17

—¿Jaime Berger no está con usted?

Mandy O’Toole se mueve hacia el otro extremo de la mesa, donde hay una botella de Vitaminwater y un BlackBerry con auriculares, y se sienta en una silla.

—Creo que vendrá más tarde —contesto.

—Es de esas personas que no se detienen nunca, lo que es bueno si eres como ella. Ya sabe, todo vale. —La técnica patóloga de Colin comienza a hablar de Jaime, como si le hubiese preguntado—. Coincidí con ella en el lavabo cuando vino aquí hace un par de semanas. Me estaba lavando las manos y empezó a preguntarme, sin más, por el nivel de adrenalina de Barrie Lou Rivers.

Había advertido algo histológico que podría apuntar a un aumento de la adrenalina como indicativo del estrés y el pánico, como si la reclusa hubiese sufrido abusos la noche de su ejecución. Le respondí que la histología no podía mostrar algo así porque no se puede ver la adrenalina en el microscopio. Para saberlo sería necesario un estudio bioquímico especial.

—Estudio que, conociendo a Colin, ordenó —comento.

—Así es él. No deja piedra sin mover. Sangre, humor vítreo, el líquido cefalorraquídeo, y creo que ése fue el resultado de laboratorio que pudo haber encontrado la señorita Berger. Barrie Lou Rivers tenía un nivel de adrenalina moderadamente elevado. Pero la gente suele apresurarse demasiado a sacar conclusiones ante resultados como éstos. ¿No le parece?

—La gente a menudo se apresura a leer todo tipo de cosas en los resultados que no necesariamente encajan con la realidad —respondo.

—Si alguien sufre un episodio traumático como un infarto o un atragantamiento con la comida, sin duda puede dejarse llevar por el pánico y segregar una gran cantidad de adrenalina antes de la muerte —dice con una expresión firme en sus ojos azules—. Si me estuviese ahogando, estoy segura de que bombearía litros de adrenalina. No hay nada que provoque más pánico a una persona que no poder respirar. Vaya, es un pensamiento horrible.

—Sí, lo es.

Me pregunto de nuevo qué habrá estado diciendo Jaime Berger de mí. Le dijo a Colin que ayer visité a Kathleen Lawler en la GPFW. ¿Qué otra cosa ha estado diciendo Jaime? ¿Por qué Mandy O’Toole me mira con tanta atención?

—Solía verla cuando usted salía en aquel programa de la CNN —añade entonces, y me doy cuenta del porqué de su interés—. Lamento que lo dejara porque creo que era bueno de verdad. Por lo menos ofrecía algo de sentido común sobre la medicina forense y no todo ese griterío y sensacionalismo de algunas series. Debe ser genial tener tu propio programa. Si alguna vez tiene otro y necesita alguien que hable de histología…

—Es muy amable, pero lo que estoy haciendo estos días no es necesariamente compatible con tener un programa de televisión.

—Yo aceptaría corriendo si me lo propusiesen. Pero a nadie le interesa lo que ocurre con los tejidos. Supongo que la parte más interesante es obtener muestras del cuerpo, ya sabe lo que hay que hacer. Sin embargo, encontrar el fijador perfecto y saber cuál hay que usar es muy emocionante.

—¿Cuánto hace que trabaja con Colin?

—Desde 2003. El mismo año en que el FBI comenzó a informatizarse, sin papeles. Así que tiene suerte, o no, con los casos de los Jordan, según cómo se mire. Ahora todo es electrónico, pero no lo era en ese entonces, en enero de 2002. Yo no sé usted, pero me sigue gustando el papel. Siempre hay una cosa que alguien decide no analizar, a excepción de cuando se trata de Colin. Es un loco obsesivo-compulsivo. No le importa si se trata de una servilleta de papel que se mezcló con los documentos, igualmente entra en el archivo. Siempre dice que el diablo está en los detalles.

—Y tiene razón —afirmo.

—Yo debería haber sido investigadora. No dejo de pedirle que me envíe a una escuela de investigación forense, como la de la ciudad de Nueva York, la oficina del jefe médico forense donde estuvo usted, pero todo es una cuestión de dinero. No lo hay. —Coge el BlackBerry y los auriculares de la mesa—. Tengo que dejar que trabaje. Avíseme si necesita algo.

