II
No había nadie más en la nave. Todos se habían apresurado a instalar sus puestos de venta y a mezclarse con los demás, para divertirse, pelear y llevar a cabo sus astutos negocios. Los pasos de Peregrino Joaquín Henry sonaron a hueco entre las desnudas paredes metálicas cuando entró en la esclusa neumática. La nave era una columna de cuarenta metros de acerada incomodidad, posada entre sus compañeras al final del Valle de los Nómadas. La aldea temporal se formó a unos buenos dos kilómetros de las naves.
Ordinariamente, Joaquín hubiera estado allí abajo, alegre y genial; pero era capitán y el Consejo de Capitanes iba a reunirse. Y no era ésta una asamblea a la que pudiera faltar, pensó. No, con las noticias que tenía que darles.
Tomó el eje de gravedad, dejándose llevar por el rayo ascendente hasta la cubierta superior, donde tenía su camarote. Después de emerger, cruzó el piso y abrió el guardarropa. Joaquín decidió que necesitaba un afeitado y pasó rápidamente la maquinilla por su rostro.
Normalmente no se preocupaba por las galas... como todos los Nómadas, llevaba cualquier traje o iba desnudo, durante los viajes. Las visitas a planetas no le obligaban de ordinario a vestirse formalmente; pero se esperaba de él que llevara el uniforme.
—Somos un grupo de nostálgicos —reflexionó en voz alta mientras se contemplaba en el espejo.
Éste le mostraba un hombre robusto de estatura mediana, piel morena, cabellos grisáceos y ojos grises que miraban de soslayo entre una red de patas de gallo. El rostro era franco y rudo, cruzado por líneas profundas, pero no viejo. Era de mediana edad —tenía sesenta y cinco años— pero había en él vitalidad.
El kilt, con sus cuadros escoceses en rojo, negro y verde, los colores del clan Peregrino, le venía estrecho de cintura. ¿Habría encogido la maldita prenda? No, más bien temió haber engordado. No mucho, pero Jere le habría gastado bromas acerca de ello y después hubiese ensanchado la prenda.
Joaquín cruzó el camarote, bajó por el eje, salió de la esclusa neumática y descendió por la escalera retráctil que servía de pasarela. Un camino apenas marcado serpenteaba desde el valle y lo siguió, moviéndose con un paso ligeramente bamboleante, parecido al de un oso. El cielo aparecía absolutamente azul; la luz del sol se derramaba por la amplia y verde extensión de terreno; el viento le trajo la débil y cristalina risa de un pájaro campanero. No había duda, el hombre no estaba hecho para sentarse en una concha metálica y apresurarse de estrella en estrella. No era extraño que tantos hubieran abandonado la vida nómada. ¿Quién fue aquella joven, la chica de Sean, de Nerthus?
—¡Salud, Hal! —dijo una voz a sus espaldas.
Se volvió.
—¡Oh, Laurie! Hace mucho tiempo que no te veía.
Vagabundo MacTeague Laurie, luciendo un arco iris en su uniforme, adaptó su paso al de Joaquín.
—Llegué ayer —explicó—. Supongo que hemos sido los últimos y traemos noticia del
—Así es. Hablamos con el
MacTeague silbó.
—Se alejan mucho, verdaderamente. ¿Qué hacías tú a tanta distancia?
—Sólo echar un vistazo —dijo inocentemente Joaquín—. No hay nada de malo en eso. Canopus es todavía territorio libre; ninguna nave lo ha reclamado aún.
—¿Por qué hacer un Salto si tienes todo el comercio que puedas desear en tu propio territorio?
—¿Tu tripulación está de acuerdo contigo?
—Bueno, la mayor parte. Algunos, naturalmente, están siempre suspirando por «nuevos horizontes», pero hasta ahora no lo han puesto a votación. Pero... —los ojos de MacTeague se estrecharon—. Si tú has estado rondando cerca de Canopus, Hal, es que ahí hay dinero.
★ ★ ★
El salón de los Capitanes se hallaba cerca del borde de un risco. Más de dos siglos atrás, cuando los Nómadas descubrieron Rendezvous y lo escogieron como lugar de reunión, construyeron el Salón. Doscientos años de lluvias, vientos y sol habían transcurrido; y todavía estaba ahí. Seguramente continuaría en el mismo lugar cuando todos los Nómadas hubieran desaparecido en la nada.
El hombre era una cosa pequeña y apresurada; sus naves espaciales atravesaban los años luz y su febril energía hacía resonar los cielos de un millar de mundos con sus obras... pero la vieja oscuridad inmortal llegaba mucho más lejos de lo que él pudiera imaginar.
Los otros capitanes iban llegando también, en un torbellino de color y un retumbar de voces. Sólo había unos treinta en esta cita... cuatro naves informaron que no vendrían, y además habían los desaparecidos. Todos los capitanes habían dejado atrás su juventud; algunos eran bastante viejos.
