Capítulo 10
No hay mayor agonía que sentir cómo la esperanza juega con tu corazón, día a día, palabra a palabra.
—Buenos días, Dolores, Nuria. ¿Qué tal la mañana? —saludó el cartero asomándose a la puerta de la mercería.
—Buenos días, Antonio. Si son facturas lo que traes, ya puedes ir dándote la vuelta —bromeó la anciana acercándose al hombre para recibir las cartas.
—Pues no, hoy tienes una postal, y debe de ser de algún cliente que compartís varios comercios de esta calle, porque he entregado dos más de la misma provincia —comentó divertido tendiéndosela y regresando a su trabajo.
—¿Una postal? —preguntó Nuria—. ¿Desde dónde la mandan?
—De Pontevedra.
—Déjame verla. —No esperó a que su abuela se la diera, directamente se la quitó de las manos. Tenía un presentimiento.
—Es de Jared —comentó al poco—. Está en Vigo —informó dejando la misiva sobre el mostrador—. Parece que le van bien las cosas. ¡Ojalá no vuelva nunca! —exclamó enfadada entrando en la trastienda y dando un tremendo portazo.
Dolores se acercó y tomó la postal. Era tan escueta como poco informativa.
5 de mayo de 2010
Queridas amigas:
Espero que leáis esto, pero si no lo hacéis lo entenderé.
Siento haberme marchado tan repentinamente, dejándolo todo por aclarar, pero me surgió una oportunidad que no pude desaprovechar. He conseguido un trabajo en una expedición oceanográfica promovida por el ICES. Ahora estoy en Vigo, pero partiré mañana. Estaré fuera algunos meses. No sé si podré escribiros en ese tiempo.
Por favor, perdonadme.
Os quiere,
JARED
—¡Nur, Dolores! —gritó Román desde la puerta en el mismo momento en que Dolores, asombrada, releía el breve mensaje por tercera vez.
La anciana dejó la postal de nuevo sobre el mostrador y observó a su amigo. Estaba sonrojado y lucía una enorme sonrisa en los labios.
—¿A que no sabes qué? Acabo de recibir noticias de Jared ¿Vosotras también? —Román estaba alegre, emocionado incluso.
—Román, ¿qué haces tú aquí? —preguntó Anny entrando en la tienda—. No me lo digas, has recibido noticias de Jared.
—¿Tú también? —dijo el peluquero mirando a la joven. Esta asintió—. ¿Dónde está Nuria? —inquirió extrañado al no verla.
—Estaba haciéndome un café —contestó la interpelada saliendo de la trastienda, tenía los ojos rojos y la cara pálida. De hecho, desde que Jared había desaparecido hacía poco más de una semana, había perdido algo de peso, y también su sonrisa espontánea.
—Nur, ¿no me has oído? Hemos recibido noticias de Jared, nos ha mandado una carta desde Vigo, va a ser cocinilla en el barco de un tal Ices —explicó apresurado el anciano.
—¿Cocinilla? —inquirió Dolores divertida por el término.
—Sí, mira, lo pone aquí —dijo mostrándoles una postal con unas pocas frases escritas a mano—. Dice que le ha salido curro de pinche de cocina en una exploración geográfica.
—Expedición oceanográfica —le corrigió Nuria.
—¡Tú también has recibido una carta! —exclamó entusiasmado—. Es maravilloso, ¿no crees? Ahora ya sabemos dónde está y que se encuentra sano y salvo.
—No estarás diciendo en serio que te crees ese montón de mentiras —replicó Anny acercándose a su amiga. Nuria negó con énfasis, ella tampoco se creía nada de lo escrito.
—¿Por qué piensas que son mentiras? —preguntó Dolores tomando el mensaje de Román y leyéndolo rápidamente—. Cuenta más o menos lo mismo que en la nuestra —confirmó a las jóvenes—, y añade que trabajará en las cocinas y que estará unos cuatro meses fuera. Poco más.
