazos de color esmeralda que atravesaban la pelusa de su cabello. Qatux suspiró como un hombre que acabara de beberse de un trago una copa de güisqui.

Tigresa Pensamientos bajó la cabeza y se miró las manos cuando se desvaneció la luz.

— No sabía que podían hacer eso. Tiene unos programas muy chulos ahí, señor Qatux.

— Sí —murmuró Qatux—. Le agradezco que permita que mis rutinas accedan a sus circuitos. Pueden proporcionarme los enlaces directos que requiero. Puedo sentir su contenido emocional a la perfección. Es usted una dama conmovedora, Tigresa Pensamientos.

La risita nerviosa de Tigresa Pensamientos cortó el silencio.

— Eh, eso es muy bonito.

Qatux le soltó la mano y giró la cabeza en redondo para mirar a Nigel y Nelson.

— Y ahora será un placer ayudarlos a descubrir a los agentes del aviador estelar que residan entre ustedes.

— Estamos montando un centro de análisis especializado —dijo Nelson—. Traerán a los sospechosos para que los examine una vez que hayamos neutralizado cualquier arma conectada que puedan tener.

La puerta de la cámara de aire más grande se expandió y Qatux la atravesó con paso pesado. Tigresa Pensamientos se fue junto a él con un bamboleo.

— Bueno, ¿y hay una señora Qatux, por ejemplo? —preguntó.

Paula no pudo evitar la suave sonrisa que se extendió por su rostro mientras veía irse a la extraña pareja.

— Eso sí que es algo que no se ve todos los días —dijo Hoshe en voz baja.

— Solo una vez en una vida muy larga, diría yo —respondió Paula. Su mayordomo electrónico le dijo que había una llamada de Justine para ella y Nigel.

— He hablado con Johansson —dijo Justine—. Está dispuesto a ayudarnos a rastrear al aviador estelar, pero hay un problema.

— ¿Que es? —preguntó Nigel.

— Quiere alguna prueba de que nuestra oferta no es una trampa. Después de todo, se ha pasado ciento treinta años perseguido por la Junta Directiva de Crímenes Graves y ahora está a punto de enfrentarse a su objetivo.

— ¿Le sirve una garantía personal por mi parte? —preguntó Nigel.

— Quiere que Paula le entregue los datos que llevaba consigo Kazimir McFoster.

— No. —Paula pronunció la palabra antes de saber siquiera que la había dicho. No hubo análisis, ni un razonamiento cuidado. Sabía la respuesta, sin más.

— ¿Por qué no? —preguntó Justine—. Sé que esto es difícil para usted, pero los Guardianes tenían razón.

— Eso lo acepto —dio marcha atrás Paula—. Johansson tenía todo el derecho a oponerse al aviador estelar, aunque debería haber utilizado métodos diferentes. Pero Elvin es el autor de una masacre, un terrorista político de la peor especie. No puedo pasar eso por alto, bajo ningún concepto.

— Tiene que hacerlo —le dijo Nigel.

— Los dos saben lo que soy. Por tanto saben que no puedo.

Solo por un instante se disolvió la fachada cordial de Nigel.

— No lo entiendo, usted sabe mejor que nadie lo que hay en juego. Solo tiene que llevarles los datos, olvídese de sus malditos escrúpulos durante un minuto. Podemos pillar a ese mierdecilla de Elvin cuando todo esto haya acabado, porque le aseguro que yo tampoco me he olvidado de Abadan.

— No —dijo Paula.

— ¡Mierda! —Nigel la miró furioso. Lo que de inmediato habría hecho que cualquier otra persona de la Federación se echara atrás. Pero Paula no parecía ser consciente de la ira del líder dinástico—. De acuerdo —soltó—. Justine, vuelve a llamarlos. Negocia. Busca a alguien que consideren aceptable.


Mellanie siguió a Qatux y a Tigresa Pensamientos cuando Nelson los llevó al centro de seguridad. No estaba lejos de la división de exploración, una cúpula sin adornos con una entrada bien protegida. A las Garras de la Gata les habían asignado el servicio de escolta y con sus voluminosos trajes blindados tenían un aspecto formidable. Los implantes de Mellanie los escanearon en modo pasivo, así pudo ver cuál de ellos era Morton, de otro modo nunca lo hubiera sabido. Su ex no le dijo nada, el escuadrón entero se estaba tomando su deber muy en serio.

— De este modo puedo quedarme en la partida —le había dicho Morton con aire contento cuando los demás y él se pusieron los trajes. Nelson les había dado la opción de irse, pero ellos habían decidido quedarse. Mellanie sabía por qué lo estaba haciendo Morton, así se quedaba cerca de los verdaderos jugadores, y de ella también, al menos eso era lo que esperaba Mellanie. La Gata y Rob solo parecían disfrutar de la idea de una buena pelea.

Nelson había cerrado una sala de conferencias para uso de Qatux. Habían quitado la mayor parte de los asientos y habían atenuado las luces. Varios técnicos estaban montando consolas con diferentes equipos. Todos se detuvieron cuando entró el alienígena. Varios aplaudieron. Tigresa Pensamientos lanzó una risita y después empezó a hacer las presentaciones como la intérprete de algún antiguo diplomático.

Mellanie vio que Dudley y el motil Bose merodeaban cerca del gran portal montado en la pared que utilizaban los conferenciantes para presentar sus datos. El motil Bose tenía tres guardas de seguridad no lejos de él. Todos llevaban elegantes trajes de chaqueta y parecían muy cordiales, pero el escáner de Mellanie localizó unos implantes con una densidad de energía muy alta conectados a sus cuerpos. Los tatuajes CO más visibles eran unas líneas verdes y rojas que se extendían en paralelo por la parte posterior de sus mejillas.

Dos de los tallos sensoriales del motil Bose giraron para seguirla cuando se acercó a ellos.

— Hola, Mellanie —dijo. La joven vio que tenía una fina matriz de mano moderna sujeta con una correa de cuero a uno de los miembros superiores.

— Hola —respondió con tono agradable—. ¿Y eres Dudley uno o Dudley dos? ¿Qué habéis decidido vosotros dos?

— No hemos comentado eso todavía.

A Mellanie le divirtió oír a la matriz sintetizando la voz de Dudley a la perfección. Cosa que era obvio que fastidiaba a la versión humana, a juzgar por su expresión de disgusto. Mellanie esbozó una sonrisa radiante y se inclinó para besarlo. Morton estaba junto a la puerta principal con la Gata, así que la joven supuso que tampoco sería tan difícil. Por sorprendente que pareciera, Dudley se echó hacia atrás antes de que lo tocaran sus labios.

— ¿Dudley? —Mellanie lo miró con el ceño fruncido.

— Ah, sí, tenía intención de hablar contigo.

— ¿Hablar conmigo?

— Sí. Solo me gustaría decir que estoy dispuesto a hacerme a un lado ahora que ha regresado Morton.

— ¿Hacerte a un lado?

— Eso es. Sé lo que sientes por él. En vista de eso, creo que es lo mejor. Las circunstancias han cambiado para los dos, ¿no es cierto?

— ¿Circunstancias? —Mellanie quería con desesperación dejar de repetirlo todo, pero Dudley la había sorprendido tanto que su cerebro se negaba a pensar nada original. Cuando lo estudió, vio que el científico se había afeitado. El cansancio y la preocupación perpetua se estaban desvaneciendo de sus ojos. Incluso se había vestido con una moderna camisa malva y unos pantalones negros semiorgánicos. Por primera vez, la periodista vio su edad auténtica en aquel rostro sereno que la miraba sin parpadear.

— Creo que hasta tú tendrás que admitir que nuestras situaciones respectivas han cambiado de forma notable desde que nos conocimos —dijo Dudley—. Lo que exige un serio replanteamiento de nuestra relación.

Mellanie se lo quedó mirando. Aquel ya ni siquiera era Dudley hablando, no había ni una insinuación de reticencia o precaución. Su voz era tan serena y medida que casi rayaba en lo condescendiente.

— Por supuesto que estoy enormemente agradecido por todo lo que hemos vivido y compartido —se apresuró a decir el científico—. Sin ti nunca volvería a estar entero. Y eso es algo que jamás podré agradecerte bastante. Espero que podamos seguir siendo amigos, además de colegas en esta empresa.

— Me estás dejando.

— Mellanie, se puede decir que los seres humanos son casi inmortales. Sé que esta es tu primera vida y que todo es más intenso para ti, pero créeme cuando digo que no hay nada que dure para siempre. Es mejor así. La sinceridad es el mejor camino para los dos.

— ¿Me estás dejando tú a mí? —Incluso de sus propios labios a Mellanie le sonó muy extraño.

— Así es —dijo el motil Bose—. Y es porque soy un auténtico gilipollas.

Dudley miró furioso a su gemelo alienígena.

— Ya veo que todavía no has dominado el concepto de tacto.

— Bueno, pues acostúmbrate, ¿de dónde iba a sacarlo?

— ¿Después de todo lo que he hecho por ti? —preguntó Mellanie, era como si se lo estuviera preguntando a ella misma.

— Nuestra estructura jerárquica no era del todo unilateral —dijo Bose en el mismo tono que utilizaba para corregir a sus estudiantes—. Creo que tú sacaste de esta relación tanto como yo, si no más. Mira dónde estamos, decidiendo el futuro de la humanidad.

— Oh, anda y que te follen. —Mellanie se dio la vuelta y se alejó a toda prisa. Al menos no había peligro de que se echara a llorar; por un segundo llenó su mente la imagen de Jaycee cayendo al suelo mientras se agarraba las pelotas; bueno, por lo menos no tenía los ojos llenos de lágrimas. Ni siquiera se merece eso.

— Lo siento —exclamó la voz de Dudley Bose desde el otro lado de la sala de conferencias.

Mellanie no se dio la vuelta para ver cuál de los dos lo había dicho. Ya lo sabía.

— ¿Estás bien? —preguntó Tigresa Pensamientos.

— Claro, muy bien. —La chica elástica, no hay otra igual, esa soy yo.

— Eh, Mellanie, tengo que darte las gracias —dijo Tigresa Pensamientos. Saludó con entusiasmo a Qatux, que estaba hablando sobre interfaces sensoriales con uno de los técnicos del TEC. El raiel levantó un tentáculo para responder—. Esto es una pasada de bolo.

— Me imaginé que te gustaría. Pero, Tigresa, recuerda que no puedes llamar a nadie después, en serio. No se puede jugar con estas personas.

— Eso ya lo sé. No soy tan idiota.

— Ya sé que no lo eres. Cuídate.

— ¿Te vas?

— Sí. Ahora ya solo hay una cosa que quiera y no está aquí.

— Bueno, espero que la encuentres.

— Yo también.

Alrededor del raiel nadie notó en realidad que se iba. Lo último que Mellanie quería era correr a buscar a Morton después de lo que había pasado así que se dirigió a la puerta que había al otro lado de la sala de conferencias. Hoshe estaba sentado en una de las pocas sillas que quedaban, sospechosamente cerca de la puerta.

Mellanie le dedicó una sonrisa cariñosa y se sentó a su lado. Se inclinó hacia delante de improviso hacia delante y lo besó.

— ¿Y eso a qué ha venido? —le preguntó él.

— Hoshe Finn, mi ángel guardián.

— Creí que ya no me hablabas después de lo de Isabella.

Hm, tu halo se apagó un poco por un minuto. Pero una vez más te aseguraste de que no me pasara nada.

Hoshe miró a los dos alienígenas, que se habían puesto a hablar. Dudley Bose estaba junto al motil Bose, intentando acaparar la conversación.

— Una de tus mejores jugadas —dijo Hoshe—. Te mereces algo mucho mejor.

Mellanie le echó un vistazo al trío de trajes blindados.

— Creí que habías dicho que estabas casado.

Hoshe esbozó una amplia sonrisa.

— Supongo que me lo estaba buscando. No debería meterme en tu vida privada.

— No tiene mucho de privada. Ese es mi mayor problema. ¿Y tú qué? ¿Qué estás haciendo aquí?

— Necesito hablar con Nelson, tengo que pedirle un favor.

— ¿Y cuál es?

— Necesito sacar a unas personas de Boongate. Un equipo de la Seguridad del Senado estaba siguiendo a un sospechoso de ser agente del aviador estelar y se quedaron atrapados allí. Fue culpa mía.

— Lo dudo. ¿Quieres que hable con Nigel? La última palabra la tiene él.

Hoshe le lanzó una mirada sorprendida.

— ¿Puedes hacerlo?

— Por ti, por supuesto.

— Puede que merezca la pena. —No parecía muy convencido.

— Solo tienes que decírmelo. Te debo una.

— No, no me debes nada.

— Un mes de acceso a la unisfera y una semana en un pequeño hotel si no recuerdo mal. Se están acumulando un montón de intereses en esa cuenta, Hoshe Finn.

— Otra época, otro universo.

— Con todo, me gustaría devolverte el favor.

— No estoy seguro de que merezca la pena. Mira, esto ya casi se ha acabado. Sheldon destruirá el mundo natal de los primos. Paula y los Guardianes rastrearán y eliminarán al aviador estelar. Todo el mundo tiene que empezar a pensar qué va a hacer después de la guerra porque la vida va a ser muchísimo mejor entonces. Después de todo lo que hemos pasado, no puede ser de otro modo.

— Dios, ni siquiera había pensado en después. He pasado tanto miedo desde Randtown. Intentar mantenerse un paso por delante puede llegar a ocupar todo tu tiempo.

— Eres una reportera estupenda, demonios. Apuesto a que terminas teniendo incluso tu propio programa.

— Eso estaría bien —dijo Mellanie, y era un pensamiento agradable, de los que tenía antes de que las naves surgieran en el cielo limpio de Randtown y su mundo se pusiera patas arriba. Otra vez—. No me vendría mal contar con algo que durase.

— Bueno, ahí tienes.

— Pero hay una cosa que tengo que hacer antes.

Hoshe fingió un gruñido.

— ¿Qué?

— Voy a cubrir el arresto de Alessandra Baron. Quiero ver cómo se la llevan con grilletes. Quiero mostrarle a la Federación entera esa maravillosa visión.

— Ya no esposan a la gente. Además, si es una agente del aviador estelar, es probable que se ponga violenta.

