XIII
La plana voz microfónica respondió con tono lúgubre.
—Sí. Ahora. ¿Estás seguro de que no te han puesto ninguna trampa, que no te han rastreado, que todo esta en orden?
—¡Pues claro! —la alegría de Brannoch parecía enfriarse; de repente, pareció malhumorado—. A menos de que hayan visto volar a vuestro tanque hasta aquí.
—No lo vieron. Pero después de llegar, realizamos una inspección. La negligencia del superintendente de la plantación, que quiere decir la tuya, ha sido deplorable. En la pasada semana ha comprado dos nuevos labradores para el campo y se ha olvidado de acondicionarlos contra el recuerdo de habernos visto a nosotros y a nuestras actividades.
—¡Oh, bueno... esclavos de la plantación! Jamás se dan cuenta nunca de nada, de todas maneras.
—La probabilidad es pequeña, pero existe y puede ser prevenida. El error ya está, rectificado, pero ordenarás que tu superintendente sea colocado cinco minutos bajo las descargas neurales.
—Mira —los labios de Brannoch se retiraron dejando los dientes al descubierto—. Mujara está en mi nómina desde hace cinco años y me ha servido con fidelidad. Una reprimenda es bastante. No haré que...
—Sí, lo hará.
Durante un largo momento el gigantón permaneció desafiante, como si se hallara en presencia del enemigo. Luego algo en su interior pareció doblegarse, se encogió de hombros y sonrió con cierta amargura.
—Está bien. No vale la pena discutir por eso. Hay muchas otras cosas que hacer.
La mente de Langley pareció reunirse consigo mismo de nuevo y empezar a funcionar otra vez. Todavía experimentaba una sensación de vacío, de carencia de emociones, pero pudo pensar y sus reflexiones no tuvieron nada de placenteras. «Valti ya me dio un indicio de esto. Esos monstruos del interior del tanque no son únicamente los pequeños ayudantillos de Brannoch. Son sus amos. A su manera solapada son quienes gobiernan este espectáculo».
«Pero, ¿qué quieren sacar en limpio? ¿Por qué se molestan? ¿Qué beneficio obtendrán fomentando la guerra? Los thorianos podrían conquistar más territorios, pero un planeta de tipo terrestre, de nada servirla a los seres de respiración de hidrógeno.»
—¡Adelántate, ser extraño! —dijo la voz mecánica—. ¡Deja que te veamos mejor!
Saris se deslizó hacia adelante, bajó la presión de los cañones de las armas. Su flaca forma delgada y parda estaba agazapada y baja, inmóvil a excepción del mismísimo extremo de su cola que se retorcía con hambre. Miró el tanque con ojos fríos.
—Sí —dijeron los thrymanos al cabo de un largo intervalo—. Sí, hay algo en él. Jamás habíamos sentido antes esas particulares corrientes vitales en ninguna de las centenares de razas que conocemos. Puede ser muy bien peligroso.
—Será útil —Intervino Brannoch.
—Si es que ese efecto puede ser duplicado mecánicamente, Milord —Interrumpió Valti con su tono más aceitoso—. ¿Está usted seguro de esa posibilidad? ¿No podría ser que solo un sistema nervioso vivo pudiera generar ese campo... o controlarlo? El control es un problema de los más complejos, va sabe. Puede requerir algo tan bueno como un cerebro genuino, que ninguna ciencia que conozcamos puede fabricar artificialmente.
—Eso es cosa de estudios —murmuró Brannoch—. A los científicos les toca resolverlo.
—¿Y si los científicos fracasan? ¿se le ha ocurrido pensar en eso? Entonces usted habría precipitado una guerra sin las ventajas que estaba esperando tener. Las fuerzas de Sol son mayores y mejor coordinadas que las suyas. Podrían ganar y obtener una victoria definitiva.
Langley no pudo menos que admirar el modo resuelto que tenía Brannoch de enfrentarse a tal idea que antes no había existido para él. Permaneció un rato mirándose a los pies crispando y abriendo las manos.
—No lo sé —dijo por último en voz pausada—. No soy un científico. ¿Qué te parece, Thrymca? ¿Crees que puede hacerse?
—La posibilidad de que la tarea resulte imposible ya ha sido considerada por nosotros —respondió el tanque—. Tiene su probabilidad definida.
