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La orden de Shakur era encontrar el pueblo del que procedía el trevinici con la esperanza de dar con alguna pista sobre la Gema Soberana. Nada más abandonar Dunkar se había puesto en camino hacia el norte, en dirección a las tierras trevinicis. Había albergado la esperanza de llegar antes que el destacamento de mercenarios que había enviado o, al menos, llegar más o menos al mismo tiempo, pero habían pasado dos semanas y ni siquiera se hallaba cerca del poblado.

La culpa no era suya. A las pocas horas de su reunión con Dagnarus había despachado a los mercenarios a las órdenes del capitán Grisgel, en dirección norte, tras darle a éste toda la información que se le había sacado al drogado trevinici sobre la ubicación de su pueblo. El poblado se encontraba a un par de días de viaje de Ciudad Salvaje y había un lago cerca. No un lago cualquiera, sino uno que escondía un Portal mágico. Teniendo en cuenta esa información y el hecho de que el bahk que acompañaba a los mercenarios se sentiría atraído por la magia del Portal, no podía ser muy difícil localizar el poblado.

Grisgel y su bahk adiestrado trabajaban en equipo. El hombre había sido un asaltante de caminos con mucho éxito hasta que Shakur se había cruzado con él cinco años atrás. Shakur había convencido a Grisgel de que le proporcionaría un modo de ganarse la vida mucho más seguro que robando caravanas. Grisgel y su bahk habían llevado a cabo varios trabajos importantes para Shakur y habían superado con creces las expectativas del vrykyl. En esta ocasión la última orden de Shakur había sido rotunda:

—No matéis a todos los habitantes. Dejad vivos a varios para que pueda interrogarlos, preferiblemente a los ancianos de la tribu.

Grisgel había prometido que cumpliría sus órdenes, y él y su cuidadosamente seleccionado pelotón de mercenarios habían partido de Dunkar justo cuando las fuerzas de Dagnarus se acercaban a la ciudad. Grisgel llevaba consigo un salvoconducto, pero siempre existía la posibilidad de que alguien disparara una flecha antes y leyera el salvoconducto después, de modo que él y su pelotón emprendieron camino hacia el este para evitar toparse con el ejército de Dagnarus. Grisgel le había dicho a Shakur que esperaba llegar a las tierras trevinicis en un plazo de veinte días.

Shakur tenía planeado ir en pos de ellos poco después. Antes debía asegurarse de que el rey Moross estuviera debidamente impresionado, aterrado y confuso a la vista del ejército de Dagnarus, y tenía que preparar el terreno para que su marcha del templo fuera por una razón creíble. No había muchas probabilidades de que regresara a Dunkar jamás, pero Shakur había aprendido a lo largo de su corta vida y de su larga muerte que no era prudente quemar los puentes que se dejaban atrás. Había ordenado asesinar a Onaset, pues era el único hombre en Dunkar que podía desbaratar la caída de la ciudad, y había dado instrucciones a Lessereti y a sus hechiceros del Vacío sobre cómo traicionar la seguridad de Dunkar. Hecho esto, se marchó.

Aunque Shakur había partido más tarde de lo planeado, todavía habría tenido tiempo de adelantarse a los mercenarios, que eran humanos y, por ende, estaban sujetos a las debilidades de la carne. Los vrykyl carecían de cuerpo, de modo que no necesitaban descansar. Podían viajar día y noche sin detenerse, limitados únicamente por la condición mortal de sus caballos. En primer lugar, tenían que encontrar un caballo que los transportara, empresa harto difícil ya que los animales percibían la mácula del Vacío y huían lo más rápido posible. Un vrykyl tenía que ejercitar su dominancia sobre el caballo y después ejecutar un conjuro que convertiría al animal en un corcel de sombra. Esas monturas de sombra no eran adecuadas para las necesidades de Shakur. Lo que éste precisaba era un caballo vivo, un caballo de batalla entrenado. Los corceles de sombra eran simples bestias de carga. No obstante, había desarrollado el modo de superar el problema.

Con ayuda de los poderosos chamanes del Vacío de los taanes, Shakur había creado una gualdrapa imbuida de magia del Vacío. Sólo tenía que echarla sobre el caballo, y el animal lo obedecería instantáneamente. Además, la gualdrapa aumentaría la resistencia del animal y ampliaría su período de utilidad, de modo que Shakur cabalgaría durante días antes de que la bestia desfalleciera.

El único inconveniente era que la manta mataba al caballo siempre, así que Shakur debía cuidar de tener otra montura disponible cuando la que cabalgaba se desplomara. O hacía eso o daba descanso al caballo, que de ese modo recobraba las fuerzas. La bestia sobreviviría hasta que le quitara la gualdrapa, momento en el que moriría.

