XI

DESPUÉS DE TODO hace falta la radio para saber noticias.

Nosotros los indios vivíamos tan felices matando pumas y pájaros.

Las guerras entre indios eran como partidos de fútbol. A veces ganaban unos, a veces otros.

Pero un día, vemos venir de repente, un ejército inmenso de españoles.

Claro que no sabíamos que eran españoles, ni siquiera si eran hombres o marcianos. Venían montados a caballo y nosotros ni conocíamos los caballos y además en vez de tener taparrabos traían unas tremendas armaduras de acero que brillaban al sol. Hay que ser indio para darse cuenta… Es como si ahora nos invadieran los marcianos.

Nosotros los indios no conocemos el miedo, pero sentimos algo muy raro cuando los vimos acercarse y se nos pararon un poco los pelos al ver los cañones y lanzas refulgentes.

No sabíamos qué eran ni a qué venían.

Pero se veía que con esos cuerpos de acero no era fácil meterles flecha.

Y nuestra carne desnuda se engranujaba un poco al verse tan pilucha. Por eso nos pusimos más atrevidos.

Yo miré al Toqui y vi que su cuerpo se ponía duro como un bronce.

—¡Toca a guerra! —me dijo sin mover los labios y pareció agrandarse. Yo salí corriendo con la flecha ensangrentada y recorrí el valle como un relámpago. En un momento estaban todos alrededor del Toqui y disparaban contra los invasores.

Silbaban las flechas y las piedras y había una tremenda polvareda.

Pero resultaba difícil botarlos del caballo porque las flechas daban bote en sus armaduras. Entonces le tiramos a los caballos y los vimos caer y revolcarse.

Había muchos indios heridos y otros muertos, pero no nos acobardamos y seguimos peleando hasta que cayó la noche y los españoles se fueron. Cuando por fin nos sentamos al lado de la fogata en nuestra ruca, yo le pregunté al Toqui:

—¿Quién era el capitán chico y tuerto que los mandaba a todos?

—Es Diego de Almagro —me contestó—. Viene desde el Perú. Busca nuestro oro. Ha viajado durante meses por la cordillera…

—¿Tenemos mucho oro nosotros? —pregunté.

—Mucho —contestó mirando el fuego—, pero está muy guardado. El que quiera tenerlo habrá de transpirar para mover las capas de roca que lo esconden.

A mí no se me olvida nunca esta frase del Toqui, aunque la dijo hace tantos años. Porque esto pasó el año 1536 y yo me acuerdo de ese año porque es el mismo número que hay en la puerta de mi casa.