II

YO no soy un negro.

Mi nombre es José Ignacio Sánchez de la Puente, pero todos me dicen Mocho, no me pregunten por qué. Sólo mi viejo me llama por el nombre completo. A mí me gusta decir José Sánchez, así, a secas, sobre todo ante sus amigos del club o de la embajada. Sé que le jode. Me corrige, con su voz de peruano engreído: José Ignacio Sánchez de la Puente. Lo dice como si disfrutara de cada letra y cada pausa. Mi viejo es peruano y rubio. Él dice que yo también soy peruano; que nací allá y de chiquito me trajeron para acá, que yo también soy rubio, como es mi hermano y como es mamá en las fotos, pero a veces me miro al espejo y pienso «alguien acá se mandó una cagada». De niño, mi hermano me decía que había nacido por el culo de mamá, que de alguna manera, había errado el camino que va del útero hacia fuera, y que a esa confusión le debía el tinte cobrizo de mi piel. Los niños tienen un don para la crueldad.

Yo no soy un negro. Eso me lo aseguró mi viejo hace muchos años. Él había escuchado una cargada a la salida del colegio, una tarde en que me había ido a buscar.

—Digan lo que digan, tú no eres un negro —repitió mirándome a los ojos.

No me acuerdo si dijo «negro» o «un negro»; ahora sé que hay una diferencia que excede a la gramática.

—Aquí, en Buenos Aires —siguió mi viejo—, se creen que todos los peruanos somos iguales; todos indios y serranitos. No los culpo, les llega lo peor de lo peor: ladrones, prostitutas y traficantes. Pero tú eres José Ignacio Sánchez de la Puente, eres peruano y no eres un negro. Y al que te venga a joder, dile que los Sánchez de la Puente llegaron a Lima cuando Buenos Aires era un montón de barro y mierda.

En Buenos Aires, «negro» no significa lo mismo que en el resto del mundo. No tiene nada que ver con África y los esclavos. Esto no me lo dijo mi viejo, lo aprendí solito. Los negros son los villeros, los que te roban. Al principio pensé que los negros eran los indios, los que tienen algún rastro de indio en la sangre o en la cara. Pero no, tampoco es eso. Si sos cumbiero sos un negro, por más rubio o blanquito que seas. Hay un cantante de cumbia tan rubio que le dicen «El Polaco», y es más negro que cualquiera.

Y al revés pasa lo mismo. Maciel tiene bigotes y pelos en las bolas desde los once años. Todavía me acuerdo de cuando apareció en el vestuario; tenía verga de hombre, mucho más grande que la del entrenador. Maciel es una réplica del Cacique Patoruzú, parece hecho de fango, pero su viejo es dueño de media Santa Cruz. No es un negro. Lo ves con el uniforme del Christians, la corbata bien prolijita, y es uno más. No es un negro. Hasta con las minas le va bien. Maciel juega de wing. Es rápido como un rayo. Uno de los mejores del equipo. Una noche, mirando un partido de fútbol por la televisión, vio cómo se armaba pelea en una tribuna y dijo: «¡Cada día odio más a los negros!».

A veces pienso que negro significa pobre. Ni más ni menos. Pero me acuerdo cuando Orteguita se mandó esa cagada, cuando le dio un nucazo al arquero de Holanda en el mundial, todos decían lo mismo: «¡Y qué querés, si es un negro! ¡No le da la cabeza!». Y el tipo ya estaba forrado en guita. Hasta de Maradona a veces dicen lo mismo. Es todo bastante confuso. Pero yo no puedo ser un negro porque los negros son los otros.