Cojo el archivador que está encima de la pila de cuatro en el extremo de la mesa más cercano a la puerta, y un rápido vistazo confirma lo que podía haber esperado, pero sin duda no esperaba. Colin me ha ofrecido respeto colegial y cortesía profesional y mucho más que eso. Por ley está obligado a revelar solo las pruebas que generó directamente, como el informe de la investigación inicial del médico forense, los informes preliminares y finales de la autopsia, y el final, las fotografías de la autopsia, los informes del laboratorio y los estudios especiales solicitados.

Podía ser tacaño si quería con sus notas personales y las hojas de llamada y pasar por alto convenientemente casi todos los documentos que quisiera, y obligarme a pedírselo y con toda probabilidad a tener que discutir con él. Peor aún, podía tratarme como a alguien del público o de los medios de comunicación, lo que significaría escribir una carta de solicitud oficial que tendría que ser aprobada y respondida con una factura por los servicios y los costes devengados. El pago tendría que ser recibido antes del envío de los documentos, y para el momento en que todo esto estuviera dicho y hecho, yo estaría de vuelta en Cambridge y sería mediados de julio o más tarde.

—Suze hizo la toxicología de Barrie Lou Rivers. —El vozarrón de Marino le precede en su entrada a la sala de conferencias y mira a Mandy O’Toole sentada al otro extremo de la mesa—. No sabía que hubiera nadie más aquí —añade y siempre sé cuándo le gusta lo que está mirando.

Ella se quita los auriculares y le dice:

—Hola. Soy Mandy.

—¿Sí? ¿Qué haces?

—Soy técnica de patología y algo más.

—Soy Marino. —Se sienta en la silla a mi lado—. Me puedes llamar Pete. Soy un investigador y algo más. Supongo que tú eres el guardián.

—No te preocupes por mí. Estoy escuchando música y poniéndome al día con el correo electrónico. —Se pone los auriculares de nuevo—. Puedes decir lo que quieras. Yo solo soy un florero.

—Sí, lo sé todo de los floreros —afirma Marino—. No te puedo decir la cantidad de casos que fracasan debido a los floreros que filtran información.

Apenas les escucho mientras cojo un listado de lo que Colin Dengate ha puesto a mi disposición, y estoy agradecida y aliviada.

Casi quiero buscarle para darle las gracias y, en parte, podría ser una reacción a cómo fui engañada y manipulada por Jaime Berger, y a lo denigrada y molesta que me siento. Colin podría haber recurrido, sin problemas, a un sinfín de maniobras y estratagemas para hacer inconveniente, si no imposible, revisar cualquier cosa.

Pero no lo ha hecho.

Con independencia de cualquier opinión personal que pueda tener sobre la culpabilidad de Lola Daggette, no está tratando de forzar a los demás a que acepten lo que él percibe como justo. Por el volumen de los archivos que ha dejado para que revise, está haciendo todo lo contrario. Ha vetado poco si es que lo ha hecho, y están los registros que se podría argumentar que no debería revelar, y este pensamiento conduce a otros. No sería tan generoso sin obtener la aprobación del fiscal de distrito del condado de Chatham, Tucker Ridley, y yo no habría esperado de Ridley que cediese nada más allá de sus obligaciones legales, conforme a lo dispuesto por la ley estatal de los registros abiertos. Podrían haberme ofrecido solo los informes del médico forense más básicos, cuando lo que más me interesa es todo el resto.

Los informes policiales del incidente y la detención, incluidos los historiales médicos y penales, o declaraciones de testigos, cualquier cosa que haya encontrado en su camino el expediente del caso de un causante, porque el detective entregó copias al médico forense, y si el médico forense es como yo, cada pedazo de papel, cada archivo electrónico se conserva. Creí que todos estos documentos quedarían excluidos. Cuando Colin me acompañó a esta sala de conferencias, esperaba encontrar muy poco para revisar y pensaba que al cabo de una hora estaría yendo por el pasillo hacia su despacho para que rellenara los espacios en blanco, si es que estaba dispuesto.

