Capítulo 13
No hay nada más etéreo que la esperanza.
La esperanza nos otorga la capacidad de soñar, nos permite creer que nuestras fantasías pueden llegar a realizarse, y, cuando esto por fin sucede —si es que sucede—, se esfuma dejándonos a solas con la cruda realidad.
Y es entonces cuando lo que más anhelamos se convierte en verdad, cuando nos damos cuenta de que, si queremos mantener el sueño vivo, tenemos que agarrarlo con las dos manos y no soltarlo nunca. Cueste lo que cueste.
Habían pasado tres horas desde el regreso de Jared.
Los seis amigos continuaban en el restaurante, sentados a una mesa ocupada por varias tazas de café vacías y rodeados muy indiscretamente de la mayoría de los dueños de los negocios del barrio, amén de algunas vecinas y vecinos que, por casualidades nada casuales de la vida, habían decidido bajar al Soberano a tomar un café sazonado de buenas noticias.
Jared había sido interrogado hasta casi el agotamiento. Todas sus vivencias de los últimos meses expuestas sobre el tapete y diseccionadas por las preguntas hábiles de Román, las incisas de Dolores, las financieras de Sonia y las atrevidas e irónicas de Anny. Solo Nuria había permanecido en silencio. Escuchando asombrada todo lo que él había experimentado, las pruebas por las que había pasado, los cambios que se habían forjado en su carácter antaño introvertido, taciturno e inseguro.
Ya no era el mismo, y a la vez sí lo era. No evitaba las conversaciones, ni se retraía ante las preguntas. Manifestaba una enorme seguridad en sí mismo y se mostraba orgulloso de todo lo que había hecho. Y de la persona en que se había convertido. Por eso, Nuria se estaba dando cuenta de que, si antes se había creído enamorada de él, lo que ahora sentía iba más allá del amor. Estaba cautivada, embelesada y rendida a él. No deseaba otra cosa que compartir el resto de su vida con la persona en que Jared se había convertido.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Sonia de repente, poniendo voz a los pensamientos de todos los integrantes de la mesa (y de parte del restaurante, aunque quisieran disimularlo).
—Buscar un hotel, ducharme y dormir un poco —contestó él divertido.
Lo cierto era que estaba agotado, pero no quería irse todavía. Alejarse de las personas que tanto significaban en su vida, aunque fuera por unas pocas horas, se le antojaba más duro que caminar sobre un glaciar en plena tormenta.
—No me refiero a eso, tonto —replicó la tintorera divertida—. ¿Qué vas a hacer con tu vida ahora? ¿Tienes alguna perspectiva de trabajo?
—¿Necesitas ayuda con las alfombras? —preguntó Jared riéndose.
—¡Pero bueno! ¿Qué mosca le ha picado a este muchacho? ¿Te han dado lengua para comer en el barco? Porque, si no, no me lo explico —respondió asombrada.
Todos asintieron, encantados con la nueva personalidad del muchacho. Todos menos Román, que sabía perfectamente que no había cambiado tanto como pensaban los demás. Él había tenido oportunidad de hablar ampliamente con el chico durante sus —eternos— desayunos, y Jared, una vez hubo confiado en él, se había revelado un hombre extrovertido y divertido, tal y como se mostraba ahora.
—Me han ofrecido un par de trabajos. Tengo que pensar detenidamente qué quiero hacer exactamente y, cuando lo tenga claro, elegir —comentó Jared, serio de nuevo.
—¿Aquí en Madrid o fuera? —preguntó Dolores observándole con atención. El resto de los comensales esperaron en silencio su respuesta.
