10

Ella conocía ese tono…, cuando «tengo que hablar contigo» significaba en realidad «tengo que discutir contigo». Y eso le parecía bien, eso era genial. Se encontraba de un humor perfecto para una trifulca rápida y sucia.

Pero eso no significaba que fuera a ponerle las cosas fáciles a Larkin.

Permaneció sentada.

—Obviamente, has pasado por alto el hecho de que en este momento estoy ocupada.

—Obviamente, has pasado por alto el hecho de que me importa una mierda.

—Es mi habitación —espetó ella fríamente— y lo que he decidido hacer.

—Entonces échame de la habitación; ¿por qué no lo haces?

Ella se volvió hacia él y estiró las piernas casualmente, en un gesto que sabía que era insultante.

—¿Crees acaso que no podría hacerlo?

—Creo que, en este momento, tendrías muchos problemas para conseguirlo.

—Por tu expresión, me parece que has venido a buscar jaleo. De acuerdo. —Cruzó los pies a la altura de los tobillos… un lenguaje corporal sólo un poco más insultante, pensó. Con un ademán ocioso, cogió una botella de agua y lo señaló con ella antes de beber—. Di lo que hayas venido a decir y luego márchate.

—Por el sonido de tu voz, cara, me estabas esperando.

—Sé que te pasa algo conmigo, lo has dejado bastante claro. De modo que escúpelo ya, Larkin. No tenemos mucho tiempo y yo no tengo paciencia para agravios insignificantes.

—¿Acaso es insignificante hablar de un modo tan insensible acerca de destruir los hogares de la gente, el trabajo de toda su vida, todo aquello que han construido y por lo que se han esforzado?

—Se trata de una estrategia legítima y probada en tiempo de guerra.

—Habría esperado oír esas palabras de Cian. Él es lo que es y no puedo hacer nada para evitarlo. Pero no de ti, Blair. Y no se trata solamente de la estrategia, sino de la manera en que lo has dicho, de la forma en que has hablado de esas personas que defenderían sus hogares; como si fuesen un estorbo, unos rebeldes, seguí tus palabras.

—Lo serían, al crear un problema que no podemos afrontar.

—Pero en cambio sí podrías afrontar el hecho de quemar sus casas.

Ella conocía demasiado bien el aspecto y el sonido que tenía la aversión airada de un hombre. Lo único que podía hacer era fortalecerse contra eso.

—Es mejor perder madera y ladrillo que carne y hueso.

—Un hogar es mucho más que madera y ladrillo.

—No podría decirlo, nunca he tenido uno, pero ésa no es la cuestión. En cualquier caso, sólo lo hemos planteado, no lo hemos hecho. De modo que si eso es todo…

—¿Qué quieres decir con que nunca has tenido un hogar?

—Digamos que nunca desarrollé un vínculo emocional con el techo que tenía encima de mi cabeza. Pero si lo tuviese, preferiría verlo desaparecer antes de que eso me ocurriese a mí, o a cualquiera que me importase. —Los músculos de la parte posterior del cuello se le habían tensado como cables, provocándole una jaqueca que le llegaba directamente al cráneo—. Y ésta es una discusión ridícula, porque no vamos a quemar nada.

—No, porque nosotros no somos los monstruos.

Blair palideció ante ese comentario. Larkin pudo ver cómo el color desaparecía de su rostro.

—Eso significa que tú no lo eres y que Hoyt no lo es, pero Cian y yo somos otra historia. Muy bien. No es la primera vez que me comparan con un vampiro.

—No es eso lo que estoy haciendo.

—Lo esperabas de él, pero no de mí —le recordó Blair—. Bien, puedes esperarlo. No, tacha eso, no esperes nada. Y ahora lárgate de mi habitación.

—No he terminado —dijo él.

—Yo sí. —Blair se levantó y se dirigió hacia la puerta. Cuando Larkin se colocó delante de ella y la cogió del brazo, ella se liberó de un tirón—. Muévete o yo me encargaré de que lo hagas.

—¿Ésa es tu solución? ¿Amenazar, empujar, golpear?

—No siempre.

