13

¡Era tan cariñoso…! Estaba de lado en la cama, detrás de ella, con un brazo enlazándole la cintura del mismo modo en que Blair imaginaba que un crío podía abrazar a un osito de peluche.

No estaba acostumbrada a tener a un hombre aferrado a ella por la noche, y no podía decidir si le gustaba o no. Por un lado, era dulce y sexy despertarse cobijada por el cuerpo de Larkin. Resultaba cálido y suave y acogedor.

Por otro, si tuviese que moverse de prisa, buscar una estaca o una espada, él sería un peso muerto.

Tal vez debería practicar liberarse de su abrazo, rodar fuera de a cama y llegar hasta el arma que tuviese más cerca. Y tal vez debería relajarse. Aquélla no iba a ser una situación permanente.

Era sólo… conveniente.

Y su actitud estúpida y cargada de mentiras, tuvo que admitir. Si no era capaz de ser honesta dentro de su propia mente, de su propio corazón, entonces, ¿dónde?

Ellos eran algo más que convenientes el uno para el otro, más que compatriotas. Más, temía, que amantes. Al menos por su parte.

No obstante, a la luz del día tenía que ser realista. Fueran lo que fuesen el uno para el otro, era algo que no podía ir a ninguna parte. No más allá de lo que compartían en aquellos momentos. Cian había dicho la pura y cruda verdad en Irlanda, fuera del Baile de los Dioses. El problema al que se enfrentaban era mucho más grande e importante que una persona o sus deseos y necesidades personales. Y, por lo tanto, esas necesidades personales debían ser, por fuerza, temporales.

Después de Samhain todo habría acabado. Ella tenía que creer que obtendrían la victoria, eso era fundamental, pero después de la celebración de la misma, de las palmadas de felicitación en la espalda y de los brindis con champán, habría hechos muy duros que afrontar.

Larkin —lord Larkin— era un hombre de Geall. Una vez que todo aquello hubiese terminado y ella hubiera completado la misión, Geall sería para ella, en un sentido muy real, de nuevo un cuento de hadas. De acuerdo, posiblemente pudiera quedarse unos días, ir con él a ese picnic del que Larkin había hablado. Disfrutar un poco. Pero finalmente tendría que marcharse.

Ella tenía una misión de nacimiento, una obligación, pensó mientras acariciaba la cruz de Morrigan. No era posible volverle la espalda a todo eso.

El amor, si era eso lo que sentía, no era suficiente para triunfar. ¿Quién podía ser tan tonto como para creerlo?

Larkin era más de lo que jamás había esperado tener, incluso para un corto período de tiempo, de modo que no podía ni quería quejarse de su suerte, o de su destino, o de la fría voluntad de los dioses. Él la había aceptado, se había preocupado por ella, la había deseado. Era un hombre que tenía valor, una profunda lealtad y sentido del humor.

Blair pensó que quizá —no era imposible— él la amase.

Para ella, Larkin era una especie de milagro personal. Nunca la abandonaría y se olvidaría de ella. Nunca la apartaría de su vida simplemente por lo que era. De modo que, cuando se separasen, no podría haber reproches.

Si las cosas fuesen diferentes, podrían haber llevado adelante su relación. Al menos podrían haberlo intentado. Pero las cosas no eran diferentes.

O, más precisamente, las cosas eran demasiado diferentes.

De modo que contaban con unas pocas semanas. Tendrían el viaje. Y ambos conservarían algo memorable de ello.

Blair lo besó, un beso cálido y suave en los labios. Luego le sacudió.

—Despierta.

La mano de Larkin se deslizó por su espalda para acariciarle sensualmente las nalgas.

—No de esta manera.

—Es la mejor manera. Sentir lo firme que eres, suave y firme. He soñado que estaba haciendo el amor contigo en un huerto, en pleno verano. Porque siempre hueles a manzanas verdes, y haces que desee darte un buen mordisco.

—Come muchas manzanas verdes y tendrás dolor de estómago.

