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Tal vez fuese la inquietud posterior a la batalla, pero Blair no podía sosegarse. Después de otra sesión con Glenna, las heridas de todos estaban mejor, de modo que podían entrenar. Debían entrenar, se dijo.

Quizá el sudor y el esfuerzo la ayudasen a disipar esa sensación de desasosiego.

Pero tuvo otra idea.

—Creo que deberíamos salir —dijo.

—¿Salir? —Glenna comprobó su lista de tareas domésticas y vio (que Dios les ayudase) que ese día le tocaba a Hoyt encargarse de la colada—. ¿Estamos escasos de alguna cosa?

—No lo sé. —Blair estudió las listas colocadas de forma destacada en la puerta de la nevera—. Al parecer tienes controladas las listas de provisiones y tareas… Jefa de Intendencia.

—Humm. Intendencia. —Glenna miró a Blair y le guiñó un ojo—. Me gusta. ¿Crees que puedo conseguir una insignia?

—Veré lo que puedo hacer al respecto. Pero cuando digo que deberíamos salir, estoy pensando más en una expedición de exploración que en una salida para buscar provisiones. Deberíamos ir a echar un vistazo a la base de operaciones de Lilith.

—Esa sí que es una gran idea. —Larkin se volvió desde el fregadero, con las manos cubiertas de jabón; no parecía nada contento—. Darle una pequeña sorpresa, para variar.

—¿Atacar a Lilith? —Moira se interrumpió en su tarea de cargar el lavavajillas—. ¿Hoy?

—No he dicho que fuésemos a atacarles. Relájate —le aconsejó Blair a Larkin—. Nos superan en número con gran diferencia, y no creo que los habitantes de la zona fuesen capaces de entender un baño de sangre a plena luz del día. Pero en esto, la clave es precisamente la luz del día.

—Tenemos que ir hacia el sur, a Chiarrai —intervino Hoyt con voz tranquila—, a los acantilados y las cuevas, mientras aún brilla el sol.

—Exacto. Ellos no pueden salir de día. No pueden hacernos nada mientras merodeamos por la zona y echamos un vistazo. Y sería una bonita continuación a haberlos puesto en fuga anoche.

—Guerra psicológica. —Glenna asintió—. Sí, lo entiendo.

—Eso —convino Blair— y, además, quizá podamos reunir algunos datos interesantes. Vamos a ver qué vemos, exploramos algunas rutas de entrada y salida. Y nos encargamos de hacerle saber a Lilith que estamos allí. O que hemos estado allí.

—Si pudiésemos atraer a algunos fuera. O adentrarnos lo suficiente como para causarles algunos problemas. Fuego —continuó Larkin—. Tiene que haber alguna manera de que podamos iniciar un fuego en las cuevas.

—No es una mala idea. —Blair lo pensó durante un momento—. A esa zorra no le iría nada mal una buena paliza. Vayamos preparados y armados. Pero haremos lo que sea en silencio y con mucha cautela. No queremos que algún turista o alguien de la zona llame a la policía. Luego tendríamos que explicar por qué viajamos en una furgoneta llena de armas.

Hoyt sé levantó.

—Glenna y yo nos encargaremos del fuego.

—¿Por qué? —preguntó Blair.

Por toda respuesta, Glenna extendió la mano. Una bola incandescente comenzó a arder en su palma.

—Bonito —decidió Blair.

—¿Y qué pasa con Cian? —Preguntó Moira mientras continuaba metiendo los platos en el lavavajillas—. Él no podrá abandonar la casa.

—Entonces se quedará aquí —concluyó Blair categóricamente—. Larkin, si ya has terminado aquí, ve a cargar algunas armas.

—En la torre tenemos algunas cosas que nos podrían ser útiles. —Glenna acarició el brazo de Hoyt con las puntas de los dedos—. ¿Hoyt?

—No podemos dejar a Cian aquí sin decirle lo que hemos planeado.

—¿Quieres despertar a un vampiro a esta hora del día? —Blair se encogió de hombros—. Muy bien. Tú primero.

A Cian no le importó ser molestado durante su período de descanso. Imaginaba que una puerta cerrada con llave sería, para cualquiera, una clara señal de que deseaba privacidad. Pero ese tipo de detalles no parecían ser nunca un impedimento para su hermano. De modo que ahora estaba despierto, bajo la tenue luz, escuchando los planes para ese día.

—Así pues, si no te he entendido mal, me has despertado para decirme que pensáis viajar a Kerry para fisgonear en las cuevas de Lilith.

—No queríamos que te despertases y te encontraras con que nos habíamos ido.

—Ése es mi sueño más anhelado. —Cian hizo un gesto para desechar el comentario—. Al parecer, la buena y sangrienta pelea de anoche no es suficiente para la cazadora.

—Creo que ir allí es una buena estrategia.

—La última vez que fuimos, las cosas no salieron muy bien, ¿verdad? Hoyt permaneció un momento en silencio, pensando en King y en su pérdida.