—Cualquier cosa que pase por aquí, acabo por enterarme de todas maneras.

Mandy se ha quitado los auriculares de nuevo.

—¿Es cierto? —Marino coquetea con descaro—. ¿Qué sabes de Barrie Lou Rivers? ¿Qué dicen los rumores? ¿Conoces el caso?

—Hice la histología, entré y salí de la sala de autopsias para recoger las secciones de tejido mientras Colin hacía la autopsia.

—Has tenido que venir fuera de tu horario habitual —dice Marino como si estuviese investigando a Mandy O’Toole por algo—. No apareces en el listado como testigo oficial. Un guardia de la prisión llamado Macon y otro par de personas. No recuerdo haber visto tu nombre.

—Eso es porque no era testigo oficial.

Muevo mi silla para observar un paisaje de pinos esqueléticos y los buitres que planean muy alto por encima de ellos como cometas negros, y decido que se podría argumentar que el caso de los Jordan ya no está activo y que ha finalizado cualquier pleito directo. Esto podría explicar por qué el fiscal de distrito tomó la decisión calculada de no ponerme impedimentos. Cuando una investigación concluye, sus documentos se pueden consultar, y al continuar con mi razonamiento, se me ocurre que Tucker Ridley podría muy bien haber acabado con Lola Daggette. A pesar de los nuevos análisis de las pruebas solicitados por Jaime, en la mente de Tucker Ridley y quizás en la de Colin Dengate, la investigación quedó terminada cuando se agotaron las apelaciones de Lola Daggette y el gobernador se negó a cambiar su sentencia de muerte por la de cadena perpetua.

—¿Siempre es tan difícil? —dice Mandy, y me doy cuenta de que me habla de Marino.

—Solo si le gustas —contesto mientras pienso en la opinión pública.

Solo por ella, el fiscal de distrito no se va a interponer en el camino de alguien de mi rango y reputación, así que abrió la tienda y me invitó a servirme lo que quisiera. ¿Por qué? Debido a que ya no importa. En lo que a Tucker Ridley se refiere, Lola Daggette tiene una cita con la muerte el día de Halloween. No tiene ninguna razón para creer que no se presentará. O tal vez sea verdad todo lo contrario.

Tal vez los nuevos resultados de ADN se han filtrado y no importa lo que busco porque la sentencia de Lola será anulada pronto, y quizá también mi otro temor es legítimo. Dawn Kincaid sabe que está a punto de enfrentarse a nuevos cargos de asesinato en Georgia, donde, a diferencia de Massachusetts, podría ser condenada a la pena de muerte. Así que está tramando algo, lo más probable fugarse de un hospital de Boston que no puede ofrecer el nivel de seguridad de una instalación forense, como tiene Butler.

—Solo estoy tratando de averiguar quién estaba por aquí cuando trajeron su cuerpo. —Marino continúa dándole la lata a Mandy O’Toole—. Porque el caso me irrita. Me preguntas si hay algo que no encaja. Es un poco raro que una históloga esté trabajando a las nueve de la noche, y eso también me molesta.

—La noche que murió Barrie Lou Rivers, yo estaba trabajando hasta tarde en mi laboratorio, porque se me acababa el plazo de entrega de un artículo sobre tipos de fijadores.

—Creía que eso es lo que utilizan los ancianos para mantener pegadas las dentaduras postizas.

—Las ventajas del glutaraldehído en el microscopio electrónico y los problemas con los mercuriales.

—Tampoco me gustan las personas volátiles. Son un grano en el culo.

—La eliminación de los tejidos es problemática porque el mercurio es un metal pesado. —Ella le sigue el juego—. Verás, quizá lo mejor es utilizar la solución de Bouin, si lo que buscas es un detalle nuclear. Por supuesto, cuando trabajo con Bouin termino con los dedos amarillos por un tiempo, si se me olvida y toco algo sin guantes.

—Apuesto a que es difícil de explicar en una cita.