—Yo tengo un estómago de acero. —Sus dedos se deslizaron arriba y abajo por la parte posterior de su muslo—. En el sueño no había nadie más que nosotros dos, y los árboles estaban cargados de frutos bajo un cielo del azul más puro.

Su voz sonaba soñolienta y pastosa, pensó ella. Sexy.

—¿Como el paraíso? ¿Adán y Eva? Una manzana los metió en problemas muy grandes, si la memoria no me falla —dijo ella.

Él se limitó a sonreír. Aún no había abierto los ojos.

—Tú miras el lado oscuro de las cosas, pero no me importa. En el sueño yo te daba tanto placer que tú llorabas de alegría.

Ella soltó una carcajada.

—Claro, en tus sueños.

—Y pronunciabas mi nombre una y otra vez entre sollozos. Me rogabas que te tomase. «Usa este cuerpo, implorabas, tómalo con tus fuertes manos, con tu experimentada boca. Penétralo con tu poderoso…»

—Ya vale, te lo estás inventando.

Él abrió un ojo, y ella vio tanta diversión en él que su estómago tembló al aguantarse la risa.

—Bueno, sí, pero me estoy divirtiendo mucho. Y tú también te estás riendo. Eso es lo que quería ver cuando abriese los ojos. La sonrisa de Blair.

La ternura la inundó.

—Eres un auténtico payaso —murmuró ella mientras le acariciaba la mejilla.

—La primera parte del sueño era verdad. Algún día deberíamos buscar ese huerto.

Larkin volvió a cerrar los ojos y a acurrucarse en la cama.

—Eh, un momento. La escena de los ojos cerrados ya ha terminado. Ahora tenemos que ponernos en marcha.

—¿Tienes prisa? Muy bien.

Larkin rodó hasta ponerse encima de ella.

—No me refería…

Larkin se deslizó en su interior.

El placer fue tan profundo, tan instantáneo, que, aunque se estaba riendo, se le cortó el aliento.

—Tendría que haber sabido que tu «poderoso» estaría erguido y dispuesto.

—Y siempre a tu servicio.

Algo más tarde de lo que había planeado, Blair se vistió.

—Tenemos que hablar de algunas cuestiones básicas.

—Está bien. Romperemos nuestro ayuno en el comedor pequeño.

—Nunca he sabido que tú tuvieses ningún ayuno que romper. Y no estaba hablando de la comida.

—¿Ah, no? —Él pareció ligeramente interesado mientras se colocaba el cinturón sobre la túnica—. ¿De qué otra cosa entonces?

—De cuartos de baño. Ya sabes, eliminación, higiene. El orinal que tengo aquí es muy práctico para situaciones de emergencia, pero no como recurso cotidiano.

—Ah. —Larkin frunció el cejo y se rascó la cabeza pensando en el problema—. Hay una especie de retretes en el ala de la familia, y letrinas para los guardias del castillo. Pero no son a lo que estás acostumbrada.

—Ya lo arreglaré. ¿Tomar un baño?

—La ducha —dijo Larkin con añoranza—. Ya la echo de menos. Puedo hacer que te suban una tina y que calienten agua. O también puedes bañarte en el río.

—Muy bien, es un comienzo. —No necesitaba lujos, pensó Blair. Ella sólo necesitaba, bueno…, algo razonable—. Ahora tenemos que hablar del entrenamiento.

—Hablemos de ello mientras desayunamos. —La cogió del brazo y la arrastró fuera de la habitación para que ella no siguiese hablando mientras el estómago de él gruñía.

Había manzanas sazonadas con especias a las que Larkin parecía particularmente aficionado, y grandes cantidades de patatas, fritas en lo que Blair dedujo que era la grasa de las gruesas lonchas de jamón que las acompañaban. El té era negro como la brea y tenía casi el mismo efecto que el café.

—También echo de menos la Coca-Cola —dijo Larkin.

—Tendremos que pasar sin ella.