Cada nave Nómada era en realidad un clan... un grupo exógamo que pretendía tener una descendencia común. Había, por término medio, unas mil quinientas personas de todas las edades en cada navío, pasando las mujeres a las naves de sus maridos. La capitanía era hereditaria y el sucesor se elegía entre los hombres de la familia, si había alguno suficientemente calificado.
Pero los nombres eran siempre los mismos. Sólo había dieciséis familias en el
El
Cuando todos los demás hubieron entrado, Joaquín subió al porche y penetró en el Salón. Era un lugar espacioso y agradable, con sus pilares y artesonado tallados con intrincado cuidado, sus tapices y los relieves metálicos pulidos. Se podían decir muchas cosas en contra de los Nómadas, pero tenía que admitirse que eran unos hábiles artesanos.
Joaquín se recostó en su silla junto a la mesa, cruzó las piernas y buscó la pipa en sus bolsillos. Cuando la hubo encendido y ya exhalaba alegres nubes de humo azul, Viajero Thorkild Helmuth llamaba al orden a los reunidos. Thorkild era un hombre alto, sombrío y de rostro austero, de cabellos y barba blancos, que se mantenía rígidamente erecto en su silla de oscura madera tallada.
—En el nombre del cosmos, Rendezvous —empezó formalmente.
Joaquín no prestó mucha atención al ritual que siguió.
—Todas las naves excepto cinco están aquí presentes o han dado razón de ellas —concluyó Thorkild— y por lo tanto he convocado esta reunión para discutir hechos, determinar nuestra política y presentar propuestas ante los asistentes. ¿Tiene alguien alguna cuestión que presentar?
Hubo, como de costumbre, unas cuantas, ninguna demasiado importante. El
El
El
El
Así siguió... propuesta, debate, argumentación, informe, decisión definitiva. Joaquín bostezó y se rascó. Finalmente le llegó el turno y alzó un dedo.
—Capitán Peregrino Joaquín —le reconoció Thorkild—. ¿Habla usted en nombre de su nave?
—En mi nombre y en el de otros pocos —dijo Joaquín—, pero mi nave me seguirá en esto. Tengo que presentar un informe.
—Proceda.
Todos los ojos se fijaron en él, a lo largo de la mesa del Consejo.
Joaquín empezó recargando su pipa.
—Me he sentido algo así como curioso durante los últimos años —dijo— y he mantenido los ojos bien abiertos. Hubieran podido creer que era uno de Coordinación, por el modo en que he ido reconstruyendo el crimen. Y yo creo que es un crimen, o tal vez una guerra. Una guerra silenciosa, pero guerra. —Se interrumpió calculadoramente para encender su pipa—. Durante los últimos diez años, más o menos, hemos perdido cinco naves. Nunca volvieron a informar. ¿Qué significa esto? Podría suceder una o dos veces por puro accidente, pero ya saben ustedes lo cuidadosos que somos al tratar con lo desconocido. Cinco naves son demasiadas para que hayan podido perderse accidentalmente. Especialmente, si las perdemos todas en la misma región.
—Un momento, Capitán Peregrino —dijo Thorkild—. Esto no es así. Esas naves desaparecieron en dirección a Sagitario... pero eso incluye un volumen de espacio muy grande. Sus rutas no podían estar muy cerca unas de otras.
—No... Tal vez no. Aun así, la Unión cubre más territorio que ese volumen de espacio en el que desapareció nuestra gente.
—Quiere usted dar a entender... No, eso es ridículo. Muchas otras naves han atravesado esa región sin sufrir daño alguno y nos han informado que está completamente por civilizar. Los planetas que tocamos estaban completamente atrasados. No había cultura mecánica en uno de ellos tan siquiera.
—Hum —Joaquín asintió—. ¿No es ese un hecho extraño? En un espacio tan enorme, debería haber alguna raza que, por lo menos, hubiera llegado a tener máquinas de vapor.
—Bien, hemos tocado en... —Thorkild se acarició la barba.
Romany Ortega Pedro, quien poseía una memoria fotográfica, habló.
—El volumen dentro del cual esas naves desaparecieron es de, digamos, veinte o treinta millones cúbicos de años luz. Contiene tal vez cuatro millones de soles, de los cuales virtualmente todos tienen planetas. Es una región poco prometedora precisamente por estar tan atrasada y pocas naves han ido allí. Por lo que yo sé, los Nómadas se han detenido en menos de un millar de estrellas de ese volumen. Ahora en serio, Joaquín, ¿considera usted esto un indicio significativo?
