Capítulo 27

La venganza no se había llevado a cabo.

Jafar estaba oculto entre las sombras de la terraza y observaba la sala abarrotada y muy iluminada donde se encontraba el hombre que un día había planeado matar. Gervase de Bourmont era uno de los invitados a la fiesta de la victoria. Estaba muy vivo y era la causa de los punzantes celos que atravesaban su corazón.

A pesar de todo, estaba satisfecho de no haber cumplido su juramento de sangre. Si lo hubiera llevado a cabo, no habría obtenido lo que más deseaba en la vida. Al contrario, habría sido el golpe final a sus esperanzas. Unas esperanzas en las que, incluso en esos momentos, no se atrevía a confiar por completo.

Una vez más, su mirada se desvió hacia la joven que estaba al lado del coronel y, de nuevo, sus ojos se encendieron de deseo. «Alysson». Flanqueada por dos de sus tíos, brillaba con un encanto y una energía que no dejaban adivinar su sufrimiento.

Esa actitud despreocupada era el motivo por el cual Jafar no se atrevía a hacer su aparición en la fiesta que había organizado el gobernador general. La supuesta tranquilidad de Alysson y también su propio miedo. Le aterraba pensar que Bourmont pudiera estar equivocado sobre los sentimientos de la joven. El amor lo había convertido en un cobarde.

Jafar sonrió, burlándose de sí mismo. Nadie creería que a un valiente guerrero bereber le costara tanto reunir el coraje necesario para acercarse a una simple mujer. Aunque en su defensa podía decirse que Alysson Vickery no era una simple mujer. Desde el primer día había demostrado su carácter independiente y apasionado, su alma indómita y rebelde. Lo había provocado y desafiado en todo momento, suscitando su enfado y su admiración, al mismo tiempo que un profundo deseo.

Alysson había capturado su corazón y su alma, pero ahora él no tenía agallas para enfrentarse a la verdad. No se atrevía a dar el siguiente paso; a hacer la pregunta que debía hacer porque tenía miedo de su respuesta. Le aterrorizaba que una mujer que significaba más para él que su propia vida se burlara de su amor. Por eso aguardaba entre las sombras, roto de espanto y desesperación.

Dentro del salón, Alysson luchaba contra su propio desasosiego. La sensación de inseguridad no la había abandonado durante las últimas veintiocho horas. Desde que había visto a Jafar en Argel, vivía en un pánico constante a que alguien lo denunciara por traidor, a que lo apresaran, a que lo ejecutaran. Había asistido a la fiesta de la victoria aquella noche por la insistencia de Gervase y porque quedarse sola en casa torturándose era todavía peor.

Simulaba pasárselo bien para no preocupar a sus tíos, aunque por dentro rezaba para que sus temores fueran infundados. Jafar ya debía de estar muy lejos de allí en esos momentos. No había ninguna razón que justificara su presencia en Argel ya que las negociaciones habían terminado y el destino del sultán estaba sellado. Abdel Kader había embarcado en dirección a Francia aquella misma mañana, acompañado de su familia y sus amigos más cercanos.

Desde la azotea de la casa alquilada, Alysson había visto al legendario personaje, espléndido con su burnous escarlata, mientras cabalgaba por las calles aclamado por gritos de apoyo de miles d e personas. Su partida marcaba el final de una era violenta, pero Alysson sentía tristeza por su derrota. Emir Abdel Kader había demostrado ser un líder nato, un gran soldado, un buen administrador, un orador persuasivo y un oponente caballeroso. Durante quince años había llevado a cabo una valiente lucha contra la dominación francesa y mantenido a raya a una docena de generales galos y a varios príncipes herederos. Ahora tendría que pagar por su rebeldía.

Sin embargo, su principal preocupación no era el líder vencido, sino Jafar. ¿Qué haría ahora que su comandante se había rendido? ¿Aceptaría la derrota o continuaría la guerra por su cuenta en condiciones de enorme desventaja? ¿Habría sido capturado? ¿Podría enterarse ella si lo capturaban?

Las dudas la volvían loca.

Oh, ¿es que nunca acabaría esta velada interminable?, se lamentó Alysson, mientras se apretaba las manos para que no se notaran sus temblores.

