Capítulo 17
El barullo de la celebración fue en aumento mientras Alysson y Jafar regresaban al campamento por las callejuelas abarrotadas. El ruido contrastaba con el silencio que se había instalado entre ellos.
Jafar no había respondido. De hecho, no había pronunciado ni una sola palabra desde que ella había hecho su anuncio.
Alysson no sabía qué pasaba por su cabeza. La cara de Jafar era una colección de sombras, aunque sabía que no le resultaba indiferente. El guerrero había rodeado sus hombros con un brazo para impedir que la zarandearan y tenía la otra mano apoyada sobre la daga que llevaba en la cintura.
Estaban tan cerca que notaba la peligrosa energía de sus músculos en tensión.
Sentía una extraña calma pero, en su interior, ardía la llama del deseo. Esa noche sería distinta a la anterior. Esa noche no dormiría sola.
Cuando llegaron a la entrada de la tienda, el jolgorio ya era un ruido lejano, tan distante que Alysson casi podía oír los erráticos latidos de su corazón. La lámpara de aceite que habían dejado encendida iluminaba el lujoso interior hasta donde la escoltó Jafar. Luego, se volvió para marcharse.
A Alysson se le hizo un nudo en el estómago.
—Jafar, ¡espera!
Él se detuvo bruscamente, tenso y expectante.
Alysson apretó los puños. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Jafar con aquellas mujeres. La idea de que hiciera el amor a las bailarinas en vez de a ella era insoportable.
—Por favor, no te vayas —pasó una eternidad antes de que Jafar se volviera hacia ella y la mirara con sus ojos dorados, duros y vibrantes.
—Ya te he dicho, Ehuresh, que no quiero tu gratitud.
Jafar pensaba que se ofrecía a él como agradecimiento por haber salvado la vida a su prometido, pero nada más lejos de la realidad. Pensó avergonzada que en toda la noche ni siquiera se había acordado de Gervase.
—No —Alysson negó con la cabeza. Si bien la gratitud que sentía hacia Jafar era real, las poderosas emociones que le despertaba no tenían nada que ver con ese reconocimiento—. No — repitió con más decisión—, no es gratitud. Te quiero para mí. Deseo que seas mi amante.
¿Cómo podía dudarlo?, se preguntó ella mientras aguardaba su respuesta. Contuvo el aliento mientras el destino colgaba de un hilo. Jafar alargó el brazo hacia atrás y soltó la portezuela de la tienda que, al caer, dejó fuera el resto del mundo.
—No pensaba marcharme —dijo en voz baja.
Alysson respiró hondo y su corazón volvió a latir alocado. Pero cuando Jafar empezó a avanzar hacia ella, se olvidó tanto del corazón como de su respiración. Jafar se detuvo ante ella y le retiró la capucha del burnous de la cara. Con una actitud casi reverencial, hundió los dedos en su pelo, disfrutando de su textura sedosa, pero sin apartar los ojos de su boca en ningún momento.
Inclinó la cabeza.
Su beso no fue delicado. En él, Alysson probó calor, peligro, oscuridad… y un hambre que reconoció como propia. Aunque Jafar mantenía su cabeza inmovilizada mientras devoraba su boca, Alysson no ofreció resistencia alguna. Sus labios se rindieron, invitándolo a seguir, mientras a ciegas rodeaba su cuello con los brazos.
Jafar le mordisqueó el labio inferior con impaciencia, succionándolo hacia el interior de su boca. Alysson dejó escapar un gemido desde lo más hondo de su garganta.
Ante esa muestra de excitación, él reaccionó como si se hubiera vuelto loco. Se apartó de la boca de Alysson, le besó el cuello con frenesí y mientras ella arqueaba su espalda sobre su brazo.
Buscando febrilmente, le besó el pecho por encima de la ropa hasta encontrar un pezón.
Alysson ahogó un grito. Incluso a través de varias capas de tela, sintió el calor de su boca y el impacto que le causaba. Su pezón se endureció de repente y una agradable sensación de placer le inundó la mente y los sentidos.
Por un momento se preguntó cómo habrían sobrevivido las anteriores parejas de Jafar a unas sensaciones tan intensas, pero se forzó a no pensar en ello. Era inútil preguntarse cuántas mujeres habrían encontrado el paraíso entre los brazos del bereber. Aquella noche iba a disfrutar porque era ella la mujer que despertaba su deseo. Agarró su turbante, se lo arrancó de la cabeza y lo tiró al suelo para enredar los dedos en su pelo rubio. Alysson se abandonó a los deliciosos placeres que le provocaban sus caricias.
