Capítulo 23

Su oportunidad de escapar se dio del modo más inesperado. El primer día de diciembre llegó marcado por dos acontecimientos preocupantes.

El primero fue una tragedia. El león que merodeaba por las montañas había atacado y destrozado a una mujer de la tribu vecina. Mahmoud le dio todos los detalles truculentos a la mañana siguiente mientras desayunaban.

—Ezim ezher —acabó diciendo el niño con solemnidad—, «el león ruge».

Alysson, que se había quedado sin hambre después del relato, apartó su plato mientras Mahmoud seguía con el tema. Los bereberes sentían un gran respeto por el rey de las bestias y le daban el título de sidi, que significaba «jefe» o «amo». Pero la tribu de Jafar tenía total confianza en la habilidad de su señor para encontrar y matar a la fiera. En aquellos momentos, Jafar ultimaba los preparativos para la caza del león que aterrorizaba a toda la comarca.

Sin embargo, antes de que la expedición se pusiera en marcha tuvo lugar otro acontecimiento muy distinto que dejó en Alysson un mal presentimiento. Varios mensajeros empezaron a llegar del oeste, con noticias del sultán Abdel Kader. El noble líder bereber había sido traicionado por el sultán de Marruecos y debía regresar a Argelia.

Alysson escuchó las noticias con el corazón encogido. Durante aquellas tres semanas, rodeada del lujo y la tranquilidad de la fortaleza de Jafar, había olvidado que la guerra seguía devastando el país. Pero las noticias de Marruecos la devolvieron a la realidad. Para Jafar la guerra no había terminado y, probablemente, no terminaría nunca.

Poco después, llegó el amigo de Jafar, el califa Ben Hamadi, que regresaba del este, donde había reclutado tropas para apoyar a su sultán. La fortaleza de Jafar estaba de camino a la localidad de Constantina, donde se dirigía con sus hombres, así que se había acercado a discutir la suerte de Abdel Kader.

La llegada de los nuevos invitados impidió que Jafar pudiera salir a dar caza al león durante varias horas. Más tarde se celebró un banquete, muy parecido al que habían organizado en el desierto durante la primera visita de Ben Hamadi. Esta vez, Alysson fue invitada a participar, igual que su tío Honoré. La joven era consciente del honor que implicaba la invitación, pero su tío, tal vez a causa del dolor o porque hacía responsable de sus heridas al ejército del califa, fulminó con la mirada al general durante toda la cena y respondió a todas las preguntas con una irritación que rayaba en la mala educación.

De hecho, la atmósfera general era sombría, a pesar de las deliciosas viandas. De primero sirvieron pichones, pollos asados rellenos de olivas y un sabroso pastel de carne. A continuación, llegó el cuscús, acompañado de trozos de cordero, berenjena, nabos y uvas. Pero Alysson casi no reparó en la comida.

Su actitud contrastaba con la de su tío. Mientras él fruncía el cejo, Alysson sonreía al califa con amabilidad y respondía con respeto cada vez que él le dirigía la palabra. Su educación era una muestra de lo mucho que había incidido en ella su relación con Jafar. Durante la última visita de Ben Hamadi, Alysson apenas le había prestado atención. Sin embargo, esa vez escuchó con atención su relato sobre el probable destierro de Abdel Kader. El futuro de Jafar y el de sus compatriotas dependía en gran medida del destino del líder bereber.

—El sultán de Marruecos nos ha traicionado y se ha aliado con los franceses —relató Ben Hamadi—. Se ha negado a seguir ofreciendo refugio a Abdel Kader y ha llegado incluso a amenazar c o n expulsarlo del país por la fuerza. Nuestro sultán debe decidir ahora si se enfrenta a los marroquíes, además de a los franceses.

Alysson buscó a Jafar con la mirada.

—¿Vas a ir en su ayuda? —le preguntó, con la voz ronca.

—Todavía no nos ha llamado —respondió él, con prudencia.

