Ángel Cappa - Juan Manuel Lillo

La incomprensible comprensión del juego

Iconoclastas e irreverentes, si es preciso, hay pocos entrenadores a los que les importen menos los convencionalismos y el corporativismo que a Ángel Cappa y a Juan Manuel Lillo. Les importa, por encima de todo, el juego, un hecho insobornable. Argentino el primero, llegó a España hace más de treinta años. Fue ayudante de César Luis Menotti en la selección argentina que ganó su primer Mundial, en 1978, y en el Barcelona, de cuya corriente es un confeso, y segundo de Jorge Valdano en el Tenerife y en el Real Madrid. Español el segundo, Lillo se define a menudo como un futbolista que no pudo llegar a serlo; pero esa pasión le llevó a un banquillo de Primera División antes de la treintena, cuando quienes sí cumplieron su sueño todavía jugaban. Fue en el Salamanca, al que ascendió en dos temporadas consecutivas de Segunda B a Primera. Tenía 29 años. Cappa, por el contrario, tuvo un pasado como jugador profesional en el Olimpo de Bahía Blanca, donde nació en 1946. En su país, además, ha tenido experiencias como primer entrenador, en Racing, River, Huracán o Gimnasia y Esgrima, con subcampeonatos que pudieron ser más sin algunas situaciones para la polémica. Nacido en 1965, Lillo también se inició, en este caso en el banquillo, en el equipo de su localidad, Tolosa, con pasos posteriores por el Mirandés o la Cultural Leonesa.

La razón de reunirlos para este diálogo, sin embargo, no únicamente tiene que ver con el fútbol, sino con su preocupación por observarlo con una perspectiva mucho más amplia, que lo pone en relación con su historia y con la evolución de la sociedad. Son entrenadores y son pensadores, además de conversadores infatigables. Proceden de culturas diferentes, pero ambos se han preocupado por contrastarlas. Cappa estudió Filosofía y Pedagogía.

Con su aspecto de figura literaria, es un erudito que ha publicado interesantes trabajos sobre fútbol. Lillo busca explicaciones al devenir del balón en la teoría del caos o en la espiritualidad del indio Jiddu Krishnamurti si es necesario. Tienen detractores, lo saben y lo dicen, pero el fútbol necesita de su debate. Como la sociedad, como la vida.

—¿Qué descubre a su llegada al fútbol español, en el inicio de los años 80? —pregunto a Cappa, con la intención de encontrar un punto de partida, algo nada fácil ante semejante torbellino de ideas. Como en su fútbol, hay que parar para volver a empezar, se necesita pausa.

ÁNGEL CAPPA: Lo primero que compruebo es la destrucción de un mito.

—¿Cuál?

A. C.: El mito de que en Suramérica había futbolistas técnicos y en Europa jugadores que luchaban. En los dos lugares hubo siempre las dos cosas y eso que entonces no se sabía tanto de los futbolistas; ahora conocemos hasta a los hijos de los jugadores de Groenlandia. Eran presuntas diferencias que, curiosamente, marcó el director de cine Pier Paolo Pasolini al decir que en Europa había jugadores en prosa y en Suramérica jugadores en verso. Pero cuando llegué al Barcelona encontré a futbolistas como Carrasco, como Tente Sánchez, como Migueli, al que Menotti transformó en el campo. En Argentina había también jugadores físicos. Es decir, que no se ganaba en ningún sitio ni por taquito, ni corriendo nada más.

—Pero en Argentina siempre se jugó más con la pelota y en Europa más con el espacio —insisto, en busca de la diferencia.

A.C.: En Argentina se repetía lo de «cortita y al pie», pero tampoco era así: se jugaba al paso y deprisa. Lo que sí es cierto es que aquí en España entre un jugador cerca y uno lejos, los compañeros preferían al que estaba lejos. No se por qué. Eso lo cambió la Quinta del Buitre y definitivamente lo está cambiando el Barcelona. A Latorre [1] yo le decía: «Si quieres la pelota, vete a un espacio porque, si no, no te la van a dar nunca».

