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—Cuéntame —le dijo Talin a Clay horas después.
Había vuelto a su lado poco antes de que amaneciera, después de que los demás y él hubieran borrado las pruebas y enterrado el cuerpo en el bosque, tan lejos que nadie pudiera encontrarlo jamás. A todos los efectos, Larsen Brandell había desaparecido sin dejar rastro.
Judd había dejado la mente de la mujer ilesa. Aparte de que había sido interrogada por dos hombres desconocidos y que se habían quedado con su agenda electrónica antes de dejarla libre, nadie se enteraría de nada a través de ella.
A los DarkRiver y los SnowDancer no les importaba levantarse contra los psi, pero a veces era mejor operar en las sombras, hacerse más fuerte de lo que el enemigo podía imaginar. Ahora tenían más pruebas del fracaso del Silencio, pruebas que Clay presentía que acabarían siendo utilizadas como arma en la revolución que se estaba cuajando en la Red.
—Clay —le instó Talin, mientras estaban tumbados en la cama, frente a frente—, háblame, cariño. Cuéntame qué ha causado esa expresión en tus ojos.
Y como era Tally, la única persona a quien jamás había sido capaz de mentir, se lo contó todo.
—Me alegro de que esté muerto —dijo, contemplándola mientras ella se erguía apoyada en el codo y le miraba, con su gloriosa melena cayéndole sobre un hombro—. Había que hacerlo.
—¿Fue como antes?
—No. —Se sorprendió con esa respuesta—. Aquello fue rabia. Rabia, instinto protector e impotencia. Pero tampoco fue como con el soldado cuando rescatamos a Jon y a Noor; eso fue en el fragor de la batalla. Esto ha sido una ejecución a sangre fría. —Se negaba a disfrazar la verdad. Tally tenía que aceptarle, con la brutalidad del animal y con todo lo demás. Si no podía… Aquella espina se clavaría en su corazón de depredador, pero no haría que la dejara libre. Ni siquiera iba a dejarla marchar—. Le degollé.
En lugar de mostrar asco, extendió una mano sobre su corazón.
—¿Por qué le has ejecutado?
—De no haberlo hecho, habría encontrado el modo de continuar matando niños.
Los planes de Larsen, almacenados en la agenda que habían encontrado en su bolsillo, les había proporcionado pruebas más que suficientes de sus tendencias homicidas.
Talin inclinó la cabeza hasta que sus frentes se tocaron, su cabello era una reluciente cortina alrededor de los dos.
—Si ese cabrón estuviera aquí ahora mismo, le clavaría un cuchillo en su negro corazón sin vacilar.
Clay le puso las manos en las caderas.
—¿Lo harías?
—Sí. —Le rozó los labios con los suyos—. Ha hecho daño a mis chicos. Pregúntale a cualquier mujer de tu clan y te responderá lo mismo. ¿Crees que soy un monstruo por reconocerlo?
—No.
—Entonces, ¿cómo vas a serlo tú?
Un nudo se aflojó dentro de él y se quedó quieto mientras ella le besaba con femenina dulzura, como si paladeara su sabor.
—¿Todavía me adoras? —le preguntó con voz ronca contra sus labios. Un tono entre amantes, entre compañeros, entre un hombre y la única mujer que jamás había deseado.
—Demasiado —respondió Talin—. Solo me siento completa cuando estoy contigo. ¿Me convierte eso en una persona débil?
El leopardo se desperezó dentro de él mientras ella depositaba un sendero de besos a lo largo de su mejilla y bajaba por su cuello.
—Si tú eres débil, yo también lo soy. —Era capaz de funcionar sin ella, pero solo como lo hacía una máquina. Su corazón, su alma, se lo había entregado todo a ella hacía mucho tiempo. Su cabello le acariciaba mientras ella empezaba a descender—. Tally…
—Chist.
