CAPÍTULO 2
A las seis de la tarde de ese mismo sábado, en un tercer piso de dos habitaciones en Ebury Street, Patrick Seton estaba sentado en un sillón de aspecto precario. Dado que tenía las caderas y los hombros muy estrechos, apenas conseguía ocupar el mueble como lo habría hecho cualquiera de tamaño normal. Alice Dawes estaba recostada en uno de los divanes, todavía a medio vestir. Su amiga, Elsie Forrest, se hallaba sentada en el otro diván, planchando la falda de Alice.
—Si comieras algo verías las cosas en su justa proporción —dijo Elsie.
—Dios, ¿cómo podría comer…? ¿Por qué debería comer…? —dijo Alice.
—Tienes que reunir fuerzas —dijo Patrick Seton. Tenía una voz que parecía apagarse al final de cada frase.
—¿Qué sentido tiene que reúna fuerzas si las va a perder de ese modo? —dijo Elsie.
—Era solo una sugerencia —dijo Patrick, la última sílaba apenas audible para las dos mujeres.
—En fin, no pienso hacerlo —dijo Alice—. Tendremos que pensar en algo más.
—Este asunto tan desafortunado será la próxima semana…
—No entiendo —dijo Elsie— cómo pueden imputarte cargos si no tienen ninguna prueba sólida.
—Ni la más mínima prueba —dijo Patrick con más atrevimiento que de costumbre—. Acabarán absolviéndome. Hacedme caso. Es simplemente una mujer celosa y frustrada que intenta desquitarse.
—Estoy segura de que tuviste algo que ver con esa mujer —dijo Elsie.
—No le toqué un pelo, te doy mi palabra de honor —dijo Patrick—. No son más que imaginaciones suyas. Se encaprichó conmigo durante una sesión de espiritismo y a mí me dio lástima porque se sentía sola, así que me mudé a su casa. Le daba consejos, la escuchaba, todas esas cosas. Y claro, ella se ha inventado toda la historia. Esa es mi defensa. ¡Una invención, una absoluta invención!
—Lo raro es que la policía se esté encargando del asunto sin tener pruebas —dijo Elsie.
Alice dijo desde la cama:
—Yo tengo total confianza en Patrick, Elsie. La policía no lo dejaría tan suelto si tuvieran la certeza de que es culpable. Ya lo tendrían bajo arresto.
—Y si Patrick está tan seguro de que se librará de los cargos, ¿por qué se molestó en contártelo? No debería darte disgustos, en tu estado…
—Yo solo —dijo Patrick suavemente, acariciándose el pelo plateado-amarillento con sus finos dedos y mirando a Alice a través de sus joviales ojos claros—, yo solo quería decirle a Alice que después del martes, cuando todo este asunto tan desafortunado haya terminado, podremos empezar de nuevo si ella va a la consulta del especialista y toma una decisión antes de que la naturaleza siga su curso y…
—No pienso abortar —dijo Alice—. Haría cualquier otra cosa por ti, Patrick, lo sabes bien. Pero eso no. Solo de pensarlo me entra el pánico.
—No hay ningún peligro —dijo Patrick—. No en los tiempos que corren.
—No quiero arriesgarme —repuso Alice—. No con mi enfermedad.
—Pero también podría ocurrir que el martes las cosas salieran mal… —dijo Elsie.
—De ningún modo —objetó Patrick.
—Oh, Elsie, tú no conoces a Patrick —dijo Alice.
Y Elsie dijo:
—¿Por qué no huís al extranjero este fin de semana? Aún estáis a tiempo.
Alice miró a Patrick fijamente, apretándose el pescuezo. Años atrás había participado en una obra teatral en el instituto y aunque no se consideraba una embustera, a veces recordaba cómo expresar las emociones que deseaba revelar a través de ciertos gestos que interpretaba con la cabeza, las manos, los hombros, los pies, los ojos y las pestañas. Así que se apretó el pescuezo y miró a Patrick para expresar vulnerabilidad y expectativa ante su respuesta.
No obstante, Patrick habló en voz tan baja que Elsie dijo:
—¿Qué has dicho?
—Habría un problema con los pasaportes, en caso de que nos descubrieran —repitió Patrick y luego, elevando el tono—: Además, sería lo mismo que admitir mi culpabilidad.
—Patrick tiene razón. —La mano de Alice dejó de apretar el cuello y cayó mustia, la palma hacia arriba, sobre la funda del diván.
—Vas a poner a Alice en un buen aprieto si el caso se vuele en tu contra —dijo Elsie—. ¿Cuánto tardarías en salir de prisión?
—Oh, Elsie —intervino Alice—. No digas eso.
Patrick miró a Elsie como si la frase de Alice hubiera bastado para responderle.
—¿Y cuándo se resolverá lo de vuestro divorcio? —preguntó Elsie.
—En un par de meses —dijo Patrick cruzando las piernas sin dejar de mirar sus propias rodillas.
—¿Qué día?
—El 25 de noviembre —dijo Alice—. Recuerdo bien la fecha porque así podremos casarnos el 26.
Los ojos azules de Patrick se demoraron cariñosamente en el rostro de su amante.
—El 26… —susurró mientras cerraba los ojos para saborear su felicidad.
—Tengo un hambre que me muero —dijo Alice.
—Ponte la falda —dijo Elsie—. Bajaremos a buscar algo de comer. No comas nada grasiento, de lo contrario engordarás mucho.
Alice empezó a incorporarse con desgana.