—¿No os dais cuenta de que eso no puede ser cierto? —intervino Nuria por primera vez desde que había salido de la trastienda—. Cuando huyó de casa no tenía un solo euro en los bolsillos, y ahora está en Vigo. ¿Cómo ha llegado, haciendo dedo? —preguntó irónica, Anny asintió—. Oh, espera, se me ocurre algo mejor: bajó desde el cielo su ángel de la guarda y le proporcionó dinero, trabajo y ropa. ¡Ni que fuera ceniciento!
—No sé cómo habrá llegado hasta Galicia, pero lo que está claro es que la postal está sellada en Vigo, por lo menos la mía —comentó Román—. Quién sabe, cosas más raras se han visto —argumentó al ver cómo Nuria fruncía el ceño y apretaba los labios—. Lo mismo se encontró con alguien que le ofreció trabajo y decidió acompañarlo.
—Claro, es lo más lógico del mundo —replicó Anny haciendo frente común con su amiga—. Estando en Madrid se le acerca un tipo y le pide que le acompañe a la otra punta de España para hacer de cocinero en su barco. ¿Cómo no se me había ocurrido esa explicación? —Negó con la cabeza—. No sé qué tendrá en mente, pero no me trago ese cuento.
—Nuria, no deberías… —comenzó a decir Dolores ignorando el comentario de Anny.
—No, abuela, tú no lo conoces. Tiene metido en la cabeza que es… —Cerró los ojos apesadumbrada a la vez que se mordía los labios—. No lo entenderíais, Jared piensa que no es… —Hizo de nuevo una pausa sin saber bien cómo explicarse—. Tiene un sentido del honor arcaico, y una bajísima opinión de sí mismo. Cree que la gente le juzga por lo que tiene, no por lo que es. Él piensa que no es el hombre que yo me merezco. Estoy segura de que estará en la calle, sin dinero ni ropa, buscando… no sé, un trabajo, algo con que demostrar al mundo que es mejor persona de lo que él mismo imagina que es.
—Es idiota —gruñó Anny.
—Lo entendemos, cariño. Lo conocemos bien —afirmó Dolores dando un codazo a la amiga de su nieta para hacerla callar.
Anny era una chica maravillosa, a no ser que estuviera enfadada; entonces se convertía en una verdadera arpía incapaz de razonar.
—Y si algo no es, es tonto —aseveró Román—. Seguro que está mejor de lo que tú crees. Es un hombre de recursos ilimitados, ya lo viste. Tanto le da repartir alfombras, que limpiar cocinas, que hacer alguna chapuza.
—No me puedo quitar de la cabeza que ha desaparecido por mi culpa. Si yo no hubiera… —susurró Nuria.
—¡No digas chorradas! —exclamó su amiga, indignada. Nuria llevaba una semana entristecida, llorando, sintiéndose culpable y preguntando a todo el mundo si habían visto al tipejo. No pensaba consentirlo ni un segundo más—. Si tú no te hubieras lanzado sobre él, si Dolores no hubiera llegado cuando llegó… Bah, tonterías —se burló de los lamentos de sus amigas sin dejar de mirar a la anciana. Sabía de sobra que Dolores también se sentía culpable en cierto modo y estaba francamente harta de que esas dos mujeres, a las que tanto quería, lo estuvieran pasando mal por culpa de la ineptitud de un hombre—. Las cosas son como son y punto. No hay que darle más vueltas. Jared es mayorcito, podía haber mantenido el pajarito guardadito en vez de haberse dejado… querer.
—¡Anny! —gritó Nuria colorada como un tomate.
—¡Qué! Tengo razón y lo sabes. Dos no se lían si uno no quiere. Y eso no es lo importante; a lo hecho, pecho. Tenía que haberse comportado como un hombre y dar el callo, en vez de salir corriendo y esconderse como el cobarde que es. Así que nada de compadecerle. Lo que le pase, se lo ha buscado él solito.
