14
Blair se debatía entre el río y la tina. El agua del río probablemente estaría helada, lo que sería muy desagradable. Pero no podía resignarse a la idea de que una criada le subiese cubos y más cubos de agua caliente para echarla dentro de lo que, básicamente, sería un cubo un poco más grande. Y luego, una vez que ella hubiese tomado su baño, tendrían que repetir todo el proceso, sólo que en sentido inverso.
Era simplemente demasiado.
No obstante, después de haber estado entrenando durante varias horas con un montón de hombres, necesitaba agua y jabón.
¿Era acaso demasiado pedir?
—Lo has hecho muy bien. —Moira se acercó a ella—. Sé que todo esto debe de ser muy frustrante para ti, como volver a empezar. Y con hombres que, de alguna manera, sienten que ya saben tanto como tú, si no más. Pero lo has hecho muy bien. Has tenido un buen comienzo.
—La mayoría tienen una forma física entre buena y excelente, y eso es una ventaja. Pero en general, el grueso de ellos sigue pensando que se trata de un juego. Simplemente no creen en los vampiros. Y eso es algo realmente negativo.
—Porque no lo han visto con sus propios ojos. Ellos saben lo que le ocurrió a mi madre, pero muchos aún quieren creer, necesitan creer, que fue una especie de perro salvaje. Si yo no hubiese visto qué fue lo que pasó. También podría negarme a creerlo.
—Es más fácil negarlo. Pero la negación es una de las razones de que ahora Jeremy esté muerto.
—Sí. Por eso creo que la gente necesita ver, necesita pruebas. Tenemos que cazar a los que mataron a la reina, a los que han matado a otras personas desde aquella noche. Debemos traer aquí al menos a uno de ellos.
—¿Quieres coger vivo a uno de esos monstruos?
—Así es. —Moira recordó cómo, en una ocasión, Cían había hecho entrar a un vampiro en la sala de entrenamiento, y luego se apartó para que el resto de ellos tuviese que luchar contra él. Y entendiera—. Eso lo cambiaría todo.
—No es imposible negar lo que tienes delante de las narices, sólo un poco más difícil. —Blair lo pensó durante un momento—. Pero de acuerdo. Esta noche saldré a buscarlo.
—No irás sola. No, no —la cortó Moira con calma cuando Blair empezó a discutir—. Estás acostumbrada a cazar en solitario, sé que eres capaz de hacerlo, pero éste no es tu terreno, mientras que a estas alturas, ellos ya deben de conocerlo. Iré contigo.
—Es un punto a tu favor, y muy fuerte, pero tú no eres la persona indicada para esta cacería. No estoy diciendo que no seas capaz, sin embargo, no eres la mejor cuando se trata de lucha cuerpo a cuerpo. Tendrá que ser Larkin, y también necesitaré a Cian.
Con gesto de fastidio, Moira arrancó una flor de un arbusto.
—Ahora eres tú la que tiene un sólido argumento. Tengo la sensación de que, desde que hemos regresado a Geall, sólo me he ocupado de asuntos de Estado.
—Cuentas con todas mis simpatías, pero esa clase de cosas también debe de ser importante. Los hombres de Estado crean ejércitos. Y tú ya has tomado las medidas oportunas que evacuar a la gente de la que será zona de guerra. Eso significa salvar vidas, Moira.
—Lo sé. De verdad. Pero…
—¿Quién se encargará de incitar a la población en general, de animarles para que pongan sus vidas en peligro? Nosotros los entrenaremos, Moira. Pero tú debes conseguir que se nos acerquen.
—Tienes razón, lo sé.
—Te conseguiré un vampiro, dos si puedo. Tú consígueme gente a la que pueda enseñarle a matar uno. Pero en este momento tengo que lavarme. Un vampiro podría olerme desde un kilómetro de distancia.
—He hecho que te preparasen el baño en tus habitaciones.
—Estaba pensando en que podía usar el río.
—¿Te has vuelto loca? —Finalmente, el rostro de Moira se relajó con una sonrisa—. El río está helado en esta época del año.
A Moira nunca le resultaba cómodo hablar con Cian. Y no sólo por lo que era, circunstancia a la que ya se había acostumbrado. Cuando pensaba en Cian, pensaba en ello como en un estado; una especie de enfermedad.