—¡Me muero de hambre! —dijo.
Elsie le preguntó:
—¿Te pusiste la inyección esta mañana?
—Desde luego —dijo Alice—. Mira que pareces tonta. Patrick me la pone todas las mañanas, sin falta. —Y señaló la jarra donde estaba metida la jeringa.
—Solo quería saber… Dijiste que estabas hambrienta y pensé en eso que dicen, de que los diabéticos tienen hambre cuando no les ponen sus inyecciones.
—Tiene hambre porque ha desayunado más temprano que de costumbre —dijo Patrick a la defensiva.
Elsie lo miró con suspicacia.
—Solo espero que estés poniéndole la inyección regularmente —dijo—. Hay que tener mil ojos con ella.
Patrick se sintió acorralado. Aun así replicó dócilmente:
—Asegúrate de que come bien. —Luego acarició la mejilla de Alice y le dijo—: No trabajes demasiado esta noche, cielo.
—Dudo siquiera que pueda ir a trabajar —respondió Alice que intentaba mantenerse en pie mientras se subía la cremallera de la falda—. Elsie tendrá que llamar y disculparme.
—Alice debería tener un trabajo menos exigente —dijo Elsie—. Servir mesas es demasiado para una chica en su estado.
—No entiendo qué has visto en él —dijo Elsie.
Alice masticó a cámara lenta sus huevos revueltos para denotar una profunda meditación, aunque ya supiera de antemano lo que respondería.
—Bueno —dijo—, estoy enamorada de él. Tiene algo. No sabes lo maravilloso que puede llegar a ser cuando estamos a solas. Es tan bueno. En un plano espiritual, quiero decir. Recita poesía maravillosamente. Es una especie de artista verdadero.
—Yo diría más bien —dijo Elsie— que es médium de primera categoría. Eso sí.
—Y es tan sensible…
—Sí —dijo Elsie—, eso se nota. Aunque, ya sabes, es un poco viejo para ti, ¿no?
—Me gustan los hombres mayores. Hay algo especial en los hombres mayores.
—Sí, aunque no me dirás que es todo un hombretón. Quiero decir, si no lo conocieras, si lo vieras por la calle sin saber que es un médium, seguramente pensarías que es un tipejo insignificante.
—Pero yo lo conozco bien. Patrick lo es todo para mí. Ama la poesía, y la belleza…
—Te diré una cosa —dijo Elsie—. Nunca he podido confiar en él plenamente. Ni siquiera tiene chequera, tú misma me lo dijiste. Y eso es raro, por solo mencionar un detalle.
—No es nada tacaño con el dinero. Nunca dije…
—De acuerdo, pero no tiene chequera. Y punto.
—Me parece una forma un tanto materialista de juzgar a la gente. Patrick es de todo menos materialista.
—No —dijo Elsie—, no digo que lo sea. Pero creo que se deja llevar e inventa todas esas historias que…
—Oh, Elsie, un hombre como Patrick debe de tener un pasado formidable. Ha vivido. Eso se nota. Y por lo que se refiere a su esposa, debe de haber sido toda una bruja. Ya sabes que…
—Ese asunto del divorcio me resulta un poco extraño, la verdad —dijo Elsie—. No parece muy preocupado…
—No, Patrick solo quiere pasar página, eso es todo.
—No sé. El lío con los abogados tiene que haber sido mucho mayor de lo que parece. Y su esposa podría haberle reclamado que…
—Ella no tiene de dónde agarrarse en este caso. Es él quien se está divorciando de ella. No ella de él.
—¿Y cómo se llama la mujer?
—No lo sé. No quiero ni preguntar. Sería imprudente.
—¿Has visto alguna fotografía de ella?
—No, Elsie. Patrick no es esa clase de hombre.
—Y en cuanto a la citación del juzgado del martes —dijo Elsie—, en fin, no sé qué decirte.
Alice rompió a llorar.
—Te estás atormentando tú sola —señaló Elsie sin dejar de comer con decisión, como si comiendo delante de la desgracia ajena probara la buena salud de su juicio. Luego, mientras agarraba otro panecillo, se permitió decir—: Y te estás engañando si crees que Patrick no está preocupado. No me creo ni una sola palabra de lo que dice. Creo que está en apuros. Hazme caso: podrías alejarte de él ahora, tener al bebé en un hogar de acogida, darlo en adopción y empezar de nuevo.
—Nunca haría algo así. Nunca. Confío en él —dijo Alice.
—Pero si Patrick quería que te deshicieras del bebé…
—Así son los hombres…
—Y deja de llorar de una vez —dijo Elsie—, la gente nos está mirando.
—No puedo evitarlo cuando te oigo decir que es un mentiroso. ¿Y qué hay del mensaje de Colin que él te dio aquella noche en el Amplio Infinito? No me dirás que era mentira…
—Bueno, Patrick es médium. Y uno bueno. Cuando está en trance no creo que pueda evitar decir lo que le llega desde el otro lado.
A las ocho en punto Patrick Seton caminaba por Bayswater Road. Tras desviarse un par de veces llegó a un callejón sin salida en el que había, al fondo, unas escaleras que pertenecían a una vieja casa convertida en edificio de apartamentos. Subió por ellas y llamó al primer timbre de la fila izquierda.
Al instante, un hombre alto y delgado de unos veintitrés años y sonrisa alegre abrió la puerta.
—Oh, Patrick —dijo apartándose cortésmente para dejarlo entrar por el corredor.
