Javier Irureta

La virtud del equilibrio y el vicio del gol

Al acercarnos a la ventana huele a fútbol, al fútbol de siempre. Javier Irureta la abre de par en par, como quien muestra su casa, y de su gesto se desprenden los recuerdos.

—Fíjate si han cambiado cosas en el fútbol, que en este lugar donde está mi despacho es donde antes, cuando yo regresé al Athletic en 1975, celebrábamos misa. Entonces se colocaba un altar en esta planta, donde solo estaba el comedor, y ahora está llena de despachos de técnicos, preparadores físicos, psicólogos…

Probablemente no era todo tan distinto, porque la comida y la oración eran el alimento del cuerpo y el alma, que ahora el club supervisa con nutricionistas y fisiólogos, con el excel en vez del crucifijo, con herramientas al servicio de una fe sin la que es imposible jugar. Irureta ya no ocupa el despacho de director técnico, en Lezama, en el que mantuvimos uno de los últimos encuentros. No lo dejó por los resultados, sino porque unas elecciones apartaron al anterior presidente y, como es costumbre, una mala costumbre, arrastraron al cuerpo técnico en su totalidad, desde Irureta a Joaquín Caparrós. De poco habían servido las buenas campañas de un Athletic de Bilbao en progresión. Marcelo Bielsa fue el elegido. En común, mucha fe.

Como aquel día, seguramente Irureta miró por esa ventana antes de marcharse, y quizás reflexionó como en aquella cita, pero en voz baja.

—Este lugar, Lezama, es la base de esta filosofía, única. El primer equipo es que el que tira de todo, pero aquí está su corazón —dijo el técnico, licuada ya la nostalgia.

—Ahora, además, a favor de corriente, con el futbolista español al alza, de moda, con dos jugadores del Athletic campeones del mundo —continué.

—Ya era hora de tener ese reconocimiento. Hubo un momento en el que al futbolista nacional se le ponía en duda. En esa época se prefería la lotería de un extranjero medio, que nadie sabía si se iba a adaptar al equipo, al país y a las costumbres, antes que a un futbolista español con cualidades. Recuerdo que cuando llegué al Deportivo, le pregunté a Lendoiro si no había ningún español para ser tercer portero, y me contestó que eran demasiado caros. Insistí al presidente en que era necesario cambiar la tendencia, porque al equipo le faltaba alma y eso no siempre te lo dan los extranjeros. Poco a poco lo fuimos cambiando.

—¿Cómo fue la cohabitación con Lendoiro?

—Ofrecía mucha tranquilidad al entrenador para trabajar, no permitía que estuviera en continua discusión. Es inteligente, hábil. Ha salido de situaciones difíciles y volverá a hacerlo.

El Deportivo ha sido la obra cumbre en la carrera de Javier Irureta como entrenador, donde pudo desarrollar el fútbol que le había distinguido en su etapa como jugador, especialmente en un Atlético de Madrid de leyenda junto a Luis Aragonés, Gárate o Adelardo, con el que conquistó dos Ligas, una Copa y hasta una Copa Intercontinental, además de participar del día de la maldición contra el Bayern de Múnich, en la doble final de la Copa de Europa de 1974.

—Yo era un futbolista técnico, con una idea fundamental: el buen juego es el que pasa muchas veces por el centro del campo. Esa es la que quería poner en práctica al hacerme entrenador. Pero cuando vas a equipos más modestos, como el Logroñés, el Oviedo o el Racing, te das cuenta de que no tienes jugadores para hacerlo, de que has de adaptarte a las circunstancias. En el Deportivo tampoco fue fácil, porque llegué un año después de que hubieran pasado apuros, pero encontré futbolistas con los que se podía construir un gran juego, como Fran, Mauro Silva, Donato. Eran supervivientes del Depor que sucumbió después del penalti fallado por Djukic y la prioridad era que pudieran recuperar aquel espíritu. Después llegaron Tristán y Makaay, y ambos fueron pichichis. Se hablaba mucho de nuestra fortaleza defensiva, pero nuestro poder real era ofensivo. Teníamos muchas posibilidades de llegar al gol; no dábamos al contrario una única referencia, algo que es más fácil de defender, por bueno que sea el delantero. Todo eso basado en un equilibrio casi perfecto —recordó Irureta.

—Aquel Deportivo ganó definitivamente la Liga, además de una Copa sonada en el Bernabéu. En la actualidad, romper el bipartidismo parece utópico.