— Esperemos —murmuró Mellanie con una sonrisa maliciosa—. ¿Quién va a ir a arrestarla?

— No se ha asignado a nadie todavía —dijo Hoshe sin quitarle ojo a Nelson y al raiel.

— Pero tú podrías ofrecerte, ¿no? Podrías hacerlo mientras yo hablo con Nigel. ¿Qué te parece? Un intercambio, no un pago.

— Hecho.


El expreso de nivel magnético estaba casi vacío. Después de todo, ¿quién que estuviera en sus cabales iba querer viajar a Wessex en esos momentos?

Alic salió del vagón de primera clase y bajó al andén casi desierto de la terminal Oxsorrol de la estación Narrabri. Las tres maletas que llevaban su traje blindado y las armas lo siguieron fielmente a unos metros. Vic Russell iba justo detrás, impaciente por ponerse en marcha. Matthew Oldfield, John King y Jim Nwan cerraban la marcha intentando sostener una conversación ligera. No iba muy bien, cada movimiento perturbaba alguna lesión de las sufridas en Illuminatus. Alic sabía que no deberían entrar otra vez en combate tan pronto, pero esa misión anulaba cualquier tipo de protocolo del manual. Además, se decía de continuo, eran cinco y habían asaltado el arsenal de la oficina de París para coger un equipo de gran calibre, armamento serio. No se repetiría lo ocurrido en las Copas, daba igual con qué fuera equipado Tarlo.

Dos hombres los esperaban en el andén. Uno de ellos llevaba el uniforme de capitán de la Marina. Alic lo reconoció de inmediato.

— ¿Capitán Monroe?

— Es un placer conocerle. Aquí, Daniel Alster, es nuestro enlace con el TEC para esta operación y tenemos muy buenas noticias para usted.

— ¿Podemos ir? —quiso saber Vic.

— Sí —dijo Oscar.

— ¡Bien! —Vic chocó los cinco con John King.

— Tenemos un transporte para ustedes, caballeros. —Daniel señaló con un gesto un gran Holán Ford de diez plazas que había aparcado junto al andén—. Nos llevará a las instalaciones de ingeniería ferroviaria de la estación.

— ¿Qué hay allí? —preguntó Vic.

— Un tren con el que atravesarán el agujero de gusano.

— ¿Cuánto tiempo falta para que pasemos?

— Una vez que se hayan puesto los trajes, podemos llevarlos directamente a la salida —dijo Daniel, impasible ante la actitud del gigante.

— Gracias —dijo Alic antes de que Vic pudiera hacer una escena. Ya estaba lamentando haber accedido a llevarse al gigante en esa misión. Incluso si conseguían enfrentarse a Tarlo, no estaba muy seguro si podrían meterlo en la jaula que habían llevado.

— Deberían saber que la salida solo se abrirá una vez —dijo Oscar—. Cuando hayan terminado, se dirigirán al futuro con el resto de la población.

— Lo aceptamos —dijo Alic. Se preguntó si debería darle a Vic otra oportunidad de retirarse. Una vez terminada la misión, el gigante estaría separado de Gwyneth durante mucho tiempo.

El Ford los llevó a una de las ocho largas naves que albergaban la división de ingeniera ferroviaria que el TEC tenía en Wessex. Los esperaba una locomotora de color azul genciana. Parecía llevar en servicio un siglo por lo menos. Había una cabina diminuta en la parte de delante con cinco filas de bancos que permitían que el personal ferroviario viera por las mugrientas ventanillas. Tres cuartas partes del espartano interior de metal era simple espacio de almacenamiento para robots y equipos. Las largas puertas de la parte trasera tenían sus propias plataformas elevadoras, que estaban plegadas contra los costados.

— No es rápido —dijo Alster cuando treparon por las escaleras hasta la cabina—. Pero es fiable y puede llevarlos sin problemas. La matriz de conducción tiene un programa moderno, el control de tráfico puede llevarlos directamente de la estación a la salida. Yo mismo estaré en el centro de control para supervisar toda la operación.

— Gracias —le dijo Alic. El resto del equipo ya estaba subiendo para ver lo que tenían.

— Sus maletas pueden subir por los ascensores de las puertas —les dijo Alster—. Si quieren ponerse ya los trajes, podemos empezar.

— Desde ahora mantengan un enlace de comunicación abierto conmigo —dijo Oscar.

— Eso haremos —dijo Alic—. Y agradézcale a Nigel Sheldon la oportunidad. Significa mucho para nosotros.

— Lo sé. —Oscar salió de espaldas por la puerta y bajó la corta escalerilla hasta el suelo.

— De acuerdo —dijo Alic—. Jim, abre las puertas y mete las maletas. Hay que prepararse. Matthew, establece un enlace con Edmund Li. Vamos a averiguar qué está tramando ese cabrón. Después podemos terminar el plan de caza.


La Ables ND47 era totalmente automática, por supuesto. Se habían instalado nuevas matrices durante su remodelación y los programas de conducción eran capaces de controlarla por el laberinto de vías que formaban todas las estaciones planetarias del TEC y después sacar la locomotora por las líneas principales del planeta que visitara.

Se habían colocado también sistemas manuales, pero estaban allí para cumplir con la regulación de seguridad más que por necesidad. Adam le echó un vistazo a la amplia consola que ocupaba toda la parte frontal de la diminuta cabina que había sobre la enorme locomotora. Las dos estrechas ventanillas de delante le proporcionaban una visión de la parte superior de la locomotora, donde los segmentos de metal violeta oscuro estaban plagados de largas rejillas negras y tubos de ventilación achaparrados de cromo deslustrado. Cuando se dio la vuelta, la única ventanilla trasera le mostró los dos largos vagones que se apretaban contra la locomotora. Las pantallas que había por la parte de atrás de la consola se llenaron de gráficos que ilustraban el diagnóstico de la integración de acoplamiento y comprobaban la integridad de las conexiones. El lado izquierdo de la consola era de color borgoña y contenía todos los controles de las micropilas nucleares y las lecturas. Una sección de la consola completamente nueva, que estaba sujeta a unos soportes recién soldados a la pared, presentaba los sistemas de control del campo de fuerza y el armamento que los Guardianes habían incluido en los últimos días. Por eso habían acordado que hubiera alguien en la cabina, aunque con las matrices de control modernas no fuera estrictamente necesario. Todos se sentían más seguros con alguien allí arriba.

Adam vio que la última de las grúas bajaba la plataforma y se apartaba de la locomotora. Cuando sacó la cabeza por la puerta de la cabina, vio a Kieran caminando entre los robots ingenieros que se afanaban entre las ruedas.

Su mayordomo electrónico le dijo que entraba una llamada de Marisa McFoster.

— ¿Cómo va? —le preguntó Adam.

— Victor se está moviendo —le dijo la joven—. Hay un montón de vehículos saliendo del almacén Sunforge. Furgonetas y camiones pequeños, todos protegidos por sistemas electrónicos. No vemos lo que hay dentro.

— ¿A dónde van?

— Parece que se dirigen a la salida. No están usando ninguna de las carreteras de servicio de la estación, están cruzando las vías.

— No os expongáis —le dijo Adam—. Limitaos a seguir observando.

— ¿Es ahora, ya llega el aviador estelar?

— No lo sé. Pero estamos preparados. —Adam hizo sonar la locomotora con un único pitido que reverberó por toda la nave. No pudo resistirse, se inclinó por la puerta de la cabina y bramó—: Todos a bordo.


Wilson sabía que debería olvidarse de la irritación que le inspiraba Dudley Bose, no era demasiado útil. Pero había algo en el astrónomo que lo ponía de los nervios. Se había puesto furioso cuando el anciano había hecho campaña para meterse en el Segunda Oportunidad; le había exasperado aquel joven renacido que no se había acostumbrado a sus nuevas circunstancias y en aquel momento, aunque el tipo había recuperado todos sus recuerdos y parecía mucho más racional, seguía siendo irritante, todavía buscaba atención y se metía en medio de todo.

Había parecido una buena idea mientras esperaban a que los varios escuadrones de arresto llegaran con agentes conocidos del aviador estelar, y Paula y Nigel daban comienzo a la búsqueda del alienígena mismo. Wilson y Anna se habían acercado al motil Bose cuando este terminó de hablar con Qatux y le preguntaron si había tenido acceso a la señal que había emitido la llamarada de Tierra Lejana.

— No —dijo la criatura—. No la he visto.

— La Federación jamás ha sido capaz de traducirla —dijo Wilson—. Pero si tiene razón y el aviador estelar es un alienígena primo...

— Entiendo —dijo el motil Bose—. Debería poder traducírsela.

— Me gustaría que lo intentara —dijo Wilson—. Lleva inquietándome desde que averiguamos lo que es el aviador estelar. ¿Supongo que estaba hablando con otra nave?

— No es muy probable —dijo Dudley Bose. Se había ido acercando poco a poco en cuanto Wilson empezó a hablar con el motil Bose.

Wilson apretó los dientes y después esbozó una sonrisa tensa.

— ¿Y eso por qué?

— La emisión de la llamarada fue omnidireccional.

— Me imagino que sus naves habrían permanecido en silencio durante el vuelo para no atraer la atención de quien construyó las barreras —dijo Anna—. Una vez que el aviador estelar estuvo en tierra, no sabría dónde estaban ninguna de las otras naves. Tendría que emitir en todas direcciones.

— Cosa que en realidad no hizo —dijo el motil Bose—. La estrella de Tierra Lejana tiene una rotación de veinticinco días. Dado que la llamarada solo duró siete, la señal se emitió a través de un sector relativamente estrecho de la galaxia, un sector que no incluía al Par Dyson; de hecho, el volumen de la estrella los habría protegido de la señal.

— Podemos examinar la señal sin más —dijo Wilson. Empezaba a lamentar haberlo mencionado. Su mayordomo electrónico accedió a la biblioteca nacional de Damaran y sacó una grabación de la señal.

Todos esperaron mientras el motil Bose la revisaba. El frenesí de actividad en la sala de conferencias que había acompañado la llegada de Qatux empezaba a cesar. La mayor parte de los sistemas técnicos ya estaban montados, Qatux y Tigresa Pensamientos estaban charlando, las Garras de la Gata permanecían de guardia junto a la entrada principal, y Nelson mantenía varios efectivos de su propio personal de seguridad junto a él y Paula. La única persona a la que Wilson no veía era a Mellanie.

— Muy sencillo —dijo el motil Bose—. Básicamente es una identificación, es MontañadelaLuzdelaMañana 17.735, seguido por un breve mensaje: «Estoy aquí. Si alguna parte de mí/nosotros sobrevive, poneos en contacto conmigo o volad hasta aquí». Las pautas son muy antiguas, pero el contenido es bastante fácil de descifrar, no hay mucha ambigüedad.

— ¿Detectamos alguna otra llamarada? —preguntó Anna—. ¿Una respuesta al aviador estelar?

— No —dijo Dudley.

— Eso no significa que no la hubiera —dijo el motil Bose—. Si otro superviviente captó la señal, podría haber usado un máser de comunicaciones interestelar para responder, todas sus naves estaban equipadas con ellos. La Federación no lo vería.

Wilson estaba pensando algo parecido.

— Así que en realidad no sabemos si hay alguno más de esos alienígenas primos sueltos.

— Si sobrevivió uno, es lógico suponer que podría haber otros —dijo el motil Bose—. Aunque dudo que pueda haber muchos; los primos de Dyson Beta acababan de empezar a construir naves estelares, no tenían la capacidad de producción de Dyson Alfa cuando se establecieron las barreras. El número no sería grande.

— Pero si cualquiera de ellos aterrizó en un mundo más útil que Tierra Lejana, no hay forma de saber qué tamaño tiene su civilización a estas alturas. Los primos casi encajan en esa vieja pesadilla de la expansión exponencial.

— Deberías suponer que los primos de Dyson Alfa también tenían naves estelares en vuelo —dijo Anna.

— Vamos a tener que llevar a cabo un registro exhaustivo de las estrellas en ese sector de la galaxia —dijo el motil Bose—. El problema podría estar más extendido de lo que se pensaba en un principio.

— Si Nigel Sheldon inicia la conversión de estrellas en novas, el problema se reducirá de forma notable —dijo Dudley.

Se abrieron las puertas principales de la sala de conferencias y entró Oscar. Vio a Wilson y lo saludó muy contento.

— ¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —dijo Wilson con una sonrisa de felicidad.

— Podría hacerte la misma pregunta —dijo Oscar después de haber recibido el beso de rigor de Anna—. Deberías habértelo llevado a York5 y haber empezado una luna de miel decente —la riñó.

— No creas que no lo pensé —dijo su amiga con melancolía—. ¿Y cuándo has vuelto?

— Hace unas cinco horas.

— Maldita sea, me alegro de que estés bien —dijo Wilson—. ¿Estáis recargando?

— La Dublín sí. Yo tengo otro trabajo.

— ¿Cuál? Columbia no estará poniéndose difícil porque tú seas uno de mis nombramientos, ¿verdad?

— No, más bien lo contrario. Columbia está entrando en razón, empieza a pensar que el aviador estelar quizá sea real. Me han convertido en mensajero de lujo. —Les explicó la misión del equipo de París—. Sheldon dijo que me informarías de la pequeña operación clandestina que habéis montado aquí. ¿Eso es un raiel de verdad? —Estaba mirando fijamente a Qatux.

— Pues sí —dijo Wilson—. Se llama Qatux y ha accedido a ayudarnos a desenmascarar agentes del aviador estelar.

— ¡Aja! —Oscar se enfrentó al motil Bose—. ¿Y ese alienígena?

— Es un primo —se rió Anna—. Nuestro mortal enemigo.

— La buena noticia es que este es inofensivo y está de nuestro lado —dijo Wilson.

— ¿Y la mala?

— Que es otra versión más de Dudley Bose.


Alic ejecutó el programa de integración una última vez. Las armas adicionales montadas en su traje blindado respondieron como era de esperar. Dos lanzas de partículas sobre soportes de malmetal que iban sujetas a la base de su columna se alzaron sobre sus hombros y giraron de un lado a otro al tiempo que sus sensores ejecutaban un programa de localización del blanco. Apuntaron a Vic, cuyo traje blindado casi había duplicado su tamaño gracias a la mochila distribuidora de misiles.

— Eh, cuidado, a ver a quién apuntas con esos trastos —se quejó Vic.