Le puso una mano sobre el corazón y levantó la mirada, había tal ternura en ella que se sintió cautivo, encerrado, enjaulado. Pero su carcelera era suave y dulce y él estaba completamente bajo su hechizo.
—Deja que yo te ame esta noche.
—¿Solo esta noche? —bromeó, enroscando una mano en su cabello.
La sonrisa de Talin iluminó toda la habitación.
—Puede que lo haga de nuevo… si te portas bien. —Bajando la cabeza, depositó más de aquellos delicados besos sobre su piel—. ¿Eres sensible aquí? —Le lamió la tetilla con la lengua.
Clay contuvo el aliento, sintiendo, más que oyendo, su risa. Luego ella sopló su carne húmeda, haciéndole gruñir. Fue entonces cuando Tally usó los dientes. El leopardo rugió, pero ella no se detuvo. Tampoco había querido que lo hiciera. Al leopardo le gustaban sus dientes, sus uñas, su olor; le gustaba todo de ella.
¿Su olor? Durante un segundo pensó que había algo de lo que debía acordarse, pero Tally se desplazó al otro lado y a él le costaba pensar en nada que no fueran las suaves curvas de su cuerpo. Sintió satén y encaje bajo sus manos.
—¿Qué es esto?
—Me lo han regalado las chicas. Mmm. —Aquel sonido le atravesó mientras ella alcanzaba la cinturilla de los pantalones de chándal que se había puesto para acostarse—. ¿Por qué te has vestido?
Su abdomen se tensó como una roca al contraer los músculos en un intento de controlar su instinto dominante.
—Creía que estabas cansada.
Ella le pasó la lengua por la cinturilla, dolorosamente cerca de su miembro.
—Tú no estás cansado.
Levantó la cabeza y acercó la mano para asirle por encima de la tela, consiguiendo que él arqueara la espalda.
—Tally. —Fue una advertencia y una súplica a la vez.
Ella fingió que le mordía.
—¿Debería morderte?
Su miembro se estremeció.
—Creía que yo te gustaba.
La risa de Tally era ronca. Después de soltarle, se sentó de rodillas y enganchó los dedos a ambos lados de sus pantalones. Clay dejó que ella se los bajara, fascinado al verla con aquella cosa de satén y encaje rosa que llevaba puesta. Era de tirantitos y tan consistente como el algodón de azúcar.
—Pareces un helado de fresa —logró decir mientras ella se deshacía de su ropa y se colocaba nuevamente de rodillas entre sus muslos.
—¿Te gusta el helado de fresa?
Encogió un hombro y uno de los tirantes resbaló dejando al descubierto la parte superior de su pecho.
Clay clavó las manos en la cama, maldiciendo las pecas que trazaban un tentador sendero sobre su cremosa piel.
—Oh, sí. Me encanta lamerlo por entero. —La boca se le hizo agua.
—No, no. —Meneó un dedo a modo de advertencia—. Esta vez soy yo quien va a lamer… y a chupetear.
El otro tirante cayó y el encaje se quedó enganchado en su pezón.
—Por Dios bendito, Tally. —Tenía la mirada clavada en el sombreado valle entre sus pechos—. ¿Cuándo te has vuelto tan mezquina?
Talin se pasó el dedo por aquel valle para provocarle.
—Y aún no has visto nada.
Talin… se lo estaba pasando en grande. Eso era lo más extraño para ella. Se suponía que el sexo no era divertido. Con Clay era más maravilloso, ardiente y placentero de lo que podía expresar con palabras, pero jamás se había esperado eso. Hacía que tuviese ganas de reír y comérselo a besos.
—Bájate el picardías —dijo con voz áspera—. Por favor.
En su lugar, le agarró, disfrutando al escuchar la maldición que él reprimió, viéndole ahí tumbado mientras le dejaba que jugara. Amar a aquel hombre era tan fácil que casi le aterraba. Casi.
—¿Y qué consigo yo a cambio?
—Joder, mi polla llevándote al orgasmo.