—Cuando Colin recibió la llamada de la prisión aún estaba aquí, justo en el pasillo. —Vuelve a lo anterior—. Le dije que me quedaría por aquí y le prepararía su mesa para ayudar en todo lo necesario. Pero yo no era una testigo.

—¿Qué hay de los rumores? —insiste Marino de nuevo—. ¿Qué se comentó sobre lo que le sucedió?

—En un principio se pensó que Barrie Lou Rivers se había ahogado con su última comida. Pero no había ninguna prueba.

Últimamente no he oído ningún rumor al respecto. Ya nadie hablaba del caso hasta que Jaime Berger comenzó a investigarlo. Le ofrecería agua, café, pero no puedo salir de la habitación. Si quiere algo, me lo dice y llamaré. —Esto me lo dice a mí—. Si quieres algo —le dice a Marino con una sonrisa mientras se pone de nuevo los auriculares—, sírvete tu mismo.

—Suze mencionó una cosa interesante sobre el nivel de monóxido de carbono de Barrie Lou Rivers —me dice Marino con su atención puesta en Mandy—. Algo así como un ocho por ciento.

Ella dice que lo normal como máximo es un seis.

—No sé si es interesante o no —contesto mientras repaso la transcripción de una audiencia para considerar la petición de clemencia de Lola Daggette en la que Colin Dengate prestó testimonio y también el investigador Billy Long del FBI—. Tendré que estudiar su caso. No es un nivel inusual para un fumador.

—Ya no puedes fumar en las cárceles. En ninguna que yo sepa. Desde hace años.

—Sí, y las drogas, el alcohol, el dinero, los teléfonos móviles y las armas tampoco están permitidos en las cárceles —respondo y comienzo a leer los hechos de lo que ocurrió en la madrugada del 6 de enero de 2002—. Los guardias pudieron haberle dado un cigarrillo. Se rompen las reglas en función de quién tiene el poder.

—Fumar podría explicar el monóxido de carbono y, si es así, ¿por qué le dieron un cigarrillo?

—Desde luego no podemos saber si alguien lo hizo. Pero es cierto que el monóxido de carbono y la nicotina de los cigarrillos aumentan la tensión arterial, que se agrava por el estrechamiento de las arterias en las enfermedades cardíacas, y por eso sigo recordándote que no fumes. —Deslizo las páginas en la dirección de Marino a medida que termino con ellas—. Su corazón ya trabajaba duro si estaba estresada, y entonces una exposición al humo hizo que trabajase todavía más.

—Así que quizá por eso tuvo el ataque al corazón —insiste.

—Podría haber sido un factor contribuyente, siempre que alguien le diera un cigarrillo, o cigarrillos, mientras esperaba la ejecución —comento mientras leo sobre la Liberty Halfway House, una insegura organización sin ánimo de lucro, que ofrece programas de tratamiento para jóvenes, que se encuentra en East Liberty Street, a pocas calles del Colonial Park Cemetery, muy cerca de la casa de los Jordan, calculo que quizás a un paseo de quince minutos.

Sobre las seis cuarenta y cinco de la mañana del 6 de enero, una voluntaria de la Liberty Halfway House había comenzado la ronda por las instalaciones residenciales para recoger muestras de orina para una prueba de drogas al azar. Cuando llegó a la habitación de Lola Daggette y llamó a la puerta, no obtuvo respuesta.

La voluntaria entró y oyó el sonido del agua corriendo. La puerta del baño estaba cerrada y después de golpear y gritar el nombre de Lola y de no obtener respuesta, la voluntaria comenzó a preocuparse y entró.

Encontró a Lola desnuda en el suelo de la ducha con el agua caliente abierta. La voluntaria declaró que Lola estaba asustada y excitada, y estaba usando el champú para lavar unas prendas que parecían estar muy ensangrentadas. La voluntaria le preguntó a Lola si se había lastimado y ella respondió que no y exigió que la dejaran sola. Afirmó que estaba haciendo la colada porque no tenía acceso a la lavadora y que «dejase el vaso de mierda en el lavabo y mearía en él en un minuto».