Sin embargo, su puño salió lanzado hacia arriba y llegó a su destino antes de que la idea de hacerlo llegase a su cerebro. El golpe derribó a Larkin y la dejó asombrada, conmocionada y avergonzada. Perder el control con un ser humano, causar daño físicamente a una persona, eso no estaba permitido.

—No pienso disculparme, porque tú te lo has buscado. No obstante, me he pasado. Y que lo haya hecho significa que he traspasado la línea y que esta conversación tiene que terminar. Ven, levántate.

Le tendió la mano.

Blair no lo vio venir, otro error. Larkin tiró violentamente de su mano y, con la pierna, le levantó los pies del suelo. Cuando ella cayó, él rodó colocándosele encima antes de que Blair pudiese reaccionar.

Ella tuvo un instante para pensar que Larkin había estado entrenando muy bien.

—¿Es así como ganas tus discusiones? —preguntó él—. ¿Con un puñetazo en la cara?

—La discusión ya había acabado. Eso ha sido para afirmar mi posición. Vas a desear alejarte de mí, Larkin, y deprisa. Es tu última oportunidad.

—Que te jodan.

—Que te jodan a ti. —Se lo quitó de encima y luego encogió el cuerpo para bloquear cualquier golpe que él pudiese lanzarle—. No puedes jugar conmigo de este modo. Todo es muy fácil cuando se trata de paseos bajo el sol y de propuestas de comidas campestres, pero cuando las cosas se ponen difíciles, cuando tengo que ser dura, entonces a ti te repugna y soy un jodido monstruo.

—Yo nunca te he llamado de esa manera y no me repugna. Lo que estoy es furioso contigo.

Se abalanzó sobre ella y ambos cayeron rodando nuevamente al suelo. Sus cuerpos chocaron contra una mesa y la volcaron, haciendo que un bol de cristal se hiciera pedazos.

—Si dejaras de intentar machacarme y herirme durante cinco segundos, podríamos acabar con esto.

—Si hubiese querido herirte, en este momento te estarías desangrando por una arteria. No necesito que me juzgues o me sermonees porque he herido tu sensibilidad. No necesito esta mierda de ti ni de…

—Lo que necesitas es cerrar tu maldita boca.

Y Larkin aplastó la suya contra los labios de Blair en un beso furioso y frustrado, a pesar de que el codo de ella encontró la forma de clavarse en su estómago. Él tuvo que apartar la cabeza para recuperar el aliento perdido.

—No me digas que cierre la boca.

Blair lo cogió del pelo con ambas manos y volvió a acercarle los labios a los suyos.

Lo besó con la misma furia, con la misma frustración. Con la misma necesidad. «A la mierda todo —pensó—. A la mierda lo que está bien y lo que está mal, la sensatez, la seguridad. A la mierda el control».

Había momentos en los que tomabas y dejabas que te tomasen.

No significaba nada, se dijo mientras le arrancaba la camisa. Era sólo carne, era sólo deseo sexual. Quería llorar y rugir tanto como devorar.

Se sentó a horcajadas sobre él mientras se quitaba la camiseta por encima de la cabeza. Pero Larkin se irguió, rodeándola con sus brazos al tiempo que su boca encontraba su pecho. Entonces Blair se aferró a él, echó la cabeza hacia atrás y dejó que continuase.

Ahora ella estaba montando de nuevo en el dragón, pensó él, volando con su poder. Blair era como una llama, y su simple quemadura lo volvía loco. Usó los dientes y la lengua, saciándose, mientras los dedos de Blair se hundían en sus hombros, su espalda, en los costados. Entonces la tuvo otra vez debajo de él, elevando y moviendo las caderas mientras sus bocas se juntaban violentamente.

Larkin le deslizó los pantalones hacia abajo y vio que ella no llevaba nada más salvo la mujer, caliente y húmeda. Más caliente y más húmeda cuando su mano la tocó. Su gemido, ronco y profundo, lo hizo vibrar.

Cuando el orgasmo estalló a través de ella, Blair sólo pudo pensar «Dios, gracias Dios». Pero la ansiedad volvió a zarandearla, giró en su interior como un ciclón que la hizo morder, arañar y rasgar.

No pensaba dar cuartel, y tampoco pedirlo; sólo quería aferrarse al cuerpo de Larkin con sus poderosas piernas. Experimentar el exquisito cataclismo de su penetración.

