Capítulo 9
Ninguna discusión dura eternamente. La ira no es indestructible; una sola palabra puede eliminar hasta el más profundo enfado.
Acababan de abrir la mercería cuando Scooby entró como un huracán por la puerta.
—¡Quieto, chucho! —ordenó Dolores cuando el gran danés hizo intención de poner sus enormes patas delanteras sobre ella.
—¡Scooby, aquí! —lo llamó Nuria divertida.
Su abuela y Scooby no se llevaban exactamente bien. La mascota pensaba que la anciana era un ser encantador y delicioso al que había que lamer y relamer, y la abuela pensaba que el perro era un chucho pulgoso y baboso al que era mejor tener lo más lejos posible.
—¿Qué haces por aquí, grandullón? —le preguntó Nuria extrañada, sin dejar de rascarle por detrás de las orejas. El perro no solía alejarse mucho de la peluquería.
Scooby se dio la vuelta hacia la puerta y lanzó un ladrido largo y agudo seguido de varios más cortos y roncos. Un segundo después Román entró en la tienda. Tenía la respiración acelerada, como si hubiera corrido. Una de sus manos portaba una arrugada servilleta de papel.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin apenas resuello.
—¿Qué ha pasado de qué? —respondió Dolores a la pregunta acercándole una silla y un vaso de agua—. Anda, siéntate y bebe, viejo tonto, que te va a dar algo.
—Jared… ¿Qué ha pasado, habéis discutido?
—¿Ya te ha ido con el cuento? Pues sí que se ha dado prisa —bufó la anciana—. Pillé a los dos tortolitos en el salón de mi casa haciendo manitas —explicó enfadada.
—¡Abuela!
—¡Ni abuela ni leches! —replicó Dolores iniciando de nuevo la discusión que había quedado pospuesta hacía pocas horas por la necesidad de dormir.
—Te expliqué que no había pasado nada.
—¡Y yo te contesté que de idiota no tengo ni un pelo!
—Vamos, vamos… tranquilizaos las dos —medió Román entre ambas—. Explicadme qué ha pasado —solicitó atento. Le daba en la nariz que la solución a la nota que tenía en la mano estaba íntimamente unida a la discusión de las dos mujeres.
—Ya te lo he explicado —le dijo Dolores al peluquero a regañadientes—. Llegué a casa ayer por la noche, después de pasar una agradable tarde con mis amigas, y me encontré a la parejita muy acaramelada en mi sofá.
—¿Acaramelada? —susurró Román, encajando esa información en su cerebro.
—¡Fueron solo un par de besos! —exclamó la muchacha poniendo los ojos en blanco. Estaba francamente harta de la estúpida discusión—. Jared se dejó la mochila con todo su dinero en la peluquería, así que lo convencí para que subiera a casa a cenar y una cosa dio paso a la otra. ¡Al fin y al cabo no somos niños!
—¡Pues os comportabais como si lo fuerais! Jamás he sentido tanta vergüenza ajena. Mi nieta comportándose como una gata en celo en mitad del salón.
—En mitad del salón… —masticó Román el importante dato.
—¡Abuela!
—Lo que no sé es cómo pudiste convencer al muchacho… con lo serio y comedido que es —siseó Dolores pensativa.
Con el transcurrir de las horas, la hoguera abrasadora en la que se cocía su enfado había dado paso a unas ascuas todavía candentes. Poco a poco esas brasas se iban enfriando, permitiéndole pensar y, sobre todo, razonar qué cantidad de culpa en lo sucedido tenía cada uno de los tortolitos. Y cada vez tenía menos dudas. La instigadora no podía ser otra que su querida, impulsiva e irresponsable nieta.
—Mujer, tiran más dos tetas que dos carretas —apuntó el peluquero.
—¡Román, ya basta! ¿Por qué no os vais los dos un rato a la porra? —exclamó Nuria enfadada—. Convencí a Jared para que subiera a casa, pensando que la abuela le persuadiría para quedarse a dormir, y, en lugar de eso, lo echó a la calle como si fuera un perro sarnoso —le explicó con los ojos sospechosamente brillantes—. ¡Sí, metí la pata hasta el fondo! No debería haber dejado que las cosas fueran a mayores. No pensé en lo que estaba haciendo. ¿Era eso lo que querías escuchar? —preguntó mirando a su abuela sin parpadear.
—Sí, eso es lo que quiero, que reconozcas tus errores —afirmó Dolores cruzándose de brazos y alzando la barbilla, todavía rumiando su enfado.