—Y tampoco para ti y para mí la vez anterior a ésa —añadió Cian—. Tú acabaste casi incapaz de dar un paso y yo me caí de cabeza por el jodido acantilado. No es uno de mis recuerdos más felices.

—Esos tiempos eran completamente diferentes, y tú lo sabes muy bien. Ahora es de día y, esta vez, Lilith no podrá saber que vamos. Pero, como es de día, tú tienes que quedarte en casa.

—Si crees que me enfadaré por eso, estás muy equivocado. Tengo muchas cosas que hacer para mantenerme ocupado. Llamadas y correos electrónicos que he desatendido estas últimas semanas. Aún tengo negocios que requieren mi atención, y a los que podría dedicarme ahora, puesto que me has sacado de la cama en mitad del maldito día. Permíteme añadir que será un gran placer para mí tener a cinco ruidosos humanos fuera de la casa durante algunas horas, eso te lo puedo asegurar.

Cian se levantó, fue hasta su escritorio y escribió algo en una libreta.

—Puesto que vais a ir arriba y abajo, necesitaría que fueras a esta dirección. Es un carnicero de Ennis que te venderá sangre. Sangre de cerdo —añadió Cian con una leve sonrisa mientras le entregaba el papel a su hermano—. Le llamaré para que sepa que alguien pasará a recoger el pedido. Por el pago no hay problema, tengo cuenta en la carnicería.

Hoyt advirtió que, en ese tiempo, la escritura de su hermano había cambiado. Muchas cosas habían cambiado.

—¿Y ese carnicero no se pregunta por qué…?

—Si lo hace, es lo bastante inteligente como para no decirlo. Y no cabe duda de que está encantado de recibir unos euros extras. Ésa es ahora la moneda aquí.

—Sí, Glenna me lo explicó. Estaremos de vuelta antes de la puesta de sol.

—Más os vale —murmuró Cian cuando Hoyt se hubo ido.

Fuera de la casa, Blair metió una docena de estacas en un cubo de plástico. En la camioneta ya habían cargado espadas, hachas y guadañas. Toda la fiera variedad. Resultaría muy interesante tener que explicarlo si alguien los paraba por el camino, pero ella no pensaba explorar el nido de un vampiro sin ir armada hasta los dientes.

—¿Quién quiere conducir? —le preguntó a Glenna.

—Yo conozco el camino.

Blair decidió tomar el control; se subió a la furgoneta y se sentó en el asiento de detrás de Glenna mientras los demás se unían a ella.

—Bien, Hoyt, ¿has estado alguna vez en esas cuevas? Me imagino que esa clase de cosas no cambian mucho en unos cuantos cientos de años.

—Muchas veces. Pero ahora son diferentes.

—Los dos hemos estado en ellas —explicó Glenna—. Mediante la magia. Hoyt y yo hicimos un conjuro antes de abandonar Nueva York. Fue muy intenso.

—Dame los detalles.

Blair escuchó lo que le contaba Glenna mientras una parte de su cerebro iba marcando la ruta, puntos sobresalientes, pautas de movimiento…

En ninguna parte había visto lo que Glenna describía. Un laberinto de túneles, cámaras cerradas con gruesas puertas, cadáveres apilados como si fuesen basura. Personas encerradas en jaulas como ganado en un corral. Y los sonidos —Blair podía oírlos en el fondo de su cabeza—: los sollozos, los gritos, las plegarias.

—Una urbanización de lujo para vampiros —murmuró—. ¿Cuántas entradas hay?

—No podría decirlo —contestó Hoyt—. En mis tiempos, los acantilados estaban llenos de cuevas. Algunas eran pequeñas, otras lo bastante grandes como para que un hombre cupiese de pie. Pero ahora hay más túneles, más anchos y altos que los que yo recuerdo.

—O sea que Lilith ha excavado. Ha tenido mucho tiempo para convertir el sitio en un lugar hogareño.

—Si pudiéramos dejarlos encerrados —comenzó a decir Larkin, y Moira se volvió hacia él con una expresión de horror.

—Hay gente allí dentro. Personas prisioneras en jaulas, como si fuesen animales. Cadáveres apilados sin ni siquiera un entierro decente. Larkin cubrió la mano de Moira con la suya y no dijo nada.

Blair intervino.

—No podemos sacarlos de allí. Eso es lo que Larkin se calla. —«Pero había que decirse», pensó Blair—. Aunque algunos de nosotros intentásemos una acción suicida, eso es exactamente lo que sería. Nosotros moriríamos y ellos morirían. El rescate es implanteable. Lo siento.

—Un conjuro —insistió Moira—. Algo para cegar o atar, sólo hasta que podamos liberar a las personas a las que han capturado.

—Ya intentamos dejar ciega a Lilith una vez. —Glenna buscó los ojos de Moira a través del espejo retrovisor—. Y fracasamos. Quizá pudiéramos intentarlo con un conjuro de transporte.

Ahora su mirada se dirigió a Hoyt.

—¿Crees que sería posible transportar a seres humanos?

—Nunca lo he hecho. Los riesgos…

—Esas personas morirán allí. Muchas ya han muerto. —Moira se incorporó en su asiento para coger a Hoyt del hombro—. ¿Qué riesgo es mayor que la muerte?