Apretó la mano. Él soltó el aire con los dientes apretados, pero pareció gustarle. De modo que no aflojó.
—Bueno, es muy tentador. —Deslizó la mano arriba y abajo—. Pero tengo la impresión de que lo voy a conseguir de todas formas.
Los ojos de Clay se convirtieron en dos rendijas, que brillaban como los de un felino bajo la tenue luz de la habitación. Y esa era otra cosa: Clay jamás la obligaba a estar a oscuras, nunca la menospreciaba por su temor infantil. Simplemente programaba las luces para que ninguna habitación estuviera nunca a oscuras. ¿Cómo no iba a estar loquita por él?
—Quieres algo —la acusó.
Ella sonrió y se inclinó para pasar la lengua por la cabeza de su erección. Clay casi salió disparado de la cama y el taco que profirió esa vez fue aún más soez.
—Qué bueno —murmuró, lamiéndose los labios, suspendidos a escasos centímetros de su excitación.
—¿Qué quieres?
A Clay le costaba respirar. Talin creyó oír que algo se rompía y se preguntó si él había rasgado las sábanas con las garras. Esperó la punzada de miedo, pero lo que sintió fue otra oleada de húmeda necesidad. Su cuerpo había aprendido que la fuerza de Clay solo representaba placer para ella. Le encantaba que pudiera levantarla en vilo y hacerle toda clase de perversidades… cuando ella no tenía el control, claro.
—Te quiero a ti —dijo—. Desnudo.
Las fosas nasales de Clay se dilataron como si estuviera empapándose del aroma de su excitación.
—Tally, cielo, no podría estar más desnudo. Eso con lo que estás jugando es mi polla.
Por aquel comentario, ella le recompensó breve, muy brevemente rozándole con los dientes. Clay maldijo de nuevo, pero no intentó hacerse con el control.
—Te deseo desnudo y boca arriba.
—¿Por qué? —gruñó con sorpresa.
—Porque quiero acariciarte. Mimarte. Amarte. —Le recorrió el interior de un muslo con las uñas, sintiéndole estremecerse—. Al menos media hora.
Se inclinó de nuevo y sin previo aviso tomó en su boca la punta de su erección.
Efectivamente, esta vez algo se había rasgado.
—¡Joder!
Talin le liberó.
—¿Sí?
—¡Sí! ¡Joder, sí! Ahora, o me chupas o voy a tumbarte tan rápido que… —Su amenaza acabó en un rugido cuando ella le tomó tanto como pudo dentro de su boca.
Clay sabía bien, decidió. Muy, muy bien. Le gustaba proporcionarle aquel placer. Pero le gustaba más aún que él le permitiera ver la fuerza de su reacción sin restricciones. Y así le amó, aprendiéndole, saboreándole. Y cuando él le tiró del pelo para apartarla, ella opuso resistencia. Pero Clay había alcanzando el límite de su paciencia.
Agarrándola de los hombros, tiró de ella y la tumbó boca arriba. A continuación le arrancó las braguitas con la mano y luego la penetró con un solo embate que le arrancó un grito.
Clay se quedó petrificado.
—¿Tally?
Ella se aferró a sus hombros.
—¡Muévete! —No le quedaba aliento para decir nada más, pues él hizo justo lo que le pedía.
Rodeándole con las piernas, le apremió para que siguiera, apenas consciente de que él le había arrancado los tirantes del minúsculo picardías transparente y que la prenda estaba aplastada entre sus cuerpos, provocando una erótica sensación. Pero no había nada más erótico que la mano de Clay sobre su pecho, su dureza moviéndose dentro de ella.
Entonces él le lamió las pecas que adornaban sus pechos.
—Quiero comerte viva.
Clay capturó su pezón con los dientes y a Talin se le quedó la mente en blanco.
* * * * *
—Y eso de las caricias —preguntó Clay un rato después, con el torso apoyado contra la espalda de ella—, ¿cuándo piensas hacerlo?
