Capítulo 11

¿Pide recompensa el ojo por ver?

EPICTETO

Todo hombre se hace a sí mismo. Cada segundo de su vida, cada suceso que le acontece, cada decisión que toma y cada palabra que pronuncia, se mezclan y fusionan hasta convertirse en los sentimientos y principios que llenan el ánfora intangible que contiene su personalidad. De cada persona depende llenarlo de miel… o de hiel.

Nadie puede pedir recompensas ni explicaciones por lo que es, ya que es él quien se ha creado a sí mismo.

Cuando Nuria entró en su casa, se dirigió con rapidez a su habitación, cerró la puerta con llave, se tumbó sobre la cama sin molestarse en quitarse los zapatos y acarició con dedos impacientes el cuaderno.

Era una libreta normal y corriente con tapas rojas de cartón. Estaban muy ajadas, como si Jared hubiera tocado constantemente la cubierta. Los bordes estaban doblados y el alambre en forma de canutillo que mantenía unidas las hojas estaba retorcido en uno de los extremos, como si en un momento dado se hubiera salido de su sitio y él hubiera intentado colocarlo. En una de las esquinas había una pequeña mancha, parecía de humedad. Tenía la forma de una lágrima que hubiera sido limpiada con las yemas de los dedos.

Nuria acercó el usado cuaderno hasta su rostro y besó con dulzura la mancha. Quizá fuera una gota de alguna bebida, o una mancha de tomate, pero todo su ser le decía que era una parte del alma de Jared que había sido derramada sin su consentimiento.

Acarició con los pómulos las suaves tapas, e inhaló profundamente, intentando captar el aroma de su amigo. Mar, viento, soledad.

Quizá no lo oliera realmente, pero su cerebro se llenó con el sabor de la sal, el frío del viento, la tristeza de la soledad.

Se alejó lentamente del inesperado tesoro, inspiró con fuerza para intentar sosegar su alborotado corazón, y lo abrió.

Las palabras saltaron directamente de las hojas cuadriculadas hasta su corazón.

15 de mayo de 2010

Empiezo esta carta y no sé si me atreveré a arrancar la página del cuaderno y mandártela algún día. Quizá lo haga si logro convertirme en alguien digno de ti… Solo el tiempo lo dirá.

Imagino que no querrás saber nada de mí y, antes de que te sientas tentada de romper estas hojas, quiero que sepas que no soy un cobarde. No he huido, aunque pueda parecerlo.

La última vez que nos vimos toqué el paraíso con las manos.

Toda mi vida he estado buscándote y, cuando por fin te encontré, supe que no podía permanecer a tu lado.

Siempre he sabido que no soy nada, que no tengo nada. No puedo ni quiero pensar en acercarme a ti si no tengo un futuro que ofrecerte. Esa última noche fui consciente de ello.

Necesito encontrar algo con lo que ofrendarte como te mereces. Necesito ser un hombre del que puedas sentirte orgullosa.

Abandoné la casa de tu abuela decidido a hacer lo que fuera necesario para merecerte. Y sucedió algo inesperado e increíble, conocí a dos hombres que me ofrecieron un trabajo.

—Idiota, estúpido… —susurró Nuria en el silencio de su habitación, tendida sobre la cama, abrazando el cuaderno mientras amargas lágrimas de añoranza se derramaban sobre sus mejillas—. Nunca me importó nada más que tú. Eres todo lo que deseaba. Ni dinero ni casa ni trabajo. Solo tú —musitó limpiándose las lágrimas para continuar leyendo.

7 de junio de 2010

Desde que embarqué no he vuelto a tocar tierra. Sigo escribiéndote cada día que tengo un segundo libre, pero dudo de que alguna vez logre reunir el valor para mandarte lo que escribo.

Te añoro con tanta fuerza que a veces creo que la vasta soledad del mar se burla de mí trayéndome tu voz sobre la espuma de las olas. Siento tu presencia en cada soplo de viento y me doy la vuelta buscándote, aun sabiendo que no estás aquí, conmigo.

Me estoy volviendo loco pensando en ti, y lo único que puedo hacer es depositar estos pensamientos sobre el frío papel.