—Bueno... quizás lo mejor sería desintegrarle, entonces. Puede que estemos arriesgando demasiado en el juego... porque no me va a ser posible seguir engañando a Chanthavar durante mucho tiempo. Quizás debiéramos refrenarnos, construir mas de nuestras armas convencionales durante unos pocos años...
—No —dijeron los monstruos—. Los factores han sido sopesados. La fecha óptima para la guerra está ahora muy próxima, con o sin nulificador.
—¿Estáis seguros?
—No hagáis preguntas innecesarias. Perderías semanas tratando de comprender los detalles de nuestro análisis. Procede como está planeado.
—¡Bueno... de acuerdo! —una vez tomada la decisión en su nombre, Brannoch se puso en acción como si estuviese ansioso de escapar a sus pensamientos. Gritó sus órdenes y los prisioneros fueron conducidos a un bloque de celdas.
Langley pudo ver de rechazo a Marin mientras pasó por su lado; luego Saris y él fueron arrojados juntos en un cuartito. Una puerta blindada se cerró tras ellos y dos thorianos se plantaron armados al exterior.
El cuarto era pequeño, desnudo y sin ventanas. Poseía servicio sanitario, un par de literas y... nada más. Langley se sentó y dirigió a Saris, que estaba acurrucado a sus pies, una cansina sonrisa.
—Eso me recuerda el modo que los policías de mi época tenía de llevarse a un sospechoso de cárcel a cárcel, manteniéndole siempre un paso por delante de sus abogados de manera que éstos no le pudieran hacer firmar la petición de «habeas corpus».
El holatano no le pidió que se lo explicara; era raro ver lo relajado que estaba. Al cabo de un rato, Langley prosiguió:
—Me pregunto por qué nos han metido juntos en la misma habitación.
—Para que podamos hablar —contestó Saris.
—¡Oh! ¿Sientes que en las paredes hay grabadoras y micrófonos? Pero si hablamos en inglés...
—Sin duda hay facultades traductoras que ellos poseen. Nuestra conversación queda grabada para que mañana se traduzca sin prisas.
—Humm. Si, bueno, de todas formas no tenemos que hablas de nada importante.
Langley soltó una carcajada, que sonó como un ladrido.
—¡Muy bueno! Y esos pájaros de ahí afuera no saben inglés...
—Deseo ordenar mis pensamientos —dijo el Holatano— mientras mira si puedes inducirles a una conversación.
—Debería pensar que tenías más interés en lo que te suceda a ti, recién hablaron de matarte.
—Eso no es tan vital como tu piensas.
Langley le dirigió una turbada mirada, jamás llegaré a entender a esta criatura. Se dirigió hacia la puerta.
Uno de los centinelas alzó nerviosamente su pistola, que más bien parecía un pequeño mosquetón. Se veía que había sido construida por un artesano como un arma para casos excepcionales.
—Cálmate, hijo —dijo Langley—. Yo no muerdo... casi nunca.
—Tenemos órdenes estrictas —repuso el thoriano. Era joven, un poco asustado lo que le hacía más grueso su acento áspero—. Si pasa algo raro, sea culpa vuestra o no, dispararemos para mataros. Recuérdalo.
—No queréis correr riesgos, ¿eh? Bueno, es propio de vosotros. —Langley se apoyó en los barrotes. No era difícil actuar como si estuviera tranquilo y se sintiera sociable, y menos ahora que ya estaba todo definido—. Me preguntaba tan sólo que sacaréis de ello vosotros, muchachos.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, supongo que vinisteis aquí con la misión diplomática, o en un envío posterior. ¿Cuándo llegaste a la Tierra?
—Hace tres años —dijo el otro centinela—. El servicio militar en los planetas extranjeros dura normalmente cuatro años.
—Pero ahí no se incluye el tiempo empleado en el transporte —observó Langley—. Eso hace unos trece años que estáis fuera. Vuestros padres se habrán hecho viejos, quizás hayan muerto; vuestras novias se habrán casado con otros... Allá, de donde yo vine, consideraríamos ese plazo infernalmente largo.
—¡Cállate! —la respuesta fue un poco demasiado amarga y rápida.
