Prólogo
Cuando el sol descendió casi del todo en el cielo, irradiando los últimos vestigios de su fuego, los niños se apiñaron para escuchar la siguiente parte de la historia. Para el anciano, sus rostros ansiosos y expectantes y sus ojos tan abiertos iluminaban la habitación. La historia que había comenzado a contarles una tarde de lluvia continuaría ahora, mientras la oscuridad empezaba a aposentarse a su alrededor.
El fuego crepitaba en el hogar, el único sonido que se oía mientras él bebía su vino y buscaba las palabras adecuadas en su mente.
—Ahora ya conocéis el origen de Hoyt, el hechicero, y de la bruja que llegó de más allá de su tiempo. Sabéis cómo nació el vampiro, y cómo la erudita y el que adopta muchas formas llegaron desde el mundo de Geall, a través del Baile de los Dioses, a la tierra de Irlanda. Sabéis cómo se perdieron un hermano y un amigo, y cómo la guerrera se unió a ellos.
—Se unieron —dijo uno de los niños con los ojos muy abiertos— para luchar, para salvar todos los mundos.
—Es verdad y esto es lo que ocurrió. Esas seis personas, ese círculo de valor y esperanza, a través de su mensajera Morrigan, recibió el encargo de los dioses de combatir contra el ejército de vampiros dirigido por Lilith, su ambiciosa reina.
—Ellos lucharon y derrotaron a los vampiros —dijo uno de los más pequeños, y el anciano supo que el niño se veía a sí mismo como uno de esos seis valientes, empuñando la espada y la estaca para destruir el mal.
—Eso también es verdad, y esto es lo que sucedió. La noche en que el hechicero y la bruja celebraban su compromiso, cuando se prometieron mutuamente el amor que habían descubierto en esos tiempos terribles, el círculo de seis derrotó a los demonios. Su valor no puede ser cuestionado. Pero se trató sólo de una batalla, en el primer mes de los tres que les habían sido concedidos para salvar los mundos.
—¿Cuántos mundos hay?
—No pueden ser contados —contestó el anciano—. Del mismo modo que no pueden contarse las estrellas que hay en el cielo, pero todos estaban amenazados. Porque si ellos seis eran derrotados, esos mundos cambiarían como un hombre al que convirtieran en un demonio.
—Pero ¿qué pasó después?
El anciano sonrió mientras el fuego que ardía en el hogar proyectaba sombras sobre su rostro curtido por los años.
—Bien, os lo contaré. Después de la noche de la batalla llegó el amanecer. Una aurora apacible y neblinosa, la calma después de la tempestad. La lluvia había lavado la sangre, tanto de humanos como de demonios, pero allí donde habían actuado las espadas flamígeras, la tierra aparecía quemada. Y aun así, las palomas se arrullaban y las aguas del arroyo cantaban. Las hojas y las flores mojadas por la lluvia brillaban con la primera luz de la mañana.
—Era por eso —les dijo el anciano—, para preservar esas cosas simples y cotidianas por lo que ellos luchaban. Y así, juntos, comenzaron su viaje.