Capítulo Ocho
—¿HAS DORMIDO BIEN, chérie?
Anna estaba sentada frente a Dominic en el soleado comedor.
—Sí, gracias —respondió evitando su mirada.
Reinaba un silencio incómodo, roto tan sólo por el sonido de la taza de café de Francine al chocar contra el azucarero.
—Se te veía tan a gusto que no nos atrevimos a molestarte —dijo con suavidad.
Su boca roja y carnosa se abrió en una gran sonrisa e instantáneamente Anna recordó cómo estos mismos labios se habían abierto la noche anterior para acoger el tallo de Dominic. Sus miradas se cruzaron y a Anna se le escapó un suspiro. Anna estaba segura de que Frankie sabía que les había visto, pero no le importaba, su forma de mirarla no hacía más que mostrar simpatía antela situación incómoda de Anna. Los labios carnosos de Francine estaban moviéndose y Anna tuvo que hacer un verdadero esfuerzo de concentración para enterarse de lo que le decía.
—Dicen que hará un buen día. He pensado que quizá, después de desayunar, te apetecería ir a dar un paseo por el bosque.
—Sería estupendo, ¿no crees, Anna?
La estaban mirando dos pares de ojos expectantes, y Anna no tuvo más remedio que asentir con la cabeza e intentar sonreír.
Con el aire fresco y cálido del exterior empezó a sentirse un poco más relajada. El jardín de Francine lindaba con el campo abierto y, más abajo, había un pequeño bosque. Anna caminaba entre Dominic y Francine, el sol calentaba su cara y la ligera brisa acariciaba su piel.
Después de su noche de pasión tanto Dominic como Francine parecían relajados y cómodos. Era evidente que a Dominic no le daba miedo lo que Anna pudiera opinar de su relación con la maravillosa francesa y Anna pensó que curiosamente tampoco ella se sentía amenazada. De hecho la emoción que más pesaba en relación a lo sucedido la noche anterior era el hecho de sentirse excluida, de haber sido dejada de lado.
Miró a Dominic con el rabillo del ojo y sintió un repentino e inesperado arranque de deseo. Le resultaba difícil luchar contra las ganas que tenía de abrazarlo. Como si se hubiera dado cuenta del examen al que estaba siendo sometido, él volvió la cabeza hacia ella y le sonrió. Le rodeó el hombro con el brazo, como sin querer, y la atrajo contra sí.
El calor de su cuerpo era reconfortante y fue entonces cuando Anna se dio cuenta de que su gran temor era que lo que había visto la noche anterior pudiera ser el anuncio del fin de su relación. Miró furtivamente a Frankie y se sintió más tranquila al ver que a ella no parecía preocuparle en absoluto la clara demostración de afecto que Dominic le estaba haciendo. Frankie caminaba felizmente a su lado; llevaba el cabello recogido en una cola de caballo alta que se balanceaba al compás de sus pasos.
Debido a la inclinación del terreno lindante al bosquecillo, tuvieron que ralentizar el ritmo de sus pasos, Anna caminaba con cuidado, pero, a pesar de su cautela, resbaló en un lugar lleno de barro e, incapaz de mantener el equilibrio, bajó rodando hasta el fondo de la cuesta. Al caer se hizo daño en el tobillo y soltó un sordo alarido de dolor.
—¡Mon Dieu! Frankie. ¡ven, rápido! Anna se ha caído.
Dominic Llegó al instante a su lado y la cogió por los hombros; su atractivo semblante se veía roto por la preocupación. Francine se deslizó cuesta abajo y lo primero que hizo al llegar junto a Anna fue coger su delgada mano del tobillo herido.
El dolor empezaba a amainar y Anna se sentía como una estúpida.
—Está bien, se me ha torcido al caer. Estará bien enseguida…
Pero Francine no quería dejar nada al azar. Le desabrochó el cordón del zapato y le sacó el calcetín para poder examinar más detenidamente el tobillo.