Él arremetió a un ritmo enloquecido, embestida tras embestida, hasta que ambos se consumieron en el mismo fuego.

¿Qué había hecho? Acababa de tener una sesión de sexo frenético y explosivo sin dedicar un solo pensamiento al instinto de conservación, a las consecuencias, a… nada. Ningún pensamiento, absolutamente ninguno, sólo la satisfacción de una necesidad brutal y primaria.

Larkin aún estaba dentro de ella y era como si sus cuerpos se hubiesen fundido debido al intenso calor emanado por ellos. ¿Cómo haría para volver a ser ella misma? ¿Cómo haría para salir indemne de aquello?

Se suponía que no debía sentir de ese modo. Se suponía que no debía querer nada ni a nadie de tal modo que se olvidase de sí misma. No permitir que la tomasen al tiempo que ella también tomaba, en medio de una pasión ciega y salvaje.

Blair no lo había detenido. No había sido capaz de hacerlo. Y ahora pagaría las consecuencias.

Larkin murmuró algo que ella no entendió. Luego frotó la nariz contra su cuello, como si fuese un cachorro, y rodó hacia un lado.

La simple dulzura de ese gesto, después de la ferocidad del asalto que habían mantenido, la desmontó.

—Eres increíble. —Jadeante, Larkin consiguió articular las palabras—. Bueno, ha sido realmente asombroso, y como yo lo había planeado. ¿Estás bien?

«Ten cuidado —se recomendó a sí misma—. Permanece alerta y tranquila».

—Muy bien.

Se sentó y buscó los pantalones.

—Espera un minuto. —Le palmeó el brazo—. La cabeza aún me da vueltas. Y, además, apenas he podido mirarte, considerando que los dos teníamos prisa.

—Lo hemos hecho. —Blair se puso los pantalones—. Eso es lo que cuenta.

Larkin también se levantó y cogió la camiseta de Blair antes de que ella lo hiciera.

—Mírame, ¿quieres?

—No soy muy buena para los análisis posteriores al partido y, además, tengo cosas que hacer.

—No recuerdo ningún partido. Una batalla, tal vez. Pensaba que ambos habíamos quedado en el bando ganador.

—Sí, y estoy bien, tal como te acabo de decir. —Empezaría a temblar en cualquier momento—. Necesito mi camiseta.

Larkin estudió su expresión.

—¿Adonde te has ido? Tienes tantos escondites…

—Yo no me escondo.

Le arrancó la camiseta de las manos.

—Sí, ya lo creo que lo haces. Si alguien consigue acercarse demasiado, tú te deslizas de inmediato hacia uno de tus recovecos.

—A ver, ¿por qué quieres que ahora me enfade? —Se puso la camiseta con movimientos bruscos—. Hemos tenido sexo… sexo realmente bueno. Era algo que se veía venir desde hacía tiempo, y ya ha sucedido. Podemos volver a concentrarnos en lo que importa.

—No creo que aquí las cosas sean tan diferentes de Geall como para decir que lo que hemos tenido ha sido simplemente sexo.

—Mira, vaquero, si lo que quieres es una aventura romántica…

Él se levantó lentamente. El brillo de sus ojos le advirtió a Blair que su mal humor había vuelto. Eso era bueno, de hecho, eso estaba muy bien. Se habían dado un buen revolcón y ahora él se iría.

—No ha habido nada romántico en lo que hemos hecho. Pensaba que lo sería la primera vez que estuviéramos juntos, pero las cosas han tomado otro rumbo, y no me quejo. Pero ahora estás tratando de echarme, de apartarme de ti, del mismo modo que antes con el puñetazo. Permíteme que te diga que ese golpe ha sido más honesto que lo que estás haciendo ahora.

—Ya has tenido lo que andabas buscando.

—Tú sabes muy bien que no era sólo eso.

—¿Qué sentido tiene cualquier otra cosa? ¿Cuál es el maldito sentido? No hay futuro.

—¿Has estado consultando la bola de cristal de Glenna? ¿Eres capaz de ver hoy lo que ocurrirá mañana y al día siguiente?