—Por eso aquel Deportivo siempre será una referencia, como el Athletic de Clemente, el Valencia de Benítez o el Atlético de Antic. Ahora creo que se valoran más lo que supusieron. Las diferencias actualmente son tremendas si se observan las plantillas, producto del reparto de los ingresos televisivos, pero le recuerdo que nosotros nos enfrentamos al Madrid galáctico y no logró ganarnos durante siete años en Riazor. No teníamos ni Zidanes, ni Ronaldos, pero el trabajo en equipo y la ambición nos permitió igualarlos. Ambición no es arrogancia; no lo entienda mal. Los grandes suelen hacerlo.

—Lo entiendo.

Mientras jugaba, Irureta, nacido en Irún en 1948, no pensaba en dedicarse al banquillo. De hecho, había estudiado ingeniería técnica, pero poco antes de su retirada, a los 32 años, supo que no podría soportar el síndrome de los domingos.

«El poder del Deportivo era ofensivo, no defensivo. No teníamos Zidanes ni Ronaldos, pero el trabajo y la ambición nos permitió igualarlos. Ambición no es arrogancia. Los grandes a veces las confunden.»«Luis Aragonés pasó de jugador a entrenador en un día. Llegó con su carpeta, él que nunca llevaba papeles, y nos habló de usted a Gárate, a Adelardo o a mí.» —Me matriculé en el Colegio de Entrenadores de Vizcaya para hacer el curso —recordó el técnico—. Había tenido entrenadores de todo tipo, por carácter y por juego. Recuerdo a Luis Aragonés, que, de un día para otro, pasó de ser compañero a entrenador. Llegó con una carpeta, cuando en la vida había visto a Luis con papeles, y nos habló a todos de usted, a mí, a Gárate, a Adelardo… A todos los que habíamos jugado y salido por ahí con él. Se puso en su sitio desde el primer día. Ya entonces mostraba su afán competitivo, acompañado de esa frase tan suya de que hay que ganar por lo civil o lo criminal. Antes nos dejó su sello Marcel Domingo, que impuso un contraataque tremendo y dejó una herencia, una tradición de juego en el club. En el Athletic tuve a Koldo Aguirre, que veía el fútbol muy bien, o a Rafa Iriondo.

—Usted tuvo siempre un talante muy pedagógico y sosegado, lejos de los perfiles que reafirman continuamente su autoridad.

—Hubo una época en los años 70 en la que el fútbol europeo lo dominaban alemanes y holandeses, sobre todo, y esa tendencia puso de moda entrenadores muy autoritarios, como Max Merkel, míster Látigo, Udo Lattek o Rinus Michels, al que llamaban míster Mármol. Yo tuve a Merkel, por ejemplo. Era la época del criterio del entrenador por encima de todo. Nunca creí en eso, siempre fui más partidario del diálogo. Hay que ganar a través de la interpretación del juego, no de la testiculina. Por eso comparto la línea de Guardiola o Del Bosque, del que valoro su humanismo, esa naturalidad con el futbolista o los medios de comunicación. Eso es dirigir.

—Después de enfrentarse al Barcelona en el que Guardiola era futbolista, ¿cómo observa su trabajo como técnico? —pregunté a Irureta.

—Es evidente que aquel Barça y este tienen una raíz común, que es de la que parte Guardiola, pero compararlos no es fácil, porque además el fútbol ha cambiado desde entonces. Tácticamente este es más completo, sobre todo por su dedicación defensiva, pero ambos parten de la posición y de la posesión. El actual, además, tiene un poderoso factor diferencial, que es Messi. Tiempo atrás, al argentino le faltaba algo de gol, una faceta en la que ha rectificado de forma colosal. Es como si hubiera subido un peldaño, el que va del regate al gol. En mi opinión, antes se focalizaba en driblar y en la asistencia, y eso implicaba, entre otras cosas, que su definición no estuviera tan trabajada como lo está ahora. Podemos hablar ya de un Messi completísimo.

—¿En paralelo a Cristiano o muy distanciado?

«Me crié en la cultura del entrenador por encima de todo. Nunca lo entendí. Hay que ganar por la interpretación del juego, no por testiculina.» —Messi es el número uno, pero Cristiano está en el grupo de los mejores. Es el tipo de futbolista que todos los entrenadores queremos tener, porque es un vicioso del gol —afirmó.

—¿Qué jugadores a los que ha dirigido le han dejado sello?

—Fran era un futbolista excepcional, técnico, de visión. Pocos han dominado el concepto de la posición como Mauro Silva y Karpin ha sido uno de los jugadores más ganadores que he tenido.

—¿No tiene mono?

—¡Claro! El entrenador se muere entrenador. He pensado muchas veces en que me gustaría volver, pero tendría que ser en un proyecto tranquilo y, si le digo la verdad, veo al fútbol muy alterado, demasiado.