—Podríamos hacerles daño. Usar conjuros que podrían lastimarlos…

—O salvarlos. ¿Qué crees tú que elegirían ellos? ¿Qué elegirías tú?

—Ella tiene razón —convino Blair. «Si es que podían conseguirlo», pensó. Pero si podían salvar aunque sólo fuese a uno de los prisioneros, habría merecido la pena. Y sería una buena patada en el culo de Lilith—. ¿Hay alguna posibilidad?

—Para hacerlo, es preciso ver lo que vas a trasladar —explicó Hoyt—. Y hay más posibilidades de éxito cuanto más cerca estás del objeto que quieres transportar. En este caso, sería a través de una pared de roca, y por tanto no veríamos nada.

—No necesariamente —lo contradijo Glenna—. Pensemos en ello, discutámoslo.

Mientras ellos hablaban —argumentaban, discutían— Blair dejó que todo fuese cociéndose en un rincón de su mente. «Bonito día», pensó con expresión ausente. El sol brillando sobre todo aquel verde. El extenso y encantador terreno ondulado donde pastaban ociosamente las vacas. Los turistas debían de estar fuera, dando vueltas por ahí y disfrutando del día luminoso después de la tormenta del día anterior. De compras en el pueblo o visitando boquiabiertos los Riscos de Mohr, tomando fotos y grabando vídeos de los dólmenes en The Burren.

Ella había hecho eso mismo una vez.

—¿Geall se parece en algo a este paisaje?

—Bastante, en realidad —contestó Larkin—. Esto es muy parecido a nuestro hogar excepto, bueno, las carreteras, los coches, la mayor parte de los edificios… Pero la tierra es muy similar a la nuestra, sí.

—¿Qué haces allí?

—¿Hacer? ¿A qué te refieres exactamente?

—Bueno, un tío tiene que ganarse la vida, ¿verdad?

—Oh. Trabajamos la tierra, por supuesto. Y tenemos caballos, para criarlos y venderlos. Excelentes caballos. He dejado a mi padre escaso de ayudantes. En este momento no debe de estar muy contento conmigo.

—Si finalmente acabas salvando el mundo, tu padre lo entenderá.

Debería haber sabido que Larkin trabajaba con las manos, pensó Blair. Las tenía fuertes y duras, y su propio aspecto era el de un hombre que pasaba la mayor parte del tiempo al aire libre. Todos esos mechones desteñidos por el sol, el color dorado de su piel.

Guau, tranquilas, hormonas. Larkin era sólo otro miembro del equipo del que ella formaba parte. Era algo positivo saber todo lo posible sobre quienes luchaban a tu lado. Y una estupidez permitirte sentir deseo por alguno de ellos.

—De modo que eres un granjero —continuó Blair.

—Sí, en el fondo lo soy.

—¿Y cómo es que un granjero sabe usar la espada como tú?

—Ah. —Larkin se volvió para mirarla más directamente. Por un momento, sólo por un instante, olvidó lo que iba a decir. Sus ojos eran tan azules y profundos…—. Es que también organizamos torneos. ¿Juegos? Me gusta participar en ellos. Me gusta ganar.

Blair también podía entender eso. Aunque probablemente lo imaginase más tipo Hollywood que Geall.

—Sí, a mí también me gusta ganar.

—¿De modo que te gustan los juegos?

En esa pregunta había una segunda intención burlona, festivamente sexy. Tendría que haber estado clínicamente muerta para no haberla percibido. Clínicamente muerta desde hacía un mes, pensó, para no sentir ese pequeño zumbido.

—No demasiado, pero siempre gano cuando participo.

Larkin pasó un brazo por el respaldo del asiento de Blair con un movimiento natural.

—En algunos juegos, ambos bandos ganan.

—Tal vez. Pero en general, cuando yo lucho, no se trata de un juego.

—El juego equilibra la lucha, ¿no crees? Y nuestros torneos, bueno, al parecer nos han servido como una especie de preparación para aquello a lo que tendremos que enfrentarnos. En Geall hay muchos hombres, y también algunas mujeres, que tienen mucha habilidad en el uso de la espada y de la lanza. Si la guerra se libra allí, como nos han dicho, tendremos un buen ejército para hacer frente a esas cosas.

—Lo necesitaremos.

—¿Y tú qué haces? —Preguntó Larkin—. Glenna dice que aquí las mujeres deben trabajar para ganarse la vida. O que la mayoría de ellas lo hacen. ¿A ti te pagan para cazar vampiros?

—No. —Larkin no la estaba tocando, y no podía decir que estuviese tratando de ligar con ella, pero Blair sentía como si lo estuviese haciendo—. Las cosas no funcionan de ese modo. Mi familia tiene algo de dinero. Quiero decir, no es que nademos en la abundancia ni nada por el estilo, pero no pasamos apuros económicos. Tenemos pubs. Chicago, Nueva York, Boston. Cosas así.

—¿Pubs? Me gusta un buen pub.