—Y bien, Tim —dijo Patrick mientras subía las escaleras—, ¿cómo marcha todo en la Oficina Central de Información?
—La Oficina Central de Información —dijo Tim— va a las mil maravillas, gracias.
Tim se limpió las gafas con un pañuelo blanco y siguió a Patrick escaleras arriba hasta llegar al piso, modernamente decorado. De una puerta entreabierta surgían voces animadas, sociables. En la puerta contigua, escritas en letras góticas, se leían las siguientes palabras:
El Amplio Infinito
«En el hogar de mi Padre hay muchas mansiones…».
(Juan 14, 2)
Tim, frívolo, pasó frente a esa puerta de puntillas, como disimulando cualquier clase de temor reverencial que pudiera despertarle la estancia, y condujo a Patrick hasta el salón donde se encontraba reunido todo el grupo. Patrick se detuvo un instante en el umbral para ver quién estaba presente. Con su llegada el parloteo cesó un par de segundos y luego continuó. Varias personas saludaron tímidamente a Patrick mientras Tim, con los gestos constreñidos de quien no va más allá de interpretar a un fiel lacayo, le servía a Patrick una taza de té en la mesa auxiliar.
Una dama de aspecto distinguido con el pelo canoso y la cara arrugada, los rasgos absolutamente simétricos, salió al encuentro de Patrick que, respetuosamente, dejó su taza de té en la mesa y agarró de la mano a su anfitriona:
—Marlene.
—Patrick —replicó ella posando sus ojos en los ojos del recién llegado, inclinando la cabeza ligeramente de modo que sus largos pendientes se balancearon como mecidos por la brisa.
El labio inferior de Patrick empezó a temblar casi imperceptiblemente mientras decía con su voz casi inaudible:
—He estado a punto de no venir, a causa del desafortunado incidente. Pero he sentido de algún modo que era mi deber hacerlo.
—Has hecho lo correcto, Patrick —dijo Marlene, sin dejar de mirarlo intensamente a los ojos—. Como es natural, hay ciertos sentimientos encontrados entre nosotros y, bueno, ella no ha dejado de propagar rumores. Aun así, y sé que al decir esto hablo por todos los miembros de la Espiral Interior, cuando no por los del Amplio Infinito en su conjunto, tengo en ti una confianza ciega. Lo único que agradezco es que hayamos retrasado el momento de revelarle a ella la existencia de la Espiral Interior, por fortuna. Si no llega a ser por tus grandes poderes de médium y tus advertencias, lo más probable es que le hubiéramos enviado algún tipo de Comunicación la semana pasada. Oh, aquí está…
Una mujer de mediana edad, regordeta y enérgica, con gafas de montura fina, un sombrero de fieltro gris, abrigo y falda azules, había sido conducida hasta la habitación por Tim. Desde la puerta, la mujer sonrió a todos los presentes con tanta amabilidad que incluso los cristales de sus gafas parecieron emitir destellos de simpatía. Aún no había reparado en Patrick, que entre tanto había recuperado su taza de té y ahora miraba con aire digno hacia el interior de la estancia. Marlene recibió afectuosamente a la recién llegada, le agarró ambas manos, le dedicó una de sus habituales miradas de espíritu a espíritu, la besó en la mejilla y le dijo:
—Freda, llegas justo a tiempo. Estoy a punto de proclamar el Inicio.
—¿Un poco de té, señora Flower? —le preguntó Tim a Freda, con la taza y un platito en la mano.
—Estamos a punto de proclamar el Inicio, Tim —dijo Marlene, y mientras Tim dudaba entre pasarle o no la taza a Freda, Marlene añadió—: Aunque, por supuesto, tienes que tomar una taza de té, Freda. Lo primero es lo primero.
Marlene notó la presencia de un hombre alto, de mejillas sonrosadas, al que no había visto antes en ninguna reunión, aunque apenas se detuvo a observarlo. Se hallaba colosalmente instalado en la entrada, ni dentro ni fuera, y al parecer había llegado al mismo tiempo que Freda. Marlene, sin embargo, no le dio mucha importancia, pues eran pocas las reuniones en las que no se presentaba alguna cara nueva, casi siempre de la mano de este o aquel miembro del grupo. El hombre de mejillas sonrosadas parecía más bien un amigo de Tim. Y Tim aún tenía mucho que aprender…
Marlene se dirigió a Freda:
—No pienso tocar la campana hasta que no te hayas terminado el té. No hay prisa.
Freda apuró su té de un solo trago, mirando por encima del borde de la taza. De repente se quedó perpleja ante la visión de Patrick.
—Vaya —dijo Freda—. Pero si está aquí este…
—Freda, querida… —respondió Marlene—, ¿acaso no debemos subordinar nuestros propósitos materiales a los espirituales?
—¡Esto es el colmo! —dijo Freda—. Me sorprende que tenga las agallas de volver a presentarse aquí. Es un farsante.
Tim emitió un ruido calculado y cortés con la garganta, como si de verdad se la estuviera despejando, y se apartó discretamente de las dos mujeres.
Los pendientes de Marlene se balancearon mientras negaba con la cabeza ante las invectivas de Freda.
—La palabra «farsante» —dijo Marlene—, es demasiado mundana. No creo que deba pronunciarse así como así, y menos aquí. Pero veo, es decir, entiendo, que un tipo de conducta que resulta normal en nuestro entorno a ti pueda parecerte, digámoslo así, misteriosa. —Y tomó de la mano a la señora Flower en señal de absolución por todas sus orondas limitaciones—. Solo espero —dijo—, que nada siembre la discordia en el seno del Amplio Infinito. En lo que a mí respecta, me tiene sin cuidado. Me refiero a… en fin, termínate el té, Freda querida, es hora de que empecemos con el Inicio.