Las lanzas de partículas se retrajeron y se plegaron paralelas a la columna de Alic. Estaba tan nervioso por dispararlas como cualquier recluta primerizo. No sabía que se podían construir lanzas de partículas tan pequeñas e incluso con las baterías modernas, no tenía muchos disparos. Claro que sin la armadura y el malmetal, apenas podía coger una, pesaban muchísimo. No se imaginaba de qué estarían hechas, uranio puro por lo que parecía.

Tanto John King como Jim Nwan tenían lanzamisiles giratorios en los antebrazos con un tubo de alimentación flexible que serpenteaba hasta sus mochilas mientras que Matthew Oldfield llevaba todos los sistemas de guerra electrónica. Había tantos robots chivatos aferrados a su traje que parecía el rey de los insectos. Matthew también era el que manejaba la jaula: tres grandes cubos móviles de color negro mate que deberían tener la potencia suficiente para contener a Tarlo.

A Alic le impresionó un tanto que el suelo de la locomotora pudiera soportar todo su peso combinado. Activó los sistemas de la matriz de gestión en su visión virtual.

Unas manos negras como la noche recorrieron los iconos de control. El control de tráfico de la estación de Narrabri respondió con una autorización de tránsito y empezaron a moverse con una pequeña sacudida.

— Allá vamos —le dijo a Oscar.

— De acuerdo, informaré a Alster. Está en el centro de control de la salida. ¿Qué está haciendo Tarlo?

— Li dice que sigue en la sala de seguridad.

— ¿Están seguros de que quieren hacer esto?

— No es lo que pensé que estaría haciendo cuando desperté esta mañana, pero sí.

— Buena suerte.

— Sí, le veré dentro de quince años.

Aumentaron la velocidad en cuanto dejaron la nave de la división de mantenimiento ferroviario. El campo de fuerza de la estación dibujaba una curva sobre sus cabezas, una película gris que manchaba el cielo. Sobre él, el campo de fuerza urbano de Narrabri se extendía de un horizonte a otro y su vértice alcanzaba la troposfera. Las tormentas boreales ya se habían extinguido, aunque la atmósfera cargada todavía seguía plagada de fuertes tormentas de rayos. Unos brutales destellos blancoazulados rodeaban el límite del campo de fuerza de la ciudad. Alic se sentía ridiculamente a salvo bajo toda aquella protección tecnológica. Los primos habían lanzado lo peor que tenían contra Wessex y aquel Gran 15 seguía a salvo. Le dio cierta garantía de futuro.

La locomotora iba pasando por cambios de agujas cada pocos segundos, anunciando con chasquidos y traqueteos el cambio a un juego diferente de vías antes de volver a cambiar. A ambos lados pasaban largos trenes, contornos de ventanillas iluminadas. Delante, una larga franja de luz de color rosa pálido se derramaba por las salidas y bañaba la miríada de vías. Se veían varios huecos, secciones oscuras y tenebrosas.

Salidas a los Segundos 47, pensó Alic. Nunca volverían a derramar su luz única en ese planeta. Aquello lo deprimió un poco.

— ¿Algo nuevo sobre Tarlo? —le preguntó a Matthew.

— No, jefe.

— Bien. —Sabía que no lo había. Pero tenía que hacer algo para distraer sus nervios, que estaban demasiado agitados.

La locomotora se alineó con la cara del acantilado de salidas y continuó a mucha menos velocidad. Había menos trenes pasando por esa sección de la estación. Pasaron junto a una locomotora de clase GH7 que esperaba en una vía muerta; aquella inmensa máquina solo tenía cinco vagones acoplados a ella y su pintura metálica de color verde guisante estaba recubierta de una arena de color topacio lo bastante tupida como para oscurecer el logotipo de la compañía.

Su mayordomo electrónico le dijo que lo llamaba Daniel Alster.

— Deberían estar en la línea directa a Boongate dentro de un par de minutos —dijo Alster—. Una vez que estén ahí, abriremos la salida y les daremos permiso de tránsito. Se cerrará treinta segundos después de que hayan pasado.

— De acuerdo, gracias.

— Buena suerte.

— Tiene buena pinta —le dijo Alic a su equipo de arresto. Su corazón empezó a latir mucho más rápido cuando la locomotora chirrió y empezó a rodar.


Oscar no podía quitarle los ojos de encima a Tigresa Pensamientos. La chica lo había sorprendido unas cuantas veces y él se las había arreglado para esquivar su mirada inquisitiva con una sonrisita de cortesía. Sabía que estaba a punto de ser un maleducado, pero aquella mujer estaba tan fuera de lugar allí que su atracción se parecía al pozo de gravedad de una estrella. Claro que, ¿Te importaría a alguien como ella la grosería de la clase media? ¿Y qué dice esa opinión de mí? Maldita sea, ¿tenía razón Adam y me he convertido en un pequeño burgués?

— Vas a tener que dejarlo ya —dijo Anna, que se colocó delante de él.

— Lo sé —murmuró Oscar con tono violento.

La sonrisa de su amiga se hizo maliciosa.

— Si tanto la admiras, deberías superar esa vena de timidez e ir a pedirle un autógrafo.

— Bueno, vaya, supongo que soy demasiado vergonzoso.

Wilson lanzó una risita.

— No dejes que te avasalle, tío.

— Habló el marido calzonazos. Genial, lo último que me faltaba.

La tranquilidad de Wilson se enfrió de inmediato.

— Oh, mierda —susurró—. Dudley Bose viene hacia aquí. Ambas versiones. Y la humana parece cabreada.

Oscar resistió el impulso de darse la vuelta.

— ¿Hora de hacer mutis por el foro?

— Demasiado tarde —dijo Anna entre dientes y con una gran sonrisa falsa.

— Capitán Monroe —la voz imperiosa de Dudley atravesó el poco buen humor que le quedaba a Oscar. Este se volvió y esbozó una sonrisa.

— Dudley. Tengo entendido que ha recuperado sus recuerdos. —Su mirada se posó en el alto alienígena con sus extraños tentáculos parecidos a tallos. Lo puso nervioso ver algo parecido a un ojo en el extremo de uno, un tallo que se giraba para mirarlo a su vez. Aquello era peor que cruzar la mirada con Tigresa Pensamientos.

— Sí, cabrón —escupió el Dudley humano—. He recuperado la memoria. Así que sé lo que me hizo.

Las personas que estaban más cerca se callaron y les lanzaron unas miradas furtivas.

— ¿Algún problema? —preguntó Wilson con cortesía.

— Como si le importara —se burló Dudley—. El que me dejó allí para que muriera.

— Hace que parezca algo deliberado —dijo Anna.

— Bueno, ¿y no lo fue? —exigió Dudley—. No hacía más que decirnos que siguiéramos adentrándonos. Todo el tiempo: «Solo un poco más, Dudley. Vamos, averiguad lo que hay tras la próxima espiral. Esto es muy interesante». Y confiamos en usted.

— Jamás dije eso —insistió Oscar. Se estaba devanando los sesos para buscar entre los recuerdos de aquellos últimos minutos frenéticos en la Atalaya—. Su transmisor falló en cuanto entraron en el túnel.

— ¡Mentiroso! Sabía que las naves de MontañadelaLuzdelaMañana venían de camino. He visto las grabaciones oficiales, la nave entera estaba en pleno ataque de pánico. Y sin embargo, nos dejó continuar. Nos dejó allí como si fuéramos basura.

— Si de verdad hubiera accedido a las grabaciones originales, sabría que nos rompimos los cuernos para intentar restablecer el contacto —dijo Oscar con tono colérico y tenso—. Mac y Francés arriesgaron el culo para intentar traerlos a los dos de vuelta. Fue usted el que hizo caso omiso del protocolo; deberían haber vuelto en cuanto perdieron el contacto. Si hubiera prestado un poco de atención en su adiestramiento lo habría sabido. Pero, oh, no, estaba demasiado ocupado haciéndole la pelota a la prensa para molestarse con el adiestramiento como los demás. El Gran Descubridor que sale a abrir nuevas fronteras del conocimiento humano. Es usted tan ignorante como arrogante y esa odiosa combinación es lo que nos ha metido en esta guerra.

Wilson se interpuso a toda prisa entre ellos. Oscar estaba molesto, le hubiera gustado darle a Dudley un buen puñetazo en la nariz y a la mierda con lo que le hiciera parecer.

— Ya está bien, los dos —dijo Wilson. El tono de mando fue perfecto. Oscar sintió que miraba con el ceño fruncido a lo poco que podía ver de Dudley, pero, con todo, se apartó. Maldita sea, ¿cómo lo ha hecho?

»Es obvio que tenemos que revisar lo que ocurrió para establecer con exactitud dónde se produjo el fallo de las comunicaciones —continuó Wilson—. Pero no es el momento ni el lugar.

— Bah. —Dudley agitó una mano, asqueado—. Una investigación oficial por parte de una Marina ya desacreditada. ¿Blanqueó bien las respuestas antes de que la presidenta le despidiera?

Un furioso Oscar esquivó a Wilson.

— Parte del adiestramiento que se perdió mientras estaba hablando más de la cuenta en los programas de entrevistas era cómo reconocer situaciones imposibles. Debería haber borrado su célula de memoria y haberse suicidado en cuanto lo capturaron. ¿De dónde sacó MontañadelaLuzdelaMañana las coordenadas estelares de nuestros planetas, eh? ¡De su mente! ¡No es solo un traidor, encima es un cobarde!

Dudley fue a por él con los puños levantados. El motil Bose le rodeó el torso con un grueso brazo curvo y evitó que alcanzara a Oscar.

Wilson le dio un fuerte empujón a Oscar en el pecho y lo apartó. Se produjo un rápido intercambio de empujones antes de que la furia de Oscar se calmara y convirtiera en vergüenza.

— Lo siento —murmuró, mortificado al ver que Anna también estaba ayudando a contenerlo—. Es que me pone enfermo.

— Lo sé —dijo Wilson con el brazo rodeando todavía el hombro de Oscar sin fuerza, pero con los músculos tensos por si necesitaba contenerlo otra vez.

Era una imagen que reflejaban Dudley y el motil Bose, que se alejaban en la otra dirección. Dudley consiguió volver la vista atrás y crispó la cara en un gesto de cólera.

Oscar se mordió el labio inferior e intentó desesperadamente resistir la tentación de volver a empezar otra vez. Anna y Wilson no se alejaban de él.

— Vamos —murmuró ella—. Déjalo ya. Tranquilo, chico. Calma.

— De acuerdo. —Avergonzado ya del todo, Oscar levantó las manos y se rindió—. Me voy. A hacer yoga o alguna chorrada parecida.

Anna esbozó una gran sonrisa.

— No pensé que fueras de esos. —Frunció los labios en un puchero burlón—. Eres taaan macho.

Oscar se limitó a hacer una mueca.

— No. Por favor.

Wilson le dedicó una sonrisa triste y después se puso serio.

— Sabes, por mal que me caiga Bose, hay una discrepancia muy grande, y me preocupa.

— ¿El agente del aviador estelar? —adivinó Oscar.

— Es mi primera alternativa. Maldita sea, vamos a tener que sentarnos de verdad con ese mierda y escuchar lo que tiene que decir.

— Mejor con el motil. No parece un ataque de nervios permanente con patas.

— Eh, compórtate. —Anna le dio un puñetazo en un brazo.

— ¡Ay! —Oscar se frotó el punto dolorido y después vio que Tigresa Pensamientos estaba a solo un par de metros. La joven tenía una sonrisa ávida mientras mascaba a toda prisa su chicle.

— Eh, tíos —dijo con una admiración chillona—. Qué intensos sois. En serio.


— ¿Qué coño es eso? —preguntó Adam.

Los sensores que los Guardianes habían plantado alrededor del acceso a la salida de Boongate mostraban una única locomotora antigua y desvencijada que se iba acercando por la vía principal de Boongate.

— Es el tipo de locomotoras que usan los equipos de mantenimiento de la estación —dijo Kieran.

La imagen de los sensores vaciló y después se expandió. Kieran estaba enfocando la cámara hacia las ventanillas de la locomotora. No había mucho que ver. Una luz amarilla iluminaba el interior del vehículo, difuminada por el cristal mugriento.

Había unas sombras oscuras y humanoides que se movían por el interior. Más grandes que el humano medio. Mucho más grandes.

— ¿Bradley? —preguntó Adam—. ¿Qué te parece?

— No parece un vehículo muy probable para el aviador estelar. Por otro lado, como no es lo que nos esperábamos...

— Tiene cierta capacidad de carga —dijo Kieran—. ¿Tiene que ser muy grande?

— No lo sé —dijo Bradley.

Adam sacudió la cabeza. No le gustaba nada aquella locomotora. Sabía que no era normal. Pero era incapaz de averiguar lo que podría estar haciendo.

Los datos de los sensores, por poco que valieran, llenaron su visión virtual. Lo cierto era que la locomotora no tenía campo de fuerza. Pero dentro había unas fuentes de energía bastante grandes, cinco en concreto. Y su enlace de comunicaciones con el control de tráfico era normal.

Tocó los iconos del pequeño equipo de combate que habían ocultado cerca de la salida.

— Preparados —les dijo.

— Si es el aviador estelar, estará muy protegido —le advirtió Bradley.

— Lo sé. Llama a Burnelli, que averigüe qué es eso. —Cogió el casco del traje blindado de la consola de la cabina, donde lo había dejado, y se lo puso. Delante de él, a cien metros, las puertas de la nave empezaron a abrirse.


— Señor, el equipo de la Marina está en posición —informó Daniel Alster.

— De acuerdo —dijo Nigel. Sus manos virtuales sacaron el código de activación del agujero de gusano de un depósito cifrado y lo enviaron al centro del control de la salida de Boongate.

— Confirmando código de activación —dijo Alster—. La estamos abriendo.

— Hazlos pasar tan rápido como puedas, Daniel, por favor.

— Sí, señor.

Nigel cambió los datos del centro de control de la salida a una parte de su red de visión virtual para poder monitorizarlos. Delante de él, las puertas de la sala de conferencias se abrieron de forma automática para dejarlo entrar a él y a Nelson.

— Están pasando —le dijo al jefe de seguridad.

— Espero que merezca la pena.