—Lo que sé es que estas cosas están condenadas antes incluso de que comiencen. Cian no es el único que es lo que es, Larkin.

—Ah, ahora me sales con eso.

—Sólo… —Levantó ambas manos, hizo un gesto en el aire y se apartó de él—. Olvídalo. Si el revolcón no es suficiente para ti, busca en otra parte.

De modo que él la había herido, comprendió Larkin. No era el primero en hacerlo, y no podía decidir si realmente lamentaba lo que había hecho.

—No sé lo que es suficiente para mí cuando se trata de ti. —Recogió sus pantalones y se los puso—. Pero sí sé que me preocupo por ti. Sé que me importas.

—Oh, por favor. —Blair cogió la botella de agua que había encima de su escritorio y bebió un trago—. Si ni siquiera te gusto.

—¿De dónde diablos has sacado eso? ¿Por qué dices algo tan estúpido y tan falso?

—Pareces haber olvidado qué ha sido lo que ha empezado todo esto; para qué has venido a mi habitación.

—No lo he olvidado, pero no sé qué tiene eso que ver con lo que siento por ti.

—Por el amor de Dios, Larkin, ¿cómo podrías sentir algo por alguien al que tienes enfrente en un asunto fundamental?

Larkin pensó muy bien sus palabras antes de hablar. Él sabía muy bien que en esos momentos Blair lo estaba comparando con ese Jeremy del que le había hablado antes. Alguien que no había sido capaz de amarla y aceptar quién era, o que no había querido hacerlo.

—Blair, eres una mujer muy obstinada, y yo también tengo mi vena de testarudez. Mis propios pensamientos y opiniones y, ¿cómo lo llamaste?, sensibilidades. ¿Y con eso qué?

—Con eso, tú y yo —Blair lo señaló, luego se golpeó ligeramente el pecho y agitó el dedo entre Larkin y ella—, barrera.

—Oh, tonterías. ¿Crees acaso que no puedo disentir de ti, y hacerlo apasionadamente, y a la vez preocuparme por ti? ¿Respetarte, admirarte, incluso sabiendo dentro de mi corazón que estás equivocada acerca de lo que estábamos discutiendo? Apuesto a que, por tu parte, tú crees que soy yo quien está equivocado. No lo estoy —dijo con un leve asomo de sonrisa—, pero ésa es otra cuestión. Si todo el mundo debe creer lo mismo, si nunca existe ninguna diferencia apasionada, ¿cómo se empareja la gente en tu mundo?

—No lo hacen —dijo ella un momento después—. No conmigo.

—Entonces sólo eres estúpida. Y estrecha de mente —añadió ante la mirada boquiabierta de ella—. Y muy dura de mollera también, como creo que te acabo de decir.

Blair bebió otro cauteloso trago de agua.

—No soy estúpida.

—Entonces el resto de lo que he dicho. —Larkin asintió mientras daba un paso hacia ella—. Blair, no siempre a donde vas es lo más importante. Lo que cuenta es el propio viaje, lo que encuentras, lo que haces a lo largo del camino. Yo te he encontrado a ti, y eso es algo muy importante.

—A donde vamos, importa.

—Es verdad. Pero también donde estamos ahora. Tengo sentimientos hacia ti, sentimientos que nunca antes he tenido por nadie. No siempre me resulta fácil acomodarlas dentro de mí, pero procuro cambiar la disposición de las cosas hasta que encajan.

—Tú tal vez. Yo no soy buena en esas cosas.

—Pues como yo sí lo soy, sólo tendrás que seguirme.

—¿Cómo te las has arreglado para darle la vuelta a mis palabras?

Larkin se limitó a sonreír, luego la besó en la mejilla, en la frente y en la otra mejilla.

—Sólo me las he arreglado para que dieses la vuelta hacia mí. Ésa es la dirección correcta.

Blair tenía que mantener la mente concentrada en el trabajo. Si no lo hacía, tendía a vagar en la dirección que Larkin había mencionado. Entonces se encontraba soñando despierta, sonriendo sin ningún motivo, o recordando cómo era despertarse junto a un hombre que la miraba de un modo que la hacía sentir tan mujer.

Aún había demasiadas cosas pendientes como para abandonarse a las fantasías.