—¿Y a quién no? De todos modos, también suelo trabajar como camarera. Y a veces como entrenadora personal.

Larkin enarcó las cejas.

—¿Entrenamiento? ¿Para luchar?

—No exactamente. Es más una cuestión de salud y vanidad. Ayudar a la gente a ponerse en forma, perder peso, tonificarse. No necesito mucho dinero para vivir, de modo que la cosa me funciona. Y me deja también cierta libertad para largarme cuando lo necesito.

Blair desvió la vista de él. Moira estaba mirando por su ventanilla como una mujer atrapada en un sueño. En el asiento delantero, Hoyt y Glenna continuaban hablando de magia. Blair se acercó un poco más a Larkin y le dijo casi en susurros:

—Mira, tal vez nuestra pareja de enamorados puedan conseguir este asunto del transporte y tal vez no. Si Glenna y Hoyt no lo logran, tendrás que encargarte de manejar a tu prima.

—Yo no puedo hacer eso.

—Seguro que sí. Si existe alguna posibilidad de entrar en esas cuevas, o de provocar un incendio, tenemos que aprovecharla.

Ahora sus rostros estaban muy juntos y sus voces eran poco más que susurros.

—¿Y qué pasa con la gente que hay dentro? ¿Los quemaremos vivos o los sepultaremos con los demás? Moira no lo aceptará. Y yo tampoco.

—¿Tienes idea acaso de los tormentos que están sufriendo ahora mismo?

—Eso no es culpa nuestra.

—Enjaulados y torturados. —Blair mantuvo la mirada fija en él, y su voz era grave y monocorde—. Obligados a mirar cuando uno de ellos es arrastrado fuera de la jaula para ser comido por esos monstruos. Aterrados mientras se preguntan cuál de ellos será el siguiente. Tal vez deseando serlo para acabar de una vez con esa tortura.

Ahora no había nada de diversión en el rostro de Larkin; ni en su tono de voz, cuando dijo:

—Sé lo que hacen.

—Crees que lo sabes. Quizá no beben toda su sangre, no la primera vez. Puede que tampoco la segunda. Esos monstruos vuelven a meterlos en las jaulas después de morderlos. Y la mordedura quema terriblemente. Si consigues sobrevivir a ella, quema. La carne, la sangre, el hueso; un recordatorio del dolor insoportable sentido cuando esos colmillos se clavaron en tu cuello.

—¿Cómo lo sabes?

Blair giró la muñeca para que él pudiese ver la pálida cicatriz.

—Yo tenía dieciocho años, estaba fastidiada por alguna cosa y me descuidé. Estaba en un cementerio en Boston, esperando a que uno de esos monstruos se levantase. Había ido al colegio con ese tío. Había estado en su funeral y oído lo suficiente como para saber que le habían mordido. Tenía que averiguar si también lo habían transformado, de modo que fui al cementerio y esperé.

—¿Él te hizo esto?

Larkin recorrió la cicatriz con un dedo.

—Tuvo ayuda. Es imposible que un vampiro reciente pueda hacerlo. Pero el vampiro que lo había convertido regresó. Más viejo, más astuto, más fuerte. Yo cometí algunos errores, y él no.

—¿Por qué estaba sola?

—Porque siempre salgo sola de caza —le recordó ella—. Pero en este caso había salido para demostrarle algo a alguien. No tiene importancia, pero eso fue lo que hizo que me descuidase. El vampiro viejo no me mordió, sino que me inmovilizó en el suelo mientras el otro se arrastraba hacia mí.

—Espera. ¿Ésa es la forma en que se comporta un vampiro que te ha convertido? Te proporciona…

—¿Comida?

—Sí, ésa sería la palabra adecuada, ¿no?

Blair pensó que era una buena pregunta; estaba bien que Larkin quisiera comprender la psicología y la patología del enemigo.

—A veces. No siempre. Eso depende, diría yo, de por qué el vampiro decide transformarte en uno de ellos en lugar de limitarse a dejarte sin una gota de sangre. Puede que quieran establecer un vínculo, o bien deseen un compañero de cacería. O simplemente contar con un vampiro más joven que se encargue del trabajo sucio. Ya sabes, que trabajen para ellos.

—Entiendo. De modo que el vampiro mayor te retuvo en el suelo para que el joven pudiese alimentarse primero. —«Qué aterrador debió de ser eso», pensó Larkin. Estar allí inmovilizada, probablemente herida. Tener dieciocho años y estar sola mientras algo que tenía el rostro de alguien a quien una vez conociste, venía a por ti.

—Podía oler la tumba en mi antiguo compañero de colegio, tan fresco estaba. Se sentía demasiado hambriento como para ir a morderme en el cuello, de modo que lo hizo aquí. Eso fue un error por parte de ellos, porque el dolor me despertó. Es algo que no se puede expresar con palabras.

Blair se quedó callada durante un momento. La forma en que Larkin le pasó los dedos por la cicatriz como si quisiera atenuar el dolor de una antigua herida, le hizo perder el hilo. No podía recordar la última vez que alguien la había tocado para consolarla.