Freda se alejó y el moreno Ewart Thornton, miembro de la asamblea, ocupó su lugar de inmediato para susurrarle al oído con voz profunda:
—Estoy contigo, Freda. Muchos de nosotros estamos contigo. Pensé en escribirte para decírtelo, pero he tenido tanto trabajo con los exámenes parciales…
Las gafas de Freda brillaron con gratitud.
—¿Marlene está al tanto de tu opinión sobre el asunto? —dijo.
Ewart se llevó el índice a los labios porque justo en ese momento Marlene entonaba:
—¡El Círculo entrará ahora al Santuario de la Luz!
Todo el mundo puso su respectiva taza de té sobre la mesa y el silencio cundió en la asamblea. Marlene Cooper llevaba la batuta como lo venía haciendo regularmente desde el año posterior a la muerte de su marido, cuando empezó a comunicarse con el espíritu del difunto. Pues, pensó ella entonces, ¿cómo es posible que Harry Cooper, a quien sus peores enemigos de la competencia consideraban pura dinamita, se haya quedado en nada? «De ningún modo —se dijo—, Harry está más vivo que nunca. Él se comunica conmigo y yo me comunico con él». Y ciertamente este era el caso cuando su marido estaba vivo, pues aquella época se la pasaban discutiendo a gritos en cualquier parte del mundo, ella de pie, tensa, con su aspecto distinguido, abriendo y cerrando los dedos de las manos como si fueran garras y chillando; él casi siempre sentado en un sillón, respondiéndole con frases cortas, razonables y llenas de autoridad y desprecio. Llevaba tres meses enterrado cuando, convencida de que su esposo seguía vivito y coleando, ella resolvió exhumar los restos y los mandó incinerar, algo que le pareció más apropiado para garantizar su vida en el más allá. Ver sus cenizas esparcidas por el Jardín de los Recuerdos de Dublín fue una manera de concebir a Harry casi como un aire sutil, pues, en vista de que había llegado a creer con tanto fervor en el espíritu del marido, Marlene sencillamente no fue capaz de dejarlo en su tumba, pudriéndose.
Poco después de la incineración Marlene se unió al Amplio Infinito, un grupo espiritista independiente (independencia de la que hacían gala frente a los grandes grupos organizados), que tenía su base de operaciones en un salón cerca de la estación Victoria. Durante su periodo de iniciación, Marlene quedó especialmente impresionada, tanto más cuando los mensajes personales de Harry empezaron a llegar a raudales desde el otro lado.
Patrick Seton fue el primer médium capaz de contactar con su marido.
—Tengo un mensaje para nuestra nueva hermana, de parte de Henry. Henry no hablará esta noche, sino que lo hará en otra ocasión, cuando Carl tome posesión de Patrick —dijo Patrick—. Pero entretanto, Henry le envía sus más cariñosos saludos y está pensando en usted desde su feliz morada. Y en particular quiere decirle que ha sido usted muy generosa, ya que durante mucho tiempo ha dejado que los demás ocupen un lugar prioritario. Usted nació para ser una líder, pero aún no se ha realizado como tal. Ahora ha llegado el momento de que empiece a vivir su verdadera vida —gimió Patrick y su boca pareció marchitarse, el labio inferior casi hundido. Se lo veía enormemente enfermo en medio de la tenue luz, e incluso después de volver en sí, con todas las luces ya encendidas, sus rasgos parecían más mustios y las líneas de expresión de su rostro más profundas que antes del trance. Patrick tenía todo el aspecto de estar realmente conmocionado.
—Asombroso… —susurró Marlene al final de la sesión. Pues Henry era el verdadero nombre de Harry, y el Carl que se apoderaría del médium bien podía ser aquel Carl, amigo de su esposo, que había muerto en una carrera de motos en 1938. De hecho, Marlene llegó a preguntarse cómo les estaría yendo a Harry y a Carl juntos en la tierra del verano perpetuo, pues había sido en verano cuando Harry se enteró de la muerte de Carl. Aunque la posibilidad de que Carl actuara como el espíritu regente entre Harry y el médium le hacía pensar a Marlene que las cosas debían de marchar muy bien entre ellos; en efecto, la idea parecía muy acertada, pues si bien Harry era quien tenía la personalidad más enérgica, sin lugar a dudas Carl era el más especial de los dos.
Y a ella le pareció muy propio de Harry eso de incitarla a seguir adelante con su vida. Pues, pensó, eso era exactamente lo que Harry le hubiera aconsejado, aunque ya estuviera impedido, o mejor dicho, liberado de cualquier atadura material. Era casi como si Harry la estuviera impulsando a encontrar su lugar en la vida. Además, cuánta razón tenía al decir que ella siempre se había puesto en un segundo plano.
Con el ánimo de ser imparcial, Marlene asistió a una sesión en otro grupo espiritista en una isla cerca de Richmond. Sin embargo, se llevó una gran desilusión, pues la gente de este grupo no era lo razonable ni mucho menos, lo respetable que uno esperaría encontrar en el movimiento espiritista. Había un joven que tenía el pelo tan largo que le llegaba hasta la cintura, y una mujer de mediana edad, con la cara abotargada, que llevaba un vestido ajustado de algodón, a pesar de que era marzo. El lugar no tenía calefacción y a Marlene le entró una tiritona. La mujer del vestido ajustado se anunció como la clarividente, pero no le dijo nada a Marlene sobre Harry y solo le aconsejó que se cuidara de los falsos amigos y que no se desesperara, pues no acabaría sus días en soledad.