Aunque el comedor era más pequeño que el salón donde habían estado la noche anterior, aún era lo bastante grande como para alojar la gran mesa de roble y un par de enormes armarios y arcones donde Blair imaginó que habría vajilla y manteles.

—¿El puente levadizo funciona como una puerta? —preguntó—. Para mantenerlos fuera —explicó cuando Larkin la interrogó con la mirada—. ¿Necesitan una invitación para entrar en el recinto del castillo? Será mejor que nos encarguemos de ese asunto, que nos cubramos las espaldas. Hoyt y Glenna podrían trabajar en algo.

—Tenemos pocos días.

—Si Lilith se ajusta al programa. En cualquier caso, nosotros tenemos que hacer nuestro trabajo. Organizarnos, evacuar a los civiles de la zona de combate. Hoyt y Glenna quizá quieran intentar ese conjuro de que hablaron para crear una zona libre de vampiros, pero debo decir que no creo que funcione. No se trata de una sola casa, ni siquiera de un pequeño asentamiento. —Blair meneó la cabeza mientras hablaba—. Una área demasiado extensa, demasiadas variables. Y, muy probablemente, una pérdida de su tiempo y energías.

—Es posible. Trasladar a la gente a un lugar seguro es mejor. Mi padre y yo hablamos de ello anoche, antes de que yo fuese a tu habitación. Los mensajeros ya han partido para transmitir las noticias.

—Bien. Ahora deberemos concentrarnos en el entrenamiento de las tropas. ¿Vosotros tenéis guardias… y caballeros, quizá?

—Sí.

—Ellos deben de poseer habilidades de combate básicas, pero esto es algo completamente diferente. Y también es necesario que la población en general esté preparada para defenderse. Debemos comenzar a trabajar en la colocación de las trampas. Y quiero echar un vistazo al campo de batalla. —Su mente iba repasando la lista al tiempo que desayunaba—. Tendremos que establecer áreas de entrenamiento múltiples, tanto militares como civiles. Luego está la cuestión de las armas, los suministros y el transporte. Es probable que necesitemos un lugar donde Hoyt y Glenna puedan trabajar.

—Nos encargaremos de todo.

Algo en su tono de voz, la calma que transmitía, le recordó que ahora estaban en su terreno. Él lo sabía, y su gente también. Ella no.

—No conozco el orden jerárquico. La cadena de mando —dijo ella—. ¿Quién está a cargo de todo esto?

Larkin sirvió más té para ambos. Por un momento pensó que agradable era —aunque la conversación girase en torno a la guerra— estar sentados allí, sólo ellos dos, disfrutando del desayuno.

—Hasta que la espada no sea extraída de la piedra, mi padre gobierna como cabeza de la primera familia de Geall. Él no es el rey ni lo será, pero creo que Moira entiende que los hombres… los soldados como vosotros los llamáis, confían en él. Ellos seguirán al soberano, a aquel cuya mano levante la espada, pero mientras…

—Lo entiendo. No levantar aún la espada significa darles tiempo. Permitir que sigan las órdenes, y se hagan a la idea de esta guerra, de un hombre en el que confían. Moira es inteligente al esperar un poco más para tomar el mando.

—Sí, lo es. Y también tiene miedo.

—¿De no ser ella quien logre extraer la espada de la piedra?

Larkin meneó la cabeza.

—Eso lo hará. Lo que teme es ser la reina que deba ordenar a su pueblo ir a la guerra. Derramar su sangre, provocar sus muertes. Eso la obsesiona.

—Es Lilith la que derrama su sangre y provoca sus muertes.

—Pero será Moira quien les diga que deben luchar. A los granjeros y los tenderos, a los caldereros y los cocineros. Geall ha vivido en paz durante generaciones. Ella será la primera que cambie eso. Y es un enorme peso sobre sus hombros.

—Debe de serlo. Nunca debe de ser fácil enviar un mundo a la guerra. Larkin, ¿y qué pasará si no es ella? ¿Qué pasaría si no es Moira la elegida, por el destino, o, simplemente, renuncia a sacar esa espada de la piedra?