17 de junio de 2010

Navegamos siguiendo la corriente marina del Atlántico norte. Estamos investigando la evolución de la comunidad biológica. Los científicos que dirigen esta expedición quieren comprobar hasta qué punto resulta sensible al cambio climático. Por lo que les oigo quejarse, imagino que es peor de lo que pensaban. Aún no hemos pisado tierra, y a veces creo que no lo haremos jamás.

No hay nada a nuestro alrededor excepto agua, hielo y ballenas. Esta soledad abrumadora me hace darme cuenta de lo tonto que fui, de lo equivocados que eran mis pensamientos y prioridades. Nada es más importante que estar contigo, nada es más necesario que sentir tu presencia junto a mí. Aunque no tenga qué ofrecerte, aunque no merezca tu cariño.

Te echo tanto de menos que duele.

1 de julio de 2010

Hoy es un día importante.

He dejado de ser pinche de cocina y me he convertido en el ayudante personal de Enrique Ramos. Es uno de los investigadores principales, un tipo muy listo y emprendedor, al que por desgracia para él (y suerte para mí) el frío extremo le causa bastantes problemas: se le agrieta la piel, sobre todo la de las manos y el rostro, y le salen unos eccemas que no le dejan vivir, siempre según él, claro. Así que me ha pedido que le ayude a recolectar las muestras del agua. No es un trabajo complicado, solo tengo que vigilar que la grúa saque sin golpear (demasiado) las boyas que colocaron en invierno. Parece ser que lo hago bastante bien, ya que me ha desterrado de la cocina y ahora me paso varias horas al día en la cubierta del barco.

Me gusta el cambio. Creo que es un trabajo importante, aunque me temo que no es mi habilidad para recoger muestras lo que me ha hecho obtener el puesto de ayudante de Enrique, sino, más bien, que cuando está conmigo deja de ser un hombre taciturno y se convierte en un gran orador y me expone teorías científicas que, si te soy sincero, no comprendo. Pero a él le da igual. Dice que conmigo se le aclara la mente y que mi presencia le insta a ampliar sus ideas y así él mismo las entiende mejor. Imagino que él sabrá de lo que habla, porque yo no me entero de nada.

Poco a poco me estoy convirtiendo en alguien necesario en esta expedición. Daría lo que fuera por que pudieras verme ahora mismo, estoy seguro de que te sentirías orgullosa de mí.

12 de julio de 2010

Hemos arribado a la base de Hornsund en Svalbard. Es un archipiélago de islas que está a medio camino entre Noruega y el Polo Norte. Vamos a navegar recorriendo su costa para recabar información de las distintas plataformas de estudio. Es un paraje agreste y frío, incluso ahora en verano.

A veces, veo a lo lejos los enormes cruceros que surcan el mar de Groenlandia, llenos de turistas helados y ansiosos por fotografiar el fiordo que da nombre a esta base. Y pienso que soy un privilegiado por estar aquí. Sé que nunca en toda mi vida volveré a observar paisajes tan bellos como los que ahora cautivan mis ojos.

Siempre había pensado que el Ártico era un lugar deshabitado, alejado de todo rastro de vida. No podía estar más equivocado. Aún no hemos llegado al Polo Norte geográfico, pero, por lo que veo aquí, me puedo hacer una idea de lo que me voy a encontrar.

Las islas están habitadas por animales tan hermosos que duele mirarlos, sabiendo, como sé, que algunos de ellos han sido masacrados hasta casi el exterminio, y que otros servirán de diversión para cazadores insensibles.

He visto zorros de pelaje tan blanco que se confunden con la nieve. He visto focas barbudas, con cabezas diminutas para su gran tamaño y enormes mostachos, cuidar con gran cariño a sus crías, pequeños peluches vivientes de mirada inocente y ojos cautivadores. He visto morsas enormes de aterradores colmillos tomando el sol plácidamente sobre el hielo, y pequeñas gaviotas de alas tricolores volando en un cielo asombrosamente azul. Pensar que toda esta belleza perecerá por nuestras manos si no hacemos nada por evitarlo me llena de pesar.

Daría mi vida por que pudieras ver lo que yo veo.

A mi lado, junto a mí, cogidos de la mano.

15 de julio de 2010

No te puedes ni imaginar el frío que hace aquí. Está todo cubierto de hielo, y eso que es verano. No quiero ni imaginarme cómo será el invierno.

