11

Fin del sueño.

Principio de la pesadilla.

El semielfo miró a su alrededor. La sala estaba tan vacía como su mano. Los cadáveres de sus amigos no estaban. El dragón tampoco. El viento soplaba a través de una pared destruida, arremolinando la roja túnica de Raistlin, esparciendo por el suelo hojas secas de álamo. El semielfo caminó hacia Raistlin, alcanzando a sostener al joven mago en sus brazos antes de que éste se desmayara.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Tanis sacudiendo a Raistlin —. ¿Dónde están Laurana y Sturm? ¿Y los otros, y tu hermano? ¿Están muertos? ¿Y el dragón?

—El dragón se ha ido. El Orbe envió al dragón lejos de aquí al darse cuenta de que no podía vencerme —deshaciéndose de Tanis, Raistlin se separó de él, acurrucándose contra la pared de mármol—. No pudo vencerme tal como era… Ahora hasta un niño podría conmigo. Y por lo que se refiere a los demás… no lo sé. Tú, semielfo, has sobrevivido por la fuerza de tu amor. Yo he sobrevivido por mi ambición. Nos aferramos a la realidad en medio de una pesadilla. ¿Quién sabe lo que puede haberles ocurrido a los demás?

—Entonces Caramon debe estar vivo debido a su amor. Con su último aliento me rogó que respetara tu vida. ¿Dime mago, es éste el futuro que sabías irreversible?

—¿Por qué preguntar? ¿Me matarías, Tanis? ¿Ahora? —No lo sé —murmuró Tanis despacio, pensando en lasúltimas palabras de Caramon—. Tal vez.

Raistlin sonrió con amargura.

—Guarda tus energías. Mientras nosotros estamos aquí el futuro está cambiando, somos los juguetes de los dioses, no sus herederos como se nos prometió. Pero… —el mago seapartó de la pared—, aún falta mucho para que esto acabe. Debemos encontrar a Lorac, y el Orbe de los Dragones.

Raistlin se arrastró por la sala, apoyándose pesadamente en su Bastón de Mago que iluminaba la estancia ahora que la luz glauca se había evaporado.

La luz glauca. Tanis se quedó en pie en medio del corredor, perdido en un mar de confusiones, intentando despertar, intentado discernir lo soñado de la realidad, ya que el sueño parecía mucho más real que lo que ahora observaba. Contempló la pared destruida. ¿Realmente había habido un dragón? ¿Y una cegadora luz verdosa al final del corredor? Pero ahora éste estaba oscuro. Había caído la noche. Cuando todo aquello había empezado era de día. Las lunas no habían ascendido en el cielo y, sin embargo, ahora estaban llenas. ¿Cuántas noches habían pasado? ¿Cuántos días?

De pronto Tanis oyó retronar una voz en el otro extremo del corredor, cerca de la puerta.

—¡Raistlin!

El mago se detuvo, dejando caer los hombros. Luego se volvió lentamente.

—Mi hermano —susurró.

Caramon —vivo y aparentemente ileso estaba junto a la puerta, su silueta se recortaba contra la estrellada noche.

Tanis oyó a Raistlin suspirar suavemente.

—Estoy cansado, Caramon —el mago tosió y respiró jadeante—. Y aún hay mucho que hacer antes de que esta pesadilla acabe, antes de que las tres lunas se pongan —Raistlin extendió su huesudo brazo—. Necesito tu ayuda, hermano.

Tanis vio que Caramon se estremecía. El gran hombre entró en la habitación, acompañado del sonido de la espada repiqueteando contra sus caderas. Al llegar junto a su hermano, lo rodeó con el brazo.

Raistlin se sostuvo en él. Los gemelos caminaron juntos por el frío corredor, atravesando la destruida pared y dirigiéndose hacia la estancia donde Tanis había visto la luz verdosa y el dragón. Con el corazón lleno de presagios, Tanis avanzó tras ellos.

Los tres entraron en la sala de audiencias de la torre de las Estrellas. Tanis la miró con curiosidad, toda su vida había oído hablar de la belleza de aquel lugar. La torre del Sol de Qualinost había sido construida en memoria de esta torre, la torre de las Estrellas. Se parecían mucho la una a la otra, y sin embargo no eran iguales. Una era luminosa, laotra estaba llena de oscuridad. Tanis observó a su alrededor. La torre se elevaba sobre él formando espirales de mármol que brillaban con el fulgor de las perlas. Había sido construida para almacenar la luz de las lunas, tal como la torre del Sol almacenaba la luz del sol. Las ventanas talladas en la torre estaban labradas con gemas que absorbían y magnificaban la luz de Solinari y Lunitari, haciendo danzar rayos rojos y plateados por la habitación. Pero las gemas se habían roto, y ahora los rayos de luna que se filtraban estaban distorsionados; los plateados eran pálidos como cadáveres y los rojos, bermejos como la sangre.