—No. Sólo lo menciono como una... digamos una pequeña indicación. Repito, yo dudo que en diez años, cinco naves puedan haberse perdido a causa de enfermedades desconocidas, nativos traidores, vórtices de trepidación o cosas parecidas. Sus capitanes no eran tan estúpidos.
»Yo he hablado con Nómadas que estuvieron allí y también con forasteros, exploradores, comerciantes, gentes que buscaban lugares en los que fundar colonias, con quien quisiera hablar. O con cualquier cosa, ya que he entrado en contacto con alienígenas que lo habían atravesado o se habían detenido allí. Incluso me abrí camino hasta la oficina de Coordinación en Nerthus y eché un vistazo a sus registros de Vigilancia Galáctica.
»El espacio es inmenso. Hasta este pequeño fragmento de Galaxia que el hombre ha recorrido es más grande de lo que podemos pensar... y nos pasamos la vida viajando. Hay treinta mil años luz hasta el centro galáctico. ¡Hay unos cien billones de soles en la Galaxia! El hombre nunca será capaz de pensar concretamente con esas magnitudes. Sencillamente, no puede hacerse.
»Así, hay una gran cantidad de información de hechos aislados y nadie los coordina para ver lo que pueden significar. Ni siquiera el Servicio puede hacerlo... ya tienen bastantes dificultades gobernando la Unión sin que hayan de preocuparse por las fronteras y lo que queda más allá de ellas. Cuando empecé a investigar, descubrí que yo era el primer ser que había tan siguiera pensado en esto.
—¿Y qué ha descubierto usted? —preguntó tranquilamente Thorkild.
—No mucho, pero muy sugerente. También ha habido naves alienígenas que han desaparecido en esa región. Pero los de Coordinación y Vigilancia nunca tuvieron dificultades. Si algo le hubiera sucedido a uno de
»Además hay un buen número de planetas tipo T (que es lo que uno esperaría) y no muchos de ellos parecen tener nativos (que es lo que uno no esperaría). Son... bueno, al menos hay una docena que recuerdan a Rendezvous, mundos hermosos y verdes, sin un edificio o una carretera a la vista.
—Tal vez sean seres tímidos, como los de este planeta —dijo Vagabundo MacTeague—. Ya hacía cincuenta años que estábamos aquí cuando descubrimos que había nativos. Y un caso parecido sucedió en Nerthus, recuerden.
—Los nerthusianos tienen una clase de cultura poco común —dijo pensativamente Romany Ortega—. No, lo más seguro es que esos mundos de los que está usted hablando, estén realmente deshabitados.
—Muy bien —dijo Joaquín—. Hay más para contar. En unos pocos casos, hubo planetas T con lo que nosotros consideramos una cultura normal: casas, agricultura y demás. El contacto se hizo con bastante facilidad en todas esas ocasiones y, en general, los nativos parecían no extrañarse ante las naves espaciales. Pero cuando comparé informes, descubrí que ninguno de esos planetas había sido visitado anteriormente por nadie de
—Espere —empezó Thorkild—. No estará usted sugiriendo...
—Todavía hay más —interrumpió Joaquín—. Desgraciadamente, pocas expediciones con mentalidad científica han estado en la... la región X, de manera que no pude conseguir una descripción exacta de su fauna y flora. Sin embargo, un par de personas con las que hablé se sintieron impresionadas por lo que parecían ser plantas y árboles notablemente parecidos en todos esos planetas T supuestamente deshabitados. La Vigilancia galáctica tenía alguna información interesante a ese respecto. Habían notado algo más que un parecido... descubrieron que una buena docena de especies vegetales eran
—¿Cómo lo explica la Vigilancia? —preguntó Fiddlefoot Kogama.
—No lo explicó. Tienen demasiadas cosas que hacer. Su computadora integró una razonable probabilidad de que la similitud fuera debida al trasplante, tal vez accidental, hecho por una expedición de tiunra.
—¿Tiunra? No creo haber oído...
—Probablemente no ha oído nada. Son los nativos de un planeta M al otro lado de Vega. Una cultura extraña... viajaban por el espacio desde unos quinientos años antes de que el hombre saliera del Sol, pero nunca se interesaron por la colonización. Aún hoy día, tengo entendido que no tienen mucho que ver con la Unión. Sencillamente, no les interesa.
»De todos modos, me tomé la molestia de escribir a Tiunra. Mandé la carta desde Nerthus hace más de dos años. Preguntaba, a quienquiera que estuviese a cargo de sus informes de vigilancia, sobre la región X. ¿Qué habían descubierto? ¿Qué habían hecho o qué les habían hecho allí?
