posdata
Unos días después de que Espectrini y su banda
hubieran huido del castillo, mientras los chicos
tomaban el té, Solsticio cayó en la cuenta
de un detalle importante.
—¿Sabes, Silvestre? —dijo—, a lo mejor
resulta que no eres tan miedica como tú crees.
Todos los criados se murieron del susto
al ver a unos fantasmas de mentirijillas.
¡Pero tú viste al auténtico y saliste vivo!
Quizás eres valiente, en realidad.
A Silvestre le gustó bastante la idea, y se infló
un poquito de orgullo. Lo mismo hizo su mono,
el cual, lamento mucho decirlo, ya era el mismo
de siempre: irritante, ruidoso,
estúpido, grosero… y muy, pero que muy apestoso.