—¡Lo siento! Sí, te falté el respeto y me porté fatal, pero no era necesario que lo echaras como si fuera un delincuente. —Una lágrima se deslizó lentamente por los pómulos sonrosados de Nuria cuando pronunció esta palabra—. Él no tuvo la culpa de nada; me conoces de sobra, sabes cómo soy y cómo es Jared.
—¡Ay, señor…! —masculló Román releyendo la nota que tenía entre las manos.
Dolores asintió; sabía de sobra cómo era su nieta, visceral e impetuosa, igual que lo era ella también.
—Quizá se me fue un poco la mano —concedió Dolores. Su enfado se había evaporado súbitamente, apagado por el dolor que mostraba su nieta—, pero tienes que comprenderlo, cielo; encontraros de aquella manera me sorprendió mucho. Lo último que esperaba encontrar en casa después de una tarde de amigas era a vosotros dos… abrazados.
—Abuela. —Nuria se acercó a la anciana—. No hago más que pensar en que habrá pasado la noche a la intemperie, con una camiseta de manga corta como único abrigo —dijo Nuria llevándose una mano a la boca para intentar silenciar los sollozos que pugnaban por escapar de sus labios.
—No te preocupes por él, cariño —la consoló abrazándola—. No creo que sea la primera vez que duerme en… —Hizo una pausa sin querer decir lo evidente.
La noche anterior, no se había parado a reflexionar por qué estaba Jared en su casa a esas horas, y había obrado en consecuencia a la justa indignación que sentía, sin pensar en nada más. Pero ahora se arrepentía al imaginarse al muchacho pasando frío dentro de un cajero automático, o peor todavía, sobre un banco del parque.
—Seguro que ha encontrado algún lugar donde dormir —aseveró Dolores deseando creer sus propias palabras.
—Bueno, bueno. Creo que en eso puedo ayudaros —comentó Román con gesto serio.
—¿Has visto a Jared esta mañana, ha desayunado contigo? —preguntó Nuria esperanzada. Sabía que desayunaban juntos con frecuencia y, además, Jared tenía que recoger la mochila, recordó feliz—. ¿Qué te ha dicho? ¿Dónde ha dormido? ¿Está muy abatido? Ya sabes cómo es, se lo toma todo muy a pecho.
—No, preciosa, no lo he visto, pero me ha dejado un mensaje.
—¿Un mensaje? —inquirió Dolores confusa.
—Encontré esta nota al abrir la peluquería… —explicó tendiéndole la servilleta arrugada que tenía en la mano a Dolores—. Estaba encajada entre las rejas. Por eso he venido corriendo en cuanto os he visto abrir.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró Dolores cuando acabó de leerla—. ¿Qué ha hecho? Tonto, tonto y mil veces tonto.
—Abuela, déjame leerla. —Nuria le quitó la nota de las manos y comenzó a leerla con impaciencia.
Eran unas pocas líneas trazadas con mano vacilante, con algunas tachaduras y una brevísima despedida.
—¡No! No puede ser. Él no haría una cosa así. No se iría sin decírmelo. Sin despedirse de mí.
—Cariño —se acercó Dolores a su nieta—, se ha despedido.
—No, no lo ha hecho. Esto no es una despedida, es una estúpida servilleta de papel con cuatro garabatos —exclamó dolida—. Y ni siquiera estaba en nuestra tienda.
—Cielo —intervino Román—, vuestras rejas no tienen huecos. No habría podido encajar la nota, hubiera salido volando.
—¡Eso no es excusa! ¡Le dije que no se fuera de casa! ¡Me aseguró que se quedaría conmigo, que esperaría hasta que calmara a la abuela! Me lo prometió y en cuanto me di la vuelta se fue. ¡Y ahora huye y me vuelve a mentir! ¡Se cree que soy idiota! —gritó arrugando la nota y tirándola al suelo con rabia a la vez que se daba la vuelta y entraba corriendo en la trastienda.
Los dos ancianos fueron testigos del tremendo portazo que dio y de los sollozos ahogados que siguieron a este. Ambos se miraron aturdidos y luego dirigieron la mirada a la servilleta arrugada tirada en el suelo de la tienda.
Román, he encontrado un trabajo, pero para conseguirlo tengo que irme ahora mismo, si no lo hago, lo perderé. Por favor, dile a Dolores que siento muchísimo lo que ha pasado, fue por mi culpa… no tenía intención de dile que estoy muy arrepentido. Cuéntale a Sonia por qué me he tenido que ir y discúlpame ante ella por faltar a mi palabra. A Nuria dile que no estoy huyendo y que siento haberle mentido. No puedo ser el hombre que ella merece pero voy a solucionarlo. Voy a intentar ser mejor persona…
Dile que la quiero.