—¡Pero no estoy desesperada! —dijo Marlene.
Los otros miembros la miraron con disimulada hostilidad, pues estaba interrumpiendo a la mujer en pleno trance.
Así que Marlene decidió quedarse definitivamente en el Amplio Infinito, en Victoria. No obstante, inspirada por el enérgico espíritu de Harry, no tardó en fijarse en este o aquel miembro que quizás no estuviera a la altura de los elevados propósitos del grupo y pasó a liderar la facción encargada de hacer las pertinentes purgas.
—Tenemos —le dijo a Ewart Thornton, ese bonachón maestro de escuela—, tenemos que eliminar a los chiflados de nuestro Cuerpo.
—Estoy de acuerdo —dijo Ewart—. Rebajan el tono.
Dos clérigos libres de cualquier obligación marital o de negocios permanecieron en el grupo. También se quedaron varias cajeras y contables a las que no les importaba hacer el viaje desde Wembley, Osterley y Camberwell los lunes y los jueves por la tarde, que es cuando se reunían, dos solteronas jubiladas de mediana edad interesadas en el arte, un par de viejos amigos de Marlene que, no obstante, eran un poco irregulares en la asistencia, un matrimonio de treintañeros sin hijos, tres viudas, un estudiante de la India que llevaba quince años haciendo no se sabe qué trabajo de investigación en el Museo Británico, un policía retirado cuya esposa, que no era espiritista, trabajaba en la recepción de un médico, Ewart Thornton, maestro de escuela, y Patrick Seton, que era, de común acuerdo, el corazón, el alma misma del Círculo.
—Nuestro grupo debe ser una muestra representativa de todos los estratos de la sociedad inglesa —declaró Marlene—. Una sana muestra. Por ejemplo, ¿cómo es que no tenemos a un solo obrero en nuestras filas?
Nunca pudieron encontrar a un obrero digno de ese nombre que quisiera ingresar en el grupo. Ewart Thornton, sin embargo, sirvió para introducir en el Círculo a algunos maestros de escuela y funcionarios que, pese a estar vagamente interesados en el espiritismo, jamás habían reunido el coraje para asistir a una sesión. Algunos de estos solteros se convirtieron en miembros regulares; otros solo asistían ocasionalmente y de manera impulsiva, cuando el deseo de hacerlo les resultaba imperioso. «Mis solteros», los llamaba Marlene.
—Al menos —dijo—, ahora somos todos gente respetable; ya no hay chiflados entre nosotros.
—Detesto a los chiflados —dijo Ewart—. Son gente auténticamente insufrible.
Hacia el final de aquel año el Amplio Infinito trasladó su cuartel general al piso de Marlene en Bayswater. Para entonces, Patrick y Ewart Thornton se habían hecho tan íntimos de Marlene que muy a menudo el trío celebraba sesiones privadas, a espaldas del resto del grupo.
—Ahora Carl y Harry —dijo Marlene— entienden mi naturaleza mucho mejor de lo que lo hacían cuando estaban vivos. Por supuesto, Carl siempre ha sido más evolucionado. Me pregunto por qué le llamará Henry, y no Harry…
—Yo soy solo el médium —repuso Patrick, la voz apagándose en la última sílaba.
—Pero si eres un genio, Patrick. ¿No es así, Ewart?
—Absolutamente. El consejo que me transmitiste de parte del Guía Gabi sobre mi director fue excelente. Me ayudó a afinar su carácter y ahora, claro está, pretende que haga un montón de deberes y…
—El señor Gabi es uno de mis mejores Guías —murmuró Patrick—. Pero Henry no deja de venir. A través de la influencia de Carl, él me…
—¿Pero por qué Carl no lo llamará Harry? —dijo Marlene—. Carl nunca lo llamó Henry cuando estaba vivo, solía llamarlo Harry.
—El nombre «Henry» representa quizás su personalidad más esencial y más noble —dijo Patrick con gentileza—. Lo lamento, Marlene. Solo soy un médium y no puedo decir Harry cuando lo que recibo es Henry.
—Patrick, eres maravilloso. Esto lo único que prueba es tu honestidad.
Marlene había invertido mucho dinero en el entrenamiento de médiums, con Patrick Seton como principal mentor de los nuevos aprendices. Ella prefería que fueran los miembros más inteligentes, o aquellos pocos que tenían títulos universitarios, quienes recibieran la adecuada instrucción. Se emocionaba al ver a esos chicos tan cultos como novatos entrando y saliendo por primera vez de sus ligeros estados de trance.
Tiempo después procedería a reclutar a su joven sobrino, Tim, quien, según descubrió Marlene, no profesaba ninguna religión. En un principio Tim no lo reprobó, pero ella, percibiendo sus reticencias, prometió mantener en secreto esta actividad que involucraba a la familia.
Entretanto Patrick había hecho grandes progresos, no solo adivinando cómo marchaban las cosas entre Harry y Carl en el más allá, sino instruyendo también a Marlene a través de su difunto marido sobre la mejor manera de desarrollar su personalidad.