—Tienes que ser práctica, Glenna. Todos tenemos que serlo ahora. —Blair tocó con su pie el baúl donde Glenna guardaba sus cosas—. ¿Qué es esencial de lo que tienes aquí dentro?

—Todo.

—Glenna.

—Blair —Glenna cruzó los brazos—, ¿vamos a entrar en batalla o no contra todos los demonios?

—Sí, eso es lo que haremos. Lo que significa que iremos ligeros de equipaje, con facilidad para movernos.

—No, lo que significa que iremos cargados. Éstas son mis armas. —Glenna movió una mano, pensó Blair, como una de esas presentadoras que muestran premios fabulosos—. ¿Piensas dejar tus armas aquí?

—No, pero yo puedo llevarlas a la espalda, algo que tú no puedes hacer con tu baúl de dos toneladas.

—El baúl no pesa dos toneladas. Como máximo, treinta y cinco kilos. —Los labios de Glenna temblaron ligeramente ante la larga y fría mirada de Blair—. De acuerdo, tal vez cuarenta.

—Sólo los libros…

—Pueden ser decisivos. ¿Quién puede decirlo? Yo me encargaré de transportarlos.

—Será mejor que sea un círculo de piedra jodidamente grande —dijo Blair entre dientes—. ¿Sabes que llevas más cosas que todo el resto de nosotros juntos?

—¿Qué puedo decir? Soy una diva.

Blair puso los ojos en blanco y se acercó a la ventana de la torre para mirar la lluvia.

Allí les quedaba ya muy poco tiempo, pensó. Casi era el día de la mudanza. Y aunque ella podía ver —prácticamente ver— a algunas de las fuerzas de Lilith en los árboles, no se percibía ningún movimiento hacia la casa. Ningún ataque.

Ella había esperado que sucediese algo. Después de lo que Larkin había provocado, sólo por el valor que había demostrado, Blair esperaba alguna clase de represalia por parte de Lilith. Parecía casi imposible que encajase semejante insulto, semejante pérdida, sin devolver el golpe.

—Quizá ella está también demasiado ocupada haciendo los preparativos para irse a Geall.

—¿Qué?

—Lilith. —Blair se volvió hacia Glenna—. Hace días que no tenemos noticias de ella. Y la incursión de Larkin tuvo que hacerle daño. Dios, cuando piensas en ello, un solo hombre, desarmado, no sólo consigue entrar en esas cuevas, sino que logra liberar a los prisioneros. Es una patada en pleno rostro.

Los ojos de Glenna brillaron.

—Me gustaría que eso fuese literal además de figurado.

—Ponte a la cola. Pero quizá ahora está demasiado ocupada preparándose para mover su frente como para hostigarnos.

—Es muy probable.

—Voy a la sala de combate. Es necesario que ultimemos los detalles de las trampas que queremos colocar.

—¿Supondrán alguna diferencia?

—¿Qué quieres decir?

—He estado pensado en ello, en todo. En lo que hemos hecho, en lo que han hecho ellos. —Glenna pasó una mano por la tapa de su baúl—. Pero el momento y el lugar ya han sido fijados. Nada de lo que hagamos cambiará ese momento y ese lugar.

—No; Morrigan lo dejó muy claro durante nuestra última conversación. Pero lo que nosotros hagamos, la forma en que manejemos el tiempo entre ahora Y entonces, fijará cómo serán ese momento y lugar. Morrigan también estaba diciendo eso. No te preocupes, es normal que estemos nerviosos.

—Bien. —Con enérgica eficacia, Glenna volvió a colocar en su caja los frascos que había rellenado—. Hoy he llamado a mis padres. Les he dicho que probablemente estaría ilocalizable durante algunas semanas. Les he explicado que lo estaba pasando de maravilla. Naturalmente, no les he dicho nada de todo esto.

Ni siquiera les he hablado de Hoyt; todavía es algo demasiado difícil de explicar. —Cerró la caja y se volvió—. No se trata de que no tenga miedo a morir. Lo tengo, por supuesto… quizá más ahora que cuando comenzó todo esto. Ahora tengo mucho más que perder.

—Hoyt, y el «felices para siempre».

