XVI
Singularmente, fue en Ilaloa en quien se fijó la mirada de Trevelyan. El orgullo la había abandonado y dio un paso hacia Sean, con las manos extendidas hacia él.
El Nómada se volvió de espaldas, emitiendo un sonido parecido a un sollozo ahogado. Fue hacia Nicki como si ésta hubiera sido su madre y ella le abrazó. Ilaloa los contempló durante un corto instante. Después se deslizó al interior del bosque y desapareció.
«Todavía conserva la intuición de lo que debe hacer en cada momento», pensó Trevelyan. «Y éste no es el apropiado para ella».
Lentamente, volvió la mirada, buscando al ser alto que había hablado. Estaba colocando cuidadosamente el nido gris en la bifurcación de un árbol. Cuando tuvo las manos libres, el apresador sonrió de nuevo. La sonrisa resultó deslumbradora y cálida en su rostro.
—Bienvenidos.
Trevelyan cruzó los brazos y contempló al otro con ojos inexpresivos.
—Ésta es una frase curiosa para decírnosla a nosotros.
—Pero es sincera —insistió amablemente el ser—. Ustedes son huéspedes en este planeta. No es un eufemismo. Estamos verdaderamente contentos de verles aquí.
—¿Se alegrarían de vernos marchar? —preguntó aviesamente Trevelyan.
—No, en este momento, no. Primero nos gustaría que nos comprendieran ustedes un poco. —La hermosa cabeza se inclinó—. ¿Puedo encargarme de las presentaciones? A este planeta lo llamamos Loaluani y nosotros somos los alori. Esta palabra no equivale exactamente a la suya «humanos», pero suponga por el momento que es así. Yo me designo... me llamo Esperero.
Trevelyan le indicó los nombres de su grupo, añadiendo:
—Pertenecemos a la nave nómada
—Sí. Eso ya lo sabemos.
—Pero Ilaloa no dijo... ¿Son ustedes telépatas?
—No en el sentido que usted supone. Pero esperábamos al
—¿Cuáles son sus intenciones con respecto a nosotros?
—Pacíficas. Nosotros (unos pocos de nosotros que conocemos el arte) devolveremos el bote a la nave. La tripulación no sospechará nada, ya que no han recibido ninguna alarma por radio, y están demasiado elevados para haber observado lo ocurrido por medio de los telescopios. Cuando estemos dentro de la casilla de botes soltaremos el gas adormecedor, que se esparcirá rápidamente en el interior de la nave a través de los ventiladores. Traeremos aquí abajo a todos los nómadas, transportándolos en los botes. Pero ninguno resultará herido. ¿Quiere usted venir con nosotros? Nuestro grupo irá hacia aquella parte de la isla, donde creemos que estarán ustedes más cómodos. También llevaremos allí a sus compañeros de la nave.
—Sí... sí, desde luego.
Nicki saludó a Trevelyan con sonrisa torcida. Andaba un poco detrás de él, apoyando una mano en el hombro de Sean. El Nómada se movía como un hombre ciego. Trevelyan permaneció al lado de Esperero, y los otros alori se deslizaban a ambos lados. Se «deslizaban»... no había otra forma de expresar la gracia ondulante de sus movimientos, silenciosos bajo las sombras moteadas por el sol. El bosque se cerró a su alrededor.
—Pregunte cuanto quiera —dijo Esperero—. Está usted aquí para aprender.
—¿Cómo se las compusieron para que viniéramos? ¿Cómo lo supieron?
—Por lo que se refiere a Lorinya, o Rendezvous, como ustedes lo llaman —dijo Esperero—, hacía unos cincuenta años que lo habíamos colonizado cuando llegaron los Nómadas, y los observamos y estudiamos durante mucho tiempo. Algunos de nosotros conocíamos ya su idioma y teníamos medios de espiarlos aunque ninguno de los alori estuviese presente.
Como Trevelyan alzara las cejas, el ser dijo solamente:
—El bosque informaba a nuestra gente.
Después de un momento, continuó:
—Hace cuatro años se oyó mencionar al capitán Joaquín sus sospechas acerca de esta sección del espacio. Era lógico pensar que más pronto o más tarde vendría a investigar y decidimos introducir un agente a bordo de su nave. Se escogió y aleccionó a Ilaloa. Cuando el
—Yo se lo puedo explicar.