En la primera sesión que se celebraría en el recién constituido Círculo, en el piso de Marlene, Patrick rebajó el estilo en cierto modo con un temblorcillo del labio inferior y la mandíbula, tras lo cual puso los ojos en blanco y emitió un par de convulsivos gemidos. Como cintas blancas que brillaban entre la luz tenue, unos pocos hilos de ectoplasma brotaron de las comisuras de sus labios. Por fin, con una voz mucho más atronadora que la suya propia, anunció:
—Ahora estoy entrando en contacto con el Guía. ¡Aquí el Guía! Henry hablará a través de Patrick bajo el control de Carl.
Dos o tres de las personas cogidas de la mano alrededor del Círculo se revolvieron un tanto incómodas ante la mención de Carl y Henry, pues todos en el grupo sabían que estos últimos se interesaban exclusivamente por los asuntos de Marlene, y no parecían al tanto de las consultas del resto de los miembros del Amplio Infinito en general.
—¡El Guía Henry al habla! Querida esposa, hay dos seres en la tierra que significan mucho para ti. Puedes confiar en ellos y especialmente en uno que no te abandonará hasta el día en que mueras. ¡No te dejes engañar por las apariencias! Me encuentro bien y soy feliz. ¿Recuerdas el Loebl Pass, donde parábamos a comer esas omelettes tan estupendas?
—Oh —dijo Marlene.
—Control elevándose —dijo Patrick—. El Guía Henry lleva unos pantalones cortos de piel y una camisa de cuello abierto.
—¡Oh, qué recuerdos me trae! —dijo Marlene cuando las luces ya se habían encendido—. De verdad —añadió dirigiéndose a los nuevos miembros del Círculo—, tengo una foto tomada en unas vacaciones en la que Harry está con sus pantalones cortos de piel y su…
Más tarde Marlene le diría a Ewart y a Patrick:
—Ojalá no se concentraran tanto en mí desde el otro lado. Algunos de los miembros menos evolucionados podrían sentir que estoy recibiendo más de lo que me corresponde.
—Eres la personalidad más dominante de la sala, Marlene —respondió Ewart—. Es razonable.
—Es razonable, Marlene —dijo Patrick.
—De todos modos, creo que me quedaré fuera del Círculo la próxima vez —dijo Marlene—. Definitivamente sentí un aura hostil durante nuestra última sesión. Toda esta gente debe de estar pensando que cuando uno paga su parte aunque sea una miseria, tiene derecho a probar suerte.
—No todo el mundo piensa así —dijo Ewart.
—¿En quién podemos confiar, pues? ¿Quién es digno de respeto? —preguntó Marlene.
Ewart mencionó a algunos de los asistentes más regulares y dóciles, pero Marlene eliminó de un plumazo a la mitad de la lista. Y fue así como se fundó la Espiral Interior, su grupo secreto, dentro del Amplio Infinito.
—Debemos mantener puras las ramificaciones —declaró Marlene—, debemos ejercer una influencia muy sutil en los hermanos menos evolucionados, así como en los díscolos y los esnobs que no dejan de entrometerse.
Aquel sábado por la noche, en vísperas de la citación de Patrick ante la magistratura, una vez que Freda Flower puso su taza de té sobre la mesa, el grupo entró con paso ceremonioso al Santuario de la Luz. Patrick ignoró exaltadamente a la viuda Freda Flower, como hacen los enemigos cuando se encuentran el domingo en la iglesia. Ella, sin embargo, lo miró con nerviosismo. Marlene prefirió no entrar, algo que ya se había vuelto habitual en casi todas las sesiones, pues su presencia atraía indefectiblemente toda la atención espiritual disponible en el Círculo.
Tim caminó delante del grupo y actuó como acomodador, convencido de su extremo tacto a la hora de ubicar a unas veinte personas en sus sillas, aunque al final no todos estuvieron conformes con los resultados. Algunos, situados de tal modo que a duras penas podían ver la silla del médium, estaban inquietos a pesar de que nada parecido a una escena tendría lugar en ese oscuro y aterciopelado santuario de la luz.
Aquel salón había sido antes un comedor, uno de cuyos muros tenía una abertura que comunicaba con la cocina. En medio de las cortinas que cubrían esa abertura había una división imperceptible que le permitía a Marlene observar la sesión desde la cocina, cosa que ella asumía como un deber indispensable. Y ahí se quedaba, en medio de la oscuridad, observando las labores de Tim bajo la tenue luz verdosa del salón de sesiones.
Marlene se enfureció al ver que Tim, en el colmo del aplomo, por decirlo de algún modo, situaba en el lugar de honor, justo en frente del médium, a Freda Flower, esa viuda perversa que había denunciado a Patrick a la policía.
Todos se sentaron excepto Tim que, antes de hacerlo en el sitio más humilde respecto a la posición del médium, se quitó las gafas, las limpió con el pañuelo, se las volvió a poner lentamente y, con un movimiento elegante y veloz, sacudió el polvo de su silla con el mismo pañuelo antes de guardárselo en el bolsillo. Luego se sentó, buscando a tientas las manos de sus vecinos, como habían hecho ya los demás. Marlene, desde su posición detrás de las cortinas, observó atentamente a su sobrino y en un rapto de intuición comprendió que Tim era un caso perdido y que jamás podrían educarlo en la seriedad del Círculo, y mucho menos en los secretos de la Espiral Interior.
Fue entonces cuando volvió a reparar en el nuevo elemento, sentado con su oronda corpulencia junto a Freda Flower, a la que susurraba cosas al oído. Marlene se dio cuenta entonces de que había sido Freda la responsable de traerlo al Círculo y la invadió una profunda desconfianza.