—De algún modo, conseguí coger la cruz que llevaba al cuello y se la clavé en el ojo de ese cabrón, el que me tenía sujeta en el suelo. Dios, cómo gritó. El otro estaba tan ocupado tratando de comer que no le preocupaba nada más. Era una presa fácil. Ambos lo eran después de eso.

—Pero tú eras sólo una chica.

—No. Yo era una cazadora de vampiros, y también una estúpida. —Miró a Larkin a los ojos para que viese que el consuelo y la compasión no se aguantaban ante el juicio y la estrategia—. Si él hubiese ido a por mí cuello, yo estaría muerta. Sí, probablemente estaría muerta y ahora no estaríamos manteniendo esta conversación. Sé lo que sentí cuando vi a esa cosa acercarse hacia mí, vestido con el traje negro que su madre había elegido para que lo enterrasen. Sé lo que sienten las personas que están dentro de esas cuevas, al menos una parte de lo que sienten. Si no pueden ser salvadas, la muerte es mejor que lo que les espera.

Larkin cerró su mano sobre la muñeca de Blair, cubriendo completamente la cicatriz, y sorprendiéndola con la suavidad de su tacto.

—¿Tú amabas a ese chico?

—Sí. Bueno, al menos de la manera en que amas cuando tienes esa edad. —Ella casi lo había olvidado, casi había olvidado cuan triste se había sentido, incluso a pesar del dolor—. Lo único que pude hacer por él fue eliminarlo, y lo mismo con el vampiro que lo había matado.

—Te costó algo más que esto. —Larkin le levantó la mano y rozó la cicatriz con los labios—. Más que la quemadura y el dolor.

Blair se dio cuenta también de que casi había olvidado lo que significaba que alguien lo comprendiera.

—Tal vez sí, pero me enseñó algo muy importante. No puedes salvarlos a todos.

—Ésa es una lección triste. ¿No crees que, incluso aunque sepas que no puedes hacerlo, debes intentarlo de todos modos?

—Eso es lo que diría un aficionado. Esto no es un juego o una competición. Si te derrotan, estás muerto.

—Bueno, Cian no está aquí para darnos su opinión, pero ¿a ti te gustaría vivir para siempre?

Blair dejó escapar una breve risa.

—Demonios, no.

Había gente en aquella solitaria extensión de acantilado y mar, pero no tanta como Blair había esperado. Las vistas eran impresionantes, aunque suponía que había otras, igualmente espectaculares y más fácilmente accesibles.

Aparcaron y cogieron aquellas herramientas y armas que podían esconder con mayor facilidad. Alguien podría descubrir su espada en la funda que llevaba a la espalda, debajo del largo abrigo de cuero, pensó Blair. Pero para eso tendría que estar mirando. Aunque, si eso sucedía, ¿qué iban a hacer al respecto?

Estudió la configuración del terreno, la carretera, los otros coches que habían aparcado en el lugar. Una pareja de mediana edad había subido hasta algunas de las rocas planas de la base del acantilado, donde ahora se encontraba la carretera. Miraban el mar… absolutamente ignorantes de la pesadilla que vivía debajo.

—Muy bien, así pues, es desde el rompeolas hacia abajo. Habrá que mojarse —concluyó Blair mirando la estrecha franja de esquisto y luego los dientes de las rocas, donde el agua se arremolinaba y formaba charcas de espuma. Miró a sus compañeros—. ¿Podréis hacerlo?

Larkin, por toda respuesta, se deslizó por la pared. Ella empezó a gritarle que esperase, que aguardase un maldito minuto, pero él ya estaba bajando por la rocosa dentada que daba al mar.

No se convirtió en un lagarto, observó Blair, pero no cabía duda de que podía deslizarse como uno de ellos. Se merecía un sobresaliente en huevos y agilidad.

—Muy bien, Moira. Tómatelo con calma. Si resbalas, tu primo debería impedir tu caída.

Cuando Moira comenzó el descenso, Blair miró a Glenna.

—Nunca he hecho esto —musitó ella—. Nunca le había encontrado el jodido punto hasta hoy. Bueno, supongo que siempre hay una primera vez.

—Todo irá bien —la tranquilizó Blair. A continuación, Blair observó el progreso de Moira y se sintió aliviada al comprobar que era casi tan ágil como su primo—. La caída desde aquí no es mala. No te matará.

Blair no añadió que sí le rompería en cambio unos cuantos huesos. No hacía falta. Hoyt y Glenna iniciaron juntos el descenso, y Blair los siguió.

Descubrió que había algunos asideros razonablemente buenos… siempre que no te preocupase la manicura. Se concentró en la tarea que tenía por delante e ignoró las salpicaduras saladas y frías mientras continuaba deslizándose por la pared del acantilado.

Unas manos la cogieron de la cintura y la ayudaron a salvar los últimos metros.

—Gracias —le dijo a Larkin—, pero puedo hacerlo sola.

—Es un poco complicado con la espada. —Larkin alzó la vista hacia la carretera—. Aunque divertido.