JUAN MANUEL LILLO: Ellos suelen decir que tienen más amor a la pelota que al fútbol, porque es un juego construido desde el engaño. Aquí éramos más sinceramente exquisitos, menos engañadores. Pero esa teórica sinceridad iba en nuestra contra, porque lo que en el fútbol tiene valor es mostrar todas las intenciones menos la verdadera. Mandas señales constantes al contrario diferentes a lo que quieres hacer en realidad. Es lo que hace el Barça: se la pasan en espacios cortos para buscar lejos al que está libre. Es la base del juego de posición.

A.C.: El engaño es propio de todos los juegos, hasta del ajedrez. Por eso cuando hablan de «fútbol directo» es una barbaridad, porque significa la negación del juego. Imagínate el ajedrez directo, no tiene sentido.

J.M.L.: Panzeri [2] decía: «Si todos sabemos lo que va a pasar es que no va a pasar nada».

A.C.: Si tú haces lo que anuncias, tienes que ganar por fuerza, por velocidad o por habilidad. En cambio, si haces lo contrario de lo que anuncias, sorprendes.

—El fútbol, no obstante, ya es el deporte con mayor número de casuística, de situaciones incontrolables, ya tiene bastante sorpresa por sí mismo —preciso a los contertulios.

A.C.: Claro. Cuando un jugador recibe la pelota, no sabe lo que va a hacer con seguridad. A lo mejor piensa algo, que se la pasará a un compañero, pero después tiene que cambiar. Hacerlo bien no está al alcance de todos. Es lo que decían de Pipo Rossi, [3] que siempre tenía una jugada titular y una suplente…

—Iniesta me dijo que él siempre tiene una jugada más, además de la que piensa y de la que cree el contrario.

A.C.: Eso es así en los grandes jugadores.

J.M.L.: Y es así cuando Andrés (Iniesta) se sienta a hablar

—¿Frustra al entrenador esa proporción tan alta de situaciones fuera de control? —pregunto a ambos.

J.M.L.: Eso es maravilloso…

—En el balonmano o el baloncesto, en cambio, se pueden prever muchas más cosas, según los especialistas en teoría del entrenamiento.

A.C.: En primer lugar, porque se juega con la mano. Paulo Freire [4] dice que el mejor profesor es el que pasa desapercibido, el que consigue que el alumno crea que finalmente fue idea suya. El gran maestro del fútbol es el que da al jugador la fuerza para tomar decisiones propias desde el conocimiento del juego, si es que se puede conocer realmente el juego. Yo siempre digo que mi gran alegría como entrenador es que mis jugadores me sorprendan y no que me obedezcan.

J.M.L.: El futbolista es como el niño. No es un bote que hay que llenar, sino una llama que hay que encender. Se trata de despertar lo que el jugador ya tiene. No es que tú se lo vayas a incorporar, que es algo a lo que nos lleva la vanidad de los entrenadores. El futbolista es un hecho táctico en sí mismo, hecho por la calle en muchos casos. No necesita que tú le des barniz. Desconfío de esos entrenadores que dicen: «Yo saqué lo mejor de este o el otro jugador…».

A.C.: Pero tú puedes ayudarlo o retrasarlo.

J.M.L.: Simplemente lo alertas de lo que tiene, como un orientador. No es que tú le vayas a dar nada. Si no, ¿por qué no se lo dan a todos? Hay técnicos a los que hasta molesta que se diga que el equipo juega más como son los futbolistas que como son ellos.

—Pero el entrenador puede transmitir a un equipo su personalidad —afirmo, con voluntad de contradecir la explicación.

A.C.: Uno puede hacer equipos atrevidos o equipos cagones, son maneras de entender el juego. El futbolista se siente importante si lo animas a jugar. Para eso ha de entender que el error forma parte del juego y que no pasa nada si se equivoca. En cambio, hay otros entrenadores que penalizan el fallo. Tenía un jugador en Racing que les gritaba a los compañeros: «¡Segura, segura!». Yo le dije: «No se puede jugar así; no es así ni el fútbol, ni la vida, ni nada…». Si el tipo no arriesga, ¿cómo va a jugar? Hay jugadores que ante el miedo, se quitan la pelota de encima, se quitan el problema.

—Quique Sánchez Flores me explicó que había conocido técnicos que a la pelota la llamaban el «problema».

A.C.: Seguro… (risas).

J.M.L.: Hay quienes entienden por esto alentar la frivolidad y no es así, es todo lo contrario. No hablamos de frivolidades ni de caprichos. A mí lo que me parece una frivolidad es estar todos juntitos detrás, sin ningún rival cerca, y darle un patadón a la pelota.