—Creo que estás bien, ¡gracias a Dios! —señaló después de tantear con los dedos la fina piel de sus tobillos. No hay hinchazón ni magulladura.
Deslizaba los dedos por la carne cálida y blanca de Anna. Cogió el tobillo herido con una mano y empezó a golpearlo suavemente con los dedos de la otra, lo que provocó en Anna ligeros escalofríos de placer que ascendían por su pierna.
Francine levantó la cara hacia Anna y, al ver cómo la miraba, le sonrió; era una sonrisa perezosa, que indicó a Anna que sabía lo que sentía. Parecía que el aire se hubiera calmado, hacía bochorno. Quizá fuera ésta la razón por la que a Anna le costara tanto respirar; no había más explicación. Y la fuerte sensación de deshacerse que sentía en la boca del estómago no era más que un eco del orgasmo de la noche anterior.
Cuando Dominic le tapó la cortina de aire que acariciaba su cabello y le presionó la nuca suavemente con los labios, Anna se estremeció. Súbitamente el olor de tierra húmeda cobró protagonismo, percibía la claridad de la luz que se filtraba entre la delgada capa de hojas que tenían sobre sus cabezas.
Se recostó contra el pecho de Dominic y suspiró. Frankie volvió a sonreírle antes de ponerle de nuevo el calcetín y el zapato.
—¿Crees que podrás andar? —preguntó dulcemente.
Anna, algo reticente, movió la cabeza en un gesto de asentimiento, sin embargo no le apetecía salir del sensual estado de letargo en el que estaba inmersa. Dominic y Francine la cogieron de los brazos y la ayudaron a levantarse. Al cargar el peso de su cuerpo sobre el tobillo dañado se dio cuenta, para su consuelo, de que sólo se lo había torcido y de que no iba a dolerle demasiado. Sin embargo, se alegró de que, por mutuo consentimiento, decidieran dar el paseo por finalizado y regresar a la casita.
—¡Quizá no haya sido una buena idea lo de ir a pasear por el bosque! —musitó Frankie durante el camino de vuelta.
—Lo siento… De todas formas me ha ido muy bien tomar un poco el aire.
—No te preocupes —dijo Dominic con voz baja y ronca—. Seguro que ya encontraremos con qué distraernos… dentro.
De nuevo la sensación conocida y estremecedora del deseo volvió a tomarla por sorpresa. No sabía qué esperar, ni lo que se esperaba de ella, pero, fuera lo que fuera, el desconocimiento no hacía más que añadir sabor a lo que pudiera suceder.
Una vez dentro, Dominic se fue a preparar café y Anna y Frankie se sentaron en el sofá, la una junto a la otra.
—¿Aún te duele, chérie?
Ya no, pero me siento incómoda, eso es todo. No me gusta ocasionar tantas molestias.
—No digas tonterías, una torcedura de tobillo puede ser muy dolorosa. Deja que te lo vuelva a mirar, sólo para estar segura.
Curiosamente a Anna no le apetecía volver a sentir la frialdad de las manos de Frankie sobre su piel, pero no había motivo alguno para impedirle que volviera a observarle el tobillo. Pero esta vez las caricias de Frankie en la pierna y en el tobillo de Anna no ofrecieron ninguna duda sobre su naturaleza.
—Relájate, chérie, estás demasiado tensa —murmuró cuando sus dedos empezaron a ascender por las pantorrillas de Anna.
Los tejanos de Anna eran demasiado estrechos e impedían que la exploración pudiera seguir mucho más allá, así pues, Frankie retiró la mano y Anna se vio obligada a reconocer que se había quedado un poco defraudada. Francine se acomodó en el sofá a sus espaldas y trasladó su atención a la frente de Anna. Retiró el cabello de su cara y comenzó a darle golpecitos con las puntas de los dedos, sin dejar de mantener la mirada fija en ella y con una sonrisa en los labios.