—Debemos estar alerta. Probablemente tengan guardias para proteger las cuevas. Quizá algunos sirvientes humanos… aunque debe de ser difícil disponer de seres vivos si allí dentro hay tantos vampiros como tú dices.

—Yo no vi a ningún humano vivo fuera de las jaulas —dijo Glenna—, no al menos entonces, cuando echamos un vistazo.

—Esta vez la cosa es en directo, de modo que si realmente cuentan con algunos humanos, será a ellos a quienes enviarán primero. Hoyt, será mejor que tú vayas delante, ya que conoces la zona.

—Es diferente, todo es tan distinto de antes. —Algo de lo que sentía en ese momento, la emoción y la tristeza, se filtraba en su voz—. La naturaleza y el hombre se han encargado de ello. Esa carretera que hay allí arriba, y el muro, y la torre con la luz.

Alzó la vista y pudo ver los acantilados, la cornisa que le había salvado la vida cuando luchó contra aquello en lo que Cian se había convertido. Una vez, pensó, él había estado allí arriba y había llamado al rayo con la misma naturalidad con que un hombre llama a su perro. Todo había cambiado, no podía negarlo. Pero, aun así, en el corazón de todo aquello, estaba su sitio. Se abrió paso entre las rocas y por encima de ellas, a través de la salpicadura de las olas.

—Aquí tendría que haber una cueva. Y sólo hay… —Apoyó las manos en la tierra y la piedra—. Esto no es real. Es falso.

—Tal vez estás algo confuso —dijo Blair.

—Espera. —Glenna se acercó a Hoyt y apoyó las manos junto a las de él—. Una barrera.

—Es un conjuro —convino Hoyt— para que tenga el aspecto y el tacto de la tierra, pero no lo es. Esto no es tierra ni roca. Es una ilusión.

—¿Puedes romper el conjuro? —preguntó Larkin al tiempo que golpeaba la piedra con el puño probando.

—Esperad. —Con el ceño fruncido, Blair se pasó la mano por el pelo—. O bien Lilith tiene suficiente magia para conseguir esto, o allí dentro hay alguien que puede hacerlo; en realidad no sabemos de qué dispone. Esto es muy ingenioso. —Blair probó la pared—. Realmente ingenioso. Nadie puede entrar a menos que ella quiera. Y nadie puede salir a menos que ella lo permita.

—¿O sea que nos vamos? —preguntó Larkin.

—Yo no he dicho eso.

—Hay más aberturas, otras cavidades en la roca. Las había —se corrigió Hoyt—. Se trata de un conjuro muy poderoso.

—Y nadie siente curiosidad, la gente que viene aquí, los que viven aquí, acerca de ellos. —Blair asintió—. Eso también es muy poderoso. Ella quiere su intimidad. Me temo que tendremos que decepcionarla. Se volvió, con las manos apoyadas en las caderas, buscando.

—Eh, Hoyt, ¿podéis Glenna y tú grabar un mensaje en esa gran roca que hay allí?

—Puede hacerse.

—¿Qué mensaje? —preguntó Glenna.

—Tengo que pensarlo; me parece que «Que te den por culo, zorra» es un poco ordinario.

—Tiembla —musitó Moira, y Blair asintió a modo de aprobación.

—Excelente. Breve, directo, y sólo un poco arrogante. Encargaos de eso, ¿de acuerdo? Luego seguiremos con el resto.

—¿Qué es el resto? —quiso saber Larkin, que dio una patada de frustración contra la pared de piedra—. Un mensaje más poderoso sería romper este conjuro.

—Sí, eso es verdad, pero lo que estoy pensando es que Lilith no sabe que estamos aquí. Y eso podría ser una ventaja. En ese momento, se oyó algo parecido a una pequeña explosión de pólvora y al volverse vieron la palabra Tiembla profundamente grabada en la roca. Debajo había un dibujo, asimismo tallado en la piedra, de lo que supusieron que era Lilith, con una estaca clavada en el corazón.

—Eh, buen trabajo. Realmente me gusta la ilustración que acompaña el texto.

—Un poco jactancioso —Glenna se sacudió las manos— pero pinto, y no he podido resistirme.

—¿Qué necesitas para realizar el conjuro de transporte?

Glenna resopló.

—Tiempo, espacio, concentración y un montón de jodida suerte.

—Aquí no. —Hoyt meneó la cabeza—. Los acantilados son míos. Las cuevas son suyas. No importa cuánto tiempo haya pasado, los acantilados siguen siendo míos. Haremos el conjuro desde arriba. —Se volvió hacia Glenna—. Primero tenemos que ver. No podemos transportar a ciegas. Es probable que Lilith nos sienta y haga todo lo posible por detenernos.

—Tal vez no inmediatamente. Esta vez no estaremos buscándola a ella, sino a la gente a la que tiene prisionera. Quizá no comprenda lo que estamos haciendo y nos dé el tiempo que necesitamos. Hoyt tiene razón, es mejor hacerlo en la cima —le dijo Glenna a Blair—. En cualquier caso, si conseguimos sacar a alguno de ellos, no querremos transportarlos aquí.