Paso casi todo el tiempo al aire libre, recogiendo muestras y aprendiendo a usar el Slocum Glider. Es un robot amarillo cargado de sensores que se hunde en el mar hasta unos cien metros de profundidad. Mide los niveles de salinidad, temperatura y la cota de penetración de los rayos solares. Enrique compara los datos recogidos el año pasado con los que sacamos ahora y… Sean cuales sean los de este año, no deben de ser muy buenos. Enrique está muy enfadado con el mundo, argumenta que no dejaremos nada vivo para las futuras generaciones.

Por las noches sueño contigo, y pienso en si algún día volveré a verte. Si tendré la posibilidad de crear una nueva generación de preciosas niñas de melena castaña y ojos profundos como los tuyos.

¿Me seguirás queriendo cuando regrese o te habrás olvidado de mí?

¿Me sigues recordando en estos momentos?

¿Sueñas conmigo como yo lo hago contigo, cada noche, cada día, cada segundo que pasa?

Sé que son esperanzas vanas. Hace más de dos meses que no sabes nada de mí. Lo mejor que puedes hacer es olvidarte de que existo. Pero cada vez que ese pensamiento se asoma a mi mente, quiero morir.

Soy un egoísta que no quiere que le olvides, aunque tu felicidad dependa de ello.

Todavía no soy el hombre que quiero llegar a ser, el que te mereces… Pero poco a poco lo conseguiré.

Aunque me deje la vida en ello.

Lo juro.

17 de julio de 2010

Hoy ha llegado a la base un barco que regresará a Noruega en pocos días. Todo el mundo está como loco preparando cartas para sus familias, escribiendo folios y folios sobre lo que hemos vivido hasta la fecha. Todos menos yo.

No me atrevo a mandarte lo que he escrito.

No puedo evitar imaginar que, si te llega un sobre con mi nombre, ni siquiera te molestarás en abrirlo. Pero tampoco puedo dejar de desear comunicarme contigo, aunque sea con una carta de la que nunca obtendré respuesta. No sé qué hacer. Tengo apenas dos días para pensarlo.

19 de julio de 2010

Mañana se marchará el buque con las cartas de los miembros de la expedición. He decidido escribirte una postal, más bien una fotografía que Mario ha tomado del barco.

Llámame cobarde, o mejor aún, iluso. Pero pienso que, al mandarte esta postal, si quieres saber al menos quién la remite, tendrás que leer el reverso.

Soy feliz pensando que tus dedos van a acariciar las palabras que he escrito. Te imagino leyéndome, pensando en mí y todo mi cuerpo se tensa anhelante por sentir tu tacto, tu aroma, tu risa alegre, tu mirada acariciante.

Te quiero. Por favor, no me olvides.

2 de agosto de 2010

Los días son eternos, el sol no se pone nunca.

A veces Enrique y yo nos olvidamos de comer. Es difícil llevar un horario cuando nunca amanece ni anochece. Paso las noches en blanco, mirando en el horizonte los matices anaranjados que indican la llegada de la noche, aunque el sol continúe brillando inclemente en el cielo. Observo los tonos rosados reflejarse sobre el mar y recuerdo cada momento que pasamos juntos. Cada atardecer que viví a tu lado.

Me duele pensar en ti, saber que no puedo tocarte, verte, escucharte.

Anhelo con toda mi alma sentir tu presencia a mi lado.

21 de agosto de 2010

Mañana cambiamos de rumbo, Enrique quiere seguir la corriente circumpolar ártica para recoger más muestras de krill y filoplancton.

No te puedes ni imaginar la de seres que viven en un vaso de agua cristalina a un grado bajo cero. Desde que Enrique me enseñó a mirar por el microscopio, no he vuelto a poder beber agua sin antes pensar que me estoy tragando miles de bichitos casi transparentes con antenas y patitas diminutas.

¿Dónde estás ahora?

Te imagino de vacaciones en la playa, nadando en el mar, y pienso que las olas que te acarician son las mismas que tocan el hielo sobre el que camino cada día. Sé que es una locura, pero no puedo evitar agacharme junto a la orilla, quitarme los guantes y rozar con las yemas el gélido mar. Mis dedos se entumecen, comienzan a cosquillearme y sé que si continúan sumergidos unos segundos más acabaran congelándose, pero no quiero sacarlos. Imagino que son tus labios los que los acarician, y tu lengua la que los humedece y aunque el frío penetra en mi cuerpo es ardiente calor lo que siento.