—Pero irás.

—Sabes que sí.

Alysson guardó silencio. Quería discutir y rogarle que lo reconsiderara, pero sabía que nada podría persuadirlo. Nunca abandonaría la lucha mientras su sultán o su país lo necesitaran. Jafar cambió de tema hábilmente. Por un instante, Alysson se sintió angustiada al pensar que tal vez él aún sospechaba de ella. En algún momento lejano Jafar había creído que podía traicionarlo y pasar información a Gervase sobre los planes del ejército árabe.

Tan disgustada estaba que no se dio cuenta de que Ben Hamadi se había dirigido a ella.

—Estoy seguro de que se siente muy aliviada ahora que su prometido, el coronel Bourmont, ha sido puesto en libertad, señorita Vickery.

«¿En libertad?» ¿Gervase estaba en libertad? Sorprendida, se volvió hacia Jafar.

—¿Gervase está en libertad? —le preguntó con un susurro ronco.

Jafar le dirigió una mirada enigmática.

—Sí. Fue intercambiado por dos docenas de prisioneros de guerra la semana pasada.

—Pero no me lo dijiste.

—Acabo de enterarme. Mi teniente, Farhat, regresó ayer con las noticias.

Alysson lo miró consternada.

—Entonces, ¿ahora nos dejarás marchar? —preguntó, casi sin aliento.

Jafar apretó su mandíbula.

—Ya te he dicho que os quedaréis aquí hasta que tu tío esté recuperado por completo.

—Ya está lo bastante fuerte para poder viajar.

—Por supuesto —corroboró Honoré—. Tal vez no pueda montar a caballo aún, pero si pudiera volver a utilizar su litera, no tendría ningún problema.

Alysson abrió la boca, pero Jafar le dirigió una mirada de advertencia.

—Lo hablaremos más tarde, Ehuresh.

Era una orden en toda regla y Alysson sabía que era inútil desafiar su mandato. El grupo siguió con la cena, pero Alysson tenía tantas cosas en la cabeza y en el corazón que no pudo dar un solo bocado más.

Poco después, la conversación se centró en la tragedia local. Discutieron cuál sería la mejor estrategia para matar al león y el general le explicó a Alysson los dos métodos de caza más habituales en Berbería.

—El primero es cavar una zanja profunda, cubrirla con vegetación y atar un cabritillo vivo a un árbol cercano. Los cazadores se esconden y montan guardia hasta que la presa atrae al león con sus gritos. El segundo sistema es formar un círculo con docenas de hombres armados alrededor de la zona de caza del león e ir estrechando el círculo. Los vigías van delante, acompañados por perros y seguidos de cerca por los cazadores a caballo, listos para atacar.

Honoré lo interrumpió.

—No sé por qué tienen que hacer tantos preparativos —dijo con desprecio—. Mi sobrina ha cazado tigres en la India, armada sólo con un rifle.

Ben Hamadi, un deportista entusiasta, se volvió hacia ella con escepticismo.

—¿Es eso cierto?

Alysson le devolvió la mirada, aunque su cabeza estaba en otra parte. Además, si bien era cierto que había matado a un tigre de Bengala siguiendo las instrucciones de su tío Oliver, no se sentía orgullosa de haber acabado con la vida de un animal tan espléndido.

—Sí, excelencia, es verdad —respondió—. Otro de mis tíos es un cazador famoso por su puntería. Y me enseñó muchas cosas sobre caza.

La expresión incrédula de Ben Hamadi se transformó en una de admiración.

—Ninguna mujer de mi país tiene el valor ni la habilidad necesaria para hacer algo así.

—Pero la señorita Vickery no es de nuestro país —replicó Jafar, con frialdad.

A Alysson le hubiera gustado replicar que las mujeres bereberes tenían pocas oportunidades de demostrar tanto su valor como sus habilidades, pero se mordió la lengua.

—Mis habilidades son escasas —dijo, en un despliegue de humildad oriental.