—No hablo para predisponeros a la rebelión —dijo Langley con voz meliflua—. Sólo curiosidad. Supongo que para compensar se os pagará bien, ¿eh?
—Hay primas para el servicio en planetas extranjeros —dijo el primer centinela.
—¿Grandes?
—Bueno...
—Me lo pensaba. No es lo bastante importante. Los muchachos están fuera un par de décadas; los viejos han de hipotecar sus granjas para ir viviendo; los muchachos vuelven sin dinero para salir del apuro y se pasan el resto de sus vidas trabajando para alguien más... algún banquero que fue lo bastante listo como para quedarse en la patria. El rico se hace más rico y el pobre más pobre. Ocurrió lo mismo en la Tierra hace 7.000 años. En un lugar llamado Roma.
Los pesados y torpes rostros —de campesinos tozudos, estólidos, lentos de pensamiento— se crisparon tratando de encontrar una respuesta lo bastante conveniente para apabullar el sólido argumento. Pero nada hallaron.
—Lo siento —dijo Langley—. No quería punzaros. Mirad soy un poco curioso. Parece como si Centauro vaya a ser el perro mandón, así que siento deseos de aprender cosas vuestras, ¿eh? Supongo que vosotros os imaginaréis que podréis lograr una buena parcela de tierra en el Sistema Solar. Pero, ¿por qué os respalda Thrym?
—Thrym pertenece a la Liga —dijo uno de ellos. Langley no se perdió la reluctancia de su tono—, Ellos vienen con nosotros... es su obligación.
—Pero tienen voto, ¿verdad? Pudieron haberse opuesto a esta aventura. ¿O se les ha prometido la colonización de Júpiter?
—No podrían —contestó el guarda—. Hay alguna diferencia en el aire, no posee bastante amoníaco, creo. Ellos no pueden emplear ningún planeta de este sistema!
—Entonces, ¿por qué tienen interés en conquistar Sol? ¿Por qué os respaldan? Sol nunca les hizo el menor daño, en cambio Thor, hace pocos años sostuvo una guerra contra ellos.
—Fueron derrotados —dijo el centinela.
—Y un demonio lo fueron. Hijo. No se puede derrotar a un planeta unificado que es mayor que todos tos demás juntos. La guerra fue una farsa y tú lo sabes. Lo más que la Tierra y Thor unidos podría hacer, apuesto lo que quieras, sería establecer una vigilancia en torno a su mundo, manteniendo a los nativos allá abajo.
«Por tanto, sigo preguntándome que sacarán de este trato»
—¡Ya no quiero hablar más de ello —replicó el centinela —Vuelve a tu sitio.
Langley permaneció un momento junto a los soldados, considerando la situación. No había más soldados en el bloque de celdas que aquellos dos. La puerta se mantenía cerrada por una cerradura electrónica.
Saris podría abrirla con un mero esfuerzo de voluntad. Pero los dos jóvenes centinelas estaban en un estado nervioso de gran tensión. Al primer signo de improviso abrirían fuego.
Volvió con Saris...
—¿Has puesto ya en orden, tus pensamientos?
—En cierto modo —el holatano le dirigió una mirada somnolienta—. Te asombrarás cuando te diga ciertas cosas.
—Adelante.
—No puedo leer la mente humana... no sus actuales pensamientos, sólo su presencia y su estado emocional. Dándome tiempo podría averiguar algo más, pero no tenemos tiempo aún, ni siquiera para estudiar contigo. Pero los thrymanos han tenido tiempo en abundancia para estudiar tu raza.
—¿Así que pueden leer nuestros pensamientos, eh? Humm... apuesto a que Chanthavar no lo sabe. Entonces la inspección a que hicieron referencia debió haber sido vía la mente del superintendente, supongo. Pero, ¿estás seguro?
—Sí. Con toda certeza. Déjame que te explique.
La explicación fue breve y clara. Todo sistema nervioso vivo irradia energía, de diversas clases. Hay impulsos eléctricos que la encefalografía descubrió en el hombre antes de la época del nacimiento de Langley. Hay un poco de calor; hay la emisión más sutil y penetrante en el espectro giromagnético. Pero el molde varía: cada raza posee normas propias. Un encefalografista de la Tierra no encontraría el ritmo alfa de un cerebro humano en un holatano; tendría que aprender primero un «lenguaje» completo y nuevo.
