VIII
El Control del Tiempo había decretado lluvia para aquella zona hoy y Lora se alzó bajo un cielo bajo gris con sus torres más altas atravesando las brumas. Mirando por la ventana que constituía una de las paredes de su sala de estar, Brannoch vio solamente un metálico lleno de resplandor, desvaneciéndose en la cortina de agua de lluvia. De vez en cuando restallaba un relámpago y cuando ordenó que la ventana se abriese a su rostro le llegó una fría bocanada de aire.
Se sentía enjaulado. Mientras paseaba por la habitación arriba y abajo había rabia en su corazón. Musitó su informe como si cada palabra de él tuviese que morderse y escupirse para pronunciarla.
—Nada —dijo—. Ni una maldita cosa estéril. No lo saben. No tienen ni idea de dónde puede estar esa criatura. Sus recuerdos han sido revueltos hasta nivel celular y no ha aparecido nada qua podamos utilizar.
—¿Tiene alguna pista Chanthavar? —preguntó la voz lisa y mecánica.
—No. Mi agente Mesko en su último informe dijo que un almacén fue fracturado la noche en que el pequeño aparato volador fue robado y que varias cajas de raciones espaciales desaparecieron. Así que todo lo que tiene que hacer ese ser es esconderse en su cubil elegido, colocar la nave en vuelo automático y ponerse a esperar. Que es lo que en apariencia estaba haciendo entonces.
—Sería raro que los alimentos humanos le mantuviesen indefinidamente —dijo Thrymka—. Las posibilidades todas en favor de sus debilidades nutritivas son de que estas sean un poco diferentes de las nuestras. Habrá alguna pequeña deficiencia comulativa o intoxicante. Eventualmente puede enfermarse y morir.
—Eso puede emplear semanas —repuso Brannoch—, y mientras es posible que encuentre algún modo de conseguir lo que necesita. Pueden ser sólo elementos residuales o partículas simples, titanio... cualquier cosa. O quizás haga algún trato con alguno de esos grupos que le buscan. ¡Te digo que no hay tiempo que perder!
—Nos damos cuenta —respondió Thrymka—. ¿Has castigado a tus agentes por su fracaso en apoderarse de Langley también?
—No. Lo trataron, pero tuvieron la suerte en contra. Casi lo capturan, allá abajo en la Vieja Ciudad, pero luego miembros armados de la sociedad se lo quitaron de las manos. ¿Podían haber sido sobornados por Valti? Quizás fuese una buena idea dar a esa gota de sebo un balazo y deshacerse de él para siempre.
—No.
—Pero...
—No. La política del Consejo prohíbe el asesinato de un miembro de la Sociedad.
Brannoch se encogió de hombros amargamente.
—¿Por miedo a que dejen de comerciar con Centauro? Deberíamos construir nuestros propios navíos mercantes. Deberíamos ser independientes de todo el mundo. Día llegará en que el consejo verá...
—¿Después de que hayas fundado una nueva dinastía para regir una hegemonía interestelar Centauriana? ¡Quizás! —había una débil nota de ironía en la voz artificial—. Pero continúa con tu informe; sabes que preferimos la comunicación verbal. ¿No te han proporcionado Blaustein y Matsumoto ninguna información útil?
—Bueno... sí. Dicen que si alguien puede predecir en donde está Saris y qué es lo que hará, ese alguien es Langley. Nuestra mala suerte ha sido que no hemos tenido éxito en apoderarnos de él. Ahora Chanthavar ha montado tal guardia en su torno que el rapto sería imposible. —Brannoch se pasó una mano por su amarillento pelo—. He colocado igual número de hombres míos para vigilarle, claro. Por lo menos harán difícil que Chanthavar le haga desaparecer. Durante algún tiempo, estamos en un punto muerto.
—¿Qué has dispuesto hacer con los dos prisioneros?
—Bueno... todavía siguen en el escondrijo de la Ciudad Vieja. Anestesiados. Pensé borrarles la memoria del incidente y dejarles marchar. No son importantes.
—Pueden serlo —dijo el monstruo, o los monstruos—. Si vuelven a Chanthavar, serán rehenes que pueden ser capaces de obligar a Langley a que preste su cooperación. Pero es peligroso y enojoso seguir conservándolos nosotros. Hazles matar y que desintegren los cuerpos.
Brannoch se detuvo petrificado. Al cabo de largo rato, durante el cual el batir de la lluvia contra la ventana pareció un sonido estrepitoso, sacudió la cabeza.
—No.
—¿Por qué no?