Tanis, temblando, alzó la mirada. En Qualinost había pinturas en el techo, retratos del sol, de las constelaciones y de las dos lunas. Pero aquí sólo se apreciaba un agujero tallado en el extremo más elevado de la torre. A través de él únicamente podía verse una vacía negrura. Las estrellas no relucían. Era como si una esfera negra y perfectamente redonda hubiese aparecido en la estrellada oscuridad. Antes de poder reflexionar sobre qué podía significar aquello, oyó a Raistlin hablar en voz baja y se volvió.

Allí, entre las sombras, en el otro extremo de la sala de audiencias, estaba el padre de Alhana, Lorac, el rey elfo. Su encogido y cadavérico cuerpo casi desaparecía en un inmenso trono de piedra caprichosamente labrado con aves yotros animales. Seguramente debía haber sido muy bello, pero ahora las cabezas de todos los animales eran calaveras.

Lorac estaba inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás, con la boca abierta en un silencioso grito. Su mano reposaba sobre una esfera de cristal.

—¿Está vivo? preguntó Tanis horrorizado.

—Sí —respondió Raistlin—, a su pesar, indudablemente.

—¿Qué le ocurre?

—Está viviendo en una pesadilla —respondió Raistlin señalando la mano de Lorac—. Ahí está el Orbe de los Dragones. Por lo que se ve, ha intentado manipularlo. El Orbe llamó a Cyan Bloodbane para que guardara Silvanesti, y el dragón decidió destruirlo, murmurando pesadillas al oído de Lorac. Lorac llegó a creer tanto en el sueño, pues el amor a su tierra era muy grande, que la pesadilla se convirtió en realidad, Así, el sueño que vivimos al entrar era el suyo. Su sueño… y el nuestro. Al entrar en Silvanesti, también nosotros caímos bajo el poder del dragón.

—¿Tú sabias que íbamos a enfrentarnos a esto!— exclamó Tanis agarrando a Raistlin por los hombros y obligándolo a girarse—. ¡Sabias hacia dónde nos encaminábamos cuando dejamos la orilla del río…!

—Tanis —dijo Caramon amenazadoramente, forzándolo a soltar a su hermano—. Déjalo en paz.

Antes de poder responder, Tanis escuchó un sollozo. Sonaba como si procediera de la base del trono. Lanzándole a Raistlin una furibunda mirada, Tanis se separó de él y miró hacia las sombras, avanzando hacia ellas con la espada desenvainada.

—¡Alhana! —la doncella elfa estaba acurrucada a los pies de su padre, con la cabeza sobre su regazo, llorando. No pareció oír a Tanis, que se acercó más a ella—. Alhana…

La elfa elevó la mirada sin reconocerlo.

—Alhana.

La muchacha parpadeó y se estremeció, asiendo la mano que Tanis le tendía, como aferrándose a la realidad.

—¡Semielfo! —susurró.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Qué ha sucedido?

—Oí decir al mago que todo era un sueño y… y me negué a creer en ello. Desperté, ¡Pero sólo para descubrir que la pesadilla era real! ¡Mi bella tierra llena de horrores! —Alhana escondió el rostro entre las manos y Tanis se arrodilló junto a ella.

—Me abrí camino hasta aquí. Me llevó… días. Días de pesadilla. Cuando entré en la torre el dragón me capturó. Me trajo aquí, junto a mi padre, con el propósito de hacer que Lorac me asesinara. Pero mi padre no fue capaz de dañar a su propia hija, ni siquiera en sueños. Por tanto Cyan lo torturó con visiones de lo que podría hacer conmigo.

—¿Y tú? ¿Tú también tenías esas visiones? —susurró Tanis acariciando el cabello largo y oscuro de la elfa.

—No fue tan espantoso. Sabía que eran un sueño. Pero para mi pobre padre era real…—dijo comenzando a sollozar de nuevo.

El semielfo le hizo una señal a Caramon.

—Lleva a Alhana a una habitación donde pueda tenderse a descansar. Haremos lo que podamos por su padre.

—Estaré bien, hermano mío —dijo Raistlin como respuesta a la mirada de preocupación de Caramon—. Haz lo que Tanis dice.

—Ven, Alhana —la apremió Tanis, ayudándola a ponerse en pie. La muchacha se tambaleó, exhausta—. ¿Hay algún lugar donde puedas descansar? Vas a necesitar todas tus fuerzas.

Al principio pareció dispuesta a discutir, pero luego se dio cuenta de lo débil que estaba.