—Exactamente. Pero estoy preparada para morir si es preciso. Tal vez más ahora que cuando esto empezó; por las mismas razones.

—El amor sin duda puede ponerlo todo patas arriba.

—Oh, ya lo creo —fue el sincero asentimiento de Glenna—. Y no cambiaría un solo momento desde que conocí a Hoyt. Sin embargo, todo es tan difícil, Blair. Si no salgo de ésta, no tengo forma de explicarle nada a mi familia. Ellos nunca sabrán lo que me pasó. Y eso me pesa.

—Entonces no te mueras.

Glenna se echó a reír.

—Una idea estupenda.

—Lo siento. No pretendía tomarlo a la ligera.

—No, de hecho es una especie de ánimo. Pero… si me sucediese algo, ¿le llevarías esto a mi familia? —Le tendió un sobre—. Sé que es mucho pedir —añadió al ver que Blair dudaba.

—No, pero… ¿por qué yo?

—Cian y tú sois los que tenéis más posibilidades de salir con vida de esto. No puedo pedirle a él que lo haga. Ellos no lo entenderán, incluso con la carta, pero al menos no se pasarán el resto de sus vidas preguntándose si estoy viva o muerta. No quiero hacerlos pasar por eso.

Blair estudió el sobre, el trazo artístico de la letra con que estaban escritos los nombres y la dirección de sus padres.

—Desde que comenzó esta historia, yo he tratado de comunicarme con mi padre dos veces —explicó Blair—. A través del correo electrónico, ya que en realidad no sé dónde está. No me ha contestado.

—Oh, lo siento. Seguramente está fuera del alcance de…

—No, probablemente no. Es sólo que no me contesta; eso es bastante típico de mi padre. Y necesito superarlo. No es que el asunto en sí no le importe. Una gran guerra de vampiros… realmente le interesaría. Y si yo muriese, lo sentiría. Porque él me entrenó para no ser derrotada. Si sucumbiese, sería como una crítica para él.

—Eso suena muy duro.

—Él lo es. —Blair miró fijamente a Glenna a los ojos—. Y no me ama.

—Oh, Blair.

—Es hora de superar eso también. Tiempo pasado. Tú tienes algo más aquí. —Dio unos golpecitos en el sobre—. Y es importante.

—Lo es —convino Glenna—. Pero ellos no son mi única familia.

—Lo entiendo. Te refieres a lo que tenemos nosotros seis. Es una de las cosas buenas que he encontrado a lo largo del camino. —Blair asintió y guardó el sobre en uno de los bolsillos traseros de sus téjanos—. Te devolveré este sobre el primero de noviembre.

—Eso estaría bien.

—Te veré abajo.

—En seguida. Oh, y ¿Blair? Es muy bonito lo de Larkin y tú. Resulta agradable de ver.

—¿Ver qué?

Ahora Glenna dejó escapar una sonora carcajada.

—¿Es que estoy ciega acaso? Además, ahora tengo la supervisión de rayos X de una recién casada. Sólo estoy diciendo que me gusta la manera en que estáis juntos. Me parece que ambos encajáis muy bien.

—Es sólo… No es… Yo no estoy buscando el gran final estilo Hollywood, donde la música va in crescendo y la luz se vuelve rosada y hermosa.

—¿Por qué no?

—Simplemente las cosas no son así. Yo vivo día a día. Si las personas como yo miran demasiado lejos, acaban cayendo en el gran agujero que alguien ha cavado en el camino, justo delante de ellos.

—Y si no miran lo bastante lejos, o con suficiente intensidad, no pueden ver lo que realmente estaban buscando.

—En este momento, me conformo con evitar el agujero.

Una vez dicho esto, abandonó la habitación. A una mujer que aún estaba flotando en las alas de un amor flamante, era imposible explicarle que había algunas personas que, simplemente, no estaban hechas para eso, pensó. Algunas mujeres no tenían incluido en su destino ese paseo a la puesta del sol, cogidas de la mano del hombre de sus sueños.

Cuando Blair caminaba a la puesta del sol, lo hacía sola, e iba armada y plantando cara a la muerte.

No era exactamente un asunto de romance y futuro esperanzador.