—Asesinato en la línea del negocio es una cosa. Pero en Thor no matamos a los prisioneros desamparados.
—Tu argumento carece de lógica. Da las órdenes.
Brannoch permaneció quieto. El dibujo disimulado de la pared giraba lentamente ante sus ojos; en la parte opuesta, la lluvia era plata líquida bajando a raudales por el único gran panel.
Se le ocurrió rápidamente que jamás había visto a un Trimano. Allí habían estereógrafos, pero bajo el monstruoso peso de su atmósfera, arrastrados por un planeta de noventa mil kilómetros de diámetro y de tres gravedades terrestres, ningún hombre podía vivir. El suyo era un mundo en el que el hielo era como piedra para formar montañas, en donde los ríos y mares de amoniaco líquido se veían rasgados por tempestades que podían tragarse a toda la Tierra entera, en donde la vida se basaba en su química sobra el hidrógeno y el amoníaco en lugar del oxigeno y del agua, en donde explosiones de gas se producían rojas a través de una oscuridad impenetrable. La población de esas especies dominantes era calculada en 50.000 millones y un millón de años de historia registrada, les había unido en una civilización inhumana. No era un mundo de hombres y algunas veces deseaba que los hombres jamás hubiesen enviado robots para ponerse en contacto con los Trimanos.
Consideró lo que ocurría en el interior de aquel tanque: cuatro gruesos discos, de seis pies de diámetro, de un azul sucio, cada uno con seis cortas patas con amplias y agudas zarpas; entre cada par de patas había un brazo terminado en una mano. Se tres dedos y de fuerza fantástica. Un abultamiento en el centro del disco era la cabeza, rígidamente fija, con cuatro ojos colocados en torno a un tronco como una antena y sobre el cual un tímpano en vez de oídos. Debajo estaba la boca y otro tronco que contenía la nariz y una especie de trompa alimentadora. Uno no podía distinguir a dos ejemplares de la misma especie, ni por su aspecto ni por sus actos. No había diferencia en fue hablase Thrymka 1 o Thrymka 2.
—Te estas debatiendo entre rehusar o no —dijo la voz microfónica—. No nos tienes especial cariño.
Eso era una maldita parte. A poca distancia un Trimano podía a la mente. Uno podía verse imposibilitado de elaborar un plan o un pensamiento que ellos no comprendieran. Esa era una razón por la que se habían convertido en consejeros valiosos. La otra razón estaba, ligada con la primera: uniéndose las antenas, podían descartar cualquier lenguaje hablado, comunicándose directamente por el pensamiento de nervio a nervio, en una ligación en la que la individualidad quedaba perdida y varias inteligencias, entidades altamente especializadas, se convertían en un cerebro de poder y potencia inimaginables. El consejo de tales multicerebros había contribuido mucho para ayudar a la liga de Alfa Centauro a alcanzar su fortaleza actual.
Pero no eran humanos. Ni remotamente... Apenas tenían nada común con el hombre. Comerciaban con la liga, un intercambio de primeras materias necesarias mutuamente; se sentaron en el consejo, conservaban posiciones altamente ejecutivas. Pero la endiablada habilidad que hacía a sus mentes casi ilimitadas, era un peligro, por ser seres extraños. No se conocía nada de su cultura, su arte, sus ambiciones. Las emociones que pudieran tener. Eran tan extrañas que la única posible comunicación con la humanidad estaba a nivel de una fría lógica.
¡Maldita sea!, un hombre era algo más que una máquina lógica.
—Tu manera de pensar se enturbia —dijo Thrymka—. Puedes aclararla formulando verbalmente tus observaciones.
—No quiero hacer que maten a esos hombres —dijo Brannoch con llaneza—, es una cuestión de ética. Nunca me perdonaría el haberlo hecho...
—Tu sociedad te ha acondicionado a lo largo de líneas arbitrarlas —dijo Thrymka—. Como en la mayor parte de tus conceptos relacionales, ese es insensato, va contra la supervivencia. Dentro de una civilización unificada, que el hombre no posee, tal ética podría justificarse, pero no ante el aspecto de las condiciones existentes. Se te ha ordenado que mates a esos hombres.
—¿Y si no lo hago? —preguntó Brannoch con voz suave.
—Cuando el consejo se entere de tu insubordinación, serás destituido y todas tus posibilidades para alcanzar tus ambiciones, se desvanecerán.
—El consejo no tiene por qué enterarse. Podría romper el tanque vuestro. Estallaría como pesos de las profundidades. Un accidente lamentable.