—Pero, Anny… —murmuró Nuria asombrada al ver a su amiga tan enfadada. Desde que Jared había empezado a trabajar en la tintorería Anny le había ido cogiendo cariño, igual que el resto de los vecinos del barrio. No entendía este repentino cambio de actitud.
—No. Basta ya de tanta preocupación. Te apuesto lo que quieras a que en menos de una semana tenemos noticias suyas.
Acertó a medias en su predicción.
Sí tuvieron noticias suyas.
Dos meses después.
La postal llegó cuando ya no la esperaban. Cuando se habían hecho a la idea de que no volverían a verle. Cuando Nuria por fin estaba dejando de llorar a escondidas en su habitación cada noche.
Llegó una luminosa mañana de julio, cuando el ardiente calor obligaba a buscar cobijo bajo la sombra de los árboles y dos mujeres, sentadas en sus sillas tras el mostrador de la mercería, hacían cálculos para saber si podrían cerrar todo el mes de agosto, o solo quince días.
La postal era de hecho una fotografía. En ella se veía una playa de hielo y al fondo, en mitad del océano y rodeado de glaciares imponentes y afilados, se alzaba un gran barco con la cubierta ocupada por una grúa y extraños aparatos. En el reverso de la foto, escrito en letras muy pequeñas y juntas, como queriendo aprovechar todo el espacio, había un breve texto.
20 de julio de 2010
Queridas amigas:
No sé si recibiréis esta carta ni, si en caso de hacerlo, la leeréis.
Sé que estaréis furiosas conmigo y no os faltará razón para ello. Pensaréis que estoy ocultándome y, en cierto modo, así es. Estoy en el buque Ramón de Margalef, en una expedición oceanográfica promovida por el ICES. Soy el pinche de cocina, pero mi trabajo realmente consiste en obedecer órdenes.
Ahora mismo estoy en una base en Svalbard, a medio camino del Ártico. No sé cuánto tiempo estaré aquí, ni cuándo podré volver a mandaros noticias.
El barco que se ve en la imagen es en el que trabajo, y es más grande de lo que parece. Estoy aprendiendo mucho con mis compañeros y, sobre todo, estoy pensando en qué quiero hacer con mi vida a partir de ahora.
El océano es enorme y la soledad infinita.
Os echo mucho de menos,
JARED
—¿Qué narices es el ICES ese? —preguntó Anny cuando acabó de leerla por tercera vez.
Nuria había salido corriendo a buscar a su amiga en cuanto la recibió. Y ahora las dos estaban elucubrando sobre lo que había escrito Jared.
—No tengo ni idea —respondió Nuria—, pero pienso averiguarlo.
—¿Cómo?
—Con «san Google, que todo lo encuentra» —aseveró Nuria—. Abuela, salgo un momento; ahora mismo vuelvo.
Corrió durante todo el trayecto a su casa, con Anny a la zaga; llegó a su habitación casi sin respiración, encendió su obsoleto ordenador y esperó impaciente a que este tuviera a bien comenzar a funcionar.
—¡Ya lo tengo! —exclamó tras unos minutos de búsqueda—. ICES son las siglas de: International Council for the Exploration of the Sea.
—¿Y eso qué gaitas es? —preguntó su amiga.
—El consejo internacional para la exploración del mar —tradujo Nur.
—¿Tienen alguna expedición en marcha? —inquirió Anny interesada.
—¡Uf!, muchas. Espera, voy a buscar las que tengan salida desde el puerto de Vigo —comentó tecleando rápidamente—. ¡Oh Dios! El 7 de mayo partió el buque Ramón Margalef para un estudio del Instituto Oceanográfico de Vigo, promovido en parte por el ICES.
—¡La leche! Si al final va a resultar que nos estaba diciendo la verdad. Mira a ver si dicen algo más.
