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Comerciar…

Regresar a mi tierra…

Convertirme en un náufrago.

Hablaría de ellos…

Esta es la historia: de un hombre y de una mujer.

Ella contaba cuentos. Y yo era un mercader en Venecia.

Estas son las palabras que aún pueden escucharse por entre el follaje de aquella isla. Palabras que también pueden leerse sobre el polvo de los caminos.

A veces, los viajeros recogen las palabras y se las llevan de recuerdo como caracolas. Más tarde se las ponen al oído, y las escuchan…

Y en una isla donde no hay caballos, todavía los niños se ponen a cuatro patas e imitan los relinchos de los equinos.

Porque en aquella isla, aún hoy:

Los niños ríen.

Los adultos ríen.

Los ancianos ríen.

Y por las puertas abiertas de los templos se escucha a los jóvenes monjes cantar: Om Mani Padme Hum («La flor del loto está en tu interior»)