—No lo harás. No puedes prescindir de nosotros. También, el hecho de tu culpabilidad sería conocido por todos los Trimanos del consejo en cuando te presentases ante ellos.
Brannoch dejó caer los hombros. Le tenían en sus manos y lo sabía. De acuerdo con sus propias órdenes de la patria, ellos tenían que dar siempre la opinión final.
Se sirvió una fuerte bebida y la apuró de un trago. Luego pulsó un comunicador especial.
—Yantri hablando. Desembarazaros de esos dos motores. Desmantelar las partes. Inmediatamente. Eso es todo.
La lluvia seguía cayendo de manera infinita. Brannoch la miró inexpresivo. Bueno... eso era todo. «Traté de no hacerlo».
La fuerza del alcohol le reconfortó. Había ido contra el grano, pero ya había matado a muchos hombres antes, y no pocos con sus propias manos. ¿Era muy diferente el modo de su propia muerte?
Se sacudió de sí mismo tales pensamientos, tratando de apelar a la última frialdad que circulaba por su sangre. Quedaba mucho que hacer.
—Supongo —dijo—, que sabéis que Langley va a venir aquí hoy.
—Hemos leído eso en tu cerebro. Pero no estamos seguros de que Chanthavar lo permita.
—Para conseguir una pista de mí, claro, una idea de mis procedimientos También, él tendría que colocarse contra sus autoridades más altas, algunas de las cuales están en mi nómina, que han decretado que Langley tenga un máximo de libertad durante una temporada. Hay mucha parte de sentimentalismo en ese hombre del pasado. Chanthavar les desafiaría si pensase que podía ganar algo, pero ahora mismo quiere utilizar a Langley para cebo para mí. Darme el suficiente voltaje para que me electrocute.
Brannoch sonrió, sintiéndose de repente más animoso.
—Yo le seguiré el juego. No objeto a que conozca mi juego en el presente, porque no hay mucho que pueda hacer por impedirlo. He invitado a Langley para que se deje caer y charlaremos. Si sabe donde está Saris, podréis leerlo en su mente. Dirigiré la conversación en ese sentido. Si no lo sabe, entonces tendré un plan para descubrir exactamente lo que él ha descubierto del problema y cual es la respuesta.
—El balance es muy delicado —dijo Thrymka—. En el momento que Chanthavar sospeche que tenemos una pista, tomará sus medidas.
—¡Lo sé. Pero voy a activar a toda la organización: Espías, sabotaje, sedición, por todo el Sistema Solar. Eso le mantendrá ocupado, y le hará posponer su arresto e interrogatorios de Langley hasta que esté seguro de que el individuo lo sabe. Mientras tanto, podemos... sonar una campana. Ese debe ser él ahora, en el ascensor bajo. ¡Ya vamos!
Langley entró con un paso lento, mirando en el umbral. Parecía muy cansado. Sus ropas convencionales no eran disfraz para él, incluso si no de una sola raza pura y sin mezclas, uno le reconocería de inmediato como extranjero por su manera de andar, sus gestos, y un millar de sutiles indicios. Brannoch pensó con simpatía en lo solitario que el hombre debería estar. Luego, con una risa secreta, pensó: «ya arreglaremos eso».
Adelantándose, su capa rojo llama ondeando desde sus hombros, el Centauriano sonrió.
—Buenos días, capitán. Ha sido usted muy amable al venir. Esperaba ansioso esta charla con untad.
—No puedo quedarme mucho —dijo Langley.
Brannoch lanzó una mirada hacia la ventana. Una nave de combate volaba con la lluvia cayendo por sus costados. Había hombres apostados en todas partes, rayos espías, armas dispuestas a utilizarse. Era inútil intentar un rapto esta vez.
—Bueno, por favor, siéntese. Beba algo —dejando caer su propia forma enorme en un sillón añadió—: Probablemente le aburriré con preguntas estúpidas acerca de su período y de cómo vivían entonces. Pues, bien, se equivoca. No iré por ahí. Pero quiero preguntarle algo acerca de los planetas en que se detuvo.
El rostro flaco de Langley se endureció.
—Mire —dijo lentamente—. El único motivo que he tenido para venir fue el de tratar de sacar de sus garras a mis compañeros.
Brannoch se encogió de hombros.
—Lo siento mucho —su tono era gentil—. Pero mire, no los tengo. Admito que deseaba hacerme con ellos, pero alguien más se me adelantó.
—Si eso es una mentira, se podrá conservar hasta que uno de ellos aparezca —dijo el hombre del espacio con frialdad.
Brannoch sorbió su bebida.
