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Podía haber ojos al mismo tiempo que oídos en las paredes. Langley se fue a la cama poco después de la puesta del sol. Los rayos espías penetraban por entre el comunicador, había dicho Valti, pero de todas maneras se puso el pijama. Estuvo acostado durante una hora, medio traspuesto, pero incapaz de dormirse del todo. Luego ordenó música en alta voz. El estrépito de la música registrada ahogaría cualquier conversación efectuada en voz baja.
Esperó que la tensión interior que parecía formarle un nudo en el estómago, no se reflejara en sus facciones.
A tientas, como si palpara en la oscuridad, oprimió el botón. Luego encendió un cigarrillo y se tendió a esperar.
La suave voz fue como vibración dentro de él...
Pensó en rayos sónicos hetereodinados y enfocados hacia las cavidades óseas de su cráneo... Era algo que sonaba disonante, pero sabía que Valti había dicho en alguna parte, poco más o menos:
—Ah, capitán Langley. Me hace usted un honor sin precedentes. Es un placer verse arrancado de un cómodo lecho para oírle. ¿Me permite aconsejarle que hable con los labios cerrados? La transmisión será lo bastante clara.
—De acuerdo —había una pregunta desesperada que tenía que formular—. Estoy preparado para negociar con usted... ¿pero tiene en su poder a Blaustein y Matsumoto?
—No, capitán. ¿No acepta mi palabra?
—Yo... creo que sí. Está, bien. Le diré donde creo que Saris es... si no le importa, un invitado huésped... y le ayudaré a encontrarle si es posible. A cambio, quiero que haga todo cuanto pueda por rescatar a mis amigos, junto con dinero, protección y el transporte que me ofreció, tanto para mí como para otra persona, una muchacha esclava que está conmigo en este apartamento.
Era difícil discernir si la alegría fue lo que obligó a aquel hombre gordo a responder con una voz algo más gruesa que de ordinario.
—Muy bien, capitán. Se lo aseguro, no se arrepentirá nunca de lo que hace. Ahora, como consideraciones prácticas, usted debe desaparecer sin dejar rastro.
—No estoy muy seguro de cómo va a poder hacerse esa cosilla, Valti. Creo que estoy poco más o menos balo arresto domiciliarlo.
—No obstante, usted saldrá esta noche. Déjeme pensar... Dentro de dos horas la chica y usted saldrán a la galería o terraza. Por Dios, háganlo de manera que parezca natural. Quédense allí, a plena vista de los de arriba, ocurra lo que ocurra.
—Está bien. Dos horas... 23:47 de mi reloj, ¿de acuerdo? Hasta la vista.
Ahora tenía que esperar. Langley tomó otro cigarrillo y permaneció acostado como si escuchara, la música: «¡Dos horas! Antes de que pase ese tiempo seré una ruina de cabellos encanecidos».
El tiempo se arrastró despacio, parecía transcurrir una eternidad de minuto a minuto. Langley juró, entró en la sala de estar y marcó en un dial para conseguir un libro. Física básica moderna. Tal y como transcurría el tiempo de despacio en dos horas tendría bastante como para obtener el título de Doctor en Ciencias. De pronto se dio cuenta de que había estado mirando la misma página durante los últimos quince minutos. Apresuradamente marcó la siguiente. Incluso si no era registrado, debía comportarse como si lo fuera.
Miró el reloj y sintió como se le endurecían los músculos del estómago. Veinte minutos para irse.
Tenía que sacar fuera a Marin. No podía dejarla en aquel infierno y tenía que hacerlo de un modo que no llamara la atención a los observadores. Durante un ratito permaneció sentado pensando. El único modo no era de su agrado. Un lejano antecesor de Nueva Inglaterra apretó los labios airado y trató de retenerle. Pero...
Caminó hacia la puerta de la habitación de ella. Se abrió sola y el se encontró mirando a la muchacha: Estaba dormida. El cabello cobrizo desparramado suave en torno a su rostro, un rostro que emanaba paz. Trató de no acordarse de Peggy y la acarició el brazo.
Ella se sentó.
—Oh... Edwy —abrió los ojos parpadeando— ¿Qué ocurre?
—Siento despertarte —dijo con terneza—. No podía dormir. Me sentía, como en el infierno. ¿Quieres venir a hablar conmigo?
Ella le miró con algo parecido a la compasión.
—Sí —respondió por último—. Sí, claro.
Echándose una capa por encima de su camisón, le siguió a la terraza.