Ella se acurrucó en sus brazos.
—Siempre que me apetezca. Así que estate preparado para bajarte los pantalones y separar las piernas.
Clay le acarició los rizos que cubrían el vértice entre sus muslos y le dio un tironcito.
—Mocosa.
—Abusón. —Con aquel familiar intercambio de palabras, de repente supo la respuesta a la pregunta que aún no había formulado—. Estamos emparejados, ¿verdad?
Él le posó la mano en el abdomen.
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo?
—Para siempre.
Talin no podía objetar nada, porque lo cierto era que había nacido para ser de Clay.
—Estoy enferma…
—No importa.
—Sí que importa —susurró—. Los leopardos solo os emparejáis una única vez.
—¿Me dejarías si yo estuviera enfermo?
—Eso no es justo.
—Y un cuerno. —La estrechó entre sus brazos—. Estamos juntos tú y yo. Jamás habrá nadie más para ninguno de los dos. —Clay esperó a que ella discutiera, pero no lo hizo. El leopardo que habitaba en su interior dejó de pasearse, más apaciguado. Satisfecho con que ella hubiera aceptado la verdad, tiró de la tela que continuaba arrugada alrededor de su cintura—. ¿Quieres que te lo arranque?
Talin le dio un manotazo.
—Ni se te ocurra. Ya tengo que coser de nuevo los tirantes.
—Lo siento. —Le acarició el cuello con los labios.
—No, no lo sientes.
No, no lo sentía. Disimuló la sonrisa y reprimió un gruñido mientras ella se retorcía y contoneaba de manera muy femenina para conseguir bajarse el picardías por las piernas y luego lo lanzaba con un pie. Ahora estaba completamente desnuda, toda ella gloriosa piel dorada y preciosas pecas, para que él la acariciara.
—Privilegios de piel —murmuró, con la mano en su cadera.
Talin sonrió. Una parte de ella, la que nunca había creído que Clay la dejaría de nuevo algún día, ya estaba en paz. El emparejamiento era para siempre. Pero otra parte aún mayor estaba destrozada. ¿Qué sería de Clay si ella moría? Tenía que asegurarse de que no cayera de nuevo en las garras de la oscuridad.
—Prométeme algo.
—No. —Su tono indicaba que sabía lo que iba a pedirle—. No te atrevas a pedirme eso, Tally.
Ella pasó por alto su brusca orden.
—Necesito saber que estarás al lado de Noor y de Jon. —Era una manipulación sacar a los niños a colación, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de mantener a Clay a salvo. Para conseguirlo estaba dispuesta a renunciar a su orgullo, a su alma.
—No.
—Prométemelo.
Clay la soltó y se bajó de la cama.
—No vas a morir, así que no hay necesidad de que tengamos esta conversación.
Talin se incorporó, con un nudo en la garganta.
—¡Ignorar la verdad no la hace menos cierta, maldito leopardo arrogante!
Clay se transformó en medio de una brillante lluvia de chispas multicolores.
Talin estaba tan sorprendida que era incapaz de hablar. Y entonces el leopardo más hermoso que hubiera visto jamás estaba con ella en la habitación, una gloriosa criatura con ojos desafiantes.
—No es justo —susurró, echando la sábana a un lado para ir a gatas hasta el borde de la cama y bajarse al suelo.
El animal se acercó a ella, apoyando la cabeza en su muslo. Debería haberle echado la bronca por poner fin a la discusión de aquella manera, pero lo que hizo fue acariciarle.
—Precioso —murmuró, hundiendo la mano en su pelaje negro y dorado—. Magnífico. —Palabras de afecto, porque si bien era grande y fuerte, también era suyo para amarlo, para adorarlo.
Sus ojos verdes capturaron los de ella, con una chispa llena de orgullo y petulancia en sus profundidades.
—Vanidoso —agregó.
El leopardo rugió, mostrando los dientes. Y ella continuó acariciándole. Su compañero. Su vida entera.