— Con agentes del aviador estelar bajo custodia, Columbia lo aceptará todo sin luchar. Eso hace que merezca la pena. —Nigel echó un vistazo por el auditorio para ver los varios grupos. Se dirigía hacia Qatux cuando lo interceptó Mellanie con un incómodo Hoshe a remolque.

— Tenemos que sacar a unas personas de Boongate —le dijo.

— ¿Disculpa? —No pudo evitar mirar a Oscar, que estaba haciendo un corrillo con Wilson y Anna. Oscar levantó la cabeza con aire expectante.

— Hay un equipo de la Seguridad del Senado que se ha quedado aislado allí.

— Bueno, siento oírlo, pero ese no es nuestro problema.

— Están siguiendo a un agente del aviador estelar. Creí que queríamos encontrar agentes del aviador estelar. —La joven barrió con el brazo el auditorio—. Esa es la idea, ¿no? Cogerlos y meterlos aquí para que los lea Qatux.

— Espera, ¿a qué agente del aviador estelar están vigilando?

— Victor Halgarth, el padre de Isabella —dijo Hoshe.

— ¿También está allí? —Los datos de la salida de Boongate de la red de la visión virtual de Nigel le mostró la apertura del agujero de gusano.

— ¿Cómo que también? —preguntó Mellanie—. Mira, Nigel, el equipo de la Seguridad del Senado acaba de informar que Victor se está moviendo con un montón de tropas armadas. Tenemos que sacarlos de allí o enviar refuerzos. En cualquier caso, hay que abrir el agujero de gusano.

Wilson y Oscar intercambiaron una mirada sorprendida.

— El equipo de París no puede desviarse para ayudar a la Seguridad del Senado —dijo Oscar—. Arrestar a Tarlo tiene prioridad absoluta.

— ¿Tarlo está en Boongate? —preguntó Paula sorprendida, después se volvió hacia Hoshe—. ¿Cómo es que no lo sabíamos?

— No se ha archivado nada de eso —dijo Hoshe.

— ¿Dos agentes del aviador estelar en Boongate? —preguntó Nelson. Parecía alarmado.

— ¿Qué operación está dirigiendo usted? —le preguntó Paula a Oscar.

— De la aparición de Tarlo nos informó Edmund Li —dijo Oscar—. Trabaja en la división de inspección de mercancías de Tierra Lejana, en Boongate. Tarlo se ha apoderado de toda la sección de Tierra Lejana de la estación de Boongate. El equipo de la oficina de París está entrando para arrestarlo.

— ¿Está entrando? —preguntó Paula, sorprendida. Se dio la vuelta y miró a Nigel—. ¿Está abriendo la salida?

— Ya está abierta —dijo Nigel. Intentó no parecer avergonzado.

— Tiene que cerrarla —dijo Paula—. Esto no puede ser una coincidencia.

Nigel revisó los datos que tenía en su red.

— Se cerrará en cualquier momento.

— ¡Nigel! —lo llamó Justine.

— ¿Y ahora qué?

— Tengo a Bradley Johansson. Tenemos que hablar con él. Ahora. —Activó el enlace de Johansson y lo convirtió en una llamada general.

— Señor Johansson —dijo Nigel—. Parece que la Federación le debe una gran disculpa.

— Gracias, señor Sheldon, pero ahora mismo me gustaría cambiar eso por cierta información.

— ¿Y cuál es?

— Hay un tren acercándose a la salida de Boongate. ¿Es un tren que ha autorizado usted?

— Sí. No se preocupe. Lleva un equipo que se va a encargar de un agente del aviador estelar.

— ¿En serio? ¿Y qué hay del segundo tren?

Nigel se quedó mirando a Nelson.

— ¿Qué segundo tren?

El enlace se ensanchó y se convirtió en una imagen visual granulosa. Una única locomotora desvencijada iba arrastrándose hacia la fila gigante de salidas. Trescientos metros por detrás, otro tren se deslizaba hacia la vía que llevaba a Boongate.

— ¿Quién cojones es ese? —jadeó Nigel. Su mentalidad expandida accedió al control de tráfico de la estación de Narrabri. El tren ni siquiera se recogía en el sistema.

— ¡Cierre la salida! —exigió Paula—. ¡Ya!

A Nigel no hacía falta que se lo dijeran. Su mano virtual tocó el icono de Daniel Alster. No hubo respuesta, ni siquiera dio acuse de recibo de su solicitud de conexión. El único resultado fue que los datos de la salida de Boongate desaparecieron de la red.

— Mierda. —Pidió a toda prisa el código de la dirección de la unisfera de Ward Smith. Tampoco respondió. Nigel desvió toda su mentalidad expandida al sistema de control de la salida de Boongate, preparado para hacerse personalmente con el control y cerrar la salida. Su presencia electrónica no pudo acceder al sistema—. No puedo entrar —dijo Nigel. Cosa que lo conmocionó más que cualquier otra cosa—. No consigo entrar en el puto sistema.

— ¿Qué hay de Alster? —preguntó Oscar—. ¿Puede cerrarla él?

— No responde.

— Daniel Alster, su ayudante ejecutivo jefe —dijo Paula. Asintió con lo que podría haber pasado por satisfacción—. El cargo perfecto.

— Esto es de lo más estimulante —dijo Qatux—. Me alegro tanto de haber venido.


La salida de Boongate estaba justo delante, a cuatrocientos metros, y la locomotora había ido frenando hasta avanzar a paso de peatón. Alic veía la vía que llevaba directamente al fondo del semicírculo funerario que tenían delante, brillando con una luz plateada bajo el anochecer. ¡Estaban tan cerca! La tensión de la espera estaba actuando como agua gélida en sus tripas. Ninguno de los demás decía nada, permanecían todos juntos, observando la salida que se abría ante ellos.

Alic sabía que, en realidad, nunca se había cerrado del todo, lo que era engañoso. El agujero de gusano seguía llegando a Boongate, el TEC se había limitado a reducir su anchura interna a cero. Expandirlo otra vez era una simple aplicación de energía. En su mente él lo veía como una gran palanca que solo había que bajar.

El semicírculo oscuro empezó a iluminarse y adquirir un fuerte tono dorado.

— Allá vamos —dijo Matthew.

— Joder, nunca pensé que lo haríamos de verdad —dijo Jim—. ¿Cómo creéis que va a ser el futuro?

— Vamos a concentrarnos en la misión —dijo Alic.

— Oh, vamos, jefe, tiene que intrigarte.

— Quizá, pero la misión es lo primero. —Pero sí que lo hizo pensar cuando la locomotora empezó a coger velocidad.

— ¿Nos van a pagar los veinte años de sueldo? —preguntó Jim.

— ¿La Marina? —dijo John—. Tienes que estar de broma.

— Pero llevaremos fuera veinte años...

— Alic —dijo Oscar—. Está detrás de usted.

— ¿Qué? —Un instinto primitivo le produjo un escalofrío por los miembros.

— El aviador estelar está detrás de usted. Hay un tren acelerando por la vía. Hemos perdido el control de la salida. ¡Muévanse!

Alic se giró en redondo para examinar la parte de atrás de la locomotora. Las luces del techo no iluminaban mucho allí atrás y convertían la zona de carga en una cueva de metal lúgubre. Levantó un brazo, un rifle de plasma salió del hueco que ocupaba en el antebrazo. Lo puso en modo de expansión rápida y disparó. El rayo abrió un agujero de dos metros en la parte de atrás de la locomotora. Una sacudida recorrió el suelo del vehículo cuando se meció sobre su vieja y rígida suspensión.

— ¡Cristo, jefe! —exclamó Jim—. ¿Qué cojones estás haciendo?

Alic no respondió, estaba mirando por la brecha. Una luz brillante lo estaba iluminando. Sus implantes de retina activaron programas de filtrado. Una locomotora de clase GH7 se movía por su vía trescientos metros más atrás, con los faros resplandeciendo a medida que empezaba a coger velocidad. Alic vio que el último de los vagones dibujaba una curva en los cambios de aguja, estaba recubierto de arena amarilla. Era el tren junto al que acababan de pasar en la vía muerta.

La parte delantera de la GH7 era casi el triple de alta que la locomotora en la que iban ellos y con toda facilidad el doble de ancha. Ya solo la rejilla de ventilación cromada era más grande que ellos. Y la velocidad que llevaba estaba reduciendo mucho la distancia. Con solo unos pocos vagones podía acelerar mucho.

— ¡Mierda! —exclamó Vic.

— Es el aviador estelar —les dijo Alic. Una de sus lanzas de partículas se alzó por encima de su hombro y apuntó directamente al centro de la GH7. Disparó. Una incandescencia bañó la locomotora como una fuerza sólida. Las ventanas reventaron por el estallido sónico de la descarga. Alic se tambaleó hacia atrás y estuvo a punto de caer, sintió las bandas electromusculares del traje luchar contra el retroceso. La lanza golpeó a la GH7 de frente y se partió.

— Campo de fuerza —dijo Matthew—. Tienen protección pesada.

— Vic, John, cargaos la vía —ordenó Alic. La GH7 estaba más cerca, a apenas doscientos metros de distancia. Era enorme y aterradora.

— Aceleren —dijo Oscar—. Pónganse al mando de la locomotora y aceleren.

Las manos virtuales de Alic bailaron sobre los iconos de gestión de la locomotora. Vic y John corrieron a la parte de atrás del vehículo y se arrodillaron delante del agujero de la explosión. Empezaron a dispararle a la vía que quedaba entre ellos y la GH7. Unos destellos verdes y morados cruzaron el terreno.

— Han extendido el campo de fuerza —chilló Vic—. No podemos eliminar la vía.

La mano negra virtual de Alic apretó el símbolo del acelerador de la locomotora y lo sostuvo así. Se oyó un agudo chirrido de los motores del eje y la locomotora se echó hacia delante.

— Están ganando terreno —chilló Matthew—. Nos van a embestir.

Alic se giró en redondo. La salida estaba a solo doscientos metros de distancia.

Una explosión ardiente de color escarlata brotó del costado de la GH7. Unas llamas estallaron por el campo de fuerza de la gigantesca locomotora y subieron al cielo retorciéndose para alimentar una nube retorcida de humo negro.

— Ah, genial —se quejó Jim—. Y ahora hay alguien más ahí fuera disparando.


La mentalidad expandida de Nigel examinó las conexiones físicas que llevaban al centro de control de la salida de Boongate. Se habían erigido cortafuegos en cada nodo de interfaz de la red de Narrabri del TEC, aislando así el sistema entero.

¡Tiene que haber un modo de entrar!

Podía descifrar los cortafuegos pero llevaría tiempo. Estaban basados en un cifrado geométrico de ciento noventa.

— Manda un equipo de seguridad al centro de control de la salida —le soltó Nigel a Nelson. Su presencia digital daba vueltas alrededor de la red, interrogando a cada nodo de desvío en busca de cualquier punto débil. Desvió a ocho de las IR de la estación de Narrabri de su función primaria de gestionar los generadores de agujeros de gusano y les asignó la tarea de descifrar los cortafuegos. Sabía que no conseguirían hacerlo a tiempo.

La red de control de tráfico, con su complejo sistema de sensores que se extendían por toda la estación, seguía a su alcance. Accedió a las cámaras que había instaladas sobre la salida de Boongate y recibió una visión clara de la pequeña locomotora que iba abriéndose paso a sacudidas por los últimos ciento cincuenta metros de vía. La GH7 estaba justo detrás y sus faros iluminaban la pintura chapucera y las ruedas mugrientas. La distancia se iba reduciendo a toda prisa a medida que la locomotora aceleraba todo lo que sus antiguos motores de eje le permitían. Unos misiles se estrellaron contra la GH7. No tuvieron el menor efecto.

¿De dónde habían salido?

— El centro de control de la salida está cerrado y se han hecho fuertes dentro —informó Nelson—. No podemos entrar.

— Reviéntalo —le ordenó Nigel. Un aspecto de su mentalidad expandida estaba examinando las plataformas orbitales para ver si sus armas de haces podían hacer un disparo limpio contra la GH7. Pero no tenía acceso al campo de fuerza de Narrabri y para cuando se pusiera en contacto con Alan ya sería demasiado tarde.

Otra fina lanza de partículas partió de la locomotora para golpear sin mucho éxito el campo de fuerza que rodeaba el GH7. Después, la locomotora atravesó a gran velocidad la salida abierta.


Alic se preparaba por instinto para el golpe. La GH7 se estaba acercando a toda velocidad, se precipitaba sobre ellos con más inercia que una luna en caída libre.

— Preparados para saltar —dijo Alic. Dobló las piernas, preparado para utilizar la fuerza de los electromúsculos del traje. Debería ser suficiente para apartarlo, y luego si echaba a correr...

— Nos quedamos —gruñó Vic—. Vamos a pasar en cualquier momento. Yo no pienso dejar que se nos escape ahora.

— Pero...

La débil luz de tinte dorado rosáceo que emanaba de la salida casi se perdía entre el duro resplandor de los faros que tenían detrás. Alic estaba hipnotizado por la GH7 que avanzaba y se acercaba cada vez más. El momento de la verdad se podía medir en simples segundos. Menos.

— Quédate —le rogó Vic.

Lo que no dejaba de ser una decisión personal y Alic lo sabía, mientras que él debería estar valorando la operación de forma fría. Demasiado tarde.

Otra salva de misiles golpeó la locomotora GH7. Después atravesaron el campo de fuerza y la estación planetaria de Boongate se extendió ante ellos bajo el crepúsculo de un sol que atardecía. Alic se quedó mirando consternado lo que les esperaba.

— Saltad —chilló frenético.


La GH7 se desvaneció por la salida de Boongate.

— Ha vuelto a casa —exclamó Nigel. No podía creer lo que acababa de ver—. Justo delante de nuestras putas narices. ¡Hijo de puta!

— El enlace del comandante Hogan se ha desconectado —dijo Oscar—. Deben de estar atacándolos al otro lado.

— No me digas, coño.

— La conexión de la unisfera con Boongate ha caído —dijo Nelson—. Parece que el enlace físico se eliminó justo al otro lado del agujero de gusano de anchura cero.

— Señor Sheldon —dijo Bradley Johansson—. Tenemos que ir tras él.

