Joaquín Caparrós

¡Que me sigan los optimistas!

—Antonio, hazme una lista con diez cosas que podamos hacer para mejorar la alimentación de los futbolistas.

—Aquí están —le mostró al cabo de unos días el doctor Escribano.

—Perfecto… Pero vamos a empezar por estas tres nada más, porque son cosas nuevas. La gente del fútbol, al principio, siempre desconfía. Cuando las tengan asimiladas, pasamos a las siguientes.

Con esta breve conversación, Antonio Escribano, endocrino y profesor de la Universidad de Sevilla, empezó su carrera en el fútbol. Lo había llamado Joaquín Caparrós cuando reconstruía al club de Nervión, recién ascendido y sin dinero, pero con dos elementos que son el motor de la humanidad: la pasión y las ideas. Un tiempo después, el Sevilla presumía de una de las estructuras más modernas del fútbol español, con la solidez, además, para sobreponerse a la marcha de su ideólogo. Cargado de idénticas intenciones llegó a Bilbao, como a todas partes, a Suiza o a Mallorca.

En Lezama volvimos a encontrarnos y se produjo esta conversación, aunque con una perspectiva mucho mayor a la del presente. Apareció en un Athletic bajo la niebla, deprimido, perseguido por la amenaza del descenso, sin internacionales y sumido en las dudas. Lo primero que dijo Caparrós es que el club no debía cuestionarse su modelo, sino todo lo contrario: presumir de ser único en el mundo. Y a continuación, gritó: «¡Que me sigan los optimistas!». Lo hicieron y el Athletic espantó sus miedos, volvió a verse en una final de Copa, en Europa… Unas elecciones, algo incontrolable para el técnico, pusieron fin a la etapa de su valedor, el presidente Fernando García Macua, y en consecuencia a la de su proyecto deportivo. En un clima electoral politizado, se impuso Josu Urrutia, que trajo consigo a Marcelo Bielsa. Caparrós pensó entonces en un año sabático. Bien habría hecho, pero la fiebre del balón le llevó a una aventura de muy mal recuerdo, en el Neuchâtel del magnate checheno Bulat Chagaev. Las pistolas, los matones y las amenazas, sin embargo, no están en el manual del entrenador sevillano. En unos meses, de vuelta casa, nuevamente con las intenciones de tomar aire, de contar hasta diez. Pero Caparrós nunca puede pasar de cinco. Siempre recibe una llamada irresistible para quien necesita el entrenamiento de cada mañana, como el monje su Padrenuestro.

El bueno de Escribano le ha seguido por todas partes, hasta La Coruña y Bilbao, pero también ha exportado los métodos que empezaron con una extraña llamada. Ahora son muchos los equipos que han entendido lo que este médico llama los tres niveles del entrenamiento perfecto: el físico, el técnico-táctico y el biológico. Caparrós lo tuvo siempre en la cabeza. Los dos abandonaron el lugar donde todo empezó, el Sevilla, un club que, según Escribano, dejó escapar a su Ferguson.

—Ha pasado tiempo, mucho tiempo, pero usted está como al principio, hiperactivo, de un lado para otro —dije para empezar a Caparrós.

—Y cuando no esté así es que habrá llegado el momento de dejarlo. Será la señal. Soy así. Pero si cuando empiezo las vacaciones, al cuarto día ya estoy con fútbol y fútbol… Los míos ya no saben que decirme —respondió, mientras se señalaba la cabeza—. Bueno, en algo sí he cambiado: antes contaba hasta diez en una situación comprometida; ahora, hasta cien.

—Pues no da esa sensación. En la banda parece que va a explotar. ¿No le resta esa hipertensión demasiada energía?

«Me gusta tanto el fútbol que disfruto hasta de las malas situaciones. Si no metabolizas la presión, puedes entrenar a juveniles pero no en Primera.» —Para nada, al contrario. Me gusta tanto el fútbol que disfruto hasta de las malas situaciones. Si no asumes esta presión, si no la metabolizas, puedes entrenar en juveniles o en Regional, porque te bastan los conocimientos técnicos y tácticos, pero no en la élite. Todos hemos hecho los mismos cursos, hemos estudiado en los mismos libros, pero lo diferencial en un entrenador es la capacidad de gobernar un grupo, de transmitirle una personalidad, una forma de trabajar. No solo a los futbolistas, sino a tus ayudantes, a los directivos, al club entero…

«Miljanic fue el primer entrenador que me impresionó. Trajo cosas diferentes, con Radisic como preparador físico. Pero quien me indicó el camino fue Benito Floro, un vanguardista.»