—Llevadme a la habitación de mi padre, os enseñaré el camino —Caramon la rodeó con el brazo y salieron lentamente de la sala.

Tanis se volvió hacia Lorac. Raistlin estaba en pie ante el elfo. Tanis oyó que el mago murmuraba unas palabras para sí.

—¿Qué ocurre? —preguntó en voz muy baja el semielfo—. ¿Está muerto?

—¿Quién? ¿Lorac? No, no lo creo. Aún no.

Tanis comprendió que el mago había estado contemplando el Orbe de los Dragones.

El Orbe era una inmensa bola de cristal, de por lo menos veinticuatro pulgadas de anchura. Estaba situada sobreuna base de oro en la que se habían labrado espantosos y grotescos dibujos, reflejo de la deformada y tormentosa vida de Silvanesti. A pesar de que el Orbe debía haber sido el origen de aquella brillante luz glauca, ahora sólo despedía un irisado y vibrante resplandor proveniente del centro.

Las manos de Raistlin se movían sobre él, pero Tanis se dio cuenta de que el mago procuraba no tocarlo mientras pronunciaba unas extrañas palabras mágicas. Una débil aura roja envolvió la esfera. Tanis dio un paso atrás.

—No temas —susurró Raistlin observando como el aura se diluía —. Es el encantamiento que he pronunciado. El Orbe está aún hechizado… Su magia no ha muerto con la desaparición del dragón, como pensé que pudiera ocurrir. Sigue teniendo el control.

—¿El control de Lorac?

—Control de si mismo. Ha liberado a Lorac.

—¿Tú has logrado esto? ¿Tú lo venciste?

—¡El Orbe no ha sido vencido! —exclamó Raistlin secamente—. Fui capaz de vencer al dragón porque me ayudaron. Al darse cuenta de que Cyan Bloodbane estaba perdiendo, el Orbe lo envió lejos de aquí. Liberó a Lorac porque ya no podía utilizarlo, pero la esfera es aún muy poderosa.

—Dime, Raistlin….

—No tengo nada más que decir, Tanis. Debo conservar mis energías.

¿Quién había ayudado a Raistlin? ¿Qué más sabía el mago sobre el Orbe? Tanis abrió la boca para hablar de ello, pero al ver relampaguear los dorados ojos del mago, guardó, silencio.

—Ahora ya podemos encargamos de Lorac —añadió Raistlin.

Avanzando hacia el rey elfo, el mago retiró con cuidado la mano de Lorac del Orbe de los Dragones. Luego, puso sus esbeltos dedos en el cuello del elfo.

—Está vivo, al menos por el momento. El pulso es débil. Puedes acercarte, Tanis.

Pero el semielfo, sin apartar la mirada del Orbe, dio un paso atrás. Raistlin contempló a Tanis divertido y le hizo una seña.

Tanis se acercó a él de mala gana.

—Dime sólo una cosa más… ¿puede aún sernos de utilidad el Orbe?

Raistlin guardó silencio un largo instante. Luego respondió con voz casi inaudible:

—Sí, si osamos intentarlo.

Lorac se estremeció tembloroso y, un segundo después, comenzó a gritar —un agudo y lastimero chillido que dañaba el oído—. Se retorcía angustiosamente las manos, que eran poco más que una especie de garras esqueléticas. Tenía los ojos firmemente cerrados. Tanis intentó calmarle en vano. Lorac chilló hasta quedar exhausto, y después siguió gritando en silencio.

—¡Padre! —exclamó, de pronto, Alhana. La muchacha, tras empujar a Caramon a un lado, reapareció en la puerta de la sala de audiencias. Corriendo hacia su padre, le tomó las manos. Lloró mientras se las besaba, rogándole que se callara.

—Descansa, padre —repetía una y otra vez—. La pesadilla ha terminado. El dragón se ha ido. Puedes descansar.¡Padre!

Pero el elfo continuaba gritando.

—¡En nombre de los dioses! —exclamó Caramon al llegar junto a ellos—. No podré soportarlo mucho más tiempo.

—¡Padre! —rogaba Alhana, llamándolo sin descanso. Lentamente la voz de su amada hija fue penetrando enlos retorcidos sueños que continuaban bullendo en su torturada mente. Poco a poco el grito de Lorac fue muriendo, hasta convertirse en temerosos sollozos. El rey elfo abrió los ojos muy despacio, como si tuviera miedo de lo que pudiera ver.

—¡Alhana, hija mía! ¡Estás viva! —levantó una mano temblorosa para tocar las mejillas de la muchacha—. ¡No puede ser! ¡Te vi morir, Alhana! Te vi morir cientos de veces, y cada vez era más terrorífica que la anterior. Él te mataba, Alhana y quería que yo te matara. Pero no podía. Aunque no sé por qué, ya que he quitado la vida a tantos…

Entonces vio a Tanis. Sus ojos se abrieron de par en par, destellando odio.

