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«Aquella voz». Profunda, ronca por el sueño… y con un muy, muy seductor matiz perverso.
Talin se estremeció, sus pezones se endurecieron contra el suave algodón de la camiseta de tirantes. Le había pedido que fuera su amigo, pero en aquel momento no era amistad lo que su cuerpo deseaba. Entrando en pánico, agarró la escalera con desesperación.
—No debería.
—Vamos, Tally.
Su voz sonaba tan adormilada, tan persuasiva, que Talin vaciló. ¿Qué había de malo en sentarse con él durante un rato? Y Clay había prometido comportarse. Se dijo que no era decepción lo que devoraba las partes más sensibles de su cuerpo.
—Casi no veo.
Con pasos cortos y prudentes, se encaminó hasta el pie de su colchón.
—Un poco de iluminación ambiental —murmuró Clay—. Encender luces, modo noche.
Un suave resplandor iluminó la zona de la cocina. Talin le adoró por haber pensado en ello, pero decidió que podía arreglárselas.
—Apagar luces. Estoy bien. Pero no cierres los ojos.
Talin escuchó el tentador deslizamiento de las sábanas sobre la piel.
—Te he hecho un hueco junto a la pared.
No había esperado nada menos; Clay jamás permitiría que ella estuviera en el lado vulnerable y desprotegido del colchón. Se puso de rodillas para rodear a tientas y subirse a lo que parecía un futón muy bien hecho.
—Es muy cómodo —declaró, acomodándose entre la pared y Clay. La parte inferior del colchón era firme, pero él había puesto una especie de grueso edredón de plumas sobre la sábana—. Como estar en una nube.
—Mmm.
La mano de Clay le tocó la cadera y la hizo moverse hasta que quedó de espaldas, amoldada al delicioso calor de su torso.
Talin le dejó hacer, permitió que la cubriera con una suave manta y que introdujera un musculoso muslo entre los suyos, que la envolviera con su fuerza. No solo eso, sino que además se acomodó en el brazo que él deslizó bajo su cabeza.
—¿Estás despierto? —Desprendía mucho calor y olía a hombre en el mejor sentido de la palabra. Se sonrojó al darse cuenta de que estaba tentada de lamerle la piel para comprobar si sabía tan bien como olía—. ¿Clay?
El brazo con que él le rodeaba la cintura la apretó ligeramente.
—Estoy durmiendo.
Ella sonrió ante la malhumorada respuesta y se apretó más contra él. Clay le dio un beso en el cuello, fingiendo roncar. La sonrisa de Talin se hizo más amplia.
—Quiero hablar. Sobre Max, sobre los niños, sobre nada y sobre todo. —Percibiendo su ánimo indulgente, se atrevió a deslizar los dedos por su brazo, tratando de aplacar el hambre que la embargaba, de saciar su necesidad de él—. Despierta.
De la garganta de Clay surgió un gruñido y empleando la fuerza hizo que se volviera hacia él o, más bien, hacia su duro pecho. A continuación su mano ascendió por la nuca de Talin, apoyándole la mejilla contra su piel caliente.
—Duerme.
Talin colocó las manos contra sus flexibles y firmes pectorales y abrió la boca para protestar, cuando un bostezo escapó de sus labios.
—No quiero —murmuró, consciente de que él le estaba acariciando la parte baja de la espalda con la otra mano.
Aquellos pausados círculos que él trazaba resultaban muy agradables… hacían que sintiera pesadez en las extremidades, que se sintiera relajada. A salvo.
* * * * *
Clay notó el momento en que Tally sucumbía al sueño minutos después de que se hubiera negado a ello. Aquello le habría hecho sonreír de no ser porque estaba luchando contra las ganas de despertarla en el acto y aliviar el dolor de su miembro. El leopardo que moraba en él estaba ebrio de su olor. Le impulsaba a saborearla de todas las formas en que un hombre podía saborear a una mujer. Deseaba lamerla, morderla, hundirse en ella con descarnada pasión animal.