En su primer encuentro, él le había salvado la vida y, desde entonces había demostrado su fidelidad en más de una ocasión.
Su especie había matado a su madre y, sin embargo, él había luchado junto a ella, había arriesgado su vida —o, más exactamente, su existencia— al hacerlo.
No, Moira no podía hacerlo responsable de lo que era.
Y aun así, había algo dentro de ella, algo que no podía ver con claridad, o estudiar, o comprender. Fuera lo que fuese, la hacía sentir intranquila, incluso nerviosa, cuando Cian estaba cerca.
Él lo sabía, o lo notaba, Moira estaba segura de ello, porque Cian se mostraba mucho más frío con ella que con los demás. Era muy raro que le sonriese, o que le dijera una palabra amable.
Después del ataque, cuando se dirigían al Baile de los Dioses, él la había levantado literalmente del suelo cuando cayó del caballo, y sus brazos eran los brazos de un hombre. Carne y hueso, fuerte y real.
—Sujétate —le había dicho él. Y eso fue todo.
Luego, ella había cabalgado con él sobre Vlad hasta el castillo, Y su cuerpo era el de un hombre. Delgado y duro. Y el corazón de Moira se había acelerado por tantas razones, que hasta había tenido miedo de tocarle.
¿Qué le había dicho él entonces, con aquella voz impaciente y cortante?
Ah, sí: «Agárrate a mí antes de que vuelvas a dar con tu culo en el suelo. Aún no te he mordido, ¿verdad?».
Había conseguido que se sintiese avergonzada y confusa, y agradecida de que él no viese el rubor que teñía sus mejillas.
Probablemente, Cian hubiese tenido algún comentario mordaz que hacer acerca de su sonrojo virginal.
Y ahora tenía que acudir a él para pedirle ayuda. No era algo que fuese a delegar en Blair, o Larkin, ni por supuesto, en uno de los criados. Era su obligación enfrentarse con él, pronunciar las palabras, pedir su aprobación.
Iba a pedirle que abandonase el castillo, la comodidad y la seguridad de sus muros, y se adentrase en una tierra extraña para cazar a uno de los suyos.
Y Cian lo haría, ella sabía que lo haría. No por ella… la petición de una princesa, el favor a una amiga. Lo haría por los demás. Por todo lo que significaba.
Fue sola. Las mujeres que la atendían no lo aprobarían, por supuesto, y considerarían indecorosa, incluso escandalosa, la idea de que su señora visitase sin compañía las habitaciones de un hombre.
Pero esas cuestiones ya habían dejado de constituir un problema para Moira. ¿Qué pensarían sus damas de compañía si supieran que, una vez, ella lo alimentó con sangre cuando estaba herido?
Imaginaba que comenzarían a chillar y ocultarían los rostros entre las manos… eso las que no se desmayasen. Pero ellas tendrían que enfrentarse a esa clase de cosas muy pronto. O con algo mucho peor.
Sus hombros se pusieron rígidos cuando se acercó a la puerta de la habitación de Cian. Pero llamó con decisión y luego esperó.
Cuando él abrió la puerta, las luces del corredor bañaron su rostro y sumieron el resto del cuerpo en sombras. Moira percibió un leve brillo de sorpresa en sus ojos mientras la estudiaba.
—Vaya, mírate. Si casi no te he reconocido, alteza.
El comentario le recordó que llevaba un vestido, y la diadema de oro de su rango. Y, al recordarlo, se sintió ridículamente expuesta.
—Tenía que atender algunas cuestiones de Estado. Se espera que me vista de un modo apropiado.
—Y encantador también. —Se apoyó en el vano de la puerta con actitud indolente—. ¿Se requiere mi presencia?
—Sí. No. —¿Por qué hacía que siempre se sintiera torpe?—. ¿Puedo entrar? Me gustaría hablar contigo.
—Por supuesto.
Ella tuvo que rozar su cuerpo para entrar en la habitación. En el interior, parecía medianoche, pensó. No había una sola vela, no había fuego en el hogar, y las pesadas cortinas cubrían completamente las ventanas.
—El sol ya se ha puesto.
—Sí, lo sé.
—¿Te importaría si dejamos entrar un poco de luz? —Cogió el yesquero y comenzó a accionarlo—. No puedo ver tan bien como tú en la oscuridad. —La rápida aparición de la llama consiguió calmar su estómago inquieto—. Aquí hace mucho frío —continuó Moira prendiendo unas velas—. ¿Quieres que encienda el fuego por ti?
