3

Formaron el círculo sobre los acantilados. De vez en cuando se oía el sonido de un coche que pasaba por la carretera. Pero nadie caminaba por allí, o hacía fotos, o se quedaba en aquel promontorio yermo.

Tal vez, pensó Hoyt, los dioses intentaban ayudar como podían.

—Hoy es un día tan claro. —Moira elevó la vista al cielo—. Apenas si hay nubes. Tan claro que puedes ver hasta Gaillimh a través del agua.

—Galway. —Glenna estaba a su lado, tratando de hacer acopio de fuerzas y coraje—. Siempre quise visitar ese lugar, ver la bahía. Pasear por Shop Street.

—Y eso haremos. —Ahora Hoyt le cogió ambas manos—. Después de que pase Samhain. Ahora miraremos y buscaremos. ¿Estás segura del lugar adonde vamos a enviarlos si podemos transportarlos?

Glenna asintió.

—Más me valdrá estarlo. —Cogió a Moira de la mano—. Concéntrate —le dijo—. Y pronuncia las palabras.

Sintió que de Hoyt surgía ese primer rugido de poder abriéndose paso hacia el exterior. Glenna se unió a él en la invocación, y Moira con ella.

—En este día y esta hora, invocamos el sagrado poder de Morrigan, la diosa, y le rogamos que nos conceda su gracia y valentía. En tu nombre, Madre, buscamos la visión, pedimos que nos guíes hacia la luz.

—Señora —dijo ahora Hoyt—. Muéstranos a aquellos que están retenidos debajo de esta tierra contra su voluntad. Ayúdanos a encontrar lo que se ha perdido.

—Ciega a las bestias que buscan matar. —Moira se esforzó por concentrarse mientras el aire comenzaba a arremolinarse alrededor de ellos—. Que ningún inocente pague el precio.

—Diosa y Madre —dijeron los tres al unísono— nuestro poder se une para traer hacia el día aquello que está atrapado en la noche. Buscaremos y veremos. Que así lo hagamos, que así sea.

Oscuridad, sombras y aire húmedo, junto con la fetidez de la muerte y la descomposición. De repente un resplandor luminoso y vislumbres de formas entre la penumbra. Se oyó el sonido de un llanto, áspero, humano, y los gemidos y palabras incoherentes de aquellos que ya no tienen lágrimas que derramar.

Los tres flotaron a través del laberinto de túneles y sintieron el frío, como si sus cuerpos caminasen realmente por allí. Y sus mentes se estremecieron ante lo que veían sus ojos.

Jaulas, de un metro de fondo y metro y medio de alto, apiladas, apiñadas en una cueva bañada por una nauseabunda luz verde. Pero sus mentes eran capaces de ver a través de ella la sangre que formaba charcos en el suelo, los rostros de los aterrados y los dementes. Mientras miraban, un vampiro abrió una de las jaulas y arrastró a la mujer que había en su interior. El sonido que ella profirió fue apenas un lamento, y sus ojos parecían estar ya muertos.

—Lora está aburrida —dijo el monstruo mientras arrastraba del pelo a la mujer a través del suelo inmundo—. Quiere algo con que jugar.

En una de las jaulas, un hombre comenzó a gritar al tiempo que aporreaba los barrotes.

—¡Bastardos! ¡Bastardos!

La lágrima que se deslizó por la mejilla de Glenna estaba fría.

—Hoyt.

—Lo intentaremos. Él, el hombre que está gritando, es fuerte y puede ayudarnos. Míralo. No mires nada más. Puesto que necesitaban las palabras tanto como la visión.

Glenna comenzó a cantar. La voz de Moira se unió a la de ella. Y la tierra tembló.

Larkin estaba cantando. Algo acerca de una muchacha morena de Dará. A Blair no le importaba escucharle; Larkin tenía una voz clara y agradable. La clase de voz, pensó, de un hombre acostumbrado a cantar en un pub o mientras caminaba por los campos. Y resultaba muy relajante oír esa melodía junto con el rugido constante del mar y la caricia cálida de los rayos del sol.

Además, la simple compañía era todo un cambio para ella. Habitualmente cuando esperaba, lo hacía sola.