A.C.: Escucho a periodistas que ante eso dicen: «Es que no quiere problemas». No, no, al contrario: quiere problemas porque se la da a los rivales.

J.M.L.: Y hay otra, Ángel, cuando dicen: «No se complica la vida». Claro, se la va a complicar al siguiente compañero. Hay mediciones estadísticas que premian al que conspira contra el juego, porque dicen que ha robado muchos balones, en lugar de al que arriesga, porque pierde muchos más.

—En cambio, hay muchos futbolistas a los que el juego, colectivamente, no les interesa, que quieren instrucciones claras, dirigismo —aseguro, ante la difícil misión de plasmar en un equipo las ideas que proponen.

A.C.: Porque los han educado así.

J.M.L.: También a veces uno tiene que percibir, como técnico, que ese jugador se siente más a gusto en una jaula. Si eso redunda en beneficio de los demás, se le pone la jaula y ya está. Lo único que hacemos nosotros es dejarle la puerta abierta, por si quiere salir…

A.C.: ¿Pero estamos hablando de jugadores de Primera División o no? Llegar a Primera es muy difícil, pero doy por supuesto que el que lo consigue es capaz de darle la pelota a un compañero. Si no, es que estamos todos equivocados. No digo que sea Iniesta, pero sí que se la dé a un jugador que lleve la misma camiseta.

—Ustedes reclaman jugadores más independientes. Pero hay pocos.

J.M.L.: No creo que tengamos que separar al hombre del futbolista. Creo que la falta de independencia individual es un problema de la sociedad actual.

A.C.: Los han hecho como son. No se cuestionan nada… como hábitos que no valen para un carajo. Por ejemplo, van a pasear los jugadores a las diez de la mañana. ¿Por qué? ¿A quién se le ocurre que eso espabila al futbolista? Hay algunos que quieren dormir hasta las doce. ¿Por qué les obligan a ir a caminar como unos gilipollas por un parque? Eso es una idiotez. Luego, claro, en la cancha, solo obedecen: corren de aquí allá y luego a casa. Obedecen, nada más.

J.M.L.: También estamos en un sistema educativo donde a los niños se les obliga a aprenderse todos los nombres de los ríos de España o de su comunidad, en vez de ir a ver el nacimiento de un río y entender cómo se forma su cauce.

A.C.: Hay jugadores que han viajado toda la vida y no saben sacarse una tarjeta de embarque. Se lo han hecho todo… Nos levantamos a las nueve, desayunamos a las diez, comemos a la una y treinta, jugamos a las ocho y tiramos el córner con la izquierda…

J.M.L.: «Pero sé tú mismo», le dicen.

A.C.: Redondo era un tipo que dormía hasta las tantas. Él se sentía bien de esa forma. Zamorano igual; Paolo Montero o Pastore, también. Hay otros que son muy nerviosos, se levantan a las siete, incluso tienen que ir a entrenar, a estirar un poco por la mañana si el partido es por la noche. Pues bien, que lo hagan… Pero no, va uno y le dice: «No, no, usted descanse». Y el tipo se vuelve loco. Redondo venía con el pelo mojado a comer y se iba a echar la siesta. ¿Estaba bien? Si el creía que sí, pues claro. Esa voluntad de dirigir todo en la vida del futbolista merma después su independencia en el campo.

—También están las tradiciones de concentrarse, de viajar el día antes aunque la ciudad esté cerca… —ahondo en los argumentos de Cappa.

J.M.L.: Porque se vivía bajo la sospecha…

A.C.: Hay que acabar con eso de la vigilancia y, si alguno se equivoca, ya estoy yo para decirle: «Te voy a apartar, pero no por indisciplina sino por idiota».

J.M.L.: Si hay algún idiota, el propio grupo acabará por censurarlo. Si uno se quiere emborrachar, lo hará en su casa y seguro que cumplirá todos los horarios. Prefiero alguno que transgreda alguna norma pero que no sea desleal con los demás. Hoy en día nos importa mucho qué es lo que le parecemos a los demás.

—¿Cómo nos observan ustedes a los periodistas, la relación del entrenador con los medios de comunicación en esta profesión de tanta exposición? —pregunto.