—Como quieras.
Cian no dijo nada cuando ella se arrodilló delante del hogar y encendió la turba, pero Moira sabía que la estaba observando, y esa mirada hizo que sintiese las manos frías y rígidas.
—¿Estás cómodo aquí? —preguntó—. La habitación no es tan grande o lujosa como otras a las que estás acostumbrado.
—Pero está lo bastante alejada de la gente como para que todos puedan sentirse cómodos.
Ella se volvió asombrada, inclinada aún mientras la turba se encendía a su espalda. No se sonrojó. Por el contrario, sus mejillas palidecieron intensamente.
—Oh, no, nunca fue mi intención…
—No tiene importancia. —Cian cogió un vaso que, obviamente acababa de servirse antes de que ella llegase, y bebió la sangre con los ojos deliberadamente fijos en los suyos—. Me imagino que tu gente se sentiría desconcertada por algunos de mis hábitos cotidianos.
La voz de ella se tiñó de angustia.
—Eso nunca se me habría ocurrido. La habitación mira al norte. Yo pensé… Bueno, pensé que recibiría menos luz directa del sol y que te sentirías más cómodo. Jamás insultaría a un invitado… y un amigo. Nunca insultaría a alguien que me recibió en su casa cuando viene a la mía. —Se levantó rápidamente—. Puedo hacer que trasladen tus cosas ahora mismo. Yo…
Cian alzó una mano.
—No hay necesidad de eso. Y te pido disculpas por haber hecho una suposición errónea. —Para él resultaba muy extraño experimentar la incomodidad de la culpa, pero era lo que sentía en esos momentos—. Ha sido muy considerado de tu parte. No debería haber esperado menos de ti.
—¿Por qué estamos…? No entiendo por qué parece que estemos siempre enemistados.
—¿No lo entiendes? —preguntó él—. Bueno, no tiene mayor importancia. Y, ¿a qué debo el honor de tu presencia?
—Te burlas de mí —dijo ella con voz serena—. Eres tan duro cuando hablas conmigo…
Moira pensó que él había suspirado, sólo un poco.
—Estoy de mal humor. No descanso bien fuera de casa.
—Lo siento. Y ahora he venido yo a causarte otra incomodidad. Le he pedido a Blair que salga a cazar vampiros aquí, en Geall, y que traiga al menos a uno de ellos. Vivo.
—Eso es una contradicción en los términos —dijo Cian.
—No sé de qué otra forma expresarlo —replicó ella—. Mi gente luchará porque se les ha pedido que lo hagan, pero no puedo pedirles que crean, no puedo obligarlos a que crean, en lo que les parece imposible. De modo que es necesario que se lo demuestre.
Sería una buena reina, pensó él, que no esperaría que su pueblo la siguiera ciegamente. Y había que verla cómo se mostraba. Tan tranquila, tan serena, cuando él sabía que en su interior se estaba librando una guerra.
—¿Quieres que vaya con Blair?
—Sí… ella lo quiere. Yo lo quiero. Dios, siempre tartamudeo cuando hablo contigo. Ella ha pedido que Larkin y tú la acompañéis. Blair no quiere que yo vaya. Cree, y yo también, que seré mucho más útil reuniendo a las fuerzas, ayudando a poner las trampas que ella prepare.
—Gobernando.
—Aún no gobierno.
—Así lo has elegido.
—Sí. Por ahora. Te estaría muy agradecida si fueses con ella y con Larkin, y encontrases la manera de traer a un prisionero.
—Prefiero hacer eso a estar aquí sin hacer nada. Pero la cuestión es dónde buscar.
—Tengo un mapa. Ya he hablado con mi tío y sabe dónde se produjeron los ataques… al menos aquellos de los que tenemos noticia. Larkin conoce el territorio de Geall. No puedes tener un guía mejor que él. Ni mejor compañía en las horas de ocio o en la batalla.
—No tengo ningún problema con el muchacho, ni con una cacería.
—Entonces, tan pronto como estés listo, ven al patio exterior.
Puedo enviar a alguien para que te enseñe cómo llegar.
—Recuerdo cómo llegar.