Sin embargo, el califa siguió contemplándola intrigado, mientras se acariciaba la barba. Tras mirar de forma ladina a su anfitrión, Ben Hamadi volvió a dirigirse a ella.

—¿Tal vez podría hacernos una demostración, señorita Vickery? Sin duda Jafar el-Saleh se sentiría muy agradecido si librarais a su pueblo de esa amenaza. Si matáis a la bestia devoradora de hombres, tal vez el saiyid os muestre su agradecimiento con una oferta de libertad.

Alysson no creyó ni por un momento que Jafar fuera a aceptar el trato. Se volvió hacia él y lo interrogó con sus ojos grises. La expresión del bereber, que tenía los dientes apretados, no dejaba traslucir lo que pensaba, pero al final se negó a aceptar la propuesta de su invitado.

—No puedo permitir que la señorita Vickery se ponga en peligro, excelencia —replicó con firmeza, sin apartar sus ojos de los de ella.

—Estoy de acuerdo —corroboró su tío—, sería demasiado peligroso.

El peligro era evidente, pensó Alysson, pero eso no bastaba para rechazar la idea si, con ello, lograba que su tío y ella misma recobraran la libertad. No iba a tener muchas más oportunidades.

Valía la pena intentarlo.

—Aunque así sea, me gustaría que se me concediera la oportunidad de probarlo —declaró, esforzándose para que no le temblara la voz. Se dio cuenta de que Jafar apretaba sus dientes con más fuerza, antes de recuperar su expresión imperturbable.

—Esa bestia ya ha acabado con la vida de una mujer. Es demasiado arriesgado —sin embargo, el califa Ben Hamadi la defendió.

—Pero, sidi, ella misma ha dicho que es una cazadora experta. ¿Serías capaz de negarle la posibilidad de que recupere su libertad?

«¡Sí!», habría querido gritar Jafar, aun cuando admiraba la habilidad del califa para ponerlo en un compromiso. Sabía que Ben Hamadi no aprobaba la presencia de Alysson y de su tío en la fortaleza, puesto que ya no había nada que justificara su cautiverio. Aunque no se lo había dicho abiertamente, esa misma mañana había mostrado su sorpresa ante la reticencia de Jafar a resolver la situación de la cautiva inglesa.

Por supuesto, Ben Hamadi era demasiado inteligente como para poner en cuestión sus decisiones, pero con la astucia que lo había llevado a ser el hombre de confianza del sultán, había creado las condiciones para que Alysson pudiera quedar en libertad. Jafar debía lealtad y obediencia al califa de Abdel Kader y no tenía motivos razonables que justificaran la presencia de la inglesa en su casa, más allá de sus propios deseos egoístas.

Jafar apretó el puño sin darse cuenta. Llevaba semanas negándose a afrontar la posibilidad de perderla y, ahora, ya no se trataba sólo de una probabilidad.

Recordó un viejo proverbio bereber con impotencia: «Se puede capturar y enjaular a una ave salvaje, pero ésta se escapará a la primera oportunidad, y nunca regresará». Podía mantener cautiva a Alysson un poco más, sin embargo, la decisión de quedarse tenía que ser suya. Era ella quien debía elegir.Y después de todo lo que le había hecho pasar, era lo menos que podía hacer por ella. Si la joven optaba por establecerse allí, junto a él, sería porque lo deseaba y no porque él se lo ordenara.

Y ella no parecía desearlo.

—Me gustaría que se me diera esa oportunidad —repitió Alysson en voz baja.

Muy despacio, Jafar se obligó a estirar la mano.

—Muy bien —dijo al final, en voz baja e inexpresiva—. La decisión es tuya.

Honoré miró a su sobrina con preocupación, pero luego pareció darse cuenta de que su libertad estaba más cerca y se sintió aliviado. Alysson, al contrario que él, tuvo la sensación de que una mano gigante le aplastaba el corazón.