En aquel momento, se dio cuenta de que Gervase la miraba y se sintió incapaz de seguir disimulando una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. Murmuró algo sobre falta de aire, se abrió paso entre la multitud de caras anónimas y se dirigió a la terraza. Una vez fuera, respiró hondo, pero fue un error. El patio, iluminado por la luz de la luna, estaba lleno de buganvilias de color escarlata, adelfas y otras plantas que florecían a lo largo de todo el año. Sus dulces fragancias le trajeron a la memoria recuerdos de otros aromas, de las noches exóticas que había pasado en brazos de Jafar. Presa de la pasión sin esperanza, se apoyó en la barandilla, agachó la cabeza y rezó para dejar de sentir.

Una eternidad más tarde, Jafar salía de entre las sombras con su nombre en los labios. Alysson se volvió hacia él, sobresaltada, y lo encontró a escasos centímetros de distancia. Como aquella otra vez, tres meses atrás, iba vestido con un elegante estilo europeo.

—Jafar —susurró. El temblor de su voz delató la felicidad que sentía, aunque le costaba creer del todo en lo que veía. Alysson se limitó a disfrutar de la visión de sus ojos profundos y de la expresión de su cara, calma pero intensa al mismo tiempo.

Se miraron durante un buen rato sin decir nada antes de que Jafar se decidiera a romper el silencio.

—Pensaba que ya te habrías marchado de Argel, Ehuresh.

Sin darse apenas cuenta de que había hablado en inglés, Alysson negó con la cabeza. No podía pensar en nada más mientras su vida corriera peligro.

—Jafar, por favor, tienes que marcharte. No deberías estar aquí. Es demasiado peligroso.

—¿Qué pasa, chérie? ¿Es preocupación lo que noto en tu voz?

—¡Sí, claro que es preocupación! Estoy preocupada por ti. Si Gervase te descubre…

—Cálmate, Alysson. Fue el coronel el que me invitó a venir.

Alysson lo miró boquiabierta.

—No lo entiendo. ¿Has hablado con él?

—Largo y tendido. Cree que adquirió una deuda conmigo el día que le perdoné la vida y la está pagando.

Alysson sacudió la cabeza sin entender, pero Jafar no se lo aclaró. Guardó silencio mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas para lo que tenía que decir.

—Tengo que preguntarte una cosa, Ehuresh —dijo al final—. El coronel parece estar convencido… de que me amas. Y yo necesito desesperadamente saber si es verdad.

Alysson lo miró y ya no pudo apartar sus ojos de él. Sus pupilas ambarinas tenían una expresión solemne y vulnerable al mismo tiempo, muy distinta de la del hombre que había jurado vengarse del asesino de su padre.

—¿Y si fuera verdad? —murmuró ella.

Los ojos de Jafar se llenaron de ternura, de hambre, de deseo y de incertidumbre. Alysson leía todas esas emociones con tanta facilidad como si fueran suyas… porque lo eran.

—Si así fuese —respondió él con la voz ronca—, te confesaría mi amor por una mujer a la que hace tiempo que admiro y respeto.

Alysson separó los labios pero no dijo nada. La esperanza había empezado a burbujear con violencia en su interior, pero un nudo en la garganta le impedía hablar. Incapaz de responder con palabras, respondió de la única manera posible, con el corazón. Se acercó más a Jafar, que la abrazó, y se apoyó contra su pecho, con los ojos cerrados.

Jafar sintió que temblaba y notó la humedad de sus mejillas, pero durante unos momentos no hizo nada más que abrazarla con fuerza. Luego, se apartó un poco y enmarcó su cara con las manos.

—Sólo tú puedes calmar la tormenta que azota mi corazón, Alysson. Dime que no me odias.

Dime que un día podrías llegar a amarme.

—Sí… Oh, Jafar, sí.

Antes de que acabara de pronunciar esas palabras, los labios de Jafar ya habían empezado a besarle la barbilla y las mejillas, para sorber sus lágrimas. Ella lo abrazó, con una mezcla de risa y llanto, hasta que él levantó la cabeza y la miró muy seriamente.

—Cásate conmigo, Alysson.

—¿Qui… quieres que me case contigo?