—¡Tú! —exclamó Lorac, levantándose de su asiento y agarrándose con sus nudosas manos a los brazos del trono—. ¡Tú, semielfo! Te maté… o al menos lo intenté, —su mirada pasó a Raistlin y el odio se convirtió en temor. Temblando, volvió a hundirse en el trono—. ¡A ti, a ti no pudematarte!

Lorac se sentía confuso.

—No —gritó—. ¡Tú no eres él! ¡Tu túnica no es negra! y ¿Quién eres? —sus ojos volvieron a Tanis — ¿Y tú? ¿Tú no eres una amenaza? ¿Qué he hecho?.

—Descansa, padre —rogó Alhana reconfortándolo y acariciando su rostro febril—. Ahora debes reposar. La pesadilla ha terminado, Silvanesti está a salvo.

Caramon alzó a Lorac en brazos y lo llevó a sus habitaciones. Alhana caminó junto a él, sosteniendo firmemente la mano de su padre entre las suyas.

«A salvo», pensó Tanis mirando por las ventanas los torturados árboles. A pesar de que los espíritus de los guerreros elfos ya no rondaban el bosque, las angustiosas sombras que Lorac había creado en su pesadilla aún vivían. Los álamos, contorsionándose en agonía, todavía rezumaban sangre. «¿Quién vivirá aquí ahora?», se preguntaba Tanis apenado. «Los elfos no regresarán. Lo maligno penetrará en este lugar y la pesadilla de Lorac se hará realidad.»

Al pensar en el bosque maldito, Tanis se preguntó dónde estarían sus amigos. ¿Qué habría ocurrido si habían creído en la pesadilla, como Raistlin había dicho? ¿Habrían muerto verdaderamente? Con el corazón abatido, supo que tendría que regresar a buscarles.

Cuando el semielfo intentaba, de nuevo, impulsar su agotado cuerpo a la acción, sus amigos entraron en la sala de la torre.

—¡Lo he matado! —gritó Tika al ver a Tanis. Sus ojos reflejaba angustia y temor—. ¡No! ¡No me toques, Tanis! No sabes lo que he hecho. ¡He matado a Flint! ¡Yo no quería, Tanis, lo juro!

Cuando Caramon entró en la sala, Tika se volvió hacia él sollozando.

—He matado a Flint, Caramon. ¡No te acerques a mí!

—Silencio —dijo Caramon dulcemente, rodeándola en sus inmensos brazos—. Ha sido un sueño, Tika. Eso es lo que dice Raistlin. El enano nunca ha estado aquí. Shhh… —acariciando los rizos rojizos de Tika, la besó, y se abrazaron reconfortándose el uno al otro. Poco a poco Tika dejó de sollozar.

—Amigo mío… —dijo Goldmoon acercándose a Tanis.

Al ver la expresión seria y sombría de su rostro, el semielfo la abrazó con fuerza, mirando interrogadoramente a Riverwind. ¿Qué habría soñado cada uno de ellos? Pero el bárbaro sólo sacudió la cabeza, con expresión también pálida y preocupada.

En ese momento a Tanis se le ocurrió que cada uno de ellos debía haber vivido su propio sueño y, de repente, recordó a Kitiara. ¡Qué real le había parecido! Y Laurana, agonizando. Cerrando los ojos, Tanis apoyó su cabeza en la de Goldmoon y notó que Riverwind los rodeaba a ambos con sus fuertes brazos. La sensación de horror causada por el sueño comenzó a desaparecer.

Pero entonces Tanis tuvo un terrible pensamiento. ¡El sueño de Lorac se había hecho realidad! ¿Ocurriría lo mismo con los suyos?

Tanis oyó toser a Raistlin tras él. Llevándose las manos al pecho, el mago se dejó caer sobre los escalones que llevaban al trono de Lorac. Tanis vio que Caramon, quien aún sostenía a Tika, miraba a su hermano con preocupación. Pero Raistlin ignoró a su gemelo. Envolviéndose en su túnica, el mago se tendió sobre el frío suelo y cerró los ojos exhausto.

Suspirando, Caramon se arrebujó todavía más contra Tika. Tanis observó cómo la pequeña sombra de la muchacha se convertía en parte de la de Caramon y la silueta de ambos se recortaba contra los distorsionados rayos rojos y plateados de la luz de las lunas.

«Todos debemos descansar pero, ¿cómo podremos? ¿Cómo podremos volver a dormir de nuevo?», pensó Tanis.