Capítulo 12

Dicen que quien espera desespera. Pero solo quien espera tiene la oportunidad de ver hecho realidad lo que tanto anhela.

Era la víspera del día de la Inmaculada Concepción. No había apenas trabajo y Nuria y su abuela ocupaban sus manos y sus mentes en sendas labores de punto de cruz. Estaban sentadas en silencio, tras el mostrador, con los ojos fijos en las puntadas lentas y cadenciosas que acompañaban sus pensamientos. Únicamente la corriente de aire frío que se coló por la puerta al ser abierta las alertó de que acababa de entrar un cliente.

Uno muy silencioso.

—Buenos días —saludó Nuria con educación dejando la labor en un cajón y levantándose para atenderle.

—Hola, Nur —la acarició una voz conocida.

Dolores se levantó de un salto de su silla mientras Nuria miraba al hombre paralizada.

Jared estaba ante ella, erguido en la entrada de la tienda, con un enorme petate fuertemente aferrado en una de sus manos, mientras mantenía la otra cerrada en un puño y pegada al costado. La miraba como si no supiera si acercarse a ella y devorarla, o dar media vuelta y salir corriendo.

Nuria se acercó despacio hasta él, observándolo con los ojos entrecerrados, intentando dilucidar si era un sueño o si él estaba allí en realidad, con ella.

Su amigo había cambiado mucho, muchísimo. Su rostro lucía moreno excepto alrededor de los ojos, donde la piel estaba pálida, como si hubiera estado todo el día abrasándose bajo el sol con unas enormes gafas de nieve puestas. En la comisura de sus labios y el perfil de sus ojos se marcaban arrugas que antes no estaban, su cuello era más grueso y sus hombros eran más anchos, o quizá fuera la postura segura y erguida que había adoptado. Los pantalones vaqueros se ajustaban a sus piernas, marcando músculos que antes no tenía. Observó sus fuertes manos, percatándose de que sus dedos finos y delgados ahora eran morenos y callosos. Se fijó en los cortes que decoraban la piel del dorso, los nudillos agrietados por el frío y las yemas oscurecidas, casi amoratadas.

Jared mantuvo la mirada fija sobre la muchacha. Estaba más delgada, pero su rostro seguía siendo igual de hermoso que hacía medio año, cuando él, como un estúpido, se alejó de ella. Sus ojos pardos eran igual de profundos y luminosos, sus labios igual de gruesos y sensuales. Todo su cuerpo clamó ante la necesidad de tocarla, de sentirla contra su piel. Alzó la mano lentamente, temiendo angustiado que ella rechazara su caricia.

Nuria reaccionó por fin.

Le dio un fuerte manotazo, impidiendo que la tocara.

Jared cerró los ojos, herido. Había imaginado que ella lo rechazaría, pero en el fondo de su corazón esperaba que lo hubiera perdonado. Ya veía que no era así.

—¡No te atrevas a tocarme! —siseó Nuria enfadada. Tras ella, Dolores permaneció inmóvil, no queriendo interrumpir aquel reencuentro.

Jared dio un paso atrás, resuelto a escuchar y aceptar sus recriminaciones, e igualmente decidido a conquistarla de nuevo si era preciso. Esta vez no pensaba huir ni mucho menos cejar en su empeño. Seis meses de soledad eran mucho tiempo para pensar y él tenía sus sentimientos muy claros.

—Ah, no. ¡Ni se te ocurra volver a marcharte! —exclamó Nuria entendiendo mal su gesto—. Si sales por esa puerta te juro que te seguiré y te cortaré las piernas —amenazó—. Vas a escuchar todo lo que tengo que decirte aunque para ello tenga que atarte a la silla —le advirtió furiosa.

Jared asintió con la cabeza, esperando y anhelando los gritos que sabía vendrían a continuación. Necesitaba escuchar su voz y le daba lo mismo si era para gritarle enfadada o susurrarle enamorada.

Pero no fue solo su voz lo que escuchó.

—¡Estúpido! ¡Idiota! —exclamó Nuria marcando cada palabra con un sonoro bofetón—. ¡Mentiroso! ¡Cobarde! —gritó con rabia posando las manos sobre sus recios hombros y empujándole con fuerza—. ¿Cómo te atreves a presentarte tan tranquilo, como si no hubieras estado fuera meses y meses? ¿Tienes la más remota idea del miedo que he pasado? ¿De las cosas tan horribles que se me han pasado por la cabeza al ver que no regresabas, sin saber nada de ti? ¿No podías haberme escrito más a menudo, haber llamado?