Paciencia, se dijo. Hacía solo unos días Talin le tenía miedo y ahora dormía entre sus brazos. Estaba recordando lo que ella era para él. Pronto sus infantiles recuerdos de absoluta confianza se fundirían con el calor líquido del deseo adulto. Dios santo, el aroma de su excitación era una droga que podría lamer durante horas. Uno de estos días también ella tendría suficiente curiosidad por saborearle. Entonces los dos jugarían a su juego.
Esa noche la abrazaría y cuando despertara la provocaría lo suficiente como para conseguir que ella se preguntara qué venía después. Mientras una lenta y satisfecha sonrisa se dibujaba en sus labios a pesar del agudo dolor de su cuerpo, cerró los ojos, atrajo a Tally hacia él con más firmeza y dejó que el sueño le venciera.
Pero las cosas no salieron de acuerdo a sus planes. El leopardo cobró vida a la primera señal de angustia por parte de Tally. El canto de los pájaros flotaba en el aire, la luz del alba se colaba en la estancia, pero lo único que él podía ver era a Talin tumbada boca arriba, con los ojos cerrados y respirando con dificultad.
—Talin, despierta —le ordenó con voz férrea.
Ella abrió los ojos de golpe, un violento pánico tornó sus iris de color gris a negro. Su respiración se hizo más laboriosa, un constante resuello casi metálico por su dureza.
—Detente. —Le tomó el rostro con una mano—. Estás hiperventilando. Tranquilízate.
Después de algunas respiraciones peligrosamente superficiales, pareció centrarse en él y asintió. Clay observó mientras ella trataba de recuperar el control, sintió su miedo cuando el aire continuó eludiéndola. Se llevó la mano al cuello y le miró con expresión suplicante.
—No-pue-do —logró decir.
Clay comprendió que se trataba de un problema psicológico.
—¿Algo te obstruye las vías respiratorias?
Ella negó con la cabeza, a continuación alzó las manos y las unió, palma con palma, con aquellos impresionantes ojos bien despejados. El delgado anillo ambarino parecía brillar como oro fundido a la luz de la mañana.
—¿Sientes que se te están cerrando las vías respiratorias?
Al ver que ella asentía, Clay apartó la mano de su mejilla y se incorporó. Luego, colocando las manos bajo los hombros de Talin, la ayudó a hacer lo mismo. Ella apoyó la espalda contra la pared bajo la ventana, con los ojos clavados en los de él y una mano temblando en el cuello.
—¿Mejor?
Ella negó con la cabeza, tendiendo la otra mano hacia él. Clay la asió, pensando a toda prisa. Tenía suministros de emergencia en un botiquín que Tamsyn mantenía bien abastecido. También tenía ciertos conocimientos médicos, suficientes para hacer una cura provisional a otro miembro del clan o a sí mismo hasta poder llegar hasta su sanadora. Pero lo que Talin estaba experimentando en esos instantes no se parecía en nada a un tajo abierto o a un brazo roto.
—Enseguida vuelvo, cielo.
Rompiendo el contacto con esa promesa, corrió a por el botiquín de debajo de la pila y a continuación cogió el teléfono móvil en la mesa del desayuno, donde lo había dejado. Tecleó el número de Tamsyn cuando llegó de nuevo junto a Tally y vio que su respiración había empeorado. Su piel comenzaba a perder el color.
—Aguanta, Tally. —Le acarició el cuello con los dedos—. Aguanta por mí. —Fue una orden, no una petición.
Mientras luchaba por mantener los ojos abiertos, aferró la muñeca de Clay al tiempo que él esperaba a que alguien descolgara el teléfono. Sabía que lo haría; como sanadora del clan, Tamsyn siempre estaba localizable.
—Clay, ¿qué sucede? —preguntó la voz de la sanadora, con un timbre del todo profesional.