Nigel le lanzó a Justine una mirada, ansioso por recibir consejo de alguien que tenía que entender todos los factores. La senadora se limitó a encogerse de hombros, se había posado la mano izquierda en el vientre. A Nigel le pareció que Justine iba a vomitar, se le estaban hinchando las mejillas.

— Reuniremos un equipo —dijo Nigel. Lo dijo como si fuese una admisión de derrota.

— Disculpe —dijo Bradley—. Nosotros ya tenemos un equipo. Y me he pasado ciento treinta años preparándome para esta eventualidad. Déjenos pasar.

— Ni siquiera tengo el control de la salida ahora mismo.

— Mi escuadrón está entrando en el centro de control de la salida —dijo Nelson—. Hay cierta resistencia. Oh... están todos muertos; todo el personal, los ha asesinado.

Nigel cerró los ojos y experimentó una angustia que se parecía mucho a un dolor físico. Uno de los rectángulos de la red se expandió en su visión virtual. No recordaba haberlo pedido. Los enlaces del escuadrón de seguridad le mostraron la carnicería.

— ¡Oh, Cristo! —Volvía a repetirse Anshun—. ¿Cuántos de esos cabrones de Judas hay? —Cuatro de los miembros del escuadrón de seguridad estaban persiguiendo a alguien con un traje con campo de fuerza, abriendo agujeros en llamas en la estructura del edificio administrativo de la salida al pasar. Una alerta de seguridad de nivel uno iba cerrando poco a poco el edificio al tiempo que los campos de fuerza lo iban compartimentalizando. Poco, escaso y demasiado tarde,

Nigel ya lo sabía.

— Tenemos que volver a Tierra Lejana —dijo Bradley Johansson—. Los Guardianes pueden detener al aviador estelar. Es nuestro momento, señor Sheldon, déjenos hacer lo que hemos dedicado toda nuestra vida a lograr.

El fuego de los rifles de iones y las granadas de energía optimizada estaban haciendo pedazos el cuarto piso del edificio administrativo, el escuadrón de seguridad iba cercando a Daniel Alster. Nigel respiró hondo y se preparó para lo que estaba por llegar.

— ¿Qué necesitan?

— Tenemos un tren aquí, en la estación de Narrabri, cargado con todo nuestro equipo. Todo lo que necesitamos para que funcione son los datos que llevaba Kazimir. La senadora Burnelli los tiene.

— Así es —confirmó Justine. Levantó un cristal de memoria y después hizo una mueca cuando la invadió otro ataque de náuseas.

— Una vez que tengamos eso —continuó Johansson—, necesitamos paso franco por el agujero de gusano de Boongate. La investigadora Myo puede garantizarlo.

— No —dijo Paula—. No pienso hacerlo, no voy a legitimar las actividades criminales de Elvin.

— Necesitamos una garantía si vamos a exponernos —dijo Johansson—. Tiene que entenderlo, ¿no?

— No tengo razones para mentir —dijo Nigel—. Pueden pasar. No hay truco.

Las IR estaban salvando los cortafuegos, abriendo una ruta que le permitía acceder otra vez a los sistemas del agujero de gusano de Boongate. No parecía que Alster le hubiera infligido ningún daño físico a la gigantesca máquina.

— Investigadora, no le estoy pidiendo que legitime nada —dijo Bradley—. Le estoy pidiendo que nos ayude a superar la desconfianza que lleva ciento treinta años ayudando al aviador estelar. Además, podrá usted presenciar su desaparición definitiva.

Nigel jamás había visto a Paula tan indecisa. Tenía incluso una película de sudor en la frente. Puso en espera el enlace con Johansson.

— Tendrá que ir —le dijo con suavidad—. Llévese a las Garras de la Gata con usted, se ocuparán de su seguridad.

— Yo arresté a Morton —dijo la investigadora con tono indignado.

— De acuerdo, entonces a unos operativos de seguridad del TEC. Pero tenemos que poner esto en marcha.

Wilson y Anna habían estado susurrando entre ellos.

— Nosotros vamos —dijo Wilson—. Alguien de nuestro grupo tiene que confirmar lo que ocurre en Tierra Lejana, si es que llegamos allí.

— Vosotros dos no tenéis experiencia a la hora de enfrentaros con terreno desconocido —dijo Oscar—. Además, yo soy un oficial de la Marina en activo.

— Se acabó. —Nigel levantó una mano—. Podéis ir vosotros tres y Paula con las Garras de la Gata. Punto. Nelson, que se pongan los trajes, los mejores blindajes que tengamos. —Volvió a conectar con Johansson—. Bradley, vamos a enviarles un equipo, incluyendo a la investigadora Myo. Les acompañarán a Tierra Lejana.

— Gracias, señor Sheldon.

— Yo también acompañaré al señor Johansson —anunció Qatux.

La risita de Tigresa Pensamientos se oyó en todo el auditorio.

— Supongo que eso significa que yo también voy, ¿eh?

— Si fueras tan amable —dijo Qatux—. No creo que nada de lo que puedas experimentar en la Federación vaya a tener tanta abundancia de contenido emocional como esta persecución.

— Claro. Vale —dijo Tigresa Pensamientos—. Nos echaremos unas risas.

— Qatux, no puede ir —dijo Nigel.

— ¿Por qué no?

— Es peligroso.

— Soy yo el que debo juzgar eso. Soy un individuo.

— Pero lo necesitamos aquí —dijo Hoshe.

— Regresaré para ayudarlos con la investigación de los agentes del aviador estelar. Imagino que seré de más utilidad en Tierra Lejana en un futuro inmediato; es probable que allí haya más agentes del aviador estelar.

— Oh, y por qué no, coño —gruñó Nigel a regañadientes—. ¿Alguien más? —Se quedó mirando a Mellanie, que respondió levantando la cabeza para estudiar el techo.

— ¿Podría pedirles que se dieran prisa, por favor? —dijo Bradley Johansson—. Se nos está acabando el tiempo.


Ya no quedaba mucho Gobierno en Boongate cuando MontañadelaLuzdelaMañana envió sus naves y bombas de llamarada a ese sistema estelar. La población también se había reducido mucho, habían sido muchos los que habían empezado a irse en cuanto se produjo la invasión de los 23 Perdidos. Para los ricos era fácil, podían permitirse cambiar de hogar sin demasiados problemas; las clases medias, bien informadas o con hijos pequeños, se tomaron la pérdida como el precio que había que pagar para garantizar su seguridad; para los solteros era incluso más fácil hacer las maletas e irse. El gobierno local ayudado por el Senado de la Federación, hizo todo lo que pudo por desalentar el éxodo. La Marina reforzó las defensas del planeta, incluyendo los campos de fuerza que protegían las ciudades y los pueblos más grandes. Poco antes se había asignado una nave estelar al sistema para que hiciera labores de patrulla que complementaran las plataformas orbitales. El desplazamiento de la población continuó más o menos como antes.

Se habían ido tantos efectivos de la policía que el primer ministro de Boongate se vio obligado a pedirle al TEC más personal de seguridad para que lo ayudara a controlar a la multitud alrededor de la estación planetaria. Y, en efecto, Nigel los envió desde Wessex, aunque por contrato volvían allí entre turno y turno. Sin esa concesión, no habrían aceptado el trabajo.

A medida que más personas iban abandonando el campo y los pueblos pequeños para dirigirse al otro lado de la Federación, también iban retirando a la policía rural a los pueblos grandes. Con el tiempo los enviaron a las ciudades y solo patrullaban los pueblos grandes de forma intermitente.

Los cálculos más precisos decían que treinta y siete millones de personas habían abandonado su mundo hasta ese momento. Lo que todavía dejaba más de noventa millones viviendo allí, sumidos en grados varios de agitación. Cuando las bombas de llamarada y los sancionadores cuánticos detonaron en la estrella, no quedaba ningún mecanismo real para contar cuantas personas habían conseguido llegar a la seguridad de los campos de fuerza. Las enloquecidas tormentas de partículas que barrieron el planeta alteraron los suministros de energía y las comunicaciones. Todos los que se enteraron de los avisos hicieron lo que pudieron para ponerse a salvo, se refugiaron en sótanos o detrás de muros gruesos, se metieron bajo tierra, cogieron el coche y se fueron a los túneles y unos cuantos afortunados tenían cuevas cerca. Una vez que las ventiscas boreales disminuyeron, la agitada atmósfera golpeó a los supervivientes con temporales y huracanes. La población luchó por llegar al centro de población más cercano con un campo de fuerza.

El Gabinete de Guerra había avisado a los gobiernos planetarios de los Segundos 47 media hora antes de hacer el anuncio público. Al primer ministro de Boongate y a los miembros restantes de su gabinete les quedó la tarea casi imposible de llevar a los supervivientes a la capital antes del plazo de una semana marcado para la evacuación. Los que tenían coche se metieron en él y se pusieron en marcha. Se requisaron autobuses. Se elaboraron horarios de trenes y se utilizaron tanto vagones de pasajeros como de carga.

El campo de fuerza de la estación planetaria del TEC, que se había activado al comenzar las invasiones, permaneció conectado. Dado que todos los que quedaban en el planeta se iban congregando poco a poco bajo el campo de fuerza de la capital, el Gobierno necesitaba mantener la estación despejada para evitar una estampida. En pocas horas, la nueva avalancha de refugiados había rodeado la estación entera. Su número aumentaba de forma constante, sin orden ni concierto. Muy pronto fue imposible que los alimentos, la policía o el personal médico llegasen a los emigrantes más alejados, que se apretaban contra el campo de fuerza. Lo único que se podía hacer era esperar a que Nigel Sheldon cumpliese su promesa. El gabinete sabía que en cuanto se abriera la salida al futuro y se desconectara el campo de fuerza de la estación, habría una carrera desatada hacia la salida. El número de heridos alcanzaría proporciones gigantescas. Se elaboraron planes de emergencia médica, pero con pocas perspectivas de poder llevarlos a cabo.

Entre tanto, los que ya estaban dentro de los límites de la estación cuando se activó el campo de fuerza celebraron su asombrosa buena suerte y se acomodaron para vivir una espera relajada que en el exterior era imposible. Duró hasta el momento en el que la salida de Wessex se abrió sin previo aviso.

La desvencijada locomotora de la división de mantenimiento ferroviario pasó en tromba por la abertura. Su armazón se sacudía con violencia y sus motores se veían forzados a unos niveles de torsión para los que no los habían diseñado.

Una serie de vehículos los esperaban al otro lado de la vía: grandes cuatro por cuatro y furgonetas cubiertas, todos ellos equipados con voluminosas armas montadas y desplegadas ya abiertamente. Se produjo un largo momento interrumpido solo por el chirrido metálico de las ruedas de acero y los cojinetes a los que estaban presionando mucho más allá de sus márgenes de seguridad. Varias figuras ataviadas con trajes blindados saltaron por las ventanillas reventadas de la locomotora cuando los vehículos dispararon sistemas láser, armas cinéticas y rayos de iones contra el armazón. Los frágiles paneles de metal se arrugaron y vaporizaron, pero el atormentado chasis aguantó. Ya no era más que una bola de fuego sobre ruedas que se precipitaban hacia delante.

La gigantesca locomotora GH7 pasó a toda velocidad por la salida con sus cinco grandes vagones de carga intactos. Todos los vehículos dejaron de disparar. Dos segundos después, la GH7 chocó contra los restos en llamas. Lo que quedaba de la pequeña locomotora se desintegró y sus restos formaron un halo efímero de llamas alrededor de la parte frontal de la GH7.

Varios trozos de metal retorcido y carbonizado fueron cayendo alrededor de Alic. Sus sensores pasivos le mostraron las formas ennegrecidas que rebotaban por el suelo de piedra. Cuando cambió el enfoque, vio que la GH7 empezaba a frenar y adquirir una velocidad más razonable una vez concluida con éxito su loca carrera para atravesar la salida. Ya estaba a medio kilómetro de distancia. Los vehículos aparcados arrancaron y salieron tras ella, proporcionándole una escolta completa a ambos lados. Se balanceaban con violencia al atajar por las vías y las zanjas de drenado sin dejar de mantener su posición.

Los dos vehículos que cerraban la marcha del pequeño convoy abrieron fuego con cañones de repetición magnéticos que ametrallaron la zona donde habían aterrizado los trajes blindados. El instinto hizo que Alic se cubriera la cabeza con los brazos cuando el suelo estalló en nubes de lascas de piedras a su alrededor. Un par de los proyectiles le alcanzó el blindaje y lo golpeó de lado pero el campo de fuerza aguantó.

Su impacto fue como recibir una patada en las costillas.

— Hijo de puta —gimió Jim—. Me han dado en el casco.

— ¿Estás bien? —preguntó Matthew.

— Con una resaca digna de una despedida de soltero de ocho días.

— Jefe, ¿quiere que les disparemos a los vehículos? —preguntó Vic—. Puedo hacer blanco por lo menos en ocho con misiles.

— No. No importan mucho. Lo único que importa ahora es el aviador estelar. —Vio un cuadrado rojo destellando en su red de comunicaciones—. Maldita sea. Hemos perdido la unisfera, con lo único que puedo conectar es con la ciberesfera planetaria. No puedo decirle a Oscar lo que ha pasado.

— No tardarán en llegar —dijo Jim.

Alic se puso de pie. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la red de telemetría de John King estaba en negro.

— Oh, mierda. ¿Alguien ha visto a John? ¿Consiguió salir?

— Lo tengo —dijo Vic—. Parte de él. Las armas cinéticas consiguieron pasar, debe de haber recibido una auténtica paliza. Maldita sea, esto es un desastre. Se lo comieron vivo.

— Mierda. —A Alic le apetecía golpear algo. Con todas sus fuerzas—. ¿Ves el casco? ¿Ha quedado dañado el cráneo?

— No, creo que eso está bien. Está de una pieza de los hombros hacia arriba. Más o menos.

— Bien, su célula de memoria está intacta. Todavía pueden hacerlo renacer.

— ¿Quién? —exclamó Jim—. Este planeta ni siquiera va a estar aquí al final de esta semana.

— Antes de irnos, volvemos aquí y recuperamos la célula de memoria —dijo Alic—. Y eso va por todos. El último que quede tiene esa obligación. ¿De acuerdo?

— Sí, jefe.

Los otros dos dieron acuse de recibo con un gruñido.