Estar tan lejos de ti es lo más difícil y estúpido que he hecho en mi vida.

Espero que puedas perdonarme por ello.

10 de septiembre de 2010

No serías capaz de reconocerme si me vieras.

El trabajo al aire libre me ha quemado la cara, no demasiado, no te asustes. Ya no soy el tipo pálido y debilucho de antaño. Tengo la nariz y las mejillas tan rojas y cortadas que parece que se me van a abrir de un momento a otro. ¿Sabías que el hielo refleja el ochenta por ciento de los rayos del sol? No me da tiempo a ponerme moreno cuando empiezo a pelarme y vuelvo a quemarme.

¿Ya ha llegado el otoño a España? Aquí está comenzando el invierno. Seguimos en alta mar, pero Enrique me ha avisado de que pronto regresaremos a casa. Quizá nos veamos antes de lo esperado.

Recalaremos en Nueva Âlesund dentro de un par de días y por fin podré volver a tener contacto con el resto del mundo. He estado pensando en mandarte estos folios, pero no me atrevo. Creo que volveré a enviarte una postal. Necesito saber que vas a leerla, y la única manera que se me ocurre de estar seguro es esa.

Desearía poder hablar contigo, recibir noticias tuyas, pero no tengo manera de comunicarme excepto por carta y, aun en el supuesto de que me respondieras, no me quedo en las bases el tiempo necesario para recibirlas.

Fui un idiota al irme. Echo de menos tus caricias, tu sonrisa, tus gestos, tu mal genio. Pero era necesario. Cuando regrese te sentirás orgullosa del hombre en que me he convertido.

Imagino que estarás enfadada por mi silencio y no querrás saber nada de mí. Y aunque pensar eso me hace morir un poco cada día, estoy firmemente decidido a reconquistar tu cariño. Estos meses de soledad me han enseñado a ser paciente y perseverante.

No podrás librarte de mí.

17 de septiembre de 2010

Han surgido imprevistos.

No regresaré a primeros de octubre como esperaba.

Los ciclos biológicos del krill se han alterado debido al cambio climático, por lo que Enrique quiere posponer nuestro regreso hasta que los haya estudiado en profundidad.

Los demás miembros del equipo de investigación no están seguros de que sea conveniente continuar navegando más allá de finales de este mes. El invierno es muy duro en el Ártico, ni nosotros ni el barco estamos debidamente preparados ni aprovisionados para resistirlo y así se lo han hecho saber el capitán y los oficiales de puente. Pero Enrique está empeñado en continuar y él es quien manda, así que nos tocará quedarnos aquí hasta que las ranas críen pelo.

No puedo llegar a expresar con palabras la consternación que siento en estos momentos. La absoluta decepción e indignación que recorren mis venas con cada latido de mi corazón.

Es muy duro albergar la esperanza de volver a España, a casa, a ti, durante dos semanas, y que de buenas a primeras, y sin anestesia, corten de raíz ese anhelo imposible de olvidar.

Estoy frustrado, enfadado, rabioso… Desesperado.

Estoy horadando un camino de ira con cada paso que doy en cubierta, tengo ganas de dar patadas al maldito robot amarillo y sus asquerosos sensores. Desearía lanzar cada trasto de este barco al mar para así quedarnos sin material con el que realizar los estudios y poder volver.

Apenas puedo controlar mi mal genio ante Enrique. Sé que el trabajo que él hace es importante, imprescindible incluso. Pero te echo tanto de menos que creo que me volveré loco si no ponemos pronto rumbo a España.

20 de septiembre de 2010

Necesito controlar mi rabia. No puedo continuar así.

Hace seis meses la diosa Fortuna me brindó una oportunidad única al ponerme sobre la cubierta de este barco. Desde entonces he trabajado duro, me he dejado la piel en cada labor que he efectuado, he realizado trabajos que me han agotado hasta casi desfallecer, he pasado un miedo aterrador caminando casi a ciegas sobre glaciares inestables, he recogido muestras a escasos metros de los osos polares, temiendo a cada segundo que pasaba convertirme en un sabroso aperitivo para ellos. Pero todo esfuerzo da su fruto. Soy la persona en este barco en la que más se apoya Enrique, en la que más confía. Y estoy a punto de tirar este privilegio por la borda por culpa de la frustración que me carcome.