—Algo le pasa a Talin. No puede respirar. Es como si tuviera la garganta obstruida.
—¿Alguna oclusión?
—Ella dice que no.
—¿Es alérgica a alguna cosa?
—No, a nada —respondió sin perder tiempo, pues lo sabía desde la infancia.
—Pregúntale… es algo que puede haber desarrollado.
—Cielo, ¿alguna alergia grave?
Ella negó con la cabeza, esta vez de forma lenta y cansada. Los labios comenzaban a ponérsele azules.
—Nada —repitió antes de que un recuerdo le viniera a la memoria—. Pero de pequeña tenía cierta alergia al polen. Solía hacerla estornudar.
—¿Cómo está su corazón?
Clay presionó los dedos sobre el pulso en su cuello, su control se iba resquebrajando con cada uno de los erráticos latidos.
—Late demasiado despacio, joder.
—Vuelve el teléfono hacia ella para que pueda verle la cara.
Clay hizo lo que le ordenaba, luego se llevó el aparato a la oreja otra vez.
—¿Tammy?
—¿Tienes el botiquín? —repuso con tono sereno, firme.
—Sí.
Abrió el maletín.
—Hay un pequeño inyector precargado en la tapa, a la izquierda.
Clay lo vio de inmediato. Lo sacó de su soporte y retiró el envoltorio.
—¿Dónde?
No preguntó qué era, qué efecto tenía. No había tiempo.
—Espera. Asegúrate de que es el correcto. ¿Tiene escrito «epinefrina» a un lado?
Vio que los párpados de Tally se cerraban lentamente y su mano le soltó la muñeca. El leopardo escarbó dentro de su mente tratando de salir, de llegar hasta ella.
—¡Sí!
—Hazlo. En el muslo. Clay… he de advertirte que esto es una conjetura. Puedo estar equivocándome y que eso le haga daño.
—No hay alternativa. Si no hacemos algo, morirá.
Utilizando las garras para arrancarle los pantalones a tiras, le clavó el inyector en la piel y apretó el botón. El tubo transparente dispensó el medicamento al instante. Durante los tres segundos más largos de su vida, no pasó nada. Luego Talin se estremeció y abrió los ojos de repente. Transcurrió un segundo más y ella tendió a tientas la mano en dirección a él.
Clay se la agarró con fuerza.
—Respira, cielo. Por favor, Tally, respira. Respira.
Ella le asió los dedos al tiempo que inspiraba profundamente primero una vez, luego otra.
—¿Funciona? —preguntó Tamsyn.
—Sí —susurró Clay, con el corazón encogido—. Sí.
—Voy a acercarme a echarle un vistazo. Evita que se enfríe y dale líquido.
Clay apenas fue consciente de cuándo colgó el teléfono y lo dejó sobre el suelo, pues su mirada estaba clavada en Talin. Le desgarró el alma ver la solitaria lágrima que rodaba por su mejilla. Cuando la soltó, ella dejó escapar un vulnerable quejido.
—Chist. Necesito abrazarte.
Se apoyó contra la pared a su lado para sentarla sobre su regazo. Ella no opuso resistencia cuando la acercó hacia él, acomodándole la cabeza bajo su barbilla, en un abrazo un tanto enérgico. Ninguno dijo nada. Talin respiraba de forma pausada y profunda mientras él la sujetaba, reconfortándola con suaves murmullos. Por fin ella relajó una mano, antes cerrada en un puño, sobre su pecho. Aquello le quemó, como si le hubiera marcado.
—Puedo respirar.
—Bien.
Le resultaba difícil hablar cuando el leopardo luchaba por salir.
—¿Qué me has puesto?
Clay luchó por recuperar el control mientras sus garras amenazaban con emerger.
—Una inyección de epinefrina.
—¿Es que he desarrollado una alergia tan grave?
Clay deseaba besarla, poseerla, convencerse a sí mismo de que no la había perdido.
—¿Es la primera vez que has tenido esta clase de reacción?