— De acuerdo. —Alic se quedó mirando la vía por la que se había ido la GH7. El campo de fuerza de la sección de Tierra Lejana era una burbuja de color grisáceo que se agazapaba sobre un grupo de edificios y almacenes diminutos a seis kilómetros de distancia—. Sabemos a dónde va. Vamos a por él. Matthew, llama a Edmund. Ya es hora de que se gane el sueldo y desconecte ese campo de fuerza.

— ¿Solo nosotros cuatro? —preguntó Jim.

Alic dio la vuelta y miró la salida. Seguía abierta. Podría pasar corriendo. Podríamos pasar todos. Sería tan fácil. Técnicamente hablando, la misión se ha acabado. Hemos demostrado que el aviador estelar existe.

— No creo que estemos solos mucho tiempo.

Sus sensores virtuales captaron algo que se movía a un kilómetro de distancia, algo que cruzaba la estación y se dirigía hacia ellos. Un barrido con un radar láser le mostró una bicicleta que se movía rápido y saltaba entre las vías del tren, rumbo al agujero de gusano. Después captó un par de objetos más que se movían detrás de la bicicleta, quizá coches pequeños.

— Vamos —dijo—. Nos va a llevar por delante si nos quedamos aquí mucho tiempo más.


Adam sacó con cuidado la Ables ND47 de la nave y frenó. El control de tráfico de Narrabri los metió en el sistema y les asignó un código de tránsito. Tuvo que sonreír al ver el nombre del archivo: Guardián 0001A.

Así que ahora somos los número uno.

— Aquí vienen —dijo Bradley.

Adam abrió la puerta de la cabina y miró. Un camión de tamaño medio y un autobús de quince plazas se dirigían a toda velocidad hacia la nave por la vía de acceso.

— ¿Todo el mundo bien por ahí abajo? —le preguntó al equipo metido en los vehículos blindados. Los tres líderes del escuadrón: Kieran, Rosamund y Jamas, respondieron que sí. Le pareció que estaban todos demasiado tensos. Incluso para un guardián, comprometido desde su nacimiento, era increíble saber al fin que el aviador estelar había pasado a solo unos kilómetros de distancia. En cuanto a él...

Ya no tengo que tomármelo como un asunto de fe. Era una liberación asombrosa, casi espiritual. El aviador estelar era algo real, los Guardianes podían integrarse en la sociedad y había una causa noble por la que luchar. En medio de una guerra por la supervivencia de la especie, con millones de personas ya muertas, él se sentía incluso bien.

El autobús y el camión se detuvieron junto a los dos vagones cerrados, detrás de la Ables ND47. Bradley ya había abierto las amplias puertas de los lados y estaba sacando las rampas. Había dicho que Sheldon enviaba algo grande. Adam supuso que sería algún tipo de aerorrobot.

Unas figuras blindadas bajaban a toda prisa del autobús. La parte trasera del camión subió y salió una gruesa rampa.

— La hostia —murmuró Adam.

Un raiel bajó con pesadez del camión, su voluminoso cuerpo ondeaba en largos movimientos ondulados. Lo seguía una mujer con un cabello rojo desaliñado que iba vestida con una blusa negra y una falda corta casi del mismo color que el pelo. Se había embutido un traje esqueleto con campo de fuerza encima de la ropa. Pero ni siquiera eso podía explicar la falta de elegancia de sus movimientos. Después, Adam se dio cuenta de que llevaba tacones.

Cinco de los Guardianes salieron de los vehículos blindados para saludar a los recién llegados. Sobre todo se arremolinaron alrededor del raiel.

Un hombre con un elegante y costoso traje salió del autobús. Adam reconoció a Nelson Sheldon de inmediato. Su presencia provocó un ligero escalofrío por la columna de Adam cuando vio que Bradley se quitaba el casco del traje y se acercaba a estrecharle la mano al jefe de seguridad. Un momento histórico. Una figura con traje blindado que había junto a Nelson le dio a Bradley una pequeña caja de plástico, de las que se usaban para llevar cristales de memoria.

¡Es ella! Adam se estremeció otra vez dentro de su traje blindado.

Como si pudiera leerle el pensamiento, Paula Myo se dio la vuelta y levantó un poco el casco negro para poder mirarlo directamente. Incluso con todas las capas activas y pasivas de protección del traje, Adam se sentía muy vulnerable.

— De acuerdo —dijo Bradley—. Que empiece el espectáculo.

El raiel empezó a subir una rampa que entraba en el vagón de carga trasero. Era obvio que Bradley había decidido que podía viajar en uno de sus camiones Volvo blindados.

Paula Myo permaneció fuera, mirando la cabina que había encima de la Ables ND47. El mayordomo electrónico de Adam le dijo que lo estaba llamando por un canal local seguro. Adam abrió el enlace de comunicación.

— Señor Elvin —dijo Paula Myo.

— Investigadora. Gracias por acceder a ayudarnos. —Auténticas chorradas, por supuesto; no estaba nada contento. No la quería ni a cien años luz de su tren, ni de él.

— Solo para que nos entendamos —dijo Paula—: Cuando se ponga fin a la amenaza del aviador estelar, le arrestaré por la atrocidad de Abadan. Johansson ha cometido muchos actos delictivos pero tenían motivaciones políticas, por lo que supongo que se le concederá un indulto. Ya se están llevando a cabo conversaciones de alto nivel sobre ese tema. Usted, por otro lado, no recibirá ningún indulto. Ya se ha decidido. Su ayuda continuada para exterminar al aviador estelar quizá contribuya a mitigar su sentencia si así lo decide el juez, nada más.

Adam cerró el enlace y le hizo un gesto obsceno con el dedo. No era un gesto que quedara muy bien con un traje blindado.

Paula subió la rampa y entró en el primer vagón cubierto.

Adam cerró de golpe la puerta de la cabina. Temblaba dentro del traje. Hasta las manos virtuales parecían temblarle cuando empezó a manipular los sistemas de la locomotora para preparar el equipo de defensa para lo que los esperara al otro lado del agujero de gusano.

Los nervios previos al combate, eso es todo. No es ella. No me asusta. Ya no. De eso nada.


— Bueno, no se han puesto a dispararse entre sí —dijo Nelson—. Ya es algo.

— Todavía no —le dijo Nigel. Estaba relajándose en un asiento de la parte posterior de la convertida sala de conferencias, un lugar tan bueno como otro cualquiera para cumplir con el resto de su misión. Su mentalidad expandida se había hecho ya con el control absoluto de la salida de Boongate. Los técnicos de comunicaciones del TEC se estaban ocupando de restablecer la conexión de Boongate con la unisfera. Alguien había puesto una bomba en el nodo de conexión primario, en el de apoyo y en la conexión de segunda línea. Los repetidores láser de emergencia que operaban a través de la salida principal ya estaban en funcionamiento y permitían un examen a distancia de los daños. Una reconexión permanente significaría mantener la salida principal abierta mientras pasaban los técnicos para hacer el trabajo. Cuando quedaba menos de una semana para que comenzara la evacuación, a Nigel no le gustaba esa opción.

Además, la salida principal pronto tendría que quedar reducida a una anchura cero para permitir el realineamiento final con el propio generador para que se pudiera formatear para el tránsito temporal.

Unos datos que llegaban altos y claros eran las imágenes de la carrera hacia la salida por el lado de Boongate. Solo llevaba abierta veinte minutos y ya la habían atravesado más de cien vehículos, desde bicicletas hasta coches, autobuses con llantas que habían estallado tras el duro viaje sobre las vías, incluso una grúa; de momento, cinco tipos habían pasado pedaleando. Los sensores del otro lado mostraban a un buen número de personas corriendo hacia el agujero de gusano abierto, y a buen ritmo, además, teniendo en cuenta que la terminal estaba a cinco kilómetros de distancia.

Una sección de su red se expandió en su visión virtual y le mostró el tren de los Guardianes, que comenzaba a cruzar la estación de Narrabri.

— Pasarán en dos minutos —le dijo a Justine, que estaba sentada a su lado, masticando una tableta de menta para asentar el estómago.

— ¿Vas a cerrar la salida después?

— Por completo. Estoy metiendo nuevos códigos en las rutinas de gestión para que yo sea la única persona que puede activarla. Cuando haya terminado con eso, voy a empezar a despedir a la mitad de mi operativo de seguridad. Esto ha sido una auténtica y puta catástrofe.

— No más que el resto de esta guerra —dijo Justine con tono conciliador—. ¿Quién sabe cuando cargaron los programas subversivos? Es posible que lleven décadas metidos en las matrices, a la espera de este día. El aviador estelar piensa y planea a largo plazo. Solo espero que el contraataque de Bradley Johansson esté a la altura.

— Al menos él tiene un plan —dijo Nigel con tono cansado—. Supongo que será mejor que envíe una nave estelar a Tierra Lejana para darles apoyo. Oh, mierda...

— ¿Y ahora qué? —preguntó Justine.

— Según Johansson, el aviador estelar va a despegar y regresar a Dyson Beta, o a algún sitio donde pueda reunirse con su propia especie.

— Sí.

— Pero no sabía que nosotros podíamos construir naves con VSL cuando comenzó esta conspiración. Podemos atrapar al Marie Celeste en cualquier momento de los próximos seiscientos años si regresa a Dyson Beta a una velocidad inferior a la de la luz.

— Y estás pensando que modificó el Marie Celeste para alcanzar la VSL.

— Por lo menos. Solo espero que Alster no le diera los detalles de nuestro nuevo hipermotor. Entonces sí que iríamos de culo y sin frenos. No. —Sacudió la cabeza—. Nosotros acabamos de construir el prototipo, hace solo dos semanas, y hace más tiempo que no hay ningún transporte que vaya a Tierra Lejana. Si el Marie Celeste dispone ahora de VSL, utilizará nuestro generador continuo de agujeros de gusano.

Mellanie y Hoshe entraron en el auditorio, los dos habían ido a despedir el equipo de Wilson y se habían quedado con ellos mientras se ponían los trajes y cogían el transporte que los llevaría al tren de los Guardianes.

— ¿Estás enfadado conmigo? —le preguntó Mellanie a Nigel.

— ¿Por qué?

— Me comporté como una niña malcriada cuando te pedí que abrieras el agujero de gusano.

— Ojalá me lo hubieras pedido antes, quizá hubiéramos sorprendido al aviador estelar en bragas.

— Gracias. —La joven le dio un tímido beso. Los dos miraron con gesto automático hacia donde se encontraban Dudley y el motil Bose. Dudley hacía alarde de no mirar hacia ellos—. ¿Vas a abrirlo para que puedan volver? —preguntó Mellanie.

— El agujero de gusano principal, no, recuerda que lo estamos convirtiendo para el viaje en el tiempo. Si Wilson y las Garras de la Gata vuelven de Tierra Lejana, es probable que podamos utilizar el agujero de gusano de la división de exploración para sacarlos de allí. La verdad es que no lo he pensado. También está la cuestión de la conexión de la Federación con Tierra Lejana. Cuya renovación va a ser muy difícil y muy cara, sobre todo si la Federación está pagando cuarenta y siete mundos nuevos al mismo tiempo. Puede que tengamos que reducir la conexión a vuelos estelares, o dejarlo como mundo Aislado.

— No les importaría —dijo Mellanie—. Morton podría construirse allí su imperio. Es ese tipo de planeta.

— Me sorprende que no fueras con ellos.

— ¿En serio? Es bastante simple. No tengo ganas de morir.

Nigel sonrió.

— ¿Cómo está Paula? —le preguntó a Hoshe.

— No muy contenta. La verdad, no creo que fuera buena idea obligarla a ir.

— Sobrevivirá. —Su visión virtual le mostró que la Ables ND47 de los Guardianes giraba por la línea de Boongate. Varios coches y furgonetas pequeñas iban apareciendo por la salida, donde la seguridad del TEC estaba muy ocupada reuniéndolos. Los sensores le mostraron un campo de fuerza que se reforzaba alrededor del tren. Abrió un enlace para llamar a Wilson.

— Buena suerte. Voy a enviar una nave estelar a Tierra Lejana para apoyaros. Debería estar allí en una semana o así.

— Gracias —dijo Wilson—. Te veremos a la vuelta.


— «Con audacia cabalgaron y bien» —murmuró Adam cuando la locomotora se alineó con la salida de Boongate. Una camioneta cuatro por cuatro Toyota salió a toda velocidad de la resplandeciente calima que cubría la entrada. Un helicóptero de la división de seguridad del TEC zumbó encima de ella—. Hacia las fauces de la muerte.

— Su mano virtual giró el mando de potencia y empezaron a coger velocidad. El campo de fuerza se extendió y barrió los raíles que tenían delante—. Hacia la boca del infierno. —Puesto que ya no necesitaban ser invisibles, desplegó las armas que sacó de sus nichos disfrazados. El fulgor de la salida entró por las ventanillas de la cabina.

Adam sonrió para darle la bienvenida a la plácida luz. Allí arriba, muy por encima del suelo, aislado, recorriendo el terreno sin problemas, era como si se estuviera deslizando hacia el ocaso—. «Cabalgaron los seiscientos».

La Ables ND47 atravesó la salida a casi cien kilómetros por hora. La calima dorada se rasgó delante de la locomotora y reveló el paisaje crepuscular de la estación. Un gran Audi Luxnat de diez plazas intentaba girar por la vía. El tren se estrelló contra él y convirtió la carrocería en astillas de carbono. Adam hizo una mueca de culpabilidad. Espero que la investigadora no viera eso.

Docenas de vehículos cruzaban rebotando las múltiples vías para converger en la salida. Las cámaras le mostraron a los agotados corredores que se lanzaban al suelo cuando el tren pasó a toda velocidad. Abarcó todas las escenas periféricas con un rápido barrido a través de la pantalla de su visión virtual y se concentró en las vías que tenía delante. El radar le mostró que estaban intactas. El campo de fuerza que había sobre la sección de Tierra Lejana era una burbuja impenetrable.

— Vamos a cerrar ya el agujero de gusano —dijo Nigel Sheldon.

— Gracias por nada —le respondió Adam con malicia cuando se desvaneció la señal. Los sensores le mostraban una especie de tiroteo algo más adelante. Su mano virtual moderó la marcha y empezó a frenar. La matriz de la cabina se conectó con el control de tráfico local. Adam utilizó los códigos de autorización que le habían dado para abrir una ruta directa a la sección de Tierra Lejana. Era una orden superflua, las agujas seguían abiertas. La Ables ND47 siguió rodando, utilizando la misma ruta que había tomado el aviador estelar menos de treinta minutos antes.