Trevelyan relató lo que sucediera en Kaukasu.
—Es evidente que no había ningún ser pensante detrás de las paredes. Es una consumada actriz.
—Sí. Ilaloa les proporcionó una configuración estelar tal, que la ruta más directa desde el planeta hasta aquí tendría que meterles inevitablemente en la tormenta.
—Ya. Y supongo que le inculcaron defensas post-hipnóticas, para que contestara como era necesario, aunque estuviera bajo hipnosis.
—¿Lo intentó usted? Sí, desde luego, la protegimos de todos los modos imaginables.
—Excepto contra la tormenta misma —dijo secamente Trevelyan—. Casi nos aniquiló.
—Si hubiera sido así —dijo Esperero—, por lo menos hubiésemos quitado de en medio un enemigo en potencia.
Había un dejo de inhumanidad en su acento. No era cínica indiferencia, sino algo más... ¿un sentimiento de predestinación? ¿O de aceptación?
—Sin embargo, sobrevivieron ustedes —continuó el aloriano—. Nuestra intención era conducirles a una colonia para poder capturarles, tal como hemos hecho. Hay una media docena de colonias a las que era igualmente probable que ustedes llegaran y todas han sido dispuestas para recibirles. Yo he sido por casualidad el que ustedes... escogieron, podríamos decir.
Su sonrisa era traviesa y Trevelyan no pudo evitar una mueca.
—Debía haberlo supuesto —dijo como si lo sintiera—. Si tan siquiera hubiese pensado investigar acerca de Ilaloa, hubiera descubierto la verdad.
—Usted no es Nómada, ¿verdad?
—No. Los Nómadas no se entretuvieron en comprobar los hechos o motivos de todo el asunto y yo tenía demasiadas cosas en las que pensar. Pero si hubiese sabido que se suponía que los lorinianos eran salvajes... Ilaloa habla la lengua básica casi a la perfección, con un vocabulario más extenso incluso que el de un ser humano. Sabía palabras desusadas, tales como «hoz», que sólo hubiera podido encontrar en obras literarias... y no leía mucho, si es que lo hacía, durante el viaje. Y cuando intentamos discutir nuestros puntos de vista filosóficos, empleó varias veces expresiones muy sofisticadas. Supuse que pertenecía a una cultura bastante elevada, que tenía mucho que ver con los Nómadas.
—Eso es bastante cierto —dijo Esperero.
—Sí, pero los Nómadas consideraban primitivos a los lorinianos. Ellos... Bueno, no importa.
Trevelyan suspiró. Cada vez que uno pensaba haber expresado la realidad en un sistema, tropezaba con una nueva faceta. El hombre sensato debe desconfiar siempre de sus convicciones.
—No recibirá usted ningún daño —dijo Esperero.
Traspusieron a paso largo las colinas, pasando entre bosques llenos de sombras, mientras el sol declinaba lentamente. Trevelyan percibió vida animal por todas partes, trepando a los árboles, arrastrándose por el suelo, alzándose hacia el cielo en alas victoriosas. Oyó un canto que era todo silbidos y trinos, sonando alegremente en una espesura de flores. Los alori inclinaron la cabeza para escuchar y uno de ellos repitió el silbido, subiendo y bajando por la escala de tonos. El pájaro contestó en un tono diferente. Era casi como si estuviesen hablando.
Pasaron cerca de un gran mamífero, parecido a un gracioso antílope de piel azul, con un cuerno en espiral en su fina cabeza. Les observó con tranquila mirada. ¿No cazaban los alori?
Nicki habló a espaldas de Trevelyan.
—Micah, los Nómadas debimos darnos cuenta de que los lorinianos no eran nativos de Rendezvous. Todos los otros vertebrados del planeta tienen seis miembros.
Trevelyan se volvió hacia Esperero.
—¿De dónde provienen ustedes originalmente?
—De Alori. Es un planeta no muy lejos de aquí, considerando lo que son las distancias astronómicas. Pero es muy diferente a vuestra Tierra. Es por eso que nuestra civilización ha desarrollado unas bases tan ajenas a las vuestras, que...
Esperero hizo una pausa.
—¿Qué una tiene que destruir a la otra? —terminó suavemente Trevelyan.