Ella asintió.
—No tiene sentido. Tiene que estar relacionado con…
—Tammy viene en camino para echarte un vistazo —la interrumpió, pues no estaba dispuesto a hablar sobre la maldita enfermedad después del terror pasado en los últimos minutos—. Ya veremos después de eso.
Talin se removió hasta que pudo alzar la vista hacia él.
—Estoy bien.
—Casi mueres.
Sus dedos danzaron sobre la mandíbula sin afeitar de Clay.
—Sabía que tú me harías salir adelante.
—No puedes morir. —Era una orden.
Talin parpadeó con aquellos grandes ojos grises, cuyo anillo de fuego centelleaba.
—Haré todo lo que pueda.
Clay sabía que estaba siendo poco razonable, pero el leopardo había asumido el control y no atendía a la lógica ni a la razón. Lo único que el animal deseaba era saber que ella estaba viva.
—Voy a romper mi promesa.
Ella abrió los ojos como platos, pero no preguntó a cuál de ellas se refería. En vez de eso, ladeó la cabeza y cuando Clay recorrió con la lengua la unión de sus labios, ella los abrió, cálida, entregada y suya. Innegable e irrevocablemente suya. No importaba lo que ella pensara y cuánto huyera de él, Talin siempre había sido suya y siempre lo sería. Dejó que percibiera su certeza en el roce de su lengua contra la de ella, en la forma en que la mantenía anclada a él, en la confianza con la que tomaba todo cuanto ella tenía y exigía más.
Talin sintió que se quedaba sin aliento, aunque de un modo distinto, cuando Clay reclamó su boca en lo que reconoció como un descarado sello de propiedad. Era un beso que jamás le habría permitido a ningún otro hombre. Aquel beso no era algo físico. Era algo relativo al alma. Clay la estaba desnudando, derrumbando sus defensas, rompiéndole el corazón.
—Clay.
Una súplica, un recordatorio de que no podía cumplir las promesas que él le estaba pidiendo que hiciera. La insidiosa enfermedad que le estaba devorando el cerebro escapaba a su control.
Clay le mordió el labio inferior como respuesta, y cuando ella emitió un ruidito quejumbroso, lo hizo de nuevo. Se sintió imbuida de ávida arrogancia femenina, que desterró todos sus pensamientos sobre un futuro incierto. Le devolvió el mordisco. Clay pareció sobresaltarse; su reacción, un sosegado estado de alerta, era muy felina. Sonriendo, le mordisqueó antes de abrir la boca y enredar la lengua con la de él en un duelo que tenía intención de ganar.
Aquello fue antes de que Clay moviera sus grandes y tibias manos sobre su cuerpo, desplegando una en la parte baja de su espalda en tanto que la otra se amoldaba a su nuca. La retuvo de un modo tan posesivo, tan agresivo, que debería de haberse asustado y haber salido corriendo en dirección contraria. Sin embargo, lo que hizo fue generar en ella un calor oscuro y sexual que avivó su necesidad hasta hacerla arder. Se pegó a él, apretando sus doloridos pechos contra su sólido torso.
Clay ronroneó.
Se apartó cuando la vibración hizo que un repentino placer recorriera sus pezones.
—¿Ronroneas?
La sonrisa de Clay fue puramente felina.
—Solo para ti.
Cualquier resistencia que pudiera haber opuesto hacia el peligroso e inevitable cambio en su relación se disolvió en un gran charco a sus pies. Se estaba mostrando encantador. Clay no era encantador con nadie. Aunque al parecer ella era la excepción. Le dio un beso en la mandíbula.
—Deja de ser tan sexy.