—No tenía manera de comunicarme contigo —se aventuró a explicarle Jared. Ella no pudo resistirlo; le volvió a golpear en la cara, pero esta vez fue más una caricia que un guantazo.

—¡Y a mí qué narices me importa eso! ¡No es culpa mía si te largas como un imbécil al fin del mundo! —replicó Nuria incapaz de razonar—. No podías haberte ido a… Bilbao, Londres, Berlín… o incluso a China. ¡No! ¡El señor tenía que largarse lejos de la civilización y tener así la excusa perfecta para no hablar conmigo! ¡Pues ahora me vas a escuchar te guste o no! —Él agachó la cabeza sin saber qué decir—. Ah, no. No se te ocurra dejar de mirarme —ordenó ella posando las palmas de las manos sobre los morenos pómulos del hombre—. ¡Si vuelves a intentar alejarte de mí, te juro que…! —exclamó enfadada—. No vuelvas a hacerlo —susurró de repente, fijando en él sus ojos brillantes—. No vuelvas a marcharte sin decir nada… no vuelvas a dejarme sola —suplicó abrazándole y besándole impetuosa mientras las lágrimas que llevaba conteniendo desde que lo viera de pie frente a ella comenzaban a fluir incontrolables por sus mejillas.

Jared no pudo hacer otra cosa que corresponder a su beso y abrazarla como si le fuera la vida en ello. Y así era.

Olvidó que estaban en un lugar público, que una anciana los observaba atenta y sin perderse detalle, que llevaba puesta la misma ropa desde hacía más de veinticuatro horas y que la incipiente barba podría arañar la suave piel de su amada. Olvidó el miedo a perderla, el pesar de saber que la había herido con su huida, la decisión de arrodillarse a sus pies y suplicarle perdón.

Lo olvidó todo, hasta que un fuerte carraspeo tras ellos les hizo separarse.

—Los jóvenes no aprenderéis nunca —fingió regañarles Dolores. Jared la miró entre avergonzado y decidido, y ella a cambio le sonrió—. Puede que no sea tan guapa como mi nieta, pero igualmente quiero mi beso —comentó riendo—. ¡Ven aquí de una vez y dame un abrazo!

Jared se plantó en dos zancadas junto a Dolores y la envolvió en un abrazo de oso levantándola del suelo y girando sobre sí mismo. Y en ese momento, se percató de que la anciana en realidad era muy chiquitina; apenas pesaba cuarenta kilos y no le llegaba a los hombros. Siempre la había visto como una mujer imponente y en realidad era un ángel diminuto de mejillas sonrosadas y pelo blanco.

—¡Bájame, bruto, que me estoy mareando! —exclamó ella entre risas.

Jared obedeció al momento, depositándola sobre el suelo y dándole un cariñoso beso en la frente. Luego se colocó junto a Nuria y tomó una de sus manos con la suya. Ella se soltó cruzándose de brazos y mirándole enfadada.

—No te creas que se me ha pasado el enfado, aún tienes que pagar por todo lo que me has hecho pasar —advirtió.

—Cuando quieras. Como quieras. Donde quieras —susurró él contra su oído asiéndole la mano de nuevo. No había pasado los últimos seis meses perdido en el Ártico para volver a cometer los mismos errores. A partir de ese instante todo lo que deseaba lo iba a obtener, y en ese momento quería sentir la piel de Nuria tocando la suya.

Ella le miró sorprendida por su respuesta. Era la primera vez que él hacía algo así. Parecía que no solo había cambiado físicamente durante su separación.

—¡Basta ya de ceños fruncidos! —exclamó Dolores mirando a su nieta—. Cuéntanos qué has hecho durante todo este tiempo.

—Tengo una idea mejor. Es casi la hora de cerrar, vamos a buscar a Sonia, Anny y Román y os invito a comer en el Soberano —propuso Jared con una enorme sonrisa en los labios.

—No hace falta, Jared —rechazó la anciana. El muchacho no se había pasado medio año perdido de la mano de Dios para al regresar tirar el dinero como si le sobrase.

—Es un capricho que tengo —insistió apretando la mano de Nuria. Feliz de sentir su contacto de nuevo.

—Si tiene antojo, déjale, mujer, que no se va a arruinar —comentó una voz acompañada por un sonoro ladrido desde la puerta.