—Moira era la única hija de la reina. No queda nadie más de su linaje.

—Los linajes pueden cambiar. Estás tú.

—Muérdete la lengua. —Cuando Blair no sonrió, él suspiró—. Sí, estaría yo. Y mi hermano, y mi hermana y los hijos de mi hermana. Mi hermano es poco más que un muchacho y lo que le llama es la tierra. Mi hermana sólo desea atender a sus hijos y su hogar. El mayor tiene sólo cuatro años. Ninguno de ellos podría jamás hacer esto. No puedo creer que los dioses pusieran algo así en sus manos.

—¿Y qué me dices de las tuyas?

Él la miró fijamente a los ojos.

—Yo nunca he querido gobernar. Ya fuera en tiempos de pazo de guerra.

—Pero la gente te seguiría. Ellos te conocen y confían en ti.

—Es posible. Y si se presentase la ocasión, ¿qué otra elección tendría? Pero no deseo la corona, Blair. —Y tampoco era su destino, de eso estaba seguro. Extendió la mano y cogió la de ella—. Tú sabes lo que yo deseo.

—Deseos, sueños. No siempre conseguimos lo que queremos, de modo que hay que aceptar lo que viene.

—¿Y qué hay en tu corazón, y en el mío? Yo quiero…

—Lo siento. —Moira apareció en el vano de la puerta—. Lamentó interrumpiros, pero mi tío ha hablado con los guardias y con el círculo íntimo de los caballeros. Debéis acudir al gran salón.

—Entonces será mejor que nos pongamos en movimiento —dijo Blair.

Con los téjanos y un jersey negro, Blair se sintió mal vestida. Por primera vez desde que Blair la había visto, Moira llevaba un vestido. ¿Era un vestido? Se llamara como se llamase, era una prenda sencilla y elegante, en una especie de tono bermejo, que caía recto sobre su cuerpo desde una cintura alta y fruncida.

La cruz de plata colgaba entre sus pechos y en la cabeza lucía una fina corona de oro.

Hasta Glenna parecía ir bien arreglada, pero es que su bruja favorita tenía un don especial para convertir un conjunto informal de camisa y pantalones en algo estiloso y elegante.

La cavernosa habitación estaba calentada por hogares a ambos lados y tenía una amplia plataforma sobre dos escalones sobre los que se había extendido una alfombra roja. En la plataforma descansaba un trono. Un trono auténtico, pensó Blair, rojo y dorado.

En él estaba sentado Riddock, con Moira a su lado.

A su otro lado se sentaba una mujer. Llevaba el pelo rubio recogido en lo que Blair creía que se llamaba una redecilla. Una mujer más joven, obviamente embarazada, estaba a su lado. A sus espaldas, había dos hombres de pie.

«La familia real de Geall —decidió Blair—. La familia de Larkin».

Ante una mirada de su padre, Larkin tocó el brazo de Blair y susurró:

—Todo saldrá bien.

Luego subió a la plataforma elevada para sentarse entre sus padres.

—Por favor —Riddock hizo un gesto—, tomad asiento. —Esperó a que todos lo hubiesen hecho—. Moira y yo hemos hablado extensamente. A petición de ella, he hablado con los guardias y con muchos de los caballeros para avisarles de la amenaza que se cierne sobre nosotros y de la inminente guerra que tendremos que librar. Es el deseo de Moira que vosotros, y el resto de los que han llegado con vosotros, recibáis la autoridad del mando. Para reclutar, entrenar y forjar nuestro ejército. —Hizo una pausa y les estudió—. Pero vosotros no sois geallianos.

—Señor —objetó Larkin—, todos ellos han sido probados en combate.

—Esta guerra ha sido traída a nuestra tierra y será pagada con nuestra sangre. Yo pregunto por qué deberían mandar a nuestro pueblo aquellos que han llegado desde fuera.