—Bueno… —Jared apoyó los codos en la mesa, aferró su taza de café y centró su mirada en el tibio y oscuro líquido. Cuando continuó hablando lo hizo en voz baja, ensimismado—. Enrique Ramos, el investigador jefe de esta expedición, ha quedado muy contento con mi trabajo. Me ha recomendado a algunos de sus colegas, y uno de ellos me ha ofrecido un puesto de ayudante de cocina y chico para todo en la Campaña Oceanográfica Malaspina. —Todos escucharon claramente el jadeo de Nuria. Jared no levantó la mirada de la taza y continuó hablando—. Partiría a mediados de diciembre desde Cádiz, en el buque Hespérides, y estaría fuera siete u ocho meses. Bajaríamos por el Atlántico a Ciudad del Cabo, Sidney y Nueva Zelanda y desde allí atravesaríamos el Pacífico hasta Hawái, para luego cruzar el Canal de Panamá, hacer escala en Cartagena de Indias y regresar a casa. Mi trabajo consistiría, en principio, en ayudar en la cocina y en la cubierta en caso de ser necesario. Más o menos lo que he hecho hasta ahora, pero a mayor escala y con un clima más agradable —bromeó.
—¿Y el otro trabajo? —preguntó Nuria con voz ahogada. Jared levantó la cabeza y fijó su mirada en ella—. Has dicho que te habían ofrecido otro trabajo. ¿Dónde? —Carraspeó para aclararse la garganta, intentando de esta manera dar un poco de fuerza a su voz, pero sin conseguirlo—. ¿Dónde trabajarías, también en un barco?
—No. La otra propuesta es aquí, en el Instituto Oceanográfico de Madrid, de pinche en la cocina de la cafetería.
—Hum, no creo que sea fácil entrar ahí —comentó Sonia mordiéndose los labios. Que ella supiera, en las instituciones públicas el proceso de selección era, cuanto menos, complicado.
—Enrique Ramos trabaja allí cuando no está en el mar. Ha sido él quien me ha ofrecido el puesto —explicó Jared—. Dice que, si los altos cargos políticos pueden meter a dedo a los inútiles de sus consejeros, él puede hacer lo mismo con quien le parezca —comentó risueño al acordarse de la última conversación con su jefe—. De hecho está empeñado en que acepte su oferta y me ha asegurado que no tardaré mucho en dejar la cocina y entrar a formar parte de su servicio exclusivo. —Acarició el borde de la taza con las yemas de los dedos, pensativo—. Creo que quiere tenerme cerca para poder llevarme a dar un paseo cuando le apetezca y hablarme de sus teorías. —Se encogió de hombros divertido—. Está firmemente convencido de que soy una especie de inspiración que le aclara la mente.
—¿Y de sueldo qué tal? —preguntó Sonia, que era comerciante hasta la médula.
—Bueno, en el Hespérides el sueldo sería mucho mayor que en Madrid. Pero es lógico, al fin y al cabo, estaría lejos de España más de medio año, y eso se paga. Además, tampoco tendría gastos de alojamiento ni comida.
—Bueno —dijo Dolores interrumpiendo la conversación al ver la cara pálida de su nieta—, no sé vosotros, pero yo tengo un negocio que atender, y hace ya unos minutos que la tienda debería estar abierta.
Como si de una orden se tratara, se levantaron todos a una, dispuestos a dar comienzo al tramo final de su jornada.
Jared abrió su enorme macuto, sacó una cartera tan brillante que a ninguno les cupo la menor duda de que era recién comprada y se acercó a la barra a pagar.
Ninguna de las personas que estaban en el restaurante habían visto, ni volverían a ver jamás, a alguien abonar una cuenta con tanto orgullo y satisfacción reflejados en sus rasgos ni con una sonrisa tan sincera y digna.
—Bueno, bueno, muchacho, vamos a la peluquería y te invito a un café —instó Román dándole una palmada en la espalda.
—¿Otro? Me va a dar un telele como tome más cafeína —bromeó—. No, gracias. Voy a ver si encuentro un hotel, dejo la mochila, me pego una buena ducha y duermo un rato. Estoy que me caigo —manifestó Jared rechazando la invitación. Las profundas ojeras que lucía su rostro eran el mudo testigo de que no mentía—. Mañana me paso a desayunar contigo y con Scooby —propuso guiñándole un ojo. Román asintió satisfecho. A la mañana siguiente le pondría al día con todas las novedades del barrio.
—Te acompaño —se ofreció Nuria interrumpiendo la conversación entre los dos hombres—. Abuela, no me esperes despierta —susurró al oído de Dolores. La abuela abrió mucho los ojos y la boca para oponerse, pero, al ver la mirada decidida de su nieta, optó por callarse. Al fin y al cabo Nuria ya era mayorcita y sabía lo que quería. Y mucho se temía que estaba a punto de tirarse al río de cabeza para conseguirlo.