—¿Por casualidad no llevarás contigo esa cosa pequeña? ¿Eso que tiene música dentro?

—No. Lo siento. En cuanto pueda me compraré un par de esas Oakley Thumps, unas gafas de sol, que llevan el MP3 incorporado.

—Imitó el gesto de ponerse un par de gafas… y se le ocurrió que Larkin tendría un aspecto estupendo con ellas—. Con la cosa pequeña de música incorporada en ellas.

—Poder transportar la música. —El rostro de Larkin se iluminó—. Qué mundo milagroso es éste.

—Yo no sé nada acerca de milagros, pero está lleno de tecnología. Ojalá lo hubiese traído conmigo. —La música sería más fácil que toda aquella conversación. Ella estaba acostumbrada a esperar sola, maldita sea. Y no a andar por ahí con un compañero, intercambiando cotilleos y contándose la vida.

Todo eso contribuía a que se sintiera ansiosa e impaciente.

—Bueno, no importa. También sería agradable tener mi flauta.

—¿Pipa?[2] —Blair volvió la cabeza. No asociaba la idea de una pipa con aquel rostro dorado de dios irlandés—. ¿Fumas en pipa?

—¿Fumar? No, nada de eso. —Larkin se echó a reír, cambiando el peso del cuerpo mientras se ponía las manos delante de la boca al tiempo que movía los dedos—. Flauta. Tocar. De vez en cuando.

—Ah, ya. —Los iris de él eran del color de la miel pura. Podría estar muy atractivo con un par de Oakley, reflexionó, pero sería una lástima esconder aquellos ojos tras unas gafas de sol—. Eso está bien.

—¿Tú tocas algo? ¿Musicalmente?

—¿Yo? No. Nunca tuve tiempo de aprender. A menos que cuente redoblar sobre la piel de los vampiros. —E hizo a su vez gestos como de golpear el aire con los puños. Al parecer, ambos se entendían muy bien.

—Bueno, no cabe duda de que tu espada canta. —Le dio un golpe amistoso en el hombro—. Creo que nunca antes he oído algo parecido, y estoy pensando que éste sería un buen lugar para librar una batalla. —Hizo tamborilear los dedos rítmicamente en la empuñadura de la espada—. El mar, las rocas, el sol brillante. Sí, un buen lugar.

—Seguro, si no te importa no tener una ruta de escape, o perder pie en las rocas resbaladizas. Ahogarte.

Larkin le lanzó una mirada compasiva y suspiró.

—No tienes en cuenta el ambiente, el aire dramático de todo el escenario. ¿Los vampiros pueden ahogarse? —preguntó.

—No creo. Ellos… ¿Has notado eso?

Blair se separó de la roca al tiempo que la tierra vibraba bajo sus pies.

—Sí. Quizá el conjuro esté funcionando —dijo Larkin, y sacó la espada al tiempo que examinaba la pared del acantilado—. Tal vez ahora aparezcan las cuevas que hay debajo.

—Si eso sucede, tú no entrarás. Has dado tu palabra.

—Y la mantengo. —La irritación aleteó en su rostro. Ahí estaba el soldado, advirtió ella, no el campesino que tocaba la flauta—. Pero si alguno de esos monstruos asoma la cabeza, aunque sólo sea un poco… ¿Ves algo? Para mí no hay nada distinto a antes.

—No, nada. Tal vez se trate del mágico trío de los acantilados. Parece que han tenido tiempo suficiente para hacer algo. —Mantuvo la mano apoyada en la estaca que llevaba sujeta al cinturón mientras se acercaba lo más posible al lugar donde rompían las olas—. Desde aquí no puedo ver nada. ¿Puedes hacerlo tú, en forma de pájaro? ¿Como un halcón o algo parecido? ¿Puedes echar un vistazo allá arriba?

—Puedo hacerlo, por supuesto. Pero no me gusta dejarte sola aquí abajo.

La irritación trepó por su columna vertebral. Y ahí estaba ella, explicándolo de nuevo.

—Estoy a plena luz, los vampiros no pueden salir. Además, he trabajado sola durante muchos años. Consigamos un informe de cómo va la magia. No me gusta no saber dónde estoy.