—¿Puedo hablar? —Hoyt se puso de pie y aguardó hasta que Riddock asintió—. La propia Morrigan es quien nos ha enviado aquí; del mismo modo que envió a dos geallianos a Irlanda, para que pudiésemos reunimos y formar el primer círculo. Los que hemos venido a Geall hemos dejado atrás nuestros mundos y a nuestras familias, y hemos ofrecido nuestras vidas para combatir esta plaga que se acerca a Geall.

—Esta plaga asesinó a nuestra reina, mi hermana, antes de que vosotros llegaseis. —Riddock los señaló—. Vosotros sois dos mujeres, un demonio y un hombre que practica la magia. Y sois desconocidos para mí. Yo cuento con hombres avezados que han demostrado su valía. Hombres cuyos nombres conozco, a cuyas familias conozco. Hombres que conocen Geall y cuya lealtad es incuestionable. Hombres que sé que conducirán a nuestro pueblo con entusiasmo al combate.

—Donde serán sacrificados como corderos. —Aunque la mirada de Riddock se volvió de hielo ante la interrupción, Blair se levantó—. Lo siento, pero así es como son las cosas. Podemos darle vueltas, seguir el protocolo, perder el tiempo, pero el hecho es que vuestros avezados hombres no saben nada acerca de combatir contra vampiros.

Cuando Hoyt apoyó una mano sobre el hombro de Blair, ella se la sacudió de encima. Con irritación.

—Y yo no he venido aquí para que me dejen de lado porque no he nacido en Geall, o porque soy una mujer. Tampoco he venido a luchar por Geall. He venido a combatir por todo.

—Bien dicho —musitó Glenna—. Estoy de acuerdo en todo contigo. Mi esposo está acostumbrado a las cuestiones de la corte y los príncipes —prosiguió, dirigiéndose a Riddock—, pero nosotros no. De modo que tendréis que perdonarnos por ser simples mujeres. Simples mujeres de poder.

Alzó una mano, y entonces apareció en ella una bola de fuego; luego lanzó la bola hacia el hogar que había a uno de los lados del salón, con irritación.

—Simples mujeres que han luchado y sido heridas y visto morir a sus amigos. Y el demonio del que habláis es mi familia. Él también ha luchado y derramado su sangre y visto morir a un amigo.

—Es posible que seáis guerreros —reconoció Riddock con lo que sólo podía denominarse un asentimiento regio con la cabeza—, pero para mandar se necesita algo más que magia y coraje.

—Se necesita experiencia y una mente fría. Y también sangre fría.

Riddock volvió a mirar a Blair al tiempo que enarcaba ligeramente las cejas.

—Sí, así es, y la confianza de la gente a la que uno dirigirá. Ellos tienen la mía —dijo Larkin—. Y también la de Moira.

Se la han ganado cada hora de cada día de estas últimas semanas. Señor, ¿no me he ganado yo la vuestra?

—Sí, lo has hecho. —Por un momento no dijo nada y luego volvió a hacer un gesto señalando a Blair, Glenna y Hoyt—. Os pediré que os hagáis cargo de la instrucción de nuestros hombres bajo las órdenes de lord Larkin y la princesa Moira.

—Podemos empezar con eso —decidió Blair—. ¿Vos también lucharéis? —le preguntó a Riddock.

Ahora su mirada tenía un cercano parentesco con la de un lobo.

—Hasta el último aliento —contestó.

—Entonces también necesitaréis instrucción militar, o ese último aliento llegará antes de lo que pensáis.

Larkin elevó los ojos al cielo, pero apoyó una mano en el hombro de su padre y le susurró al oído.

—Blair tiene espíritu guerrero.

—Y una lengua indócil. Destinaremos la zona de juegos —decidió Riddock— para nuestras primeras instrucciones.

—A tu padre no le caigo bien.

—Eso no es verdad. —Larkin le dio un suave codazo—. Él solamente está buscando la manera de entenderte, y también de entender todo esto.

—Ya. —Miró a Glenna mientras salían—. ¿Crees que deberíamos decirle a Riddock lo que siente nuestra gente por los reyes?