Jared asintió en silencio al observar el intercambio de miradas entre nieta y abuela. Deseaba con toda su alma estar con Nuria a solas, y Dolores parecía haber dado su consentimiento. Cogió su petate, asió la mano de la muchacha y se despidió de sus amigos con un gesto de cabeza. Una vez en la calle, llamó al primer taxi que pasó por su lado y le indicó que le llevara al hotel más cercano.
—Tengo la firme intención de alquilar un piso durante el tiempo que esté en Madrid, pero sinceramente hoy no me siento con fuerzas para ponerme a buscar —explicó.
Nuria asintió en silencio sin atreverse a mirarlo. El corazón le había dado un vuelco al escuchar la última frase. Implicaba que no pensaba pasar mucho tiempo en la capital, con ella. Que se marcharía de nuevo. Sintió ganas de llorar y, también de matarle.
Lenta, muy lentamente. Y con alevosía.
El trayecto al hotel fue muy corto y silencioso.
Jared había recuperado de golpe la timidez que lo caracterizaba cuando estaba con Nuria, y ella estaba demasiado enfadada y disgustada como para hablar y actuar con coherencia. Por tanto, ante los posibles daños físicos que podría infligirle si no conseguía tranquilizarse, había optado por respirar profundamente, pensar las cosas con calma, y mantener las manos fuertemente apretadas sobre el bolso. Solo por si todo lo anterior no funcionaba.
—Bueno… —comenzó a hablar Jared sin saber bien qué decir. Acababan de entrar en la habitación del hotel, estaban solos, con una enorme y cómoda cama frente a ellos. Y su cuerpo estaba reaccionando como el de un hombre alejado del amor de su vida durante demasiado tiempo—. Voy a… —Inspiró con fuerza. No sabía qué intenciones tenía Nuria al acompañarlo, pero sí sabía las intenciones que tenía su cuerpo, y no eran nada decentes—. Voy a darme una ducha, apesto. Llevo dos días de viaje con la misma ropa, y me estoy dando asco a mí mismo —comentó agachándose para abrir el petate, sacar una muda limpia y, de paso, disimular la erección que se marcaba descarada en sus pantalones—. Ahora salgo, ponte cómoda —dijo ocultándose la ingle tras las prendas limpias. Luego abrió mucho los ojos al darse cuenta de cómo había sonado la última frase—. No me malinterpretes —avisó colorado como un tomate. Su cerebro le estaba jugando malas pasadas.
—Tranquilo, no te malinterpretaré —replicó ella burlona.
Una vez bajo el chorro de agua caliente, Jared intentó ordenar sus caóticos pensamientos. Sabía lo que quería, pero no sabía qué pasos dar para conseguirlo.
Quería a Nuria en su vida. Para siempre. Y el recibimiento que ella le había dado le hacía pensar que el sentimiento era recíproco. Ahora estaba en la habitación, esperándole. ¿Qué tendría en mente? ¿Hablar? ¿Discutir? ¿Amarle?
Los pensamientos de Jared volaban una y otra vez en esa dirección: Nuria desnuda en la cama, haciendo el amor con él, besándole, acariciándole, dejándose acariciar y besar… Pero no, no era posible; negaba una y otra vez con la cabeza, lanzando las gotas de agua que impregnaban su cabello contra los blancos azulejos. Nuria estaría enfadada, querría explicaciones, disculpas… No importaba. Si era necesario se postraría a sus pies y suplicaría perdón, y después lamería cada centímetro de su femenino y voluptuoso cuerpo hasta llegar a sus sensuales labios.
Cerró los ojos enfadado consigo mismo por no ser capaz de templar sus emociones. No podía dejarse llevar por la lujuria. Tenía que convencerla de algo mucho más importante que hacer el amor en esos momentos.
Observó disgustado su pene erecto y cerró el grifo del agua caliente, dejando que solo el agua fría golpeara su cuerpo, esperando de esa manera calmarse.