—Mire, no puedo demostrarlo, no puedo demostrárselo. No le censuro por mostrarse receloso. ¿Pero por qué echarme la culpa particularmente? Hay otros que también estaban tan ansiosos como yo. Por ejemplo, la Sociedad comercial.
—Ellos... —Langley dudaba.
—Lo sé. Se apoderaron de usted hace un par de noches. Las noticias circulan con rapidez. Deben de haber hablado con usted en términos muy dulces. ¿Cómo saber que le decían la verdad? A Goltam Valti le gusta acercarse de manera sinuosa. Le agrada pensar en sí misino como una araña y no es mala esa táctica, tampoco.
Langley fijó en él sus ojos atormentados.
—¿Se apoderó o no se apoderó usted de mis hombres? —preguntó con aspereza.
—Por mi honor, no —Brannoch no tenía escrúpulos de condénela cuando era preciso—. No tengo nada que ver con lo que ocurrió esa noche.
—Había dos grupos mezclados. Uno era la Sociedad. ¿Cuál era el otro?
—Posiblemente también los agentes de Valti. Sería esperanzador que usted le creyese una especie de salvador. ¡Oh... aquí hay una posibilidad! Chanthavar mismo montó la escena del rapto. Quería probar la interrogación, pero manteniéndole a usted como reserva. Cuándo usted se le escapó, la pandilla de Valti pudo haber tratado de aprovecharse de la oportunidad o el propio Valti es posible que esté en la nómina de Chanthavar... o incluso, por fantástico que parezca, Chanthavar en la de Valti. Las permutaciones del soborno... —Brannoch sonrió—. Me imagino que se va a mostrar usted muy escarmentado cuando vuelva con el amigo Channy.
—Sí, ya le dije lo que pensaba hacer. Ya estoy harto de quo me acucien por todas partes. —Langley dio un gran sorbo a su bebida.
—Estoy mirando dentro del asunto —dijo Brannoch—. Tengo que conocerle yo mismo. Es más, aún no me ha sido posible descubrir nada.
Langley retorció los dedos.
—¿Cree que volveré a ver a esos muchachos? —preguntó.
—Es difícil decir. Pero no pierda las esperanzas y no acepte ninguna oferta de comercio con sus vidas a cambio de su información.
—No quiero ni pensarlo. Se arriesga demasiado.
—No —murmuró Brannoch—. No creo que usted lo piense.
Se relajó todavía más y lanzó la pregunta clave:
—¿Sabe usted dónde está Saris Hronna?
—No, no lo sé.
—¿No tiene la menor idea? ¿No está en un sitio probablemente por aquí?
—No lo sé.
—Bueno, le prometí no molestarle. Relájese, capitán. Usted parece un sauce mustio. Tome otra copa.
La conversación se mantuvo durante una hora, errando desde estrellas a planetas. Brannoch se mostró encantado y creyó haber conseguido agradar a su invitado.
—Tengo que irme —dijo por último Langley—. Mis señoritas de compañía deben de estar poniéndose nerviosas.
—Como quiera. Vuelva cuando guste. —Brannoch le acompañó hasta la puerta—. ¡Oh, a propósito! Habrá un regalo para usted cuando regrese. Creo que le gustará.
—¿Eh? —Langley miró con fijeza.
—Nada de sobornos. No estará obligado a mí bajo ningún concepto. Si no lo acepta, me consideraría ofendido. Pero se me ha ocurrido que con toda esa gente tratando de utilizarle como si fuese una herramienta, a nadie se le ha ocurrido pensar que es usted un hombre. —Brannoch le puso la mano en el hombro—. Hasta la vista. Buena suerte.
Cuando se hubo ido el Centauriano volvió hacia sus escuchas. Había un ardor dentro de él.
—¿Lo conseguisteis? —preguntó—. ¿Captasteis sus pensamientos?
—No —dijo la voz—. Nos fue imposible leer su pensamiento.
—¿Qué?
—Todo era un jeroglífico. Nada había reconocible. Tenemos ahora que fiarnos de tu plan.
Brannoch se derrumbó en la silla. En poco tiempo se notó desalentado. ¿Por qué? ¿Acaso la lenta acumulación de mutaciones había alterado tanto el cerebro humano? No lo sabía. Los Trimanos jamás habían confiado a nadie cómo funcionaba su telepatía.
Pero... bueno, Langley era todavía un hombre. Había una oportunidad. «Una buenísima posibilidad, si yo conozco a los hombres». Brannoch suspiró con amargura y trató de alejar de si mismo aquella tensión.