Jared se dio la vuelta, soltó una estentórea carcajada y abrazó impetuoso al peluquero mientras su enorme perro ladraba eufórico a su alrededor.

—Bueno, bueno, guárdate las efusiones para tu novia que me vas a romper alguna vértebra —se quejó Román sin soltar al joven.

—¡Dios! No sabes cuánto he echado de menos nuestros desayunos —comentó Jared guiñándole un ojo—. ¡Me tienes que poner al día!

—Tú sí que nos tienes que poner al día a nosotros —replicó Román dándole un coscorrón—. ¿Cuándo has llegado?

—Ayer a mediodía.

—¿Ayer? ¡Y no has venido a vernos hasta ahora mismo! —exclamó Nuria ofendida.

—A Vigo, llegué a Vigo a mediodía —se apresuró a explicar Jared asiéndole ambas manos para besarle las muñecas—. En cuanto desembarqué busqué un vuelo a Madrid, pero desde allí no salía ninguno; tuve que viajar en autobús hasta Santiago de Compostela y, una vez allí, esperar hasta la madrugada para coger el primer avión con asientos libres. He llegado a Barajas hace menos de dos horas.

—¡Madre mía, estarás agotado, chaval! —exclamó Román asombrado por la fortaleza de la juventud.

—¡Jared! —exclamó estupefacta Anny desde la puerta—. ¿Cuándo has llegado? Me acaba de decir el dueño de los frutos secos que Nuria se estaba besando con un hombre en la mercería, ¡delante de Dolores! He venido a ver qué narices pasaba. Y resulta que ¡eres tú! No me lo puedo creer —comentó eufórica.

—Ah, da gusto comprobar que radio barrio sigue funcionando a la perfección —dijo orgulloso Román a la vez que el timbre del teléfono comenzaba a sonar—. A mí me ha avisado la chica de la droguería —explicó.

Jared se acercó con intención de abrazar a Anny, pero esta recuperó su carácter huraño y dio un paso hacia atrás mirándolo enfurruñada.

—Tú y yo tenemos que hablar —dijo apuntándolo con el dedo—. Me tienes que explicar en qué narices estabas pensando cuando te largaste al Polo Norte a ver pingüinos.

—No hay pingüinos en el Polo Norte —replicó Jared divertido.

—¿Qué?

—Los pingüinos están en el Polo Sur, en el Ártico hay osos polares.

—Pero qué listo es mi niño. Vamos, para darle una buena patada en los cojones y esperar a ver cómo lo analiza —le espetó Anny irónica acercándose a Nuria. ¿Desde cuándo Jared decía más de dos palabras en una frase?

—Sí, Sonia. Es Jared, ha vuelto. Cierra la tintorería y vente con nosotros a comer al Soberano —escucharon claramente la voz de Dolores hablando con su amiga por teléfono.

—Nur, ¿cómo estás tú? —Anny aprovechó que estaban todos pendientes de Dolores para preguntar a su amiga en voz baja.

—Bien, creo que bien; bueno, no lo sé. Quiero llorar, pegarle, besarle, cortarle las piernas y abrazarle. Todo a la vez —susurró Nuria a su amiga.

—Si me permitís opinar, prefiero los besos y abrazos antes que los daños físicos. Pero si es necesario para que te sientas bien, me pongo a tu entera disposición. Aunque espero sinceramente que eso de cortarme las piernas sea una amenaza vana y no un deseo real —manifestó Jared interrumpiendo la conversación entre las dos amigas.

—¿Pero qué narices le ha pasado? ¡Si hasta es capaz de decir más de dos frases! —exclamó Anny medio en broma, medio en serio. El Jared que ella conocía no se hubiera atrevido a decir tantas palabras seguidas, mucho menos a interrumpir o escuchar una conversación privada.

—Imagino que, después de pasar medio año escuchando hablar a científicos, algo se me ha pegado —comentó Jared riendo con ganas.

—A ver que yo me aclare —dijo Sonia desde la entrada de la tienda. Estaba sofocada, como si hubiera ido corriendo desde la tintorería—. ¿Me estás diciendo que Jared ha vuelto y que Nuria lo ha besado? ¡Pero bueno! Primero tenías que haberle dado un buen par de bofetadas por desaparecer tantos meses.

—Eso ha sido lo primero que ha hecho —afirmó Jared acercándose a ella y dándole un efusivo beso en cada mejilla.

Luego dio un paso atrás y los miró a todos, grabándose sus rostros en la mente. Ellos eran sus amigos, su familia.

Por fin estaba en casa.