Lo consiguió.
Se apresuró a lavarse antes de congelarse bajo la ducha y salió casi temblando del pequeño cubículo. Se envolvió con una toalla alrededor de la cintura y se miró al espejo para peinarse. Un gemido escapó de sus labios: parecía un ogro. Se había olvidado por completo de afeitarse desde que desembarcó y una rasposa barba de dos días cubría sus mejillas. No podía pensar siquiera en besarla con ese aspecto. Sin pensar en lo que hacía, salió del baño en busca de la espuma y la navaja de afeitar que solucionarían el problema.
Se quedó petrificado en mitad de la habitación.
Nuria estaba tumbada en la cama, descalza, vestida únicamente con los pantalones vaqueros y el sujetador. Se levantó lentamente, se acercó con pasos felinos hasta quedar a pocos centímetros de él y le miró a los ojos, decidida.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó.
—Afeitarme —respondió Jared incapaz de pensar. Toda su sangre se encontraba concentrada en su pene, dejando el cerebro sin riego ni raciocinio.
—No te hagas el tonto —le regañó ella.
Jared tosió para aclararse la garganta, y de paso obtener algo de tiempo para pensar a qué se podía referir con la pregunta. Miró hacia abajo pensativo; su pene se alzaba audaz, levantando la pequeña toalla e intentando escapar para tocar a la mujer que se mantenía erguida frente a él. Parpadeó y miró al frente, intentando, con escaso éxito, disimular que no pasaba nada en la zona media de su cuerpo.
—¿Cuál de los dos trabajos vas a aceptar? —cuestionó de nuevo ella ampliando su pregunta.
—Depende de ti —afirmó él observando con atención la reacción de la mujer—. Te quiero. —Soltó a bocajarro—. Deseo pasar el resto de mi vida junto a ti. Y nada va a impedirlo —sentenció con absoluta seguridad.
Un gemido involuntario escapó de los labios entrecerrados de Nuria.
Jared tragó saliva con dificultad, tenía un enorme nudo en la garganta. Quizá se había precipitado al decírselo. ¡Diablos! ¿Cómo podía haberse declarado con esas pintas? Ni siquiera estaba vestido. ¿Qué pensaría Nuria de él? Sacudió la cabeza y apretó los labios. Lo hecho hecho estaba. No iba a dar marcha atrás. Ni loco.
Nuria se merecía la verdad. Su futuro dependía de que él fuera firme y expresara con claridad lo que quería. Y lo que estaba dispuesto a hacer para conseguirlo.
—He pensado mucho en las opciones que tengo —dijo mirándola fijamente a los ojos—. Si acepto embarcarme, estaremos separados un tiempo, pero, cuando vuelva, habré conseguido dinero suficiente para pagar la entrada de un piso modesto y, si me salen las cosas como pienso, probablemente me propongan participar en más expediciones. Si es así, conseguiría ahorrar más dinero para nosotros, pero, solo con pensar que estaré alejado de ti otra vez, la sangre se me hiela en las venas y mi corazón se detiene. Por otro lado —comentó alzando las manos y acariciándole las mejillas—, si acepto el trabajo en Madrid, ganaré mucho menos, nos costará más esfuerzo y tiempo comprar un piso, pero estaré contigo. Podré verte, acariciarte, besarte y permanecer a tu lado todos los días. Todos mis instintos me gritan que me quede aquí… pero tú tienes la última palabra —sentenció—. Eso sí, decidas lo que decidas, volveré a por ti —advirtió con mirada férrea.
—Quédate a mi lado —susurró Nuria pegándose a él, deslizando las manos sobre su cuerpo hasta tocar la toalla y arrancársela de las caderas, a la vez que juntaba sus labios con los de Jared en un beso apasionado.
Jared se olvidó de todo y se hundió en su ardiente boca. Su lengua recorrió los contornos de sus labios, se adentró entre ellos, acarició los dientes, presionó el paladar y se enzarzó en una lucha con la de Nuria, en la que no habría ganadores ni vencidos.