Todos estaban cogidos de la mano. La luz verdosa a duras penas alumbraba el salón. Ewart dijo:
—A continuación rezaremos en silencio durante dos minutos.
Las cabezas de todos se inclinaron. Antes de que Marlene se hiciera con el control del Círculo, aquel silencio solía culminar en un himno con la misma melodía de She’ll be coming round the mountain y cuya letra decía:
Volveremos a encontrarnos una y otra vez,
Una y otra vez.
Marlene se había dado cuenta de que este himno resultaba difícil de tragar para los maestros de escuela, los clérigos y otros miembros educados del grupo, así que después de pensarlo mucho decidió que, de hecho, ni a ella le gustaría volver a encontrarse a los suyos una y otra vez, una y otra vez. Así que, después de probar con otros muchos himnos que, por las diversas asociaciones que sugerían, les parecieron inapropiados a distintos miembros, Marlene resolvió eliminar del todo el asunto de los himnos. A partir de entonces, después de las oraciones, se guardaba silencio.
—El señor Patrick Seton procederá ahora a unir los Dos Mundos —dijo Ewart al final de la pausa.
Patrick, atado por las muñecas y los tobillos a su silla, dejó caer la cabeza sobre su pecho. Respiró profundamente varias veces. Gradualmente su cuerpo entero fue languideciendo entre sus ataduras. Sus rodillas se separaron. Sus largas manos quedaron colgando de los brazos de la silla. Bajo la luz verdosa, su rostro se veía tan demacrado que parecía una calavera cubierta de pellejo hasta el inicio de su fino pelo grisáceo.
Volvió a suspirar profundamente en medio del silencio y la escasa luz. Los segundos corrían. Entonces sus ojos se abrieron súbitamente, girando dentro de sus órbitas. La espuma empezó a brotar por su boca antes de escurrirse por el mentón en medio de una especie de clamor agudo. El Círculo ya estaba acostumbrado a ese ruido: anunciaba la presencia del espíritu guía llamado Gabi. De pronto, el clamor fue dando paso a las palabras, cada vez más claras para cuantos rodeaban a Patrick y para Marlene, que seguía detrás de las cortinas.
—¡Un mensaje para una de nuestras hermanas aquí presentes cuyo nombre es similar a una planta! Viene de un hombre de corta estatura, vestido con traje de tweed, que habla a través de Gabi. El hombre parece llevar a cuestas un gran saco lleno de fagots… No, son palos de golf.
Freda Flower chilló:
—Oh, ¡es mi marido! —Y al instante el resto del Círculo la obligó a guardar silencio.
—Su nombre es William… —anunció la voz, solemne—. Al parecer se encuentra muy perturbado, muy molesto e intenta enviarle un mensaje a nuestra hermana cuyo nombre es como el de una planta. Está terriblemente preocupado por ella…
—¿Y por qué se ha vestido para jugar al golf si está tan molesto, eh? —gritó el corpulento acompañante de Freda Flower, rompiendo la atmósfera de recogimiento.
—Ahora no, Mike —dijo ella—. Las preguntas vienen después.
La voz cavernosa había dejado de hablar a través de los labios de Patrick, que de repente había empezado a retorcerse. Sus pies taconeaban con fuerza en el suelo de parquet.
Ewart Thornton soltó las manos de sus dos vecinos y se acercó a Mike para hablarle al oído:
—Interrumpir al médium puede resultar peligroso. Incluso podría matarlo. Si vuelve a intervenir me temo que tendrá que esperar afuera.
—Lo siento, Ewart —dijo Freda—, pero aquí, mi amigo, el doctor Mike Garland, es un clarividente.
—Sabe que en este espacio no se puede ejercer la clarividencia…
El doctor Garland sonrió y volvió a coger de las manos a las dos personas que tenía a cada lado. Ewart regresó a su sitio. Patrick había dejado de retorcerse y al parecer había caído en un sueño profundo. Dejó escapar algún que otro ronquido por su boca abierta hasta que, no mucho después, se volvió a escuchar el clamor inarticulado del Guía Gabi. Durante un buen rato estuvo repitiendo sonidos indescifrables. Al final dijo:
—La hermana cuyo nombre es una planta es un espíritu atormentado.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Freda sin que pudiera siquiera enjugárselas, pues tenía ambas manos ocupadas.
—Veo un hombre —dijo la voz—, en un traje de tweed…
—¿De qué color? —dijo el doctor Garland con voz persuasiva.
—Verde o azul —respondió la voz—, no lo sé exactamente.
—¡Es él! —dijo Freda, vulnerable.
La voz que salía de los labios de Patrick dijo:
—Su mensaje a la hermana con el nombre de planta es el siguiente: no actúes en contra de tus hermanos. Correrías un grave peligro si lo hicieras.
Hubo numerosos carraspeos y murmullos, pues todos sabían que había un asunto judicial pendiente entre Patrick y la señora Flower. Algunos se atrevieron a escrutar la cara de Patrick, pero ni siquiera los más miedosos ni los más propensos a la suspicacia encontraron un solo indicio de que el médium estuviera fingiendo el trance. Sus características físicas a duras penas habían sufrido ningún cambio. La piel de su cara parecía cada vez más pegada al hueso del cráneo y los pómulos le sobresalían de manera alarmante. El agujero de su boca se había agrandado varios centímetros y ahora parecía extenderse de oreja a oreja mientras la voz cavernosa continuaba emanando de ella:
—¡Que la hermana se cuide de los falsos amigos y de los consejos materialistas! La letra mata, pero el espíritu da la vida. De nada vale que un hombre conquiste el mundo entero si ha perdido su alma.