—Bien. Iré a encargarme de que preparen los caballos y las provisiones. —Fue hacia la puerta, pero Cian llegó antes que ella… sin que diese la impresión de haberse movido. Moira alzó la vista y lo miró a los ojos—. Gracias —dijo, y abandonó rápidamente la habitación.
«Esos ojos —pensó él mientras cerraba la puerta detrás de Moira—. Esos grandes ojos grises podrían matar a un hombre».
Era una suerte que él ya estuviese muerto.
Pero no podía hacer nada con respecto al olor que había dejado tras ella; el aroma de claros umbríos de los bosques y el agua fresca y cristalina de la primavera. No podía hacer ni una sola maldita cosa al respecto.
—Estaremos vigilando —dijo Glenna, apoyando una mano sobre la pierna de Blair cuando ésta montó en su caballo—. Si tenéis problemas, lo sabremos, y haremos todo lo posible para ayudaros.
—No te preocupes. Llevo trece años con esto colgado del cinturón.
«No en Geall», pensó Glenna, pero no lo dijo.
—Buena caza.
Atravesaron las puertas del castillo y se dirigieron hacia el sur.
Era una buena noche para cazar, pensó Blair. Despejada y fresca. Sería más fácil seguirles la pista entonces, cuando estaban activos, que durante el día, cuando habrían ido a refugiarse a alguna parte. En cualquier caso, si cazaban de día, no podrían contar con Cian, a quien consideraba una ventaja.
Cabalgaba entre los dos hombres, llevando su caballo a un trote ligero.
—No he querido preguntarle a Moira —dijo—, pero tengo entendido que el que sufrió su madre fue el primer ataque.
—Sí, la reina fue la primera víctima de la que tuvimos noticia.
—¿Y aquella noche no se produjeron más ataques? ¿No se llevaron a nadie?
—No. —Larkin meneó la cabeza—. Al menos que nosotros sepamos.
—Fue un ataque a un blanco específico pues —reflexionó Blair—. Es de suponer que vinieron a por la madre de Moira… ¿Sabemos cómo consiguieron entrar?
—He pensado en ello —dijo Larkin—. Antes de la muerte de la reina no había ninguna razón para impedirle la entrada a nadie. Pudo ser una carreta con provisiones, o cualquier otra actividad comercial. Pudieron entrar sin problemas.
—Sí, es posible que lo hicieran de ese modo —asintió Blair después de un momento—. Debieron de entrar poco antes de que se pusiera el sol y permanecieron escondidos en algún agujero hasta que todo el mundo se acostó. Hicieron salir a la reina con algún engaño y la mataron. —Miró a Larkin—. ¿No tenemos detalles más específicos?
—Moira no habla nunca de ello. No estoy seguro de que recuerde con exactitud lo que ocurrió.
—Tal vez no tenga importancia para nuestros propósitos. Así pues, mataron a la reina y se quedaron aquí. Tal vez no han podido volver a salir salvo en momentos muy concretos. Desde luego no han armado jaleo —prosiguió Blair—. Sólo un puñado de muertes en todas estas semanas. Eso es un perfil muy bajo para la especie.
—Seguramente hubo más víctimas —comentó Cian—. Viajeros, prostitutas, personas a las que no se echa de menos inmediatamente. Pero está claro que han sido muy cuidadosos, y que han evitado lo que ahora estamos haciendo nosotros: cazar. No creo que se estén ocultando sólo de nosotros.
—¿De quién entonces? —Larkin alzó la vista y vio que Blair estaba estudiando a Cian con expresión pensativa.
—Se refiere a Lilith —dijo ella—. ¿Crees que están tratando de permanecer fuera del alcance de su radar? ¿Por qué?
—Porque podría ser que tú hubieses acertado sólo a medias en la teoría. Un blanco específico, sí —convino Cian—, pero dudo que ese blanco fuese la reina. Es Moira la que fue escogida como uno de los eslabones del primer círculo.
—Moira. —Había una nota de alarma en la voz de Larkin mientras se daba la vuelta en su silla para echar un vistazo hacia atrás, en dirección al castillo, que cada vez se veía más pequeño con la distancia—. Ellos ya intentaron matarla una vez…
—De hecho, han tratado de matarnos a todos más de una vez —señaló Cian—. Sin éxito. En el castillo, Moira está lo más a salvo posible.
Blair resumió la situación.
—Estás pensando que Lilith intentó coger un atajo. Atrapar a uno de nosotros antes de que esa persona fuese realmente uno de nosotros.