—Estás recelosa conmigo, ¿verdad?
—¡No, claro que no! —dijo Anna sonriendo con nerviosismo.
Frankie seguía acariciando su frente, estaba tan cerca de ella que Anna podía observar perfectamente la fina textura de la piel de sus mejillas y oler la aguda provocación de su esencia de mujer. La acción relajante del masaje servía de contrapunto a la tensión que crecía en su estómago. Por una parte quería apartarse de ella e impedir aquella intimidad, pero, por otra, la que tenía más peso específico, ansiaba quedarse allí quieta a la espera de lo que fuera a suceder a continuación.
No estaba preparada para la llegada repentina de los labios de Frankie al encuentro de los suyos. Lanzó una exclamación sofocada, incapaz por una décima de segundo de creer que Frankie estaba besándola. O que ella estaba disfrutando de su beso.
Los labios de Francine eran cálidos y carnosos. La invadió un perfume de rosas. Su boca se movía sobre la suya y la forzaba a mantener los labios separados; la estaba engatusando para que asimismo Anna abriera su boca. Los pechos de Frankie se apretaban contra los suyos y Anna notaba sus pequeños pezones, duros como una piedra, bajo la camiseta azul marino.
Los dedos de Frankie recorrieron su cara, explorándola, acariciándola, buscando los puntos más sensibles con el fin de conseguir que la boca de Anna se abriera en un suspiro de placer. La intrusión de la lengua de Frankie fue menos traumática. Era dulce, sabía a violetas de Parma.
Francine se retiró un poco y sonrió. Era una sonrisa tranquila y lánguida que le iluminó la mirada. Cogió la mano inmóvil e impotente que Anna tenía sobre la rodilla para apretársela y entonces se volvió hacia Dominic que, según supuso Anna, acababa de entrar en la habitación.
—¡Ah, café! Gracias, Nicky… ¡Estoy sedienta!
Anna levantó la cara hacia Dominic sentado delante de ella. ¿Qué demonios pensaría de la escena que acababa de contemplar? La estaba mirando con los ojos oscurecidos por el deseo, aunque su sonrisa era agradable.
—Sabía que Frankie y tú os llevaríais bien —dijo dulcemente.
Anna, sorprendida, abrió los ojos de par en par y se bebió de un trago el café que acababa de ofrecerle Francine. ¿La habría llevado allí Dominic única y exclusivamente para que Frankie la sedujera? La francesa, sentada en el sofá detrás de ella, seguía insinuando su esbelto cuerpo. Anna, que no había dejado de mirar a Dominic a los ojos, comprendió entonces que sí, que éste era el motivo real por el que él la había llevado a casa de Francine.
Un estremecimiento de placer prohibido le recorrió las venas ante esta realidad. Frankie estaba tras ella con las piernas estiradas a los lados de su trémulo cuerpo y sentada sobre un montón de cojines de modo que, cuando Anna respondió a su sugerencia de que se recostara sobre ella, al estar situada en un plano más elevado, se quedó con la cabeza apoyada en la calidez de sus pechos.
—C'est magnifique —suspiró Dominic contemplándolas con ojos brillantes—, luz y oscuridad, seda negra y miel dorada…
Por un instante Anna cerró los ojos cuando sintió las manos de Frankie masajeándole el cuello y los hombros, obligándola a relajarse, a olvidar la tirantez de sus músculos. Funcionaba. Tenía las piernas y los brazos aletargados y sentía crecer en la parte baja de su vientre una fuerte y prolongada sensación de deseo.
No opuso resistencia alguna cuando Francine se inclinó sobre sus hombros y le desabrochó lentamente los botones de la blusa. Los pechos aparecieron henchidos bajo la limitación impuesta por la blanca puntilla del sujetador, y los rosados pezones, firmes y erguidos. Anna levantó las caderas para facilitar a Frankie la tarea de bajarle los tejanos, y a continuación se encontró sentada en el sofá vestida tan sólo con su conjunto de lencería blanco.