Entonces, según la transcripción, la voluntaria cerró el grifo de agua caliente y le ordenó a Lola salir de la ducha. En el suelo de baldosas había «un pantalón de pana marrón de mujer de talla cuatro, un jersey de cuello azul de mujer de talla cuatro, y una sudadera color rojo oscuro de los Atlanta Braves, de talla mediana, todas ellas muy ensangrentadas, y el agua en el suelo de la ducha era de color rosado rojizo de tanta sangre», declaró la voluntaria, y cuando le preguntó a Lola de quién era la ropa, respondió que era lo que vestía en el momento de «ingresar» cinco semanas antes, cuando le dieron los uniformes. «Eran las que llevaba puestas en la calle y desde entonces han estado en mi armario», le explicó Lola a la voluntaria.

Interrogada sobre cómo la sangre había llegado a las prendas, Lola dijo en un primer momento que no lo sabía. Luego añadió: «tengo el período», y afirmó que había tenido un accidente «mientras dormía», declaró la voluntaria. «Tengo la clara impresión de que inventaba las cosas mientras yo estaba allí, pero Lola era conocida por eso en la LHH. Siempre estaba hablando a lo grande y decía lo que fuese para impresionar o mantenerse alejada de problemas. Ella dirá y hará casi cualquier cosa para conseguir llamar la atención, protegerse a sí misma u obtener un favor, y no parece darse cuenta de cómo se percibe eso o de las posibles consecuencias».

«Por desgracia, ella es por aquí como el chico que gritó “el lobo”, y no podría ser más evidente que la sangre no podía haber sido de su período», manifestó la voluntaria bajo juramento en la audiencia. «No tendría sentido que la sangre menstrual estuviese en los muslos, las rodillas y los dobladillos de un par de pantalones, y en la parte delantera y las mangas de un jersey y una sudadera. Una gran parte no se había lavado todavía, porque había mucha, y mi primer pensamiento fue que fuese cual fuese su procedencia, la persona debió de tener una hemorragia, en el caso, por supuesto, de que fuera sangre humana».

«Yo tampoco sé por qué Lola iba a dormir con ropa de calle, que se supone que las internas no pueden vestir mientras están en la residencia», continuó la voluntaria en un testimonio que fue condenatorio. «Las usan cuando llegan aquí, y cuando están en libertad. El resto del tiempo llevan uniformes, y no tenía sentido que Lola estuviera usando la ropa en la cama. Nada de lo que decía tenía sentido para mí, y cuando se lo dije, ella continuó cambiando su historia».

«Ella dijo que había encontrado la ropa ensangrentada en una bolsa de plástico en el baño. Le pedí que me mostrase la bolsa de plástico y cambió su historia otra vez y dijo que no había ninguna bolsa. Dijo que se había levantado para ir al baño y la ropa estaba en el suelo, allí, en el cuarto de baño, justo en el interior, a la izquierda de la puerta. Le pregunté si la sangre estaba húmeda o seca y me dijo que estaba pegajosa en unos lugares y en otros las manchas estaban secas. Afirmó que no sabía cómo la ropa manchada de sangre había llegado hasta allí, pero que se asustó y trató de lavarla porque no quería que la culpasen por algo».

La voluntaria le recordó a Lola que lo que estaba sugiriendo significaba que alguien había buscado en su armario, sacado la ropa, la había ensangrentado de alguna manera, y luego había entrado de nuevo en su habitación, mientras dormía, para dejar la ropa en el baño. ¿Quién haría una cosa así?, y ¿por qué Lola no se despertó? La persona que lo hizo «es silenciosa como un fantasma y es el diablo», le dijo Lola a la voluntaria. «Es una venganza por algo que hice antes de acabar aquí, tal vez alguien al que le compraba drogas, no sé», dijo ella, y se enojó y comenzó a gritar.

«¡No se lo puedes decir a nadie! ¡Puedes tirar toda esa mierda, pero no se lo digas a nadie! ¡No quiero ir a la cárcel! ¡Juro que no hice nada, lo juro por Dios!», declaró la voluntaria, y cuanto más leo, más comprendo por qué nadie de momento no pensó en cualquier otro sospechoso que no fuese Lola Daggette.