—Una buena observación. —Tal vez no consiguieran mucho de esa expedición, reflexionó Blair, pero quizá no se fueran con las manos totalmente vacías—. Bien, ¿qué haremos con ellos si lo conseguimos?

—Ponerlos a salvo. —Glenna alzó las manos—. Un paso cada vez.

—Yo puedo tratar de ayudarlos. No tengo mucha magia —añadió Moira—, pero podría intentar ayudar.

—Cualquier ayuda es buena —contestó Glenna.

—Muy bien, vosotros tres id a la cima del acantilado. Larkin y yo nos quedaremos aquí, por si… bueno, por si acaso. Cualquier cosa que aparezca por este lado para causarnos problemas tiene que ser humano. Nos encargaremos de ello.

—Eso podría llevar algo de tiempo —le advirtió Glenna.

Blair estudió el cielo.

—Todavía queda mucha luz.

Esperó a que los tres comenzaran el ascenso antes de hablar con Larkin.

—No podemos entrar. Si este conjuro mágico abre las cuevas, no podemos entrar. Hablo en serio. —Le dio un leve golpe en el brazo—. Puedo ver lo que estás pensando.

—¿Oh, en serio puedes verlo?

—Entrar a la carrera, sacar a una o dos jóvenes en peligro, y salir pitando como un héroe.

—Te equivocas en cuanto a la parte del héroe. Eso no es lo que estoy buscando. Sin embargo, una joven en peligro es algo muy difícil de resistir para un hombre.

—Pues resiste. No conoces estas cuevas, no sabes dónde oculta Lilith a los prisioneros, y tampoco sabes cuántos vampiros hay o cómo están equipados. Escucha, no te niego que a una parte de mí le gustaría entrar ahí a saco si esta pared se abre, provocar algún daño y quizá salvar a alguien. Pero jamás conseguiríamos salir con vida, y, por consiguiente, tampoco lo conseguiría nadie más.

—Tenemos las espadas que encantaron Hoyt y Glenna. Las espadas de fuego.

Blair luchó contra su frustración. Era tan irritante tener que explicar estrategia básica…

—Y con ellas nos cargaríamos a unos cuantos vampiros, de eso no cabe duda. Luego, ellos nos cogerán a nosotros y las espadas.

—Entiendo el sentido de tus palabras, pero resulta difícil quedarse quieto y no hacer nada.

—Si el equipo de magos consigue su propósito, no será no haber hecho nada. Eres demasiado bueno peleando como para que te perdamos por intentar hacer algo que no funcionará.

—Oh, un cumplido. No salen muchos cumplidos de tus labios. —Larkin le sonrió mientras las gotas de agua de mar brillaban en su pelo—. No entraré en las cuevas. Tienes mi palabra. —Tendió la mano y cuando Blair se la cogió, él se la apretó levemente—. Pero nada nos impide provocar un buen fuego en el agujero si esta jodida roca se abre. Es lo que tú llamarías hacer una declaración, ¿verdad?

—Supongo que sí. No te pongas arrogante, Larkin.

—Me temo que he nacido así. ¿Qué puedo hacer, después de todo?

Larkin se volvió hacia la pared y se apoyó en una de las rocas mojadas mientras recibía las gotas de espuma. Parecía tan relajado, pensó Blair, que podría haber estado sentado en el salón, junto al fuego.

—Bueno, es probable que dispongamos de algo de tiempo, así que, dime, ¿cómo supiste por primera vez que ibas a ser cazadora de vampiros?

—¿Quieres que te cuente la historia de mi vida? ¿Ahora?

Larkin se encogió de hombros.

—Sería una manera de pasar el tiempo. Y reconozco que siento cierta curiosidad. Antes de irme de Geall, no me creía nada de todo esto, en el fondo no. Y ahora, bueno… —Miró pensativo la pared de piedra y tierra—. ¿Qué puedo hacer? —repitió.

Blair decidió que lo que Larkin decía tenía sentido. Se movió para acercarse a él, doblando el cuerpo de modo que pudiera controlar una curva de la pared del acantilado mientras él se encargaba de vigilar la otra.

—Tenía cuatro años.

—Eras muy pequeña —dijo él—. Demasiado pequeña como para poder comprender cuestiones tan oscuras y reales. Quiero decir asuntos que no son sombras que una niña imagina que son monstruos.

—Las cosas son un tanto diferentes en mi familia. Yo pensaba que sería mi hermano. Estaba celosa. Supongo que eso es bastante natural, la rivalidad entre hermanos. —Deslizó las manos dentro de los bolsillos de su abrigo de cuero negro, jugando con la botella de plástico con agua bendita que había guardado allí antes de abandonar la casa—. Él debía de tener seis años o seis y medio. Mi padre había estado trabajando con él. Acrobacias simples, artes marciales y armamento básicos. En aquella época, en mi casa había mucha tensión. El matrimonio de mis padres se estaba desmoronando.

—¿Cómo?