—Sí, así lo creo. Pero eso no significa la destrucción física de los seres que poseen tal cultura.
—¡No se introducirá usted en
Esperero sonrió.
—Nadie la forzará a usted en ningún sentido. Sólo pedimos que vean por sí mismos.
—¿En qué son ustedes tan diferentes? —preguntó Trevelyan.
—Eso es largo de explicar —dijo Esperero—. Digamos que su civilización tiene una base mecánica y que la nuestra la tiene biológica. O que ustedes procuran dominar las cosas, en tanto que nosotros sólo deseamos vivir como parte de ellas.
—Dejemos las diferencias aparte por el momento —dijo Trevelyan—. Si no se interesan ustedes por la inventiva, la inventiva mecánica en todo caso, ¿cómo salieron de su planeta nativo?
—Llegó una nave, hace mucho tiempo, un navío explorador de Tiunra, tripulado por pequeños seres peludos y extraños...
—Sí, ya lo sé.
—Los alori son una cultura unificada. Evolucionaron en conjunto, mientras que su raza no. Éste es otro reflejo del abismo que nos separa. Nuestra gente ya había escalado los picos montañosos que traspasan las nubes que encubren a Alori. Habían visto las estrellas y, por métodos distintos a los de ustedes, aprendieron algo acerca de ellas. Hicieron prisioneros a los tiunranos y decidieron que tenían que defenderse.
—Los tiunranos no los dañaron, ¿verdad? —preguntó Sean.
—No. Pero... tienen ustedes que esperar, tienen que ver más cosas de nuestro modo de vida antes de que puedan entenderlo... Los alori cogieron la nave y viajaron entre las estrellas. Muchos se volvieron locos al enfrentarse con aquel medio extraño y tuvieron que volver para que los curaran. Pero los demás continuaron. Encontraron otras naves tiunranas... capturaron tres.
»Ninguna nave tiunrana volvió a aparecer por aquí, pero comprendimos que muchas razas estarían llevando a cabo viajes interestelares y que algunas llegarían inevitablemente hasta nosotros. Y el simple hecho de que construyeran naves espaciales significaba que pertenecían a la misma clase de seres. Empezamos a colonizar los planetas habitables de esta región. No había muchos que se pareciesen a Alori, que es de un tipo desacostumbrado, pero también encontramos belleza en mundos como éste. Extendimos la vida que conocíamos entre las estrellas, de manera que el universo ya no resultó tan frío como antes.
Esperero hizo una pausa. El sol iba hacia el ocaso; el planeta tenía un día de veinte horas, aproximadamente.
—Creo —dijo— que acamparemos dentro de poco. Podríamos continuar fácilmente la marcha durante la noche, pero desearán ustedes descansar.
—Continúe con su historia —apremió Trevelyan.
—¡Ah, sí! —Una sombra cruzó su cincelado rostro—. Como usted quiera. Descubrimos, en nuestras exploraciones, que éramos casi únicos. Comprenderán ustedes que esto incrementó nuestros temores respecto al futuro. Colonizamos todos los mundos deshabitados en los que nos era posible vivir, trayendo las formas de vida alorianas y modificando la ecología nativa en el grado necesario. En otros pocos planetas...
Dudó.
—¿Sí?
La voz de Trevelyan era inflexible.
—Exterminamos a los nativos. Lo hicimos sin crueldad. Casi ni se dieron cuenta de lo que pasaba, pero lo hicimos. Necesitábamos los mundos y los nativos no podían ser conducidos a cooperar.
—¡Y dice usted que el hombre es peligroso!
—Nunca les he acusado de ser despiadados —Esperero sacudió la cabeza—. Tal vez más adelante comprenderán lo que quiero decir.
Trevelyan se esforzó por dominar sus sentimientos. La historia del hombre ha sido siempre violenta. Si hoy respetaba la vida inteligente, era porque había aprendido que así debía hacerlo por medio del fuego, la espada y la horca de los tiranos.
—Muy bien —dijo el solariano—. Continúe.
—Hasta ahora hemos colonizado unos cincuenta planetas —siguió diciendo Esperero—. No es un imperio muy grande, aunque cubre un considerable volumen de espacio, ya que nuestros planetas están bastante separados entre sí. Y nosotros no podemos construir máquinas. Eso destruiría lo que estamos intentando proteger.