Larkin pensó que podía hacerlo rápidamente. Podía subir hasta la cima y regresar en cuestión de minutos. Y desde el cielo también podría verla a ella, y a cualquier cosa que se le acercase, además de al grupo que estaba en la cima de los acantilados.

Así pues, le dejó su espada a Blair y pensó en el halcón. En su forma, en su vista y en su corazón. La luz brilló en su interior y encima de él. Durante la transformación, mientras los brazos se le convertían en alas, cuando los labios adoptaban forma de pico y sus talones se proyectaban hacia fuera, curvándose, sintió un dolor súbito y extremo.

Luego libertad.

Se elevó hacia el cielo, un halcón dorado que dominaba el aire y describía un círculo sobre Blair con un graznido de triunfo.

—Guau —exclamó ella contemplando su vuelo; el poder y la majestad puros de él. Ella ya lo había visto transformarse antes; había cabalgado sobre su lomo cuando Larkin adoptó la forma de un caballo durante la batalla. Y aun así, se había quedado sin habla.

—Es tan excitante…

Mientras la tierra continuaba temblando, cogió la espada de Larkin y sacó también la suya. Y, con el mar rugiendo a sus espaldas, se encaró a la pared lisa del acantilado.

En el cielo, el halcón surcaba el aire por encima de los acantilados. Podía ver con la suficiente agudeza como para distinguir las hojas de hierba, los pétalos de las austeras flores silvestres que se abrían paso a través de las grietas de las rocas para buscar el sol.

Vio la larga cinta de la carretera, la extensa lámina del mar y, más allá, donde la tierra volvía a unirse al agua.

El halcón ansiaba volar, cazar. El hombre que había en su interior impuso su voluntad a ese deseo mientras planeaba por el cielo.

Podía ver a su prima, a la bruja y al hechicero abajo, con las manos unidas, inmóviles sobre el terreno estremecido. Había luz en ellos y alrededor de ellos; una luz salvaje y blanca, un círculo giratorio que se elevaba en forma de torre para sacudir el aire al mismo tiempo que la tierra.

Ese viento lo alcanzó, y tiró de sus alas como dedos voraces. En él pudo oír sus voces, fundiéndose en una sola, y pudo sentir también su poder, una corriente caliente que atravesaba el aire arremolinado.

Entonces la fuerza del aire lo golpeó lanzándolo hacia abajo en una caída vertiginosa.

Blair oyó el grito del halcón, vio cómo caía describiendo una trayectoria en espiral. El corazón se le subió a la garganta, y allí se le quedó mientras Larkin daba vueltas por el aire. Y allí permaneció, como una bola dura y palpitante, mientras el halcón lograba remontar con las alas extendidas y luego se lanzaba en picado hasta aterrizar suavemente a sus pies.

Por un momento, Blair pudo ver la combinación de ambos, hombre y halcón. A continuación, tuvo a Larkin de pie delante de ella, con la respiración agitada y el rostro pálido.

—¿Qué demonios ha sido eso? ¿Qué demonios ha pasado? Creía que ibas a estrellarte contra el suelo. Te sangra la nariz.

La voz de Blair sonó metálica a sus propios oídos y agitó la cabeza para aclarársela.

—No me extraña —contestó él, y se limpió la sangre con el dorso de la mano—. Allá arriba está pasando algo, al parecer algo muy poderoso. La maldita luz casi me deja ciego y el viento es muy fuerte. No he podido ver, no con seguridad, si tienen problemas.

Pero creo que lo mejor será que subamos para asegurarnos.

—De acuerdo.

Blair fue a devolverle la espada y entonces la tierra se levantó. La súbita elevación del terreno la hizo perder el equilibrio y caer hacia adelante. Larkin consiguió cogerla, pero el impulso de Blair lo lanzó contra la roca y a punto estuvo de enviarles a ambos al mar.

—Lo siento, lo siento —se disculpó ella, pero era sujetarse de él o caer al agua—. ¿Estás herido?

—Me has dejado sin aliento, eso es todo.

La siguiente ola al romper los empapó de arriba abajo.