—Son cosas que pasan. —Tal vez en su mundo el cielo fuera rosa y el amor durase para siempre—. La gente se siente insatisfecha, los sentimientos cambian. Aparte de eso, mi madre estaba harta de aquella vida, de lo que hacía que mi padre se ausentara de casa. Ella quería una existencia normal, y cometió el error de casarse con alguien que nunca podría darle esa clase de vida. De modo que se dedicaba a montarle broncas a mi padre mientras él la ignoraba y trabajaba con mi hermano.

«Lo que significaba —pensó Larkin—, que nadie le prestaba atención a ella. Pobre corderito».

—Así que yo siempre estaba persiguiendo a mi padre, para que me entrenase también a mí, o tratando de hacer algunas de las cosas que hacía mi hermano.

—Mi hermano pequeño también me seguía como una sombra cuando éramos niños. Supongo que sucede lo mismo en rodos los mundos —dijo Larkin.

—¿Te fastidiaba? ¿Te molestaba?

—Oh, a veces me volvía loco. Otras veces no me importaba demasiado; si estaba cerca, resultaba más fácil echarle la bronca. En otros momentos, en cambio, era una buena compañía.

—Es muy parecido a lo que ocurría entre mi hermano y yo. Entonces, un día, estábamos en la zona de entrenamiento; un espacio de la casa donde la mayoría de las familias tendría una sala de estar. Allí teníamos un equipo bastante completo: pesas, un potro, barras asimétricas, anillas. Un espejo cubría toda una pared.

Ella aún podía ver perfectamente el reflejo de su padre y de su hermano, en el espejo, tan juntos, mientras ella permanecía a un costado. Sola.

—Yo les observaba en el espejo; ellos no sabían que estaba allí. Mi padre le estaba echando a Mick, mi hermano, un buen rapapolvo, porque Mick no podía realizar uno de los movimientos. Saltar hacia atrás —musitó—, echarse al suelo, rodar sobre el hombro y lanzar la estaca al blanco. Mick no lo conseguía y mi padre estaba empeñado en que debía hacerlo. Finalmente, mi hermano se cansó y tiró la estaca.

Se detuvo casi rozando sus dedos, recordó. Como si hubiese estado hecha para sus manos.

—La estaca llegó rodando hasta mí. Yo sabía que podía hacerlo, y quería demostrárselo a mi padre. Sólo quería que él me mirase, de modo que lo intenté. «Mírame, papá», le dije, e hice lo que le había visto hacer a él una y otra vez tratando de que Mick entendiese la secuencia del movimiento.

Cerró los ojos un momento porque aún podía verse a sí misma; todavía era capaz de sentir aquel momento en su interior. Como si el mundo se hubiese detenido y, durante aquellos breves segundos, sólo ella hubiese estado en movimiento.

—Hice blanco en el corazón. Fue sobre todo suerte, pero la estaca se clavó en el corazón del muñeco. Yo me sentía tan feliz… ¡Lo había conseguido! A Mick los ojos se le salían de las órbitas, luego… luego esbozó una leve sonrisa… sólo una leve sonrisa. Entonces no supe lo que significaba, sólo pensé que estaba contento de ver lo que yo había hecho, porque ambos nos llevábamos bastante bien. Mi padre no dijo nada durante unos segundos, a mí me pareció una hora, y pensé que iba a gritarme.

—¿Por haber hecho algo bien?

—Por entrometerme. Aunque en realidad no se trataba de que gritase. Mi padre jamás alzaba la voz; era una cuestión de control. Pensé que iba a decirme que regresara con mi madre. Ya sabes, que me fuese de allí. Pero no lo hizo. Le dijo a Mick que se fuese arriba, y nos quedamos solos él y yo. Sólo mi padre y yo, y finalmente me miró.

—Debía de sentirse muy orgulloso, muy satisfecho.

—No, nada de eso. —Blair soltó una risa breve y carente de todo humor—. Estaba decepcionado. Eso fue lo que vi en sus ojos cuando finalmente me miró. Estaba decepcionado de que fuese yo y no Mick. Ya no podría deshacerse de mí.

—Seguramente él… —Larkin se interrumpió cuando ella se volvió y lo miró fijamente—. Lo siento. Lamento que su falta de visión te hiciera daño.

—No puedes cambiar lo que eres. —Ésa era otra lección que había aprendido por las malas—. De modo que se dedicó a entrenarme y Mick se dedicó al béisbol. Ese había sido el significado de su sonrisa. Alivio, alegría. Mick jamás había querido lo que mi padre quería para él. Él se parece más a mi madre. Cuando ella se marchó, cuando pidió el divorcio, quiero decir, se llevó a Mick y yo me quedé con mi padre. Conseguí lo que quería, más o menos. Se puso tensa cuando Larkin le pasó un brazo por los hombros, pero cuando quiso alejarse, él la estrechó aún más en un abrazo de consuelo.

—No conozco a tu padre y tampoco a tu hermano, pero, desde luego, prefiero estar aquí contigo que con alguno de ellos. Luchas como un ángel vengador. Y hueles muy bien.

Larkin le arrancó una carcajada, una carcajada auténtica, y ella se relajó contra la roca húmeda, con su brazo aún alrededor de los hombros.