Últimamente no hago más que discutir con él, me dejo llevar por la ira y digo palabras que ni siquiera siento.

Necesito reordenar mis pensamientos, relajarme, y aprender de nuevo a esperar. Pero es duro, muy duro.

Estaba tan seguro de que te vería antes de acabar septiembre, que con cada día que pasa me siento morir.

Es horrible sentir sobre la piel el paso del tiempo cuando la incertidumbre del regreso anhelado ni siquiera se perfila.

27 de septiembre de 2010

El destino se sigue burlando de mí.

Necesito verte, tanto como respirar.

A veces creo que Enrique dará su brazo a torcer y nuestro regreso será inminente. Otras, sin embargo, se muestra obstinado en continuar, y nuestras esperanzas de cambiar de rumbo se esfuman, de la misma manera que se desvanecen en el mar las estelas que dejan las ballenas al sumergirse bajo las olas.

He pasado esta última semana agonizando lentamente cada segundo, anhelando hasta morir la llegada del día que te veré de nuevo. Y cada día que pasa parece más incierto el retorno. No sé si podré soportarlo.

Espérame, no me olvides.

Nuria pasó la página, pero ya no había nada más escrito, ninguna indicación sobre qué podría haber pasado, excepto la nota que llegó junto al cuaderno. Ninguna noticia de cuándo volvería.

Volvió a leer todas y cada una de las anotaciones. Sonrió al ver como poco a poco había ido cambiando la escritura de su amigo, haciéndose más firme en cada trazo, más certera en cada frase. Mostrándole un hombre más seguro de sí mismo. Un hombre que le declaraba su amor en cada palabra escrita.

Fue a la cocina y descolgó el calendario de la pared, marcó cada fecha escrita en el cuaderno e intentó recordar qué había hecho ella ese día en concreto. Comparó sus vivencias y se mordió los labios al percatarse de que Jared estaba viviendo una experiencia única. Una experiencia que, posiblemente, le habría cambiado. Pensó no por primera vez cuándo volvería a verle, si regresaría pronto o no.

La última anotación en el diario la había asustado. Lo imaginaba capeando tremendos temporales, encerrado en una jaula de hielo, aislado y afligido, solo en mitad de la nada sin poder volver a casa, a sus brazos, junto a ella.

Sus dedos temblaron sujetando aún las páginas.

Cerró los ojos y lo vio ante ella tal y como lo había visto la primera vez, con los pantalones raídos, el pelo revuelto, la barba de varias semanas, y retorciendo el andrajoso gorro negro entre sus finos dedos. Obligó a su mente a dar un paso adelante en el tiempo, a recordar la última vez que lo tuvo frente a ella.

Estaba sentado en el sofá de su casa. Tenía el torso desnudo, ella misma se había ocupado de deshacerse de la camiseta. Sus párpados entornados no podían ocultar el brillo de sus ojos. Respiraba con agitación, todo su cuerpo temblaba debido al orgasmo que ella le había proporcionado. Era el hombre más hermoso del mundo. Seguía estando muy delgado; las costillas todavía se le marcaban bajo la piel, pero ya no tenía los pómulos tan afilados ni su estómago era tan cóncavo. La mirada perdida que mostraban sus ojos el día que lo conoció había dado paso a una mirada risueña que acompañaba a una sonrisa mágica.

Nuria abrió los ojos y buscó en el cajón de su mesilla la última imagen que tenía de él. Aquella que le mandó estando ya en el barco, esa fotografía que se había aprendido de memoria a fuerza de mirarla una y otra vez. Recorrió con las yemas de los dedos por enésima vez el rostro amado, e intentó imaginar cómo sería en esos momentos.

¿Habría cambiado mucho?

¿Seguiría tan delgado?

¿Su piel estaría tostada por el sol, o seguiría quemándose y pelándose? Sonrió al pensar esto último.

Guardó la fotografía junto al cuaderno y se mordió los labios.

No sabía cuándo lo volvería a ver, pero una cosa tenía clara: cuando regresara, lo primero que haría sería hacerle pagar por cada una de las lágrimas que había derramado por él. Lo segundo, comerle a besos; y lo tercero, cortarle las piernas para que no volviera a escaparse de su lado.