Jafar la miró con frialdad. Era como si fueran las dos únicas personas en la sala, que se había vuelto fría e inhóspita. Atrapada en sus ojos gélidos como el hielo, Alysson se estremeció y sintió que su indiferencia era más cruel que su enfado.

El califa Ben Hamadi rompió el silencio entre ellos.

—Bien —dijo, satisfecho—. Entonces, está decidido. Si la señorita Vickery mata al león, su tío y ella quedarán libres.

Poco después, partieron a la caza del ezim. Todavía quedaba luz y no había razón para esperar.

El león era un animal nocturno, así que la noche era el mejor momento para encontrarse con él.

Alysson suponía que a esas alturas la fiera debía de haber regresado a las montañas. Con la claridad que aún quedaba, se aproximarían a su guarida y, cuando saliera la luna llena, podrían continuar la caza con suficiente luz. Entonces ella se acercaría al animal sola, con un único acompañante que le llevaría la munición y una arma de recambio.

Alysson era muy consciente del peligro que corría. Aquel felino era el adversario más temido por el hombre en aquellas latitudes. Su rugido, parecido al trueno, podía petrificar de miedo a su víctima.

Según su tío Oliver, un león nunca atacaba a seres humanos, a menos que estuviera muy hambriento o alguien lo provocara. Si se veía en peligro, o era un ejemplar debilitado por la edad o la enfermedad, el felino podía lanzarse sobre su agresor aunque estuviera en desventaja. Y esta bestia ya había matado a una persona.

Alysson podría haberse enfrentado al león sola, si hubiera sido necesario, pero estaba muy agradecida por la presencia de Jafar y se alegraba de que él hubiera insistido en acompañarla.

Lo miró de reojo. Iba montado en su semental castaño. Y, aunque sus rasgos no mostraban ninguna emoción, era imposible no darse cuenta de la determinación de su mirada. Alysson se estremeció y no supo si era por el frío de diciembre o por la actitud de Jafar.

Saful los seguía a una respetuosa distancia. Para su sorpresa, el bereber de ojos azules se había ofrecido voluntario para acompañarla. Alysson sospechaba que tal vez sentía la necesidad de compensar a su señor por haberla dejado huir semanas antes. Su orgullo masculino debía de sentirse herido ante el hecho de que una mujer lo hubiera humillado.

A su lado, Jafar luchaba con su conciencia. Permitir que una mujer arriesgara su vida de esa manera iba en contra de todos sus principios como hombre y como caballero. Especialmente esa mujer. Pensar en Alysson en una situación de peligro le helaba la sangre.

Jafar cruzó su mirada con la de la joven belleza rebelde que le causaba tanto sufrimiento. ¿Qué haría ella si le confesara que la amaba? ¿Cómo actuaría si le pidiera que se que quedara con él, renunciara a su familia y a su modo de vida? ¿Sería capaz de rogarle que arriesgara su futuro a cambio de vivir en un país en guerra? ¿Y si le dijera que antes tendría que casarse con otra mujer y que los hijos de esa otra mujer tendrían preferencia sobre los suyos? Eso era todo lo que podía ofrecerle.

A menos que fuera él quien renunciara, quien dejara la tribu y su modo de vida. A menos que abandonara todo lo que le había costado tanto conseguir. Sólo entonces podría unirse a ella como quería y como ella se merecía.

Jafar cerró los ojos para luchar contra la angustia y la impotencia que lo martirizaban. ¿Cómo podía pensar tan siquiera en ser infiel a sus principios otra vez?

Jafar se rió por dentro, burlándose de sí mismo. El califa se había dado cuenta en seguida de que la presencia de Alysson suponía un grave problema. Él siempre lo había sabido, pero se había negado a admitirlo.

Alysson era su debilidad, el único punto vulnerable que podía llevarlo a traicionar a su deber y a su gente. Por ella sería capaz de renunciar a todo por lo que había luchado con tanta determinación.