—Creo que podríamos dejar ese tema por el momento. Pero después de lo que hemos visto ahí dentro, he comprendido que no será nada fácil convencer a un puñado de machos de Geall de que unas mujeres van a enseñarles a luchar en una guerra.

—Tengo algunas ideas al respecto, pero de todos modos, creo que tú deberías trabajar con las mujeres —dijo Blair.

—¿Cómo?

—No te enfades, Glenna. Tú tienes más diplomacia y paciencia que yo. —Probablemente cualquiera las tenía, pensó Blair—. Y lo más seguro es que las mujeres se relacionen mejor contigo. A ellas también hay que entrenarlas. Para defenderse y que puedan defender a sus familias. Para luchar. Alguien tiene que hacerlo, Glenna. Y alguien tiene que saber cuáles deberían quedarse en casa y cuáles deberían luchar.

—Oh, Dios.

—Tendremos que aplicar el mismo criterio a los hombres —prosiguió Blair impertérrita—. Aquellos que no den la talla, deben ser destinados a otras funciones. Encargarse de los heridos, proteger a los niños, a los mayores, suministrar comida, armas.

—¿Y qué sugieres que hagamos Cian y yo —preguntó Hoyt mientras vosotras dos estáis tan ocupadas?

—Está molesto porque le hemos replicado a Riddock —dijo Glenna.

—Mi nariz está bien,[8] gracias de todos modos. —Hoyt habló con firmeza y dignidad—. Estoy de acuerdo en que era necesario decirle esas cosas, aunque podríais haberlo hecho con mucho más tacto. Si lo hemos ofendido, necesitaremos tiempo y esfuerzo para reparar el daño.

—Mi padre es un hombre razonable —insistió Larkin—. Y no permitiría que unas pocas desviaciones de protocolo interfieran con lo que debemos hacer. —Se pasó una mano por el pelo con gesto de frustración—. Él nunca se ha visto en la obligación de gobernar antes de que se produjese esta situación. La reina fue coronada muy joven, y él sólo ocupaba ocasionalmente el puesto de consejero.

«Tendrá que aprender muy de prisa entonces», pensó Blair.

Los hombres ya se hallaban reunidos en lo que Blair dedujo que era el sitio donde celebraban sus justas, juegos y torneos. Había una larga cuerda de la que colgaban anillas de colores. Un marcador, supuso. El palco real, los asientos más bastos y duros para las masas; corrales para los caballos y grandes tiendas donde los competidores se preparaban para el deporte que estuviese en el programa.

—¿Has visto alguna vez esa película, Destino de caballero?[9] —preguntó Blair.

—Sí, lo pasaremos de maravilla —respondió Glenna, e hizo sonreír a Blair.

—No cabe duda de que tenerte aquí ayuda. Hemos llegado justo a tiempo para el espectáculo. Escoge a uno al que creas que puedes vencer.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué?

—Los dos —dijo Blair, añadiendo también a Hoyt—. Por si acaso.

Larkin se adelantó hacia los hombres, formados en hileras.

—Mi padre ya os ha explicado contra qué debemos enfrentarnos y qué es lo que se avecina. Tenemos hasta Samhain para prepararnos; ese día debemos ir al Valle del Silencio para librar la batalla. Y tenemos que ganar. Para eso, debéis saber cómo luchar y cómo matar a esas cosas que no son humanas. No son hombres ni mujeres y no se les puede matar como si lo fuesen.

Colocándose detrás de Larkin mientras éste hablaba, Blair estudió a los hombres. La mayoría de ellos parecían aptos y en buena forma física. Divisó a Tynan, el guardia al que Larkin y Moira habían saludado a su llegada al castillo. Blair decidió que no sólo parecía apto y en buena forma. También parecía estar preparado.

—Yo he luchado contra ellos —continuó Larkin—, así como la princesa Moira y las personas que han venido con nosotros desde fuera de este mundo. Nosotros os enseñaremos todo lo que necesitáis saber.