—Es una posibilidad muy elevada. ¿Por qué no perder un poco de tiempo y lo que debió de ser algo de esfuerzo, y enviar aquí a un par de asesinos? Si vas a meterte en el negocio del destino —continuó diciendo Cian— la amenaza era Moira, y no la madre de Moira.
—Entonces la pifiaron —dijo Blair—. Se equivocaron de blanco. Así pues, puede que no se trate de que no sean capaces de regresar, sino de que no quieran hacerlo.
—Lilith no se muestra especialmente tolerante con los errores. Si pudieses elegir entre ser torturado y asesinado por ella, o permanecer oculto y alimentarte con los habitantes de este lugar, ¿tú qué harías?
—La puerta número dos —dijo Blair—. Pero si Lilith quería meterse en el negocio del destino, como tú dices, el primer error fue de ella, al convertirte a ti en un vampiro hace la tira de años. Como vampiro eres un enemigo mucho más formidable de lo que lo hubieses sido como hombre. Sin ánimo de ofender.
—No hay problema.
—Entonces haces enfadar a Hoyt y comienza todo este asunto de la Cruz de Morrigan.
Blair acarició con expresión pensativa las dos cruces que colgaban de su cuello.
—Por un lado, tienes a Glenna unida a Hoyt, quizá, con un enfoque romántico, destinados a encontrarse y amarse. Y, al hacerlo, incrementando exponencialmente su poder mutuo. Está la conexión de Larkin con Moira y, debido a ella, el hecho de que la acompañase a través del Baile de los Dioses y a Irlanda.
—Eso forma un agradable y ordenado círculo —concluyó Cian—. Complicado, pero así son los dioses para vosotros.
—Así pues, la reina estaba destinada a morir. —Larkin respiró profundamente para tranquilizarse—. Destinada a morir en lugar de Moira. Si mi prima se entera de esto su dolor sería inconsolable.
—Con esa mente inteligente e investigadora que tiene, me sorprendería que no estuviese pensando ya en la cuestión. Luego tendrá que enfrentarse a ella —añadió Cian—. ¿Qué otra opción tiene?
Larkin dejó que la idea penetrara en su corazón y en su cabeza mientras atravesaban un campo.
—El siguiente ataque se produjo aquí. Me contaron que el hombre que cultiva estas tierras pensó que los lobos estaban atacando a sus ovejas. Fue su hijo quien lo encontró a la mañana siguiente. Mi padre vino a ver el cuerpo y estaba igual que el de la reina.
Blair cambió de postura en la silla de montar.
—Unos tres kilómetros al sur del castillo. Aquí no hay ningún lugar donde esconderse. Sólo campos abiertos. Pero un par de vampiros experimentados podrían cubrir tres kilómetros bastante de prisa. Pueden entrar y salir de los terrenos del castillo como nada, pero…
—No es un buen lugar para anidar —acabó Cian la frase por ella—. Presas fáciles, sin duda, pero demasiada exposición. Deben de refugiarse en cuevas o en el corazón de un bosque.
—¿Por qué no en una casa o una cabaña? —sugirió Larkin—. Eligiendo con un poco de atención, podrían haber encontrado algo alejado del camino, donde no es probable que alguien les moleste.
—Es posible —convino Cian—. Pero el problema con una cabaña o con una casa, es que te ataquen a la luz del día. Tu enemigo tiene un arma más contra ti… Sólo tiene que retirar la cortina de una ventana para ganar.
—Muy bien entonces. —Larkin señaló a través del campo—. Los dos ataques siguientes se produjeron justo al este de aquí. Hay bosques, pero en ellos la caza es buena, con lo que hay mucha gente que persigue venados y conejos. Eso podría perturbar el descanso diario de un vampiro.
—Tú lo sabes —dijo Blair—, pero ellos tal vez no. Son extranjeros aquí. Me parece un buen lugar para empezar.
Continuaron cabalgando en silencio durante un tiempo. Blair podía ver vacas y ovejas en los campos, presas fáciles si un vampiro no podía cazar a un humano. Había algunos destellos de luz que dedujo que eran velas o faroles que alumbraban las cabañas. Podía oler el humo, el rico aroma de la turba y la leña.
Olía también a pasto y excrementos de animales; un olor más profundo y margoso procedente de los campos sembrados que esperaban la inminente cosecha.