Entre besos, abrazos y caricias recorrieron los metros que les distanciaban de la cama, tropezaron con ella y acabaron cayendo desmadejados sobre el colchón. Nuria se rio divertida, pero Jared recuperó parte de su sentido común. Se arrodilló ante ella e hizo amago de levantarse. Nuria se lo impidió aferrando con la mano la parte del cuerpo masculino que estaba en total desacuerdo con la idea de dejarla sola en la cama.
Jared gimió al sentir sus dedos presionar el tallo de su pene, y su cabeza cayó sin fuerzas hacia delante. Agarró las sábanas entre sus puños y luchó por recuperar la sensatez de nuevo.
—Debo… afeitarme —susurró sin ningún atisbo de voluntad.
—No digas tonterías —replicó ella deslizando las yemas de los dedos sobre la erección para acabar deteniéndose sobre el glande y presionar la abertura por la que emergían cálidas lágrimas de semen.
—Te rasparé con la barba —avisó con los ojos cerrados, ahíto de placer al sentir que ella hundía la nariz en su cuello y le besaba la clavícula.
—No me importa —declaró Nuria envolviendo el pene erecto con ambas manos y comenzando a masturbarle con rapidez.
Jared exhaló un áspero gruñido, le aferró las muñecas con sus fuertes dedos y empujó su cuerpo contra el de Nuria, tumbándola de espaldas sobre el colchón y sujetándole las manos por encima de la cabeza. Introdujo una de sus rodillas entre las piernas femeninas, abriéndolas, y se colocó entre ellas. Deslizó las manos por los brazos de la joven hasta llegar a las tiras del sujetador, las bajó lentamente y siguió su recorrido hasta llegar a las copas. Dejó resbalar los dedos bajo el encaje, acariciando con los nudillos la sedosa piel de los senos, rozando los pezones, obligándolos a erguirse más todavía ante su contacto.
—Cada noche de estos seis meses he soñado contigo. Tumbado en mi litera me dormía arrullado por tu recuerdo —susurró sin dejar de acariciarla—. Cada vez que cerraba los ojos te veía ante mí. Semidesnuda, como la última vez que nos vimos. Cada vez que respiraba sentía tus manos sobre mí, y las mías sobre ti. Los sueños eran tan vívidos que dolían. Me despertaba jadeante en mitad de la claridad absurda de las noches del Ártico. Abría los ojos y tú no estabas —afirmó presionando su erección contra la zona más sensible del cuerpo de la muchacha—. Sentía en cada trozo de mi piel tus caricias, notaba tus dedos sobre mí, recorriendo mi cuerpo como aquella última vez. Y no podía hacer nada. Nada. Me dolía hasta respirar de tanto como te deseaba. Y no podía tenerte. Ni siquiera podía aliviarme yo mismo.
—¿Por qué? —preguntó Nuria entre gemidos.
Entendía cómo se había sentido él, porque ella se había sentido igual, pero al contrario que Jared, ella sí había encontrado un pobre consuelo con sus propias manos. Había imaginado que él haría lo mismo.
—En mi camarote dormían otros cinco hombres —respondió Jared con voz ronca—. Y todos tenían un oído muy fino —comentó frunciendo el ceño. En más de una ocasión sus compañeros se habían burlado unos de otros por los ruidos nocturnos que se escuchaban en el camarote—. No me hacía especial ilusión convertirme en el blanco de sus bromas —afirmó con una sonrisa en los labios—. Por lo tanto solo podía soñar e imaginar cada una de las cosas que te haría cuando por fin te tuviera a mi lado. ¿Quieres saber cuáles eran?
Nuria asintió con un jadeo, e intentó envolver las caderas del hombre con sus piernas, pero este se apartó de ella apoyándose sobre los codos. La observó con una sonrisa ladina en los labios y agachó la cabeza hasta posar los labios sobre sus voluptuosos pechos. Mordisqueó los pezones por encima de la tela hasta que la escuchó gemir. Unió su pene erecto y dolorido a la ingle cubierta por los vaqueros de la mujer y se balanceó contra ella. Nuria alzó las caderas, pegándose más a él mientras hundía los delicados dedos entre su cabello alborotado y tiraba de él hacia su pecho.