—Sabemos cómo luchar —gritó un hombre que estaba junto a Tynan—. ¿Qué puedes enseñarme que no te haya enseñado yo en este mismo sitio?

—Esto no va a ser un juego —contestó Blair avanzando unos pasos. El tipo era un matón. Hombros anchos y fuertes, cuerpo resistente, actitud hostil.

«Perfecto», pensó ella.

—Si quedas segundo en esta competición, no recibirás el premio de consolación y una palmada en la espalda, estarás muerto.

El rostro del soldado no mostró ninguna expresión despectiva, pero sí su tono de voz.

—Las mujeres no instruyen a los hombres en el arte del combate. Ellas se encargan de atender el fuego y mantener la cama caliente.

Su comentario fue recibido con algunas risas de aprobación por parte de sus compañeros y una mirada de conmiseración de Larkin.

—Niall —intervino con humor—, con ese comentario, has metido la pata hasta el fondo. Estas mujeres son guerreras.

—Yo no veo a ninguna guerrera aquí. —Con las manos apoyadas en las caderas, Niall avanzó hacia la primera línea—. Sólo a dos mujeres vestidas como hombres y a un hechicero con ellas. O detrás de ellas.

—Yo iré primero —le susurró Blair a Glenna—. Yo me enfrentaré contigo —dijo dirigiéndose a Niall—. Aquí y ahora. Elige armas.

El hombre se echó a reír.

—¿Esperas acaso que luche con una chica?

—Elige tu arma —ordenó Riddock.

—Señor, a vuestras órdenes. —Y se alejó riendo entre dientes.

Las apuestas comenzaron de inmediato.

—¡Vaya! —Larkin le dio a Blair una rápida palmada en la espalda y se acercó a los hombres—. Yo también quiero apostar.

Niall regresó con dos gruesas varas de competición. Blair estudió la forma en que las sostenía y cómo se movía, contoneándose como un bravucón.

—Esto será rápido —aseguró dirigiéndose a Blair.

—Sí, será muy rápido. Has elegido buenas armas —gritó ella por encima de las voces que seguían intercambiando apuestas—. La madera puede matar a un vampiro si tienes la fuerza y la puntería necesarias como para atravesarle el corazón. Tú pareces bastante fuerte. —Miró a Niall de arriba abajo—. ¿Qué me dices de tu puntería?

Él esbozó una amplia sonrisa.

—Hasta ahora, ninguna mujer se ha quejado.

—Bien, veamos pues lo que tienes, muchachote. —Blair cogió con fuerza la vara extendida hacia adelante, y asintió—. ¿Estás listo?

—Por cortesía, te concederé los tres primeros movimientos.

—Muy bien.

Ella lo derribó en dos, golpeándole en el vientre con el extremo de la vara y agachándose luego para atizarle con fuerza en las piernas. Ignorando las risas, las exclamaciones y los gritos de aliento, se colocó encima de él y presionó la vara contra su corazón.

—Si fueses un vampiro, te atravesaría con esto hasta que el extremo saliese por el otro lado. Luego te convertirías en polvo. —Dio un paso atrás—. Creo que deberíais reservar vuestras apuestas, chicos. Éste ha sido sólo de práctica. —Levantó la cabeza y miró al hombre—. ¿Estás listo?

Niall se levantó y Blair vio que la sorpresa y la vergüenza que sentía al haber sido derribado por una mujer habían encendido un fuego en él. Atacó con furia, la fuerza de su vara contra la suya, obligándola a levantar los brazos. Ella saltó cuando intentó golpearla en las piernas y luego le asestó un fuerte golpe en el pecho.

Niall luchaba bien, decidió Blair, y con una fuerza de mil demonios… pero carecía de toda creatividad.

Ella usó la vara como una pértiga, clavándola en el suelo y alzándose por encima de su oponente. Cuando aterrizó detrás de él, le propinó una patada en la zona lumbar y, cogiendo con fuerza la vara, lo hizo tropezar y caer al suelo.