La gualdrapa era muy hermosa. Tejida con seda por esclavas semitaanes, era de color rojo y las orillas las remataba un ribete dorado, cortado de manera que semejaran llamas.

Shakur hizo una buena media las primeras dos semanas y cubrió más terreno de lo que habría podido recorrer el grupo de Grisgel en el mismo espacio de tiempo, pero cuando llegó a la disputada tierra de nadie, al norte de Dunkarga, tuvo que aflojar el paso porque no era probable que en esa zona deshabitada encontrara otro caballo de refresco. Se vio obligado a parar para que la montura descansara. Detestaba la noche, odiaba las largas, aburridas horas en las que lo único que podía hacer era pasear de aquí para allá bajo los árboles o escuchar la respiración del animal dormido, atormentado por pensamientos sobre ese sueño descansado del que no había disfrutado hacía más de doscientos años.

Esa noche, además, también lo atormentaba el hambre y eso lo enfurecía. La necesidad de alimentarse retrasaría aún más el viaje. Peores que los retortijones del hambre eran las punzadas del miedo. Dagnarus le había prometido que, como vrykyl, viviría para siempre.

Y lo haría, pero no como había esperado.

Notaba que cada vez perdía fuerza antes. Su putrefacto cadáver se deterioraba más deprisa y tenía que alimentarse más y más a menudo para sustentar la muerte que era su vida. Si no se alimentaba, y pronto, temía que su poder se disipara hasta el punto de que no tuviera fuerzas para alimentarse y entonces se hundiría en el Vacío, en la nada, donde experimentaría un hambre sempiterna. Porque —o a esa conclusión había llegado— jamás moriría realmente. Cuando el cuerpo pereciera el alma viviría en tormento y no habría modo de alimentarla. Y ahora allí estaba, en mitad de una región desierta, acosado por la terrible hambre y sin que hubiese siquiera una granja solitaria en los alrededores.

A la mañana siguiente Shakur reanudó la marcha. Tenía que tomar una decisión difícil. Podía cabalgar rápidamente y confiar en que llegaría al poblado trevinici antes de que su fuerza se agotara, pero el poblado se hallaba aún a varios días de distancia y los retortijones del hambre se hacían más intensos de un momento a otro. Si cabalgaba despacio podría explorar las llanuras hasta encontrar alguna señal de vida, tal vez una patrulla karnuesa o una partida de caza trevinici.

Shakur todavía se debatía con su dilema cuando un estremecimiento de placer sacudió su cuerpo muerto. En alguna parte otro vrykyl había tomado una vida. Sintió el goce de beber un alma a través del puñal de hueso. Cuando quiera que un vrykyl utilizaba el puñal sanguinario para matar y alimentarse, todos los demás vrykyl lo percibían y se deleitaban en la sensación. Durante un instante todos estaban unidos por un horripilante vínculo.

El goce de Shakur se transformó en maravilla y exultación cuando en ese instante de placer vio en su mente la imagen de Svetlana. Shakur vio claramente su semblante, como lo había visto el día que la daga del vrykyl la había considerado una candidata digna y había tomado su vida.

No obstante, Svetlana se había ido al Vacío. No era ella la que utilizaba el sanguinario puñal hecho con uno de sus propios huesos.

Alguien lo había encontrado. Alguien acababa de utilizarlo para tomar una vida. Shakur expandió su percepción de la esencia del Vacío para desvelar la imagen de la persona que utilizaba el puñal de Svetlana. Pero había reaccionado con excesiva lentitud. La sensación se desvaneció con gran rapidez y perdió la imagen.

Detuvo el caballo y tomó en consideración las ramificaciones de aquel suceso, lo que significaba para él y para su búsqueda de la Gema Soberana. No podía percibir la gema; nunca la había visto ni la había tocado. Pero sí sentía el puñal sanguinario.

Yahora tenía un modo de rastrear al ladrón que lo había robado. La próxima vez que se usara el arma, Shakur estaría preparado para asir la imagen. A través del poder del Vacío restablecería el contacto con el puñal de Svetlana y, una vez que eso hubiera ocurrido, él podría entrar en los sueños de la persona que lo portaba.

Sueños… Esencia de sombra, el instrumento perfecto para un esgrimidor de la magia del Vacío. Había que saber tamizar los sueños, cómo romper la concha de imágenes siempre cambiantes y la disparatada lógica para encontrar la pizca de verdad que había en el corazón del sueño. Una vez dentro del sueño, Shakur se enteraría de un montón de cosas sobre el portador del puñal. Si el portador no tenía nada que ver con la gema, Shakur lo sabría y dejaría de perder tiempo en perseguirlo. Si por el contrario descubría que el portador era un trevinici que tenía alguna relación con un Señor del Dominio, entonces lo seguiría hasta los confines de Loerem.

