V
¿Y nada más queda de esta época? Sí; aún algo más.
Suele suceder a la hora de la merienda, generalmente en invierno, mejor aún en otoño; cuando a esa hora los cristales están apagados pero entra aún una luz que no es triste. En la mesita, junto a las tazas y platillos de verdad, están los de juguete. Alguno que no es de juguete tal vez esté en el suelo. María unta el pan, reparte las galletas. Regaña alguna vez, como conviene. Si hace frío, arde una estufilla de gas. La chimenea de mármol es de adorno, no puede arder, pero su vecindad es amable y ampara. Los rizos de Rosi descienden hasta los platos. Hay otra persona presente pero no se la ve. No se le habla directamente, se habla de ella, sin embargo, sin cesar, —hace ya tiempo que es como de la familia. E indirectamente se le puede uno dirigir: “¿Le pregunto esto a Trotty? ¿Trotty se atrevería?” Circula de acá para allá, nunca se está quieto. Y Monsi, con todo, tiene al mismo tiempo la mano sobre él y le siente bien suyo. Porque de debajo de estas pastas de cartón rojo no es del todo cierto, al fin y al cabo, que pueda salir.
Y entonces sucede. El mundo deja de ser rutina y trabajo para estar vivo. No ocurre nada especial. No es que la vida se transforme, es que llega a ser. De repente ha salido uno del mar de lo inútil, ha puesto pié —¿en qué?
... Es ahora cuando, sin esfuerzo, está uno vivo. Esto es vivir. Esto es vida.