Esta vez apoyó la punta en su garganta, mientras Niall jadeaba tratando de llevar aire a sus pulmones.

—¿Tres de cinco? —sugirió ella.

El hombre soltó un rugido y apartó la vara de un manotazo. Blair dejó que el impulso de él la llevase hacia atrás, y luego levantó ambos pies para lanzarlo por encima de ella. Niall volvió a caer pesadamente sobre su espalda.

Aún estaba aturdido cuando ella volvió a apoyar la punta de la vara contra su garganta. La última caída lo había dejado sin aire, y e1 color había abandonado sus mejillas.

—Puedo seguir haciendo esto durante todo el día y tú acabarás cada vez con el culo en el suelo. —Blair se levantó, clavó la punta de la vara junto a Niall y se apoyó en ella con actitud negligente—. Eres fuerte, pero yo también lo soy. Además, eres lento de pies, y no estabas pensando en ellos. Sólo porque seas más grande no significa que vayas a ganar y puedes estar jodidamente seguro de que no significa que vivirás. Yo diría que me superas en unos cincuenta kilos, pero te he derribado tres veces.

—La primera no cuenta. —Niall se sentó en el suelo y se frotó la dolorida cabeza—. Pero te concedo las otras dos.

Cuando él sonrió, Blair supo que había ganado.

—Larkin, ven a buscar una vara —gritó Niall—. Lucharé contigo en lugar de con ella, ya que no cabe duda de que es toda una mujer.

Blair levantó una mano.

—Larkin también te derrotará. Yo ayudé a entrenarle.

—Entonces también me enseñarás a mí. ¿Y ellos? —Niall señaló con la barbilla a Glenna y Hoyt—. ¿Ellos también pueden luchar como tú?

—Yo soy la mejor, pero ellos también son muy buenos.

Blair se volvió hacia el grupo de hombres y aguardó hasta que el dinero de las apuestas hubiese cambiado de manos. Observó que Tynan era uno de los pocos, junto con Larkin, que había ganado algo.

—¿Alguien más necesita una demostración?

—No me importaría una a cargo de la pelirroja —gritó alguien, y las carcajadas volvieron a atronar el aire.

Glenna hizo aletear las pestañas y sonrió con un gesto entre tímido y modesto. Acto seguido sacó el puñal de su vaina y lanzó con él un chorro de fuego.

Los hombres retrocedieron atropelladamente.

—El de mi esposo es más grande —dijo con voz dulce.

—Sí. —Hoyt se adelantó—. Tal vez alguno de vosotros querría que la demostración la hiciera yo en lugar de mi encantadora esposa. ¿Espada? ¿Lanza? —Giró las manos y el fuego danzó sobre las palmas—. ¿O bien con las manos? Porque yo no me oculto detrás de estas mujeres, sino que me siento orgulloso y honrado de estar junto a ellas.

—Tranquilo, muchacho —murmuró Blair—. El fuego es una arma útil contra ellos —explicó a los hombres—. Una arma poderosa, lo mismo que la madera, si se usa correctamente. El acero puede herirlos, los detendrá, pero no los matará a menos que les cortéis la cabeza. Heridos o no, ellos simplemente seguirán avanzando hasta cortaros la garganta.

Le lanzó la vara a Niall.

—No será tan rápido y limpio como este breve asalto —prosiguió—, sino algo terrible y sangriento, y de una crueldad indescriptible. Muchos de ellos, quizá la mayoría, serán más fuertes y rápidos que vosotros, pero los detendréis. Porque, si no lo hacéis, Dios no solamente os matarán a vosotros, los soldados que se enfrentarán a ellos en combate, matarán también a vuestros hijos y a vuestras madres. Y a aquellos a quienes no maten, los convertirán en lo mismo que son ellos, o bien en esclavos para que les sirvan de alimento o de diversión. De modo que los detendréis, porque no hay otra alternativa.

Blair hizo una pausa, porque para entonces el silencio era total, para entonces todos los ojos estaban fijos en ella.

—Os enseñaremos cómo hacerlo.