Asimismo podía oler los caballos, y a Larkin, y sabía cómo separar el olor de Cian de los otros vampiros.
Pero cuando llegaron a la linde del bosque, ya no estaba tan segura.
—Por aquí han pasado caballos, y no hace mucho —dijo Larkin. Blair lo miró con las cejas enarcadas.
—Bien, adelante.
—Hay huellas —prosiguió él desmontando para estudiar el terreno—. No están herrados. Probablemente gitanos, aunque no veo ninguna señal de carretas, y viajan en esa dirección. En cualquier caso, se están alejando del bosque.
—¿Cuántos son?
—Podrían ser dos. Dos caballos salieron del bosque por aquí y atravesaron el campo.
—¿Puedes seguirlos? —Preguntó Blair—. ¿Ver de dónde venían?
—Puedo hacerlo —contestó Larkin, y montó de nuevo—. Si van a caballo podrían cubrir una distancia considerable. Necesitaríamos la suerte de los dioses para poder seguirles el rastro en una sola noche.
—También hemos visto que los jinetes volvieron a entrar en el bosque por aquí. Y los otros ataques se produjeron hacia el este, ¿verdad? Recto a través de estos bosques, justo al otro lado.
—Sí. Otros cinco kilómetros como máximo.
—Éste sería un buen sitio. —Miró a Cian mientras hablaba—. Si tienen algún escondite decente es éste. Es un buen lugar para permanecer ocultos durante el día y salir en busca de comida al caer la noche.
—Las hojas aún son gruesas en esta época del año —convino— Y también hay animales pequeños para cazar si lo necesitan.
Larkin encabezó la marcha, siguiendo el rastro hasta que los árboles fueron tan densos que ocultaban la luz. Volvió a desmontar y siguió a pie. Blair se dio cuenta de que ella no podía ver el rastro.
Hasta entonces, había llevado a cabo la mayor parte de sus incursiones de caza en bosques urbanos y caminos suburbanos. Larkin en cambio se movía en aquel terreno con la seguridad y la confianza de un hombre que sabía perfectamente lo que estaba haciendo, deteniéndose sólo para agacharse de vez en cuando, estudiando las huellas con mayor atención.
—Espera —dijo ella abruptamente—. Un momento. ¿Notas eso? —le preguntó a Cian.
—Sangre. No es fresca. Y muerte. Más antigua aún.
—Será mejor que vuelvas a montar, Larkin —le dijo Blair—. Creo que, después de todo, hemos tenido un poco de la suerte de los dioses. Podemos seguir el rastro desde aquí.
—Yo no huelo nada, a excepción de los bosques.
—Lo olerás —murmuró Blair, y extrajo la espada de la vaina que llevaba a la espalda mientras avanzaban con los caballos al paso a través del camino.
La carreta había sido empujada entre los árboles, fuera del camino, quedando oculta por ellos. Era una especie de pequeña caravana con la parte trasera pintada de color rojo, desteñida y descascarillada.
Y el olor de la muerte parecía impregnarla.
—Hojalateros —les dijo Larkin. Y Blair tenía razón, ahora él también podía oler la muerte—. Gitanos que recorren los caminos vendiendo todo tipo de objetos. De la carreta tiran dos caballos.
—Un buen nido —decidió Blair—. Móvil si es necesario. Y con ella se puede viajar de noche sin que nadie preste ninguna atención.
—Podrías llevarla incluso dentro de la ciudad —dijo Larkin con gesto sombrío—. O hasta alguna cabaña y solicitar hospitalidad. En situaciones normales, nadie la negaría.
Pensó en los niños que podían salir corriendo de la cabaña para ver si había juguetes en venta, de modo que pudieran rogar a sus padres que les comprasen algunos, o los intercambiasen por otros productos. Y ese pensamiento lo enfermó aún más que el hedor que impregnaba el lugar.
Desmontó junto con sus compañeros y se dirigieron a la parte posterior de la carreta, cuyas puertas estaban cerradas y con el cerrojo por fuera. Sacaron sus armas. Blair descorrió el cerrojo y empujó la puerta.
Cuando la puerta cedió, hizo un gesto de asentimiento a Cian y Larkin, contó mentalmente hasta tres y la abrió violentamente.