Cuando Frankie se inclinó sobre Anna, ésta percibió su deseo, y al acariciar sus pechos, notó el dulce perfume de su excitación.
—Quítale el brassière, Frankie —susurró Dominic—. Observa cómo su piel está suplicándote.
Anna se miró y vio el tono rosado que recubría sus senos debido a la sofocación que sentía. Frankie le bajó los tirantes del sujetador y apartó las copas de los pechos, libres por fin. Tenía los pezones firmes y ansiosos y no se sentía avergonzada ante la mirada excitada de Dominic.
Las manos, frías y a la vez cálidas, de Frankie levantaron las dos pesadas esferas de carne para apretarlas con delicadeza. Los pezones erguidos de Anna la incitaban descaradamente. Cuando Francine soltó los pechos, éstos se estremecieron, le golpearon el tórax y provocaron en ella una excitación muy distinta y desconocida.
Anna ya había abandonado todos sus recelos y no le importaba que fueran femeninas las manos que con tanta libertad estaban acariciando la parte superior de su cuerpo. Sin apartar la vista de Dominic, exhaló un largo y sonoro suspiro. Volvió la cabeza y unió su boca a la de Francine, pues estaba deseosa de volver a probar de nuevo su sabor dulce y especial de violeta de Parma.
La melena de Frankie caía como una cortina olorosa entre las dos, protegiendo la cara de Anna y amortiguando sus breves gemidos.
—Eres tan bonita, querida —susurró Francine, mientras frotaba su mejilla contra la de Anna; un gesto muy acorde con su feminidad felina. Luego volvió a besarla.
Cuando Dominic se arrodilló a sus pies para sacarle las bragas húmedas. Anna emitió un gemido que procedía de lo más profundo de su garganta. Podía hasta notar el aroma de excitación que provenía de su resbaladizo sexo.
Dominic se sentó de nuevo para seguir contemplándolas, pero se llevó las bragas con él. Anna se estremeció al notar los fríos y largos dedos de Frankie tanteando los perfiles de su pubis. Incapaz de aguantar más, levantó las nalgas para poder separar los muslos.
—Enchanté —murmuró Dominic—. Mira lo mojada que está, Francine, siente su calor.
—Todo a su debido tiempo, mon amour —le regañó Frankie con delicadeza—. Es la primera vez que Anna está con otra mujer y no debemos darle prisas.
Anna tuvo que morderse el labio inferior para evitar que se le escapara una negativa vergonzosa. Que el cielo la perdonara, pero lo que más deseaba era que las manos femeninas de Francine abarcaran todo su sexo y apartaran los labios de su vulva para mostrar a Dominic el brillo de su carne más recóndita.
Incluso sin haberla tocado siquiera, Anna notaba que estaba al borde del orgasmo, que iba a llegar al clímax nada más que Frankie se acercara. Pero ésta era inteligente. Quizá por ser mujer sabía la forma exacta de prolongar el placer. Empezó a masajear rítmicamente la parte interna de sus muslos y Anna respondía emitiendo suspiros de placer. Aquel experto movimiento se acercaba cada vez más a la tierna piel de su vulva, enviando mensajes indirectos de placer a los pliegues más recónditos de su cuerpo.
Dominic respiraba con más tranquilidad, pero incluso así no podía evitar que cada uno de sus movimientos respiratorios finalizara en un largo suspiro.
—Tócala, chérie. Quieres que te toque, ¿no, Anna?
—No… Oh, sí. ¡Si, por favor!
Anna oyó tras ella la risita perversa de Francine que seguía recreándose con los dedos en sus muslos y acariciando delicadamente los rizos dorados que cobijaban su piel más sensible. Anna casi se queda sin respiración cuando vio a Dominic con las manos sobre la parte frontal de sus abultados pantalones y los ojos medio cerrados.