La siguiente carta tardó en llegar más de dos meses, justo cuando Nuria ya comenzaba a pensar que no volvería a saber de él.
Dos meses de buscar todos los días en Internet cada noticia sobre la expedición, aunque, desgraciadamente, apenas encontró un par de anotaciones. Tampoco se mencionó en los telediarios ni en los periódicos. Nuria no podía entender cómo era posible que siendo una investigación tan importante no apareciera en los medios de comunicación.
Asumía con total coherencia que, aunque para ella Jared fuera lo más importante de su vida, para el resto del mundo, él, como persona anónima, ni siquiera existía. Pero lo que la colmaba de apesadumbrado estupor era el olvido, ignorante y peligroso para el planeta en que vivían, con que los periódicos y telediarios obviaban la expedición. Comprobó indignada que los datos que pudieran aportar los investigadores sobre las consecuencias del cambio climático en el océano Ártico tenían muchísima menos importancia para la gente que la cantidad de goles marcados en un partido de fútbol. El calentamiento de los océanos les traía al pairo, aunque estuviese anunciando la muerte, lenta y dolorosa, del planeta.
Cuando el cartero llegó a su puerta el 20 de septiembre, con una enorme sonrisa en los labios y las pobladas cejas arqueándose con fuerza, Nuria supo que acababa de recibir noticias de Jared. Le arrancó la postal de las manos y corrió a esconderse en la trastienda.
Necesitaba saborear en soledad cada una de las palabras escritas por su amado.
Se aseguró de que la puerta estuviera cerrada con llave y devoró con la mirada la postal. Era, al igual que la vez anterior, una fotografía, pero en esta ocasión no de un paisaje, sino de una persona.
La observó atentamente, con el corazón a punto de escapársele por la garganta.
Era él.
Jared.
Se encontraba en mitad de un desierto helado, tan brillante, que la luz se reflejaba sobre el suelo que pisaba. No había nada más que esa blancura infinita; ni mar ni personas ni animales, solo hielo y más hielo, pero a él parecía no importarle.
Estaba de pie y sonreía a la cámara o al menos eso imaginaba ella, porque apenas se le veía la cara. Llevaba un anorak de un rojo rabioso que destacaba como un faro en el gélido paisaje que le rodeaba, y el gorro de la prenda le cubría la cabeza hasta casi taparle los ojos. Pero Nuria podía ver perfectamente sus pómulos afilados y su sonrisa confiada. Era él, estaba segura. Estuvo observando y acariciando con las yemas de los dedos la imagen hasta que se la grabó en la mente, y después, casi temblando, le dio la vuelta y leyó el reverso. Estaba sellada en Nueva Âlesund, Noruega.
—¿Noruega? Por Dios, Jared, ¿Dónde estás ahora? ¿Por qué no vuelves a mí? —musitó antes de comenzar a leer.
14 de septiembre de 2010
Cuando te llegue esta postal ya estaré de regreso a España. Si todo sale según los planes previstos, a finales de mes arribaremos a Bergen y desde allí regresaremos a Vigo.
El verano ártico se acaba y nuestro trabajo de investigación alrededor de Svalbard también. Día a día el clima se va haciendo más severo, apenas podemos detener el barco durante unas horas para recoger muestras, pues en cuanto lo hacemos el casco se cubre de hielo ante nuestros asombrados ojos. Caminar sobre los glaciares es casi imposible, la fuerza del viento nos arrastra sin que podamos evitarlo, pero lo que más impone es el ruido. Escuchar el sonido del hielo moverse; cómo se estira y se rompe cerca de donde estoy, ese rugido penetrante e intenso me hace pensar en el fin del mundo.
Cuento los días que me quedan para volver a casa, para verte…
JARED
—Dos semanas, tres a lo sumo… —murmuró Nuria besando la fotografía, mientras calculaba el tiempo que faltaba para verle.