»Recibí la respuesta hace seis meses, cuando nos detuvimos en Nerthus. Muy atenta; hasta la escribieron en escritura humana básica. Sí, sus naves atravesaron la región X unos cuatrocientos años atrás. Pero no notaron las cosas que yo mencionaba y estaban seguros de que no hicieron ningún trasplante, accidental o de otra clase. Y
»Muy bien. —Joaquín se reclinó en su asiento, extendiendo sus piernas bajo la mesa y exhaló una serie de anillos de humo—. Ahí lo tenéis, muchachos. Haced lo que queráis con ello.
Reinó el silencio. El viento, soplando por la puerta abierta, agitaba los tapices. Una ligera placa metálica sonaba como un gong diminuto.
Finalmente habló Ortega, como si hiciera un esfuerzo:
—¿Qué hay de los tiunranos? ¿Hicieron algo acerca de sus naves perdidas?
—Nada, excepto abandonar esa parte del espacio —dijo Joaquín.
—¿Y no han informado a la Coordinación?
—No, que yo sepa. Pero además, la Coordinación nunca se lo pidió.
Thorkild tenía un aspecto sombrío.
—Éste es un asunto muy serio.
—Eso es decir poco —afirmó lentamente Joaquín.
—No ha probado usted absolutamente su caso.
—Tal vez no. Pero ciertamente tendría que investigarse.
—Muy bien, entonces. Aceptemos su suposición. La región X, y tal vez toda la Gran Cruz, está bajo la autoridad de una civilización reservada y hostil, tecnológicamente igual a la nuestra... o superior, por lo que sabemos. Todavía no puedo imaginar cómo es posible ocultar la clase de tecnología implicada. Consideren únicamente la emisión de neutrones de una gran planta de energía atómica, por ejemplo. Se puede llegar a un planeta en el que estén usando energía atómica, a través de varios años luz, sólo con la ayuda de un detector de neutrones. Bueno, tal vez tengan alguna clase de pantalla. —Thorkild tableó sobre la mesa con un huesudo dedo—. De modo que no les gustamos y nos han espiado un poco. ¿Qué implica esto?
—Conquista... ¿Piensan invadir la Unión? —preguntó MacTeague.
Trekker Petroff dijo:
—Tal vez sólo deseen que les dejen solos.
—¿Qué pueden esperar ganar con una guerra? —protestó Ortega.
—No estoy haciendo conjeturas sobre sus motivos —dijo Joaquín—. Esas criaturas no son humanas. Lo que digo es que sería mejor suponer que son hostiles.
—Muy bien —dijo Thorkild—. Usted es el que más ha pensado en este asunto. ¿Qué viene a continuación?
—Bueno, miren el mapa —dijo suavemente Joaquín—. La Unión, como una unidad tanto cultural como semipolítica, se extiende en dirección al centro galáctico, Sagitario. El imperio X se encuentra cruzando el camino de la Unión. X, aunque sea pacífico, puede creer que le son necesarias contramedidas.
»¿Dónde estamos
Hubo otra pausa. Podían enfrentarse con la muerte, pero la extinción de su tribu completa era un concepto aturdidor; y toda la historia de los Nómadas no era más que una larga huida frente a la absorción cultural.
Treinta y tantas naves, con unos cincuenta mil seres humanos...
Joaquín respondió a este grito callado con unas pocas y lentas palabras:
—He estado pensando en esto durante cierto tiempo, amigos, y tengo una especie de respuesta. El primer requisito para cualquier operación es la información y ni siquiera sabemos si X constituye una amenaza.
»He aquí lo que os propongo. Dejemos la cuestión aparcada por el momento. Naturalmente, ninguna nave entrará en la Gran Cruz, pero por lo demás podemos continuar como de costumbre. Pero yo convertiré en explorador al
—¿Eh? —Thorkild le miró, parpadeando.
—Seguro. Le diré a la mayor parte de mi tripulación, al principio, que es una empresa de exploración. Curiosearemos los alrededores como solemos hacer y yo dirigiré la búsqueda del modo que crea más conveniente. Podemos luchar si es necesario, y una vez estemos en superimpulsión, nadie podrá seguirnos ni dispararnos.
—Bien, esto suena... muy bien —dijo Thorkild.
—Naturalmente —sonrió el Peregrino—, pueden impedirnos llevar a cabo nuestro trabajo. Deseo un permiso del Consejo, en debida forma, autorizándome a mí o a mi tripulación a romper, tergiversar o hasta desobedecer cualquier ley de los Nómadas, de la Unión o de quienquiera que sea, que pueda parecer conveniente.
—Hmmm... ya veo adonde podría conducir esto —dijo MacTeague.
—Además —dijo suavemente Joaquín—, el Peregrino estará en una región primitiva (y hostil donde no sea primitiva) y no tendrá la normal oportunidad de hacer el beneficio corriente. Desearemos... digamos un veinte por ciento de participación en todas las ganancias que se consigan desde este momento hasta la próxima cita.
—
—Exacto. Arriesgamos toda nuestra nave, ¿no es así?