—Sí, amor mío. Estoy pidiendo tu mano. Quiero que seas mi esposa, Alysson. Que compartas mi vida y mi hogar, que seas la madre de mis hijos, que envejezcas a mi lado.

Ella lo miró conmovida hasta que la tristeza ocupó el lugar de la incredulidad en sus ojos.

—Pero tu tribu, Jafar… No me aceptarán porque soy una infiel, una inglesa.

—Te aceptarán encantados, Alysson. Tu valor se ganó los corazones de todos. Una mujer que vence al león es la mujer perfecta para traer al mundo a los hijos de un amghar bereber. Eso es lo que dicen.

Saber que los miembros de la tribu de Jafar habían estado discutiendo sobre la idoneidad o no de Alysson como esposa del jefe debería haberla molestado, pero lo que sintió fue un gran alivio, seguido de una enorme felicidad. La idea de traer al mundo a los hijos de Jafar la llenaba de gozo.

Éste malinterpretó su expresión porque siguió, en voz más baja:

—Si no quieres vivir en mi país, lo entenderé. Podemos vivir donde tú quieras, en Inglaterra, en Francia, en la India. No me importa, siempre que estés a mi lado.

Los ojos de la joven volvieron a llenarse de lágrimas. Sabía que le importaba, pero, además, estaba dispuesto a abandonar su patria, su vida, su país, todo por lo que había luchado… por ella.

—No llores, mi amor —le suplicó él en su idioma—, no soporto verte llorar.

—No estoy llorando —replicó ella en un inglés entrecortado—. Y sí, podemos vivir aquí, Jafar.

—Entonces… ¿te casarás conmigo?

—Sí, me casaré contigo.

Jafar le enjugó las lágrimas con los pulgares. Era muy dulce y delicado, pero aún no parecía muy convencido.

—No será tan difícil como piensas, Alysson. No quiero aplastar tu libertad ni tu independencia.

No quiero que cambies tu manera de ser para amoldarte a nuestra cultura porque tu espíritu apasionado es una de las cosas que más me gustan de ti. Tampoco espero que renuncies a tu religión.

Un hombre musulmán puede casarse con una mujer cristiana y no va en contra del Corán. Podemos celebrar dos ceremonias, una musulmana y otra cristiana, para contentar a tus tíos y a mi abuelo — dijo sin dejar de mirarla.

La temblorosa sonrisa de Alysson debió de calmarlo un poco porque siguió un poco más relajado:

—En cuanto a nuestros hijos, creo que podemos llegar a un compromiso. Se criarán en la fe musulmana, pero también aprenderán cristianismo y, cuando sean mayores de edad, podrán elegir la fe que prefieran. ¿Te parece razonable?

—Sí, me parece justo. Pero ¿estás seguro de querer tener una esposa inglesa?

La boca de Jafar se curvó en una leve sonrisa.

—Si me he rebajado a aliarme con los franceses, es más, concretamente con el hombre al que un día juré matar, puedo casarme con una inglesa.

—¿Qué quiere decir que te has aliado con ellos? ¿Estás hablando de Gervase?

—Al parecer, tu coronel quiere que entre a trabajar en la Oficina para Asuntos Árabes —Jafar la guió hasta un banco, se sentó a su lado y le contó la propuesta de Bourmont. Cada vez estaba más convencido de que aceptarla era una buena idea. Estaba seguro de que podría convencer al consejo cuando les planteara la idea.

—¿Qué opinas tú? ¿Te parece bien? —le preguntó al finalizar.

Como respuesta, Alysson le acarició la barbilla. Apenas podía creer que todo eso fuera real, que no formara parte de un sueño.

—Sí, me parece muy buena idea. Desde dentro del gobierno francés podrás ayudar a tu pueblo y me parece una buena razón para olvidarte de tus diferencias con los franceses.

Él suspiró con amargura.

—No es fácil hacer las paces con tu enemigo.

Alysson sabía que pensaba en Gervase.

—¿Le odias todavía?

—Ya no tanto. Tengo que admitir que buena parte de ese odio venía de los celos —confesó—.

Durante todos estos meses, he pensado que estabas enamorada de él.

—No lo estaba, pero no podía permitir que le hicieras daño. Era de ti de quien estaba enamorada.

