Hieme et aestate, prope proculque, usque dum vivam et ultra.

Cuando Mungo Park exploraba el Senegal tuvo que soportar muchas privaciones. En cierta ocasión le ataron a un árbol, a la entrada de un poblado, sin dejarle nada de comer ni de beber, mientras los hombres de la tribu se mofaban de él. Y, en la noche tormentosa, sólo las mujeres —incluso una vieja mendiga que vivía de la caridad— vinieron a traerle leche y comida, como dicen que las golondrinas le quitaron las espinas a Cristo.

A ellas, a mis amigas, a mis golondrinas, las que me encontraron en el camino y me ayudaron en días difíciles. Ellas no se conocen entre sí, pero sus nombres están reunidos en mi corazón. Gracias.

M. W.