Ella lo había intentado en una ocasión y había sido un desastre que le había estallado en pleno rostro. Larkin no era Jeremy, de eso no había ninguna maldita duda. Larkin era más duro, más fuerte, y, desde luego, más dulce.

Pero eso no cambiaba un ápice la cuestión fundamental. Ella tenía su trabajo —la misión— y él tenía su mundo. No eran precisamente elementos muy adecuados para una relación a largo plazo.

Su rama particular del viejo árbol genealógico de los McKenna moriría con ella. Se había hecho a esa idea después de Jeremy, una vez que se hubo repuesto a duras penas.

Comenzó a avanzar hacia la escalera, pero la música hizo que se detuviese. Alzó la cabeza esforzándose por escuchar, por reconocer. ¿Era Usher?

Joder, ¿era Larkin el que estaba en la sala de entrenamiento jugando con su MP3? Tendría que matarle.

Subió la escalera a la carrera. No es que no apreciara el hecho de que Larkin disfrutara de su música, pero ella había pasado mucho tiempo bajándola de la red e instalándola en el reproductor, y él ni siquiera sabía cómo funcionaba ese jodido chisme.

—Escucha, vaquero, no quiero que…

La habitación estaba vacía y las puertas de la terraza firmemente cerradas. Y la música fluía en el aire. Le pareció extraño.

Apoyó la mano en la estaca que siempre llevaba en la cintura y se acercó lentamente hacia las armas. Las luces estaban encendidas; nada podía esconderse entre las sombras. Sin embargo, cerró la mano alrededor del mango de una guadaña.

La música cesó de golpe; se oyó el sonido de un interruptor.

Lora apareció a través de la pared de espejos.

—Hola, chérie.

—Bonito truco.

—Uno de mis favoritos.

Lora describió un círculo y pareció estudiar la habitación. Llevaba botas de tacón alto, pantalones negros ceñidos y una chaqueta con un top de encaje debajo.

—De modo que aquí es donde entrenáis y transpiráis y os preparáis para morir.

—Aquí es donde nos entrenamos para patearos el culo.

—Tan dura, tan formidable.

Lora flotó alrededor de la habitación con los agudos tacones de las botas rozando apenas el suelo.

«No está aquí —se dijo Blair—. En realidad, no está aquí, es sólo la apariencia engañosa de Lora». Pero para comprobarlo, lanzó una estaca. Vio cómo ésta pasaba a través de la figura de Lora y acababa clavada en la pared.

—Eso ha sido muy descortés de tu parte. —Lora se volvió, ligeramente enfurruñada—. No es forma de recibir a una invitada.

—A ti nadie te ha invitado a esta casa.

—No, la última vez nos interrumpieron antes de que pudieras hacerlo. Pero aun así, te he traído un regalo. Algo que he elegido especialmente para ti. Tuve que viajar a Estados Unidos para buscarlo. Hasta Boston.

Lora giró sobre sí misma con los ojos brillantes como soles.

—¿No te gustaría verlo? ¿O tal vez te gustaría adivinarlo? ¡Sí, sí, sí, debes adivinarlo! Tres posibilidades.

Para mostrar su absoluta falta de interés, Blair permaneció impasible, con los pulgares enganchados en los bolsillos del pantalón.

—Yo no juego con los muertos vivientes, Fifí.

—No eres nada divertida, ¿verdad? Pero un día nos divertiremos; tú y yo. —Se acercó flotando en el aire y deslizó la lengua por los colmillos antes de sonreír—. Tengo tantos planes para ti… Los hombres te han decepcionado, ¿no es así? Pobre Blair. Te negaron su amor y tú en el fondo lo deseas.

—Lo único que deseo es acabar con esta conversación antes de que me ponga enferma.

—Lo que tú necesitas es una mujer. Lo que necesitas… —Hizo un trazo con el dedo en el aire, a escasos centímetros de la mejilla de Blair—. Sí, necesitas el poder y el placer que yo podría darte.

—No me gustan las rubias baratas con estúpido acento francés. Y en cuanto a la ropa… estás súper pasada de moda.

Lora siseó como una serpiente y su cabeza se lanzó hacia adelante como si fuese a morderla.

—Haré que te arrepientas y te arrastres. Y luego te haré gritar.