Al cabo de unos momentos, Jafar respiró de forma entrecortada y levantó su cabeza.
Aturdida, Alysson le devolvió la mirada. No había nada seductor en los ojos del hombre, sólo fuego, ardiente e implacable.
—Desnúdame —le ordenó con la voz tan ronca, que Alysson la sintió como una caricia autoritaria sobre su piel—. Aquí no —añadió, cuando ella alargó la mano hacia la faja que llevaba enrollada a la cintura.
Temblorosa, Alysson siguió sus instrucciones. Lo tomó de la mano y lo guió hasta el dormitorio en penumbra. Con los dedos inseguros, le retiró la daga y la dejó caer al suelo antes de empezar a desatarle la faja. Sus dedos se enredaban en la tela porque no era capaz de prestar la suficiente atención. Sólo tenía ojos para Jafar que, con el pelo alborotado, tenía un aspecto salvaje, bárbaro y tan abiertamente sensual que Alysson pensó que moriría si no la besaba pronto.
Él parecía sentir la misma impaciencia. Mientras ella se peleaba con su chilaba, Jafar le apartó las manos y se la quitó por encima de la cabeza. Su pecho quedó desnudo, al alcance de la mirada fascinada de Alysson que, deslumbrada por su belleza masculina, levantó una mano. No podía resistirse a la necesidad de tocarlo.
Sus dedos, inexpertos pero atrevidos, acariciaron los contornos y texturas de su torso. Su piel suave, caliente como el fuego, cubría unos músculos de acero que la hacían arder de deseo.
El contacto de sus manos tenía el mismo efecto sobre Jafar. Al rozar sus pezones tímidamente con los dedos, Jafar apretó los dientes con fuerza, como si sufriera. Maldijo en voz baja, se apartó de ella dando un paso atrás y acabó de desnudarse con rapidez.
La visión de su desnudez la dejó sin respiración. Turbada y sin fuerzas, se quedó inmóvil. No podía hacer otra cosa que contemplar sus formas masculinas, en especial la evidencia de su deseo.
—Ahora tú —le ordenó, con la voz ronca de pasión.
Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, Alysson se agachó y se quitó las babuchas, antes de deshacerse la faja. Cuando llegó el momento de quitarse la túnica dudó y se cubrió de forma instintiva, pero Jafar no iba a permitírselo. Con la mirada ardiente, clavó sus ojos en ella como si pudiera descubrir todos sus rincones y secretos.
Alysson obedeció su orden silenciosa. No era una noche para guardar secretos. Con su cuerpo esbelto al descubierto, Alysson oyó la exclamación ahogada de Jafar. Se armó de valor, levantó su vista hacia él y lo que vio en sus ojos la puso muy nerviosa. La miraba de arriba abajo, sin perder ni un detalle de su desnudez, y la acariciaba con los ojos de un modo tan íntimo como había hecho en otras ocasiones con sus manos.
Sus ojos hambrientos la reclamaban con una mirada posesiva, de depredador.
Para sorpresa de Alysson, él no la tomó entre sus brazos. Se limitó a acariciar su abdomen con la mano y desde allí fue bajando hasta alcanzar la mata de sedoso pelo castaño que nacía entre sus piernas.
—¡Oh, Dios mío! —susurró ella, al sentir una punzada de placer tan intensa que sus piernas flaquearon y tuvo que agarrarse a los hombros de Jafar para no caer.
Él no detuvo su asalto sensual en ningún momento. Sus rasgos eran tensos, pero se veían satisfechos por la temblorosa respuesta de Alysson. Con los ojos cerrados y la respiración entrecortada, ésta se preguntó hasta cuándo podría resistir ese exquisito tormento.
Numerosos latidos más tarde, oyó la voz ronca de Jafar, como si llegara desde muy lejos:
—Tócame, Ehuresh.
Ella lo obedeció a ciegas. Dejó deslizar las manos sobre su poderoso pecho, su abdomen firme y sus estrechas caderas hasta alcanzar la esencia misma de su masculinidad. Sintió que su miembro, sedoso y cálido, palpitaba entre sus dedos, pero no se dejó engañar por su suavidad. Bajo la tersa piel se adivinaba una potencia que le hizo temblar las entrañas. Él sufría una agonía similar y dejó brotar un ronco gemido de su garganta, que le indicó que la suavidad de sus manos también eran una tortura para él.