Tras unos instantes de silencio, Jafar tomó su mano y se cubrió el corazón con ella. Alysson sintió su latido, fuerte y seguro.

—Como yo de ti, Alysson. Te quiero tanto que me duele.

Ella lo miró para hacerle la pregunta que le quemaba el pecho:

—Si me amabas, ¿por qué me dejaste marchar?

—Pensé que serías más feliz con Bourmont —respondió él con sencillez—. En todo caso, la decisión era tuya. Tenías que venir a mí por libre decisión. Si te hubiera obligado a quedarte, me habría convertido en el salvaje que me acusabas de ser. Esperaba… que me amaras lo suficiente como para quedarte.

—Deseaba hacerlo, Jafar, con toda mi alma, pero tenía miedo… por ti. No quería interponerme entre tú y tu gente. No deseaba causarte más problemas. Fui testigo de las consecuencias que te trajo mostrar misericordia ante Gervase y no podía soportar la idea de causarte más daño. Y ahora tampoco podría. ¿Estás seguro de que no se opondrán a que te cases conmigo? Pensaba que tenías que desposarte por intereses políticos.

—Y así es, pero debes entender el concepto bereber de política. Hasta ahora, no podía ofrecerte el tipo de matrimonio que te mereces sin faltar a mi deber. Pero casarme contigo ya no implicará renunciar a mis obligaciones como amghar, si me alío con Bourmont. Según la ley bereber, el amghar puede tomar como esposa a una mujer ajena a las tribus, incluso a una enemiga, para afianzar las alianzas entre pueblos. No sólo está permitido, sino que está bien visto. En este caso, unirme a una extranjera que mantiene buenas relaciones con el jefe de la Oficina para Asuntos Árabes será valorado como algo muy positivo.

Alysson dudó.

—¿Es por eso que quieres casarte conmigo? ¿Para afianzar alianzas?

Aunque lo dijo en un tono desenfadado, Jafar notó la inseguridad en su voz y sonrió con ironía.

—Ven aquí —le ordenó y, sin esperar a que ella obedeciera, la rodeó con sus brazos. Jafar agachó su cabeza y la besó con tanta determinación que Alysson se quedó mareada, pero segura de sus sentimientos. Su boca era tan posesiva como siempre y la reclamaba con la misma pasión y fiereza. Ella respiró hondo después del largo beso. Tenía las mejillas muy sonrosadas y los labios hinchados, pero no le importaba. Deseaba sentir su fiereza, su pasión y sus celos. Esperaba que esa parte de su naturaleza no cambiara nunca.

Jafar sonrió satisfecho al ver la expresión aturdida de Alysson.

—No beso así a mis aliados, Ehuresh —le dijo, con un brillo ardiente y peligroso en la mirada—, ni los considero mis amantes.

—Eso espero —replicó ella entre risas— porque eres muy persuasivo —en un intento infructuoso de recuperar la compostura, Alysson se alisó el vestido. Los ojos de Jafar toparon con su escote que, aunque discreto, dejaba al descubierto parte de su piel nacarada. Al recordar la sensación de sus pezones inhiestos en la boca, Jafar sintió que el deseo se apoderaba de él de un modo incontrolable.

Pero se obligó a apartarse de la tentación, sobre todo porque se encontraban en una casa abarrotada de gente.

—Nada me gustaría más, Ehuresh —le dijo, con la voz muy ronca—, que sacarte de aquí y llevarte conmigo, desnudar tu cuerpo exquisito y hacerte el amor toda la noche…, pero creo que será mejor que vaya a buscar a tus tíos y les pida permiso para casarme contigo.

A Alysson, que se había quedado prendada de la primera parte de su discurso, le costó encontrar la voz para contradecirlo.

—No es necesario, Jafar, no necesito el permiso de mis tíos para casarme.

—En cualquier caso, me gustaría que nos dieran su bendición.

—Estarán encantados puesto que su principal preocupación es mi felicidad. Me imagino que si les das tu palabra de que no volverás a secuestrarme ni a convertirme en prisionera de guerra, te recibirán con los brazos abiertos.

La ligereza con la que Alysson se refirió a ambos temas le quitó un gran peso de encima.