Se secó las lágrimas que habían brotado de sus ojos al leer la carta y salió de la trastienda llamando a Dolores a gritos.
—¡Abuela! ¡Quince días! ¡Volverá a mí dentro de quince días!
Pero los días pasaron y él no regresó.
Septiembre dio paso a octubre y Nuria pasaba cada hora del día asomada a la puerta de la tienda, esperándole.
Llegó el día de la festividad del Pilar y transcurrió sin que él volviera.
Cada mañana se levantaba resplandeciente, segura de que ese sería el gran día. Se arreglaba con cuidado, cepillaba su cabello hasta hacerlo brillar, pintaba sus labios, sonreía al espejo y bajaba corriendo las escaleras del portal para ir a la mercería. Y cada tarde volvía a casa despacio, arrastrando los pies y con la tristeza dibujada en su rostro.
Cuando por fin llegó el momento, no fue como ella esperaba. No hubo fanfarrias ni fuegos artificiales. No le pudo abrazar ni besar. No pudo ver su rostro ni escuchar su voz.
—Buenos días, Nuria. ¿Está tu abuela? —saludó dubitativo el cartero entrando en la tienda mucho antes de su hora habitual.
—Aquí estoy, ¿ha pasado algo? —preguntó Dolores saliendo extrañada de la trastienda. El cartero nunca llegaba tan pronto, ni mucho menos preguntaba por ella.
—Eh… no, claro que no —respondió dudoso centrando su mirada en la anciana—. Solo quería comprobar que Nuria no estaba sola.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Nuria levantándose asustada al escuchar las palabras del hombre. Tenía un mal presentimiento.
—Esta mañana ha llegado esto para ti, de Bergen, Noruega —explicó el empleado de correos entregándole un sobre enorme y mirando de refilón a la anciana. Esta abrió asustada los ojos y se acercó presurosa a su nieta—. He pensado que sería importante y por eso he cambiado mi ruta. Espero que no sea nada grave.
Nuria no pudo evitar que un jadeo escapara de sus labios al tocar el sobre. Este era pesado y voluminoso. Estaba sellado el día 5 de octubre. Lo abrió con dedos temblorosos. En su interior encontró una nota escrita a mano y un cuaderno. Leyó la nota con rapidez y, al terminar, cerró los ojos y respiró aliviada.
—Nuria, hija, ¿que ha pasado? —preguntó su abuela preocupada. El cartero también esperaba noticias.
—Jared no puede regresar aún.
—¿Le ha pasado algo?
—No. Está bien —dijo tendiéndole la nota—. Voy a casa un momento —declaró saliendo de la tienda con el cuaderno apretado contra el pecho.
29 de septiembre de 2010
Sé que te prometí que estaría en casa por estas fechas, pero el jefe de la expedición decidió en el último momento continuar un poco más, y no he encontrado manera de avisarte hasta ahora mismo. De hecho, ha sido gracias a que hoy ha sucedido algo inesperado que puedo mandarte esto. Mi barco se ha cruzado con otro que regresaba a puerto tras concluir sus trabajos. Enrique ha aprovechado para intercambiar datos sobre los seguimientos, y mientras tanto mis compañeros y yo hemos hablado con los otros marineros y estos se han comprometido a enviar nuestras cartas en cuanto recalen en Bergen.
Llevo desde que han subido a cubierta dándole vueltas a la cabeza sin saber exactamente qué decirte. Al final he decidido que voy a ser valiente por primera vez en cinco meses. Voy a mandarte el diario que he escrito durante el tiempo que llevo aquí. Por favor, no rompas estas páginas sin leerlas. En ellas está mi alma.
No sé a ciencia cierta cuándo regresaré a casa, Enrique quiere seguir un poco más, pero el resto de los investigadores no lo ven del todo claro.
Te echo de menos, muero por verte, por sentirte junto a mí, por tocarte.
JARED