—Eso es un líder y el líder nace —sugerí—. Pero los conocimientos se adquieren. ¿De quién aprendió usted?

—El entrenador que me puso todas las ideas en orden fue Benito Floro —respondió sin dudar, a la primera—. Cuando él estaba en el Alba, yo tuve la suerte de trabajar en Cuenca. Hablábamos muchísimo y me identificaba totalmente con su concepto. Ya desde mi paso por las categorías inferiores del Madrid, me fijaba en los entrenadores que tenía. El primero que me impresionó fue Miljan Miljanic, que trajo cosas diferentes, con Radisic como preparador físico, un revolucionario. Pero una vez ya en el banquillo, quien me indicó el camino fue Benito. Era un vanguardista, un adelantado a su tiempo. Recuerdo comidas con él haciendo trabajo táctico sobre los manteles. Yo, que siempre he sido muy pesao, no paraba de preguntarle. Usaba una terminología distinta a la de los cursos, que realmente entonces solo los hacíamos para tener el carnet. Una de las primeras cosas que Benito me dijo fue la siguiente: «Tienes que leer Teoría del Fútbol de Ricardo Olivos». Lo hice en varias ocasiones, lo subrayé una y otra vez. Un tiempo después, durante mi etapa en el Recreativo de Huelva, tuve la suerte de conocer al autor que era de Valverde del Camino. Ahora todos los técnicos tenemos ya al especialista en nutrición, al preparador de porteros, hasta psicólogos… Pero Benito ya tenía todo eso hace más de veinte años y en Segunda B, con el Alba. Tenía hasta el coordinador de categorías, que era Ginés Menéndez (actual responsable del staff de la Federación Española). Los resultados no solo fueron buenos en el primer equipo, sino en todos los que estaban por debajo. Y podemos citar a futbolistas que pasaron por esas categorías como Iniesta, Morientes, Santi…

De alguna forma, Caparrós reprodujo ese esquema en el Sevilla, junto a Monchi, uno de los directores deportivos con más prestigio, que ha rechazado numerosas ofertas porque, según dice, nada se paga como vivir en San Fernando, en Cádiz.

—El paso por Segunda dejó al equipo muy tocado económicamente —explicó—. Tanto Monchi como yo decidimos optar por un perfil al que definimos como «futbolista coste cero». Esa era la regla y había que buscarlos. Llegaron los Javi Navarro, Pablo, Casquero, Notario, David Castedo… Era gente profesional y con hambre. Por otra parte, decidimos involucrarnos más en la cantera, rehabilitarla junto con Pablo Blanco. Había materia prima, el Sevilla siempre la ha tenido. Solo era necesario emitir el mensaje de que el primer entrenador creía en ella, crearle al futbolista la expectativa. El resto lo dio el trabajo.

Gracias a aquella expectativa, como la llama, el Sevilla no solo ha disfrutado de grandes futbolistas sino que ha podido sanear sus arcas con lo que se denomina la operación perfecta: que el futbolista ofrezca rendimiento deportivo y rendimiento económico. Reyes o Sergio Ramos son dos casos claros. El defensa y Navas jugaron la final del Mundial. Significaban, junto a Marchena, la representación de esa ciudad deportiva que aparece en la carretera de Utrera, población donde Caparrós nació en 1955.

—Cuando pones a un joven en el campo, estás jugando a ganador —dijo, convencido—. Todo crack ha tenido una primera vez. ¡Hay que mirar hacia abajo! Además, refuerzan la filosofía, la identidad del juego. Cuando esa filosofía no existe, el desorden se traslada al jugador.

—Hábleme, pues, de su filosofía, de su juego.

—A todos nos etiquetan y a mí el primero —lamentó—. Me gusta el jugador de talento y rápido, que sepa interpretar las situaciones y que entienda que esto es un juego de asociación. Me ligan al fútbol de músculo, físico, pero mira a quiénes he hecho debutar en Primera: Navas, Antoñito, Capel, Reyes…

—Y Sergio Ramos… —interrumpí.