—Mierda. Será mejor que salgamos de aquí.

—Estoy de acuerdo. Ahora, con cuidado.

Se cogieron el uno al otro de la cintura, luchando por permanecer erguidos. Piedras y tierra comenzaron a caer de la pared del acantilado, convirtiendo la idea de ascender por ella en muy poco atractiva, por no decir imposible.

—Puedo conseguir que subamos hasta donde se encuentran Glenna, Hoyt y Moira —propuso Larkin—. Sólo tendrás que cogerte y yo…

Se interrumpió cuando la pared comenzó a oscilar, a cambiar. A abrirse.

—Vaya, vaya —musitó—, ¿qué tenemos aquí?

—El conjuro se ha roto o lo han roto. Puede que haya problemas.

—Eso espero.

—Estoy contigo —dijo Blair.

No había terminado de pronunciar esas palabras cuando unos individuos irrumpieron a través de la pared. Grandes, corpulentos y armados con espadas.

—¿Cómo pueden…?

—No son vampiros. —Blair se apartó de Larkin y afirmó los pies en el suelo. Supuso que el temblor de la tierra era tanto un problema para el enemigo como para Larkin y ella—. Ahora luchemos, las explicaciones más tarde.

Blair alzó la espada y bloqueó el primer golpe. La fuerza recorrió su brazo al tiempo que el suelo se estremecía bajo sus pies, aprovechó el movimiento, agachándose y bloqueando otro golpe mientras sacaba una de las estacas de su cinturón.

La clavó en la pierna de su atacante. El monstruo trastabilló, lanzó un aullido y ella lo remató con la espada.

«Uno menos», pensó, y se negó a sentir conmiseración por su víctima. Giró sobre sí misma, estuvo a punto de caer cuando la tierra se levantó, y entrechocó el acero con la espada del enemigo que acababa de saltar a su espalda.

Con el rabillo del ojo, vio que Larkin eliminaba a dos al mismo tiempo.

—¡Garra de oso! —le gritó.

—Ésa es una buena idea.

El brazo de él se hizo más largo y más grueso, con negras garras curvadas. Hizo girar ese brazo mientras blandía la espada con la otra mano.

Estaban manteniendo sus posiciones, pensó Blair, pero nada más. No había espacio para maniobrar, no cuando un paso en falso podía enviarles a ambos de cabeza al mar. Se estrellarían entonces contra las rocas, serían arrastrados mar adentro. Peor que una espada. Aun así, no podían escalar el acantilado, no de momento. No había más alternativa que quedarse y luchar.

Blair cayó al suelo, rodó y una espada se clavó entre las piedras, a escasos milímetros de su cara. Lanzó una patada con fuerza y arrojó a su oponente al mar.

Eran muchos, demasiados, pensó, mientras se levantaba tambaleándose. Pero podía ser peor. Podía…

De repente la luz cambió, se debilitó. Con la falsa penumbra, llegaron las primeras gotas de lluvia.

—Dios mío. Lilith está provocando la oscuridad.

Y con ésta, los vampiros empezaron a salir de la cueva. El mar y una muerte horrible, ahogados entre las olas, pareció de pronto la mejor alternativa.

Blair hizo un cálculo rápido y envió una lengua de fuego a través de la hoja de su espada. Podían bloquearles con fuego, contener a algunos de ellos, destruir a otros. Pero aun así, demasiados conseguirían pasar.

—No podemos ganar esta pelea, Larkin. Conviértete nuevamente en halcón, vuela hacia los demás y sácalos de aquí. Yo retendré a éstos todo el tiempo que pueda.

—No seas estúpida. Monta. —Le lanzó su espada—. Resiste.

Larkin cambió de forma, pero no era un halcón lo que ahora había junto a ella. Las alas doradas del dragón se extendieron y, cuando retrocedió, su cola abatió al primer enemigo que salía de la cueva.

Blair no lo pensó un segundo, simplemente saltó sobre su lomo, afirmando las piernas alrededor de su cuerpo sinuoso. Lanzó un mandoble hacia su izquierda, derribando a uno de los monstruos que cargaba contra ellos. A continuación, se dio cuenta de que estaban ascendiendo, atravesando la penumbra y la niebla.