El aire fétido fue lo primero que surgió del interior, penetrando en sus gargantas y ojos. Blair oyó el zumbido voraz de las moscas y luchó contra el deseo de vomitar.
El monstruo saltó directamente sobre ella. Tenía el rostro de una joven guapa, con los ojos rojos y de mirada enloquecida. El hedor procedía de ella, su enmarañado pelo negro y su vestido rústico estaban impregnados de él.
Blair se hizo velozmente a un lado, de modo que la criatura cayó entre los matorrales, sobre manos y rodillas, gruñendo como el animal en que se había convertido.
Fue Larkin quien hizo girar su espada y acabó con ella.
—Oh, Dios, dulce Jesús. No debía de tener más de catorce años. —Quería sentarse, quedarse allí, sentado en el suelo, mientras el estómago se le asentaba—. Ellos la transformaron. ¿A cuántos más…?
—Es poco probable que sean muchos —le interrumpió Cian—, porque entonces tendrían que competir por la comida y preocuparse de mantenerlos controlados.
—Ella no vino con ellos —insistió Larkin—. Ella no era una de ellos. Esta chica era de Geall.
—Era una chica joven y guapa. La comida no es la única necesidad de un vampiro.
Blair advirtió cuándo las palabras de Cian hicieron impacto en Larkin. Y lo vio no sólo por su conmoción, sino por la expresión de furia desatada en su rostro.
—Bastardos. Malditos y jodidos bastardos. Era poco más que una niña.
—¿Y por qué te sorprende?
Larkin se volvió hacia Cian, y Blair estaba segura de que habría liberado con él parte de su horror y su furia. Tal vez Cian se estaba creciendo como blanco para ello. Pero no había tiempo para indulgencias.
Blair se limitó a interponerse entre ambos y empujó a Larkin hacia atrás un par de pasos.
—Déjalo estar —le ordenó—. Y tranquilízate.
—¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo puedes tú?
—Porque no puedes hacer que vuelva, ni a los que están ahí. —Señaló la carreta con la barbilla—. Así que ahora debemos pensar cómo usar esto para capturar a quienes lo hicieron.
Conteniendo su propia repulsión entró en la carreta. Era una pesadilla.
Los que debían de ser los padres de la chica habían sido empujados debajo de una especie de banco que había a un costado del carro. El hombre probablemente había muerto rápidamente, lo mismo que el chico más pequeño, cuyo cuerpo yacía en el otro extremo, debajo de otro banco.
Pero a la mujer le habían dedicado más tiempo. No tiene sentido arrancarle la ropa si no se tiene intención de jugar con ella. Aún tenía las manos atadas y lo que quedaba de ella estaba lleno de mordiscos.
Sí, no cabía duda de que con esa mujer se habían tomado su tiempo.
Blair no pudo ver ninguna arma, pero uno de los bancos estaba manchado con una sangre más fresca que la que cubría el otro, el suelo y las paredes. Allí era donde había muerto la chica, dedujo. Y donde había vuelto a despertar.
—La mujer lleva muerta sólo un par de días —dijo Cian a su espalda—. El hombre y el chico uno o dos días más.
—Sí. Jesús.
Blair tenía que salir de allí, tenía que respirar. Saltó a tierra desde la parte posterior de la carreta para aspirar una bocanada de aire que esperaba que limpiase lo que sentía en la garganta, en los pulmones.
—Ellos volverán a buscarla. —Blair se inclinó hacia adelante, abrazándose los muslos y bajando la cabeza para que se le disipase la terrible sensación de náusea y mareo—. Le traerán algo para que pueda comer. Ella era nueva. Probablemente se ha despertado esta noche por vez primera.
—Debemos enterrarles —dijo Larkin—. A los otros. Merecen ser enterrados.
—Eso tendrá que esperar. Mira, puedes enfadarte conmigo si quieres, pero…
—No, no estoy enfadado contigo. Me siento enfermo, pero no estoy enfadado contigo. Ni contigo —dijo dirigiéndose a Cian—. No sé por qué estoy así. Vi lo que había en el interior de las cuevas en Irlanda. Sé cómo matan estos monstruos, cómo se alimentan. Pero el hecho de saber que convirtieron en un monstruo a esa chica sólo para poder usarla, me parte el corazón.
Ella no tenía palabras, ninguna que sirviera, para contestarle. Le cogió el brazo y se lo apretó ligeramente.