Jared ignoró los tirones que le instaban a dedicarse exclusivamente a los erguidos y sonrojados pezones y bajó lentamente por el vientre de la mujer, deleitándose con su blancura y lamiendo cada peca hasta llegar al tentador ombligo. Jugó con él, pintó su contorno con la lengua y acabó hundiéndola en él.
Nuria volvió a jadear, y tiró del cabello que aún mantenía aferrado entre los dedos a la vez que arqueaba la espalda e intentaba dirigir sus caricias hacia abajo, a su pubis.
Jared aceptó la sugerencia. Descendió con lentitud hasta la cinturilla de los pantalones y desabrochó los botones con deliberada calma.
Nuria exhaló un gruñido frustrado que se convirtió en un gemido de pasión cuando él ancló los dedos a los vaqueros y comenzó a quitárselos lentamente junto con el tanga. Separó las nalgas de la cama para facilitarle la labor y él la recompensó con un volátil beso sobre el monte de Venus, para a continuación seguir deshaciéndose de las molestas prendas con demasiada tranquilidad para las acuciantes necesidades de la mujer.
—Jared, por favor, date prisa —susurró entre gemidos.
—Hace meses que sueño con tenerte así, bajo mi cuerpo, entre mis brazos. He imaginado cada noche cómo sería besar tu piel, sentir tu sabor en mi paladar. No pienso darme prisa —afirmó quitándole por fin los pantalones.
Se arrodilló entre sus muslos y la observó como si quisiera grabarse su imagen en la mente. Y así era.
La respiración acelerada de la muchacha hacía subir y bajar sus pechos a un ritmo trepidante, sus jadeos entrecortados mantenían sus labios abiertos, mientras que sus preciosos párpados luchaban por no cerrarse ante el ataque a sus sentidos.
Jared bajó la cabeza hasta posar sus labios sobre el pubis sedoso, lo besó con ternura y continuó descendiendo hasta llegar al sexo húmedo y dispuesto. Se frotó contra él con la mejilla, suavemente, impregnando en su piel la esencia femenina a la vez que inhalaba con avidez el aroma único y especial de la mujer a la que amaba más que a su vida. Dibujó con las yemas los labios vaginales hasta encontrar el lugar donde el placer se colapsaba, separó con los pulgares los pliegues que lo ocultaban y sopló.
Nuria exhaló un gemido agónico, a la vez que alzaba las caderas, instándole a que volviera a hacerlo.
Él deslizó los labios sobre la piel sedosa hasta llegar al clítoris, lo besó con delicadeza y comenzó a acariciarlo con la lengua en lentas pasadas, desde el borde hasta el perineo, deteniéndose para presionar con insoportable levedad sobre la entrada de la vagina.
Nuria abrió más las piernas y arqueó la espalda a la vez que sus labios dejaban escapar quejidos suplicantes que él ignoró. La lamió sin pausa, absorto por completo en su sabor, hasta que la sintió temblar. En ese momento posó su boca sobre el clítoris anhelante y succionó con fruición a la vez que introducía un dedo en el interior de la mujer.
Nuria gritó cuando el demoledor orgasmo fluyó poderoso por todo su cuerpo.
Jared libó de su vagina hasta quedar saciado, ahíto de placer.
Entonces y solo entonces, se colocó completamente sobre ella y penetró con su impaciente pene el paraíso. Nuria le envolvió las caderas con las piernas a la vez que sus manos se abrazaban a su nuca, obligándole a unirse por completo a ella.
Jared se abandonó a las sensaciones, entró en ella una y otra vez, veloz e impetuoso, incapaz de medir la fuerza de sus embestidas. Gritó extasiado cuando el placer estalló barriendo cada una de sus terminaciones nerviosas. Se derramó en la ardiente vagina y esta en respuesta tembló y comprimió su pene con la fuerza de un nuevo orgasmo.
Apenas tuvo fuerzas para dejarse caer a un lado y liberarla de su peso. La abrazó con los últimos retazos de lucidez mientras luchaba por no dejarse llevar por el cansancio acumulado. Mas no lo consiguió. Su cuerpo, relajado y satisfecho tras tantos meses de agonía, se abandonó al sueño.