J.M.L.: Muy fácil: ya no hace falta explicarse la derrota o la victoria. Al siguiente día tenemos un montón de explicadores.

A.C.: Se perdió y los periodistas preguntan por qué: «Y yo qué sé». Una vez, cuando dirigía a Racing, jugábamos contra Boca. Tenía un central que, en un tiro libre, cuando salíamos para hacer el fuera de juego, él volvió…

J.M.L.: Se le olvidaron las llaves… (risas).

A.C.: Cuando fui al vestuario, le pregunté y el pibe me contestó: «No me diga nada, no sé por qué lo hice».

—En la actualidad, muchos técnicos opinan que este Barcelona es el mejor equipo de la historia. ¿Han visto ustedes jugar mejor?

A.C.: Lo dicen pero todo el mundo está esperando que ese fútbol fracase, porque altera. No entienden de qué se trata.

—¿Cómo? —pregunto, sorprendido.

J.M.L.: La gente repele la excelencia, porque lo zafio se identifica con lo zafio. Aquí estamos encantados de haber ganado el Mundial pero no de cómo lo hemos ganado, digan lo que digan.

A.C.: No pasa solo aquí, también en Argentina. ¿Sabes lo que es allí el fútbol ahora? Una vergüenza. No hace tres pases seguidos ningún equipo. La hinchada solo grita: «¡Huevos, huevos, huevos!». ¿Sabes lo que decía Discépolo [5] en los años 50 en un tango? «La gente es brutal y odia siempre al que sueña.»

—La inteligencia es sospechosa…

A.C.: Y el soñador es un hijo de mil putas.

J.M.L.: Esa forma de jugar está muy alejada de la compresión de la gente y en España no estamos identificados con ella. Sí con la consecuencia pero no con el proceso.

A.C.: Hace treinta años que llegué a España, donde se ha dicho siempre que no se podía jugar sin doble pivote, que un referente de área es esencial, que hay que luchar, que hay que tener jugadores que recuperen… El Barcelona rompe todos esos mitos, los hace mierda. Entonces, tenemos que cambiar nuestro discurso pero no somos capaces de entender que un referente de área es un pelotudo que está ahí porque no sabe jugar al fútbol. El Barcelona juega sin 9, con tres volantes que entre los tres pesan veinticuatro kilos. ¿Dónde están los luchadores? Como no entendemos una mierda de eso, estamos esperando que fracase para tener razón.

J.M.L.: Ya les pasó a Mozart, al Greco… ¿Cuándo se les premió? Con el tiempo, como siempre. Nos acordaremos de esto cuando nos falte.

A.C.: Dicen: «Acá hace falta un 9 que juegue de espaldas». Alguien que juegue de espaldas es un tipo que no sabe jugar. Que alguna vez te encuentres de espaldas al arco, bien, pero si juegas así es que no sabes. En los años cuarenta, en Argentina se jugaba sin referente de área. Ni Pedernera, ni Di Stéfano, ni Pontoni…, ninguno era referente de área. Todos los nueves venían atrás a jugar: Walter Gómez…, [6] todos.

J.M.L.: En el Stade de Reims, [7] los delanteros venían de atrás y los extremos jugaban muy abiertos, igual que el Barça ahora…

A.C.: Los tipos a los que les gusta el fútbol no leen su historia. Yo he tenido la suerte de hablar con Pedernera, con Di Stéfano… No de hablar: de preguntar, de aprender…

J.M.L.: Yo he empezado a ver todo el fútbol desde los años treinta en adelante. Ahí está la verdad.

—¿Cómo observan la nueva apuesta de Marcelo Bielsa en la Liga española, alguien a quien conocen muy bien?

A.C.: Todo lo nuevo es sospechoso, en la vida también. Al soñador se le dice: «Tú no vas a progresar». Y yo digo: «Escucha, a mí me importa un carajo el progreso, a la mierda». La vida es otra cosa, es inquietud, es disfrutar de la amistad. En el fútbol pasa igual. El Flaco Menotti y tipos que han hecho algo en el fútbol, no yo, están diciendo que aprenden con este Barcelona. Yo, por ejemplo, siempre pensé que Piqué era un gordito que no podía jugar al fútbol. Ahora digo que es el único tipo que ha sucedido a Hierro. ¿Que me equivoqué? Claro, y lo haré más veces.