Encima de ellos brillaban las estrellas. Contra el remoto fulgor de las luces de la ciudad se destacaba la negra forma de una nave patrullera. A Langley una ráfaga de viento le alborotó el cabello. Se preguntó dónde se alzaba la Lora actual... no lejos del antiguo emplazamiento de Winnipeg, ¿verdad?
Marin se apoyó contra su costado y él la rodeó la cintura con el brazo. La vaga luz mostraba una curva pensativa e insegura en la linda boca de la joven.
—Se está bien aquí afuera —dijo Langley por decir algo.
—Sí...
Ella esperaba alguna cosa. Langley sabía lo que era y también los observadores de Chanthavar sentados ante sus pantallas. ¡Dios, cómo deseaba poder escapar a sus ojos!
Se detuvo y se forzó a besarla. Ella respondió gentil, con algo de torpeza, sin embargo. Luego la miró con fijeza largo rato y no pudo decir nada.
—Lo siento —murmuró por fin.
¿Cuánto tardarían en irse? ¿Cinco minutos? ¿Diez?
—¿Por que? —preguntó ella.
—No tenía derecho a...
—Tienes todos los derechos. Soy tuya, ya lo sabes. Para eso soy.
—Cállate —rugió él—. Me refiero a derecho moral.
Sentía un martilleo en sus sienes.
—Vamos —dijo ella, tomándole de la mano—. Volvamos dentro.
—No... todavía no —balbuceó Langley.
Ella esperaba. Y porque allí no parecía haber otra cosa que hacer, él se encontró besándola de nuevo.
«¿Cinco minutos? ¿Tres? ¿Dos? ¿Uno?».
—Vamos —susurró ella—. Entra conmigo ahora.
El se hizo atrás.
—Espera... espera...
—Tú no me tienes miedo. ¿Qué te ocurre? Hay algo raro en tí...
—¡Cállate! —respingó el americano.
Un fuego floreció en el aire. Un instante después Langley sintió el puñetazo del impacto. Se lanzó hacia atrás y vio pasar como un rayo a una espacionave lanzando llamas contra la nave patrullera. El viento rieló tras ella.
—¡Aléjate de enmedio, Edwy! —Marin se lanzó en busca de protección de la sala de estar. Langley la cogió del pelo, la obligó a retroceder y permaneció al descubierto. La nave atacante voló, desapareciendo borrosa.
Y algo se apoderó de Langley y le hizo ascender girando.
«Un rayo tractor», pensó locamente, «un rayo de gravedad controlada». Después algo negro bostezó ante él. Un portalón abierto. Pasó a su través y la puerta se cerró inmediatamente a sus espaldas. Mientras se reanimaba percibió el latido de grandes motores. Marin estaba acurrucada a sus pies. La levantó y ella se estremeció entre sus brazos.
—Todo va bien —le musitó inseguro—. Todo va bien. Logramos escapar. Quizás.
Un hombre con sobretodo gris entró en la pequeña cámara hermética.
—¡Bien hecho, señor! —dijo—. Creo que nos vamos sin novedad. ¿Quiere seguirme?
—¿Qué es esto? —preguntó Marin frenética—. ¿Dónde vamos?
—Hice un trato con la Sociedad —explicó Langley—. Nos sacarán del Sistema Solar. Vamos a ser libres, los dos.
Interiormente se preguntó si sería cierto.
Bajaron por un pasillo estrecho. La nave trepidaba en su torno. Al final del pasillo entraron en una estancia pequeña atiborrada y reluciente de instrumentos. Una pantalla contenía una vista de las duras estrellas del espacio..
Goltam Valti emergió en su sillón para palmear la espalda de Langley y agitarle la mano y rugir un saludo.
—Maravilloso, capitán. ¡Excelente! un excelentísimo trabajo, si usted me perdona la falta de modestia.
Langley se encontraba débil. Se dejo caer en un asiento, arrastrando a Marin para que se sentara en su regazo sin pensarlo siquiera.
—¿Qué es lo que ocurrió exactamente? —preguntó.
—Unos cuantos otros y yo nos escabullimos de la torre de la sociedad —dijo Valti—. Tomamos una nave rápida para dirigirnos a la hacienda de un ministro que... simpatiza... con nosotros en donde mantenemos un pequeño bastión. Se necesitaron dos espacionaves: una para crear una breve dispersión de fuerzas y ésta para recogerles a ustedes y escapar aprovechando la confusión.
—¿Qué hay de la otra nave? ¿No la capturaran?
—Eso esta ya resuelto. Habrá un disparo afortunado que la derribará... ya sabe, una bomba colocada a bordo. Va tripulada por robots y ha sido limpiada con cuidado de todo rastro de su propietario excepto una o dos pequeñas sugestiones que indicarán a Chanthavar su origen centauriano —Valti parpadeó—. Lástima tener que perder tan excelente navío. Costó su buen medio millón de solares. Es difícil en esta época prever beneficios sustanciosos.