Por fin, Jafar la rodeó con sus brazos. Acarició su espalda con manos urgentes y bajó los dedos hasta agarrarla por las nalgas. Entonces la apretó contra su pelvis para que sintiera el calor de su carne desnuda.
—Te deseo, Ehuresh —susurró de repente—. Quiero hacer contigo todo lo que un hombre hace con una mujer.
Sus labios la reclamaron y, durante un rato, no hubo más palabras. Sus bocas se unieron y sus lenguas bailaron una danza ancestral hecha de besos calientes, profundos y sinuosos. La pasión se desbordó entre ellos, dulce y oscura, con una ferocidad alarmante. Alysson sintió la desesperación en los labios de Jafar, la búsqueda, la necesidad salvaje, y respondió con la urgencia que crecía en su interior. El fuego sensual los devoraba a ambos.
Sin poder pensar en nada más que en esa hoguera, Alysson se rindió a él cuando la depositó sobre el camastro. Perdida en la oscura miel de sus besos, se aferró a sus hombros mientras él se tumbaba sobre ella y la seguía, la cubría y la envolvía en su calor.
—Jafar… —no tuvo tiempo de decir nada más. Jafar volvió a capturarle la boca y la besó con tanta ferocidad que Alysson sintió vértigo. Ante ese asalto de bestial ternura, sintió que algo brutal y primitivo se liberaba en su interior, como si el viento del desierto hubiera soltado los anclajes de una tienda de campaña. Liberó una parte de ella inexplorada hasta entonces, un rincón tormentoso, ávido, que no se guiaba por la razón, el lado más salvaje e inquieto de Alysson Vickery. Notando como si su espíritu volara, Alysson gimió y se apretó contra él, como para absorberlo.
Jafar respondió con el mismo frenesí y hundió los dedos entre sus rizos y la lengua en su boca.
El apetito salvaje con que la devoraba era comprendido y compartido por Alysson. El calor se extendía por su cuerpo a oleadas y viajaba por su sangre con una intensidad casi insoportable, causando un dolor húmedo y maravilloso en sus partes más íntimas. Cuando, una eternidad más tarde, Jafar le permitió respirar, Alysson gimió y echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndole de forma instintiva su cuello y sus senos.
Él no se hizo de rogar y le acarició el pecho con sus besos. Su lengua la torturaba con latigazos de fuego y la encendía por dentro. Le dolían los pechos, que se habían hinchado con sus caricias y su cuerpo tenso ardía sin remedio.
Y Jafar potenciaba ese ardor con descaro. Le murmuraba palabras roncas que la hacían temblar.
Alysson las oía como un murmullo lejano. Su deseo se había convertido en ansia. Y su ansia, en necesidad desesperada. Recorrió su cuerpo con las manos. Nunca había sentido nada parecido. Tenía la necesidad de tocar a ese hombre y de que él la palpara de la misma manera. Ansiaba ser poseída por él, lo deseaba con una urgencia que la habría asustado si hubiera sido capaz de pensar. No mucho tiempo atrás, la idea de un momento como ése la habría horrorizado. Habría sentido pánico de perderse en él, pero su contacto, exigente y sensual, le robaba no sólo la capacidad de pensar, sino también la de sentir miedo.
Ella le dio la bienvenida y arqueó sus caderas. Aunque estaba húmeda y muy caliente, sus dedos siguieron tocándola y preparándola para su posesión.
Alysson no podía hacer nada más que sacudir la cabeza de un lado a otro, con los ojos cerrados.
Cuanto más crecía su desenfreno, más delicadas eran las caricias de Jafar. Ahora que ella empezaba a perder el control, él parecía haberlo recuperado.
Y, sin embargo, Alysson sabía que su necesidad no había disminuido. Lo notó en el temblor de sus músculos cuando le separó las piernas con el muslo y se preparó para reclamar su inocencia. Su cuerpo de acero se estremecía de pasión. Y aunque la evidencia de su deseo era innegable, a Alysson le costaba aceptar que pudiera vencer a un hombre tan duro, orgulloso e implacable sólo con su pasión.
En un remoto rincón de su mente nublada por la ansiedad, Alysson se sintió una privilegiada. La capacidad de despertar aquella vulnerabilidad en Jafar la hacía sentir muy poderosa pero, al mismo tiempo, le daba una lección de humildad. Cuando él se acomodó entre sus piernas, ella abrió su corazón, sin miedo ni vergüenza. Levantó las caderas, lo recibió en su interior y se unió a él de un modo sencillo y natural. Incluso así, su embestida la tomó por sorpresa e hizo que se tensara. Durante un instante, contuvo el aliento para luchar contra el dolor agudo y el impacto de su invasión.