Sin que ella pudiera hacer nada, pudiera detenerlo. Dejó escapar un grito de absoluto deleite, echando la cabeza hacia atrás mientras lanzaba estocadas al cielo con ambas espadas y hacía que ambas se cubriesen de llamas.

El viento soplaba a su alrededor y el suelo se alejaba rápidamente de debajo de sus pies. Envainó una de las espadas para poder pasar la mano por el dragón. Las escamas, brillando como si fueran de oro, parecían joyas lustradas, suaves y calentadas por el sol. Al mirar hacia abajo, vio la tierra y el mar; y densos bancos de niebla que cubrían las fauces de las rocas.

Entonces, en lo alto del acantilado, vio tres figuras tendidas sobre la hierba húmeda y áspera.

—Baja. ¡Baja hacia allí, de prisa!

Ella sabía que Larkin podía oírla y entender lo que le decía, fuese cual fuera la forma que hubiera adoptado, pero en esa ocasión podía haberse ahorrado el aliento.

El impulso de la velocidad la lanzó hacia atrás cuando Larkin enfiló hacia donde estaban los otros. Blair saltó a tierra mientras el aterrizaba y comenzaba a recuperar su forma humana.

El miedo era un puñal de plata clavado en su estómago, pero vio que Hoyt hacía un esfuerzo para sentarse y extendía un brazo hacia Glenna. Le sangraba la nariz, y a Glenna también. Cuando Larkin se acercó a Moira y le dio la vuelta, Blair vio que tenía sangre en los labios.

—Tenemos que movernos, tenemos que largarnos de aquí. Podrían seguirnos y, si quieren, pueden moverse muy de prisa. —Ayudó a Glenna a ponerse de pie—. Tenemos que movernos más rápido que ellos.

—Estoy aturdida. Lo siento, yo…

—Apóyate en mí. Larkin…

Pero él ya había tomado sus decisiones. Blair se apartó el pelo húmedo mientras empujaba a Glenna hacia el caballo en que Larkin se había convertido.

—Monta. Moira y tú. Hoyt y yo iremos justo detrás de vosotros. ¿Puedes caminar? —le preguntó a Hoyt.

—Puedo. —Si bien sus piernas temblaban, aún se movían; y velozmente, mientras Larkin galopaba—. Ha pasado mucho rato. Ya ha anochecido.

—No, ha sido ella. Lilith lo ha hecho. Tiene más poder del que yo imaginaba.

—No. No, no ha sido ella. —Hoyt se vio obligado a pasar el brazo sobre el hombro de Blair para sostenerse—. Lilith tiene a alguien o algo con poder para hacer esto.

—Ya lo averiguaremos. —Blair lo llevó casi a rastras hasta la camioneta donde Larkin ya estaba ayudando a subir a Glenna y Moira—. Glenna, las llaves. Yo conduciré.

Ésta las sacó del bolsillo con cierta dificultad.

—Necesito sólo un minuto, unos pocos minutos para recuperarme. Eso ha sido… ha sido salvaje. ¿Moira?

—Estoy bien. Sólo un poco mareada, eso es todo. Yo nunca… nunca había participado en algo así.

Blair condujo velozmente para poner por medio distancia suficiente, al tiempo que miraba por el espejo retrovisor para comprobar si alguien los seguía.

—Terremoto, un falso crepúsculo, relámpagos. ¡Vaya viaje!

—Redujo la velocidad cuando el sol comenzó a asomar nuevamente entre las nubes—. Bueno, parece que Lilith ha decidido dejarnos en paz. Por ahora. ¿Nadie está herido? ¿Sólo conmocionado?

—No, heridos no. —Hoyt atrajo a Glenna hacia él y enjugó con sus labios las lágrimas que corrían por sus mejillas—. No. Aghra, no llores.

—Había tantos. Tantos de ellos. Gritando.

Blair respiró profundamente un par de veces antes de hablar.

—No os martiricéis así. Lo habéis intentado, habéis dado lo mejor de vosotros. Siempre ha sido una posibilidad remota que consiguierais sacar a alguien de esas cuevas.