—Supongo —habló con seriedad— que puedo jurarles que me comportaré de manera civilizada de ahora en adelante.

—Tampoco hay que exagerar —murmuró Alysson. No quería que Jafar cambiara. Era un hombre tan fiero y orgulloso como los leones que habitaban en sus montañas, tan salvaje como ellos, imposible de domesticar. Y así deseaba que continuara. Sin duda, en el futuro lo volvería a encontrar arrogante, difícil, dominante, posesivo y muy irritante, pero no quería cambiar ese futuro, ni por todo el oro del mundo.

—De todos modos —insistió él—, quiero asegurarles que pienso cuidar de ti lo mejor que sepa.

—Jafar volvió a vacilar y en sus ojos apareció esa vulnerabilidad que tocaba el corazón de Alysson en lo más profundo—. Sólo puedo ofrecerte un futuro incierto, pero te juro que haré todo lo que esté en mi mano para hacerte feliz.

Convencida ya de que todo era real; de que Jafar no era un sueño y de que sus palabras eran sinceras, Alysson le dio un beso breve y tierno.

—Es más que suficiente —le aseguró—. No quiero un futuro repleto de promesas huecas. Te quiero a ti.

El amor que se reflejaba en los ojos de Alysson, a la luz de la luna, despertó en Jafar una ternura tan fuerte que estuvo a punto de echarse a llorar, pero se contuvo gracias a su fuerza de voluntad.

—Tengo que ir a buscar a tus tíos —repitió, en un murmullo emocionado—. Hemos de discutir el precio de la novia. ¿Cuál de ellos crees que es el más duro regateando?

Alysson sacudió la cabeza, sin entender su insistencia.

—Jafar, ya te he dicho que no tienes que pagarle a nadie para casarte conmigo.

—Pero es que quiero hacerlo, Ehuresh. Es nuestra costumbre… y no quiero que tus tíos piensen que sólo te quiero por tu fortuna.

Ella se echó a reír con ganas.

—No lo pensarán. Tu desprecio por los extranjeros es tan grande que esta boda sólo puede ser por amor.

—Espero que tú también estés convencida de ello.

Alysson alzó las cejas, sorprendida por la humildad de Jafar. Siempre lo había visto actuar con la seguridad de varias generaciones de gobernantes en la sangre, así que aprovechó las circunstancias.

—Tengo una duda —dijo despacio. Aunque su tono había sido despreocupado, Jafar se tensó de inmediato—. Creo —siguió ella, con la cabeza ladeada— que podré acostumbrarme a llamarte «señor» pero, sinceramente, dudo mucho que nunca me habitúe a llamarte «amo» —Jafar se relajó de repente y le dirigió una sonrisa formada por una cuarta parte de ternura y tres cuartas partes de seducción.

—Ésa fue una frase desafortunada y falsa que nunca debí pronunciar. Tal vez la costumbre bereber establezca que soy tu amo, pero tú eres la única dueña de mi corazón, Ehuresh.

—¿Ah, sí?

—De verdad, y pienso pasar el resto de mi vida demostrándotelo.

Con un nudo en la garganta, Alysson lo miró con los ojos brillantes de deseo y la sangre de Jafar empezó a circular desbocada por su cuerpo. Su pasión era tan intensa que perdió de vista todo menos la necesidad de tomarla allí mismo, en aquel preciso instante. Quería enterrarse en ella hasta que ninguno de los dos supiera dónde empezaba el uno y acababa el otro. Jafar alargó los brazos y la sujetó posesivamente.

—Ah, Ehuresh —susurró, mientras le acariciaba los labios con su aliento cálido—. ¿No ves cuánto te amo? ¿No te das cuenta del poder que tienes sobre mí? Me conquistas con una mirada, me derrotas con una sonrisa, me destrozas cuando frunces el cejo…

—Jafar, ¿vas a inundarme de halagos o te comportarás como un hombre de acción y me besarás de una vez?

Él se echó a reír ante su desafiante prometida y la risa permaneció en su alma mientras agachaba la cabeza para besarla.

Pasó un buen rato antes de que ninguno de los dos se acordara de su intención de pedir la bendición familiar. Y un rato aún más largo, antes de que finalmente se levantaran y, de la mano, fueran en busca de los tíos de Alysson.