El hambre reapareció, pero Shakur ya no tenía que hacer una elección entre hacer una cosa u otra. Aflojaría el paso y calmaría el hambre, ya que no era fundamental llegar al poblado trevinici. Sólo tenía que esperar a que el portador del puñal sanguinario lo usara de nuevo.

Shakur frenó el alocado galope de su caballo y prosiguió a un paso menos temerario. Su paciencia fue recompensada cuando se cruzó con huellas de cascos. Los caballos llevaban herraduras de hierro; las identificó como las de una patrulla karnuesa. Las huellan eran frescas, así que la patrulla no se encontraba lejos. Shakur se relajó, complacido. No sólo tendría ocasión de alimentarse, sino que también se agenciaría un caballo de refresco.

A la mañana siguiente, cuando los componentes de la patrulla karnuesa despertaron con el amanecer descubrieron que uno de los suyos había sido asesinado durante la noche. Se quedaron estupefactos porque no habían oído nada, pero el hombre estaba muerto de una única cuchillada. La hoja le había atravesado el corazón y sólo había dejado un orificio y muy poca sangre. Debía de haber muerto instantáneamente, pero había visto venir la muerte porque tenía el semblante crispado en una mueca de terror tal que sus compañeros no reconocían al camarada en las facciones contraídas del cadáver. El miedo que semejante ataque silencioso despertó entre ellos fue tal que los karnueses enterraron apresuradamente al hombre y no pusieron ninguna señal en la tumba. Cabalgaron todo el día y hasta bien entrada la noche, temerosos de detenerse. Hubieron de pasar muchas, muchas noches hasta que cualquiera de ellos pudo volver a dormir.

Tras haberse alimentado bien y haber adoptado la apariencia del soldado karnués, Shakur pasó por Ciudad Salvaje. Con el disfraz del soldado karnués descubrió que un grupo de soldados mercenarios había estado allí dos días antes. Un tratante de pociones señaló a Shakur el camino que habían tomado. Siguió esa senda y vio un rastro donde el grupo se había salido de ella. Los enormes pies del bahk dejaban unas huellas muy claras.

Shakur siguió el rastro hasta el lago. Hizo una breve pausa para escudriñar atentamente el agua en un intento de vislumbrar alguna señal del Portal que había bajo la superficie. No distinguió nada y habría dudado de la existencia de tal Portal de no ser porque las huellas del bahk indicaban que la criatura se había internado en el agua, atraída por la magia.

Fue entonces cuando Shakur vio humo.

Varios zarcillos de color gris oscuro se enroscaban en el quieto aire estival. Demasiado humo para proceder de una lumbre de cocina. Shakur lo interpretó como el humo de la destrucción, de la muerte.

El vrykyl espoleó al caballo y entró al galope en el poblado trevinici.

Sofrenó bruscamente al animal y miró en derredor. Las cosas estaban como debían estar, o eso le pareció al principio. Todas las chozas de madera que los bárbaros llamaban hogar habían sido destruidas. Aquí y allí, en unas pocas todavía quedaban rescoldos humeantes. La mayoría habían quedado reducidas a restos carbonizados de maderas y bálago.

El poblado estaba desierto. No había nadie.

—¿Grisgel? —llamó en voz alta el vrykyl mientras se erguía en la silla para tener mejor vista—. ¡Así te lleve el Vacío, hombre! ¿Dónde te has metido?

Nadie respondió. Sopló una ligera brisa que extendió el humo por el poblado. Shakur hizo girar su caballo para así ver en todas direcciones. En aquel lugar no se movía nada a excepción del humo. No oía nada, ni el más leve sonido.

Desconcertado, Shakur entró a caballo en el poblado. Oteó a derecha e izquierda y no vio nada. Entonces llegó al círculo de piedras blancas. Se paró y miró de hito en hito. Entre vivo y muerto llevaba en este mundo casi doscientos cincuenta años y jamás había visto nada parecido.

Había encontrado al capitán Grisgel. Había encontrado a los hombres del capitán Grisgel. Había encontrado al bahk. Todos muertos.

El cuerpo de Grisgel yacía en el suelo. Los trevinicis le habían atado brazos y piernas, le habían hincado una estaca en las entrañas y después lo habían dejado para que muriera. Y había tardado mucho tiempo, por las apariencias. Sus hombres yacían a su alrededor, algunos degollados y otros con flechas clavadas en las cuencas de los ojos. En el mismo centro del círculo se hallaba la cabeza del bahk, hincada en un poste. El cadáver descabezado del bahk era una masa sanguinolenta de heridas. La sangre cubría el suelo, había salpicado las piedras.

La lucha había sido implacable. Tenían que haber muerto muchos trevinicis, pero no había rastro de los cuerpos. Y tampoco había rastro de los pecwaes, esas criaturas extrañas que vivían cerca de los trevinicis. Shakur entró a caballo en el campamento de los pecwaes y también lo halló desierto.