»Observamos el crecimiento de la Unión. No necesito explicarle con detalles cómo lo hicimos. Entre tantas razas, era fácil hacerse pasar por miembros de cualquiera de ellas. Yo mismo he pasado varios años vagando por su territorio, investigándolo en todos sus aspectos. Hemos visto su gradual expansión hacia nosotros y sabíamos que, tarde o temprano, descubrirían ustedes nuestra existencia. Nos hemos preparado en vistas a ese día. Hemos capturado las naves que se ponían en órbita alrededor de nuestros planetas sin saber éstos que nos pertenecían, incrementando así nuestra flota. Compramos naves, abiertamente, en Erulan.
—Un hombre de allí —dijo lentamente Trevelyan— nos dijo que seres humanos le compraban las naves a cambio de oro. Estaba seguro de que eran humanos.
—Sí. Algunas gentes se han unido a nosotros y llevan nuestra clase de vida. Entre ellos hay tripulaciones y descendientes de antiguos tripulantes de las naves que capturamos.
—Y espera usted que
—No se les forzará —aseguró Esperero.
—Llegaron a la cumbre de una colina y contemplaron el horizonte más allá de profundos valles. El sol se ponía entre un derroche de colores.
—Descansemos —dijo Esperero.
Sus compañeros empezaron en silencio sus tareas. Algunos desaparecieron en los bosques para volver al poco rato con frutas, nueces, bayas y otras plantas más difíciles de identificar. Otros partieron calabazas, que resultaron estar vacías, y cogieron largas y suaves hojas.
Trevelyan tocó una de las calabazas por curiosidad. Resultaba perfecta para su propósito... una hendidura facilitaba el abrirla; tenía en la base un pincho que podía clavarse en el suelo. Y hasta tenía también un asa.
—¿Crecen así de forma natural?
Esperero se rió.
—Sí, pero primero les enseñamos a hacerlo.
—¿Encontraremos cobijo?
—No es necesario. Tenemos moradas en los árboles, pero podemos dormir fuera. ¿Le gustaría más, en realidad, encerrarse con su propia respiración y sudor?
—No... Supongo que no. Si no llueve.
—La lluvia es limpia. Pero ya lo entenderá más tarde.
La media luz del ocaso se convirtió en un sedoso azul. Los alori estaban sentados, formando un grave círculo. Uno dijo algunas palabras y los otros le contestaron. Tenía algo de ritual, como todo lo que hacían... hasta el reparto de la comida tenía algo de ceremonioso.
Trevelyan se sentó al lado de Nicki, sonriendo. Le dieron una nuez llena de leche, que iba a ser su copa, y la hizo chocar con la de ella.
—A tu salud, cariño.
—Pueden comer y beber sin temor —les dijo Esperero—. No hay nada que temer en este planeta... ni venenos, ni fieras hambrientas, ni peligros o gérmenes ocultos. Aquí está el fin de toda lucha.
Trevelyan probó los alimentos que le ofrecían. Eran deliciosos, con una infinidad de sabores nuevos y sutiles, de agradable textura, y sintió correr con más fuerza la sangre por sus venas. Nicki le imitó con el mismo entusiasmo.
★ ★ ★
Sean estaba recostado contra un árbol, contemplando el valle iluminado por la luna. Sentía un vacío en su interior, como si nada fuera del todo real.
Ilaloa se le acercó. Parecía una estatua blanca a la luz de la luna y se aproximó tanto que podría haberla tocado. No la miró, sino que continuó con los ojos fijos en el valle. Aquí y allí, los árboles antorcha parecían espadas de luz en medio de la oscuridad.
—Sean —dijo.
—Vete —replicó él.
—Sean, ¿puedo hablar contigo?
—No —respondió—. Vete, te digo.
—Hice lo que debía, Sean. Ésta es mi gente. Pero quiero decirte que te quiero.
—Me gustaría romperte la cabeza —dijo.
—Si de verdad lo deseas, Sean, hazlo.
—No. No vale la pena tomarse el trabajo.
Ella sacudió la cabeza.
—No acabo de comprenderlo. No creo que ningún otro alori haya sentido nunca como yo. Pero tú y yo nos queremos.
Él quiso negarlo, pero las palabras parecían fútiles.
—Esperaré, Sean —dijo ella—. Esperaré siempre.