—Hagamos que paguen por lo que han hecho. Estarán de regreso antes de que salga el sol. Mucho antes si pueden encontrar de prisa lo que han salido a buscar y traerlo aquí. Ellos saben que ella se iba a despertar esta noche y necesitan alimentarla. Por eso…
—Por eso dejaron los cuerpos dentro de la carreta —dijo Larkin cuando ella se interrumpió—. Para que ella tuviese algo que llevarse a la boca hasta que pudiesen traerle sangre fresca. No soy estúpido, Blair. Le dejaron a los miembros de su propia familia para que se alimentase.
Blair asintió y volvió la vista hacia la carreta.
—De modo que volveremos a cerrar la carreta y esperaremos. ¿Serán capaces de olernos? ¿A los humanos?
—Es difícil de decir —contestó Cian—. No sé qué edad tienen, ni con qué experiencia cuentan. Imagino que la suficiente como para que Lilith pensara que podían llevar a cabo esta misión que ellos convirtieron en una auténtica chapuza. Pero es posible que puedan captar el olor de la sangre viva, incluso a través de todo este hedor. Y además, están los caballos.
—De acuerdo, eso lo tengo previsto. Lo más probable será que regresen aquí por el mismo camino por el que se marcharon. Llevaremos los caballos hacia el interior del bosque, donde el viento no traiga su olor. Les ataremos las patas. Excepto al mío. Si lo llevo de las riendas cuando ellos me vean, esos monstruos pensarán que el caballo está cojo. Y estarán tan felices de haberse topado con una mujer sola que no lo pensarán dos veces.
—O sea que crees que vas a ser el anzuelo —dijo Larkin con una expresión que le advirtió a Blair que estaban a punto de enzarzarse en otra pelea.
—Yo me llevaré los caballos mientras vosotros dos discutís este asunto.
Cian cogió las riendas y se perdió entre los árboles.
«Tranquila —se ordenó Blair—. Sé razonable». Debía recordar que era muy agradable tener a alguien que realmente se preocupaba por ella.
—Si ven a un hombre, es más probable que ataquen. Pero si se trata de una mujer, ellos me querrán viva… temporalmente. De ese modo cada uno tendría una compañera de juegos. Larkin, es la manera más lógica de hacer esto. —Y ahí se acabó su actitud tranquila y razonable—. Y si tu ego tiene algún problema por el hecho de que aun estando sola podría encargarme perfectamente de esos dos monstruos, tendrás que solucionarlo.
—Mi ego no tiene nada que ver con este asunto. Es igualmente lógico que los tres nos ocultemos para esperarlos y luego les ataquemos como un solo hombre.
—No, porque si ellos perciben tu olor o el mío perderemos el elemento sorpresa. Moira los quiere vivos… al menos a uno de ellos. Ésa es la razón de que estemos aquí en lugar de estar disfrutando de una copa de vino delante del fuego. Si lanzamos un ataque a gran escala, es probable que tengamos que matarlos a los dos. La sorpresa nos proporciona una mejor posibilidad de capturarlos.
—Hay otras maneras.
—Probablemente una docena de ellas. Pero aunque quizá no regresen hasta dentro de cinco horas, también podrían hacerlo dentro de cinco minutos. Esto funcionará, Larkin, porque es sencillo y básico. Porque nunca esperarán que una mujer sola signifique una amenaza para ellos. Yo quiero cargarme a esos dos monstruos tanto como tú. Asegurémonos de hacerlo.
Cian reapareció entre los árboles.
—¿Ya habéis llegado a un acuerdo o seguiremos discutiendo este asunto durante mucho más tiempo?
—Parece estar solucionado. —Larkin pasó una mano por el pelo de Blair—. Sólo he estado desperdiciando mi aliento. —Luego le cogió la barbilla—. Pero tienes que hablar con ellos para mantener el engaño hasta que nosotros podamos intervenir, se darán cuenta de que no eres de Geall.
—Seguramente piensas que no soy capaz de fingir un poco de acento. —Blair habló con una acusada pronunciación regional irlandesa, y miró a Larkin con expresión de chica desamparada—. Ni de dar la impresión de ser una mujer sola e indefensa.
—Eso no está mal. —Larkin acercó sus labios a los de ella—. Pero en lo que a mí respecta, jamás creería la parte de chica indefensa.