J.M.L.: Yo ya decía que tenía que ir a la selección cuando jugaba en el Manchester United. También afirmo que Iniesta es el mejor jugador del mundo.

A.C.: Ahí no me equivoqué… Las columnas ideológicas del Barcelona son Xavi e Iniesta. Otros se han unido a su alrededor por mérito de Guardiola, que modificó a Puyol, a Messi… Con Cristiano Ronaldo no ha pasado nada de eso. Juega con lo que le dio la naturaleza, que es muchísimo, pero no mejoró nada, ni lo va a hacer, en la medida en que siga siendo el ególatra que es.

J.M.L: Cuando se habla del juego, en su complejidad, se relaciona la palabra con Iniesta. Cuando se habla de jugadas, con Messi. El argentino es el mejor haciendo jugadas, pero de fútbol, Iniesta, sin duda.

A.C.: Para mí también, pero si aparece Xavi, me aparece la duda…

J.M.L.: Las cosas que hace Xavi también las hace Iniesta, pero no al revés. Hay espacios con los que Xavi tiene más problemas para relacionarse, pero Iniesta no, va de extremo a extremo.

—Aún no me han contestado a si es o no el mejor equipo de la historia —reitero.

A.C.: El mediocampo de Brasil en el 82 era parecido, pero…

J.M.L.: Pensar que el picapiedra, entre comillas, era Toninho Cerezo, que jugaba como los ángeles. La Francia de aquella época, igual, con Platini, Tigana, Genghini, Giresse…

A.C.: De todas formas, colectivamente, yo no he visto a ningunos jugar como éstos. Lo que agregan, además, es que recuperan la pelota en segundos.

J.M.L.: Al Barça no se le puede ganar, solo él puede perder.

A.C.: En juego no le puede ganar nadie; en resultado, sí. El Madrid es al revés: en juego le gana cualquiera; en resultado, no, porque te matan todos los jugadores que tiene.

—¿Tuvo la sensación de que a Menotti le quedaron cosas por hacer en Barcelona, de que fue una obra inacabada? —pregunto a Cappa.

A.C.: Le diré algo. Urruti, el arquero, me preguntó: «¿Es cierto que Menotti se va? Pero si el año que viene somos campeones, de calle… Es increíble que se vaya». ¡Cambiaron a Maradona por Archibald y fueron campeones! Es igual que si sale Pelé y entro yo. A la Quinta del Buitre le pasó igual. Ganó cinco Ligas y estaba bajo sospecha. Yo iba al campo a ver a Butragueño. Era exquisito y algunos le pitaban.

J.M.L.: Los críticos apelan a que nunca ganó la Copa de Europa ¿Y qué? Pese a no ganar una Copa de Europa, se sigue hablando de ellos. Lo que importa es ganar ligas, porque una copa se puede ir en una parada de Van Breukelen al Buitre.

A.C.: Cuando estaba entrenando en Argentina, una de las veces que vine a Madrid fui al Bernabéu y me peleé con la gente. Estaban silbando a Martín Vázquez en los primeros minutos. Ganaron por goleada. Nunca la Quinta del Buitre fue realmente elogiada, solo fue tolerada. Este Barcelona gana tanto, títulos los lunes, miércoles y viernes, que es imposible hacerle reproches. Y eso que Guardiola tendría que decir algo alguna vez en favor del fútbol, sin ser tan político, algo sin pelearse con nadie, alguna cosita, porque hay mucha gente pendiente de eso, mucho entrenador en Preferente esperando que un compañero se la dé a otro, y una palabra de él sería muy importante. Di algo, por favor…

—El Barça ha marcado tendencia. ¿Todo empieza realmente en Cruyff?

J.M.L.: Siempre quiso jugar bien el Barcelona. Hay una línea que une a Laureano Ruiz, Michels, Kovacs [8] y Johan Cruyff pero, ojo, al juego de posición el que más contribuye es Van Gaal.

—¿Eso cree de verdad? —cuestiono a Lillo.

J.M.L.: No lo creo, lo afirmo, y Pep también. Ves el 3 - 4 - 3 de ese Ajax y madre mía…

A.C.: Yo lo padecí en el Bernabéu (como segundo de Jorge Valdano). Estábamos mirando la hora. Fue un baile espantoso.

J.M.L.: Pues bailemos todos.

—Bailemos.