En la mayoría de los planetas, incluida la Tierra, hay pocos o ninguno sensitivos a tales emisiones. La vida envolvente desarrolla reacciones a tales vibraciones como la luz y el sonido y, siendo todo esto suficiente para la supervivencia, no sigue desarrollando la habilidad para «escuchar interiormente» con los impulsos nerviosos. Excepto unos cuantos y dudosos seres, la cuestión de la Percepción Extra Sensorial en el hombre es algo para discutir y tratar... la humanidad es telepáticamente sorda. Pero en algunos planetas, a través de ímprobas series de mutaciones, la Percepción Extra Sensorial hace que algunos órganos se desarrollen y que muchos animales la posean, en el caso de Holat el desarrollo fue único... el animal no solo podía recibir los impulsos nerviosos de los demás, sino inducirlos a corto alcance. Esta era la clase de la empatía emocional holatana; también era la razón por la que había forma de controlar un tuvo de vacío. Como siguiendo alguna ley de compensación, la facultad perceptiva era pobre a nivel verbal; los holatanos utilizaban el habla sonora porque telepáticamente no les era posible aclarar las ideas.
La telepatía thrymana era de la clase «normal»: los monstruos podían escuchar interiormente, pero no influenciar, excepto vía los finales especializados de sus nervios cuando se producía la unión entre sus compañeros.
Así que para leer los pensamientos de otro ser tenían primero que conocer su lenguaje. Y Saris y Langley pensaban habitualmente en idiomas desconocidos para ellos. Lo que detectaban les sonaba a jerigonza ininteligible.
—Comprendo... —el hombre asintió—. Tiene sentido —sonrió con tristeza—. Por lo menos es un consuelo poder conservar nuestra intimidad mental.
—Hay otros —replicó el holatano—. Tengo que darte un aviso. Pronto se producirá un ataque.
—¿Eh?
—No demuestres estar tan alarmado. Pero la hembra a la que llamas Marin, ¿no...? tiene un circuito electrónico. Lo he detectado.
—¿Qué? —Langley se quedó sin aliento. Por sus nervios pasó una extraña corriente—. Pero ella...
—Se lo han colocado quirúrgicamente, es algo que puedo catalogar como un emisor de frecuencia variable. A la chica se la puede seguir. Hubiera querido decírselo a Valti, pero entonces no estaba familiarizado con el sistema nervioso humano. Creí que era algo normal en vuestras hembras. Incluso las nuestras son distintas a los machos. Pero ahora que he visto a más de los de tu especie me doy cuenta de la verdad.
Langley se notó temblando. ¡Marin... otra vez Marin! Pero ¿cómo?
Entonces comprendió. Durante la desaparición y su posterior retorno. Había sido hecho a propósito, después de todo. Langley no fue la meta del ataque. Un comunicador automático similar al de Valti introducido en su cuerpo por la cirugía de hoy... sí. Y tal ingenio sería de corto alcance, lo que significa que sólo un sistema de detectores diseminado por todo el planeta podría esperar seguirla. Y únicamente Chanthavar podía poseer tal sistema.
—Dios del cielo —gimió—, ¿de cuanta gente es esa mujer una Judas?
—Tenemos que estar preparados —dijo el holatano calmoso—. Nuestros centinelas tratarán de matarnos en un caso así, ¿no? SI estamos prevenidos quizás podamos...
—¿O avisar a Brannoch? —Langley jugó un minuto con la idea pero la descartó en seguida. Incluso si los centaurianos conseguían huir limpiamente, la flota de combate de Sol les pisarla los talones; la guerra, la vacía e inútil guerra, se desencadenaría como una avalancha. Entonces, que ganara Chanthavar. La cosa no importaba.
Langley enterró su rostro entre sus manos. ¿Por qué seguir luchando? Podía dejar que el plomo le barriera del mundo como un caballero cuando se produjera el ataque.
No. De cualquier manera. Notaba que tenía que seguir luchando. Se le había dado voz, aunque débil, en la historia; era cosa suya seguir hablando mientras le fuera posible.
Pudo ser una hora más tarde cuando el hocico de Saris le rozó conminándole a estar alerta.
—Vibraciones gravitacionales. Creo que ha llegado el momento.