La sonrisa de Clay se hizo más amplia al tiempo que desplazaba la mano de la nuca a su cabello y tiraba hacia atrás de su cabeza para poder besarla otra vez. Las ascuas en su estómago se convirtieron en llamas cuando se dio cuenta de que estaba frotando sus pezones contra él. A Clay no parecía importarle; estaba ronroneando de nuevo. Entonces su mano descendió para tocarle el trasero y Talin se sorprendió al descubrir que había cambiado de posición para colocarse a horcajadas sobre él. Reprimió un quejido cuando Clay la acomodó mejor. El duro bulto de su erección presionaba ahora contra el húmedo calor entre sus muslos.
Interrumpiendo el beso, con los labios húmedos y el aliento entrecortado, Talin alzó una mano y trazó la forma de su boca con un dedo.
—Me estás metiendo prisa.
—No soy un hombre paciente —respondió, impenitente, mientras ella deslizaba el dedo por su mandíbula y a lo largo del cuello—. Sientes cuando me tocas, cielo —dijo, acabando con uno de los temores más profundos de Talin—. Va a ser condenadamente bueno. Puedo olerte, tan caliente y mojada, tan preparada. —La mordió en la oreja—. Deja que haga que te corras. Seré bueno; no te lameré… demasiado.
La traviesa solicitud hizo que apretara los muslos, sus pechos se inflamaron.
—Clay. —Le acarició el cuello con la nariz, saboreó su exquisito aroma varonil—. ¿Y si hacemos esto y… y las cosas no funcionan?
—Funcionarán.
—Pero ¿y si no sale bien? —preguntó, negándose a dejar que su terquedad se impusiera. No había sacado a relucir su promiscuo pasado desde aquella explosiva discusión en el tanque, pero eso no significaba que lo hubiera olvidado. Clay era demasiado posesivo como para aceptar sin más lo que él consideraba una traición. Talin veía esa certeza en sus ojos cada vez que la miraba—. No puedo perder tu amistad.
Aquello era lo único que se interponía entre ella y una desolación tan devastadora que sabía que no sería capaz de sobrevivir a ella. Esta vez no.
—Tally, trataste de huir de mí y mira dónde has acabado. —Le mordisqueó el labio de nuevo, lo soltó y procedió a lamerlo de forma sensual—. Siempre estaré a tu lado si me necesitas.
Aquello no respondía a su pregunta, pero antes de poder alegar nada, él le tomó un pecho con la mano.
—¡Clay! —exclamó en parte sorprendida y en parte llena de júbilo.
Él la retuvo con el brazo alrededor de su cintura mientras se inclinaba para contemplar cómo sus dedos se movían sobre su carne apenas cubierta.
—Quítate la camiseta.
Talin estaba teniendo serios problemas para pensar.
—No. Ve más despacio.
La respuesta de Clay fue besarla en el hueco de la base del cuello. Luego la lamió, provocando punzadas de sensaciones que se concentraron entre sus muslos. Como si eso no fuera suficiente, continuó masajeando el seno con firme y masculina aprobación. Talin no necesitó escuchar aquel ronco «mía» que surgió de sus labios para comprender el carácter posesivo de su contacto.
Su cuerpo se estremeció bajo el impacto de lo que él le estaba haciendo sentir, las sensaciones que colisionaban en su mente de manera incesante. Llevada hasta el límite, posó la mano sobre la de Clay.
—No estoy preparada. —El placer no bastaba, no cuando él continuaba ocultándole una parte de sí mismo—. Lo siento. —Lamentaba el pasado que ella había interpuesto entre los dos. El futuro que no podía prometerle.
Clay ascendió por su cuello, dejando a su paso un reguero de besos.
—No lo sientas. —Tomó de nuevo su boca antes de que ella pudiera estar segura de a qué se refería—. Solo estoy jugando. Tamsyn viene de camino.
Estaba demasiado encantada con la infantil y traviesa chispa que ardía en aquellos ojos verdes como para enfadarse por la forma en que Clay le había dado falsas esperanzas.
—Entonces bésame una vez más.
«Haz que me olvide de la enfermedad que me está matando por dentro. Pero, sobre todo, hazme olvidar que ya no confías en mí».