—Pero lo hemos conseguido. —Glenna giró el rostro hacia el hombro de Hoyt—. Cinco. Hemos logrado sacar a cinco, luego no hemos podido resistir más.

Blair, asombrada, se detuvo en el arcén y se volvió hacia el asiento trasero.

—¿Qué habéis sacado a cinco? ¿Y dónde están?

—En el hospital. Pensé que…

—Glenna pensó —dijo Moira mirándose las manos vacías— que si lográbamos sacarlos de allí, bien podríamos transportarlos a un lugar donde estuviesen a salvo y los cuidasen.

—Ingenioso. Realmente ingenioso —comentó Blair—. De ese nodo, se obtiene para ellos atención médica inmediata y se evita tener que responder a preguntas embarazosas. Felicidades.

Glenna levantó la cabeza; en sus ojos se veía la desolación.

—Había tantos. Tantos más.

—Y cinco de ellos están vivos y a salvo.

—Lo sé, tienes razón, lo sé. —Se irguió en el asiento y se secó las mejillas con las manos—. Sólo estoy conmocionada.

—Hemos hecho lo que habíamos venido a hacer —dijo Blair.

—¿Qué eran esas cosas? —le preguntó Larkin—. ¿Qué eran esas cosas contra las que hemos luchado tú y yo? Has dicho que no eran vampiros.

—Medio vampiros. Siguen siendo humanos. Han sido mordidos, probablemente en multitud de ocasiones, pero no los han dejado totalmente sin sangre. Y no se les ha permitido mezclarla; no los han transformado.

—Entonces, ¿por qué nos han atacado?

—Están controlados. El término más correcto, supongo, sería siervo. Están sojuzgados y hacen lo que se les ordena. He contado siete, todos ellos tipos muy fornidos. Hemos acabado con cuatro de ellos. Probablemente Lilith no tenga más; o no muchos más. Debe de ser muy difícil mantenerlos bajo control.

—¿Ha habido una pelea? —preguntó Glenna.

Blair volvió a la carretera.

—Las cuevas se abrieron. Lilith ha enviado una primera olea da, los medio vampiros. Luego ha llevado a cabo su pequeño truco con la luz.

—Creías que te dejaría allí —interrumpió Larkin—. ¿Has creído que te dejaría a merced de ellos?

—La prioridad es permanecer con vida.

—Tal vez sea así, pero yo no abandono a un amigo o a un compañero de armas. ¿Qué clase de hombre crees que soy?

—Es una buena pregunta.

—La respuesta es que no soy un cobarde —prosiguió Larkin con voz tensa.

—No lo eres y estás muy lejos de serlo. —¿Lo habría abandonado ella? No, reconoció. No podría haberlo hecho, y le habría parecido un insulto que alguien le sugiriese que se marchara—. Es lo que se me ha ocurrido para mantener con vida al resto de nosotros, para impedir que ella ganase. ¿Cómo podía saber que tenías un dragón en tu repertorio?

Glenna se atragantó en el asiento trasero.

—¿Un dragón?

—Lamento que te lo hayas perdido. Ha sido algo realmente salvaje. Pero Dios, Larkin, ¿un dragón? Alguien debe de haberte visto. Naturalmente, si lo cuentas, todos pensarán que está chiflado, pero aun así.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Porque se trata de un dragón, y todo el mundo sabe que no existen.

Larkin, fascinado, se dio la vuelta en el asiento.

—¿No tenéis dragones aquí?

Blair desvió la mirada hacia él.

—No —le contestó lentamente.

—Pues es una lástima. Moira, ¿has oído eso? En Irlanda no tienen dragones.

Su prima abrió sus ojos cansados.

—Creo que, lo que quiere decir, es que no hay dragones en ningún lugar de este mundo.

—Vamos, eso no puede ser. ¿O sí?

—No hay dragones —le confirmó Blair—. Ni unicornios, ni caballos alados, ni centauros.

—Ah, bueno… —Larkin estiró la mano y le palmeó el hombro—, pero tenéis coches y son muy interesantes. Me muero de hambre —dijo un momento después—. ¿No tenéis hambre? Todos esos cambios me han dejado vacío. ¿Crees que podríamos parar en alguna parte y comprar esas patatas fritas que van en unas bolsas?