Anna no fue capaz de ahogar un pequeño grito en el momento en que Frankie empezó a deslizar la uña de un lado a otro de la acanaladura de su sexo. Esta caricia, tensa y suave a la vez, era insoportable y frustraba sus expectativas.
—¡Por favor, oh, por favor!
Anna movía la cabeza de un lado a otro y pedía con voz ahogada que Frankie le concediera la liberación de su pasión que tan cerca tenía y que estaba en sus manos.
Francine le dio un beso profundo al tiempo que sus dedos infalibles descubrían el botón secreto de Anna que pedía a gritos su caricia. Anna dio un golpe de caderas para entrar en contacto con toda la mano de Francine y abrió las piernas al máximo con el fin de conseguir más placer. La voz vibrante de pasión de Dominic parecía venir de muy lejos.
—Sí, chérie, hazlo… Mira cómo se estremece su sexo, ¡cómo le gusta! Prepáramela…
La combinación de estas explícitas palabras de Dominic con la sabia caricia de Frankie llevó a Anna al límite. Todos sus músculos se sacudieron, su cuerpo entero estaba centrado en aquel pequeño centro de placer que Frankie había estimulado hasta el punto más álgido.
Anna levantó los brazos por detrás de su cabeza y cogió la de Francine para llenarle la cara de besos cariñosos llenos de agradecimiento.
Cuando finalmente aquel tumulto de sensaciones empezó a desvanecerse, Anna volvió la cabeza hacia Dominic que se había desnudado y estaba arrodillado entre sus piernas. Su poderoso pene endurecido estaba situado a la entrada de su cuerpo.
Era como si estuviera esperando a que ella se diera cuenta de su presencia, que le invitara a pasar. Francine se inclinó y puso las palmas de las manos en la parte interior de los muslos de Anna. Le separó las piernas y presentó su excitado sexo a Dominic, situándola como a él más le convenía.
Anna retiró los brazos del cuello de Francine y abrazó a Dominic que, sin dejar de mirarla fijamente, se hundió despacio en su interior. El ángulo de su cuerpo era tal que la penetración alcanzaba la máxima profundidad, y cuando chocó con el cuello de su matriz, Anna lanzó un breve quejido de dolor.
—Calla —dijo él dulcemente tratando de tranquilizarla, mientras acariciaba con los dedos los puntos más sensibles de su cuello y de su pecho.
Se inclinó para unir su boca a la de ella. La dureza de sus labios contrastaba de un modo excitante con los suaves besos de Frankie. A Anna le caían las lágrimas cuando él comenzó a moverse lentamente dentro y fuera de su cuerpo, luego se detuvo.
—¿Te hago daño, chérie? —dijo dulcemente.
Anna negó con la cabeza y sonrió entre lágrimas, incapaz de traducir en palabras la fuerza de la emoción que estaba experimentando. Sentía un amor tan profundo hacia las dos personas que tanto placer le proporcionaban que no podía explicarlo.
No necesitaba hablar. La mirada de Dominic le indicaba que él sabía lo que ella estaba sintiendo. Jamás la había mirado así. Sus ojos desprendían tanto amor que esta emoción no hacía más que añadir una dimensión más profunda y agradable al hecho de estar haciendo el amor.
La apretaba contra él, y Anna le insinuó que necesitaba que acabara pronto su embestida. Francine se curvó contra la espalda de Anna y rodó con ellos hacia la cumbre del placer. Cuando la primera semilla empezó a explotar fuera del cuerpo de Dominic, Frankie cogió a Anna de la barbilla y le volvió la cabeza hacia ella para besarla.
Esta vez Anna le devolvió el beso, le devolvió su pasión al mismo tiempo que su matriz se contraía acompañando a Dominic en sus movimientos, y las tres cabezas se unieron: bocas, sienes, mejillas, acariciándose entre sí y ascendiendo a la vez al nivel en que la sensación física lo es todo.