—En cuanto Chanthavar haga averiguaciones lo encontrará a faltar a usted...
—¡Mi buen capitán! —Valti parecía ofendido—. Yo no soy ningún aficionado. Mi doble duerme pacífica y legalmente en mis propias habitaciones.
—Claro —añadió pensativo—, si podemos hallar a Saris puede que sea necesario que yo abandone Sol también. Si es así, espero que mi sucesor sepa manejar el comercio venusiano. Es bastante difícil; con suma facilidad puede ponerse al rojo.
—De acuerdo —exclamó Langley—. Hecho está. Ya me encuentro comprometido. ¿Cuál es su plan de acción?
—Eso depende de dónde esté él y de qué métodos serán necesarios para establecer contacto. Pero este crucero es rápido, silencioso, apantallado contra radiaciones; bien artillado y a bordo hay treinta hombres armados. ¿Cree que serán suficientes?
—Me... me parece que sí. Tráigame mapas de la zona de Mesko.
Valti asintió y la pequeña peluda criatura verdosa llamada Thakt, que había estado en un rincón, percibió el gesto. Dio un saltito y salió.
—Encantadora jovencita —se inclinó Valti—. ¿Puedo preguntar cómo se llama?
—Marin —respondió ella con un hilo de voz.
Se levantó del regazo de Langley y permanecía en pie, respaldada contra la pared.
—Todo va bien —dijo el hombre del espacio— No temas.
—No tengo miedo —respondió la muchacha, tratando de sonreír— Sólo estoy aturdida.
Thakt regresó con un manojo de papeles. Langley se enfrascó en ellos, frunciendo el ceño, tratando de hallar orientación en medio de aquella alterada geografía.
—Una vez, en Holat —dijo—. Daris y yo nos tomamos el día libre para ir de pesca y él me mostró algunas cuevas. Entonces le hablé de las Cuevas Carlsbad, en Nuevo Méjico y se mostró muy interesado. Más tarde, poco después de que partiéramos para la Tierra, las volvió a mencionar y le prometí llevarle a verlas. Mientras examinábamos algunos mapas terrestres para beneficio de varios filósofos holatanos, le mostré su localización. Así que si ha logrado conseguir mapas del mundo moderno, Carlsbad no quedaría muy lejos y él sabría que esa zona es terreno vedado, casi inexplorado. Claro que por ahora podría estar colonizado o haber desaparecido de la existencia, por cuánto yo sepa.
Valti siguió la dirección que señalaba el dedo de Langley.
—Sí... creo que he oído hablar de ese lugar —dijo con una pizca de excitación—. Corrad Caverns... sí, aquí. ¿Es ese el sitio?
—Ah, entonces lo conozco. Forma parte de las tierras del ministro Ranull, en donde la vida se desenvuelve salvaje. Algunas veces lleva a sus invitados hasta las Corrad Caverns, pero estoy seguro de que nadie se introduce muy lejos en ellas. La mayor parte del tiempo deben estar completamente desiertas. ¡Una brillante sugerencia, capitán! Le felicito.
—Si no da resultado —apuntó Langley—, entonces estaré tan a oscuras como usted.
—Lo probaremos. De todas maneras, usted tendrá su recompensa. —Valti habló por un comunicador—. Iremos allá en seguida. No hay tiempo que perder. ¿Desea alguna droga estimulante...? Tome, esto le dará vivacidad y energía para las próximas horas y puede llegar a necesitarlo. Perdóneme, tengo que ultimar algunos detalles.
Se fue y Langley quedó a solas con Marin. Ella le contempló durante algún tiempo sin hablar.
—Está bien —dijo él—. Está bien, me decidí por un bando. Me imagino que la Sociedad hará mejor uso de esta fuerza que ninguna otra facción. Pero, claro, tú eres una ciudadana de Sol. Si no lo apruebas, lo siento.
—No sé. Es una carga muy grande para que uno la tome sobre sus propios hombros —sacudió la cabeza—. Comprendo lo que te impulsó a esto. Puede que tengas razón, puede que no la tengas, no te lo aseguro. Pero estoy a tu lado, Edwy.
—Gracias —dijo él tembloroso y se preguntó si a pesar de sí mismo no llegaría a enamorarse de ella. De pronto se le representó la imagen de los dos, comenzando de nuevo en algún lugar más allá del firmamento. Claro que eso dependía de que pudieran escapar de Sol.