I

PLAN DE PRONUNCIAMIENTO

Yo pienso, pues, que vale más ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y para subyugada es mejor batirla y atropellarla, porque se deja más bien vencer por los audaces que por los que obran fríamente.

MAQUIAVELO: El príncipe.

LO que tengo que contar ahora no es ninguna novedad para ti —me dijo Aviraneta—, porque pertenece, en parte, a la historia del tiempo.

Una mañana de agosto se presentó en la Cárcel de Corte el capitán Ríos, ayo de los hijos del conde de Parcent, con otro oficial de la Milicia Urbana, de paisano. El alcaide me dejaba gran libertad, y me permitió hablar con ellos largamente.

Los dos oficiales venían nada menos que a pedirme un plan de sublevación, hecho a base de la Milicia Urbana.

—Señores —les dije yo—, no creo, claro es, que ustedes hayan venido aquí a tenderme un lazo, ni mucho menos; pero ustedes pueden muy bien engañarse respecto al espíritu del pueblo y de la Milicia, y yo, antes de idear un plan y de ser responsable de él, quisiera cerciorarme de lo que ustedes dicen.

Ríos me contestó que traerían una carta de tres comandantes de la Milicia Urbana corroborando lo que decían ellos, y que vendría al día siguiente un agente de Bolsa amigo mío, llamado Robles. Vino Ríos con la carta y con Robles, y hablamos.

Robles me dijo que reinaba, efectivamente, gran descontento en el pueblo liberal; que las noticias de la guerra eran malas; que se acusaba al Gobierno de inactivo; que la Corte, en La Granja, se dedicaba a divertirse, y que todo el mundo decía que tenía que venir un cambio en la política. Era una época en la que había entusiasmo y fe en las nuevas ideas, entusiasmo y fe que luego han ido decayendo.

Ríos añadió que estaba todo preparado para un pronunciamiento de la Milicia; que el pueblo secundaría el movimiento, y que Andrés Borrego había visitado al general Quesada, y que este daba su palabra de que la Guardia Real no atacaría a los sublevados.

—¿Cómo puede asegurar esto Quesada? —pregunté yo—. Él está de reemplazo.

—Sí; pero tiene de su parte toda la oficialidad de la Guardia Real.

—¿Han pactado algo Borrego y Quesada?

—No.

—¿Está usted seguro?

—Sí.

Luego se supo que Borrego había conferenciado con Quesada y con dos jefes de la Guardia Real, el general Soria y el conde de Clonard. En esta conferencia, que yo no conocía, se había pactado que la Milicia Urbana haría una manifestación. Borrego y Olózaga escribirían una petición a la reina, firmada por los cuatro jefes de la Milicia Urbana, y, presentada la petición, la Milicia dejaría las armas.

Si yo hubiera sabido que Quesada estaba en el ajo, no entro en la combinación.

Quesada era un militar ordenancista, bárbaro e incomprensivo. Era muy valiente y de costumbres rudas, arrebatado, ajeno a todo miramiento; decía que no sabía más que mandar y obedecer, declaración que bastaba para juzgar a cualquiera. Muy duro en el mando, muy destemplado en el lenguaje, a pesar de creerse muy fijo en sus ideas, era completamente voluble.

Muchas veces dijo, refiriéndose a los liberales:

—He de ser peor que Atila con esa canalla.

Un hombre como Quesada, que tenía por norma el no razonar, no podía ser hombre de ideas; así se le vio figurar en una época con los absolutistas, después hacerse masón, sentirse medio liberal y, al mismo tiempo, enemigo de la Constitución. Para él todas estas volubilidades e inconsecuencias se velaban con la disciplina.

Sólo a Borrego, a Espronceda y a González Bravo, gente que quería medrar sin esfuerzo, se les pudo ocurrir apoyarse en un hombre como Quesada.

Quesada, en esta época, 1835, estaba de cuartel en Madrid. Le habían separado de la Capitanía general en enero, lo que consideraba como una ofensa a su persona.

Si, como digo, hubiera tenido conocimiento de la participación de Quesada en el asunto, hubiese llevado este de una manera muy diferente.

Hablamos Robles y Ríos, y quedamos de acuerdo en que el objeto de la sublevación sería:

1° Apoderarse de Madrid.

2° Nombrar una Junta revolucionaria.

3° Ponerse en relación con los sublevados de Zaragoza.

De acuerdo en esto, les dije que al día siguiente les daría mi plan. Fue el siguiente:

PLAN DEL PRONUNCIAMIENTO

ORDEN GENERAL PARA LA MILICIA

Pasado mañana, 15 de agosto, hay función de toros, y da el piquete de la plaza la Milicia. Este piquete, en vez de disolverse al llegar a la Puerta del Sol, hará que sus tambores toquen generala, esparciéndose por la población. Los individuos de la Milicia, avisados, se irán reuniendo en la plaza Mayor; se ocuparán las casas y se harán barricadas en las avenidas de los arcos. También se ocupará el telégrafo, para impedir se avise al Gobierno. Una compañía se posesionará de la Puerta de Hierro e impedirá el paso al Sitio (La Granja). Hecho esto, se pondrá inmediatamente en libertad a Aviraneta, que dirá lo demás que debe ejecutarse.

AVISO A LOS ISABELINOS

Se avisará a las centurias de la Isabelina para que asistan el día 15 de agosto, día de la Asunción, a la corrida de toros. A la salida rodearán al piquete de la Guardia Urbana y provocarán todo el escándalo posible. Se alarmará al vecindario.

AVISO A LOS DIPUTADOS

Inmediatamente se avisará a los diputados liberales para que vayan a la plaza Mayor y formen una Junta de Gobierno.

DISPOSICIONES INMEDIATAS

Si las tropas del Gobierno no se oponen, la Milicia se apoderará lo más rápidamente posible de la casa de Oñate, en la calle Mayor, de la Imprenta Real y del Principal.

Se fueron los militares, y yo me quedé en la cárcel. Aquellos días estuve leyendo El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara, que me prestó un preso, y pensando en la idea original del autor.

La tarde y la noche del 15 de agosto las pasé en una gran angustia. Al anochecer me pareció oír desde mi cuarto gritos y ruidos de tambores; luego cesó todo rumor, y volvió el silencio. Cuando a las diez de la noche vi que no venía nadie a buscarme, creí que el pronunciamiento había fracasado. Yo pensaba —y en estas cosas se equivoca uno siempre— que podía fracasar el movimiento; lo que no se me ocurría es que, después de hecho con éxito, mis amigos no vinieran en seguida a sacarme de la cárcel. Sin embargo, así fue. Varios milicianos de un pelotón perteneciente a la Isabelina quisieron venir; pero los centinelas no les dejaron pasar. Otros me dijeron que no habían ido a la cárcel por no molestarme. ¡Por no molestar a un preso retardar su libertad! ¡Y retardarla creyéndolo necesario! ¡Qué absurdo!

Al día siguiente, domingo, a las nueve de la mañana, vinieron a buscarme a la Cárcel de Corte.