Una palabra suya sería suficiente para que se planteara muy seriamente dejarlo todo. Por ella sacrificaría su honor y el deber. Si Alysson mostrara la menor inclinación por quedarse con él, tiraría por la borda su pasado, su futuro y su lealtad a la patria.

Pero aparte de su deseo al hacer el amor, Alysson nunca le había dado muestra de querer algo más. Como mínimo, estaba seguro de que su respuesta corporal era sincera pues le había mostrado una pasión tan cegadora como la que cantaban los poetas. Esa que pocos humanos llegaban a experimentar. Tal vez en algún momento había logrado que olvidara su amor por Bourmont, pero cuando regresara a su civilización, se reavivaría y ella encontraría el calor en los brazos de su enemigo, entre su propia gente.

No podía negárselo.

El día llegaba a su fin mientras Jafar ocupaba su mente con tan deprimentes pensamientos. El silencio era cada vez más absoluto, a excepción de los cascos de los caballos. Se adentraron en el bosque de cedros gigantescos y ninguno de los dos se atrevió a articular palabra.

Alysson empezó a sentirse aprisionada, envuelta por el intenso aroma de los cedros y otros árboles altísimos que le recordaban a las secuoyas. La luz del sol no llegaba al suelo en ningún momento en esa zona. Cuando salieron de allí se sintió aliviada, aunque sin el abrigo de los árboles, el viento los alcanzaba y agitaba su burnous. Los últimos rayos del sol iluminaban el terreno, que empezó a volverse más escarpado. Los caballos bereberes, que habían sido criados allí y estaban acostumbrados al tortuoso camino, pisaban con cuidado mientras ascendían las colinas rocosas.

Al anochecer alcanzaron la zona donde la mujer había encontrado la muerte. Había un silencio poco natural en el aire, quizá porque los habitantes de la zona estaban escondidos en sus casas, asustados, pensó Alysson. Cada vez se sentía más inquieta y hubiera deseado que volviera el sol.

Cuando la montura de Saful resopló, Alysson se sobresaltó y luego se reprendió por dejarse amilanar por el entorno hostil. Miró a sus acompañantes, que llevaban los rifles colgados a la espalda.

—Debe de tener la guarida allí arriba —comentó Jafar, mientras señalaba hacia unos picos afilados en dirección noreste.

Con cuidado, siguieron la marcha ascendente por las abruptas pendientes de piedra, utilizando los pequeños repechos del relieve como puntos de apoyo. Pronto llegaron a un estrecho desfiladero donde avanzaron en fila india.

—Ve detrás de mí —ordenó Jafar, que se puso a la cabeza.

Las sombras rodearon a los cazadores mientras avanzaban por lo que no era ni siquiera un sendero. Pocos minutos después, Alysson notó cierta inquietud en su montura. Alysson miró a su alrededor, sin ver nada entre las sombras, al tiempo que su yegua se revolvía, asustada. La parte superior del desfiladero estaba llena de arbustos espinosos, el entorno ideal para una emboscada. Su instinto hizo que cogiera el rifle y lo sacara de su funda. Comprobó que estuviera cargado, se lo apoyó en el hueco del codo y se sintió un poco más segura. Puso el dedo en el gatillo al oír una mezcla de ronroneo y gruñido.

Alysson alzó la vista bruscamente y se topó con unos ojos ambarinos que los observaban desde arriba. Una parte de su mente se dio cuenta de que estaba junto a una leona preparada para saltar. Otra parte captó el terror de los caballos, que estaban a punto de salir al galope. Mientras el semental de Jafar se levantaba sobre las patas de atrás, su yegua se hizo a un lado y estuvo a punto de aplastarle la pierna contra una roca. Alysson creyó ver un cuerpo leonado y una larga cola, unos dientes afilados y unas zarpas desnudas, dispuestas para el ataque.

Luego, con un rugido que le congeló la sangre, la vio saltar en el aire, directa hacia Jafar.