«Me ligan al músculo, pero hay que ver a quiénes he hecho debutar en Primera: Reyes… Con Monchi, en Sevilla diseñamos un perfil para salir de la crisis: futbolista coste cero.» —Claro. Pero es un jugador engañoso. Se destaca su físico, su fuerza, pero es que tiene un gran nivel en todo lo demás. Además posee genes ganadores. Si hubiera jugado al tenis, estaría al mismo nivel. Me recordaba al Camacho que conocí en el Madrid. Sergio ya era de jovencito como es ahora en el club blanco.

—Cambiemos de tercio —propuse a este técnico tan taurino—. ¿Cuál fue su diagnóstico al llegar a Lezama? ¿Qué hizo?

—Lo primero elevar la autoestima, recuperar la fibra competitiva que el Athletic había perdido. Era consciente de que se trataba de un reto distinto a todos los demás, pero apasionante. En lugar de dudar del modelo, había que pregonar el orgullo de ser únicos. Muchos aficionados de fuera de Euskadi sienten envidia sana de un equipo formado por jugadores de su tierra. A partir de ahí, había que afilar la competitividad de los futbolistas. Un ejemplo es Fernando Llorente, al que hicimos más agresivo en el área: le dijimos que debía imponerse a los defensas. Esa era la base para que la afición creyera. Si lo hace, en San Mamés todo es posible.

Joaquín fue muy pronto Jokin, a sus anchas en un Bilbao que catalogaba de ciudad XXL, de aquí para allá con su acento sevillano. En pocos lugares como en la calle Licenciado Poza se respira fútbol antes y después de cada encuentro. Para quien ha hecho de este deporte no solo su profesión, sino su pasión, es lo más parecido al paraíso. Caparrós se trasladó con su mujer y recibía periódicamente la visita de sus hijos, uno de ellos pintor. Estudió euskera y también algunos cursos de periodismo, hasta cierto punto coherente porque estamos ante un comunicador nato. La hiperactividad es el rasgo de un personaje que tiene un lema: cada día, una cosa nueva.

«En el Athletic de Bilbao, en lugar de dudar del modelo hay que celebrar el hecho de ser únicos en el mundo.» —Es que eso es lo que tiene que hacer un entrenador, preguntarse todas las mañanas: «¿Qué más podemos hacer para mejorar?». En el organigrama del equipo metimos al jefe de prensa, para que conviviera con nosotros —prosiguió—. Quiero también que el responsable del campo esté en las reuniones técnicas para saber cómo queremos el terreno de juego, que el césped sea el mismo en la Ciudad Deportiva que donde vas a jugar. Algo tan fundamental para el juego como la superficie es lo que tiene menos especialistas. ¿Cómo es posible? Al futbolista hay que trasladarle que todo eso se hace por él, para hacerlo mejor y mediante ese discurso comprometerlo. Hay que explicarle hasta sus analíticas, porque te diré algo: se las están haciendo desde pequeñitos y la mayoría no tiene ni idea de lo que ponen. ¡Eso no puede ser! Hay que hacer al futbolista responsable de los porqués.

—¿Le marcó tener que dejar el fútbol, no tener una carrera larga como profesional?

—No, en absoluto —finalizó—. Yo tenía muy claro que quería entrenar desde siempre. Cuando era chaval, me gustaba organizar a los críos. Tomar la decisión de dejar de jugar no fue un trauma. He disfrutado muchísimo de la profesión de entrenador, de ver cómo jugadores de Regional, que no cobraban, sufrían en el campo por ti, o de observar cómo algunos de los campeones del mundo te enviaban mensajes de agradecimiento después de la final.

Por las manos de Caparrós no solo han pasado Fernando Llorente o Javi Martínez, sino otros cinco campeones en Sudáfrica: Sergio Ramos, Jesús Navas, Carlos Marchena, Joan Capdevila y Álvaro Arbeloa. Cuando se les pregunta por las personas que han sido claves en su carrera, todos citan a Caparrós, como si los guiara un acto reflejo. Todos.

—De eso, con permiso, sí presumo.

«Sí, presumo de haber contribuido a formar a siete campeones del mundo: Sergio Ramos, Navas, Marchena, Capdevila, Arbeloa, Javi Martínez y Llorente.»