Jafar se quedó inmóvil y la contempló con tanta ternura que sintió que el corazón se le henchía de emoción.
—¿Quieres que pare? —murmuró él en un inglés inequívoco, pero, en aquel momento, ella no se fijó en el cambio de idioma.
—¡No! ¡No pares, por favor! —le suplicó con la voz ronca.
Él le dedicó una sonrisa tan radiante y sensual que le calentó las entrañas.
—Nunca, Ehuresh.
Despacio, con un cuidado infinito, Jafar volvió a moverse en su interior, mientras la cubría de besos apasionados. Sus labios recorrieron su cara, su cuello y sus hombros, presionando en su interior al mismo tiempo, hasta que su cuerpo se rindió y lo albergó por completo.
Alysson soltó el aire y gimió de placer. No había sabido lo vacía que estaba hasta que él la había llenado. Nunca había sospechado lo que era el placer hasta que se había fundido con él. El dolor había desaparecido y se sentía completa y con una maravillosa sensación de alegría interior.
—Mírame —le ordenó él, aunque era una orden innecesaria. Alysson no habría podido apartar sus ojos de él aunque su vida hubiera dependido de ello.
Él contempló su cara ruborizada por la pasión mientras retiraba las caderas e iniciaba una nueva embestida lenta y profunda.
Era una posesión tan controlada y suave que Alysson creyó que iba a volverse loca. Febril y excitada, veía como la luz creaba un juego de sombras en el rostro de Jafar mientras él jugaba hábilmente con su cuerpo, torturándola, atormentándola y excitándola cada vez más. Pero, poco a poco, Jafar cayó presa de su propia trampa sensual. Con la respiración entrecortada, abandonó los juegos eróticos y aceleró el ritmo. Olvidándose de la delicadeza se arqueó sobre ella, y empezó a entrar y salir de su cuerpo con urgencia.
—Mi tigresa, mi dulce tigresa —gimió Jafar, mientras la penetraba con fiereza. Los gemidos de Alysson se convirtieron en sollozos de placer. Se apretó contra él con frenesí y respondió a su posesión con jadeos y movimientos desinhibidos. Para Alysson, su unión era una celebración del regreso de Jafar de la batalla, una fiesta de la vida sobre la muerte. Para él era la consagración de su rendición.
—Eres mía —le susurró al oído.
«¡Sí!», quiso gritar Alysson, pero no pudo decir nada porque una espiral de éxtasis se apoderó de ella. Sólo fue capaz de rendirse al glorioso universo de calor, luz y sensaciones que Jafar había creado para ella, mientras se convertía en una mujer entre sus brazos.
—Alysson —dijo Jafar en un susurro roto, justo antes de seguirla al paraíso.
Largos momentos más tarde, Jafar pudo recobrar la conciencia, aunque no tenía prisa por analizar la situación. Su cuerpo y su alma se habían roto en mil pedazos y no estaba seguro de poder recomponerlos nunca más.
Se quedó inmóvil un buen rato, sin abandonar el refugio de su cuerpo. No se atrevía a moverse y tan sólo apoyó el peso en un brazo para no aplastarla. Su respiración todavía estaba alterada y sus miembros, pesados y lánguidos. Además, sentía el corazón tan cargado de ternura que le parecía que iba a estallar en su pecho. Acarició la sien sudorosa de Alysson con sus labios, resiguió su mejilla y la curva de su cuello con la boca, mientras recuperaba el aliento y, finalmente, se acomodó a su lado.
Una idea se abrió camino en su mente, aunque era más una intuición que un pensamiento razonado: Alysson se había entregado a él libremente, tal como él le había pedido, pero al recibir su rendición, él le había entregado parte de su alma a cambio.
Había poseído al mismo tiempo que había sido poseído.
De un modo vago e impreciso, tuvo la sensación de haber alcanzado un estado precioso de unión completa: física, emocional y espiritual. ¿Habría sentido ella lo mismo? Al menos había sido parte y testigo de su placer físico, pero no estaba seguro de lo demás.
Su suave suspiro, en parte de satisfacción, en parte de agotamiento, no le proporcionó la respuesta esperada. Entonces, con una respiración honda y profunda, Jafar la apretó contra su pecho.
De momento, se había entregado a él, pero mientras abrazaba su cuerpo relajado y saciado, tuvo que admitir una verdad irrefutable: un mero acto de posesión física no la convertía en suya.