VII

La Conquista

DE TANTO Y TANTO pensar en los indios, por fin conseguí ser un indio de verdad, y mientras duermo soy un araucano.

Porque sueño todas las noches en indio y mi vida de indio es mejor que la otra.

En la mañana me levanto de un brinco, y eso es todo.

Entonces la mamá me da los buenos días muy humilde y cariñosa y me entrega una gran paila de cobre llena de frutas. Ese es mi desayuno y yo como lo que quiero y me chorreo y no importa nada.

Porque los indios no tienen obligación de lavarse los dientes ni bañarse, ni andar limpios ni cambiar camisa.

Uno tiene su taparrabo para el día y la noche. Tampoco se va al colegio ni hace tareas. La madre india no tiene la manía de la educación, sino que le da a uno la comida y lo deja en paz. No hay que pedir permiso para nada. Uno se manda sólito y lo único que tiene que aprender es a disparar bien la honda, a nadar en el río y a criar fuerzas levantando piedras para hacerse bien hombre.

Los indios no se enferman nunca. Puramente se mueren.

Nunca me retan porque se quebró un vidrio. En nuestra ruca no hay vidrios y las mamás no se preocupan de encerar porque el suelo es de pura tierra. Los techos son de totora, con arañitas, cucarachas, lagartijos y nidos de golondrinas. No hay un solo closet ni mueble que cuidar. Y mi mamá india nunca está nerviosa porque ella no tiene enchufes ni plancha eléctrica. Tampoco hay goteras en los baños porque no hay baños. No sube ninguna cuenta, ni menos la de la luz porque la cocina, el alumbrado y la calefacción son una misma cosa. Y esa cosa es una gran fogata en el medio de la ruca, y ahí en el suelo, bien cerquita de ella cuando hace frío, comemos todos y después nos dormimos. Nada de reloj ni de horas. La hora de acostarse es cuando baja sueño y la de levantarse cuando se acaba.

Soy muy feliz siendo hijo de indios araucanos. Mi padre es Toqui y es el que manda la tribu y la mamá es su esposa y yo soy el hijo único.

Ellos también viven muy felices conmigo y se pasan las tardes sentados en el suelo comiendo piñones.