Blair, deliberadamente, abrió los ojos como platos.

—¡Dios mío! ¿Acaso eso significa que ya no quieres quedar conmigo?

Lora giró en el aire al tiempo que se echaba a reír.

—Me gustas, realmente me gustas. Tienes, eh… estilo. Por eso te he traído ese regalo tan especial. Iré a buscarlo. Aguarda un minuto.

Lora desapareció a través de los espejos.

—A la mierda con esto —musitó Blair.

Cogió una ballesta y la armó. Con ésta en una mano y la guadaña en la otra, comenzó a moverse cautelosamente hacia la puerta.

Aquél era territorio de Glenna, no suyo. Hora de llamar a la bruja.

Pero Lora volvió a deslizarse a través de la pared de espejos, y lo que traía con ella hizo que a Blair se le helase la sangre.

—No. No, no, no.

—Es muy guapo. —Lora deslizó la lengua por la mejilla de Jeremy mientras él se debatía para librarse de ella—. Ahora entiendo lo que sentías.

—Tú no estás aquí. —Oh, Dios, el rostro de Jeremy estaba sangrando. Tenía el ojo derecho hinchado y casi cerrado—. Esto no es real.

—No estoy aquí, pero esto es real. Jeremy, saluda.

—¿Blair? ¿Blair? ¿Qué está pasando? ¿Qué haces aquí? ¿Qué ocurre?

—Fue tan fácil. —Lora lo cogió por el cuello, asfixiándolo mientras lo levantaba unos centímetros del suelo. Y se echó a reír cuando Blair se abalanzó en su dirección, voló a través de ellos y chocó contra la pared—. Me lo ligué en un bar. Unas copas, unas insinuaciones. «Hombres, eternos seductores»: Shakespeare. «¿Por qué no vamos a tu casa?», fue todo lo que tuve que susurrarle al oído. Y aquí estamos.

Lora bajó a Jeremy hasta que sus pies tocaron el suelo, pero no apartó la mano de su cuello.

—Me lo habría follado primero, pero pensé que eso le quitaría encanto al regalo.

—Ayúdame. —Jeremy habló con un silbido ahogado—. Blair, tienes que ayudarme.

—Ayúdame —lo imitó Lora, burlándose de él, y lo lanzó violentamente al suelo.

—¿Por qué estás perdiendo el tiempo con él? —Blair sintió que se le revolvía el estómago cuando Jeremy comenzó a arrastrarse hacia ella—. Si me quieres a mí, ven a buscarme.

—Oh, lo haré. —Lora dio un brinco y cayó encima de Jeremy. Lo colocó de espaldas contra el suelo y se sentó a horcajadas encima de él—. Este humano débil, aunque atractivo, te rompió el corazón, ¿no es así?

—El me abandonó. ¿Qué puede importarme lo que le hagas? Estás perdiendo el tiempo con él cuando deberías estar tratando conmigo.

—No, no, nunca es una pérdida de tiempo. Y sí te importa, chérie. —Lora le tapó la boca a Jeremy con una mano cuando éste comenzó a gritar y luego, sin quitar los ojos de Blair, le abrió la mejilla con la uña para que brotase sangre fresca. Se la lamió de la punta del dedo Hummm. El miedo siempre le da un sabor especial. Implora por él. Si imploras, le dejaré vivir.

—No le mates. Por favor, no le mates. Él no significa nada para ti. No es importante. Déjalo libre, déjalo, ya tienes mi atención. Me encontraré contigo donde quieras. Solas tú y yo. Resolveremos este asunto sólo nosotras dos. No necesitamos que los hombres interfieran. No lo hagas. Pídeme algo a cambio. Sólo tienes que pedirlo.

—Blair. —Lora le dirigió una sonrisa dulce y compasiva—. No tengo que pedir nada. Yo tomo lo que me gusta. Pero has implorado muy bien, de modo que yo… Oh, no seas ridícula. Las dos sabemos que voy a matarle. Observa. Lora hundió los colmillos en el cuello de Jeremy, colocando su cuerpo sobre el de él mientras se movía rítmicamente en una horrible parodia del acto sexual. Blair se oyó gritar y gritar. Y gritar.