Comer patatas fritas con sal y vinagre y beber refrescos directamente de la botella no fue exactamente un festín de la victoria, pero les bastó hasta llegar a casa.

Una vez allí, Blair se guardó las llaves del coche en el bolsillo.

—Vosotros tres entrad en la casa. Larkin y yo podemos encargarnos de las armas. Aún estáis muy pálidos.

Hoyt cogió la bolsa con la sangre que le había comprado al carnicero.

—Le llevaré esto a Cian.

Blair se quedó esperando a que los tres hubieran entrado en la casa.

—Tendremos que hablar con ellos —le dijo a Larkin—. Establecer algunos parámetros, algunos límites.

—Sí, así es. —Y se apoyó en la camioneta mirando hacia la casa. Era bueno, y en cierto modo curioso, la manera como se entendían a veces, sin necesidad de palabras—. Estamos de acuerdo. No deben emplear esa clase de magia; al menos no a menudo, y sólo cuando no haya otra alternativa.

—Hemorragias nasales, mareos, jaquecas. —Blair sacó las armas por la puerta trasera de la camioneta. «Si tienes un equipo —pensó—, tienes que ocuparte de sus miembros. No hay elección»—. Con sólo mirar a Moira se ve lo mal que se encuentra. Esa clase de esfuerzo físico no puede ser bueno para ellos.

—Al principio, cuando los he visto allí tendidos, bueno, he pensado…

—Sí. —Blair dejó escapar un suspiro largo y entrecortado—. Sí, yo también.

—En esos momentos he sentido muchas cosas por Hoyt y Glenna, y por Cian también, aunque no estuviera. Algo más fuerte, más profundo incluso que la amistad. Tal vez más que el parentesco. En cuanto a Moira… Ella siempre ha sido mía, ya sabes. No sé cómo podría vivir si algo le ocurriese. Si yo no lo impidiera.

Blair apartó las armas y se impulsó hacia arriba hasta sentarse en la parte trasera de la camioneta.

—Lo que dices no puede ser. Que a ella, o a cualquiera de nosotros, le ocurriese lo peor porque tú no pudieses impedirlo. Depende de cada cual que hagamos lo que debemos para poder sobrevivir, y todo lo posible por cubrirnos mutuamente las espaldas.

Pero…

—Tú no lo entiendes —la cortó Larkin, y sus ojos brillaban con intensidad cuando los fijó en los de Blair—. Moira forma parte de mí.

—No, no lo comprendo porque nunca he tenido a nadie así en mi vida. Pero creo que la entiendo a ella lo bastante bien como para saber que se sentiría herida, tal vez incluso cabreada, si pensara que te sientes responsable de ella.

—Responsable no. Eso sería una obligación, y no lo es. Es amor. Sabes lo que es eso, ¿verdad?

—Sí, sé lo que es eso. —Blair, molesta, comenzó a bajarse de la parte posterior de la camioneta, pero Larkin se movió, girando el cuerpo hasta bloquearla.

—¿Crees, acaso, que no sentía nada por ti cuando estábamos de espaldas al mar y con todos aquellos monstruos saliendo de la oscuridad? ¿Creías que no sentía nada, y que por tanto me iría y me pondría a salvo sólo porque me has dicho que lo hiciera?

—Yo no sabía que ibas a sacar un dragón de la chistera, de modo que…

Blair se interrumpió; a continuación, cuando él extendió la mano y le cogió la barbilla entre los dedos, se puso rígida.

—¿Crees que no sentía nada? —volvió a preguntar y sus ojos eran profundos y dorados, y pensativos—. ¿Que no siento nada ahora?

«Maldita sea», pensó Blair. Se había metido ella sola en la trampa.

—No te estoy preguntando por tus sentimientos —comenzó a decir.

—Pues yo te los digo aunque no me los hayas preguntado. —Larkin se acercó un poco más, las piernas separadas y colocadas una a cada lado de las de Blair, los ojos fijos en su rostro, con curiosidad—. No puedo decir que sé lo que siento, pues no creo haberlo sentido antes, pero hay algo cuando te miro, como ahora. Cuando te veo combatir. O cuando te observo, como lo he hecho esta mañana, moviéndote como algo mágico entre la niebla.

