Nota de la autora
La idea de escribir esta novela surgió tras ver un programa de Oprah Winfrey en televisión. Uno de los temas recurrentes en dicho programa es la búsqueda del equilibrio en la vida, un tema que yo tenía muy presente tras haber tratado a un sinfín de madres trabajadoras que llegaban agotadas a mi consulta de fisioterapia.
Aquel día se hablaba de la vida de Brenda Slaby, auxiliar administrativa en un centro escolar. Son las seis de la mañana; Brenda sale de casa en coche con sus dos hijas pequeñas con intención de dejarlas en el domicilio de dos canguros distintas antes de dirigirse al trabajo. Es el primer día de clase tras las largas vacaciones de verano y tiene ante sí una jornada especialmente ajetreada. Ocho horas más tarde, una colega entra como una exhalación en el despacho de Brenda para anunciarle que su pequeña sigue dentro del coche. Brenda tenía tantas cosas en la cabeza que olvidó dejar a Cecilia, su hija de dos años, en casa de la canguro y la niña ha fallecido asfixiada por el sofocante calor.
La historia de aquella mujer me dejó conmocionada. Brenda, entonces, se refirió a sí misma como «la madre más odiada de América»; recibía amenazas de muerte, y había madres indignadas pidiendo que se la condenara por homicidio.
Mientras veía el programa, no dejaba de pensar que aquella mujer podría haber sido yo.
Yo también había pasado una temporada tan desbordada, intentando conciliar la vida familiar con un trabajo a tiempo completo, que podría haberme olvidado de lo último que uno desearía olvidarse en la vida.
La tragedia de Brenda no dejaba de darme vueltas a la cabeza y tenía la certeza de que quería escribir sobre ella; solo que no sabía cómo. Yo escribo novelas de suspense, y no me veía capaz de hacerle justicia a su historia. Sin embargo, pasaba el tiempo y no dejaba de pensar en la esforzada vida de las mujeres de hoy. En cómo se desviven para ser madres perfectas, empleadas perfectas, a menudo a costa de su salud y de la relación con su pareja, y en cómo muchas veces desprecian a otras mujeres que no están a su altura.
Unas semanas más tarde, en el aparcamiento del supermercado, me topé por casualidad con una mujer a la que llevaba un tiempo sin ver. Al alejarme de ella tuve la sensación de que mi vida no era todo lo buena que podía ser: es la clase de mujer que, al menor descuido, aprovecha sutilmente para menospreciarte, para menospreciar a tus hijos. Me senté al volante preguntándome quién podría ser amiga de aquella mujer. Alguna amistad debía de tener. Pero por muchas vueltas que le daba no se me ocurría por qué iba nadie a querer aguantar a una persona así.
De pronto me asaltó un pensamiento: ¿qué pasaría si perdieras a un hijo de esa mujer? ¿Si estuvieras tan agobiada por el trabajo y la vida en general que te despistaras un momento y fuera precisamente un hijo suyo el que desapareciera?
La idea resultaba aterradora.
Quizá haya solo una cosa en la vida peor que te desaparezca un hijo, y es ser culpable de la desaparición del hijo de una amiga.
Inmediatamente me puse a escribir, impulsada por ese temor. Y así fue cómo surgió ¿Y tú qué clase de madre eres?
Paula Day, enero de 2013