—Mi marido conocía muy bien la Biblia, ¿saben? —dijo la señora Flower, sollozando.
De pronto el fornido invitado del rostro sonrosado se levantó:
—Ahora demostraré mi clarividencia —anunció en voz alta.
—No… —susurró Freda, pero todos pudieron oír cómo añadía—: Siento que, de algún modo, este es auténtico. Me gustaría pensar mejor las cosas.
El invitado alzó la voz por encima de los murmullos de Patrick:
—Aun así, voy a demostrar mi clarividencia.
Ewart volvió a acercarse a él y le dijo:
—¿Es usted un clarividente con experiencia? Ya le he advertido sobre los peligros de interrumpir a un médium…
—Soy un clarividente auténtico, y tengo experiencia de sobra —dijo el amigo de Freda.
—El Guía Gabi —continuó Patrick con su voz cavernosa— está a punto de dar las iniciales del espíritu del traje de tweed. Las iniciales son W. F.
—¡William! —gritó Freda.
—Soy un clarividente muy experimentado —gritó a su vez el invitado—. Y así me dispongo a advertir que estoy a punto de dar mi Visión respecto al médium de la silla.
—Señor Gabi al habla —dijo Patrick—, hago constar que se reiteran las advertencias del espíritu cuyas iniciales son W. F. a la hermana miembro de nuestro grupo. Si se desoyen estas advertencias, la mujer cuyo nombre es una planta corre un gran peligro.
El hombre que se hallaba junto a Freda había echado la cabeza hacia atrás y se estaba tocando obsesivamente las sienes con los dedos.
—¡No, Mike! —gimió Freda.
—Veo… —bramó Mike Garland mirando hacia el techo—, veo al médium en la sala de un tribunal de justicia, acusado de fraude. Veo cómo se descubre al supuesto médium. Veo…
Entre los presentes se elevó un discreto murmullo.
—Señor Gabi al habla —volvió la voz de Patrick—. Hay un espíritu hostil entre nosotros que podría causar un daño infinito a…
—Patrick Seton, eres un farsante —gritó Mike mirando al techo—. Y te desafío, si es que el señor Gabi es un auténtico Guía, a que me reveles las iniciales de mi nombre.
El discreto murmullo del Círculo se transformó de inmediato en un rumor de preocupación.
—Señor Gabi al habla: la primera inicial del espíritu hostil es M.
—Es un farsante. Oyó cómo la señora Flower me llamaba Mike. ¿Cuál es la segunda inicial?
Un río de espumarajos brotó abundantemente por la boca de Patrick, burbujeando durante unos segundos.
Ewart murmuró:
—Esto es peligroso para él. Tenemos que detenerlo.
—¡La segunda inicial! —gritó Mike.
—La segunda inicial —volvió la voz cavernosa—, la segunda inicial es… ¡la G.!
—¡Es cierto! —dijo la señora Flower—. Oh, Mike, estaba tan equivocada…
—Es un farsante —gritó Mike—. Ha oído mi nombre. Oyó cómo la señora Flower me presentaba ante uno de los miembros.
Patrick balbuceó un instante y su cabeza, exhausta, cayó sobre el pecho mientras la espuma de su boca goteaba sobre la chaqueta. Sus ojos se cerraron.
—Esto tiene que acabar —gritó Ewart—. Que el clarividente, por favor, abandone la sala.
Sin embargo, Mike, que seguía con las manos en las sienes y la cabeza echada hacia atrás, declaró:
—Habrá lágrimas y rechinar de dientes. Veo al prisionero llevado a juicio y arrojado posteriormente a lo más oscuro. Se celebrará un juicio. Veo a una mujer joven angustiada y a una mujer mayor satisfecha. Veo…
Patrick abrió los ojos de repente:
—El Guía Gabi avisa al Círculo de una presencia maligna —dijo. Luego alzó la cabeza y la agitó como un caballo brioso.
—Va a acabar trastornándolo —gritó Ewart y los demás empezaron también a susurrar comentarios: «muy mal», «qué malvado…», «influencia maligna», «maleducado…».
El caos empezaba a cundir ya en la sala cuando Marlene abrió las cortinas.
—¿Se puede saber qué es todo este alboroto? —dijo, con la voz temblando por la emoción reprimida durante todo el tiempo que había pasado en su garita de vigilancia. Luego encendió las luces.
El alboroto cesó, salvo por los sollozos de Freda. Patrick desfalleció una vez más y dejó escapar un resuello, como si durmiera profundamente. Mike sacudió la cabeza, la frente cubierta de sudor, y recuperó la compostura. Patrick volvió en sí lentamente y miró a todos los presentes en la sala con semblante aturdido.
Freda sufrió entonces un colapso y fue de cara al suelo, donde continuó sollozando, dando coces y revelando la curiosa y obscena imagen de sus recatados calzones que le llegaban hasta las rodillas. Parecía presa de un remordimiento profundo.
—Necesitamos algo de agua por aquí —ordenó Marlene.
—Tim, trae agua… ¡Agua! ¿Dónde está Tim? Tim, ¿dónde estás? ¿Adónde se habrá ido este chico?
En algún momento de la oscura y agitada sesión, Tim se había escapado sin que nadie se percatara de ello.