Como ella había sentido también algo, reconoció, cuando entró en batalla montada sobre él. Cuando vio cómo se iluminaba su rostro con la música.

—Esto es realmente una muy mala idea.

—Aún no he dicho que tuviese una idea. Pero tengo sentimientos; tantos que no soy capaz de separar uno de los demás para examinarlo detenidamente. Así que…

Echó la cabeza hacia atrás cuando Larkin inclinó la suya hacia ella. Con la mano aferró la muñeca del hombre.

—Oh, estate quieta un momento —dijo él con una sonrisa— y deja que lo intente. No puedes tener miedo de algo tan simple como un beso.

No tenía miedo, pero sí cautela. Y desde luego curiosidad. Blair permaneció sentada, tal como estaba, los dedos de una mano doblados débilmente sobre el borde trasero de la camioneta, los de la otra rodeando la muñeca de Larkin.

Sus labios eran muy suaves, apenas un amago de contacto. Un roce, una caricia, un mordisco leve y juguetón. Blair tuvo tiempo de pensar que él era muy bueno en ese juego antes de que la niebla inundase su mente.

«Fuerte», pensó él. Sabía que habría fuerza, y fue una encantadora sacudida para su sistema. Pero también había dulzura; y de eso no había estado seguro. De modo que besarla fue como si le circulase vino por las venas.

Y había también una necesidad; lo que parecía una profunda y contenida necesidad. Confiaba en ella. El beso se volvió más intenso, de modo que alcanzó a oír el sonido del placer vibrando en la garganta de Blair, y sintió cómo aquel maravilloso cuerpo se apretaba y se entregaba al suyo.

Cuando intentó tenderla junto a las espadas y las hachas, ella apoyó una mano sobre su pecho y lo apartó.

—No.

—Lo he oído, pero no es eso lo que siento.

—Tal vez no, pero es lo que he dicho.

Larkin deslizó un dedo desde su hombro hasta su muñeca, mientras sus ojos recorrían su rostro.

—¿Por qué?

—No estoy segura de por qué. No estoy segura, de modo que no.

Blair se volvió y comenzó a juntar las armas.

—Me gustaría hacerte una pregunta. —Larkin sonrió cuando ella lo miró inquisitiva por encima del hombro—. ¿Llevas el pelo tan corto para que me quede prendado de tu nuca? La forma en que te baja por esa zona hace que desee… lamértelo.

—No. —«Escucha la forma en que usa esa voz. Las mujeres de Geall deben de correr tras él como cachorrillos», se dijo Blair—. Llevo el pelo corto porque, de ese modo, el enemigo no tiene mucho donde coger y tirar si quiere luchar como una mujer. —Se volvió—. Y además me queda bien.

—Sí, de eso no cabe ninguna duda. Es como si fueses una reina de las hadas. Siempre he pensado que, si realmente existen, deben de tener la fuerza y el valor reflejados en el rostro.

Volvió a inclinarse hacia ella y Blair apoyó la hoja de una espada contra su pecho.

Larkin miró la espada y luego alzó la vista hacia ella. Esta vez, su sonrisa era francamente divertida.

—Eso es bastante más que un no. Sólo tenía intención de besarte otra vez. No pensaba pedirte nada más. Solamente un beso.

—Eres condenadamente atractivo —dijo Blair un minuto después—. Y te mentiría si dijese que no me siento tentada. Pero precisamente porque eres condenadamente atractivo y tentador, vamos a dejarlo ahora mismo.

—Muy bien entonces, si así es como tiene que ser. —Pasó junto a ella, cogió una hacha y el cubo con las estacas—. Pero no dejaré de pensar en otro beso. Y tú también.

—Quizá. —Blair echó a andar hacia la casa con los brazos cargados de armas—. Un poco de frustración me dará un humor muy agradable.

Larkin meneó la cabeza mientras la seguía con la mirada. Y pensó que era la mujer más fascinante que había conocido.