Adam se concentró en el tiroteo. Había más de veinte vehículos arremolinados fuera del campo de fuerza, vigilando el punto en el que las vías se adentraban en la sección de Tierra Lejana. Sus sensores le mostraron los disparos que surgían de ubicaciones en rápido movimiento. Quienquiera que disparara debía de estar en modo invisible porque los sensores no podían ubicarlo.

— Eso tiene que ser el equipo de la Marina —dijo.

— Estamos de acuerdo —dijo Wilson—. Un momento, intentaré ponerme en contacto con ellos.


— Tengo otro —clamó Vic cuando el suelo que tenía más cerca chisporroteó con un estallido de energía máser.

Alic estaba metido en una zanja de drenaje poco profunda, junto a Vic. Jim y Matthew estaban a cincuenta metros, usando una pasarela elevada para protegerse.

Los vehículos que habían escoltado al tren del aviador estelar estaban repartidos por delante de ellos, asegurándose de que nadie se acercaba a la gran cúpula de energía que protegía la sección de Tierra Lejana de la estación. Habían encontrado una resistencia vigorosa desde hacía un kilómetro. Les había llevado tiempo ir avanzando a rastras.

Los misiles de Vic se habían deshecho de ocho vehículos pero Alic no quería que desperdiciara más. Iban a necesitar una gran potencia de fuego si conseguían alcanzar al aviador estelar.

Una lanza de partículas se alzó por encima de su hombro y él también se levantó para que los sensores del arma pudieran fijar como objetivo al cuatro por cuatro más cercano. Disparó y el vehículo estalló en una espectacular y violenta bola de fuego. La onda de choque estalló en el aire y envió una lluvia de piedritas traqueteando sobre Alic y Vic.

— Buen disparo, jefe —dijo Vic.

Varios máseres y una explosión de un cañón de repetición magnético aporrearon la zanja. Alic y Vic empezaron a arrastrarse por el hilo de agua sucia del fondo.

— Edmund, ¿algún progreso? —preguntó Alic.

— No, tío, lo siento. Todo lo que veo son unos diez coches y demás rodeando la salida que va a Medio Camino. No ha habido cambios desde que pasó el tren. Solo están esperando a que llegue alguien e intente enfrentarse a ellos.

Alic quería darle al tipo una patada rápida en el culo. Incluso antes de que ellos dejaran el despacho para ir a Wessex, el personal táctico de París le había dado media docena de rutas seguras que podía tomar para ir al generador del campo de fuerza. A Edmund Li también le habían dado potentes programas para subvertir las rutinas de Tarlo. Los técnicos le habían mostrado a qué componentes del generador tenía que dispararles con su pistola de iones. No había nada que le impidiera hacer el encargo. Nada.

— Edmund, tienes que cargarte ese generador. —Otra andanada de una bomba de racimo de negación de zona con energía optimizada lo hizo lanzarse al suelo. Una llama azul selló la parte superior de la zanja. Un agua humeante borboteó alrededor de su traje blindado—. No podemos sacarte.

— Lo siento, no puedo hacerlo, aquí estoy a salvo.

Un zumbido repetitivo resonó a través del rugido de la llamarada que se iba retirando. Jim estaba disparando su lanzamisiles giratorio. El aire quedó hendido por el siseo de un chillido cuando una onda cinética hiperveloz pasó con un zumbido por encima de sus cabezas. Una pausa y otro de los vehículos de los malos quedó reducido a chatarra en llamas.

— No puedes quedarte ahí —dijo Alic. Estaba a punto de ponerse a suplicar—. Tarlo mantendrá el campo de fuerza conectado de modo permanente. No quiere que nadie intente seguir al aviador estelar. Lo que significa que no podrás unirte al éxodo. Este planeta quedará abandonado. Te morirás aquí, Edmund, y nadie encontrará jamás tu célula de memoria para hacerte renacer.

— Oh, Dios, no quiero.

Alic volvió a avanzar arrastrándose.

— Ninguno de nosotros pidió esta guerra. Tu parte no llevará más de cinco minutos. Llega hasta ese generador, déjanos entrar. Nosotros nos ocuparemos de Tarlo y de los vehículos de la escolta.

— A ver si puedo llegar hasta allí.

— Bien, Edmund. Pero ya, ¿de acuerdo? —Alic accedió a dos de los robots chivatos de Matthew cuando se escabulleron por el paisaje hostil e intentó esquivar otro vehículo.

— ¿Cuál está lanzando esas puñeteras bombas de racimo de negación de zona? —preguntó Vic.

— No estoy seguro —dijo Matthew—. Se cargaron cinco robots chivatos la última vez.

El mayordomo electrónico de Alic le dijo que estaba captando una llamada protegida de Paula Myo, era local.

— ¿Local? —inquirió.

— Sí.

— Gracias a Dios, pásamela.

— Comandante, ¿es usted el que se está enfrentando a los vehículos que hay fuera del campo de fuerza?

— Sí.

— De acuerdo, prepárese, los eliminaremos por usted. Necesitamos que esté a un mínimo de cien metros de ellos.

— Lo estamos. ¿Qué tienen?

— Según los Guardianes, tienen asesinos de zona.

— ¿Guardianes? ¿Está con los Guardianes? —No sabía por qué se sorprendía, el universo no estaba funcionando con mucha lógica ese día.

— Así es. Perseguimos al aviador estelar. No se levanten.

— Créame, nos iba a costar. —Vic y él se aferraban al fondo de la zanja. Alic reforzó su campo de fuerza al máximo.

— ¿Todavía tiene un contacto dentro de la sección de Tierra Lejana? —preguntó Paula.

— Sí. Pero le está costando bastante desconectar el generador del campo de fuerza.

— ¿Por qué? Necesitamos el campo de fuerza desactivado.

— Lo sabe. Creo que al fin está haciendo algo.

— Bien. Agáchense, ahí va.

Los robots chivatos le mostraron a Alic algo parecido a una polilla a chorro del tamaño de un hombre que descendía sobre el grupo de vehículos. Hubo un destello verde cegador y se desvanecieron todas las señales de los robots chivatos. Una vivida luz verde fluyó por el fondo de la zanja como un líquido penetrante. Después, el suelo levantó a Alic como si lo hubiera sorprendido un terremoto. Un prolongado trueno aulló reverberando por todo el terreno. Alic lo percibió a través del aislamiento del traje.

— Despejado —dijo Paula.

Alic salió poco a poco de la zanja. Cada uno de los vehículos de escolta que quedaban estaba perdido dentro de un espeso torbellino de llamas. Observó una gran Ables ND47 que se acercaba por la misma vía que había utilizado el tren del aviador estelar.

Frenaba con fuerza y le brotaban chispas de las enormes ruedas.

— Eso es a lo que yo le llamo hacer toda una entrada —dijo Vic.

La Ables ND47 se detuvo de repente. Se abrió una pequeña puerta en el costado del primer vagón.

— Entren, por favor —dijo Paula.

Alic y el resto del equipo de arresto cruzaron corriendo la tierra ennegrecida. Alic notó que el asesino de zona había dejado las vías intactas. En la parte delantera de la locomotora, un par de cilindros oscuros el doble de grandes que su traje blindado sobresalían con pesadez de la carrocería sujetos por unas vigas de malmetal. No reconoció el tipo de arma, pero sabía que no quería estar cerca cuando se disparaban.

Varios destellos brillantes surgieron de la rejilla de ventilación cromada de la locomotora, acompañados por un crujido. Algo parecido a una nebulosa negra giró por el espacio que quedaba entre el tren y el campo de fuerza. Un amplio arco de la superficie del campo de fuerza empezó a resplandecer con un suave tono cobrizo y unas llamas estáticas se agitaron cerca del suelo, levantando un hatajo de pequeños y densos remolinos de polvo.

Alic entró de un salto en el vagón oscuro. Fuera se produjo un tremendo estallido cuando disparó el arma.


Edmund atravesó la puerta exterior a la carrera. Tras él, la red del bloque de administración se colgaba por culpa de los programas alteradores que había cargado en el sistema. Los sensores no podían verlo, pero Tarlo sabría con certeza que había alguien dentro del campo de fuerza. Alguien que estaba intentado sabotear el regreso del aviador estelar. No hacía falta ser un genio de la táctica para saber cuál sería el siguiente paso.

El edificio que albergaba el generador del campo de fuerza era una construcción geodésica alargada de compuesto de color gris perla. Lo veía sobresaliendo por encima de un almacén, al otro lado del aparcamiento. Una vez que estuviera allí, la pesadilla se habría acabado.

El Honda que tenía aparcado en aquel espacio cobró vida en cuanto él le cargó las instrucciones de conducción. El vehículo aceleró con fuerza, las ruedas golpearon el cemento húmedo y se dirigió hacia la carretera principal. Como distracción le permitiría ganar unos cuantos segundos, o eso afirmaban los expertos tácticos de París. Edmund echó a correr en dirección contraria, si conseguía llegar al refugio del almacén, debería estar a salvo.

El túrbido cielo gris que coronaba el aparcamiento destelló con un color blanco brillante. Un chirrido aterrador resonó por todo el interior del campo de fuerza. Edmund perdió el equilibrio y cayó espatarrado y dolorido por el cemento. Se quedó mirando con la boca abierta al campo de fuerza donde un rayo escarlata se revolvía con furia contra él. Las vividas estelas se alzaron en el aire para golpear el fondo del campo de fuerza de la estación.

Una luz blanca volvió a llamear y un ruido espeluznante atravesó de nuevo la sección de Tierra Lejana. Y entonces lo entendió. Alguien estaba disparando contra el campo de fuerza con unas armas increíblemente potentes para intentar atravesarlo. Eso fue lo que lo hizo levantarse. Había aterrizado sobre el codo y la sangre le empapaba la manga de la camisa. Hizo una mueca de dolor y se encogió cuando otro estallido de energía golpeó el campo de fuerza, después corrió al almacén.

Cuando dobló la esquina ya le costaba respirar. El edificio geodésico estaba a solo ciento ochenta metros de distancia. Se lanzó hacia allí tan rápido como pudo, haciendo caso omiso de los asombrosos incendios luminosos que ardían sobre su cabeza y que se alternaban entre un blanco cegador y un carmesí chillón. El agotador ruido atrapado bajo el campo de fuerza era casi constante. A Edmund le zumbaban los oídos con fuerza.

Le faltaba el aliento y se tambaleaba cuando al fin llegó a la puerta del edificio geodésico. Estaba abierta, cosa que Edmund no se esperaba. Echó un rápido vistazo al interior. No se movía nada. Edmundo respiró con dificultad y entró.

El generador era un gran grupo de formas de metal y plástico extendidas por el suelo, tan grande como una casa. Una luz blanca y roja se turnaba para hacer fluorescentes los arcos de compuesto del techo. El estentóreo rugido se oía más amortiguado dentro. Identificó los puntos de inyección de potencia y se llevó la mano a la pistolera.

— ¡Mierda! —Lo apuñaló una sacudida cuando sus dedos se cerraron sobre el cuero vacío. No había pistola, debía de habérsele caído cuando se fue al suelo—. ¡Oh, joder, joder! —se quedó mirando impotente el voluminoso generador. No tenía ni idea de dónde estaba el panel de control, y eso si había siquiera un panel de control. Giró la cabeza de un lado a otro en busca de algo que pudiera utilizar para destrozar una sección del revestimiento. Lo que sería tan útil como gritarle para que se apagara, decidió. No había nada que hacer, tendría que volver en busca de la pistola de iones.

El interior del edificio destelló con una luz de color blanco azulado. Una pulsación de iones rasgó el aire y golpeó el revestimiento del generador. Una descarga cegadora de color púrpura hizo hervir el oscuro compuesto metálico, oscurecido en parte por una fuente de gotas hirvientes de plástico.

Una segunda pulsación de iones alcanzó un inyector de energía, justo donde los expertos de París le habían dicho a Edmund que apuntase. De repente, todo quedó en silencio. La luz roja y blanca que alternaba fuera se apagó.

Edmund Li se dio la vuelta muy poco a poco para mirar a la persona que estaba disparando, ya sabía lo que vería. Tarlo estaba a un lado de la puerta abierta con el brazo estirado y empuñando una pistola de iones.

— ¿Por qué? —preguntó Edmund.

Tarlo se limitó a sonreír mientras giraba la pistola para apuntar a la cabeza de Edmund Li. Volvió a disparar.


Adam estaba sudando dentro de la armadura. Había calculado él mismo la potencia de fuego de los sistemas láser de átomos. Debería haber sido suficiente para quebrar el campo de fuerza, sobre todo con la membrana de volcado para reforzar el impacto. Pero el caso es que estaba viendo que aquellos asombrosos estallidos de energía rebotaban de un modo peligroso.

El campo de fuerza se desvaneció.

— Por todos los cielos soñadores —gruñó Adam—. Su infiltrado lo consiguió.

— Qué te parece —dijo Alic—. El bueno de Edmund ha cumplido.

Adam fue adelantando la Ables ND47 con cautela. El radar escaneó el terreno que tenían delante y le mostró que las vías estaban rotas a menos de un kilómetro de ellos.

— No vamos a llegar mucho más lejos con esto —les dijo a los equipos de los vagones. Los sensores le mostraron la falange de vehículos que rodeaban la salida que llevaba a Medio Camino. Lanzó otro asesino de zona. La forma triangular despegó del lanzamisiles que había encima de la locomotora y dibujó un corto arco balístico. Detonó en una cascada de chispas verdes que se hundieron hacia el suelo en un despliegue de esplendor perverso. Unas ásperas bolas de fuego de color naranja estropearon la belleza del momento cuando explotaron los vehículos y sus municiones.

El tren frenó otra vez, resbalando por los últimos metros de vía antes de detenerse delante del cráter poco profundo que había dejado la explosión que había destruido las vías.

— Fin de trayecto —dijo Adam. Después desenganchó los vagones.


— Yo me quedo aquí —anunció Vic cuando Kieran bajó con el coche blindado por la rampa.