Los trevinicis habían derrotado a Grisgel, a sus hombres y al bahk. Entonces habían incendiado sus hogares, destruido su poblado y huido, llevándose a los pecwaes con ellos. Antes, sin embargo, debían de haber enterrado a sus muertos.

Por lo menos, pensó Shakur, tal vez no todo estuviera perdido.

Familiarizado con las costumbres trevinicis, Shakur buscó hasta dar con el túmulo funerario. Como esperaba, la tierra que sellaba la entrada había sido removida recientemente. A Shakur no le interesaban los cadáveres trevinicis. A menos que estuviese muy equivocado, dentro del túmulo encontraría el cuerpo del caballero que había sido el portador de la Gema Soberana. Shakur sabía a qué atenerse y no esperaba encontrar la gema colgada al cuello del cadáver, pero sí confiaba en descubrir quién la tenía y hacia dónde la llevaban.

Por el poder del Vacío, el vrykyl poseía la capacidad de levantar a los muertos de su tumba. No podía devolverles la vida, pero sí animar al cadáver, hacer volver el alma que ya había seguido su viaje más allá, tanto si estaba con los dioses como si estaba en el Vacío. Shakur albergaba ciertas dudas sobre la efectividad que podía tener ese conjuro. Por lo general, el hechicero del Vacío que realizaba ese sortilegio tenía que hacerlo con un cadáver que no llevase muerto más de un día odos, mientras que debía de hacer semanas que el caballero había muerto. Ningún hechicero del Vacío y ningún otro vrykyl poseía tanto poder como Shakur. Lucharía con los propios dioses para apoderarse del alma del caballero.

Shakur se acercó al túmulo y se preparó para empezar a excavar.

Un violento temblor sacudió el suelo debajo de los pies del vrykyl. Shakur intentó mantenerse de pie pero la tierra se ondulaba, temblaba, y acabó perdiendo el equilibrio. El terremoto duró un minuto o más. Al cabo, los temblores cesaron. Shakur se puso de pie y miró con aire sombrío el túmulo.

¿Coincidencia? Tal vez.

Shakur avanzó unos pasos, puso la mano contra el túmulo… O lo intentó.

El terremoto fue más violento en esta ocasión. El suelo se resquebrajó a sus pies y sólo un precipitado paso atrás lo salvó de precipitarse a una sima. El suelo onduló y se encrespó bajo sus pies. El vrykyl sabía reconocer cuando lo habían derrotado.

Contempló con aire sombrío el túmulo. La sima era ancha y profunda, pero sin embargo el túmulo en sí no había sufrido daño alguno. No se había desprendido ni un pegote de tierra. Shakur captó la indirecta. Dejó a los trevinicis y al caballero en su descanso eterno. Ojalá se los comieran las ratas.

Regresó junto al caballo; el animal tenía los ojos desorbitados, aterrados, pero Shakur no le hizo caso. ¿Qué iba a hacer ahora? Su búsqueda había terminado en un callejón sin salida, había llegado a un punto muerto, literalmente. Por fortuna su señor estaba ocupado con la toma de Dunkar y la marcha de la guerra. Aun así, Dagnarus acabaría acordándose de él, ya que la Gema Soberana nunca estaba lejos de los pensamientos de su señor. Y, cuando lo hiciera, a Shakur no le quedaría más remedio que admitir la verdad: que había fracasado.

Dagnarus no se tomaba nada bien los fracasos.

Entonces, la persona que tenía en su poder el puñal de Svetlana, el puñal sanguinario, lo utilizó.

Shakur estaba esperando que ocurriera y, colmado de poder del Vacío, proyectó los pensamientos a través del Vacío y asió firmemente la mano cuyos dedos se cerraban alrededor de la empuñadura del puñal sanguinario. Durante un fugaz instante el vrykyl vio a la persona que manejaba el puñal. Vio a un trevinici joven que usaba el puñal para cortar el cuello a un conejo.

Establecido el vínculo, Shakur lo aferró con firmeza a fin de invadir los sueños del muchacho. La imagen del rostro del trevinici parecía grabada a fuego en su mente.

Los separaba una gran distancia, cientos de kilómetros, pero él podía viajar día y noche mientras que el joven tenía que descansar. Reduciría esa distancia con facilidad.

Estuvo meditando tanto tiempo que la oscuridad cayó y no se dio cuenta. Montó de nuevo en el caballo y comenzó el viaje con el rostro del joven suspendido en todo momento ante sí. Seguiría esa cara como los marineros orcos se guiaban por la estrella que brillaba en el norte, la que llamaban la estrella guía.

«La gema viaja hacia el norte —había dicho Dagnarus—. Viaja al norte… y viaja al sur».

Shakur encaminó su caballo hacia el norte.