Eran ocho los que se habían apelotonado dentro: Vic, Alic, Wilson, Anna, Bradley Johansson, Jamas, Ayub y Kieran, este en el asiento del conductor. Todos ellos con trajes blindados de diferentes marcas aunque externamente no había muchas diferencias: pétreas figuras negras que esbozaban una tosca figura humana. Los fardos de armas adicionales distorsionaban su humanidad básica.

— Entiendo —dijo Bradley.

— No, no lo entiende. Sigue aquí.

— Eso no lo sabe.

— Lo presiento. Fue demasiado fácil entrar. Tarlo es un cabrón muy listo, nunca juega limpio.

— Entonces debería quedarse dentro de este coche blindado —dijo Bradley—. Está muy bien protegido.

— No. Seguro que lo encuentro ahí fuera. Eh, les voy a estar cubriendo el culo. Seguro que tiene algo planeado para ustedes.

— Mi equipo ha previsto la mayor parte de las eventualidades.

Vic se levantó.

— Pero no todas.

— Como quiera —dijo Bradley.

Se abrió la puerta lateral. Fuera no había mucha luz, el aire estaba impregnado por el humo de los vehículos destrozados.

— ¿Vienes, jefe? —preguntó Vic.

— Sabemos que el aviador estelar es real —dijo Alic—. Está justo al otro lado de la salida. Esa es mi prioridad. Jim, Matthew, si queréis ir con Vic, a mí me parece bien.

— Yo me quedo contigo, jefe —dijo Jim.

— Lo siento, Vic —dijo Matthew—, pero esto es más grande.

— No pasa nada. —El gigante se encorvó para pasar por la puerta—. Quiero hacer esto por mí. Y por Gwyneth.

— Buena suerte —dijo Alic.


Adam bajó la escalerilla del costado de la locomotora agradeciendo llevar los electromúsculos del traje. Había un buen trecho hasta el suelo y él empezaba a cansarse tras tantos días de preparativos y tensión. Tres coches blindados lo esperaban junto a las vías rotas, óvalos contundentes de color verde aceituna con una superficie lisa de paneles deflectores pasivos que cabalgaban sobre diez ruedas independientes de malla flexible. Rodaban en formación triangular alrededor de tres camiones Volvo. Los Volvos estaban basados en los chasis GH de veinte ruedas, desarrollados para el terreno duro de los mundos en vías de desarrollo. Los habían adaptado con una versión más tosca de los paneles deflectores que llevaban los coches blindados y después los habían reforzado con grandes contramedidas electrónicas que los convertían en unas bestias achaparradas de un color azul grisáceo apagado. Con los tanques diesel llenos, deberían tener alcance suficiente para ir desde Ciudad Armstrong hasta las montañas Dessault, donde los componentes que transportaban se necesitaban con desesperación para cumplir la venganza del planeta.

Al dirigirse al coche blindado que iba a dirigir la marcha, Adam vio a Vic alejándose y sacudió la cabeza con pesar. No les habría ido mal un auténtico profesional. Los sentimientos personales siempre eran un problema en situaciones de combate.

La puerta lateral del coche blindado se abrió y Adam entró. Solo quedaba un asiento libre, enfrente de Paula Myo. Oh, mierda.

— ¿Quiere conducir, señor? —preguntó Rosamund.

— No, es igual. Solo recuerda lo que te enseñé.

— Si lo recuerda, seguramente terminará en suspensión, igual que va a hacer usted —dijo Paula.

— Todavía no estamos en el tribunal, investigadora. Antes tenemos que sobrevivir los dos al próximo par de días y la verdad es que yo no nos doy grandes posibilidades.

— ¿Quiere que la matemos por usted, señor? —preguntó Rosamund. Parecía muy hostil.

— Oh, por todos los cielos soñadores, no. Vamos a ser civilizados todos, ¿de acuerdo? Y todos vosotros, dejad que la investigadora y yo solucionemos nuestro problemita a nuestra manera.

— De acuerdo, pero solo tiene que decirlo. —Rosamund dio potencia a los motores y el coche blindado comenzó a avanzar.

— Debería vigilar lo que dice —le dijo Adam a Paula—. Recuerde que está en mi terreno.

— Que yo sepa, usted nunca ha estado en Tierra Lejana.

— No, pero esta es mi gente.

— No creo. Usted es un traficante de armas que los ha entrenado a veces. ¿Saben cuántas personas inocentes asesinó antes de que Johansson le diera refugio?

— Eh, los dos —dijo Bradley—, dejadlo ya. Hoy tenemos una guerra diferente que librar.

Adam se guardó su siguiente comentario. Estaba seguro de que la investigadora estaba sonriendo dentro del casco. Sus manos virtuales sacaron imágenes de los sensores de todos los coches blindados de la pantalla de la misión. Estaban cruzando los últimos cientos de metros de terreno que los separaban de la pequeña salida. Brillaba delante de ellos con un pálido tono rosa coral.

— Está abierta —dijo Rosamund.

— Presta atención a las armas —le dijo Adam. Había más de veinte cañones máser cubriendo la salida, la primera línea de defensa en caso de invasión alienígena. Qué irónico, pensó Adam, al final había resultado que estaban mirando en dirección contraria. Los láseres de rayos X de los coches blindados empezaron a disparar, el objetivo eran los cañones.

Adam miró entonces a la persona que había junto a Myo. Vestía una armadura de vanguardia, que Adam envidiaba. A pesar de todos sus esfuerzos y contactos en el mercado negro, no había podido hacerse con el traje con el que la Marina había equipado a todos los insurgentes de los 23 Perdidos.

— Hola, Rob —dijo Adam—. Me alegro de estar trabajando contigo otra vez.

— Puede que tú sí —replicó Rob—. La última vez ni siquiera sabía que eras tú y terminé con una pena de suspensión de doscientos años.

— Pero casi lo conseguimos, ¿no? Estuvimos a punto de detener al Segunda Oportunidad. Si lo hubiéramos hecho, no estaríamos hoy aquí.

— ¿Se supone que eso tiene que hacer que me sienta mejor?

— Solo señalo que las cosas dibujan un círculo completo.

— Elvin, usted no tomó parte en el asalto contra el Segunda Oportunidad —dijo Paula.

— Lo planeé y lo organicé yo. La puñetera idea habría funcionado si la IS no se hubiera puesto de su lado.

— Mira —dijo Rob—. No sabía que estaba trabajando para ti. Y solo acepté el trabajo porque le debía un montón de pasta a unos tíos muy peligrosos, ¿estamos? No somos camaradas, no somos amigos. Y punto.

— ¿Lo reclutaron a través de un agente? —preguntó Paula.

— Está en mi expediente —dijo Rob—. Cooperé con la policía. Y para lo que me sirvió.

— Déjelo ya —le soltó Adam a Paula—. Estamos a punto de enfrentarnos al propio aviador estelar.

— Lo pregunto porque quizá Vic tenga razón. Es muy simple. ¿Por qué ha dejado el aviador estelar la salida abierta a Medio Camino?

— ¿Cree que va a tendernos una emboscada? Pues estamos preparados, no se preocupe. Es mi trabajo, preparar escenarios de combate. Sé que no le gusta la idea, pero tenga un poco de fe en mí, investigadora. No estaría persiguiéndome si esto no se me diera bien. —Al tiempo que lo decía, comprobó la red de su visión virtual.

Estaban eliminando los cañones máser uno por uno, iban derrumbándose por el suelo a medida que sus soportes perdían firmeza. Ya estaban a solo cien metros de la salida, dando bandazos por la única vía que llevaba a Medio Camino. Tenía que admitir que era inquietantemente fácil.

— ¿Recuerda a Vahare Rigin? —preguntó Paula.

Mejor de lo que cree. Adam todavía tenía escalofríos cuando pensaba en lo cerca que habían estado ese día en Costa de Venecia, y ella no lo había visto.

— Propietario de la galería Nyston, en Costa de Venecia, el objetivo de Bruce.

— Sí. No publicamos esa información en su momento, como es obvio, pero nuestro equipo forense averiguó que a Rigin le habían quitado la célula de memoria tras matarlo.

— Sí. ¿Y?

— En Illuminatus, Tarlo se llevó la cabeza del Agente, junto con su célula de memoria. ¿Lo entiende, Elvin? El aviador estelar está creando una base de datos exhaustiva de sus actividades. No sé a cuántos más de sus contactos ha capturado y sometido a una descarga. Pero sabe a quién utiliza, a quién quiere, qué equipo está comprando. Dígame una cosa, si tiene todo eso, ¿hay algún modo de que pueda deducir lo que está haciendo hoy, ahora?

Adam odiaba esa pregunta. Sabía lo que le gustaría contestar, no, para nada, pero se jugaban demasiado para andarse con orgullos.

— No lo sé. Nunca le digo al Agente de qué operación se trata, sobre todo la última vez, solo que necesitaba gente con experiencia en combate.

— Esperemos que no sea suficiente.

— Esperen un momento —dijo Rob—. ¿Quieren decir que esa cosa sabe mi nombre?

— Sí —dijo Paula.

— Oh, mierda.

— Estamos preparados —dijo Rosamund.

Habían eliminado el último cañón máser. Estaban justo delante de la salida a Medio Camino. Una suave luz de color rubí se colaba por la lechosa cortina presurizada del campo de fuerza. No se veía nada a través de ella.

— Manda el dron —dijo Adam.

El pequeño robot alado atravesó como un rayo el campo de fuerza. Su cámara mostró un paisaje de roca desnuda bajo un cielo de color fucsia oscuro. Una única vía llevaba desde la salida a la cabeza de un profundo valle que se hundía hacia el mar en calma.

— Nada —informó Rosamund—. Ni actividad electromagnética, ni puntos termales. No están aquí.

— Vamos a pasar —ordenó Adam—. Y manda el dron a Villa Trabas, a ver si queda algún avión.


Vic observó el último camión Volvo que desapareció por la cortina roja presurizada. Se había alejado corriendo de los Guardianes mientras estos eliminaban el último cañón máser. Las grandes armas con forma de «T» se habían venido abajo y yacían humeando sobre el suelo chamuscado entre los restos todavía ardientes que había eliminado el asesino de zona. Era como si hubiera vuelto a Illuminatus y caminara entre los restos de las Copas.

Sabía que había algo muy raro en tanta facilidad. La red local se había caído gracias a Edmund, pero los enlaces de seguridad optimizados deberían haber presentado más resistencia a los programas alteradores. Tarlo habría conservado el control de fuego. Si hubiera querido, hubiera podido entablar combate con los Guardianes. Los cañones máser eran antiguos pero seguramente podrían haberse cargado a un par de Volvos. No tenía mucho sentido, a menos que Tarlo quisiera que los Guardianes llegaran a Medio Camino. ¿Pero por qué?

Vic llegó al edificio geodésico que contenía el generador del campo de fuerza. Sus sensores no detectaban ningún campo de fuerza personal ni paquetes electrónicos de armas. Había una fuente de infrarrojos tirada junto a la puerta, de tamaño humano. Entró.

Al cadáver espatarrado en el cemento amalgamado por enzimas solo le quedaba la mitad de la cabeza. Una pulsación de iones le había reventado la cara y había incinerado la mayor parte del resto. Vic estaba bastante seguro de que era Edmund Li. Desde luego, no era Tarlo. Claro que no había forma de saber cuántos agentes del aviador estelar quedaban en ese lado de la salida. Activó los sensores del traje para que hicieran un escáner activo y barrió la oscura sala. Los dos disparos que habían inutilizado el generador eran fáciles de detectar, el revestimiento seguía caliente en los impactos. No había señal de que hubiera nadie más.

Una enorme explosión en el exterior hizo que Vic se agachara por instinto al tiempo que su campo de fuerza se reforzó. En cuanto volvió a salir por la puerta vio una llamarada gigantesca y un humo oleaginoso negro que se alzaba del edificio largo que albergaba el generador del agujero de gusano de Medio Camino. La salida que había delante ya no era más que un semicírculo cóncavo repleto de maquinaria compleja. No había ninguna luminiscencia roja, ninguna luz alienígena que se difundiera por la cortina presurizada. Otra explosión estalló en el edificio del generador y mandó cascotes volando a cientos de metros. Las llamas se apoderaron del interior y empezaron a lamer los grandes agujeros que se habían abierto en el tejado y las paredes.

Vic echó a correr hacia la salida muerta sin preocuparse de la exposición. Sus sensores examinaban los alrededores sin descanso, en busca de cualquier movimiento e indicio de actividad humana.

Había alguien caminando hacia él, pisando sin prisa la tierra quemada que había delante de la salida, sin hacer ningún intento por ocultarse. A Vic no le hacía falta confirmación, sabía quién era, pero sus sensores visuales acercaron la imagen de todos modos.

Se detuvo a diez metros de Tarlo. El agente del aviador estelar no estaba usando ninguna de las armas que llevaba conectadas, sus implantes estaban inertes y las baterías en modo inactivo. Se limitaba a estar allí, con un traje satinado de tela semiorgánica que refractaba un brillo de muaré, llevaba el cabello rubio apartado de la cara y sujeto por una pequeña banda de cuero negro.

— Vic, ¿no? —le preguntó al fornido traje blindado—. Tiene que ser Vic.

Vic conectó el circuito de audio externo del traje.

— Sí, soy yo.

— Guay. ¿Cómo está Gwyneth?

— ¿Te importa mucho?

— Es parte de mí, sí, tío.

— Se pondrá bien. ¿Por qué lo hiciste?

El atractivo rostro de Tarlo esbozó una sonrisa de comprensión.

— Era lo que tenía que hacer. Tío, esa Paula Myo, menuda rompehuevos. Siempre supe que sería ella la que me reventaría el invento.

— ¿Con quién estoy hablando?

— Con los dos, supongo. Mi parte ha terminado, así que al otro ya le da igual. Solo está esperando a que me mates.

— Pero fracasaste. Los Guardianes pasaron.

— Los Guardianes pasaron. Lo conseguí.

— Era una trampa.

— ¿A ti que te parece?

— Creo que te voy a llevar para que te hagan una lectura de memoria.

— Tío, ya es tarde para eso. Qatux ha pasado con todos los demás.

— ¿Cómo sabías... —Los sensores del traje de Vic captaron que uno de los implantes de Tarlo se estaba activando. Vic disparó el rifle de iones, lo que partió por la mitad el cuerpo de Tarlo.